Desde pequeña, mis padres decidieron cada aspecto de mi vida. Jamás me permitieron jugar con los demás niños ni compartir con mis compañeros de clase.
Ambos eran figuras importantes en la Kirche, y gracias a eso vivíamos bastante bien, mejor que una familia promedio de la región. Siempre habían deseado que siguiera los pasos de mi madre.
Cuando terminé la escuela secundaria, me enviaron a otra aldea para que me convirtiera en monja. No era algo que me entusiasmara en absoluto; la mayoría de mis amigos se quedaron a estudiar lo que realmente les interesaba, como ganadería, esgrima, carpintería, entre otras cosas. Yo fui la única que tuvo que dejar el pueblo para perseguir un sueño que ni siquiera era mío.
A los catorce años ya me cuidaba sola. Me preparaba la comida, lavaba mi ropa, y hacía todo por mí misma.
Empecé a juntarme con un grupo de chicas que, podría decirse, eran las “populares” del colegio. La mayor de todas se llamaba Aveline, una auténtica líder; luego estaba Thalena, que no solía destacar mucho, y finalmente Rowena, quien era solo un año mayor que yo y tenía una gran amistad con Thalena.
Nos solíamos saltar las clases para ir a cualquier lugar que no fuera la escuela, quebrantando el código de vestimenta y esas pequeñas normas.
Un día, mientras escapábamos de clase, descubrimos un lugar peculiar en medio del pasto, en la cima de un monte. Era extraño encontrar algo fuera de lo normal, pero lo que vimos allí ciertamente lo era: una placa de metal bastante resistente, encajada en la tierra.
Esto nos causó mucha curiosidad, y al día siguiente, entre el cambio de clases, decidimos hacer algo al respecto.
—Deberíamos conseguir algo para abrir esa placa. Si hay algo de metal allí, no puede ser una coincidencia. Debe haber algo escondido, sí o sí —dijo Aveline.
—En el despacho debe haber herramientas lo suficientemente filosas para abrir la placa —respondió Thalena, siguiéndole el juego.
—¿Pero cómo las conseguimos? —preguntó Rowena.
—Chicas… chicas…—
Intenté interrumpirlas, pero no me escuchaban. Al ser la menor del grupo, era casi como un fantasma; no tenía voz ni voto. Mis ideas y pensamientos prácticamente no importaban.
Las chicas siguieron hablando, ignorándome por completo mientras ideaban un plan para entrar al despacho, donde, debido a mi tamaño, yo también estaba involucrada. A pesar de que no quería participar, mis protestas fueron ignoradas.
El plan era sencillo: las chicas distraerían al guardia durante el cambio de turno. Era joven y, según Aveline, no sería difícil desviarlo un rato. Mientras tanto, yo, siendo la más pequeña, entraría al despacho a través de un ducto de ventilación.
Pusimos el plan en marcha. El guardia, un cadete en formación, no fue difícil de engañar, y en pocos minutos las chicas lograron alejarlo. Una de ellas regresó para ayudarme a subir y meterme por la rejilla.
Dentro, el despacho era más grande de lo que aparentaba desde afuera. Había objetos que nunca había visto, y mientras exploraba, encontré una espada. Al parecer, era lo más afilado que había allí, así que la pasé a mi amiga por la rejilla. Sin embargo, sabía que no sería suficiente para cortar la placa de metal, así que continué buscando algo más útil. Pero el tiempo se acababa.
Entonces vi un libro, escondido entre otros objetos. Su título, La naturaleza de la vida y sus secretos, llamó mi atención. Justo cuando estaba considerando si debía llevármelo, mi amiga me advirtió:
—¡Date prisa! ¡Viene alguien y es un soldado! —
Tomando el libro en mis manos, salí lo más rápido que pude. A duras penas logramos escapar con la espada y el libro. Habíamos acordado encontrarnos en la placa una vez tuviéramos lo necesario, así que escondimos nuestras adquisiciones en un arbusto cercano y regresamos a una clase de la que sería relativamente fácil escapar.
Cuando llegó el momento, nos salimos de clase y nos reunimos en el lugar de la placa. Sacamos la espada y el libro del arbusto, y las chicas se pusieron a intentar abrir la placa mientras yo hojeaba el libro, buscando algo que pudiera ser de utilidad.
—¡Esta espada se supone que es de los caballeros sagrados! —gritó Aveline, tratando de encajarla—. ¿¡Cómo es posible que no pueda atravesar una simple placa de metal!?
