En cuanto Paul vino hacia nosotros y salimos, la escena me puso los pelos de punta.
Una gran nube de humo se alzaba en el fondo, mientras la gente corría de un lado a otro, desesperada por escapar.
—¡Kiomi! ¡Naoko! —les grité para que fuéramos a ayudar.
—¡Sí! —respondieron al unísono.
Salimos de la cafetería lo más rápido posible, y Alexander nos acompañó.
—Alexander, sería mejor que te quedaras en el café —le dije, preocupado por él.
—No te preocupes, no estoy tan viejo. Además, ¿quién va a ayudar a evacuar a las personas? —
Sinceramente, no había pensado en eso. Mi mente estaba centrada en la invasión y en el jefe del que hablaba aquel prisionero.
Al llegar, nos posicionamos en la cima de un edificio, lo suficientemente alto como para no ser vistos. Había soldados por todas partes, junto con numerosos ogros similares al que enfrenté cuando llegué. Desde esta perspectiva, quedaba claro que lo ocurrido en Siberia no fue más que una simple distracción o advertencia.
En el suelo estaba el que parecía ser su líder.
Se alzaba como una figura imponente, una mezcla de naturaleza y algo casi mecánico. Su cuerpo parecía una compleja armadura viviente: las extremidades robustas y musculosas estaban recubiertas por una textura similar a la madera, con líneas curvas y patrones que evocaban las vetas de un árbol.
En las articulaciones, una savia brillante, casi líquida, de color blanco verdoso, se movía con cada gesto, emitiendo un leve resplandor. Parecía ser parte de su cuerpo, tanto su sangre como su energía vital.
Sobre su cabeza, una especie de casco con forma de corona rodeaba lo que parecía ser una esfera brillante y pulsante, como si albergara la esencia misma de su ser. Este "casco" no era de metal, sino de una madera oscura y pulida que irradiaba una sensación de poder ancestral.
Su rostro, aunque vagamente humanoide, tenía rasgos que rompían con cualquier familiaridad: una boca visible, pero en lugar de orejas, dos largos apéndices que recordaban ramas o antenas se alzaban hacia los lados, vibrando ligeramente, como si percibieran su entorno. No tenia ojos, esa parte estaba completamente tapada por lo que parecía su casco.
Su postura era la de un líder indiscutible. Con los brazos cruzados sobre el pecho, irradiaba una confianza y autoridad que parecían casi tangibles. Cada paso que daba hacía temblar ligeramente el suelo bajo él, como si estuviera conectado con la misma tierra. Había en él una mezcla perfecta de majestuosidad natural y una amenaza palpable.
Frente a él estaba aquel Ranger Rojo, de pie, claramente herido pero sin mostrar una pizca de miedo. Me preguntaba cómo había llegado tan rápido si hace poco estaba en televisión, transmitiendo en vivo.
Los otros Rangers yacían en el suelo: el Verde, el Amarillo, el Rosa, el Azul. Todos parecían muertos. Pero él seguía ahí, con una sonrisa en su rostro, emanando una confianza casi absurda. Su traje rojo brillaba intensamente, llamativo como un faro en medio de la destrucción, como si declarara al mundo que un héroe aún permanecía en pie.
Entonces, se agachó y recogió unos lentes vistosos del suelo, ajustándoselos con un gesto teatral.
—¡No se preocupen! —gritó mientras levantaba su brazo apuntando al cielo—. ¡Siempre que haya luz, hay esperanza! —
—¿Se volvió loco? —preguntó Naoko, perpleja.
A decir verdad, yo también podría pensar lo mismo, pero había algo en él que no parecía locura... era diferente.
—Simio calvo estúpido, ¿no has tenido suficiente? —dijo el líder, con voz grave y despectiva.
—Jejeje... —el Ranger Rojo soltó una risa breve, cargada de confianza—. ¡Con un poco de determinación, puedes lograr lo que sea! ¡No importa la situación! ¡No importa el momento! ¡Si tienes determinación, puedes cortar hasta los mismos cielos! —
Era como si estuviera grabando un comercial de televisión, pero esta vez no tenía público. Sin embargo, esa gran sonrisa seguía inamovible en su rostro.
