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Capítulo 15 - Lilina Rapsen

Habían pasado ya varias semanas desde el Diluvio Estelar. Al principio, las preocupaciones de los moradores de Coaltean eran las que podrías esperar de cualquier persona que ve el cielo arder: llenar las despensas y botiquines todo lo posible, guarecer un poco sus viviendas y enfrentarse a lo que, en esencia, se clamaba popularmente como el fin del mundo.

Los primeros días era bastante frecuente encontrarse a gente desorientada por el evento y la respuesta de los nobles no ayudó demasiado: con los Tennath más centrados en las consecuencias internacionales que en la política local, el resto de las familias no sabía claramente qué hacer ante la agitación de un pueblo que buscaba respuestas que nadie era capaz de dar. Se habían acomodado a un segundo plano y, cuando se les necesitaba, eran incapaces de hacer nada que no fuera sacar a los guardas para evitar las confrontaciones que el abastecimiento inicial causaba.

Por suerte, las cosas empezaron a estabilizarse y los habitantes de la ciudad relajaron su histeria colectiva. Si bien todos habían asumido que eran tiempos de cambio, la mayoría del pueblo podía seguir su vida con normalidad. Aunque, en cuanto corrió la voz de que un montón de máquinas habían regado el terreno, se desencadenó una extraña fiebre por la aventura. Todos querían su trozo del pastel, ya fuera por aprovechar ellos mismos las novedades tecnológicas descubiertas o para hacerse con un buen pellizco de las recompensas que los nobles estaban ofreciendo por ellas.

Naturalmente, ese repentino interés por la exploración también se convirtió en una era dorada para los bandidos deseosos de saquear al primer viajero novato que desoyera las advertencias. Y, con tanta gresca, solo fue cuestión de tiempo que los monstruos que normalmente habitaban las tierras de forma pacífica tuvieran que armarse de una agresividad poco frecuente en ellos, lo que hacía los caminos más peligrosos.

Claro está, con tanto herido al que atender, tanta máquina que investigar y tanto mineral que tasar, no faltaba trabajo en el Taller Risenia. Así que una servidora tuvo que responsabilizarse de alguna que otra tarea para mantener a flote el orfanato. Mensajería, protección, recolección de materiales para Rory y Mirei, cocina... Incluso era capaz de colar alguna que otra clase práctica con los dueños del taller en mi agenda. No me faltaban quehaceres.

Sin embargo, seguía obsesionada con los momoolin. Sí, sabía que el que me había guiado por la mansión era «parte de la familia Tennath», de una u otra forma. Algo me decía que ese pequeñín no era el único fuera de su continente natal. Y ese extraño sótano bajo la mansión de los Tennath que parecía cavado con magia tenía algo que ver en todo eso. Cuando tenía una tarde libre, me unía a las expediciones con el pretexto de hacerme con máquinas y materiales de provecho y la esperanza de encontrar algún rastro que me llevara hacia ellos.

Ese día era uno especial. Me había costado, pero por fin conseguí que Mirei se tomase una tarde libre para seguir las pistas y pudiera ver de primera mano lo que había mejorado tras la humillante derrota durante la subasta.

―¡Buenas tardes! ―La maquinista cruzó la puerta del orfanato con una sonrisa en la cara―. Vengo a recoger a la cazadora de topos.

Me levanté de un brinco de la silla sobre la que estaba recostada, lo que pareció divertir en demasía a Jenna. Tanto, hasta el punto de errar la puntada y clavarse la aguja en el dedo índice.

―¡No me mires así! ―Le saqué la lengua. Algunos niños se unieron sin pensárselo―. ¡Eres tú quien se lo ha buscado!

―Todo tan animado como siempre ―apreció Mirei―. Venga, chicos, no os portéis mal con Jenna. O me llevaré estas galletas de vuelta a casa.

―¿Rory ha hecho galletas? ―exclamó uno de los pequeños―. ¡Vale! ¡Nos portaremos bien!

―¡Eso! ¡Que últimamente casi no traéis galletas! ―se unió una segunda voz al coro infantil―. ¡Seremos buenos!

―Qué fácil es domarlos así ―chanceó Jenna, acercándose a darle un beso en la mejilla a su contemporánea―. ¿Y a qué se debe la repostería? Os hacía hasta el cuello de trabajo.

