Novels2Search
Forgotten Heirs [ESP]
Historias de otro mundo parte 1

Historias de otro mundo parte 1

Cuando finalmente la neblina se disipó, el caos cedió brevemente ante una escena inesperada: la luz del sol atravesaba los vestigios de la destrucción. Brillaba con intensidad, como si el mundo ignorara deliberadamente el sufrimiento bajo su resplandor. El cielo, despejado y sereno, se alzaba como un contraste cruel frente al desastre. Aquella calma momentánea era casi una burla.

El suelo bajo mis pies se tambaleó, y antes de que pudiera reaccionar, caí. El impacto contra los escombros fue brutal; el dolor me recorrió el cuerpo como un relámpago. Intenté moverme, pero mi brazo gritó en protesta. Al mirarlo, vi que estaba roto. Cada respiración era un tormento; las costillas fracturadas parecían cortar mi aire como cuchillas invisibles. Mi mente se ahogaba en la sensación de derrota.

Con un esfuerzo casi sobrehumano, traté de levantarme, pero mi cuerpo simplemente no respondía. Cerré los ojos, dejando que la oscuridad me envolviera, resignado al final. Había fallado. Todo había terminado.

Pero entonces, algo cambió.

De repente, el dolor se desvaneció. Abrí los ojos y me encontré rodeado de agua. No había rastro de heridas en mi cuerpo; todo estaba intacto. El lugar me resultaba familiar, un eco de los sueños que había tenido tantas veces antes. Era un espacio infinito, oscuro como la noche, donde el agua era la única fuente de luz, brillando con un resplandor etéreo que acariciaba suavemente la oscuridad.

Comencé a caminar, cada paso dejando ondas que parecían no querer desaparecer. El recuerdo de Sora y el caos quedó atrás, borrado por la extraña paz que emanaba de este lugar.

Entonces, lo vi.

A lo lejos, una figura se dibujó en el horizonte. Era una sombra, una mancha negra que devoraba la luz a su alrededor, como si el mismo universo retrocediera en su presencia. Intenté enfocarme, pero cuanto más lo hacía, menos podía comprender lo que estaba viendo. La figura estaba envuelta en fuego negro, un fuego que no iluminaba sino que consumía. Las llamas danzaban de manera hipnótica, dejando tras de sí diminutas hebras de ceniza negra que se disolvían en el aire como suspiros de desesperanza.

Sus ojos eran dos círculos blancos, vacíos y aún así infinitos. Mirarlos era como asomarse a un abismo sin fin, una fuerza irresistible que atrapaba mi atención y no me dejaba escapar. Había algo terriblemente familiar en ellos, como si hubieran estado observándome desde siempre.

—Nos vemos de nuevo —dijo la figura, su voz un eco distorsionado que parecía surgir desde todas partes y ninguna. A pesar de hablar, no había boca, solo esa oscuridad inquebrantable.

—¿Quién eres? —logré preguntar, mi voz apenas un susurro ahogado.

Antes de que pudiera obtener una respuesta, la figura desapareció. La luz del agua se extinguió en un instante, y el mundo entero se sumergió en una oscuridad sofocante. Era una negrura densa, casi tangible, que me envolvía como si estuviera atrapado en un líquido espeso y sin fin.

Y entonces, solo quedó el silencio.

De pronto, el agua bajo mis pies comenzó a brillar con una intensidad cegadora, desvelando imágenes fragmentadas de lo que ocurría en la realidad. Allí estaba yo, tirado en el suelo, mi cuerpo tan inmóvil como un cadáver, mientras Sora, con una mirada cargada de decepción y desdén, tomaba asiento en un trono grotesco que había creado en medio de aquel escenario devastado.

A su alrededor, sombras humanas comenzaban a materializarse: civiles, militares… personas arrancadas de sus vidas, obligadas a soportar las torturas que Sora parecía disfrutar con un placer perverso. El espectáculo era macabro, un despliegue de crueldad que retorcía mi estómago y encendía una furia impotente dentro de mí.

De repente, sentí un escalofrío en mi nuca. La sombra reapareció detrás de mí, su presencia envolviendo el espacio como una marea opresiva.

—Me da gusto que al fin podamos hablar cara a cara —dijo con una voz que se filtraba como un susurro venenoso.

—¿Quién eres? —repetí, mi voz quebrada entre incredulidad y rabia—. ¿Dónde estoy?