Ignorando el escándalo que hacían, continué leyendo el libro. Al principio, los textos eran similares a las lecciones de clase, hasta que llegué a una página diferente. Tenía una especie de portada manchada con algo que parecía sangre seca y estaba cubierta de rayones.
Cuando comencé a leer el capítulo, me asombró el contenido y llamé a las chicas para que escucharan. Empecé a recitarles algunos de los fragmentos que más me sorprendieron:
—“Depositad vuestra fe con cuidado, pues los líderes no son dignos de confianza; no confiéis en el kirche, que guarda secretos bajo el velo de la santidad. La verdad yace oculta, y, sin embargo, es visible solo para quienes se atreven a mirar. No sois los únicos en dudar de sus líderes, que con tantas mentiras han osado engañaros. No sois los únicos seres bajo el firmamento; todas las razas son iguales en valor y en esencia. La elección de en quién creer y en quién confiar… os pertenece.”
—¿Pero qué mierda? —dijo Aveline, la mayor—. No se supone que era algo interesante, ¿no? No hay nada aquí que no sepamos. Si de por sí la Kirche es una mierda, ¿o me equivoco?
—Espera un poco, aún hay más. Suena importante —respondí, sin dejarme interrumpir. —
—Pues espero que algo de ahí nos sirva para abrir la placa. De verdad tengo ganas de ver qué hay adentro. —
Continué leyendo en voz alta:
—“A todo aquel que anhele la verdad, hallará en estas páginas su camino. Durante incontables eras os han enseñado que los elfos y su magia son ofensas ante el Altísimo, que son hijos de la oscuridad misma. Pero he aquí la falsedad de tales palabras. Pues el poder en sí es un don divino, una bendición otorgada a todos. Está presente en todo ser: en animales, plantas, en humanos y en elfos por igual. Ellos solo han aprendido a usar esta energía, mientras que los humanos han elegido temerla, repudiarla y condenarla. De este miedo nace el odio que les han infundido. Y he aquí, en este capítulo, el saber oculto de dicha energía: con ella podréis alzaros con el semblante de un dios, aun siendo simples mortales.”
Mientras yo leía, las chicas discutían y seguían haciendo comentarios, pero yo apenas podía apartar la vista del libro. Había tantas cosas interesantes sobre cómo utilizar esta “energía” y cómo podría ayudarnos.
—Vaya mierda, pero no me sorprende —dijo Aveline, con desdén.
—Sí, siempre supimos que todo era una farsa. Alzándonos como figuras semejantes a dioses sin serlo, claro, cómo no —comentó Thalena, siguiéndole el juego.
Rowena miró a su alrededor, pensativa, y preguntó:
—Oigan, ¿no se les hace extraño ver una placa de metal tan cerca de la escuela?
Mientras seguían discutiendo, encontré un capítulo que podría servirnos para cortar la placa. Hablaba sobre cómo incrementar el filo o el “poder” de un objeto al imbuirle energía, pero requería conocimientos específicos sobre el uso de esta “energía”. Pasamos horas aprendiendo cómo hacerlo; para las más jóvenes del grupo, resultó ser más fácil asimilar lo que se necesitaba. Finalmente, logramos utilizarla, y fue algo hermoso y natural. No entendía por qué la Kirche la temía y repudiaba tanto. Ahora solo quedaba abrir la placa.
El plan era que Aveline empuñara la espada para cortar un hueco, mientras las demás imbuíamos la espada con energía para afilarla y permitirle penetrar el metal. Solo había un inconveniente: si no había nada debajo y la placa era solo una losa enterrada por el tiempo, el castigo por robar una espada de caballero, un libro prohibido y escaparnos de clases sería bastante severo.
Después de varios intentos, Aveline gritó:
—¡Funcionó! ¡Chicas, funcionó! —
Un estruendo resonó, y cuando abrimos los ojos, había un hoyo en el suelo. Lo habíamos logrado. Saltamos de alegría por nuestro éxito.
—Entonces, ¿entramos? —preguntó Aveline.
Ella fue la primera en bajar, ayudándonos a descender una por una. Dentro, había casi nada de luz, pero gracias al libro, supe cómo generar una esfera de luz, y la usamos para iluminar el camino. Avanzamos por un pasillo que parecía interminable, y las chicas seguían charlando de varias cosas.
—Más vale que aquí haya un gran tesoro después de todos los problemas por los que hemos pasado —dijo Thalena.
—Sí, tienes razón. —
Aveline se volvió hacia mí, con un tono de disculpa.
—Oye, Meliora… lo siento.
