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Capítulo 16 - Dan Tennath

La puerta de la sala de control se abrió de par en par al reconocer mis claves de identificación. Como era habitual, Amelia se encontraba en el centro de la estancia, rodeada de una penumbra que solo se veía desafiada por el pálido brillo de las decenas de monitores que la rodeaban.

―¿Me habéis convocado, mi señora? ―clavé mi rodilla en el suelo.

No obtuve respuesta alguna.

―¿Mi señora? ―seguía sin contestar―.Ya veo que mantenéis el empeño en que emplee su nombre de pila para hacer referencia a vuesa persona... ¡Así sea, si bien por esta aislada ocasión! ¡Amelia, ya he arribado!

A falta de réplica, decidí acercarme. Fue entonces cuando me percaté de que uno de los cables que salían de la unidad de control se perdía bajo su pelo para acabar en sus oídos. Rezongué enérgicamente y, sin siquiera planteármelo, lo desconecté de un tirón para traer de vuelta a la joven a la realidad auditiva.

En retrospectiva, fue una idea terrible. Es por todos conocido (al menos, en la Casa Tennath) que, a falta de un sistema de sonido especializado, la unidad central reproduciría la información de sonido desde los altavoces integrados. Debía admitir que, por lo general, se trataba de una función bastante útil para mostrar más fácilmente mis hallazgos o simplemente compartir el hilo musical entre melómanos durante una vigilancia aburrida, si bien la falta de control sobre un fallo mecánico podía eliminar cualquier viso de intimidad.

E intimidad era lo que la muchacha necesitaba en ese momento, haciendo que pagara caro mi breve insubordinación. De nuevo, había cometido el error de no comprobar de antemano qué era lo que tenía tan absorta a Amelia en ese momento. No era la primera vez que la científica empleaba uno de sus «tiempos de compilación» en disfrutar de una de las entregas de ese entretenimiento electrónico que tanto le divertía. En ese caso, estaba volviendo a disfrutar de una de las entregas de Universidad del Lazo Rojo, un título del que gustaba de hablar pero tendía a esconder con recelo cuando alguien entraba en la misma habitación.

No alcanzaba a entender por qué, pero los gemidos que emitían los altavoces, a todo volumen, me dejaron claro sus motivos. Al parecer, todos esos encuentros que la muchacha describía en sus monólogos sobre esas historias no eran algo que los creadores del software hubieran dejado a la imaginación del consumidor... Y, por la naturaleza de las imágenes que llenaban la pantalla principal, era fácil inferir que por qué el rostro de la muchacha se había puesto de color bermellón.

Al menos, así eran las normas sociales. Por mi parte, me costaba ver el atractivo en cualquiera de esas cosas.

―Joder, Dan, ¡qué susto! ―Se giró de repente, no sin antes pulsar una combinación de botones que parase todo ese espectáculo―. ¿De dónde has salido?

―No sois sino vos quien me ha convocado, mi señora ―apunté con una expresión de desconcierto en mi rostro―. Lamento mi falta de premura, mas si me permitís el apunte... No considero propio de una noble...

―¡Bah! ―Soltó algo de aire por la nariz y arrugó los labios. Cuando el tono de sus mejillas volvió a ser pálido como de costumbre, se recompuso y convirtió cualquier retazo de incomodidad en una mueca divertida―. En fin, ni que fuera la primera vez que te encuentras algo así. Culpa tuya por no llamar antes.

―Mas hice tal cosa. ―Fruncí el ceño. No sabía si estaba intentando tomarme el pelo o quería simplemente negar su culpa―. Sea como fuere, descuidad. Como ya sabéis, no profeso interés alguno en la ficción que estaba disfrutando.

―Siéntate, hermanito, que te explicaré por qué UniLaRo mola tanto. ―Palmeó la silla que tenía a su lado con intención de que la acompañara―. Verás, cuando dos personas se quieren mucho...

―Desistid, mi señora. ―Puse los brazos en cruz, quizá de forma demasiado teatrera―. Si bien soy conocedor de vuestro particular interés, ya habéis de ser consciente de que tal imaginería es incapaz de resonar con mi persona.

―¡Ya lo sé, tonto! ―Se abalanzó, juguetona, y me dio un golpecito en la frente―. Un día de estos pasarás la pubertad y te darás cuenta de lo que te pierdes con tu actitud de rey de hielo.

