Pocos días pasaron hasta que Naoko me recordara lo impaciente que estaba por aprender.
—Oye, Zein —me llamó, con una mezcla de emoción y decepción.
—¿Qué pasa? —
—¿Cuándo me vas a enseñar lo que sabes sobre el uso de la espada? —preguntó, recargándose sobre la mesa.
—Hmm, no lo sé…—
—Vamos, tú me dijiste que me enseñarías. —
Me quedé pensando un momento. Quiero y puedo enseñarle, pero… ¿dónde?
—Zein —nos interrumpió Alexander, mientras limpiaba unos vasos—. Hay un patio trasero que pueden usar. Si quieren, se los puedo prestar. —
—¡¿En serio?! —exclamó Naoko, radiante de felicidad—. ¡Muchas gracias! —
Alexander me lanzó unas llaves al instante.
—Toma. Son las llaves de la puerta trasera; está bajo las escaleras, justo frente a la cocina. —
Nos dirigimos hacia el lugar. Aunque llevaba poco tiempo en el café, ya había explorado la mayoría del edificio, pero este rincón era uno de esos que nunca había visitado.
El patio trasero resultó ser un espacio algo descuidado. Estaba “al aire libre”, aunque técnicamente solo carecía de techo, porque los edificios altos a su alrededor bloqueaban casi toda la luz del sol.
El pasto estaba demasiado crecido, había un árbol marchito en una esquina, y la pintura blanca de las paredes se estaba desprendiendo con el paso del tiempo.
—Bueno, manos a la obra —dije, entrando al café para pedirle a Alexander si podía ayudarnos con algunas herramientas.
Naoko y yo nos pusimos a trabajar. Pintamos las paredes, cortamos el pasto e hicimos lo posible por darle vida al viejo árbol. En muy poco tiempo, logramos transformar el lugar. Incluso instalé unos muñecos de paja para que sirvieran como blanco en las prácticas, haciendo que todo pareciera más “decente”.
Finalmente, el patio estaba listo, y pudimos empezar a practicar.
—Bien, Naoko, lo primero que debes aprender es fuerza, precisión y paciencia. Todo eso se resume en un solo entrenamiento, uno bastante difícil —le dije, mientras le entregaba un palo de madera—. Este palo lo reforcé, así que no se romperá. Lo primero que tienes que hacer es…—
Hice una pausa intencionada para añadir un poco de suspenso.
—¿Qué es? —preguntó, inclinándose hacia adelante con curiosidad.
—Tienes que partir aquel muñeco a la mitad con este palo de madera —respondí, señalando uno de los muñecos de paja que había preparado previamente.
—¡¿Qué?! —exclamó, completamente sorprendida—. ¡Eso es prácticamente imposible! —
—Zein, ¿no crees que es muy pronto para eso? —intervino Kiomi, visiblemente preocupada.
—No, de hecho, esa fue la primera lección que Thailon me dio cuando empezó a enseñarme todo lo que sé. —
—Qué raro, a mí me enseñaron eso después de dos años de entrenamiento. —
—Ahora que lo pienso, creo que me tomó dos meses lograrlo. —
—¡¿Dos meses?! —gritó Naoko angustiada—. Si tú tardaste dos meses, yo, como mínimo, me tardaré medio año. —
—No pienses así. Tú ya tienes conocimientos de esgrima; solo te falta pulir algunos detalles. —
Así comenzó el primer ejercicio. Este entrenamiento no solo era desafiante, sino también una forma rápida de avanzar significativamente en poder.
Durante toda una semana, Naoko se dedicó a golpear el muñeco sin descanso y con una determinación admirable. Mientras tanto, yo le explicaba los principios básicos del Anima, y poco a poco parecía estar comprendiendo.
Mientras ella practicaba, Kiomi y yo decidimos entrenar juntos, aprovechando el tiempo. Mei, con su amabilidad habitual, nos traía bebidas, toallas y comida para mantenernos en forma. Cada día, Naoko progresaba un poco más.
Un día, finalmente logró algo significativo: encajó ligeramente el palo en el hombro del muñeco. Aunque no sabía exactamente cómo lo había conseguido, estaba radiante de felicidad.
—¡Zein, Zein! —gritó emocionada.
—¿Qué pasa? —respondí, intrigado.
—¡¿Viste?! ¡Logré hacerle un pequeño corte! —
Saltaba de alegría como una niña pequeña, a pesar de ser solo dos años menor que Kiomi y yo. Era como si, de algún modo, alguien le hubiera robado su infancia, y ahora, finalmente, pudiera liberarla.