—¿Por qué? —
—Ya sabes, por no tomarte en cuenta lo suficiente. A decir verdad, sin ti no estaríamos aquí; gracias a tu ayuda y tu forma de ser —me miró con una sonrisa y algo de arrepentimiento—. Gracias.
No podía recordar la última vez que sentí algo así, una calidez en el pecho que me hizo sonreír de nuevo. Cuando finalmente salimos del túnel, escuchamos unas voces. Estábamos frente a una larga escalera, y decidimos bajar hacia donde provenían las voces.
Al llegar abajo, vimos a dos soldados con armaduras negras. No era una armadura cualquiera; era completamente negra y parecía absorber la luz. Llevaban unos tirantes que sostenían el cinturón, y en sus manos había algo largo de metal, que sostenían como una espada, pero era extraño y desconocido para nosotras.
De alguna forma, las chicas se las arreglaron para librarse de los guardias. No sabía que sabían pelear. Dejaron los cuerpos en el suelo, y cuando pasé cerca, me asustaron sus máscaras: eran inquietantes y provocaban una sensación de miedo.
Seguimos avanzando hasta la salida del túnel, y apagué la esfera de luz para no alarmar a nadie. Al salir, nos encontramos en una plataforma elevada. Al ver todo con más claridad, parecía una base subterránea. Soldados marchaban y gritaban:
—¡Loyalität und Sieg! —una y otra vez.
A nuestro alrededor, había humanoides grandes, cajas de metal con ruedas, largos tubos y esas extrañas espadas metálicas que portaban los soldados. En otra sección, personas vestidas con trajes elegantes y gorras parecían esperar a alguien. De repente, gritaron algo, y vimos entrar a una figura.
En ese instante, todos los uniformados cerraron las piernas de golpe y levantaron ambos brazos en una especie de saludo, apuntando hacia el cielo. Cuando vimos quién había entrado, nos quedamos sin palabras.
—Ese es…—
—El director Wolff —murmuró Aveline, con una expresión que nunca le había visto. Era una mezcla de angustia, miedo, horror, terror y desagrado en una sola mirada.
—¿P.… pero qué hace aquí? ¿Quiénes son estas personas? —pregunté, perpleja.
—No lo sé, pero tenemos que salir de aquí ahora mismo. —
—Tienes razón. —
Nos pusimos en pie para salir rápidamente, pero entonces Thalena resbaló, y el ruido que generó resonó por toda la cueva. Nos estremecimos, el pánico nos envolvía. La ayudé a levantarse, pero, en ese instante, algo atravesó su cabeza.
Las dos caímos al suelo. El estruendo me dejó aturdida mientras veía, de rodillas, el rostro de Thalena empapado en sangre, con los ojos muy abiertos, como los de un pez, reflejando un terror absoluto. Escuchaba un zumbido que se hacía cada vez más intenso, hasta que se cortó de golpe.
Las chicas, al ver que no me movía, me agarraron a la fuerza y me arrastraron, obligándome a correr.
—¡Meliora! —me gritaba Aveline—. ¡Reacciona, tenemos que salir de aquí!
Corríamos mientras los gritos y las alarmas resonaban por la cueva, y luces empezaban a encenderse. Cuando llegamos a las escaleras, vimos a varios soldados correr hacia nosotras, pero logramos ser más rápidas.
Subimos las escaleras a toda velocidad y, al acercarnos al pasillo por donde habíamos llegado, Elewyn tropezó y quedó atrapada en un escalón.
—¡Meliora, ayúdame! —gritó desesperada.
—¡Vamos, Elewyn, tenemos que irnos! —
Intenté liberar su pierna, pero no podía sacarla.
—¡No sale, mi pierna no sale! —
Aveline me tocó el hombro, tratando de alejarme de ahí.
—Tenemos que irnos, Meliora. —
—¡No! ¡Elewyn sigue atrapada, no podemos dejarla aquí! —
—¡Exacto, no pueden dejarme aquí! —clamó Elewyn, aferrándose a mi mano.
-Perdónanos Elewyn, pero se trata de sobrevivir, viste lo que le hicieron a Thalena-
-No, ¡No pueden dejarme aquí. Vuelvan!-
Aveline me agarro del brazo y me alejo mientras nos gritaba eso, no podía voltear hacia atrás, sabiendo lo que acabamos de hacer.
-Porque…-
-¡Porque no había otra opción!-
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-Pero…-
-¡No te detengas!, ya casi llegamos!-
Llegando al final del túnel se escucharon los gritos desgarradores de Elewyn, me desgarraban por dentro.