—Soy tú —respondió, dejando una pausa tan pesada que parecía devorar el silencio—. O bueno, eso me gustaría decir. Soy una representación de tu alma, un ser que te cuida… como si fuera tu ángel de la guarda.

—Pero no eres un ángel.

—Claro que no, niño —respondió con una risa áspera que resonó como un eco distorsionado—. Me vi ligado a tu vida desde el momento en que salimos de aquel tubo, de ese contenedor. Era un espectáculo lamentable… verte viviendo esa existencia patética.

—¿Entonces tú fuiste el que…? —comencé, el horror invadiendo mis palabras.

—Por supuesto. ¿Quién más habría quemado la aldea entera? —Se inclinó hacia mí, tan cerca que podía sentir un frío antinatural emanando de su forma intangible—. Esa fue la única vez que tuve el control completo.

—¡Maldito! —grité con una furia que brotó desde lo más profundo de mi ser.

Lancé un golpe desesperado, pero su figura se desvaneció como humo antes de que mi puño pudiera rozarlo. En un instante, reapareció detrás de mí, su presencia tan abrumadora como siempre.

—Vamos, no te precipites. ¿No ves que estás en una situación muy complicada? —Su tono era burlón, casi divertido—. A este ritmo, todos tus amigos van a morir.

—¿Qué es lo que quieres? —pregunté, apretando los dientes—. ¿Por qué después de tanto tiempo decides aparecerte frente a mí?

—Tú sabes perfectamente lo que quiero. —Una sonrisa monstruosa se dibujó en su rostro, un gesto que resaltaba en la penumbra absoluta. Era una sonrisa demasiado amplia, demasiado antinatural, y junto a sus ojos blancos, era lo único visible en su cuerpo—. Quiero el control completo de tu cuerpo.

—Jamás —dije, mi voz firme a pesar del terror que me oprimía el pecho—. La última vez que lo tuviste… solo trajiste destrucción y muerte.

La sombra se deslizó a mi espalda con una rapidez que hizo que mi piel se erizara. Sus manos, frías como el acero, se posaron en mis hombros. Había algo en su toque, una mezcla de persuasión y amenaza que se sentía como un peso imposible de ignorar.

—Vamos —susurró con voz melosa, cargada de un peligro implícito—. No tienes otra opción.

—Claro que sí —respondí, dando un paso atrás para liberarme de su agarre—. Solo necesito volver a despertar.

Mis ojos recorrieron frenéticamente el espacio, buscando algo, cualquier cosa, que indicara una salida. Pero no había nada más allá del agua brillante y la opresiva oscuridad.

—No vas a poder volver —afirmó la sombra con una calma perturbadora—. Estás muerto.

Su declaración me golpeó como una tormenta inesperada.

—¿Qué? —balbuceé, sintiendo cómo un escalofrío recorría mi columna.

—La caída te mató. Parece que no eras tan fuerte como querías creer.

—Estás mintiendo.

—¿Por qué lo haría? —preguntó burlonamente, extendiendo los brazos en un gesto teatral—. Estás en un limbo. Tu existencia está pendiendo de un hilo, y soy yo quien te mantiene aquí.

—Jamás podría darte el control —gruñí, apretando los puños.

La sombra soltó una carcajada seca, carente de cualquier rastro de humor.

—¿De verdad crees que tienes el control aquí? —se burló, sus ojos vacíos clavándose en los míos.

—Claro que sí. Si no fuera así, ¿por qué me estarías pidiendo el control?

Por un breve instante, la sonrisa que había sido una constante en su rostro desapareció, reemplazada por una seriedad que solo intensificó la amenaza que representaba.

—Muy bien, piénsalo como quieras. Pero recuerda algo, niño —sus ojos parecieron arder con una intensidad que perforó la oscuridad—. Siempre estaré aquí. Dentro de ti. En tus sueños, en tus pesadillas, en cada momento en que la muerte te roce.

—¿Qué es lo que planeas? —pregunté, tratando de mantener mi voz firme, aunque el miedo se aferraba a mi pecho.

—Te voy a curar —respondió, dando un paso atrás. Con un movimiento de su mano, el agua se retorció y de ella surgió una puerta imponente, su marco hecho de una madera negra que parecía consumir la luz a su alrededor.

The author's content has been appropriated; report any instances of this story on Amazon.

La sombra señaló la puerta, su sonrisa regresando, más amplia y grotesca que nunca.

