Todo el día de hoy estuve fuera del local. Kiomi decidió que hiciéramos una salida de amigas, algo que me sorprendió bastante. Aunque a simple vista no lo parezca, estas cosas no son comunes entre nosotras. Kiomi siempre ha sido más reservada, y yo, aunque lo disfruto, rara vez suelo proponer algo como esto. Tal vez por eso este día se sintió tan especial desde el principio.
Fuimos de compras, comimos en un pequeño restaurante que parecía sacado de un cuento, y nos dedicamos a caminar por las calles de la ciudad, simplemente disfrutando del momento. Era uno de esos días donde el tiempo parece detenerse, donde todo es simple y perfecto. Podría decirse que fue un día hermoso, lleno de risas y conversaciones que nunca pensé que tendría con ella.
Sin embargo, había algo que no lograba sacarme de la cabeza. Hoy es mi cumpleaños. Y, aunque no esperaba una gran celebración ni un despliegue de regalos, una pequeña palabra habría sido suficiente. Un "feliz cumpleaños" habría bastado para llenar ese pequeño hueco que sentía en el pecho. Pero Kiomi no mencionó nada. Nada en absoluto.
Intenté convencerme de que no tenía importancia, de que lo que realmente importaba era este día que compartíamos, pero no pude evitar preguntarme si los demás lo sabían. ¿Recordarán que hoy es mi cumpleaños? Después de todo, no suelo hablar mucho de ello. Antes, era mi abuela quien siempre se aseguraba de que mi día no pasara desapercibido. Y Alexander, claro, que siempre encontraba la manera de hacerme sonreír. Pero ahora, con ellos lejos, es diferente. Supongo que, de algún modo, también es culpa mía por no mencionarlo.
Aun así, no puedo negar que disfruté cada momento de este día. El cielo comenzó a teñirse de naranja y rosado, y los rayos del sol se deslizaban lentamente por el horizonte. El cansancio empezaba a acumularse en mis piernas, pero no me importaba. Era un tipo de cansancio dulce, como si cada paso hubiese valido la pena.
—Deberíamos volver —dijo Kiomi mientras miraba el reloj.
—Claro —respondí, aunque una parte de mí deseaba que este día no terminara.
De camino al local, Kiomi se detuvo y me pidió que esperara mientras hacía una llamada. Me senté en un pequeño banco cerca de una fuente, observando a la gente que pasaba. El lugar estaba lleno de vida. Las risas de los niños jugando se mezclaban con las voces de los adultos que conversaban animadamente. Era un contraste hermoso con el cielo que ya comenzaba a oscurecerse.
Miré a mi alrededor y no pude evitar sentirme agradecida. Este lugar es hermoso, y el simple hecho de saber que lo protegí en el pasado me llenó de orgullo. A veces, cuando el mundo parece demasiado caótico, estos momentos de paz son lo único que necesitas para recordar por qué vale la pena seguir adelante.
Kiomi regresó después de unos minutos, y juntas nos dirigimos al local. Ya desde la distancia, algo se sentía extraño. Todas las luces estaban apagadas, algo que rara vez ocurría. Incluso cuando el local está cerrado, siempre hay una luz encendida que señala que alguien está en casa.
—¿Crees que algo pasó? —pregunté, sintiendo un leve nudo en el estómago.
—No te preocupes, todo está bien —respondió Kiomi con calma, aunque su expresión no me dio muchas respuestas.
Cuando llegamos a la puerta, me di cuenta de que estaba cerrada con llave, algo que solo hacemos cuando es muy tarde en la noche. Kiomi sacó una llave de su bolsillo, abrió la puerta y me dejó pasar primero.
Al entrar, me detuve en seco. Todo estaba oscuro. No había ni una sola señal de vida dentro del local, y la ausencia de luz hacía que cada rincón se sintiera más vacío de lo normal. Desde pequeña nunca he sido fanática de la oscuridad. Siempre me ha resultado inquietante, como si escondiera cosas que no puedo ver.