-Bien, solo queda subir, ve tu primero, yo te alzo-
-Bien-
Me subí hacia la parte del monte donde hicimos el hoyo, al fin estaba fuera de ese infierno.
-¡Vamos agarra mi mano!-
Le extendí mi mano a Aveline para ayudarla a subir, cuando estábamos a punto de agarrarnos la mano, vi como si los ojos de Aveline se hincharan. Sonó un boom y en ese momento sangre salió salpicada directo hacia mí, mucha sangre, cuando me limpié los ojos para ver mejor, vi la mitad del cuerpo de Aveline en el suelo y en la entrada del pasillo un soldado con un arma extraña humeando.
Lo primero que pensé tras eso fue “corre” pero mis piernas no daban para más, me empecé a arrastrar para atrás, tratando de huir lo más rápido del lugar antes de que me hicieran algo. Un zumbido empezó a retumbar en mi cabeza, cada vez más y más fuete.
Me sentía mareada, ya no sabía hacia donde iba, solo trataba de alejarme lo mas pronto de ahí, los últimos momentos de mis amigas estaban pasando por mi cabeza. No quería terminar así.
Empecé a perder fuerzas, sentí mucho sueño y empecé a ver como los soldados se acercaban, tenía miedo, pero, no podía hacer mucho.
Perdía la conciencia poco a poco ¿Este era mi fin?, por favor no.
Cuando estaba a punto de perder la consciencia, alguien se puso frente a mí. Tenía unas orejas largas y puntiagudas. Qué extraño, al final, no importaba quién era; todo terminaba aquí para mí.
Me desperté en un lugar familiar. El zumbido persistía en mis oídos, aunque con menor intensidad. Escuchaba una voz, pero no entendía lo que decía. Me incorporé en la cama donde estaba recostada y vi a varias personas a mi alrededor, todas monjas. Miré mis manos con una mezcla de incredulidad y frustración. ¿Por qué sigo viva? ¿Por qué yo? ¡¿Por qué no Aveline?! ¡¿Por qué no Thalena?! ¡¿Por qué no Elewyn?! ¡¿Por qué tengo que ser yo la que sigue viviendo, como una tonta y cobarde que no pudo hacer nada para salvar a sus amigas?!
En ese momento, entraron unos soldados. No comprendía del todo lo que decían; el zumbido me distraía, pero parecía que discutían con las monjas que estaban junto a mí.
De pronto, logré captar algunas palabras:
—… Queremos… hablar… sobre ellas…—
—¿Quiénes? —
—Ya sabes, sus amigas… Aveline, Thalena y… ¿Elewyn? Sí, exacto, ella. —
Al oír sus nombres, me sobresalté. El zumbido en mis oídos aumentó de golpe, el dolor me invadía la cabeza, mis pensamientos se volvían confusos. La visión se me nubló y sentí una fuerte arcada. Intenté aguantar, pero no pude. Vomité... sangre. La miré en mis manos, horrorizada. Sentí pánico y grité, aunque no supe con cuánta fuerza. Intenté bajarme de la cama, pero caí al suelo, y el golpe me dejó inconsciente.
Entonces tuve un sueño extraño. Vi un mundo sumido en el caos, envuelto en llamas, la tierra gris y cubierta de agujeros. Las personas gritaban y lloraban en varios idiomas, un clamor desesperado. No sabía qué estaba pasando, pero el terror que sentía era indescriptible.
En medio de aquel desolador paisaje, apareció una silueta. Me resultaba vagamente familiar, y una calidez indescriptible emanaba de ella. Buscando consuelo, me acerqué y lo abracé. En ese instante, desperté de nuevo en la habitación. No sé por qué soñé con eso, pero de alguna forma me reconfortó. Ahora, cuando pienso en lo que sucedió, no me siento tan mal, y parece que los síntomas disminuyen. Lo único que sigue aumentando, aunque no demasiado, es el zumbido en mis oídos.
Pasaron varios días y seguía postrada en cama. Poco a poco recuperé la fuerza para caminar, aunque, en realidad, no tenía deseos de salir ni de pasear por ningún lado.
Un día, entraron a mi habitación un padre y un soldado. El soldado era bastante joven, probablemente de mí misma edad, mientras que el padre parecía un poco mayor que nosotros. Ambos se acercaron, aparentemente para hacerme algunas preguntas.
—Hola, Meliora. Ese es tu nombre, ¿cierto? —me saludó el padre con una sonrisa un tanto extraña, como forzada y poco común.
