―¡Adjudicado! Por dieciocho áureos, el vigésimo lote pasa a ser propiedad de nuestro patrocinador número treinta y dos ―confirmó el presentador de la subasta tras ver que no había más palas en el aire―. ¡Enhorabuena por su adquisición!
―¡Y esto concluye la primera parte de la subasta! ―anunció la mujer―. Si lo desean, pueden disfrutar de unos cócteles y postres, cortesía de la casa, en la sala contigua mientras nuestro equipo comienza a preparar los lotes restantes.
Aunque mi estómago estaba totalmente a rebosar, la palabra «postre» me hizo levantarme como un resorte, y parecía que no era la única que había tenido esa reacción, ya que la sala se desalojó como si en lugar de músicos, el escenario estuviera lleno de personas avisando a gritos de un incendio. Solo quedaron en la sala algunos de los ganadores de las pujas celebrando (e incluso probando, en algunos casos) sus nuevas adquisiciones y algún que otro noble demasiado beodo para mantenerse en pie.
El ambiente en la otra habitación volvía a ser una copia a carboncillo de lo que habíamos visto en el mirador del jardín: un montón de ricachones hablando sobre dinero, empresas e inversiones. Algunos intentaban compartir algunos consejos prácticos sobre la subasta, pero eran tan poco intuitivos que me perdí a la mitad del diálogo.
―Voy a estirar las piernas ―avisé a Rory―. Si quieres que te traiga algo, es el momento para pedirlo. Tienen la coctelera calentita, por lo que parece. Menudas peripecias se marcan.
―¿Después de tanto vino? ―Pude atisbar un pequeño bostezo antes de que se tapara la cara con elegancia―. Salvo que tengan una de esas cafeteras de motor de vapor como la que han vendido por cincuenta áureos en la barra, creo que pasaré.
―Cincuenta áureos es una burrada por un cacharro así, pero... ―Intenté hacer cálculos mentales―. Conseguir un funcionamiento óptimo y que los circuitos de vapor se mantengan ajenos entre sí sin desestabilizar la temperatura es bastante complicado, pero no creo que todo el invento costase más de seiscientos argentos. Solo están pagando las piedras engarzadas.
―Un engañabobos es lo que es, ya te lo digo yo ―farfulló como un anciano―. Que sí, que es una maravilla tecnológica, pero lo que estaban comprando no era más que una escultura glorificada.
―Entonces, ¿una copita? Invita la casa.
―Creo que pasaré. ―Ondeó el brazo―. Con que uno de los dos llegue a casa como una cuba es suficiente.
Tras soltar una sonora carcajada (que, sin duda, alertó a varios de los nobles que nos rodeaban) decidí marchar a la barra y pedir un cóctel. Tenía la oportunidad de disfrutar de los lujos de la alta cuna por un día, y no iba a inhibirme. Como no tenía muy claro qué pedir, la barman decidió sorprenderme con una mezcla de granadina y licor de acireza. Y, para maridar, un pastel de nata.
Menudo tren de vida.
―Te encontré, Mirei ―susurró una voz en mi oído mientras hincaba el diente al postre―. ¿O prefieres que te llame por tu título nobiliario inventado? «Duquesa de Kaegsord». Me gusta ese nombre, ¿de qué libro lo has sacado?
Podría decir que razón por la que me quedé helada en el sitio fue la sensación de peligro, como uno de esos animales que se quedan totalmente quietos cuando ven que un enorme ómnibus se acerca inexorable. Sin embargo, eso sería faltar a la verdad. Lo que me heló era algo mucho más mundano, si bien difícil de justificar: que una voz tan extrañamente sugerente intimara con mi oído hizo que se me erizara el vello.
Sentir el aliento de alguien amenazándote era esa yuxtaposición de lo simple y lo extrañamente retorcido que mi mente se quedó traqueteando durante unos elongados segundos. En ese tiempo, razonó la situación. Sabía perfectamente qué (o a quién) iba a encontrarme a mis espaldas. Y eso me volvía un poquito más reticente a girarme, si cabía.
Al fin y al cabo, solo tenía una oportunidad para dar la segunda primera impresión adecuada a la princesa de Coaltean... y tener la boca llena de pastel no me daba muchos puntos.
