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Capítulo 6 - Rory Rapsen

―Dos terrones, ¿no, Jenna? ―Vertí algo de leche hirviendo en la taza de la mujer―. Hoy también tengo miel de caña, si la prefieres.

―¿La ha traído Lilina? Qué apañada. Entonces, una cucharada. ―Me dirigió una sonrisa desde el otro lado de la habitación―. ¿Voy desplegando la mesa?

―Sí, por favor. ―Aunque estuviera de espaldas a la joven, asentí antes de preparar la bandeja―. Espero que no hayas desayunado fuerte, al final han salido muchas más de las que esperaba.

A Jenna le hicieron los ojos chiribitas al ver el plato atiborrado de pastas que coronaba la tabla. Ver cómo se las comía con la mirada me traía recuerdos cálidos de unos tiempos pasados en los que los que lo más dulce que teníamos para llevarnos a la boca eran mis (frecuentemente churruscadas) prácticas de repostero.

―¡Oh! ¡Nueces y chocolate! ―Recorrió las aristas de una de las galletas con el dedo antes de llevársela a la boca. No se molestó en tragar antes de seguir hablando―. Sé de alguien que va a llevarse una grata sorpresa.

―Las favoritas de Mirei, sí. ―Jugueteé con mi taza, balanceándola con cuidado. El café rebotaba con gracia en sus paredes―. Si es que en el fondo soy un buenazo. ¿Qué tal está hoy, por cierto?

―Tan... ―Echó la mirada hacia el lado―. Enérgica como siempre. Intentando inventar cosas constantemente. Exigiéndome que le deje «ir al taller a por unas herramientas». Buscando alguna excusa para hacer ejercicio físico, que «no quiere perder músculo por una chorrada así». Ya la conoces, es un culo inquieto y por mucho que sea su hermana mayor no tengo autoridad alguna con una adulta... Y eso hace que los chavales se descontrolen.

A pesar de lo que contaba, mantenía una sonrisa radiante en su rostro. Quizá una manchada de chocolate, pero una capaz de infundir optimismo a una mente tan llena de preocupaciones como la mía.

―En fin, si tiene energías para ser un incordio, es una buena señal. ―Le devolví el gesto―. Siento haberte cargado el marrón, pero ya sabes. Últimamente no doy abasto y... Bueno, faltan manos en el taller. No voy a volver a decir en voz alta que soy yo quien hace todo el trabajo.

―Parece que el deseo de Lilina de graduarse por fin se le ha torcido un poco. ―Miró los tragaluces del techo, distraída―. Mira que le tengo dicho que no los diga en voz alta, pero siempre acaba arruinándolos.

―¿Graduarse? ―Solté una de esas carcajadas que retumbaban en todas las paredes―. Esa chica lleva graduada desde hace años.

―¡Sh! ―siseó con una mirada cómplice―. Se supone que tenemos que fingir que esas pequeñas misiones a las que la has estado mandando mientras Mirei no miraba no eran más que inocentes recados.

―Cierto, cierto... ―fingí seriedad en mi tono―. Pero algo me dice que Lilina no va a ser la única adolescente con ganas de volverse como su hermana mayor después de tenerla cerca tanto tiempo.

Jenna siempre había abogado porque los niños del orfanato siguieran su propio camino, pero quería que todos tuvieran un mínimo de oportunidades. De vez en cuando organizaba pequeños talleres con los que antes habían sido niños de Rapsen para que tuvieran esa formación que nosotros no pudimos disfrutar de pequeños. Y nunca fallaba, siempre alguno de los críos acababa encontrando la inspiración.

Y Mirei, en particular, era tremendamente carismática con los jóvenes. ¿Cómo no iba a acabar con una legión de fans? Además, las máquinas que solía llevar siempre eran las reinas del espectáculo por insignificantes que fueran. Y esa vez el nuevo juguete era una muñequera parlanchina capaz de dibujar imágenes en el aire.

En cambio, mi disciplina contaba con cada vez menos admiradores entre las nuevas generaciones. Tenía que pensar una forma de atraer sus miradas, pero tampoco es que me sobrase el tiempo.

―Sea como fuere, tú eres el matasanos, Rory. ―Dibujó un mohín simpático en su rostro para acompañar la frase―. Si crees que el orfanato no es el mejor ambiente para que se recupere, dímelo y te la mandamos a casa de una patada.