Guardé silencio, mirando hacia abajo.
—Mi nombre es Enzo, mucho gusto en conocerte —dijo, extendiéndome la mano con su peculiar sonrisa. No respondí a su gesto. Él pareció no darle importancia y continuó—. Bueno, el soldado que está a mi lado se llama Lucian.
—¡Un gusto, Meliora! —dijo Lucian con una sonrisa sincera, como si fuera un niño. Levanté la cabeza y, con esfuerzo, logré susurrar:
—Un… gusto. —
—Bueno, Meliora —continuó Enzo—. Como sabrás, la Kirche está investigando todo lo relacionado con lo que ocurrió ese día —al escucharlo, el zumbido en mis oídos se intensificó—. Sé que este tema te afecta, así que, si no te sientes lista, no tienes que responder las preguntas.
El zumbido se calmó un poco.
—Creemos que aquellas personas que estaban ahí intentarán silenciarte, por lo que la Kirche te ha asignado un guardaespaldas, y ese será Lucian. Él se encargará de ayudarte en todo lo que necesites y te acompañará a donde vayas.
—Si necesitas cualquier cosa, aquí estoy para ayudarte, Meliora —dijo Lucian con una sonrisa que transmitía tranquilidad.
—Muchas… gracias —respondí, aún sintiendo dificultad para hablar.
A decir verdad, no le veía nada positivo a todo esto.
Los días y los meses pasaron, y mi relación con Lucian fue mejorando. En algún momento, le conté todo lo que ocurrió aquel día, aunque omití la parte sobre la persona misteriosa que me salvó.
Con el tiempo, me fui encariñando con Lucian. Lo consideraba un gran amigo, y él me ayudaba en todo lo que necesitaba; por supuesto, yo también intentaba apoyarlo. Comencé a tomarme la escuela en serio; después de todo lo que había pasado, quería ser un ejemplo para las niñas en formación que se preparaban para ser monjas. Mi objetivo era que no se sintieran solas y que tuvieran alguien en quien apoyarse.
Lucian y yo teníamos la costumbre de hacer caminatas por un bosque cercano a la escuela, donde él también residía ahora. Contábamos con la aprobación de Enzo, quien pronto se convertiría en el padre y líder de la aldea, y que también se había vuelto un gran amigo.
En una de esas caminatas, decidimos adentrarnos aún más en el bosque para disfrutar de la naturaleza. De repente, una ráfaga de viento pasó junto a nosotros, y una flecha cruzó rozándome. Sorprendida, volteé rápidamente para ver qué ocurría, pero, en un parpadeo, Lucian ya estaba frente a mí, apuntando su espada hacia un punto vacío en el aire. O eso creía yo.
En cuestión de segundos, apareció una figura justo en el lugar hacia el que Lucian apuntaba: era una persona con un arco en la mano y la espada de Lucian amenazando su cuello. No era humano. Tenía las orejas puntiagudas y el cabello muy claro… era un elfo.
—Baja el arco —dijo Lucian con una voz y mirada serias. Jamás lo había visto así.
—Vamos, no es necesario llegar a la violencia. Ya mismo lo bajo —respondió el elfo con tono despreocupado.
—¿No es necesario? ¡Tú fuiste el primero en disparar! —replicó Lucian.
—¿Ah, sí? —dijo el elfo, en tono sarcástico. —
—Sí. —
—Solo estaba bromeando. Quería comprobar si ella no era una guerrera. —
—¿Le ves cara de guerrera? Mírala, es una monja. —
—Tenía que asegurarme. —
Fue en ese momento cuando lo reconocí. Era el mismo elfo que me había salvado aquella vez.
—Lucian…—
—¿Qué pasa, Meliora? —
—Sé que lo que voy a decir suena una locura, pero por favor, Lucian, baja tu espada.
—Vaya, hasta que me reconoces, Meliora. ¿No es así? —dijo el elfo, con una leve sonrisa que me resultó extrañamente reconfortante.
—¿De qué hablas, Meliora? ¿Te has vuelto loca? —Lucian no quitaba la vista de Thailon, todavía con una postura defensiva.
—Confía en mí —le respondí con urgencia—. Hay algo que nunca te conté sobre lo que ocurrió aquel día. ¿Recuerdas cuando dije que no pude ver quién me salvó antes de desmayarme? Te mentí. Sí lo vi, y es él… es este elfo.
—Mucho gusto —intervino el elfo, haciendo una ligera reverencia—. Me presento: Thailon Valandil.
