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Capítulo 7 - Rory Rapsen

Guie a nuestro invitado al pequeño huerto que manteníamos en la parte trasera del edificio. El trayecto se hizo tan incómodo como silencioso, así que agradecí que Jenna rompiera el hielo con comentarios sobre el aspecto de las verduras y cristales que estaba cultivando. La joven era sorprendentemente ágil con la charla vacua, tanto que incluso su poco hablador interlocutor se animó a participar, si bien solo fuese por cumplir con su parte del protocolo.

En un rincón, una pequeña placa de un metro cuadrado cubierta con una lona transparente destacaba sobre lo demás. Se trataba, evidentemente, de una de las construcciones mecánicas de Mirei, con un montón de tuberías de vapor recorriendo su base y algún que otro engranaje traqueteando para mantener la producción de forma continua. Sobre ella, reposaban cuatro matorrales llenos de grandes bayas esféricas rodeando un brillante núcleo cristalino.

Con cuidado, extraje una y se la mostré a nuestro invitado, que zarandeaba el brazo por las inmediaciones del pequeño huerto como si le fuese la vida en ello.

―En caso de que no haya quedado claro... ―Le lancé una afilada mirada al caballero, con el brazo aún extendido―. Me gustaría que lo cogieras. Desconozco hasta qué punto estarás familiarizado con esta variedad, pero... su tamaño habitual es... Aproximadamente una cuarta parte.

―Su diámetro promedio es de poco más de dos centímetros, si no yerro. Soy buen conocedor, y si me permite la osadía, gran amante de las acirezas. ¿Me permitiríais probarla? ―Intentó disimular sus intenciones, pero era un libro abierto―. Con el objeto de cerciorarme de que mantiene sus propiedades a pesar de su inmoderado tamaño, por supuesto.

―Por favor.

No tardó más de una fracción de segundo en recomponerse, pero parecía que la seriedad de sus ojos azules se disipó para dejar ver el alma de un emocionado niño detrás. Incluso dejó entrever unos gestos de júbilo que me convencieron claramente de que había un corazón detrás de ese muro de recargada habla arcaica (que, a cada palabra, parecía más impostado). Cuando acabó con ella, se limpió la boca con un pañuelo exactamente como se esperaría de alguien de su cuna y agradeció reiteradamente la fruta.

―Deberías probar algún día los pasteles que hace con ellas ―terció Jenna, entre la chanza y la adulación―. Te vas a caer de espaldas, chavalín.

―Quizá debi... Quiero decir... ―Se llevó las manos a la boca y las deslizó siguiendo el recorrido de su barba, cual ilustre pensador―. Los resultados son más que notorios. Informaré muy favorablemente a mi señora. Mas, claro está, he de documentar la alquimia que hay tras tamaño logro.

―La propuesta de Amelia ―aunque el visitante parecía algo molesto por referirme a ella por su nombre de pila, no protestó― me dio una buena idea para arrancar. Si el primer hito del proyecto es disipar éter para nutrir los cuerpos que le rodean, ¿por qué no comenzar por una de las aplicaciones más sencillas?

Abrí el cajón bajo las placas para que el muchacho llegase a su propia conclusión al ver cómo uno de los acumuladores de Mirei dispersaba con cuidado partículas de éter en todas las direcciones.

―Irrigación. ―Asintió con la cabeza―. Las acirezas requieren de grandes cantidades de agua para crecer de forma adecuada. Máxime unas de tan magno tamaño, claro está. Mas la invención ha de ser más compleja para producir resultados como el que nos ocupa.

Dan volvió a mover los brazos con presteza en torno al acumulador, como si desplazase una lente invisible a nuestros ojos con la que capturar cada mínimo detalle de la instalación.

―Ahí es donde empiezan a trabajar mis fórmulas ―me jacté, pasándome el pulgar por el labio―. El procedimiento para infusionarlas en el cristal hídrico es aún bastante volátil, pero aislando los componentes adecuados parece funcionar de forma casi segura incluso con ingredientes adicionales.

El muchacho siguió absorto en los cultivos.

―La palabra clave es casi, eso sí. ―Me guardé para mí el recuerdo de las frutas explosivas―. No quiero pecar de pretencioso aquí, pero creo que he dado con la clave: el agente reactivo ha de contar con suplementos procristalinos que equilibren de nuevo la mezcla original para que su disipación sea consistente y estable en un entorno asoetérico como el que proporciono. Dada la segunda condición de nuestro acuerdo, eso sí, no revelaré aún la naturaleza de dicho agente, pero la mezcla es prometedora. Sea como fuere, unas gotas de la solución... ¡Y bingo! ¡Acirezas gigantes! ¡Y en un tiempo récord!