El año se fue acabando poco a poco, y Naoko se acercaba cada vez más a encontrar la forma de cortar el muñeco por completo. Mientras tanto, le seguía enseñando sobre el Anima: esa energía que rige todo, que da vida a cada cosa y que puede alterar los parámetros o aspectos de los objetos. Le explicaba cómo, mediante el Anima, un simple palo de madera podía afilarse lo suficiente como para cortar a alguien en dos.
—Vas mejorando cada vez más —le dije mientras ambos descansábamos después de un largo día de práctica.
—Gracias —respondió con una sonrisa, visiblemente feliz.
—Puede que incluso llegues a superarme. —
—¡¿En serio?! —preguntó con los ojos brillantes de entusiasmo.
—Claro que sí, solo sigue así. —
Una gran sonrisa se dibujó en su rostro, como si, por primera vez, estuviera realmente orgullosa de sí misma.
—Bueno, ya está oscureciendo. Es hora de entrar. —
—Solo un intento más —pidió con determinación, aunque sus manos mostraban signos de desgaste por tanto entrenamiento.
Algo en ese intento se sentía diferente. Kiomi y yo nos quedamos atentos, observando cada movimiento. Lo más probable era que fuera solo otro intento, como los muchos que ya habíamos presenciado. Nada especial, pensé.
Pero en el momento en que Naoko se posicionó, ocurrió lo inesperado. Con un movimiento preciso, trazó un corte perfecto en diagonal, desde el hombro del muñeco hasta su cadera. Me quedé completamente sorprendido. En menos de una semana, Naoko había logrado superar la prueba más difícil, aquella que garantizaba un incremento significativo en las habilidades de cualquiera que la completara.
Ella permaneció quieta, sin decir ni una palabra.
—¿Naoko…? —pregunté, preocupado por su silencio.
—¡Siiii! —gritó finalmente, saltando de emoción. Corrió de un lado a otro y, luego, se abalanzó sobre Kiomi con un abrazo.
—¡Lo logré! ¡Jajaja! —
—Felicidades —le decía Kiomi, devolviéndole el abrazo con una sonrisa.
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—Felicidades —le dije también, incapaz de contener la mía.
—Lo hice, maestro —me dijo Naoko, limpiándose las lágrimas de alegría.
—¡Chicos! —nos llamó Alexander desde la casa, quién sabe para qué.
Mientras seguíamos felicitándola, entramos juntos. Al cruzar la puerta, Mei nos sorprendió con una “fiesta” sorpresa en honor a Naoko.
—A decir verdad, no creí que lo lograrías tan rápido, pero me alegra haber preparado todo a tiempo —dijo Mei con una sonrisa.
La “fiesta” era más bien una pequeña celebración, pero cumplía perfectamente su propósito.
—Zein y Kiomi nos contaron lo difícil que es lograr lo que acabas de hacer, así que pensamos que sería buena idea celebrarlo. —
—Chicos… —Naoko parecía al borde del llanto, esta vez de felicidad.
Esperamos un rato más para empezar la celebración, y hasta la abuela de Naoko se unió para felicitarla. Allí estábamos todos: Mei, Alexander, Lyra, Kiomi, la abuela de Naoko y yo, celebrando un hito tan difícil de alcanzar.
Desde lo más profundo de mi corazón, me alegraba por ella. No pude evitar pensar en cómo hubiera deseado una celebración similar cuando superé esta prueba por primera vez. Aunque, claro, Thailon me había regalado una espada como reconocimiento en su momento.
—Hablando de… —murmuré mientras me acercaba a Naoko con algo escondido detrás de mi espalda.
—Te tenemos un regalo —anunció Alexander con una sonrisa—, de parte de los dos.
Llevé mis manos al frente, revelando el objeto que tanto había tratado de ocultar.
—Toma, por lograr esta prueba, queremos regalarte esto. —
Era una espada, perfectamente forjada y cuidada. Naoko se quedó paralizada por un instante, con los ojos muy abiertos y una expresión de asombro que no hacía más que crecer.
—Sé que tener armas puede ser un poco complicado aquí, pero confío en que no la usarás mal…—
Antes de que pudiera terminar la frase, Naoko se lanzó sobre mí, abrazándome con toda su fuerza.
—Gracias. —
—De nada —respondí con una sonrisa mientras devolvía el abrazo.