—Espera aquí —me dijo Kiomi en un susurro mientras cerraba la puerta detrás de nosotras, dejando el lugar aún más oscuro. —Voy a buscar algo, no te muevas —respondió antes de desaparecer entre las sombras.
—¡No te vayas! —grité, intentando que mi voz sonara firme, pero un leve temblor la traicionó. Mi miedo a la oscuridad me hacía querer que Kiomi se quedara a mi lado.
El silencio de la cafetería era casi opresivo, y de vez en cuando pequeños ruidos rompían la quietud. Cada sonido parecía amplificarse en la penumbra, haciendo que mi imaginación corriera desbocada. Traté de convencerme de que esos ruidos eran Kiomi moviéndose por el local, pero el sonido provenía de otro lado. Mi corazón comenzó a latir más rápido.
"¿Por qué Zein no me enseñó alguna magia para ver en la oscuridad?", pensé, tratando de encontrar algo de valentía en medio de mi creciente inquietud. Sabía que sonaba infantil, pero no podía evitarlo. La oscuridad siempre me había resultado aterradora, y no era solo el miedo a lo desconocido; había algo más profundo, un eco de recuerdos que prefería no revivir.
De repente, dos figuras aparecieron frente a mí. Mi primer impulso fue retroceder, pero al reconocer a Nanao y Aiko, dejé escapar un suspiro de alivio. Ellas encendieron una pequeña luz tenue que apenas iluminaba nuestros alrededores, pero fue suficiente para que mi corazón dejara de golpear tan fuerte en mi pecho.
—¿Qué están haciendo? —pregunté con una mezcla de curiosidad y nerviosismo.
Nanao me dedicó una sonrisa traviesa mientras Aiko me hizo un gesto para que me arrodillara. Aunque estaba confundida, les hice caso. En cuanto lo hice, Aiko colocó delicadamente una flor en mi cabello. Era una flor pequeña, pero preciosa, con pétalos suaves que parecían capturar la poca luz que nos rodeaba. Mientras tanto, Nanao me colocó un collar de flores alrededor del cuello. Todo se sentía tan irreal, como si estuviera en medio de un sueño.
—¿Qué está pasando? —susurré, todavía tratando de procesar lo que sucedía.
Fue entonces cuando un camino de flores comenzó a iluminarse frente a mí. Era un sendero mágico que se extendía hacia el patio trasero. Las flores brillaban con una luz tenue, como si cada una estuviera viva, guiándome hacia lo desconocido. El patio, sin embargo, estaba completamente oscuro, lo que hacía que el contraste con el camino iluminado fuera aún más impactante.
Aiko y Nanao tomaron mis manos, cada una de un lado, y me guiaron suavemente por el sendero. Mis pasos eran lentos, casi inseguros, pero no podía evitar maravillarme por lo hermoso que se veía todo. En ese momento, mi mente estaba demasiado abrumada como para cuestionar nada. Solo podía seguirlas y admirar el ambiente.
Al llegar al patio, ellas soltaron mis manos y se adelantaron un poco. El lugar seguía envuelto en la penumbra, y por un instante pensé que tal vez todo esto era una broma. Pero entonces, justo cuando menos lo esperaba, un espectáculo de luces comenzó.
Pequeñas luces flotaron desde el cielo como si fueran luciérnagas, iluminando cada rincón del patio. El efecto era mágico, como si el lugar se hubiera transformado en un paraíso nocturno. La luz no solo llenó el patio, sino que también se extendió al interior del edificio, haciendo que todo brillara de manera cálida y acogedora.
—¡Feliz cumpleaños! —gritaron muchas voces al unísono.
Mi corazón dio un vuelco. Ahí estaban todos: los trabajadores del café, Zein, Kiomi, Alexander, Miguel, Paul, Aiko, Nanao, Sora, Judas, Lyra y Kio. Todos estaban allí, con sonrisas radiantes en sus rostros.
Me llevé las manos a la boca, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con caer.
—Chicos… —logré decir, mi voz apenas un susurro.
Antes de que pudiera procesarlo, todos comenzaron a acercarse, rodeándome con abrazos, felicitaciones y sonrisas. La calidez de sus palabras y la energía de ese momento llenaron el vacío que había sentido durante todo el día.