―Témome que mi comprensión de la alquimia no es tan vasta como para percibir la elucidación. ―Tomó nota en la libreta que llevaba en la mano. Su forma de escribir era completamente distinta a la de los trazados que ya había sobre el papel, por lo que asumí que lo que traía era del puño y letra de Amelia Tennath―. Mas me encargaré de trasladársela directamente a mi señora.

―Tranquilo, hijo, yo tampoco he entendido la mitad. ―Jenna parecía divertida ante la situación―. Aunque parece tan seguro de lo que dice que te dan ganas de asentir constantemente con la cabeza y quedarte embobada mirándole, ¿a que sí?

El comentario de Jenna me pilló tan desprevenido que sentí aumentar la temperatura de mis mejillas en tiempo real. Por fortuna, pude recobrar la compostura y el ritmo cardiaco antes de que el caballero volviera a fijarse en mí.

―Sea como fuere, espero que eso satisfaga la curiosidad de mi mecenas ―concluí con un ademán, aún nervioso―. No obstante, si quedara alguna duda, estaré encantado de resolvérsela. Eso sí, no soy muy amigo de la vieja técnica del correveidile. Entiendo que es una mujer ocupada, pero la conversación científica requiere de... científicos, al fin y al cabo.

―Reitero mis disculpas. ―Se arrodilló en el momento―. Me temo que las circunstancias de mi señora eran apremiantes en demasía. Mas si me excusa, yo también debería considerar mi marcha.

El caballero sacó una bolsa de tela de su alforja y la plantó en mis manos. A través del tejido ya notaba la rigidez de las monedas de oro, pero el cálculo mental del peso no me cuadraba demasiado con su peso aparente.

―En el supuesto de que se encuentre cuestionándolo, sí, hay una prima adicional en el pago. Mi señora está contenta con su asociación y la prontitud de su primera muestra, así que ha decidido añadir, y cito textualmente sus palabras, «una propinilla para que se compre algo bonito».

―Buen detalle. ―Asentí con la cabeza. No obstante, estaba bastante sorprendido de que hubiera considerado las tres semanas desde nuestra reunión inicial «prontitud». Sobre todo, con el tiempo que me estaba tomando asegurarme de que Mirei se recuperase―. Y, si no quedan puntos en el acta...

A pesar de mi evidente invitación al final de la conversación, el muchacho se quedó en silencio, dubitativo, durante unos instantes.

―¡Pretendiera pediros un favor, a título personal! ―Tras darse cuenta de que había alzado la voz, carraspeó, echando la vista en dirección contraria. ¿Era un gran esfuerzo para él decir algo así?―. Si los relatos de mi señora sobre su habilidad alquímica hacen justicia, me gustaría que revisarais a Adresta, mi fiel arma.

―Voy a tener que rechazar la propuesta. ―Con el rabillo del ojo, eché un vistazo a la espada que colgaba del cinto del muchacho―. Por apasionante que me parezca la idea de trabajar con metal eteroalquímico y a riesgo de que esta sea la primera y última oportunidad que tenga en mi carrera de poder experimentar con un material de leyenda, he de mantenerme firme. Mis condiciones sobre mi colaboración con la familia Tennath eran concisas: las aplicaciones bélicas están fuera del menú. Y así seguirán.

―Considérolo justo. ―Ocultó la hoja de mi vista tras sus anchos hombros. Aun así, podía atisbar un brillo de decepción en sus ojos―. Mas espero propiciar las circunstancias en un futuro, maese Rapsen.

―Puede. ―Entorné las manos para poner las palmas hacia arriba―. Quizá en otra de nuestras reuniones... ¿pueda invitarte a esa tarta y reconsiderarlo con una buena charla? Al fin y al cabo, una charla distendida sobre el metal de los dragones no tiene por qué vulnerar regla alguna, ¿no?

Esbocé media sonrisa (si bien un poco envenenada) en mis labios. Sabía que con esa invitación estaba abriendo una brecha en un muro invisible cuya naturaleza aún no era capaz de determinar. Jenna comprendió mis intenciones de inmediato y dejó su mano encima de mi hombro con un cariño cómplice.

―¡Inapropiado! ¡Inapropiado! ―Rompió su estoicidad, marchando con ímpetu hacia la salida. Paró unos instantes en el umbral y añadió―. Mas... Me debo a mis principios y, evaluándolos con certeza... ¿Dónde dejaría mis modales si rehusara dicho ofrecimiento? Considerándolo concienzudamente... ¡Agradezco de corazón vuestra invitación! No habéis más que convocarme cuando lo estime oportuno y acudiré.

