Cuando nos separamos en las trincheras, no podía dejar de pensar en Naoko. Había algo en sus ojos que me preocupaba, como si estuviera al borde del colapso. Zein siempre ha tenido una fe inquebrantable en ella, y aunque intentaba mantener una expresión tranquila, podía notar el peso de la preocupación en su rostro. Él y yo somos muy diferentes cuando se trata de ocultar lo que sentimos, pero en ese momento, estábamos en sintonía. Ambos estábamos inquietos.
Al final del asedio, cuando vi a Naoko de nuevo, algo en mí se quebró. No eran solo las profundas ojeras bajo sus ojos, ni el temblor sutil en sus manos; era su mirada. Esa chispa que siempre la había definido, incluso en las situaciones más difíciles, simplemente ya no estaba. Lo atribuí al cansancio al principio, pero pronto comprendí que había algo más profundo. Algo que no podía expresar con palabras.
Mientras Zein y yo no dudábamos en acabar con cada enemigo que se interponía en nuestro camino, Naoko tomó un enfoque distinto. Intentó salvar vidas, incluso en medio del caos. Tres prisioneros fueron los únicos que sobrevivieron, y al final, solo uno habló. Lo que dijo confirmó lo que Zein y yo ya sospechábamos, pero en ese momento, mi mente estaba en otro lugar. En Naoko.
Cuando nos reunimos en el interrogatorio, no podía dejar de mirarla. Quería preguntarle cómo se sentía, si estaba bien, pero las palabras se atascaban en mi garganta. Quizás temía escuchar lo que tenía que decir, o tal vez no quería admitir que no sabía cómo ayudarla. Pero al final, reuní el valor.
—Naoko, ¿estás bien? —pregunté, tratando de no sonar demasiado preocupada.
—Sí… estoy bien. Solo necesito descansar un poco —respondió con una sonrisa débil que no alcanzó sus ojos.
Se sentó a mi lado, y antes de darme cuenta, apoyó su cabeza en mi hombro. Al verla quedarse dormida de esa manera, tan vulnerable, mi pecho se llenó de una mezcla de alivio y tristeza. Alivio porque finalmente estaba descansando, y tristeza porque sabía que algo dentro de ella estaba quebrado.
Más tarde, dejamos a Naoko en su cama en el pequeño refugio que encontramos en la aldea cercana. Aunque yo misma debería haber dormido, el sueño no llegó. Mi mente no dejaba de dar vueltas. Finalmente, decidí buscar a Zein.
Al entrar en su cuarto, lo encontré sentado junto a la ventana, mirando el cielo estrellado. Su silueta, iluminada por la suave luz de la luna, parecía tranquila, pero conocía bien esa mirada. Estaba tan inquieto como yo.
—Oh, estás despierta —dijo al notar mi presencia—. ¿No puedes dormir? —
—No —respondí mientras cerraba la puerta detrás de mí—. ¿Y tú? —
—Yo tampoco puedo dormir. —
Nos quedamos en un silencio incómodo durante un buen rato. El sonido del viento golpeando suavemente la ventana era lo único que llenaba el vacío.
—Y bien, ¿qué no te deja dormir? —preguntó Zein finalmente, rompiendo la quietud con un tono que denotaba tanto curiosidad como preocupación.
—Es sobre Naoko —dije mientras me sentaba en el borde de la cama. Jugueteé con las manos, buscando las palabras adecuadas—. Me preocupa cómo ha estado actuando estos días. —
—Sí, la he visto —respondió mientras se levantaba y venía hacia mí. Se sentó a mi lado, y una cálida sonrisa apareció en su rostro—. A mí también me preocupa, pero ¿sabes? —
—¿Qué cosa? —lo miré, esperando alguna respuesta que me diera paz.
—Sé que estará bien —dijo con esa certeza tan propia de él, como si sus palabras pudieran cambiar el curso de las cosas.
—¿Cómo lo sabes? —
—Porque ella es alguien fuerte, alguien alegre. Y en caso de que no logre superarlo, nos tiene a nosotros —respondió mientras tomaba una sábana y la colocaba suavemente sobre mis hombros. Su gesto, aunque simple, me hizo sentir un calor inesperado, como si por un momento todo estuviera bien.
Sus palabras resonaron en mi mente. Era cierto. Naoko siempre había sido alguien llena de energía, una chispa en cualquier situación. Por muy oscura que fuera la tormenta que enfrentaba, creía que ella podía salir adelante.