—¿Te sorprendimos? —preguntó Lyra, su sonrisa era tan grande que parecía iluminar más que las propias luces.
—Sí, bastante —respondí con una sonrisa genuina, que esta vez no necesitó ningún esfuerzo para aparecer.
—Fue su idea —dijo Zein, colocando una mano sobre la cabeza de Lyra con ternura. —Lo de la fiesta.
Miré a Lyra, quien ahora se veía un poco tímida, y sentí cómo mi corazón se llenaba de gratitud.
—Gracias… a todos —dije, mirando a cada uno de ellos. Pero mis ojos se detuvieron en Lyra por un momento más. —De verdad, gracias.
Me agaché y la abracé con fuerza, sintiendo cómo la calidez de sus brazos disipaba cualquier rastro de inseguridad que había sentido antes.
Y así, comenzó la fiesta. Me guiaron hacia una de las mesas, donde un banquete impresionante esperaba. La comida parecía deliciosa: una mezcla de aromas y colores que hacía que mi estómago rugiera de anticipación. Todo estaba dispuesto con tanto esmero que parecía sacado de una revista de cocina.
—Miguel y Sora la prepararon —me explicó Lyra con una sonrisa, señalando hacia ellos.
—Pero en serio, Sora es un desastre cocinando —soltó Miguel entre carcajadas.
—¡Deja de burlarte de mí, simio calvo! —gritó Sora, lanzándole una servilleta mientras todos reíamos ante su pequeña y graciosa pelea.
La atmósfera era ligera y llena de risas. Entre bromas y conversaciones, probé los platillos. Eran exquisitamente familiares. Algunos no los había probado desde que era niña, y cada bocado estaba impregnado de nostalgia. Era como si esos sabores me llevaran de regreso a momentos felices que creía haber olvidado.
The story has been taken without consent; if you see it on Amazon, report the incident.
Después de comer, Sora se levantó e hizo un pequeño show. Aunque claramente estaba dirigido principalmente a los más pequeños, su carisma y creatividad lograron captar la atención de todos. Usando y figuras creadas por el, creó historias fascinantes: valientes soldados rescatando princesas, dragones y guerreros enfrentándose en combates épicos, personas comunes mostrando actos de amabilidad que cambiaban vidas. Cada relato tenía una mezcla de magia y emoción que hacía imposible apartar la mirada.
Mientras lo veía, no podía evitar admirar las decoraciones. Las flores que adornaban el lugar eran preciosas por sí mismas, pero con los detalles añadidos brillaban con una belleza aún más deslumbrante. Cada rincón del lugar estaba lleno de pequeños toques de cariño que hacían que todo se sintiera especial.
Fue entonces cuando Alexander se levantó y nos llamó a todos con una sonrisa emocionada.
—¡Vamos! Es hora de jugar los juegos que preparé —anunció, su tono entusiasta.
Nos reunimos en un círculo alrededor de él. Al principio, nadie sabía qué esperar. Conociendo a Alexander, estaba claro que sería algo único.
—Bien, les explicaré las reglas —dijo mientras activaba una consola portátil que proyectó un holograma en 3D al centro del grupo. Colores vibrantes, menús interactivos y figuras virtuales que reaccionaban a nuestros movimientos.
—¿Esto es un juego o un examen de ciencia? —bromeó Miguel, provocando risas.
El primer juego que presentó era una versión modernizada del escondite. Alexander activó pequeños drones flotantes que se dispersaron por el patio y proyectaron sombras y luces en movimiento. Los jugadores debían esconderse y moverse sin ser detectados por los drones, mientras estos escaneaban el área con haces de luz que parecían algo sacado de una película de ciencia ficción.
—No los subestimen, estos pequeños son más listos de lo que parecen —advirtió Alexander con una sonrisa maliciosa.
El patio se llenó de risas y carreras mientras tratábamos de evitar ser encontrados. Los más pequeños lo disfrutaron especialmente, gritando emocionados cada vez que lograban esquivar una de las luces.