―Creo que el orfanato es un buen ambiente para que yo pueda hacer mi trabajo. ―Me encogí de hombros―. Sabes tan bien como yo que me gusta tener a Mirei cerca, pero más me gusta... Ya sabes, respirar en paz. No es ningún secreto que es muy mala enferma. Además, una vez que logré estabilizar el éter de su cuerpo, tampoco había mucho más que pudiese hacer por ella.

―Nada más que aguantar sus retahílas ―imitó mi voz con bastante acierto.

Paré un instante para dar un trago a la taza y solté un largo suspiro.

―Y ahora que puede andar otra vez.... Miedo me da. Los dos sabemos lo creativa que se pone cuando tiene que evadir las miradas de los adultos responsables para escaparse. Así que... Bueno, es mejor así. Al fin y al cabo, tú eres la adulta más responsable de todo Coaltean. Si alguien puede ponerla en su sitio, esa es Jenna Rapsen.

―Y sin embargo, vas a verla todas las noches sin falta. ―Me golpeó con el codo, acusatoria―. Seréis unos gruñones que no paran de pelear, pero la echas de menos. ¿Verdad? ¿Verdad?

Dejé que mis ojos se ocultaran bajo algunos de los mechones de mi pelo.

―A estas alturas, eso no debería ser una pregunta. También quiero asegurarme de que está bien. Lo que vi ese día... No era ni medio normal ―bajé un poco el tono, como si incluso hablar sobre el tema en voz alta fuera mal augurio―. Era... ¿Cómo explicarlo de forma mundana? Digamos que, si mis ojos pudieran ver el éter...

Ese supuesto era bastante común en la charla divulgativa. Aunque los humanos fuéramos capaces de sentir el éter, la forma en la que lo hacíamos no podía describirse con uno de los sentidos físicos como sí que podían afirmar los miembros de las cuatro tribus, así que la forma más sencilla de hacer el mensaje era asociarlo a lo que nuestros ojos podían ver, nuestras manos tocar o los oídos escuchar, más naturales para quienes no conocían el detalle de la ciencia.

―...Estaría convencido de que lo que tenía delante era un cristal hídrico y no una persona. Si quedaba alguna señal de vida orgánica en ella cuando la encontré, estaría eclipsada por una brillante luz azul. ―Gesticulé para acompañar mi explicación―. Todo lo que la rodeaba volvía al agua, independientemente de su naturaleza.

―Por como lo explicas, suena terrorífico. ―Agachó un poco la barbilla, pensativa―. Y a pesar de todo, fue tu alquimia quien la salvó.

―Fue terrorífico. Y te lo dice alguien que ha sufrido más de uno y de dos accidentes etéricos y vivido para contarlo. ―Me señalé a los ojos con un toquecito.

La chica se quedó congelada durante unos segundos, mirándome fijamente. Podía escuchar los engranajes de su cabeza a toda velocidad, y la expresión de su cara acompañaba de una forma casi cómica. Esperé que recordara la conexión entre el atípico color de mis iris y el color del éter eléctrico, pero en cambio, decidió acariciarme la mejilla con expresión distraída y olvidarse de la mera premisa de ese momento.

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Decidí que la mejor respuesta en ese momento era dejar que se hiciera el silencio. Mi parte más pilla justificaba la idea con el que sería gracioso ver cómo ataba los cabos por sí misma. En cambio, la que pretendía ocultar simplemente estaba demasiado ocupada rememorando los tiempos en el que su tacto era lo único que necesitaba para superar un mal día como para reaccionar.

―¡Ah! ―De repente, se sonrojó y se llevó las manos a la cara con vergüenza―. ¡Claro! ¡Lo de tus ojos! ¡El accidente! ¡Sí! ¡Cierto! Ay... ¡Eso!

―Lo de mis ojos, sí. ―No pude contenerme. Mi mueca de póker acabó retorciéndose de formas extrañas.

―Al menos, los de Mirei siguen tan dorados como siempre.

Por su expresión, sabía perfectamente que se estaba imaginando la estampa equivalente. Yo no tenía energías para imitar ese ejercicio de una forma más o menos realista.

―Lo son ahora. Es una suerte que no vieses cómo me la encontré. ―Tenía la imagen grabada a fuego en el cerebro y solo evocarla de refilón me hizo suspirar con algo de agonía―. Incluso el aire que salía de sus pulmones era azul. Al principio, incluso pensaba que estaba espirando agua. De no ser por el ingenio de Lilina, no estoy seguro de que hubiera llegado viva hasta aquí.

―Hiciste bien dejándole caer dónde pretendía ir, entonces.