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Tuve que contenerme durante un par de minutos más hasta que su figura desapareciera del cielo, pero acabé soltando la carcajada cáustica que llevaba un rato quemándome el pecho. Reí tan fuerte que se me saltó uno de esos lagrimones tan complicados de ocultar.

―Eres perverso, Rory. ―Jenna se unió a la risotada mientras buscaba los utensilios de costura―. Menuda forma de presionar al pobre muchacho. Será un estirado, pero...

―Eh, no es mi culpa. ―Me dejé caer sobre el sillón―. Es divertido tratar con gente así. Además, tú también lo has notado, ¿no?

―¿A qué te refieres exactamente?

―¿Es que no es obvio? A ese Dan Tennath se le da muy mal la actuación como para ir de personaje por la vida. ―Enfaticé mi tesis alzando un dedo―. En primer lugar, está claro que está forzando una fachada para ocultar algo. Estoy seguro de que con los estímulos correctos seguro que es fácil derribarla y ver qué hay detrás... por la ciencia, claro.

―He visto la cara de niño que ha puesto al probar la acireza ―apreció la muchacha―. Ni esa barba tan cuidada podía disimularla.

―En segundo... ―Alcé otro dedo para acompañar―. Sé que los nobles son más raros que un momoolin verde, pero es la primera vez que oigo a alguien enorgullecerse de llevar un apellido y denominarse «último vástago» mientras muestra una actitud de servidumbre así a alguien que, si las cuentas no fallan, no es más que su hermana mayor. Aquí hay miniato encerrado.

―Mi señora ―imitó la voz del noble mientras ajustaba una de las tiras de mi nueva bata―. ¡Mi señora!

―En tercer lugar... ―Estiré los brazos hasta el techo―. ¡Metal eteroalquímico! Ah, llevo años soñando con poder experimentar con él. Ya estaba considerando el disfrazarme de conde y colarme en la subasta para ver si podía hacerme con un poco. Con lo que me están pagando, podría permitírmelo. Aunque... no sé. ¿Crees que si le robo un trocito de esa espada se dará cuenta?

―¿Qué tiene de especial esa cosa? ―Jugó con el lóbulo de su oreja, intentando poner en orden sus pensamientos―. No acabo de entenderlo. Por lo que he podido entender de otras veces que hemos hablado, su propósito es... forjar utensilios capaces de adoptar propiedades del éter. ¿No hace eso mismo el convertidor de Mirei?

―¡Ni por asomo! ―Me puse en pie y me acerqué una de las pizarras, donde me puse a dibujar diagramas alquímicos a toda velocidad―. ¿Ves? Si esto es un núcleo etérico tradicional, esto otro el flujo de la carga elemental... Y lo de aquí es el «convertidor» del que hablas, que dibujamos como una caja negra con la entrada etérica y la salida enérgica... Hacemos que... Y esto es un catalizador eteroalquímico...

―Rory... Para. ¡Por favor! ¡Para! ¡No entiendo nada! ―Dibujó una cruz en el aire con sus brazos―. ¡Versión para gente normal! ¡Y deja de moverte tanto, que no puedo coser!

―Vale, el resumen es que la conductividad natural de ese metal es tan versátil que... ¡Imagínate qué podríamos hacer con él! Por ejemplo... ―Me costaba encontrar símiles sencillos, pero mi cabeza ya estaba recorriendo la siguiente idea―. Y las aplicaciones desconocidas, ¿qué? ¡Quiero investigarlas por mí mismo! ¡Hay mucho que descubrir en el mundo de la alquimia como para darles todo el terreno a las máquinas! ¡Jenna, es un mineral de leyenda!

Si teníamos que hacer caso a la mitología que lo rodeaba, el metal eteroalquímico había nacido de la forma más básica y pura del éter aunando la fuerza de los cuatro dragones elementales. Los relatos sobre su creación variaban de tribu a tribu, y la versión más popular entre los humanos cambiaba de forma radical cada siglo, por lo que la comunidad científica había tomado la decisión de ignorar los relatos tradicionales y aferrarse únicamente a los experimentos que podían realizar sobre él.

―Bueno, va... Te creeré. Porque eres tú. ―Recorrió la tela de mi antebrazo con cierto cariño―. Y volviendo a lo de Dan...

―¡Eso! ¡Punto cuatro! ―Eché la mirada al lado antes de seguir―. Diría que es bastante mono, ¿no crees? Quiero decir, para ser un noble, tiene un... ¡Au! ¡Ten cuidado con esos alfileres!