—Cuando no puedas más, cuando sientas que todo está perdido, solo di “réquiem”. En ese instante, tomaré el control. Hasta entonces, sigue pretendiendo que eres el dueño de tu destino.

Extendió su mano hacia mí, esperando. Dudé, observando esos dedos delgados y deformes. Luego, levanté la mirada hacia su rostro, esa expresión monstruosa que prometía tanto salvación como condena. Finalmente, sin otra opción a la vista, tomé su mano.

El contacto fue helado, como si la esencia misma de la sombra se filtrara en mi piel. La puerta se abrió con un crujido profundo, y al cruzarla, sentí un tirón en mi ser.

Al instante, desperté.

El dolor había desaparecido. Mi cuerpo estaba intacto, como si la muerte nunca me hubiera tocado. Me encontraba nuevamente entre los escombros, la devastación extendiéndose a mi alrededor.

A lo lejos, Sora permanecía en su trono, un espectador cruel que disfrutaba de su teatro de tortura. Humanos, tanto civiles como militares, eran arrastrados uno tras otro, sus gritos perforando el aire.

Fue entonces cuando los vi.

Miguel y Kiomi corrían hacia Sora, lanzándose al combate con una furia desesperada. Pero Sora los repelió con facilidad, su semblante inmutable, casi aburrido.

—¡Zein! —la voz de Naoko rompió mi aturdimiento.

Ella estaba a mi lado, su rostro reflejando una mezcla de alivio y angustia.

—¿Estás bien? —preguntó, inclinándose hacia mí, sus manos temblorosas revisando mis heridas inexistentes.

La guerra continuaba a nuestro alrededor, pero su mirada permanecía fija en mí, como si en ese momento yo fuera lo único que importara.

La tranquilicé con una leve sonrisa y me puse de pie, aunque mi cuerpo aún sentía el peso de la batalla. Alexander, quien también había llegado como refuerzo, se acercó con el ceño fruncido, evaluando rápidamente mi estado.

—Zein… —dijo, su tono cargado de preocupación.

—Alexander, Naoko —los miré directamente, mi voz firme a pesar del caos a nuestro alrededor—. Debemos atacar juntos. Es la única forma. Si fallamos, este planeta estará perdido.

Alexander asintió con determinación y colocó una mano firme sobre mi hombro.

—Cuenta conmigo.

—¡Cuenta conmigo también! —exclamó Naoko, su voz temblando al principio, pero con un entusiasmo que poco a poco ganó fuerza.

Sin más palabras, nos lanzamos hacia Sora. Cada uno atacaba con técnicas diferentes, combinando nuestras fuerzas para intentar abrumarlo. Pero no importaba cuántos esfuerzos hiciéramos, Sora apenas parecía notarlo.

Sus ataques a larga distancia eran rápidos, precisos e impredecibles. A cada movimiento, parecía jugar con nosotros, midiendo nuestras habilidades. Lo peor era la constante amenaza de que invocara el Imaginary. Si lo hacía, nuestras posibilidades desaparecerían por completo.

El primero en caer fue Miguel. Había luchado sin descanso desde antes de mi llegada, y aun así, su energía parecía inagotable. Pero un solo ataque certero de Sora lo noqueó, enviándolo al suelo con un impacto que resonó en todo el campo de batalla.

Alexander no dejó que eso nos detuviera. Mientras seguíamos luchando, él se movía ágilmente por el campo, curándonos cuando podía y reforzando nuestras defensas con su magia. Sin embargo, este apoyo no pasó desapercibido para Sora.

—Interesante… —murmuró Sora, dirigiendo su mirada hacia Alexander con una sonrisa siniestra.

Antes de que pudiera atacar, nos interpusimos en su camino, bloqueando sus intentos de alcanzar a nuestro sanador. Pero el desgaste comenzó a cobrarnos factura. La batalla se alargaba, y cada minuto que pasaba sentíamos cómo nuestras fuerzas disminuían, mientras Sora seguía tan fresco como al inicio.

Kiomi fue la siguiente en caer. En un movimiento brutal, Sora la lanzó contra un edificio cercano. El impacto fue ensordecedor, y el polvo que levantó cubrió el área como una nube de desesperación. Cuando el polvo se disipó, Kiomi estaba inmóvil, fuera de combate.

Ahora solo quedábamos tres.

—Vaya, son más débiles de lo que imaginaba —dijo Sora, con su característico tono de burla que encendía la rabia en nuestros corazones—. Zein, debo admitir que me sorprende que te hayas recuperado de esas heridas, pero parece que esa fue la única sorpresa que tenías para ofrecer.