Acto seguido, se abalanzó sobre Alexander para abrazarlo también.
—Por cierto, ¿cómo consiguieron la espada? —preguntó Kiomi con curiosidad, inclinando la cabeza.
—Yo la hice —dijo Alexander con una sonrisa.
—¡¿Tú?! —exclamamos todos sorprendidos.
—Sí, no creo que sepan que en mi juventud fui un gran herrero. De hecho, fue así como conocí a Thailon. Él me apoyaba en todo. —
—Impresionante —dijo Naoko, dejándome de abrazar para mirar a Alexander con admiración.
—Pero igualmente, gracias a todos —continuó él, agradecido.
Después de terminar con la celebración y recoger todo, Naoko y su abuela se fueron a su casa. Quedamos en celebrar el año nuevo todos juntos en la cafetería.
La mañana del 31 todo transcurría con normalidad. Ese día, la cafetería no abriría, así que solo esperábamos a Naoko y su abuela como invitados.
Naoko seguía entrenando con Kiomi en la parte de atrás. Kiomi le estaba enseñando cómo moverse correctamente durante una pelea, enfocándose en la velocidad y la precisión.
Mientras ayudaba a Alexander a limpiar el lugar, tres hombres de traje entraron por la puerta. Alexander los recibió, pero su rostro mostraba una clara señal de angustia. Con un gesto de su mano, me hizo una seña para que fuera atrás, donde estaban Kiomi y Naoko, y las interrumpiera.
Obedecí. Fui con ellas para que dejaran de entrenar y guardaran las armas.
Al regresar al salón, los hombres estaban sentados, las persianas cerradas, y la atmósfera era mucho más tensa. Alexander tenía una expresión seria.
—Siéntese, por favor, señor…—
—Zein —respondí, algo desconcertado.
—Bien, señor Zein, queremos hablar con usted, y nos gustaría que sus amigas se quedaran también —dijo uno de los hombres con tono autoritario.
Nos sentamos los cuatro, y el ambiente se volvió aún más pesado. No sabía quiénes eran, pero parecía que Alexander y Naoko sí.
—Bien, señor Zein, queremos hacerle unas preguntas, y si es posible también a su amiga…—
—Kiomi —respondió ella, visiblemente nerviosa.
—Ustedes dos… —empezó a decir el hombre, sacando unos papeles de un portafolio que había traído—. Hace aproximadamente una semana y media, ustedes dos y una niña aparecieron de la nada en un callejón cualquiera de esta ciudad. No tienen registros de nada, no están registrados ante el gobierno, no tienen actas de nacimiento, no tienen pasaporte, no tienen licencias de conducir, no tienen nada. Es como si nunca hubieran existido. Ni siquiera tienen documentos de alguna otra nación. Y, de la nada, aparecen en este café trabajando de manera ilegal. —
—Perdone, señor, yo soy el… el tutor oficial de los dos —dijo Alexander, intentando aliviar la tensión de la situación.
—¿Pero ya son mayores de edad o no? —preguntó uno de los hombres, con tono inquisitivo.
—Bueno, sí… —respondió Alexander, algo vacilante.
—Sería una pena que cerraran este lugar por diversos inconvenientes —dijo el hombre, sus palabras cargadas de amenaza.
—¿Nos está amenazando? —pregunté, mientras evaluaba si sacar mi espada o simplemente mantenerla oculta.
—No, claro que no —respondió rápidamente, mientras uno de sus compañeros le entregaba varios papeles que tenía guardados en su saco—. De hecho, vengo a pedirles su ayuda. —
Nos pasó los documentos cuidadosamente por la mesa. Entre ellos, había un papel escrito a mano, imágenes y mapas.
—Vimos cómo logró eliminar a aquel monstruo que apareció hace una semana. Lo eliminó con cierta facilidad —dijo el hombre, y uno de sus compañeros intervino.
—Actualmente, en la región norte de Siberia, nuestra nación ha lanzado una operación de ayuda militar a la Federación Libre después de que nos pidieran asistencia. Pero…—
El tercero también habló, interrumpiendo al segundo.
—Las criaturas con las que nos enfrentamos no son de este mundo. Las balas no les hacen daño, y sus armas comunes pueden penetrar tanques como si fueran de papel. Poco a poco, están ganando terreno. —
—Ahí es cuando llegaron ustedes —retomó el primero, mirando a los demás antes de seguir—. Ese monstruo estaba con ellos. No son de ninguna nación de la que tengamos conocimiento. Miren esto. —
Nos mostró una imagen que mostraba lo que parecía una bandera. Tenía un fondo negro, y en el centro, grande y prominente, había un sol negro. Los rayos del sol eran de un rojo oscuro, extendiéndose hacia los bordes. Sobre el sol negro, había un águila blanca, con un diseño imponente.
