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Capítulo 19 - Rory Rapsen

―¿¡Que has hecho qué!?

Si no llevaba bien que me despertaran a horas intempestivas, peor me tomaba ese tipo de noticias antes de haberme tomado mi café matutino. Me enjuagué la cara con las pocas fuerzas que podía tener un par de horas antes de que saliera el sol y, casi ignorando el chacoteo de las chicas, encendí el autocaldero con la esperanza de que la cafeína salvara mi espíritu.

No. No podía. A pesar de mis esfuerzos, me estaba quedando dormido con las hipnóticas ráfagas de vapor que salían de los tubos calientes.

―Déjame a mí. ―Mirei me empujó afectuosamente con la cadera. En mi estado, perdí rápidamente la planta. No caí de bruces de milagro―. No estás en condiciones de operar maquinaria con esa cara. Ni siquiera una a prueba de niños.

―Más... éter... ¿en serio? ―espiré en un extendido bostezo―. Me estoy matando para mantener controlado tu cuerpo después del desaguisado de Abakh y... Te fías de la primera que...

Mi cabeza se dejó caer por su propio peso sin siquiera terminar la frase. Estaba demasiado cansado incluso para eso y mi subconsciente me dijo que mi hermana no merecía la poca energía que tenía en ese momento.

―Al menos, ha funcionado ―apuntó Lilina―. O eso queremos comprobar. Por lo pronto, no está brillando en color naranja. Es un avance. Aunque, dicho esto... También me fío más de los métodos de mi hermano mayor que de esas pantallas brillantes de los Tennath.

―¡Eh! ―protestó Runi, que había estado extrañamente en silencio todo este tiempo―. ¡Como pantalla brillante, exijo un respeto! ¡Sin mí, nada de esto hubiera sido posible!

―Me siento halagado, Lilina ―Me dejé caer en el pequeño tresillo―. No sé si estás siendo sincera o aprovechándote de mi momento de debilidad predesayuno, pero me siento halagado.

―¿¡Y yo qué!? ―bramó la máquina, haciendo aparecer decenas de caritas rojas en el aire―. ¡Venga! ¡Que hoy tengo un montón de información jugosa que contaros!

―Y yo tengo la poca paciencia de un alquimista al que han despertado para esto y aún no se ha tomado el café ―repuse con una de esas miradas que habrían intimidado a cualquier persona a pesar de esos párpados que luchaban por mantenerse en alto.

Por desgracia, «máquina» y «persona» no eran sinónimos en ese contexto. Lo descubrimos con un cargante discurso lleno de palabras complejas que habría sido incapaz de reproducir incluso si hubiese tenido la cabeza despejada.

―Ya deberías saber cómo hacer las pruebas. ―Me giré a Lilina cuando la IA se hubo callado―. Con un par de gotas de sangre debería valer, pero saca algo más por si acaso.

―¿Agujas? ¿Ahora? ―protestó la maquinista, poniendo los brazos en cruz―. ¡Dejadme desayunar o algo primero! ¡Que ayer ya solté demasiada de mi preciosa, húmeda y carmesí sangre! Y de la forma en la que se tiene que hacer: en combate.

―Ya sabes ―a Lilina se le iluminó la cara con una sonrisa maquiavélica―. En ayunas siempre es mejor.

―No quieres hacerle eso a tu hermana mayor, ¿no? ―Rodeó el caldero para protegerse con el vapor ascendente.

―No sé cuándo voy a volver a tener otra oportunidad, así que... ―presionó el émbolo de la aguja son satisfacción, sacando todo el aire de su interior―. ¿Me haces los honores, Runi?

―¡Ahora, Lilina! ―chilló la voz mecánica―. ¡Transformación! ¡Modo restrictivo!

―¿Qué demonios estás haciendo? ―Se revolvió con furia mientras la máquina se extendía en todas las direcciones―. ¡Voy a fundirte, máquina del demonio! ¡Suéltame los brazos! ¡Malditos!