El segundo juego era un desafío de agilidad mental. Con brazaletes conectados a la consola, debíamos resolver acertijos en equipo mientras respondíamos a estímulos visuales y sonoros que cambiaban rápidamente. El juego requería cooperación, y cada vez que alguien fallaba, el sistema nos lanzaba un pequeño chorro de aire frío en señal de penalización.
—¡Esto es trampa! —gritó Kiomi entre risas después de que fallara una pregunta sencilla.
El último juego fue el favorito de todos: una competencia de baile interactivo. Alexander proyectó una pista de baile virtual en el centro del patio, y cada participante tenía un avatar que replicaba sus movimientos en tiempo real. Los hologramas respondían a cada paso, iluminándose con patrones coloridos que hacían que el lugar se viera aún más mágico.
Incluso Zein, que normalmente evitaba este tipo de cosas, terminó participando, para sorpresa de todos.
—Nunca imaginé verte bailar, Zein —bromeó Lyra, riéndose mientras lo observaba dar torpes pasos que de alguna manera se sincronizaban con la música.
—Tampoco yo —admitió él, sacudiendo la cabeza con una sonrisa divertida.
La noche continuó llena de risas, juegos y momentos inolvidables. Alexander había logrado capturar algo especial con sus juegos: un equilibrio perfecto entre nostalgia y emoción, tecnología y humanidad.
Y mientras veía a todos divertirse, sentí algo cálido en el pecho. Por primera vez en mucho tiempo, no sentí soledad ni miedo. Estaba rodeada de personas que se preocupaban por mí, que habían creado todo esto solo para hacerme sentir especial.
"Gracias", pensé, aunque no encontraba las palabras para expresarlo en voz alta.
El resto de la noche transcurrió entre risas, conversaciones animadas y pequeñas celebraciones. La música llenaba el ambiente con un ritmo suave, dando al lugar una energía cálida y acogedora. Parecía que el tiempo pasaba más rápido de lo normal, como si el mundo mismo se hubiera detenido para que ese momento durara un poco más.
—Toma —dijo Alexander, tendiéndome un vaso con una bebida de aspecto curioso.
—¿Qué es? —pregunté mientras lo tomaba, inspeccionándolo con algo de recelo.
—Una bebida especial mía. Tu abuela solía pedírmela; le encantaba. Aunque, eso sí, contiene algo de alcohol —dijo con una sonrisa que no dejaba claro si estaba siendo completamente serio o si intentaba convencerme con nostalgia.
Lo miré fijamente, dudando. Había escuchado tantas cosas sobre el alcohol, y siempre había pensado que no era algo para mí.
—¿Ya eres mayor de edad, No? Desde hace dos o tres años, si no estoy mal.—continuó Alexander, ladeando la cabeza mientras intentaba recordar
—Sí, pero… nunca he tomado alcohol —admití, sintiendo un leve rubor en las mejillas, como si estuviera revelando algo importante.
—Bueno, entonces no es mal momento para una primera vez. Vamos, no tiene mucho alcohol, y a tu abuela le encantaba. Tal vez a ti también.
Vacilé por un momento más antes de llevar el vaso a mis labios. Tomé un sorbo pequeño, casi imperceptible. El sabor era extraño, una mezcla entre lo dulce y lo amargo, que al principio no sabía si me gustaba. Sentí un leve calor en la garganta al tragar, algo que no esperaba, y no pude evitar fruncir el ceño.
—¿Qué tal? —preguntó Alexander, observándome con una sonrisa curiosa.
—Es… diferente —respondí, insegura de cómo describirlo.
Con el tiempo, después de unos cuantos sorbos más, comencé a sentir algo peculiar. Era como si todo a mi alrededor se volviera más ligero, como si las palabras fluyeran con mayor facilidad y las risas se sintieran más auténticas. Pero también había un ligero mareo que me hacía consciente de mis propios movimientos.
—Parece que los jóvenes no pueden aguantar mucho —comentó Miguel con una carcajada, mientras sostenía su enésima cerveza.