―Quizá. ―Incliné ligeramente la cabeza hacia atrás con un poco de chulería―. Ya sabes, soy incapaz de sacudirme la sensación de que las cosas están raras últimamente. Bestias descontroladas, nobles desaparecidos, más meteoros de lo normal... Y el territorio de los kabaajin es zona amiga, así que pensé que tener algo de apoyo junior no le vendría mal a Mirei. Con su cultura no la dejarían adentrarse mucho, por lo que a priori no se metería en peligro.

―Y tampoco estaría muy lejos si realmente necesitaba su ayuda. ―Mató mi intento de chulería revolviéndome el pelo―. Eres un genio, aunque aún no tengo claro de si de la estrategia o del mal.

Tracé una sonrisa de villano en mis labios y añadí algo de dramatismo a mis aspavientos para hacerla reír.

―¡Jua jua jua! ¡Los astros se alinearon! ¡El momento perfecto para su bautismo de fuego! Además, aunque fuera a regañadientes, Mirei lo agradecería... Y si salía meridianamente bien, no tendría más excusas para mantener a la pobre fuera de sus aventuras. Así que... moví los hilos adecuados... Claro está, nunca lo admitiré delante de ella. ―Volví a poner cara de póker, como si el arrebato de antes nunca hubiera existido. Jenna soltó una carcajada y se dejó caer hacia atrás. Aproveché que no me estaba prestando mucha atención entre risotadas y me permití dejar escapar uno de mis pensamientos en voz alta―. Como tampoco admitiré las ganas que tenía de que vinieras a cobrarte el café que teníamos pendiente.

¿Por qué se me estaba descarriando el tren de pensamiento así? Echaba de menos tener alguien con quien charlar con calma, sin enzarzarme en discusiones constantes. También extrañaba el recuerdo familiar de un pasado en el que las cosas, simplemente, eran distintas. Y ese momento me daba lo que necesitaba.

Pero... ¿por qué abrir la boca? Las cosas iban bien, ¿no?

―¿Eh?

―Nada, estaba pensando en mis cosas ―mentí, con la esperanza de que mi cara no me delatara―. Los reactivos que tengo que preparar para las pruebas de Mirei de esta noche, el encargo de los núcleos de los Tennath, las semillas de las plantas de carne... Tampoco voy a aburrirte con los detalles.

―¿Plantas de carne? ¿Vamos a ver muslos de clackus gigantes en el huerto creciendo del suelo? ¡Mola!

―Como lo oyes. ―Asentí con la cabeza, contento de haber desviado el tema―. A ver... Si nos ponemos técnicos, realmente se trata de fruta, pero sus nutrientes, textura y sabor podrían engañar a cualquiera. Aún estoy haciendo algunos ajustes en la fórmula, pero parece bastante prometedor.

―¡A ver cómo hacen eso con sus máquinas de vapor! ―Alzó el puño de forma enérgica―. ¡Nada como la vieja y confiable alquimia del Sabio de Coaltean!

Esas palabras siempre me iban a quedar algo grandes.

―Aún me queda mucho para eso. ―Solté una risotada y relajé inconscientemente mis hombros―. Aunque el viejo Barkee se haya retirado nunca me atrevería a quitarle el título... Ni me siento a la altura de tal honor. Sin embargo... tampoco es que ese sobrenombre signifique algo a estas alturas del cuento.

―¡Lo que me recuerda! ―Jenna se levantó de un salto―. ¡Aún tengo que hacerle unos retoques, pero tengo una cosa para ti!

La muchacha abrió la bolsa de tela que traía y extrajo de ella una bata de laboratorio. A pesar de estar sin finalizar, el talento de la costurera era evidente, cuidando al más mínimo detalle los patrones y ornamentos. Llevaba también bordado el emblema del taller y el del orfanato en sendas solapas. Además, era práctica: cubierta en polímero eteromimético, compartimentos para viales a prueba de accidentes, mosquetones interiores para colgar herramientas y... a decir verdad, era bastante suave y calentita por dentro.

―Después del destrozo que te hizo Mirei en la antigua, pensé que te vendría bien actualizar tu armario. ―Me echó una mirada de arriba abajo y trazó una sonrisilla en sus labios―. Le he dado los tratamientos habituales, pero aún me falta el hidrofóbico.

―¡Vaya! ―Probé a poner un tono cómico―. Es casi como si hubiera escasez de ese tipo de tónicos últimamente.

Compartimos una mirada de las que no necesitaban palabras.