―Llevo tiempo buscándote ―siguió hablando a escasos centímetros de mi oído. Intenté tragar el bocado del pastel, pero se me había hecho un nudo en la garganta―. Una vez nos cruzamos, quizá ignorantes de la identidad de la otra. Y a pesar de ello, llamaste mi atención. Sigo sin estar segura de por qué: ¿fue por el potencial que intuí en ti? ¿O fue simplemente porque te encontré atractiva? ―Paró para eliminar la poca distancia que aún quedaba entre nosotras―. Visto lo visto, los avatares del destino nos han dejado una y otra vez fuera del camino de la otra, casi en una danza perfectamente calculada. Casi. Solo mostrándonos en la distancia, como burlándose de mis esfuerzos en desafiarlos para lograr este momento. Y, por fin... Henos aquí. ¿Puedo invitarte a una copa... en privado?
Aunque las piernas me temblaban por la peligrosa mezcla de un corazón palpitante y algo más de alcohol del que debería haber en mis venas, reuní el coraje para girarme en su dirección. Sí, tenía claro a quién me iba a encontrar a mis espaldas. Sabía, aunque fuera tras un único vistazo, qué aspecto tenía en su día a día, pero mi mente flirteaba con todas las distintas formas en las que se podría haber engalanado para la ocasión.
Tenía que admitir que el no haber considerado la posibilidad de que la realidad superaría a la imaginación fue un error. ¿Cómo alguien podía estar tan increíble con una bata de laboratorio encima?
―E-esto... ―Noté cómo la cara empezaba a arderme. ¿Por qué estaba actuando como una adolescente tímida?―. ¡Sí! ¡Claro!
―Bonito vestido, por cierto. ―Me guiñó el ojo y recorrió mi antebrazo con su mano. Parecía divertirse al ver que me estremecía un poco―. Aunque no me acaba de gustar que ocultes tus cicatrices. Al fin y al cabo, son las que te hacen ser quien eres. Deberías estar orgullosa de ellas. Sin embargo, me atrevo a suponer que tendrás tus razones. Déjame adivinar... «Infiltración», o algo así. ¡Ay, hermanos Rapsen! Sois bastante ingenuos si creéis que podéis burlarme en mi propia casa. Mas no os preocupéis: estoy de vuestro lado. ¿Me sigues, por favor?
Aunque estaba segura de que iba totalmente en contra del protocolo, la noble me dio la mano. Parecía perfectamente calculado, ya que me rodeó (puede que con la excusa de ojearme mejor, aunque quizá me estuviera imaginando cosas) para sostenerme por el guante que no estaba ocupado por Runi. Él se dio cuenta y vibró levemente en señal de queja.
Con no más que un leve gesto, todos los guardias que custodiaban las escaleras cedieron el paso a la heredera sin hacer una sola pregunta. Ambas ascendimos en silencio (uno incómodo para mí, pero claramente divertido para ella), aunque en un momento dado, la chica se llevó la mano libre al oído y musitó algo inaudible. Cuando llegamos a la planta superior, no tuvo más que pulsar un botón para que un pesado portón se abriera con el chirrido del vapor al que la mansión ya me tenía acostumbrada.
―Solo unas pocas escaleras más ―aseguró, tirando de mi mano en un arrebato de emoción.
No mintió. En cuestión de segundos, llegamos a la azotea, donde uno de los sirvientes nos había preparado una pequeña mesa a la luz de las lunas. Sin mediar una sola palabra, sirvió vino en las dos copas y se marchó para dejarnos con la única compañía del murmullo lejano del resto de plantas.
―Bueno... Tampoco quiero que cojas frío. ―Dio unas palmadas, haciendo que varias antorchas se encendieran a su alrededor―. Aunque quizá el éter de agua que corre por tus venas pueda protegerte de las temperaturas bajas, quién sabe.
Me debatí entre darle una respuesta ocurrente o cuestionar lo que había sugerido, pero ver cómo se quitaba la bata de laboratorio para dejarla en el respaldo de la silla fue una distracción demasiado grata como para poder pensar en una réplica mordaz en poco tiempo.
―Llevo días esperando este momento. ¡Por fin, un rato para las dos! ―sonrió pícaramente―. Sé que quieres hacerme muchas preguntas. Huelga decir que yo a ti también. Pero antes, entretengamos a nuestro amiguito para que nos deje realmente en paz...
Rozó mi guante con la punta de sus dedos. La máquina pareció alegrarse, pero yo solo pude estremecerme.
―Runi, ¿verdad? ¡Claro que tenías que ser tú! ―¿Estaba fingiendo la sorpresa para que me enterase de qué iba la cosa?―. Ya se me hacía raro tener a un hacker en la red. Especialmente, cuando nadie en esta ciudad debería saber qué es un hacker... O una red.