Y ni siquiera los gritos que sucedieron lograron evitar que me volviera a quedar dormido. Una desgracia, pues observar los forcejeos entre las hermanas se había convertido en uno de mis pasatiempos favoritos tras el Diluvio.

***

―Le falta tostado ―amonesté al primer sorbo―. Aunque, por lo demás... he de admitir que está en su punto. La temperatura, el punto de infusión, la mezcla de aditivos... Este autocaldero es, definitivamente, un gran invento. No me puedo creer que fuera un escéptico... Bueno, en honor a lo evidente, sí que puedo. Pero cuando haces cosas que no explotan, suelen ser bastante útiles.

―¿Cuándo vas a hacernos uno para el orfanato, hermanita? ¡Seguro que así no me echan la bronca por mi té chapucero! ¡Podrías enseñarme! ¿Dónde tienes los planos? ¿Dónde?

―No estás en situación de exigirme nada, jovencita. ―Sin tener que mirar en su dirección, pude sentir el aura de rencor por el pinchazo―. Me vengaré de alguna forma. Vaya que si lo haré. Dioses, me has dejado el brazo hecho un vendo.

―¡No habría quedado así si no dejaras de moverte!

Tras terminar el resto del vial de un sorbo, vertí un el contenido de la aguja de la discordia sobre el reactivo etérico... Y no fui capaz de ocultar mi sorpresa. En contraste al hasta ahora común azul refulgente, ahora la mezcla era capaz de mantener su habitual tono cristalino. Y, en lugar de la sobrecarga de agua que tintaba el compuesto, ahora miles de pequeñas vetas de las tonalidades hídricas y térreas danzaban en espiral en el líquido.

Exactamente el mismo resultado que si hubiera mezclado en la probeta sangre de kabaajin y de momoolin. Afinación elemental. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso tenían los Cuatro Dragones la capacidad de alterar la sangre de los humanos de alguna forma con su Favor? O... quizá fuera más allá de eso. Algo me decía que la alquimia, tal y como la conocíamos, iba a ser incapaz de explicarlo.

En cierto modo, me recordaba a las impurezas eléctricas que encontraba tras llevar a cabo el mismo experimento con mi propia sangre. ¿Y si tenía que ver de alguna forma retorcida con mi accidente? Los síntomas eran totalmente distintos, pero no dejaba de ser... afinación al éter elemental.

Apunté la idea al fondo de mi aún obnubilada mente.

―Estás de suerte, Mirei ―concluí tras mi primera observación―. Sea lo que sea que te han hecho, estás mejor. Pero eso noquita siga preocupándome. Después de mi accidente aparecieron poco más que unos pequeños retazos de afinidad eléctrica, invisibles al ojo desnudo. Y sentí su peso durante meses. Tú, en cambio... Sigues tan vivaracha como de costumbre con estos resultados. Eres todo un misterio alquímico... y no lo digo como piropo, antes de que te emociones.

―Es una suerte tener al mejor del negocio a mi lado, entonces ―le quitó hierro al asunto―. Estoy bien y además puedo manipular los elementos con la ayuda de Runi. No deja de ser una buena arma en estos momentos tan inciertos, ¿no crees? Tú asegúrate de mantenerme sana y yo me encargaré de aprovechar esta anomalía que los dioses me han dado al máximo. Dicho esto...

La joven se dejó caer sobre el sillón y cerró los ojos. En cuestión de segundos, empezó a roncar levemente. Si tuviera que juzgar por su sonrisa embelesada, incluso diría que se trataba de un sueño agradable.

―Entonces, Lilina... ¿qué más me he perdido? Me salto una expedición y Mirei vuelve siendo capaz de lanzar pedradas con solo pensar en ello, Runi viene más sabidillo que de costumbre, tú traes un nuevo peinado y...

―Me niego a responder esa pregunta si no es frente a una de tus famosas tartas. ―Me miró por el rabillo del ojo y pestañeó varias veces. ¿De dónde había sacado ese truco?―. Ya he visto la que guardas en el enfriador alquímico.