Lucian bajó la espada lentamente, aunque aún mantenía una actitud precavida.
El resto del día lo pasamos hablando con Thailon. Había algo en él que me resultaba fascinante, como si siempre hubiera estado destinado a cruzarse en mi vida. Nos explicó muchas cosas sobre su pueblo y su mundo, y aunque Lucian seguía desconfiando, empezamos a construir una relación más cordial.
Con el tiempo, los tres nos volvimos amigos. Nuestra relación se fortaleció mientras los años pasaban; Lucian completó su formación como soldado y yo terminé mi preparación como monja. Solíamos encontrarnos con Thailon siempre que podíamos, aunque, siendo sincera, era yo quien más buscaba excusas para escapar y verlo. A menudo le pedía a Lucian que me cubriera.
Mi relación con Thailon evolucionó hasta volverse algo más profundo… algo amoroso. Enzo solía enviarme en misiones o encargos, y cada vez que era posible, aprovechaba esos momentos para estar con Thailon, con la ayuda de Lucian.
Un día, después de varios años de conocernos, Thailon me propuso matrimonio. A decir verdad, desconocía las costumbres de los elfos, pero eso no importaba. Lo amaba profundamente, y sin dudarlo, le dije que sí.
Acordamos celebrar la boda durante un viaje prolongado que duraría seis meses: dos meses de ida, dos de vuelta, y dos meses de estancia. Fue en esos dos meses que preparamos la ceremonia, que resultó ser tan hermosa como la había imaginado. No tenía a nadie más a quien invitar aparte de Lucian, mi amigo más cercano, quien estuvo a mi lado en ese día tan especial. Los cánticos y bailes fueron mágicos, y aquella jornada se convirtió en uno de los mejores días de mi vida.
Sin embargo, al regresar, tuve que ocultar mi anillo, pues si alguien lo veía, podrían acusarme de herejía. Ser monja y casarse era algo prohibido.
Los primeros años de mi matrimonio con Thailon fueron maravillosos. Me enseñó muchas cosas: cómo defenderme, las costumbres de su pueblo, y cómo controlar mejor la “energía”. Fueron años llenos de aprendizaje, amor y momentos inolvidables.
Thailon y yo habíamos hablado muchas veces sobre formar una familia, y ambos deseábamos un hijo. La oportunidad llegó durante un encargo que me asignaron junto con Lucian. Era un viaje que tomaría unos dos años, y la cercanía del destino al territorio élfico lo hacía perfecto para intentar tener un hijo sin levantar sospechas.
Gracias al apoyo de los elfos, el embarazo y el parto transcurrieron sin problemas. Fue una niña hermosa, a la que llamamos Kiomi Valandil. Sin embargo, sabía que no podría cuidarla yo misma. En el monasterio, eso era impensable. Por ello, confiamos su crianza a la familia de Lucian. Aunque no podría estar con ella todo el tiempo, prometí visitarla siempre que pudiera.
Esos días de felicidad fueron breves, como si fueran un espejismo en medio del desierto. Sabía que era cuestión de tiempo antes de que se descubriera mi secreto.
Un día, Enzo se me acercó mientras disfrutaba de un raro momento de descanso.
—Meliora, tenemos que hablar. —
—Sí, claro. Dime, ¿qué sucede? —
Su tono serio y su mirada penetrante hicieron que mi corazón se acelerara.
—Por el monasterio corre un rumor. Dicen que una monja ha estado descuidando sus deberes, que se casó en secreto… y tuvo un hijo. ¿Sabes algo sobre esto?
Por un instante, sentí que la sangre abandonaba mi rostro. Tuve que obligarme a mantener la calma.
—No, claro que no —respondí, intentando sonar convincente.
—Bien, eso espero. Ahora escucha, Meliora. No quiero verte fuera de la aldea jamás, y tampoco a ninguna de las demás monjas. Tus pequeños juegos han terminado. Hemos identificado a un chivo expiatorio, así que, si algo como esto vuelve a suceder, las consecuencias serán muy graves para ti. ¿Entendido?
Su mirada era más fría y aterradora que nunca.
—S…sí. —
—Bien, espero que esta paz siga intacta. Nos vemos, Meliora. —
Cuando se fue, me derrumbé por dentro. ¿Qué significaba esto? ¿Que no podría volver a ver a mi hija? Apenas había podido estar con ella durante dos años… y ahora me la arrancaban.
Desde ese día, no tuve más remedio que quedarme. Lucian, por otro lado, todavía podía salir, así que le pedí que informara a mi familia sobre mi situación. Pero yo no podría volver a verlos, a menos que ellos vinieran.