―La gente está empezando a relajarse ―estiró el cuello hacia los lados―. Y mis inventos empiezan a quitarnos trabajo. Después del autocaldero se me ocurrió que podía hacer algo similar con el horno. Y... tras una remesa totalmente calcinada, un puñado que parecía haber pasado por una olla en lugar de por la leña y... Una de la que prefiero no hablar... ¡Tachán! ¡Galletas perfectamente horneadas! ¡Listas y con un delicioso regusto a éter ígneo!

E, intentando ahogar una risilla, se acercó a mí para susurrarme al oído.

―Por cierto, una de ellas lleva mi ingrediente Teinekell secreto.

Intenté mantener el rostro serio, pero fui incapaz de evitar que mis labios se torcieran un poco. Pensando rápido, decidí cambiar de tema y hacer que las dos adultas de la habitación se sonrojaran con menciones algo salidas de tono de sus respectivos intereses románticos.

―¿Qué es un...? ―quiso saber una de las niñas.

―¡Nada, cariño! ¡No te preocupes por eso! ¡Lilina! ―Jenna alzó la voz con algo de furia―. ¡No se habla de eso delante de los ene i eñe o ese!

―Ya se la devolveremos cuando traiga a alguien a casa. ―Mirei lanzó una mirada de lado con regusto a desafío―. Vaya si te la devolveremos, hermanita.

―Y por eso, niños, debéis mantener en secreto vuestros... ―Paré unos instantes, indecisa de si debía seguir―. Eso, nada, seguid jugando y pasadlo bien. Si os portáis bien, quizá os suba al tejado esta noche. ¿Quién se apunta?

Varios de los niños alzaron las manos de forma muy enérgica.

―¡Deja de hacer cosas tan peligrosas, Lilina! ―me amonestó Mirei― ¡Un día os va a pasar algo!

―¡Pero si fuiste tú quien me enseñó a subir! ―protesté. Definitivamente aquel día estaban todos en mi contra―. ¿No me pediste que mantuviera la tradición viva?

***

―Así que «mantener en secreto». ―Mirei me dio un codazo nada más salir del edificio―. Ya sabes que no existe tal cosa como un secreto para tu hermana mayor, ¿verdad?

Tracé una sonrisa perversa en mis labios. En realidad, no tenía nada que ocultar, pero era más divertido así.

―Aunque, pensándolo bien... ―Me clavó el índice entre las costillas, apuntando bien a la ranura entre las piezas de cuero que usaba como armadura―. ¿No hablas mucho de ese Dan últimamente? Que si ibas a hacerle nosequé o nosecuánto cuando le vieras y... ―Dejó de hablar para mirarme totalmente de frente. La forma en la que sus ojos me acusaban me hacía difícil mantener la compostura―. ¡Ja! ¡Te has puesto roja! ¡Te has puesto roja!

―¡Deja de inventarte cosas! ―No lo estaba, ¿verdad?―. Solo es un rival... Un ideal de fuerza, ¡como tú! Y, además... ¡es un viejo!

―¿Viejo? ¿Ese yogurín? ―Siguió caminando, despreocupada―. ¿Cuánto tendrá? ¿Veinte años como mucho? Se cuidará mucho la barba, pero los ojos no engañan. Aunque yo me preocuparía más por lo raro que es que porque te saque dos cabezas. «Mi señora» esto, «mi señora» lo otro. ―Tomó aire, probablemente con el único objetivo de buscar que el silencio hiciera que mi mente empezara a acelerarse por su cuenta―. Anda, no te preocupes. Solo bromeaba.

―Ya, claro. ―Aliviada porque dejara el tema, jugueteé de forma inconsciente con mi trenza―. En serio, tendrías que haberlo visto. Ese tipo era aterrador en combate. Más que tú, incluso. Ojalá pueda volverme así de fuerte algún día.

―¡Eso me recuerda algo! ―Se golpeó la muñeca―. ¡Eh, Runi! ¿Has acabado con lo que te pedí?

―Hace un rato. ―Si no fuera una máquina, estaría convencida de que había bostezado―. Y... sí, esa función servía para exactamente lo que había previsto. ¡Sin que nada explotase, además! Runi presenta, en riguroso directo... ¡El primer eterocircuito volátil del taller Rapsen! En honor a la rutina que me ha permitido llevarla a cabo la llamaré... ¡El circuito GT 27!