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―Estás de suerte. Esa era para llevarla a Rapsen.

―¡Guay! ¡Seguro que a Jenna le hace mucha ilusión! ―Sonrió de oreja a oreja―. ¡Venga, vente! ¡Si salimos pronto, podremos ver el amanecer juntos!

***

Lilina no tardó en ponernos al día mientras devoraba, casi con furia animal, su trozo del pastel. Nos narró su expedición por los bosques cercanos, la primera prueba de campo de su abanico eólico (con una épica reinterpretación del combate contra la lantissa gigante y la muestra de su núcleo como trofeo), la cena a la luz de las lunas, el momento en el que decidió lo mucho que le favorecía su nuevo peinado...

―Así pareces toda una mujercita ―injirió Jenna con un tono casi maternal que me hizo esbozar una tonta sonrisilla―. O lo parecerías si no tuvieras la cara llena de crema.

―¡Eh! ―protestó antes de limpiarse las comisuras de los labios apresuradamente―. ¡No hables así de la que lleva la mitad del trabajo de este orfanato!

―Tierna, tierna adolescencia... ―Con una mirada henchida en orgullo, dejó escapar una tenue risilla―. Perdona, no quería interrumpirte. Sigue con tu historia.

―¡Resulta que al final tenía razón con los momoolin! ―Se señaló con uno de sus pulgares―. ¡Había una ciudad subterránea bajo Coaltean cavada por ellos mismos! ¡Resulta que los Tennath son amigos de su Dragón y han colaborado con ellos todo este tiempo! Les ofrecieron su... Bueno, Dan lo llama «Favor», pero Amelia lo describió como «digitalización». Con ella, Mirei puede...

―Hacer todo lo que hace un momoolin con su elemento afín. ―Asentí con la cabeza. Ya había visto la evidencia―. Aunque, por lo visto, necesita la ayuda de Runi. No sé cómo funciona esa tecnología tan avanzada, pero creo entender poco a poco la lógica que está haciéndolo funcionar así y... Quizá me sirva para hacer unos ajustes en mi nuevo proyecto. Recuérdame pedirle a Mirei que me construya unas lentes de aumento mecánicas. Las voy a necesitar.

―¡Ay! ¡Cierto! ―Los ojos de la costurera se iluminaron. Le encantaba escucharme hablar de mi trabajo tanto como a mí compartir mis hallazgos con ella―. Ibas a probar cosas con el metal eteroalquímico, ¿no? ¿Algún resultado? ¿Alguna teoría?

―No tuve demasiado tiempo, pero las primeras pruebas que he hecho son bastante halagüeñas. Las propiedades especiales de este metal son ―y no me gustaba usar esa palabra a la ligera― prácticamente mágicas. Capaces de alcanzar cotas alquímicas que solo los más sabios de esta estrella serían capaces de entender. Me pregunto si el viejo Barkee ha tenido alguna vez la oportunidad de experimentar con él. Podría responderme tantas preguntas...

Suspiré. Entrar en un campo de estudio totalmente nuevo sin apoyo de un mentor era algo tan aterrador como emocionante. Se trataba de un metal mítico del que existían tantos mitos como rumores certeros, y nadie en la comunidad parecía tener claro qué era qué. ¿Realmente lo habían creado los cuatro Dragones? ¿Venía del corazón de la estrella? Era imposible tenerlo claro, pero poco a poco podría ir solventando las pequeñas incógnitas. Y la caótica situación que estaba viviendo hacía que todas las facetas de mi trabajo sirvieran de fuente de inspiración.

―Pero sigo sin dar con la tecla en el proyecto de los Tennath ―confesé finalmente―. Falta algo y no tengo ni pajolera idea de qué es.

―¿Qué? ¡Si tus resultados son increíbles! ―Me intentó animar agitándome los hombros con fuerza―. ¡Como poco, vas a revolucionar la agricultura!