—Pero algo me sigue mortificando… ¿estuvo bien llevarla con nosotros? —
Zein hizo una pausa antes de responder. Sus ojos buscaron algo en la inmensidad del cielo nocturno.
—Yo me hago la misma pregunta. —
La noche estaba increíblemente clara. Las estrellas brillaban con una intensidad inusual, y la luna llena iluminaba el cuarto con su resplandor plateado.
—Mira en el cielo —dijo de repente, señalando hacia la ventana—. Esas son auroras boreales. Leí sobre ellas alguna vez. Son hermosas, ¿no es así? —
Miré hacia donde él señalaba. Las luces danzantes teñían el cielo de verdes y azules, como un sueño hecho realidad.
—Sí… son muy hermosas. —
Me levanté y tomé la misma sábana con la que Zein me había cubierto. Sin pensarlo mucho, la coloqué sobre sus hombros, asegurándome de que él también estuviera abrigado.
—¿Crees que estaremos bien? —le pregunté, recostando mi cabeza en su hombro.
Él no respondió de inmediato. Cuando giré mi rostro para mirarlo, su expresión me sorprendió. Había un miedo silencioso en sus ojos, una angustia que no lograba ocultar.
—Mientras estemos juntos, nada nos pasará, ¿verdad? —intenté decir con firmeza, buscando consolarlo tanto a él como a mí misma.
—Tienes razón —respondió, obligándose a esbozar una sonrisa. Pero había algo más detrás de esas palabras, algo que no podía ignorar—. Ese día, cuando Naoko me pidió ir con nosotros, no pude decirle que no. Algo de lo que dijo me llegó directo al pecho. Si lo que le pasa ahora es por mi culpa, yo…—
Puse mi mano sobre la suya, deteniéndolo antes de que pudiera decir algo más que lo hiriera.
—No te mortifiques por eso, Zein. Has hecho las cosas bien. Le has enseñado más de lo que crees, y estoy segura de que ella también lo sabe. Aunque aún le falten muchas cosas por aprender, ella seguirá ahí. —
Lo miré mientras hablaba, deseando que mis palabras lograran tranquilizarlo. Por un instante, su expresión se suavizó. Sus ojos se encontraron con los míos, y el peso que ambos llevábamos se sintió un poco más ligero.
—Me alegra que estés a mi lado —dijo Zein con voz suave, mientras reposaba cuidadosamente su cabeza sobre la mía.
—A mí también —respondí, sintiendo cómo su calor y cercanía disipaban un poco la inquietud de la noche.
Nos quedamos así, mirando el cielo estrellado, sin decir nada más. El silencio que compartimos no era incómodo; al contrario, era un refugio. Ninguno de los dos pudo dormir esa noche, pero tampoco nos importó. Estábamos juntos, y eso parecía suficiente.
Al día siguiente, después de descansar lo poco que pudimos, salimos juntos a almorzar en la cafetería del complejo. El ambiente ahí era distinto. Los soldados nos saludaban con entusiasmo, agradeciéndonos con sonrisas genuinas. Parecían aliviados, felices de que el asedio hubiese sido un éxito.
Zein respondió a las palabras de los soldados con una expresión serena pero orgullosa. Era evidente que se alegraba de que las cosas estuvieran mejorando, aunque una parte de su mente seguía preocupada.
Sin embargo, mientras todo parecía volver lentamente a la normalidad, Naoko seguía siendo la excepción. Su rostro mantenía las mismas ojeras profundas y una mirada perdida, incluso después de haber descansado. Cada vez que la observaba, no podía evitar sentir un nudo en el estómago.
Mientras comíamos, varios soldados se acercaron a Naoko. La llenaron de elogios y agradecimientos por lo que había hecho durante el asedio. Ella trató de sonreír, de responder con cortesía, pero algo en su expresión parecía roto, incompleto. Zein, por otro lado, se veía orgulloso de ella. Para él, esto era una prueba de lo fuerte que se había vuelto.
Fue entonces cuando Naoko llevó sus manos a la cabeza, murmurando algo que no logramos entender. Su rostro reflejaba un dolor que parecía estar consumiéndola.
—Naoko… —comencé a decir, acercándome para tocar su brazo con delicadeza, pero en cuanto mi mano la rozó, ella me apartó de un golpe repentino.
This tale has been pilfered from Royal Road. If found on Amazon, kindly file a report.
—¿Naoko? —pregunté, con una mezcla de preocupación y temor.
Su rostro me dejó sin palabras. Estaba llena de terror, desesperación, como si estuviera viendo algo que nosotros no podíamos percibir. Sus ojos se movían frenéticamente, y su respiración era irregular.