―Espera, ¿GT? ―Inclinó la cabeza como un cachorrito desorientado―. Creía que esas funci-cosas que habían cargado eran... «Subrutinas AT». O algo así.

―Me encogería de hombros si tuviera, pero el fichero que hackeé contenía también alguna con ese prefijo. A juzgar por el estilo... Y por la presencia de comentarios legibles... Diría que hay al menos otra persona detrás de todo esto. ¡En fin! ¡Sea como sea ha ido bien! ¿Ves cómo no había que tener miedo de la palabra «experimental»?

―Te experimentaría la cara a hostias si tuvieses una, Runi ―ladró. Por la forma en la que miraba su muñequera, parecía tentada a darle un bocado―. Anda, apúntate el minipunto.

―Yo también te quiero. ―Llenó el aire con una risa que no parecía suya―. ¿Era así? ¿Lo he hecho bien? ¿He sido lo suficientemente jocoso? ¡No me juzguéis, aún soy novato!

Dejar que una máquina aprendiera patrones humanos de Mirei era una potencial bomba de relojería. Pero no pude dejar de reír.

―Bueno, el caso ―apreció la maquinista―. ¿Recuerdas el arma que forjé para la subasta?

―¿Ese abanico tan molón? ¡Vaya que si lo recuerdo! ―Me hicieron los ojos chiribitas―. ¿Lo has modificado con...?

―Como estaba muerto de risa en el taller, decidí usarlo para un proyecto personal. Ahora que estás empezando a ir de aventuras tú solita, pensé que merecías tu propia arma de maquinista. Pensé en hacerte unas pistolas de éter, pero no estaba segura de que encajase con tu nuevo estilo de combate. ―Tras ver mi cara de falsa confusión, me acusó con el dedo―. Sí, ese que estás desarrollando mientras no miramos.

Stolen story; please report.

―¡Pero si llevas años dándome la tabarra con eso! ―gruñí con un tono agudo más agudo de lo que debería―. ¡Pero quería que fuera una sorpresa! ¡Por eso no te quería contar los...!

―¡Pero hablemos de lo interesante! ―Mirei dio una palmada al aire―. He podido hacer algún que otro experimento con los acumuladores y el difusor, sí. Y si lo que la chatarra loca acaba de hacer con él es más o menos lo que esperaba....

―¡Eh! ¡Claro que hace lo que esperaba! ―protestó la máquina―. ¡Los daños colaterales son secundarios! ¡Ponle el cristal, Mirei! ¡Pónselo! ¡Ahora que estamos lejos de la ciu...! ¡Quiero decir, que no pasará nada!

Mirei obedeció sin chascarrillo alguno. Tenía la cara de una niña ilusionada al introducir el cristal en la pequeña ranura del acumulador y, tras recorrer la cabera con su pulgar, unos surcos empezaron a iluminarse de un pálido color verde. Poco a poco, el polvo del aire comenzó a arremolinarse en torno a él con sutileza, pero no fue hasta cuando Mirei meció el abanico que entendí el propósito de la demostración.

Con solo un pequeño giro de muñeca, el haz de aire fue tan severo que hizo caer varias frutas del árbol contra el que impactó. Aunque ilusionada, se la veía prudente con el experimento, pero al ver que había sido un éxito, se puso en postura de combate y, previo gesto de pulgar, logró que un zarandeo de la máquina cortase con una afilada ráfaga de aire la parte superior del árbol. Los cuchillos que escondían las varillas también salieron despedidos en todas direcciones, pero un segundo ademán los hizo retornar gracias a los hilos metálicos que los unían a la base.

―Guau.

―Miau ―respondió mi hermana, con una mueca sarcástica―. Aún hay que trabajar la eficiencia etérica y darle un par de pruebas de campo, pero... ¡Eh! ¡Tu primera arma maquinista!

Sin saber qué responder, y aún emocionada por el despliegue de habilidad, decidí que el mejor curso de acción era dar un efusivo abrazo a la herrera que lo había forjado y... ¿Había alguna forma física de darle las gracias a Runi? Decidí hacerlo de palabra.

―Jo, ¡cómo mola! Nunca he aprendido a combatir con abanicos de guerra, pero...