—Vamos, déjala. Es la primera vez que toma —dijo Alexander, rodando los ojos mientras le daba un golpecito en el hombro a Miguel.
Me recosté sobre la mesa, incapaz de mantenerme completamente erguida. La sensación de pesadez en mi cuerpo comenzaba a ser más evidente, aunque no del todo desagradable. Frente a mí estaban Zein y Kiomi, que parecían estar en una situación similar a la mía. Zein tenía la mirada perdida en el techo, mientras que Kiomi intentaba no resbalar de la silla, sosteniéndose del borde de la mesa con ambas manos.
—No sé cómo puedes estar tan bien después de diez vasos de cerveza, Miguel… —murmuré, apenas capaz de mantener los ojos abiertos.
—Es un talento que se gana con los años —respondió él, riendo mientras levantaba su vaso como si estuviera brindando consigo mismo.
Con cada minuto que pasaba, sentía que mi cuerpo se relajaba más y más. Los sonidos a mi alrededor se volvían un eco lejano, y las luces de las decoraciones parecían brillar con un calor acogedor. Aunque estaba mareada, había algo innegablemente placentero en la sensación.
Finalmente, incapaz de luchar contra el cansancio, cerré los ojos. Sentí cómo mi cabeza descansaba sobre mis brazos cruzados, y una última sonrisa se dibujó en mis labios. Pensé en lo feliz que había sido ese día, en las risas, los juegos, las historias y la compañía.
"No puedo imaginar un final más perfecto", pensé, mientras el sueño me envolvía suavemente.
…
Después de que todo saliera bien, Naoko cayó dormida tras haber bebido demasiado... o bueno, no demasiado en general, pero sí más de lo que ella podía aguantar. Aunque, para ser honesta, yo estaba igual, y podía jurar que Zein tampoco estaba en mejores condiciones.
Kio apareció frente a nosotros en su forma humana, tan tranquila como siempre.
—Llevaré a Naoko a su cuarto —dijo con esa calma que siempre lograba transmitir.
—Está bien, nosotros nos quedaremos aquí un rato —respondió Alexander, alzando ligeramente su vaso antes de tomar otro sorbo.
Para ese momento, la fiesta ya había comenzado a desvanecerse. Varias personas se habían retirado, y prácticamente solo quedábamos los que vivíamos ahí y Sora, que aún recogía algunas cosas. Nanao, Aiko y Lyra ya se habían ido a dormir hace rato.
—Bueno, creo que también es momento de que me vaya yendo —dijo Miguel, levantándose con cierta torpeza, pero manteniendo esa sonrisa que nunca parecía desaparecer de su rostro—. Que tengan una buena noche.
—Kiomi.
La voz de Kio me sacó de mis pensamientos.
—¿Sí, Kio? —respondí, esforzándome por articular las palabras mientras sentía cómo el cansancio y el mareo se combinaban.
—¿Quieres que te ayude a llegar a tu cama? —preguntó, inclinándose un poco para mirarme a los ojos.
—No, gracias... puedo llegar yo sola —contesté, intentando sonar firme, aunque apenas podía mantenerme sentada.
—Está bien.
Reuní toda la fuerza que tenía y, con mucho esfuerzo, logré levantarme. Sentía mis piernas temblar y mi cuerpo a punto de ceder al cansancio.
—Bueno, creo que es momento de que yo también me vaya.
—Bien, buenas noches —dijeron Alexander y Miguel casi al unísono, despidiéndose con un gesto amable.
Miré a mi derecha y vi a Zein tumbado sobre la mesa, prácticamente dormido. Parecía tan sereno que no quise molestarlo, así que decidí dejarlo ahí.
Mientras caminaba hacia mi cuarto, todo a mi alrededor daba vueltas. Me balanceaba de un lado a otro, intentando mantener el equilibrio, pero cada paso parecía un desafío. Kio ya había llevado a Naoko a su cuarto, y el café estaba prácticamente vacío. Solo quedaban algunos murmullos apagados afuera, donde los demás terminaban de recoger.