Los años pasaron. Ocho, para ser exactos. Durante ese tiempo, Thailon encontró formas de traer a Kiomi a la aldea en contadas ocasiones. Verla, aunque fuera por unos instantes, me daba fuerzas para seguir adelante. Pero esos momentos eran breves y espaciados, como gotas de agua en un desierto infinito.
Un día, llegaron a la aldea unos chicos. Uno de ellos, un joven de cabello completamente blanco, acompañado por otra niña pequeña. Había algo en ellos que llamó mi atención de inmediato. El muchacho parecía tener la misma edad que mi hija, Kiomi.
Enzo me pidió que cuidara de los niños mientras despertaban. Los cuidé con todo mi ser. Tener a Kiomi me había enseñado cómo atender a niños de esa edad, y ellos no fueron la excepción.
El chico despertó primero. Dijo llamarse Zein Ravenscroft, un nombre extraño, si me preguntan. La niña, mucho más joven, no podía hablar, pero según Zein, su nombre era Lyra. Nos pareció curioso, pero le creímos.
Durante los siguientes dos años, me encargué de ellos como si fueran mis propios hijos. Sentía que llenaban un vacío que había quedado en mí tras separarme de Kiomi. Los quería tanto que soñaba con que pudieran conocerse algún día. Era como tener una segunda oportunidad para ser madre.
Sin embargo, aquel cariño y paz no durarían.
Una tarde, mientras realizaba mis labores, noté humo saliendo de la iglesia donde los niños, Lucian y yo nos quedábamos. Al acercarme, mi corazón se detuvo: todo estaba envuelto en llamas. Pero no eran llamas comunes; eran moradas, brillantes y antinaturales.
Corrí hacia la entrada, intentando entrar para salvar a los chicos, pero una explosión me lanzó hacia atrás. La puerta se cerró con un estruendo, y el fuego comenzó a moverse de forma extraña, como si tuviera vida propia. Frente a mí, las llamas comenzaron a tomar forma, moldeándose en una figura humanoide.
—Hola —dijo con voz burlona.
—¿Quién eres? —le pregunté, mi voz temblando.
—No lo sé, realmente. Es la primera vez que salgo. Pero, ¿no crees que este lugar se ve mejor así? Envuelto en llamas… —Una sonrisa maliciosa se formó en su rostro ardiente.
No sabía cómo reaccionar. Esa cosa no era humana, eso estaba claro.
—Uy, me encantaría quedarme a jugar con los que vienen para acá, pero mi dueño está a punto de despertar. Y él me mantiene dormido.
—¿Quién es tu dueño? —logré preguntar, aunque apenas podía respirar del miedo.
La criatura se inclinó hacia mí, susurrándome al oído:
—Aquel al que has cuidado con tanto amor. Zein.
Mi mente se detuvo. ¿Zein? No podía ser. Él era un niño Bendito. Eso significaba pureza, no… esto.
Corrí hacia el cuarto donde Lucian ya estaba intentando controlar la situación. El demonio, o lo que fuera esa criatura, comenzó a encogerse, desvaneciéndose lentamente hasta entrar en el cuerpo de Zein.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunté, desesperada, sintiendo cómo la realidad se derrumbaba a mi alrededor.
—Esconderlo —dijo Lucian con determinación—. Tenemos que sacarlo de aquí. Tienes que llevártelo. Yo me encargaré de Enzo. Seguro que lo vio todo.
—No, puedo distraerlo más tiempo. Tú debes llevártelo para protegerlo —le respondí rápidamente.
—Pero…
—No digas nada. Esto es lo que debo hacer.
—Está bien. Lo llevaré con Thailon. Cuando puedas, ven con nosotros.
—Eso haré.
Nos separamos después de ese breve intercambio. Lucian salió por la parte trasera con Lyra en brazos, mientras yo buscaba algo para intentar controlar el fuego. Necesitaba más tiempo para que pudieran escapar.
Cuando salí, vi una escena que me heló el alma: Zein estaba enfrentándose a Enzo, y ambos estaban listos para atacar. Sin pensarlo, me interpuse entre ellos.
—¡Deténganse! ¿Qué están haciendo? ¡En lugar de ayudar a las personas, se amenazan mutuamente!
—Meliora… —Zein apenas podía contener las lágrimas, su rostro estaba lleno de miedo y confusión.