―Bah, yo tampoco. ―Me revolvió el pelo. La trenza se me descuadró un poco, pero no me importó―. Era una idea demasiado molona como para dejarla pasar, ¿no? Y si tienes que adaptarte a algo inexplorado, seguro que desarrollas tu propio estilo cuando acabes. ¡Y sin tener que usarme como muleta!

―Eso sí, ¡cómo pesa el condenado! ―Lo elevó en el aire varias veces como si fuera una mancuerna―. ¿Cómo demonios llevabas esto en la mansión como quien no quiere la cosa?

―¿No querías echar brazos? ―me lanzó una ojeada de lado―. ¡Pues toma entrenamiento!

***

―Esto dejó de ser divertido al tercer bandido ―bufó Mirei, hundiendo la cabeza de un garrotero con demasiado interés por nuestras pertenencias en el barro―. Y cuando llevas veinte en un par de horas ya pierde la gracia del todo.

―¡Pero es una buena oportunidad para demostrarte lo que he mejorado! ―Hice caer de bruces a una mujer que pretendía amedrentarnos con una diminuta navaja de un barrido―. Lo único malo es que me da pena estrenar mi juguete nuevo con estos... ¿Despojos?

―¡Eh, gallita! ―Desarmó al último miembro del grupo de un puñetazo en el estómago. Runi se había transformado en unas nudilleras para la ocasión―. Uno te dio problemas.

―¡Y también un buen botín! ―repuse―. Me los meriendo a diario, eres tú la que está perdiendo práctica.

Los atracadores que quedaban conscientes huyeron despavoridos tras nuestra pequeña exhibición, lo que nos permitió seguir nuestro camino hacia la primera zona que tenía marcada en mi mapa. Por desgracia, en ella solo nos esperaba un lodazal que, de no ser por el cráter lleno de alhajas metálicas, no hubiera sido especialmente memorable.

La segunda de las localizaciones que había anotado tampoco fue mucho más interesante. La tercera era, en realidad, el hogar de una lantissa cabreada. Al percatarnos de que quería plantarnos cara, miré a mi mentora y, con solo un movimiento de cabeza, decidimos que era hora del primer combate de la tarde que podía estar a la altura.

―Bueno, Lilina... ¿Examen sorpresa rápido? Por mantener las costumbres vivas ―sonrió con malicia―. ¿Qué es lo más peligroso de una lantissa?

Eché un vistazo al cuerpo del enorme insecto. Sabía de buena tinta que las fauces segregaban una baba corrosiva. De hecho, bien tratada, podía ser un potente agente alquímico. Pero si tenía que fijarme en un rasgo especialmente imponente...

―¡Los brazos! ―exclamé―. Seis guadañas afiladas como pocas. Si el bicho intenta darte un abrazo, para entonces no tendrás que preocuparte por la saliva.

―¡Bingo! ―respondió con una mueca de orgullo―. Y, por tanto, la mejor estrategia es...

―¡Dejármelo a mí, claro está! ―injirió Runi―. ¡Yo puedo ayudar! ¡Dadme un minuto! ¿Qué os parece si pruebo de nuevo la...?

―¡Runi, no!

Mirei sabía que la máquina no iba a hacerle caso alguno.

―¡Runi, sí! ―replicó con renovadas energías―. ¡Runi ha hecho unos cambios!

Todos temíamos los «cambios» de Runi. En un instante, las manos de Mirei comenzaron a brillar del color del éter hídrico y a concentrar agua en un punto que no era capaz de mantenerse estable.

¡Eh! ¡Había visto eso antes! ¿No era exactamente lo que había hecho Minarai con su tridente en Abakh? Si las intenciones de Runi eran las mismas...

Por suerte para nosotros, el resultado fue exactamente el que esperaba. En un dèja vu, volví a ver extremidades cercenadas y mucha sangre por los aires. La única diferencia era que en esta ocasión era de color verde y tres los brazos que surcaron los cielos.

―¿Ves cómo ha funcionado? Bueno, he apuntado mal... Esto requiere algo de práctica... Pero... ¿Eh? ¿A que no soy tan inútil? ¿Eh, Mirei? ¿Mirei?