No respondimos. Estábamos demasiado concentrados, demasiado agotados para caer en sus provocaciones.

Sora entrecerró los ojos, su sonrisa desvaneciéndose momentáneamente al darse cuenta de que su intento de desmoralizarnos había fracasado. Sin embargo, en su rostro aún quedaba una arrogancia inquebrantable, como si supiera que nuestra resistencia no duraría mucho más.

El aire a nuestro alrededor se sentía más pesado, cargado de tensión y desesperación. Pero, a pesar de todo, aún quedaba algo dentro de nosotros. Un pequeño fuego que no se apagaría tan fácilmente.

—Ni siquiera sus amigos, que fueron fácilmente derrotados. Tras acabar con ustedes, los mataré a ellos. Y después a todas las personas de este continente. Luego, me moveré al siguiente. Los que sobrevivan... los haré esclavos.

—¡No si te lo impido! —gritó Naoko, lanzándose hacia Sora con una furia desbordante.

—¡Naoko, NO! —grité, pero ya era demasiado tarde.

Para mi sorpresa, su ataque no fue en vano. Naoko logró asestar un golpe preciso, cortando el brazo derecho de Sora. Por un momento, el aire pareció detenerse. La sangre negra que manaba del muñón dibujó un arco macabro en el aire, mientras Sora retrocedía, su rostro deformado por el dolor y la sorpresa.

—Mocosa... —murmuró entre dientes, sus ojos ardían de ira mientras su brazo comenzaba a regenerarse lentamente, una visión aterradora que parecía retorcer la misma realidad.

Antes de que Naoko pudiera reaccionar, Sora utilizó su otro brazo para golpearla con una fuerza descomunal, enviándola contra un lazo de madera que se rompió bajo el impacto. La espada de Naoko cayó de su mano, resonando contra el suelo mojado.

Pero no terminó allí. Dos troncos gigantes emergieron de la nada, buscando aplastarla donde yacía. Aunque fallaron por escasos centímetros, el esfuerzo había dejado a Naoko fuera de combate.

Ahora solo quedábamos dos.

—Zein, no te precipites —me advirtió Alexander, su voz temblorosa por el agotamiento y el miedo.

—No te preocupes —respondí, aunque mi propia seguridad empezaba a tambalearse.

La noche comenzaba a caer, y con ella, el peso de la realidad. Parecía imposible que pudiéramos vencerlo, pero algo dentro de mí se negaba a rendirse.

Fue entonces que el sol comenzó a hundirse más allá del horizonte, tiñendo el cielo de un rojo profundo, casi como si compartiera nuestra desesperación. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, ligeras al principio, luego más insistentes.

—¿Esto es cosa tuya? —pregunté, con la voz cargada de sospecha, mi respiración acelerada.

—¿Qué, la lluvia? —Sora dejó escapar una carcajada despectiva—. No seas idiota. No soy tan poderoso como para controlarla... o puede que sí. ¿Quién sabe? Eso queda a tu imaginación.

Antes de que pudiera responder, ocurrió. Sora desapareció.

Fue más rápido que la lluvia, más rápido que el parpadeo de mis ojos, más rápido que la misma percepción del tiempo. En un instante estaba allí, y al siguiente, no.

El mundo pareció desmoronarse a mi alrededor mientras el sonido de las gotas de lluvia resonaba con un eco inquietante. Un frío helado recorrió mi espalda.

—Alexander... —murmuré, incapaz de ocultar el temor en mi voz—. ¿Dónde está?

—No lo sé... —respondió Alexander, sus ojos escudriñando frenéticamente la oscuridad a nuestro alrededor—. Pero prepárate. Esto no ha terminado.

La tensión en el aire era palpable, como si el mismo mundo contuviera la respiración. Sora estaba jugando con nosotros, y cada segundo que pasaba nos acercaba más al límite de nuestras fuerzas.

En un parpadeo, Sora volvió a aparecer, y con él, Alexander estaba a su merced. Sora lo sostenía por la mandíbula, levantándolo como si fuera un simple juguete. Alexander, apenas consciente de lo que ocurría, comenzó a patear y lanzar golpes desesperados.

—Qué patético —murmuró Sora, su tono frío y despectivo. Podía ver cómo comenzaba a preparar un ataque.