—Ya me cansé de ti —gruñó el jefe—. ¡Prepárate, simio calvo! —
La plaza central vibraba con la tensión. Los habitantes que no habían logrado huir se ocultaban tras las ruinas, observando con miedo y asombro. Por un lado, la figura imponente del jefe; por el otro, el Ranger Rojo, avanzando con esa sonrisa desafiante que parecía desafiar al mismo destino.
El jefe alzó su brazo derecho, que se extendió como una rama en expansión, directo hacia el Ranger Rojo. La velocidad del ataque era impresionante, pero el Ranger, con reflejos afinados, se lanzó a un lado, esquivándolo con gracia.
—¿Eso es todo lo que tienes? —se burló, con una sonrisa amplia, mientras daba un giro y corría hacia su enemigo.
Cada golpe que lanzaba el Ranger chocaba con el cuerpo del jefe con un sonido sordo. La armadura no mostraba siquiera una grieta. A pesar de ello, el Ranger no se detenía. Saltaba, rodaba, lanzaba patadas y puñetazos, manteniendo su velocidad para evitar las réplicas del jefe.
Desde nuestra posición observábamos con atención.
—Es rápido... pero no parece estar logrando nada —murmuré, preocupado.
—Está buscando un punto débil —intervino Kiomi, con los ojos entrecerrados, analizando cada movimiento.
De repente, el suelo bajo el Ranger se resquebrajó. Un tronco masivo emergió con una fuerza brutal, golpeándolo de lleno y lanzándolo contra una pared cercana. El impacto levantó una nube de polvo, y por un momento, todo quedó en silencio.
El jefe permanecía inmóvil, observando el lugar donde el Ranger había caído. Pero entonces, una risa rompió el silencio.
—¡Eso sí que dolió! —El Ranger Rojo emergió de entre los escombros. Su traje estaba rasgado, sus lentes rotos, y un hilo de sangre corría por su frente. Pero su sonrisa seguía ahí, deslumbrante, como si el dolor no fuera más que un detalle insignificante.
El jefe inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera evaluando a su oponente.
—No importa cuánto te esfuerces. Eres insignificante. —
—¿Insignificante? —El Ranger rió más fuerte mientras daba un paso adelante, tambaleándose un poco pero manteniendo su postura desafiante—. Tal vez. Pero no me detendré. —
—Simio calvo —gruñó el jefe, visiblemente irritado, aunque de pronto cambió su expresión a una sonrisa sarcástica—. Dime, ¿por qué no te rindes de una vez? —
—Porque la justicia nunca se rinde. —
El jefe pareció desconcertado, pero su tono seguía siendo burlón.
—¿Cómo es que sigues de pie tras todo eso? —
—Determinación. —El Ranger pronunció esa palabra con una convicción inquebrantable, como si fuera la clave de su existencia.
—Bien, he de admirar esa determinación, lo acepto. —El jefe cambió su postura, señalando al Ranger con un aire de desafío—. Dime tu nombre, simio calvo. A cambio, yo te diré el mío. —
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—Jeje, me halagas. —Miguel se limpió la sangre de la frente, todavía sonriendo—. Me llamo Miguel. —
—¿Miguel? Ciertamente es un nombre extraño. —El jefe volvió a adoptar su postura imponente, con los brazos cruzados—. Yo soy Sora Verdant, general de las EDI, bajo el mando del lord Abyrion. —
‘¿¡General!?’ pensé, incapaz de ocultar mi asombro. ¿O sea que no es su jefe? Bueno, en cierto modo sí lo es, pero...
—He de admitir, simio calvo, que esa “determinación” tuya la admiraré por el resto de mi existencia. Espero que tengas eso en cuenta. —Sora bajó los brazos lentamente, adoptando una posición lista para el combate.
—Me alegra escuchar eso. —Miguel mantuvo su amplia sonrisa, a pesar del evidente agotamiento.