―Y la síntesis de materiales infusionados está empezando a cuadrar, sí ―afirmé―. Recuérdame traerte alguno de los tejidos experimentales, quizá puedes sacar algo interesante de ellos. No, donde me he topado con un muro insalvable es con el éter protector... Ya es complicado de por sí sintetizarlo... Imagínate condensarlo en un núcleo. Necesito más tiempo, pero mi intuición me dice que...

Agaché la cabeza.

―¡No hemos venido a deprimirnos! ―chilló Lilina―. De hecho, si estamos aquí es para que os cuente mi historia, no para una de las clases teóricas del profesor Rory. Que no es que estén nada mal, pero...

La muchacha chasqueó los dedos.

―¡Y ahora, la parte que todos habíais estado esperando! ―Se puso en pie y jaleó el ambiente con los brazos―. ¡La de los cotilleos!

La mirada de la hermana mayor, embelesada con mi discurso hasta ese momento, se tornó pícara de repente. Con un gesto que algunos podían calificar de teatrero, cruzó las piernas y aireó sus rizos azabaches, lista para lo más jugoso del desayuno.

Yo, por mi parte, di un sorbo al té fingiendo, probablemente no con mucho éxito, que la cosa no iba conmigo.

―¿Recordáis el incidente con Dan en la mansión? ―Ni siquiera esperó nuestra respuesta para seguir hablando―. Ya sabéis, cuando me retó a un duelo pensando que era Mirei y... Vaya, no hace falta que diga cómo acabó la cosa.

Jugueteó con las puntas de su pelo, como si estuviera algo avergonzada.

―Parece que se arrepiente del malentendido y, para compensarme... ¡Me ha prometido instruirme en combate! ―bajó el volumen a niveles casi imperceptibles―. Y bueno, también está lo de los piropos. Creo que le gusta mi nuevo peinado. Será raro... pero qué mono es.

―Me lo voy a pasar fenomenal con esto. ―Jenna me dedicó una mirada cómplice que me llenó de nostalgia―. Así que... derritiendo al rey de hielo. Bien hecho, jovencita. Bien hecho.

―Es mejor chaval de lo que parece ―dije―. Está claro que el que le cueste tratar con los demás no tiene por qué decir que no quiera hacerlo. En cuanto empiezas a entender las sutilezas de forma de actuar y eres capaz de ver las grietas en todos esos muros falsos que se pone encima, te das cuenta de que lo que hay debajo es... una buena persona que está perdida.

―¿A que sí? ―Lilina parecía bastante contenta por lo que decía―. Quiero decir... No es impresión solo impresión mía, ¿no? Si a pesar de sus problemas ha logrado que tú confíes en un noble... Tiene que ser por algo.

―No digo que confíe del todo aún, pero... No creo que tenga malas intenciones ―admití―. Lo que me sorprende, en realidad, es que Mirei haya cambiado de opinión sobre él de la noche a la mañana. Digamos que no es alguien capaz de atrapar los matices tan rápidamente.

―Ah, cierto... Estabas demasiado dormido para enterarte de esa parte cuando hablamos de ella: por fin se batieron en duelo... ¡Y fue glorioso! ―Chocó sus puños entre sí―. Parece que era todo lo que necesitaban para entenderse de una vez por todas.

―¡Venga ya! ―refunfuñé, al borde de la indignación―. No me vengas tú también con esa chorrada de conectar los corazones a través de los puños.

―¿De qué te extraña a estas alturas? ―dijo Jenna mientras jugueteaba con su tenedor―. Sabes perfectamente que es algo que haría Mirei... y, por ilógico que pueda sonar, es la forma que tiene su cabezota de procesar las cosas.