—¡No lo hagas! —grité con todas mis fuerzas, pero fue inútil.

—Nada personal.

Con esas palabras, Sora atravesó el estómago de Alexander con su brazo. La fuerza del impacto detuvo cualquier resistencia en él, y poco a poco, dejó de moverse. En un acto final de desprecio, Sora aplastó su mandíbula y lo lanzó hacia mí como si fuera un muñeco roto.

El cuerpo inerte de Alexander cayó al suelo frente a mí, y la lluvia, implacable, comenzó a teñirse de un rojo oscuro mientras se mezclaba con su sangre.

—¿Ves lo que les espera? —dijo Sora, su voz resonando como un eco de desesperación en mi mente—. Ríndete de una vez, y me aseguraré de que tu muerte y la de tus amigos sean rápidas y poco dolorosas.

No podía creerlo. Todo parecía perdido. Mis manos temblaban mientras miraba el cuerpo inmóvil de Alexander. La sensación de impotencia me ahogaba como un peso insoportable.

—Ya no tiene sentido... —murmuré, más para mí mismo que para Sora. Mi voluntad se quebraba, junto con cualquier esperanza. Él tenía razón.

Me arrodillé frente a Alexander, incapaz de moverme, de pensar, de hacer algo. La lluvia seguía cayendo, cada gota resonando como un lamento en mis oídos.

—...

—...

—...Re-

—...Réquiem.

...

Cuando desperté, todo era confusión. Mis sentidos regresaron lentamente, como si emergiera de un abismo oscuro. A mi alrededor, vi los cuerpos de mis amigos esparcidos por el suelo, inmóviles. Había logrado evitar que el golpe fuera fatal reforzando mi cuerpo en el último segundo, pero aun así, el impacto me había noqueado.

Me levanté con dificultad, el peso de la situación presionándome. Busqué mi espada, y al encontrarla, la sostuve con fuerza, poniéndome en una postura defensiva. No sabía qué esperar, pero no podía bajar la guardia.

Miré a mi alrededor, esperando señales de vida. Ahí estaban, Kiomi y Miguel, tirados en el suelo, inconscientes.

Pero al buscar a Zein y Alexander, me encontré con algo que jamás hubiera imaginado.

Alexander yacía en el suelo, sin mandíbula y con un agujero inmenso en el pecho. La sangre se mezclaba con la lluvia, formando charcos rojizos que teñían el agua. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al procesar la escena.

Miré a mi alrededor frenéticamente en busca de Zein, pero no lo encontré. Tampoco había señales de Sora. Un pensamiento fugaz cruzó mi mente: ¿Se lo habrá llevado Zein para enfrentarlo en otro lugar?

De repente, un estruendo desgarrador retumbó frente a mí. La tierra tembló bajo mis pies, y una espesa cortina de humo cubrió todo a mi alrededor.

Cuando el humo se disipó, lo vi.

Frente a mí había una figura envuelta en completa oscuridad, como una sombra viviente. Al intentar enfocarme en ella, todo lo que podía percibir era una mancha negra, un vacío absoluto. Parecía envuelta en llamas, pero no eran normales: el fuego era negro como el abismo, con destellos morados que chisporroteaban y se disolvían en diminutas partículas antes de convertirse en cenizas oscuras.

Sus ojos eran dos círculos blancos, profundos y vacíos. Me atraparon, hipnotizándome; era imposible apartar la mirada de ellos. Eran abrumadores, llenos de una intensidad que parecía consumir todo a su alrededor.

En su mano derecha, sostenía la cabeza sin vida de Sora. Me quedé helada. ¿Cómo era posible? Sora podía regenerarse... ¿qué demonios era esta cosa?

El miedo me invadió, me dejó paralizada. Mi cuerpo comenzó a temblar incontrolablemente, y el pánico me hizo soltar mi espada. Incapaz de resistir la presión, caí de rodillas frente a esa presencia aterradora.

La figura permaneció ahí, inmóvil, mirándome. Y entonces, de mis labios temblorosos salió un susurro, apenas audible:

—¿Zein...?

Al escuchar su nombre, el fuego que envolvía la figura se apagó de repente, como si nunca hubiera existido.

Frente a mí, vi el cuerpo de Zein desplomarse al suelo, completamente desmayado. La cabeza de Sora rodó hacia mí, inerte, como una simple bola de boliche.

Por un momento, todo quedó en silencio. La lluvia seguía cayendo, pero el mundo parecía haberse detenido.