—Perdón… —murmuró con la voz quebrada.
De repente, se levantó de la mesa y salió apresuradamente. Zein y yo intercambiamos miradas de alarma antes de levantarnos para seguirla.
—¡Naoko! —gritó Zein, pero ella no se detuvo.
Mientras más corríamos tras ella, más rápido parecía alejarse. La seguimos por todo el complejo, girando en pasillos y subiendo escaleras. Cada vez que pensábamos que estábamos cerca, ella desaparecía de nuestra vista.
Fue entonces cuando lo vimos. Unas pequeñas manchas de sangre marcaban el suelo, creando un camino que nos llevó a correr aún más rápido.
—¡Naoko! —grité, mi voz quebrándose por la desesperación.
La angustia crecía en mi pecho. ¿Qué le había pasado? ¿Por qué había sangre? ¿Estaba herida? Las preguntas se acumulaban en mi mente, pero ninguna tenía respuesta.
Finalmente, la encontramos. Estaba sentada en el suelo de un pasillo oscuro y frío, abrazando sus rodillas con fuerza. Su cuerpo temblaba, y sus sollozos eran apenas audibles.
—Naoko… —murmuró Zein mientras se acercaba lentamente—. ¿Qué es lo que pasa? —
—Yo… yo… —balbuceó, su voz rota y al borde del llanto.
Me arrodillé a su lado, colocando una mano sobre su hombro con cuidado, temiendo que volviera a alejarse.
—Vamos, Naoko. Sea lo que sea, puedes decírnoslo —dije con la voz más suave que pude reunir, aunque mi corazón latía con fuerza, esperando que confiara en nosotros.
Sus lágrimas comenzaron a caer mientras apretaba su rostro contra sus rodillas, como si intentara ocultar su dolor. Algo en su interior se estaba rompiendo, y yo solo deseaba poder ayudarla antes de que fuera demasiado tarde.
—Ellos… ellos se suponía que eran de otro planeta, ¿no? ¿¡No!? —dijo Naoko, su voz temblando entre el miedo y la confusión—. Yo lo maté… maté a alguien, pero… ¡él quería matarme! Intentó matarme… Entonces no hay problema, ¿¡no es cierto!? —
Sus palabras se atropellaban, llenas de desesperación. Su rostro, torcido por el pánico, era casi irreconocible. Había algo en su mirada que me asustaba. No quería verla así, tan rota, tan perdida.
—¿¡Por qué!? ¿Por qué se suponía que él fuera un humano? —continuó, con la voz quebrándose mientras sus manos temblorosas cubrían su rostro—. ¿Por qué todos ellos lo eran? Le arrebaté la vida a alguien… no soy muy diferente a ellos. Aun así, él quería matarme, solo me defendí. ¡No estuvo mal lo que hice! ¿Verdad? —
Se agarró la cabeza, como si quisiera arrancarse los pensamientos que la atormentaban.
—Sus manos frías… aún puedo sentirlas. ¿Por qué? —dijo en un susurro desgarrador mientras las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas.
Antes de darme cuenta, mis brazos ya estaban rodeándola. Fue instintivo, algo que no planeé, pero sentí que debía hacerlo.
—Ya, ya… —susurré, tratando de calmarla mientras sus sollozos aumentaban—. No fue tu culpa, Naoko. No tienes la culpa de nada. —
—Pero… —apenas podía hablar, su voz ahogada por el llanto.
Zein permanecía de pie, inmóvil. Sus ojos reflejaban una mezcla de dolor y culpa, como si quisiera hacer algo, pero no supiera cómo. Su incapacidad para actuar lo hacía parecer más pequeño, más vulnerable.
Con una seña de mi mano, le indiqué que se arrodillara y se uniera al abrazo. Dudó por un momento, pero luego se acercó lentamente, rodeándola con sus brazos.
Ahí estuvimos los tres, arrodillados en el suelo frío, abrazándola mientras tratábamos de contener sus lágrimas. El tiempo parecía haberse detenido.
En mi mente, una vieja herida comenzó a abrirse. Recordé la primera vez que tomé una vida. Fue diferente para mí. No sentí el peso que ahora la aplastaba a ella. Mi odio y mi sed de venganza habían amortiguado cualquier remordimiento. Pero Naoko… ella no era como yo. No había querido hacerlo. No sabía contra qué o contra quién estaba peleando.
Su dolor era puro, real. Y eso me dolía aún más.