―¡Di que sí! De hecho, fueron más o menos las palabras que usaron en esa jaula. Diría «exactamente», pero admito que podría estar algo distraída por la falta de camisetas en ese combate ―Lilina se recostó hacia atrás con actitud chulesca―. ¿Qué? No me miréis así. Los dos lo estaríais. No tengo ni que mencionar qué pinta tiene Mirei cuando se pone deportiva... Y lo que hay debajo de esa armadura mecánica no está nada mal tampoco, os lo prometo.

―Todo un espectáculo para una adolescente con las hormonas revueltas, entonces ―bromeó la hermana mayor. Tras una mirada al resto de la mesa, añadió―. O... bueno, vale, para cualquier persona con dos ojos en la cara, para qué engañarnos.

―Lo más sorprendente de todo es que, a pesar de su experiencia, Mirei tenía las de perder. Os lo diré yo, que he sufrido los golpes de los dos en mis carnes. ―Se acarició las costillas y soltó un quejidito―. Ese chaval es una bestia, sigo sin saber cómo Mirei aguantó con entereza semejante somanta de palos. Pero lo hizo. Y acabó ganando gracias a su ingenio.

―Déjame adivinar... ―Alcé ligeramente la mano en el aire―. Con «ingenio» quieres decir «trampas».

―¡Eh! ―su aprendiza la defendió―. ¡Siguió las reglas del combate al pie de la letra! No es culpa suya que las normas dieran lugar a tantas lagunas, ¿no?

―Típico de Mirei. ―Jenna movió la cabeza a los lados―. No se dejaría ganar ni a propósito.

―A decir verdad, Dan no parecía muy distinto en ese aspecto. Vaya par de cabezotas ―Lilina soltó una carcajada―. De todas formas, no la puedo culpar: había mucho en juego en ese coliseo.

―¿Una respuesta a ese rompecabezas del origen de las estrellas? ―quise saber―. Porque no dejo de darle vueltas y ya estoy empezando a tener mis teorías, pero necesito algún tipo de prueba para avanzar. Eso de que me dejéis tanto tiempo solo en el taller me da hueco para pensar, echar la vista al cielo estrellado y...

Seguía firme en mi hipótesis: la clave de la incógnita tenía que ver con el lugar del que caían los astros... y los números que lo modulaban. Su relación con el progreso anómalo de la tecnología. La densidad de sus apariciones. La motivación del Diluvio Estelar. La razón por la que una única familia era capaz de mantenerse al día con el conocimiento mientras las mentes más brillantes de la ciudad tenían que conformarse con las migajas.

Ya había improvisado un sistema de vigilancia con el telescopio de Mirei, los consejos de Runi y unas implementaciones etéricas. Solo necesitaba encontrar el punto adecuado, tomar unas mediciones y hallar la respuesta. Si lo que estaba suponiendo era cierto, muchos de los misterios de esa era se esclarecerían dejando paso a unas verdades que contaban con el potencial de aterrarme.

En contraparte, tendría el gusto de ganar a Mirei en su propio terreno. Y eso no era algo que ocurriera todos los días.

―Me habéis dado envidia con tanto trabajo de campo y de vez en cuando me gusta estirar las piernas. ―Acentué la frase poniéndome en pie―. Y, para lo que tengo pensado, me vendría bien tener a una sagaz observadora como Jenna de mi lado. La guardaespaldas es opcional, pero estoy convencido de que estará deseando presumir de arma delante de sus hermanos mayores.

―¿Me estás invitando... a ver las estrellas?

De repente, comprendí los recuerdos del pasado que eso avivaría y las posibles implicaciones que podría tener esa invitación, pero no me retraje un ápice.

―¡Es una expedición científica! ―Sabía que no necesitaba justificarlo así, pero confié en que destensara el ambiente y las acuciantes miradas de la adolescente―. ¿Qué tal os viene mañana por la tarde? ¡Yo me encargo de la comida!

―¿Mañana? ―Lilina dio una desconcertante palmada al aire―. Ni de coña. No me has dejado contar el final de mi historia, pero cuando lo haga, entenderás por qué nuestra presencia en Coaltean es imperiosa.

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