La maquinista estaba pálida y casi incapaz de mantenerse en pie. Por suerte, pude reaccionar rápidamente y, de un salto, la llevé tras el tronco de un árbol para terminar el combate por mí misma. A pesar de mi ventaja, mis herramientas habituales para combatir a distancia eran pocas o no lo suficientemente fuertes como para poder con una lantissa, y menos con una así de enorme. Sabía que podía vencerla haciendo un uso liberal de los tónicos que llevaba en la alforja, pero tenía un juguete nuevo y estaba deseando estrenarlo.

―Vale, ¿cómo uso esto? ―grité, con la esperanza de que la máquina me diera alguna que otra instrucción.

―¡Solo tienes que encenderlo y activar las funciones necesarias con los glifos de las guardas!

―¡No he entendido nada, así que haré lo mismo que Mirei! ¡Más o menos!

La lantissa era sorprendentemente ágil a pesar de estar desangrándose, pero eso me ayudó a descubrir lo satisfactorio que resultaba bloquear golpes con las caberas del abanico. Poco a poco le fui pillando el truco y, cuando me sentí capaz de seguir el ritmo a la bestia, intenté activar el arma. Los resultados no fueron los que esperaban. De hecho, no fueron absolutamente ningunos. Me vi obligada a improvisar el plan B: aprovechar su distracción tras el bloqueo para propinarle sendos tajos con los ribetes. La sangre que laceraba empezó a salpicarme. Aunque asquerosa, era una prueba clara de que me acercaba a la victoria. Solo necesitaba un pequeño empujón y...

Sin saber cómo, me las apañé para encender finalmente el artefacto. Casi a ciegas, palpé uno de los botones del lateral. Sirviese para lo que sirviese, iba a ser mi ataque definitivo contra el monstruo. Según los gritos metálicos de Runi, tenía que acumular suficiente éter como para ser letal, así que esperé unos segundos mientras esquivaba las distintas acometidas. No necesitaba más que un golpe para zanjarlo.

Y ese golpe fue un pequeño vórtice de hojas de aire cortantes que arremolinó en torno a un desorientado insecto. Con él, parecía derrotado, pero sabía de buena tinta que debía asegurarme para evitar más desgracias.

Nunca me terminaría de acostumbrar a clavar un puñal en el torso de insectos gigantes, pero la satisfacción de extraer de él su núcleo (¡no iba a desaprovechar un buen botín!) compensó el mal trago.

―¡Mirei! ¿Estás bien?

―Lo estoy ―respondió, aún jadeante después del sobreesfuerzo―. Menos mal que me he traído estos caramelos reconstituyentes de Rory. Aquí el señor hojalata ha decidido dejarme seca sin avisar.

―¡Eh, dije que funcionaría! ―protestó la máquina―. ¡No que estuviera bien optimizado! ¡Si tanto te gusta criticar, programa tú!

La maquinista se puso en pie de un torpe salto y estiró los brazos. Sacó la lengua, que se había tintado de azul con la pócima del dulce y, tras una palmada en la espalda por el trabajo bien hecho, decidió rapiñar las partes más interesantes para el taller. Como siempre, era un proceso tan desagradable como apasionante de ver en directo.

―Eso va a dejar cicatriz, por cierto. ―Señaló un pequeño corte en mi brazo y extendió un poco de ungüento sobre él―. Sí, te va a picar y te vas a callar.

―¡Eh! ¡La primera!

―Esperemos que no de muchas. ―Se remangó para recordarme el estado de sus brazos―. Sé más prudente que yo, anda.

Mirei puso su mejilla sobre la mía, ignorando la viscosa sangre insectoide de la que estaba recubierta y, con el orgullo de hermana mayor que la caracterizaba, volvió a felicitarme por la hazaña.

―Debería haber un lago por aquí cerca, por si quieres refrescarte un poco ―explicó―. Es una zona tranquila, así que podemos parar un rato para comer un poco. Mejor dicho... Necesito parar un rato para comer un poco. Estos caramelos serán efectivos, pero me han dejado con un hambre que da calambre.

―¿Cuál es el menú de Rory de hoy? ―Ya estaba salivando con solo pensarlo.

―¿Rory? ―Entrecerró los ojos. Un brillo dorado en ellos me dio mala espina―. Hoy no ha cocinado Rory.