—Esta es su bandera. El monstruo también la llevaba consigo. ¿La reconocen? —
Por lo menos, yo no reconocía la bandera, pero ese sol negro sí lo conocía. Jamás olvidaría aquel sol negro que yacía sobre los cascos de esos soldados.
—Queríamos pedirles su ayuda para eliminarlos. Sabemos que es un ejército completo, pero…—
—Lo haremos —dijo Kiomi con mucha seguridad.
—¿Estás segura, Kiomi? —preguntó Alexander, tratando de persuadirla de no hacerlo. Al fin y al cabo, él sabía los peligros a los que podríamos enfrentarnos.
—Estaremos bien, Alexander. Confía en nosotros. —
—Perfecto —dijo el hombre del traje, al parecer satisfecho con nuestra respuesta.
—Por cierto, ¿cómo debemos referirnos a usted? —preguntó Kiomi.
—Pueden llamarme Paul —respondió el hombre con una leve sonrisa.
Tras eso, nos explicó cómo iría todo. En cuanto llegara el Año Nuevo, tomaríamos un avión directo hacia Siberia, donde daríamos un pequeño entrenamiento a las tropas. Cualquier cosa que pudiera ayudarlas a combatir. Después de ese entrenamiento, nos dirigiríamos al frente.
Sería una zona de trincheras de varios kilómetros. Estimaron que el ejército enemigo contaba con cerca de 50,000 soldados. Entre nosotros dos y algunos pocos soldados más, podríamos acabar con ellos en unos días.
—Zein —me interrumpió Naoko mientras revisaba los documentos.
—¿Qué pasa? —
—Déjame ir con ustedes. —
—No puedo hacer eso. —
—¿Por qué no? —
—Porque es peligroso. —
—Puedo ser de ayuda. No seré un estorbo. Quiero ayudarles. —
—No, ya te dije que no. Es demasiado peligroso. No sabes nada sobre estas personas. —
—¿Y entonces todo este entrenamiento para qué me servirá, eh? —Naoko empezó a exaltarse, su voz temblando de frustración—. ¡Quiero serles de ayuda! Déjenme ir con ustedes. —
—Ya te dije que no…—
—Por favor, no quiero ver de nuevo cómo uno de mis seres queridos se va a la guerra para no volver jamás —dijo, apretando las manos con fuerza, casi suplicante.
—Está bien —le dije mientras le tocaba el hombro—. Pero habrá medidas para que no te pase nada. —
Los agentes se fueron y nos dejaron solos. Kiomi y yo entendíamos lo que esto implicaba: esos hijos de puta pusieron sus ojos en este lugar, y tenía miedo de que nos lo quitaran.
Antes de irnos, nos preparamos para todo. Alexander le regaló a Kiomi una armadura ligera, pero que la protegería. Mientras tanto, Kiomi y yo sacábamos nuestras cosas que habíamos guardado al llegar a este lugar.
La idea de que Naoko nos acompañara aún no me convencía, pero su cara me decía algo que sus palabras jamás harían. Había algo en su mirada que me hacía entender que no podía dejarla atrás.
La noche cayó, y estábamos todos cenando antes de que el próximo año llegara. Salimos todos para prender fuegos artificiales por la llegada del nuevo año.
—Zein —Naoko estaba hincada, prendiendo uno muy pequeño, meramente visual, más que nada—. Gracias, por dejarme ir. —
—Deberás tener mucho cuidado cuando vayamos, ¿eh? —
—Claro que sí, sé cuidarme, no soy una niña. —
—Claro, lo que tú digas. —
Volteé a ver a los demás. Estaban felices jugando, descansando. Vi a Kiomi junto a Lyra, Lyra corriendo alrededor de Kiomi con los fuegos, como si estuviera tratando de apagarlos mientras corría.
Las luces coloridas de los fuegos iluminaban sutilmente a Kiomi, su rostro lleno de felicidad resaltaba con las luces. Me sentí aliviado al verla sonreír, pero también sentí una presión pesada en el pecho. Temía perder todo. Todo esto. A mis seres queridos. Debo evitar a toda costa que aquellos del sol negro tomen este planeta.