Pasó un tiempo en ese silencio roto solo por sus sollozos, hasta que unos pasos rápidos y pequeñas voces nos interrumpieron.
—¡Ya volvimos, señorita! ¡Traemos vendas! —gritaron dos niños, jadeando por el esfuerzo. Eran pequeños, no más de cinco o seis años, pero sus rostros estaban llenos de determinación.
Cuando nos vieron, se detuvieron de golpe, claramente sorprendidos.
—¡Qué bien que alguien llegó para ayudarla! —dijo uno de ellos, con una sonrisa nerviosa.
—Kiomi… —murmuró Zein de repente, señalándome con el rostro.
Miré hacia abajo y noté algo que no había percibido antes. Una mancha de sangre se extendía por mi costado. Una de sus heridas se había abierto durante la persecución, pero en mi preocupación por Naoko, ni siquiera lo había notado.
—¿Pueden ayudarla? —preguntó uno de los niños, con ojos suplicantes.
—Claro —respondió Zein con determinación, tomando las vendas de las manos del niño.
Con movimientos rápidos pero cuidadosos, le hicimos un vendaje improvisado para detener la hemorragia. No dijo nada mientras trabajaba, pero su expresión era tensa, cargada de preocupación.
—Tenemos que llevarla a la enfermería —dijo finalmente, con un tono que no admitía discusión.
Asentí, levantándome con esfuerzo mientras Zein tomaba a Naoko en brazos. Ella parecía agotada, demasiado débil para protestar, pero sus ojos estaban aún húmedos, como si las lágrimas no hubieran terminado de caer.
Los dos niños nos siguieron de cerca mientras nos dirigíamos a la enfermería. Sus pequeñas voces trataban de animarnos, como si entendieran la gravedad de la situación y quisieran ayudarnos de cualquier forma posible.
Cada paso dolía, tanto física como emocionalmente. Pero sabía que no podíamos detenernos. Naoko nos necesitaba. Y por encima de todo, no podíamos dejar que se hundiera en ese abismo oscuro que comenzaba a devorarla.
Tras unas horas de espera, finalmente nos permitieron verla. Naoko estaba recostada, con un vendaje limpio cubriendo sus heridas, pero su expresión reflejaba más vergüenza que alivio.
—Perdón… —murmuró, evitando mirarnos directamente—. Perdón por todo esto. —
—No tienes que disculparte —le respondí con firmeza, sentándome a su lado.
—¡Qué bien que está mejor, señorita! —exclamó el mayor, con gran entusiasmo, mientras que el menor asentía tímidamente detrás de él.
—Muchas gracias a ustedes también —dijo Naoko, dedicándoles una débil sonrisa.
Aproveché la pausa para dirigir mi atención a los niños.
—Y bien, ¿quiénes son estas dos criaturitas? —pregunté amablemente, inclinándome un poco hacia ellos.
—¡Yo soy Maxim Sokolov! —respondió el mayor, inflando el pecho con orgullo—. ¡Y este es mi hermano Viktor Sokolov! —
—Un gusto… —murmuró Viktor, escondiéndose ligeramente detrás de Maxim.
—Muchas gracias por cuidar de nuestra amiga —les dije, acariciando suavemente la cabeza de Viktor, quien pareció relajarse un poco bajo mi gesto.
Zein, con una sonrisa curiosa, les hizo una pregunta.
—Por cierto, ¿cuántos años tienen? —
—¡Nosotros, los hermanos Sokolov, tenemos cinco grandes años! —exclamó Maxim con entusiasmo, alzando la mano como si estuviera anunciando algo importante.
Era imposible no sonreír ante su energía contagiosa. Maxim irradiaba alegría, mientras que Viktor parecía compartirla, aunque prefería permanecer en un segundo plano, tímido pero atento.
Los días siguientes fueron tranquilos, aunque Naoko no pudo salir de la enfermería. La herida que se abrió durante la pelea había empeorado, y los médicos insistieron en que debía quedarse en reposo absoluto para evitar complicaciones.
Sin embargo, a pesar de su condición, Naoko comenzó a recuperar su espíritu. Los hermanos Sokolov fueron una gran ayuda en eso. Cada día llegaban con nuevas historias, juegos y preguntas, llenando la enfermería de risas infantiles. Pasaban horas junto a ella, haciendo todo lo posible por alegrarle el día.
Nosotros también permanecimos a su lado. Zein y yo nos turnábamos para asegurarnos de que nunca estuviera sola. Aunque no lo decía en voz alta, Naoko apreciaba nuestra compañía, y poco a poco su semblante se volvió más ligero.