―Considero que dicho momento lo superé tiempo ha. ―Acaricié mi mentón, enorgulleciéndome del vello facial.

―No podríamos ser más distintos, ¿eh?

Por experiencia, sabía que ganar esa contienda dialéctica estaba fuera de mi alcance, así que intenté virar la conversación hacia puertos más productivos. No obstante, no se me ocurría cómo, así que di algo de aire a la científica para que agotara su imaginación antes de continuar con la conversación.

―Sé que soy un incordio a veces con estas cosas, pero quiero que sepas que te comprendo, ¿vale? ―Echó la mirada a un lado, como avergonzada de haber llegado a ese punto―. Es que tampoco tengo tanta gente con quien hablar del tema y eso me frustra un poco, pero... En serio. No te rayes. De verdad. No te convierte en un bicho raro ni nada así.

―Os lo agradezco, mi señora ―respondí intentando alcanzar el equilibrio de calma―. De corazón.

―Pero, como consejo de hermana... ―Aireó su pelo con energía―. Sé más asertivo con eso. Conmigo puedes poner en pie todos los muros que quieras y te seguiré queriendo y entendiendo a mi manera. Pero ten en cuenta que ahora que estás por ahí haciendo amigos, puede que algún día te acaben malinterpretando y yo no siempre estaré allí para sacarte las castañas del fuego. En serio, cuando accedí a eso de que «intimarais a través de los puños» esperaba que al menos tuvieses un mínimo de neuronas funcionando para saber que no puedes ir arrasando con todo.

«Ahora que estaba haciendo amigos». Parecía feliz al decirlo. Y, por algún motivo, su aprobación me hacía sentir mejor conmigo mismo.

―Considerad la lección interiorizada, mi señora.

―Ojalá fuera igual de fácil meter otras en tu cabezota ―refunfuñó―. ¿Qué voy a hacer contigo, Dan?

―Fuere como fuere, ¿para qué me habéis convocado? ―Reconstruí rápidamente mi fachada más servicial―. ¿Ha logrado ya analizar los datos de...?

―Estoy ejecutando las simulaciones finales. ―Tras un cambio de expresión fugaz, señaló uno de los monitores. Para mí, el código que lo recorría a toda velocidad era casi totalmente ininteligible―. Según mis cálculos, aún necesitará un par de horas más, si bien los datos que estoy viendo en las trazas que he establecido son bastante prometedores.

―¿Entonces? ―Me acerqué más al lugar que señalaba, pero seguía siendo incapaz de dilucidar el significado de tantos números―. ¿Para qué se me precisa?

Amelia se puso en pie de un salto y tocó otra de las pantallas con su dedo índice. En ella se reproducían imágenes de una de las cámaras de vigilancia. No tuve que comprobar su número para saber dónde se encontraba. Ni que acercar la imagen a las dos figuras que descansaban sobre la hierba para identificarlas.

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Amelia curvó sus labios ligeramente y me miró por el rabillo del ojo. No necesitaba más para saber qué estaba pensando.

―Comprendido. Pediré a Guri que escolte a nuestras invitadas al interior. ―Me llevé la mano al pecho en señal de reverencia―. Mas... Recordad mis términos, señora mía.

―Que sí, que sí. Si es tu forma de entender a la gente y ella se presta, no soy quién para prohibírtelo. Solo asegúrate de que, yo qué sé, tienes el maldito consentimiento de la muchacha antes, merluzo. Tienes mi bendición para entretenerlas. Necesitaré... ―Se llevó el índice a los labios, pensativa―. Tres horas.

―¿No restaban solo dos para el término del análisis?

―Sí, algo menos de dos para el análisis y unos minutos más para asegurarme de los resultados... pero estás loco si crees que voy a recibir a mi Mirei con estos pelos.

Amelia jugueteó con un asilvestrado mechón y lo enroscó en la montura de sus anteojos accidentalmente. No le faltaba razón: a pesar de sus distracciones, el aspecto del que hacía gala dejaba claro que se había pasado los últimos días casi sin despegarse de su estación de trabajo. No había abandonado la higiene, ni los cocineros de la mansión habían dejado de proveerla de comida nutritiva. Aun así, sus ojeras dejaban clara su falta de sueño y su habitualmente inmaculado maquillaje se había reducido a su expresión mínima, algo inusual para la coqueta mujer.