―¡Eh! ―exclamó el aludido en un tono áspero―. ¿Sabías que...? ¿Y aun así...? ¡Ya veo! ¡Vaya que si veo!
―Ahí tienes la identificación biométrica que buscabas ―interrumpió de forma tajante―. Diviértete con lo que encuentres. Eso sí, no te lo he puesto fácil: sé perfectamente cuánto vas a tardar en descifrar cada uno de los archivos a los que te he dado acceso... Y también sé que no tienes tiempo para hacerte con todos. Elige sabiamente.
If you spot this narrative on Amazon, know that it has been stolen. Report the violation.
―Así que trabajas con Rory ―fue lo primero que me atreví a decir. Mi voz aún temblaba un poco―. Me ha hablado mucho de ti, pero no esperaba que fueras tan...
―¿Curiosa? ¿Metomentodo? ¿Sorprendente? ¿Excéntrica? ¿Sexy? ¿Inteligente? ¿Atípica?
―...así. ―La elocuencia no estaba de mi lado, claramente―. Me cuesta... Hacerme una imagen clara de ti.
―Puedes mirarme todo lo que quieras hasta que lo hagas, entonces. ―Pegó los labios a su copa―. Recórreme con esos ojos tan bonitos que tienes.
Sentí cómo la sangre se me concentraba en las mejillas.
―¡No, no hablo de...!
―¡Ya lo sé! ―Soltó una carcajada, cambiando totalmente el tono del ambiente―. ¡Qué fácil es burlarse de vosotros! Sí, Mirei. Sé que soy rara. Sé que es tan difícil para vosotros confiar en los nobles como haceros pasar por uno de ellos. Especialmente en alguien... como yo. De verdad, soy más que consciente de lo difícil que es para mí dejar mis intenciones claras, pero...
No podía dejar que la joven me confundiese. Había venido a por respuestas y las iba a tener. Aunque... ¿era eso una especie de cita? ¡No, Mirei! Me golpeé la frente con tanta fuerza para espabilarme que alerté a la muchacha, que dio un respingo hacia atrás.
―Sabes cosas que no deberías saber de nosotros ―aseveré la voz. Por desgracia, la forma en la que me temblaba el labio inferior era tan visible que no iba a poder engañar a nadie―. Imagino que podrás darme una explicación sobre eso.
―A su debido tiempo, Mirei. ―Se ajustó las gafas, divertida por la situación―. Por ahora, te contaré una verdad a medias: nuestra familia tiene suficientes conexiones como para saber todo lo que sabe.
No estaba segura de si la respuesta me satisfizo lo suficiente o si simplemente no me atrevía a indagar más, así que cambié de tema.
―¿Y qué puedes decirme de Runi? ¿Qué es exactamente? ―¡No podía concentrarme si seguía acercándose así!―. Dice que ha encontrado en su interior el nombre de Dan Tennath. Podrías... ¿contarme algo de eso?
―¿De este pequeñín? ―Volvió a recorrer mi mano y subió poco a poco por el brazo.
No pude evitar ver cómo se sonrojaba mientras lo hacía. Cuando llegó arriba del todo, se aferró a mi hombro y me miró a los ojos. Si tenía algún tipo de defensa emocional, se había desmoronado. O, directamente, derretido.
―Venga, eres lo suficientemente lista como para saberlo.
―Una máquina ―racionalicé―. Una muy avanzada, que se escapa a mi entendimiento. Esa parte es evidente, supongo.
―¡Bingo! Muy por encima de lo que la tecnología de vapor puede ofrecer, sin duda alguna. ―Dio un par de palmadas alegres en el aire, confundiéndome aún más con su actitud―. Ya lo has visto abajo, ¿no? La mayoría de lo que producimos en la mansión está basado en los motores de vapor. Un poco viejuno para mi gusto, pero por algún sitio habrá que empezar para que la gente de a pie se sienta cómoda. Pero, poco a poco, el nivel va subiendo. Tiene que hacerlo. Que la gente aprenda es la única forma de...
―Ajá.
―¿Alguna vez te has encontrado alguna máquina indescifrable en tus aventuras? ―Dejó su frente sobre la mía, lo que hizo que el corazón se me parara durante un par de pulsos―. Ya te lo digo yo: sí. Pero no has sabido qué hacer con ella. En el mejor de los casos la has desmontado y aprovechado las piezas. ―Se alejó de nuevo para ilustrar su decepción con aspavientos―. El mejor para ti, claro está. Para la ciencia maquinista de Coaltean, toda la tecnología que vaya más allá de la computación es una gran incógnita. Y una unidad AlruneOS es, probablemente, el escalón más alto en todo eso. Te ahorraré los detalles, pero si quieres buscarle un nombre, lo que buscas es «IA».