—¡Cállate! —gritó Enzo, su voz resonando como nunca antes. Era la primera vez que me hablaba de esa manera—. ¡Deja de proteger a ese demonio, maldita bruja!
—¿Bruja? —murmuré, incrédula.
—Exacto, bruja. Siempre supe que tu matrimonio con ese elfo, incluso mientras estabas en formación, era una señal. ¡Y ahora vienes a proteger a este demonio!
—¡No te atrevas a involucrarlos en esto! —le grité con furia. No podía permitir que Thailon o Kiomi fueran arrastrados a este caos.
Enzo no parecía dispuesto a escuchar razones. Su mirada estaba llena de odio, y su postura era amenazante. Sin perder más tiempo, tomé a Zein en brazos y corrí hacia el edificio en llamas.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Zein, claramente confundido y asustado.
—Shh. Escúchame bien —le susurré, tratando de calmarme—. No te dejarán en paz hasta que te maten. Necesito ganar tiempo. En la cocina, debajo de la mesa, hay una escotilla. Usa ese pasadizo. Te llevará donde están Lucian y Lyra. ¿Entendido?
—Pero… ¿qué pasará contigo, Meliora?
—¡Dije, ¿entendiste?! —grité, aunque rápidamente traté de suavizar mi tono—. No te preocupes por mí. Estaré bien. Te alcanzaré después. Ahora, vete.
Zein asintió, aunque su expresión dejaba claro que no quería irse.
—Está bien —respondió a regañadientes.
Lo observé mientras desaparecía por la escotilla, con la esperanza de que estuviera a salvo. Ahora, lo único que me quedaba era ganar tiempo y enfrentar a Enzo.
—¡Arréstenla! —gritó Enzo, señalándome con autoridad.
Los soldados se abalanzaron sobre mí, pero no iba a rendirme sin pelear. Mis golpes apenas lograban atravesar la dureza de sus armaduras, y cada impacto hacía que mis manos dolieran más y más. Sin embargo, no me detuve. Derribé a cinco de ellos antes de que el agotamiento me alcanzara, pero era inútil. Por cada soldado que caía, llegaban más.
Ya no podía sostenerme de pie. Mi cuerpo no respondía.
—¡Ríndete, Meliora! —gritó Enzo con desprecio—. Es inútil resistirse a la voluntad del Altísimo.
—Tú no riges su voluntad —le espeté, jadeando—. Sólo velas por tus propios intereses.
Enzo me fulminó con la mirada, su rostro desbordaba odio.
—No tienes derecho a decir eso. ¡Arréstenla de una vez!
Tras un violento forcejeo, los soldados lograron inmovilizarme. Me amarraron a un poste y amontonaron paja a mi alrededor. A pesar de todo, mantuve mi frente en alto.
—Meliora Valandil —dijo Enzo con un tono teatral, como si disfrutara de cada palabra—. Por la autoridad suprema de la Kirche, eres condenada a morir en la hoguera por tus crímenes de herejía y traición.
—Pff, te ves tan ridículo recitando eso, Padre —repliqué con una sonrisa amarga—. Hubieras sido mejor como algo más.
La furia en sus ojos se intensificó.
—¡Quémenla! —ordenó con un gesto de su mano.
El fuego comenzó a propagarse lentamente entre la paja, el calor se acercaba cada vez más a mis pies. Pero incluso en ese momento, no sentí miedo. Una calma extraña me invadió. Sabía que había cumplido mi propósito. Zein y Lyra estaban a salvo. Eso era lo único que importaba.
Mientras las llamas crecían, mis pensamientos se dirigieron a mi hija, Kiomi. ¿Volvería a verla alguna vez? Mi corazón se encogió de dolor al imaginar su rostro. Hubiera querido abrazarla, jugar con ella una vez más, comprarle cosas, besar su frente como cuando era un bebé. Pero eso ya no sería posible.
Levanté la vista al cielo y, entre el humo y las llamas, creí ver una luz. Parecía un destello lejano, como si alguien me estuviera observando. Tal vez era Zein, esperando en la distancia, tratando de encontrarme.
Cerré los ojos y dejé que los recuerdos de los últimos dos años llenaran mi mente. Thailon, mi amor, gracias por todo lo que me diste. Lucian, siempre fuiste mi mejor amigo, mi roca. Chicas, pronto me uniré a ustedes. Perdónenme por todo. Zein, Lyra... por favor, sigan adelante y vivan con libertad.
Con mi último aliento, pronuncié las palabras que guardé en mi corazón hasta el final.
—Gracias... por todo...
Y entonces, las llamas me envolvieron por completo.