―Y hablando de eso... ―Me lanzó una mirada afilada―. Quizá deberías decirle algo a Lilina sobre su nuevo peinado cuando la veas... Sé que no eres especialmente observador en lo que al físico de los demás respecta y que la zalamería no va con tu personalidad. ¡Pero para eso tienes a la experta en vínculos sociales! Ya sabes, quizá un piropo ayude después de vuestra desavenencia.

―Tomaré nota.

***

―Veo que aún no han sido capaces de superar el primero de los retos. ―Estiré el cuello hacia los lados, generando un vetusto crujido―. He de decir que me sorprende que no hayan reparado en que la clave reside en su simpleza. ¡Ah, estos científicos y su adicción a la complejidad!

El momoolin se llevó una de las zarpas a la boca y movió la cabeza imitando una exagerada risa humana. Decidí acariciar su cabeza y le hice las señas pertinentes para que me procurara un taburete de roca sobre el que sentarme.

―No me mires así, no solemos tener muchos invitados en esta entrada ―Rasqué a la criatura por debajo de su barbilla y se retorció―. ¡Es mi territorio! ¿No es normal que esté tan emocionado, Guri?

Barrí la pequeña estancia con el brazo para recordarme que, en efecto, su decoración era parca: los muros estaban falsamente grabados para imitar una pared de ladrillo, un par de plantas de hoja rosada que mantenían a duras penas su frondosidad gracias a las pócimas de un alquimista ocioso, unos cristales etéricos de tono cálido y una desgastada alfombra era todo lo que había en la estancia.

―El pórtico del guerrero, lo denominábamos en su albor. ―Acompañé las palabras con los gestos oportunos para que Guri me entendiese mejor―. La idea era sencilla... Un acceso al Núcleo en el que los Tennath probarían a los mejores contendientes. Los mejores mercenarios de Coaltean. Los que serían dignos de ayudarnos en nuestra empresa... Cuánto me hubiera gustado ser quienes los pusieran a prueba, mas Padre terminó por desestimar el proyecto. «No será el músculo, sino la mente y el corazón de este lugar el que nos guie».

Unas palabras dotadas de hermosura, pero en última instancia unas que dejaban en segundo plano a alguien que no conocía otro estilo de vida que el de la espada. Al menos, logré que no acabara por desmantelar las instalaciones y me cediera, en cierto modo, el control sobre ellas. Con el tiempo, se habían vuelto mi lugar de entrenamiento, mi santuario. Y un lugar perfecto para saciar mi sed de curiosidad.

―No suelo exigir mucho a la familia que me aceptó en su seno, aunque todos consideraron razonable mi sugerencia. ―Me aferré al mango de Adresta y sentí el éter que la recorría, como si buscara su aprobación―. Si Mirei Rapsen quiere ganarse su lugar entre nosotros... Ha de ser bajo mis condiciones.

Me miró con cara curiosa, sin un solo gesto.

―¿Muy fastuoso por mi parte? Me conoces bastante bien, sí. ―Eché la cabeza hacia atrás―. Y por eso sabes mejor que nadie el reto que me supone conectar con la gente. Cuánto... Ya sabes. Mi lenguaje no es el de las palabras, sino el de los gestos. Que sea esta la entrada a la que ha llegado no es mera casualidad.

La respuesta consistió en un único ademán. Breve, contundente y enérgico. Y, sin más palabras (ya fueran habladas o en mímica) que compartir, el momoolin me concedió por fin el taburete y decidió hacerse un ovillo junto a un cristal térreo.

―En fin... Gracias por escucharme, amigo mío.

Tomé asiento en el improvisado mueble y fijé mi vista en la enorme puerta metálica que me separaba de las visitantes. Aunque estaba tentado a comprobar el metraje de la cámara que las vigilaba, decidí esperar pacientemente e inferir su desempeño a través de las voces que se filtraban a través de los respiraderos.

―¡Vi a ese tío empujando una igual que esta en la mansión! ―Esa debía ser la joven Lilina, que chillaba de forma enérgica―. ¡Seguro que, si juntamos nuestras fuerzas, podremos...!

―¿Un metal de esta densidad? ¿Con unas bisagras tan mal mantenidas? Bueno, quizá sea posible, pero... Me cuesta creerlo. ―Paró unos instantes y golpeó el metal con los nudillos, haciéndolo resonar a ambos lados―. ¿No es más probable que haya usado esa armadura que siempre lleva encima? Si le permite volar... ¡O igual tiene un cacharro de esos! ¡Como Runi!