―¡Lo siento! ―replicó con una risilla nada inocente―. ¡Ha sido un pequeño accidente!

―¡Que solo bromeaba, Jenna! ―Me burlé―. Además, es un yogurín. Quita, quita.

***

―¡Au! ¡Cómo duele! ¡Me haces sangre! ¡Me estás haciendo sangre, Rory! ¡Estoy sangrando por tu culpa!

―¿Quieres dejar de quejarte? ―endurecí la mirada―. Es una agujita de nada. Su propósito es, en efecto, sacarte sangre. Pero solo un poquito. Te he llegado a ver con heridas abiertas y borboteantes por los cuatro costados después de una de tus peleas con Ridamaru y lo único que tenías que decir al respecto es «lléname la botella y ya dejará de dolerme».

―Qué quieres que te diga, haces buenas pociones.

―Anda, que te doy una galleta de tus favoritas si dejas de quejarte de una vez.

―Venga, va ―resopló con fuerza―. Pero quiero un buen puñado.

Extraje la aguja del brazo de Mirei, presioné una bola de algodón contra él y le di el plato de dulces sin esperar ver una sola migaja de vuelta. Mientras se entretenía devorándolo, vertí un par de gotas de la sangre en el vial con el reactivo.

Azul.

―La parte buena es que puedes irte a vivir a Abakh con estas credenciales ―me burlé, aunque mi tono no escondió muy bien mi preocupación por los resultados―. La mala, que tu sistema es incapaz de deshacerse de la sobrecarga.

―¿Y no es eso algo bueno? ―interrumpió la mecánica voz de Runi. De no ser por lo irritante que me resultaba, hubiera apreciado el truco de ventrilocuismo en el que la chica masticaba con fuerza mientras el guante hablaba―. ¡El sifón etérico ha funcionado perfectamente! ¡Hemos salido vivos de esta! ¡Y ahora estás alineada con el agua! ¡Todo ha salido a pedir de boca!

―¡Pof uftima vef! ―Mirei tragó de forma repentina y tosió con fuerza―. ¡Que casi me matas, capullo! ¡Que no es guay soñar constantemente con el color azul! ¡Que no me lo he pasado bien estando dos semanas sin poder levantarme de la cama! En serio, como sigas así te disuelvo en ácido.

―¡Runi solo quiere ayudar! ¡Déjame explicarte mis funciones! ¡Ojalá pudiera conectarme a la red para poder enseñarte cosas que sé que te interesarán! ¡Dame una oportunidad, de verdad! ¡Tengo mucho que contarte!

―Y así, todo el día ―gruñó, golpeando la muñequera parlante contra la pared―. Estoy aprendiendo a convivir con esta cosa. ¡Y no puedo analizarlo como me gustaría! ¡Por favor, Rory! Si me quieres, aunque sea un poco, déjame ir a por mis herramientas. ¡Déjame hacer algo! ¡Ya puedo andar! ¡Si me lo propongo, ya puedo incluso luchar! Vale, Lilina me dio una paliza hace unos días cuando lo intenté, pero me estoy recuperando rápido.

―¡Yo puedo autoanalizarme! ―respondió con seguridad―. ¿Quieres que te diga cómo?

―¡Que sí! ¡Que unos y ceros! ¡Que rutinas y subrutinas! ―chirrió un poco los dientes―. ¡Pedazo de lata, quiero entenderte a mi manera!

―¡Ja, ja! ¡Mirei Rapsen, eres una primitiva!

―Bah, ignórale. ―Chasqueó la lengua y se cruzó de brazos―. Parece que no, pero poco a poco empiezo a sacarle información útil. No entiendo ni una cuarta parte de las palabras que suelta, pero... ¡En fin! Hoy has pasado la mañana con Jenna, ¿eh? ¿Rememorando viejos tiempos? Cuenta, cuenta, el cotilleo me mantiene viva entre estos cuatro muros.

―Ja. ―Le desafié con la mirada―. ¿Realmente esperas que te dé detalles?

―En realidad me lo ha contado todo ella según ha entrado por la puerta. ―Sonrió de oreja a oreja―. Pero necesito las dos versiones de la historia si quiero empezar a mover los hilos cual titiritera. ¡Dame tu versión! ¡Dámela!

―Estás aún más maruja desde que te hemos quitado los juguetes. ―La amonesté con un cariñoso golpecito en la frente―. En fin, es culpa mía por dejarte demasiado tiempo con Jenna y Lilina, menudas tres sois.