Cuando los médicos confirmaron que su recuperación iba por buen camino, Paul decidió que era hora de regresar a casa. Antes de partir, los hermanos Sokolov se despidieron de Naoko entre lágrimas.
—¡Prométenos que volverás algún día! —le dijo Maxim, con los ojos llenos de emoción.
—Lo prometo —respondió Naoko, inclinándose para abrazarlos—. Cuando todo esto termine, regresaré a visitarlos. —
—¡Nosotros cuidaremos la aldea hasta entonces! —afirmó Maxim con una determinación que parecía demasiado grande para alguien de su edad. Viktor, por su parte, simplemente asintió, pero su mirada reflejaba la misma resolución.
El viaje de regreso fue tranquilo. Cuando llegamos, Alexander, Mei y Lyra nos recibieron con sonrisas cálidas. Después de tantos días fuera, sentirnos de nuevo en casa fue un alivio indescriptible.
Lyra corrió hacia mí, aferrándose a mi brazo con una mezcla de alegría y alivio.
—¡Al fin están de vuelta! —exclamó, mientras Mei se acercaba para inspeccionar rápidamente si teníamos alguna herida nueva.
—Es bueno estar en casa —murmuró Zein, dejando escapar un suspiro que parecía llevarse consigo el peso de los últimos días.
Y así, aunque nuestras mentes seguían ocupadas con los recuerdos de lo que habíamos vivido, había una sensación de paz al estar rodeados de quienes más nos importaban.
Alguien más estaba en el lugar: Aiko, la hija de Mei y Alexander. Había estado fuera durante las fiestas visitando a sus abuelos. Por lo que vi, se había hecho muy amiga de Lyra en el tiempo que estuvimos ausentes.
Los meses pasaron, y Aiko poco a poco comenzó a acostumbrarse a nosotros. Al principio parecía tímida, pero con el tiempo su actitud se volvió más relajada.
Este periodo fue sorprendentemente tranquilo. A pesar de nuestras preocupaciones iniciales, no hubo rastro alguno de tropas del EDI acercándose ni de ningún otro incidente sospechoso. De vez en cuando, Paul pasaba por el café para ponernos al tanto de la situación, pero todo parecía estar bajo control.
Seguimos con nuestras actividades diarias. Naoko mostró una notable mejoría en su salud; con el paso del tiempo, llegó al punto de parecer completamente recuperada, como si nada hubiera pasado.
Una tarde, mientras trabajábamos, la televisión transmitía un programa en vivo.
—Bueno, como invitado especial tenemos al Ranger Rojo. ¡Denle una cálida bienvenida! —anunció el presentador con entusiasmo.
—¿Quién es ese? —preguntó Zein, frunciendo el ceño mientras observaba la pantalla.
—Ah, es cierto que ustedes no los conocen —respondió Naoko, sentándose a nuestro lado—. Él es parte de un grupo llamado "Los Rangers". Básicamente son como superhéroes. Aparecieron hace unos 12 años y se hicieron famosos por su ayuda a la población. —
—Vaya —murmuró Zein, intrigado.
—¿Y dónde estaban cuando apareció ese ogro o lo que fuera? —pregunté, cruzándome de brazos con escepticismo.
—Fíjate que yo me hago la misma pregunta —respondió Naoko con una mueca de frustración.
De repente, un estruendo estremecedor sacudió el suelo, seguido de una explosión. El impacto fue tan fuerte que los vidrios temblaron, y las personas en el café se miraron entre sí con pánico.
—¡¿Qué está pasando?! —exclamó Zein, poniéndose de pie de inmediato.
Corrimos hacia la puerta y salimos para ver qué ocurría. La calle estaba sumida en el caos: personas corrían de un lado a otro, gritando aterradas, mientras una espesa nube de humo negro se alzaba a lo lejos.
En medio del tumulto, vimos a Paul acercándose a toda velocidad. Se detuvo frente a nosotros, respirando con dificultad mientras intentaba recuperar el aliento.
—¡Chicos, chicos! —jadeó—. Son las tropas del EDI… están aquí. Y no solo eso… han venido junto al jefe del que nos habló el prisionero. —
Un escalofrío recorrió mi espalda. No podía creerlo. ¿De verdad habían llegado tan rápido? Había esperado que los hubiéramos ahuyentado, que mis pensamientos optimistas fueran ciertos. Pero no lo eran. Ahora estaban aquí, y lo peor estaba por venir.