―Ya sabes a quién culpar por eso.

―No te preocupes, me aseguré de preparar unos cuantos anoche. ―Eché un vistazo desde lejos al armario donde los guardaba―. Están un poco fuertes, pero no creo que la prenda se queje del gusto.

Dejé el mandil de cocina sobre la silla y me probé la nueva bata, que me sentó casi como un guante. No obstante, la artista decidió que ese casi no era suficiente, así que sacó aguja, hilo, alfileres y una cinta métrica de su zurrón y empezó a rodearme para ajustar hasta el más mínimo detalle de la prenda.

La campana de la entrada retumbó con fuerza. La insistencia de la muchacha impidió que me deshiciera de los utensilios, así que abrí la puerta pareciendo uno de esos muñecos de lana que usaba como alfiletero.

―Hum... ¿Atelier Risenia? ―Un muchacho con armadura de apariencia robusta comprobaba una hoja de papel garabateada con no muy buena caligrafía―. Rory Rapsen, he de asumir.

―Por última vez ―bufé con desgana―. Aquí no hacemos ropa. Esto no es más que un humilde taller.

El hombre comprobó de nuevo su hoja de papel. Acto seguido, se pasó la mano por la barba y, anonadado, señaló la cinta métrica que Jenna sujetaba sobre mi hombro, sin mediar ni una palabra más.

―Maldita sea. ―Mi rostro reconoció la derrota sin mi permiso―. Sí, soy Rory. Y tú debes venir de parte de Amelia Tennath.

―Así es. ―Inclinó la cabeza en señal de reverencia. Un mechón blanco se descolocó del resto―. Mi señora me envía para evidenciar el progreso en el proyecto. Os envía recuerdos y sus más profundas disculpas por ser incapaz de personarse ella misma, mas consideraba los últimos avances propuestos en la misiva de prima urgencia.

―Pasa ―respondí con cierta brusquedad, incómodo por el lenguaje tan formal―. Y puedes llamarme de tú. De hecho, por favor, hazlo.

―¡Nunca podría! ―alzó la voz un poco más de la cuenta, pero aceptó la invitación―. ¡Nunca denostaría así a un aliado de la familia!

¿Por qué tenían que venir a mi taller todos los pirados?

***

―Sería descortés no presentarme primero ―expuso, manteniéndose en pie, aunque Jenna y yo habíamos tomado asiento―. Mi nombre es Dan Tennath, segundo vástago de la familia. Confío en que mi señora ya os haya instruido en su misiva sobre qué avances desea que cerciore.

―Por favor, toma asiento. ―No tenía ganas de lidiar con excentricidades nobles, así que le indiqué con un gesto como el que le hubiera hecho a un niño.

―No podría hacerlo sin vuestra invitación, señor Rapsen. ―Mantuvo los brazos bloqueados hacia abajo y se sentó de forma forzada―. He de admitirme maravillado con su taller, en honor a la verdad. Mas, de regreso a mi cometido...

―Sí, la demostración práctica del prototipo. ―Asentí con la cabeza―. Como informé a...

―¡Disculpe! ―gritó con tanto ímpetu que Jenna, absorta en ajustar unos alfileres, terminó clavándomelo por accidente―. Mi señora comanda también otra pesquisa. Una dirigida a Mirei Rapsen. ¿Podría atenderme?

―Témome que no es dable. ―Exageré mis gestos para burlarme de su habla, aunque no pareció ofenderle lo más mínimo―. Lo siento, Mirei no está aquí.

―¿Cuándo podría hallarla en las premisas?

―No podría responder esa pregunta aunque quisiera. ―Dejé caer la cabeza con un larguísimo suspiro―. Y tampoco es el objeto de esta reunión, ¿me equivoco?

―Vaya ―musitó. Por desgracia para él, su torrente fue tan notable que podía escucharle a pesar de ello―. Así que mis observaciones tuvieron tino. De confirmarse mis sospechas... Sí. Todo cuadraría perfectamente. Debería informar de esto a mi señora con prontitud. Y...

―¿Disculpa?

El hombre se llevó la mano a la oreja y murmuró algo, esa vez con más discreción que la anterior. Por tanto, no pude oír sobre qué hablaba, pero sí capté cómo sus pupilas se ensanchaban tras hacerlo y una pequeña curva pobló su cara durante una fracción de segundo.

―Lamento mi rudeza. ―Agachó la cabeza―. Sea como fuere, os ruego me muestre los resultados de su trabajo.

―Acompáñame, entonces.

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