―Eso no responde mi pregunta ―ignoró mis acusaciones.

Oculté media cara con mi mano sin darme ni siquiera cuenta.

―Hubo un momento, si es lo que quieres saber. Ya sabes, la nostalgia a veces juega malas pasadas. ―Intenté enfocarme en las pruebas para disipar las nubes que tenía en la cabeza, pero no funcionó―. O buenas, quizá. Aunque no duró demasiado... Agradécelo a nuestros amigos los Tennath.

―¿Ha vuelto el bombón de alquimista que me guiñó el ojo? ―Silbó poco disimuladamente―. ¡Jo, siempre me lo pierdo! ¡Cuéntame! ¿Qué te ha dicho la princesa?

―En realidad, vino su hermano.

―Un tipo... «bastante mono». ―Intentó alzarse para darme un codazo, pero lo esquivé con un paso lateral―, «para ser un noble, tiene un...», ¿no?

―Si te lo ha contado Jenna, ¿por qué me mareas tanto? ―Me levanté del filo de la cama y tomé algo de distancia preventiva―. Vale, sí, el muchacho está de buen ver. Seguro que ella también te lo ha dicho, todos tenemos ojos en la cara. La parte que se ha molestado en omitir es en la que dije que se me antojaba demasiado jovencito. ¿Qué tendrá? ¿Veinte años? Como mucho.

―Je. ―Me lanzó una expresiva mirada de lado―. Que no se entere Lilina entonces... O que no hagamos que se entere.

Suspiré con fuerza e intenté ignorar las elucubraciones de la aburrida maquinista.

―Es un tipo raro. ―Como no me quedaban pruebas por hacer, me permití el lujo de escurrirme junto a Mirei en la cama―. Llama a su hermana «mi señora» y se presentó en nuestra casa con una armadura mecánica y una espada de metal eteroalquímico para... ver unas plantaciones. Todo un caso.

―Espera. ―Se llevó el índice a los labios, pensativa. Sus ojos se movían erráticos, como si estuviera atando cabos―. ¿Pelo negro, puntiagudo? ¿Con mechones de color blanco? ¿Ojos azules? ¿Habla de forma demasiado intensa? ¿Barba perfectamente cuidada?

Asentí a cada una de las preguntas.

―...sorprendentemente, sí. ¿Le conoces? Es curioso. Parecía interesado en verte a ti también hoy.

―Y tanto. Ese capullo es el caballero flipado del bosque donde encontré a Runi. ―Di un golpe contundente con mi muñequera en el cabecero de la cama―. ¡Eh, máquina metomentodo! ¿Te suena de algo alguien con esa descripción?

―Dan Tennath ―dije con voz clara.

―¡Estaba inactivo en el encuentro que describes! ―protestó con un dibujo de una cara enfadada en el aire―. ¡Pero ese nombre me suena vagamente! ¡Déjame buscar en mi registro de sucesos! ¡Buscando! ¡Buscando! ¡Una ocurrencia! ¡Efectivamente! ¡Carga de contenido de usuario DANTENNATH previa a la activación! ¡Cuadra perfectamente con lo que describes!

El rostro del espadachín se trazó en el aire.

―Bueno, ya sabemos dónde está nuestra siguiente pista entonces ―dijo la maquinista con una mueca maliciosa―. ¿Cuándo vuelves a ver a tus benefactores, hermanito mío?

―En principio, en dos semanas como poco. ―Recorrí mentalmente mi agenda―. Probablemente, más. Tengo trabajo atrasado, y esta Amelia es impredecible cuando se trata de concretar citas. Puede pasarse por el taller sin avisar o no contestar en días a los mensajes que le hago llegar.

―Por otro lado... Es una Tennath. ―Mirei se acercó al cajón de la mesilla y extrajo un par de tarjetas de él―. Y tenemos una invitación para visitar sus dominios este mismo fin de semana. Menuda casualidad, ¿eh?

―¿Estás en condiciones de meterte en algo así? ―Afilé mis ojos sobre ella, pero sólo respondió revolviéndome el pelo―. Pensaba liberarte en un par de días, pero... Quizá sea pronto para una de esas escapaditas. No quiero que te metas en una pelea y te dé un choque etérico o algo así.

―Estaré bien. ―Levantó el pulgar―. Además, me estoy volviendo loca aquí y, si hay que repartir toñas... Runi me ha enseñado unos buenos trucos. La pregunta es... ¿estás listo tú, conde de Smarahild?

―No hay forma de responder «no» a esta pregunta, ¿verdad?