―Cambio la pregunta ―suspiré, sin perder la alegría de la cara―. ¿Qué clase de infierno deliciosamente especiado has preparado hoy para mí?

―¡Curry con carne de krut! ―Sacó pecho, orgullosa―. ¿Qué dices? ¿Que ahora va a estar frío? ¡Para nada! ¡Es también la prueba de fuego para mis latas de transporte autocalentables! ¿Qué mejor para reponer fuerzas que un buen plato caliente y picante en medio de la naturaleza?

Sonaba perfecto.

***

―¡Runi, por favor! ―imploré―. ¡Haz eso del agua que haces con Mirei! ¡Directamente en mi lengua! ¡Me ha tocado una guindilla! ¡Una guindilla! ¿Quién en su santo juicio pone guindilla al curry?

―¡Venga ya! ¡Creía que me iba a tocar a mí!

―Vale, yo voy a meter la lengua en el agua o algo. Por muchas energías que dé esto... ¡Te has pasado!

―Bah, cobarde.

Corrí a la orilla del lago e introduje toda la cabeza en el agua. Aunque sabía que no era así, podía imaginar cómo se evaporaba la parte más cercana a mi boca. Era tan refrescante que dejé caer el pelo también y la trenza que llevaba se me deshizo, dejando que los mechones viajaran salvajes por la superficie, filtrando el brillo del atardecer con sus hilos azulados.

―Ah, refrescante y placentero ―intenté decir, pero eran realmente burbujas de aire lo que aparecían en su lugar―. Quizá debería aprovechar y quitarme ya toda esta sangre de encima.

Sin mucho cuidado, decidí despojarme de la ropa que llevaba y saltar al agua. A gritos, intenté invitar a Mirei, pero aseguraba que ya había tenido suficientes experiencias hídricas por un día y que «se le iba a cortar la digestión», por lo que aproveché para nadar en esos últimos minutos en los que el sol aún calentaba.

―Bueno, ha sido una buena expedición. ―Me escurrí con cuidado el pelo, aunque reparé en que no tenía nada con qué atármelo―. Una pena que no hayamos dado con los momoolin. Pero... ha estado bien. Echaba de menos hacer estas cosas contigo y... Definitivamente, necesitaba subir al siguiente nivel.

―La próxima vez será. ―Se estiró hacia detrás con tanta fuerza que fui capaz de oír el crujido de sus huesos―. Por cierto... deberías dejar de intentar copiarme el peinado. Me gusta la pinta que tiene ahora. Tan ondulado y tan azul... Es tan... Tú.

Recorrió mi pelo con los dedos, dándole algo más de forma. Cuando me hizo reflejarme en una placa metálica, entendí a qué se refería. Era un aspecto tan elegante, tan etéreo, tan fluido... Y lo más importante... Era único. Como había dicho, era... Yo.

De repente, pude comprender muchos de sus comentarios.

―Vales más de lo que crees, ¿lo sabes?

―No deberías estar diciéndole cosas tan bonitas a una adolescente semidesnuda, Mirei. ―Exageré los gestos teatreros―. ¿Qué van a pensar los demás?

―Bah, solo nos escucha la hojalata inservible.

―Confirmo que no me interesa esto ―respondió en un tono cansado―. Pero... Pero... ¡PERO! ¡OH! ¡Por fin! ¡Esto es grande! ¡Dejad vuestras cosas de humanos y hacedme caso! ¡En serio! ¡Os va a molar lo que veis! Se decía así, ¿no? ¡Molar! ¡Como los dientes gordos!

Runi desplegó una luz cegadora que dibujaba un mapa en el aire. Junto a él, flotaba una inscripción que rezaba «llegó el momento, nos veremos donde marca el carmesí». Sobre el atlas, una nítida cruz roja que señalaba una posición. Y no muy lejos, un punto amarillo que parpadeaba con fuerza.

No hacía falta saber mucho de cartografía para entender lo que estaba ocurriendo. Y las pocas dudas que pudieran restar al respecto se esfumaron de un plumazo al ver que la roca que teníamos a escasos metros se partió en dos para dejar salir una pequeña y peluda figura que no tardé en reconocer.

―Pues parece que no ibas muy desencaminada en tu búsqueda, Lilina. ¿Hace una segunda ronda?

―Vale, pero déjame vestirme antes.