―Ni siquiera sé lo que significa eso ―suspiré, alicaída―. Podrías estar inventándote palabras y burlándote de mí, pero por lo emocionada que te veo... No puedo sino creerte. Vale, dime qué es una IA de esas.
―¡Ah! ¡Otro secreto de familia! ―Guiñó el ojo―. Quizá tu buen amigo Runi pueda llevarse algo de información relevante a casa para contártelo. Pero estoy segura de que eres tan inteligente como fuerte. ―Sin respeto alguno por mi espacio personal, volvió a acortar las distancias, recorrió una de sus uñas por mi cuello y dejó escapar una sonrisilla con un ligero deje nervioso.
No sabía si verla alternar entre la ilusión por la ciencia y unos intentos de flirteo que cada vez parecían más torpes era adorable o desconcertante, pero tenía claro que era algo que dificultaba mi capacidad de tomar decisiones.
―Y, aunque algo primitiva, tu forma de trabajar es una inspiración. ¿Modificar fraguas etéricas con submotores de vapor? ―La noble se puso de pie y su torrente se descontroló del todo―. ¿Adaptar acumuladores energéticos para compatibilizarlos con cristales de éter? Muchas de esas cosas no se me hubieran ocurrido en la vida. ¿Y Rory? ¡Otro genio!
Amelia paró de hablar de repente. Sobresaltada, se volvió a llevar la mano al oído. De repente, su expresión ilusionada se sustituyó por un ceño fruncido. Inspiró algo de aire con la esperanza de relajarse, pero solo sirvió para que sus pulmones tuviesen más fuerza al gritar al cielo estrellado.
―¿Que has hecho qué? ¡Qué cojones, Dan! ¡Ni señora ni señoro! ¿Cuándo vas a tratarme de una maldita vez como...? ¡Pues claro que no es...! ¿Es que eres imbécil? ¡Pues claro que lo sé! ¡Mirei está aquí mismo! ¡Conmigo! ¡Y estás cargándote un momento! ¡Pues claro que deberías hacer algo! ¡Ipso facto! Te parecerá bonito. Mira, déjame tranquila. Arregla las cosas y no me hables más.
Se separó la mano del oído.
―¿Debo interponerme por alusiones? ―Arqueé la ceja―. Quiero decir, me ha parecido oír mi nombre.
―Deberías ―Aunque aún sonaba un poco gruñona, recuperó la actitud jovial que estaba teniendo conmigo―. Está todo controlado. Te lo prometo. De verdad, ¿por dónde íbamos?
―¿Está Rory bien? ―No podía retomar la conversación sin saberlo.
―Por lo que parece, bastante frustrado porque el precio final del único lingote de metal eteroalquímico de la subasta haya superado los doscientos áureos. Quitando eso, perfectamente. La otra chica de Rapsen que se ha colado aquí, Lilina, en cambio...
Mi espíritu de hermana mayor protectora salió con fuerza. Apreté los puños y tensé los brazos. El éter de mi cuerpo se volvió a desequilibrar y sentí que me oprimía el pecho, pero no dejé que eso me frenara..
―Se ha metido en una pelea con mi hermano. ―Chasqueó la lengua―. El muy imbécil la ha confundido contigo.
―¿Está bien? ―Siquiera digné la última parte―. Como le haya pasado algo.
―Lo estará, de verdad ―me aseguró. A pesar de mi postura intimidante, me miraba con firmeza y seguridad. Tanto, que se permitió volver a tomar asiento―. En cuanto se dio cuenta de su error, decidió echarla de la mansión. Al parecer, Guri la ha llevado a casa.
―¿Quién es...? ―suspiré hacia el lado, destensando por fin mis músculos―. Bueno, eso da igual. Si está bien, ya le echaré la bronca cuando se recupere. Y más le vale a ese caballero enlatado que lo esté.
Con la inercia de la cita estampada contra un muro, compartimos un silencio incómodo que no parecía acabarse. Tras un par de titubeos que parecían ir a ninguna parte, Amelia decidió romperlo levantándose de la silla y acercándose peligrosamente (en el sentido menos estricto pero más atractivo de la palabra) a mí.
―¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí! Hablábamos de Runi, de computación y de trabajo. Hay muchas cosas que quiero contarte, pero que me aspen si no me tomaría meses.