Subir las escaleras fue un verdadero reto. Cada peldaño se sentía como escalar una montaña, pero de alguna manera logré llegar hasta el pasillo de las habitaciones. Estaba tan agotada que mis ojos apenas podían mantenerse abiertos. Vi un cuarto y, sin pensarlo mucho, entré.
La cama se sentía extraña bajo mi cuerpo, como si no fuera del todo familiar. Pero mi mente estaba tan abrumada por el cansancio que no le di importancia. Cerré los ojos y me dejé llevar por el sueño, sintiendo cómo el peso del día desaparecía poco a poco.
Al siguiente día sentí algo extraño mientras despertaba. Mi cuerpo entero dolía, y aunque quería quejarme en voz alta, el cansancio todavía me pesaba. Estaba abrazando algo cálido, grande... casi como si fuera una persona.
Parpadeé lentamente, frotándome los ojos para despejar la vista. Me senté en la cama, confundida, mientras miraba a mi alrededor. Nada se me hacía familiar. Giré la cabeza hacia la izquierda y ahí estaba la cama de Lyra, con ella profundamente dormida.
"¿Dónde estoy?" pensé, tratando de entender la situación. La cama de Lyra estaba en el cuarto de Zein…
De repente, mi mente se iluminó y todo encajó. Miré rápidamente hacia la derecha, y ahí estaba él. Estaba en el cuarto de Zein. Y peor aún… ¡en su cama!
Mi rostro se encendió como una llama. "¿Cómo? ¿Cuándo pasó esto? ¿Cómo no me di cuenta?"
Antes de que pudiera hacer algo más, sentí que Zein empezaba a moverse. En pánico, hice lo único que se me ocurrió: me acurruqué y fingí estar dormida, rogando que no notara nada.
Pasaron unos largos y tensos minutos hasta que finalmente escuché sus pasos y los de Lyra saliendo del cuarto. Esperé un poco más para asegurarme de que estuviera despejado, y entonces me levanté apresuradamente, escapando a mi cuarto como si mi vida dependiera de ello.
Una vez allí, me encerré. Mi corazón latía como un tambor, y mi rostro seguía rojo de la vergüenza. "¿Cómo pude terminar en esa situación?" me pregunté mientras me tapaba la cara con las manos. No quería salir, pero sabía que eventualmente tendría que enfrentar el día.
Después de mucho dudar, me armé de valor. Me arreglé lo mejor que pude y bajé las escaleras con cautela, deseando no encontrarme con Zein. Pero, como si el destino quisiera jugar conmigo, ahí estaba, esperándome al final de las escaleras.
El silencio entre nosotros era pesado. No podía ni mirarlo a la cara, y por lo que alcanzaba a ver de reojo, él estaba tan incómodo como yo.
—Bu… Buenos días —logré decir, apenas audible.
—Buenos días —respondió él, su voz algo tímida.
Lo miré por un instante y noté que su rostro estaba tan sonrojado como el mío. Parecía que ambos estábamos atrapados en una burbuja de torpeza compartida.
Entonces, Alexander apareció alegremente, como si nada hubiera pasado.
—¡Buenos días! —saludó con entusiasmo, pero su sonrisa se ensanchó al notar la tensión en el ambiente—. ¿Pasó algo entre ustedes dos?
Lo dijo con un tono burlón y una mirada traviesa, antes de marcharse riendo para dejarnos solos con nuestras caras de tomate.
—¡No pasó nada! —respondió Zein de inmediato, su voz cargada de nerviosismo.
—Pervertido —murmuró Lyra al pasar, mirándolo con una expresión de desaprobación que no ayudó en nada.
—¡Que no pasó nada! —replicó él, tratando de defenderse mientras alzaba las manos en señal de inocencia.
No pude evitar soltar una risa tímida. La pequeña escena había roto el hielo entre nosotros, y aunque el ambiente seguía algo incómodo, también se sentía más ligero, incluso un poco divertido.
Mientras caminábamos hacia la mesa, nuestros ojos se encontraron por un breve momento. Por primera vez en toda la mañana, intercambiamos una pequeña sonrisa. Tal vez, solo tal vez, no fue tan malo después de todo.