―¿He oído mi nombre? ―dijo una voz mecánica, probablemente la de la IA que habíamos dejado a su cargo―. ¡Claro que sí! ¡Yo te daré toda la fuerza que necesites, Mirei! ¡Solo tienes que pedírmelo! «Runi, conviértete en un mazo y hazle una abolladura a esta maldita puerta». No suena mal, ¿verdad? ¡Conmigo podríais abrir la puerta sin despeinaros!

―¡Pero queremos despeinarnos! ―protestó la aprendiza―. Si él la pudo abrir sin recurrir a las máquinas, ¡yo también!

Solté una pequeña carcajada para mis adentros. No había ni trampa ni cartón: si las puertas no estaban selladas, era fácil abrirlas sin hacer uso de nada que no fuera la fuerza bruta... Pero las personas capaces de lograrlo se contaban con los dedos de una mano. ¿Estaría Mirei Rapsen entre ellos?

―¡Esa no es la forma intencionada! Aunque, para ser justos, mi sugerencia tampoco lo parecía ―se quejó de nuevo―. Venga, Mirei... ¡Sabes que con mi ayuda puedes hacerlo! ¡Déjame transformarme en unos guanteletes de fuerza!

―Hemos probado la intencionada y solo se ha movido unos centímetros. Quizá sea culpa de que alguien me ha drenado las fuerzas para hacer uno de sus experimentos.

―¡A mí no me mires! ―pitó la voz―. Estoy tomando tus constantes vitales y pareces bien recuperada.

―¡Olvidas la fuerza de espíritu! ―ladró la mayor―. ¡Eso no se mide en bits ni en bytes!

―¡En fin! ¡Haced lo que queráis! ―se rindió la máquina―. Pero que sepáis que me siento ignorado en este grupo.

―¡Es que nadie te ha invitado! ―se burló Lilina―. ¡Te has encalomado sin avisar!

―¡Ya, claro! ―se enfurruñó de vuelta la máquina―. ¡Pero luego bien que pedís ayuda al bueno de Runi cuando os hace falta!

―¿Te queda mucho, Lilina? ―quiso saber la maquinista, ignorando la voz mecánica.

―¡No! ¡Todo listo por mi parte! ¿Haces los honores, Mirei?

―¿No prefieres llevarte la gloria tú? ―el tono se tornó progresivamente jocoso―. Anda, dale. Quizá con un logro así te lleves unos cuantos puntos con...

―Anda, cállate ―la adolescente interrumpió a su hermana con una clara vergüenza en su tono―. ¡Tú lo has querido!

―¡No me responsabilizo de lo que estáis haciendo, chicas!

No entendí claramente lo que estaban tramando, pero sin duda, la sorpresa de la que hablaba fue mayúscula. En unos instantes, el portón se desplomó con un violento estruendo y una nube de polvo que me tomaron desprevenido. De alguna forma, se las habían apañado para descolocar la puerta y forzarla a caer por su propio peso. Guri, cuando entendió lo que había ocurrido, se limitó a alzar su mano de forma despreocupada. Su anillo brilló instantáneamente para reforzar la zona del impacto y, cuando tuvo certeza de que los túneles resistirían, se encogió de nuevo.

Aun así, tenía que mantenerme firme. Taciturno. Misterioso. Darles la bienvenida con la que siempre había soñado.

―Magnífico ―Incliné la barbilla hacia arriba y dirigí mi mirada a las presentes.―. Como cabría esperar de mis invitadas, habéis logrado superar mi pequeña prueba con una metodología tan poco ortodoxa como digna de mención. Mas me admito curioso: ¿podrían haber desplazado la puerta con su propia fuerza de habérselo propuesto? El potencial, claramente estaba ahí.

―Así que eras tú. ―Fue la maquinista de pelo lavanda quien me fulminó con la mirada―. Por lo menos, esta vez te estás dignando a dirigirme la palabra. Supongo que es un avance.

La hermana pequeña protestó más enérgicamente, pero Mirei Rapsen no necesitó más que la fuerza de un brazo para retenerla en el sitio. Tras patalear durante unos instantes, acabó rindiéndose, dándome el momento perfecto para ponerme en pie, extender mi brazo con cortesía y vocalizar una frase que mi mente había estado ensayando durante tanto tiempo.

―Sean bienvenidas, huéspedes mías, al Núcleo.

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