―Soy buena estudiante. ―Me crucé de brazos con actitud vanidosa. Por algún motivo (o porque la última copa de vino me estaba empezando a subir a la cabeza), había mermado mi timidez―. Quizá solo fueran semanas. Pero si responde mis preguntas, adelante.
―Ay... ¡Me encantaría! ―Dibujó una sonrisa sincera en su rostro, de oreja a oreja―. Pero... ya sabes, la parte negativa de pertenecer a la nobleza es disponer de mucho menos tiempo del que me gustaría para estas cosas. Podría intentar escaparme de tanto en cuando, pero... Créeme, no es que ...
Se quedó pensativa por un instante, incapaz de completar ninguna de sus frases. Tras unos segundos vacíos, cambió la expresión de la cara y el tema.
―Bueno, ya veremos. ―Jugueteó con las patillas de sus gafas―. Por ahora, aprovechemos el momento. También sé que tienes... otras dudas. Unas que probablemente ni hayas vocalizado aún. Unas cuya formulación desconoces. Pero, sin duda, cuestiones que existen en este mundo y poco a poco podremos responder si trabajamos juntas. Así que te propongo un trato. Uno que quizá suene raro, pero el más honesto que he ofrecido en mi vida.
―Te escucho.
La muchacha chasqueó los dedos y unas figuras etéreas como las de la recepción se dibujaron en el aire. Igual que había ocurrido antes, estas también empezaron a tocar música. Una tonadilla algo más lenta, con instrumentos de cuerda. Echó un breve vistazo a las estrellas, dibujó una mueca nostálgica en su rostro y me extendió la mano.
―Concédeme este baile. A cambio, te daré la pregunta que aún no sabes que quieres hacerte. ―Dio un par de pasos con elegancia y me extendió la manos―. La incógnita que has de despejar para llegar a todas las respuestas. Cuando sepas responderla, te contaré todo lo que sé. Todo lo que soy. Esa es mi promesa.
―¡J-Ja! ―El nerviosismo ante tal propuesta era genuino―. ¡A... a menuda has ido a buscar! ¡No sabes cómo de desastre soy bailando!
―Inténtalo. ―Se asió de mí y, de puntillas, acercó sus labios a mi oreja para susurrarme. Fui incapaz de disimular cómo me estremecía―. Nadie te va a juzgar. Bueno, si lo haces muy, muy mal... quizá lo haga un poquito. ¿No decías que eras buena estudiante? Demuéstramelo.
Sin pretensión alguna de sutileza, puso una de sus manos en mi cadera y recorrió mi cuello con la otra. Todo el éter de agua que me recorría debía haberse convertido en vapor en cuestión de segundos. No descartaba que mi noche acabara conmigo batiéndome en duelo con uno de los Tennath, pero... ¿un baile? ¿Tan pegadas? Eso quedaba totalmente fuera de mis expectativas más salvajes sobre la velada.
La noble empezó a guiar la danza ante mi nerviosa rigidez, juguetona. Yo no sabía qué hacer y ella parecía disfrutarlo con esa sonrisa tan malévola y picarona que me estaba regalando. Así que cerré los ojos esperando que un milagro me sacara de la situación y, al abrirlos, vi que alguien había respondido mis plegarias con un mensaje en el cielo nocturno.
Mi primera reacción fue pensar que se trataba simple y llanamente de magia: un montón de estrellas fugaces caían al mismo tiempo con rumbos erráticos. Pero en pocos segundos el cielo convirtió la calma de la oscuridad en un fulgor anaranjado que olvidaba lo que se suponía que debía ser la noche. Las lunas, que unos instantes antes crecían con seguridad en su inmaculado tono plateado, brillaban en el mismo rojo que las estelas de los meteoros en su color.
Aunque la caída de los astros fuera una señal de prosperidad cada vez más frecuente en nuestro firmamento, nunca nadie había presenciado un evento similar. La visión que nos acompañaba se mostraba tan bella como aterradora, apelando de formas opuestas a las distintas facetas del yo. Por un lado, el alma creativa disfrutaba de la imagen que tenía delante pero la mente racional, acobardada en un rincón, no podía sino preocuparse por sus implicaciones.
Teníamos frente a nosotras una estampa que cualquiera que hubiera presenciado en primera persona sería incapaz de olvidar mientras viviera. Una a la que los historiadores, en su afán de encontrar una etiqueta perfecta para cada uno de los acontecimientos de nuestros tiempos, no tardarían en dar un nombre...
El Diluvio Estelar.