—¿Deberíamos ir a ayudar? —preguntó Naoko, mirando de reojo al agotado Ranger.
Antes de que pudiera responder, Sora alzó su brazo izquierdo, que se extendió nuevamente como una rama en expansión, directo hacia Miguel.
Sin pensarlo dos veces, me lancé en su ayuda, bloqueando el ataque con mi espada. El impacto resonó con fuerza, y un leve temblor recorrió mi brazo. Qué bien que reaccioné, pensé, viendo cómo Miguel no se había movido ni un centímetro, como si ya no tuviera fuerzas.
—Me preguntaba cuándo bajarían ustedes. —Sora retrajo su brazo lentamente, su tono burlón aún presente mientras se preparaba para su siguiente movimiento.
—Naoko, Kiomi, Alexander, vayan y evacuen a los heridos, junto con Miguel. —
—Pero Zein... —dijo Naoko, algo preocupada.
—¡Déjanos ayudarte! —interrumpió Kiomi, mirando a Naoko con urgencia.
—No, necesito que saquen a estas personas de aquí. Yo los entretengo. —
Se quedaron en silencio por un momento, pero la risa de Miguel rompió el ambiente.
—¡Él tiene razón! —dijo, como si los golpes no le hubieran hecho nada. —¡Hay que sacar a la gente de aquí! —
—Está bien —respondió Kiomi a regañadientes—, pero ten cuidado. —
—Lo tendré. Ahora vayan. —
—Qué acto tan valiente —dijo Sora, con un tono burlón—, pero no les servirá de nada.—
—Guárdate las burlas para otro momento, ahora te enfrentarás a mí. —
Me lancé lo más rápido que pude hacia Sora, mi espada destellando bajo la luz del sol. Sin embargo, Sora reaccionó con la misma rapidez, esquivando el ataque con un movimiento ágil. En un instante, su brazo se movió como un látigo, propinando un golpe contundente en mis costillas. El impacto fue devastador, enviándome a volar contra uno de los edificios cercanos.
—¡Zein! —gritó Kiomi, con el rostro lleno de angustia. Su impulso fue regresar a ayudarme, dejando la evacuación a los demás, pero la detuve.
—¡Sigue adelante! ¡Estoy bien! —le grité mientras me levantaba, sacudiendo los escombros de la armadura.
Con un movimiento fluido, invoqué mi segunda espada. Me lancé nuevamente al combate, ahora con mis dos espadas, que trazaban un arco doble que cortaba el aire con precisión mortal.
Sora, sin inmutarse, golpeó el suelo con su pie. La fuerza del impacto levantó una pared de madera del suelo, como si la misma naturaleza respondiera a su voluntad. Mi ataque chocó con la improvisada barrera, creando astillas que volaron en todas direcciones.
No se detuvo ahí. Sora bajó la pared con fuerza, buscando aplastarme. Sin embargo, reaccioné a tiempo, cruzando mis espadas para bloquear el golpe. El impacto resonó como un trueno, haciendo vibrar el suelo bajo nuestros pies.
Nuestros ojos se encontraron, y el aire entre nosotros pareció cargarse de energía, como si el choque de nuestras voluntades fuera tan intenso como el de nuestras armas.
—He de admitir que eres bastante fuerte —dijo con una sonrisa burlona.
—Gracias —le respondí de la misma manera.
No perdí el tiempo y volví a lanzarme contra Sora. Sin embargo, algo inesperado ocurrió. Desde el edificio detrás de Sora, dos troncos enormes comenzaron a extenderse como serpientes vivientes, moviéndose a gran velocidad hacia mí.
Con un movimiento ágil, los corté en un parpadeo, mis espadas trazando arcos precisos que redujeron la amenaza a astillas. Pero cuando levanté la vista para buscar a mi enemigo, Sora ya no estaba.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo mientras escaneaba la plaza, y entonces lo vi. Sora estaba de pie sobre una base de troncos que se alzaba por encima de las ruinas. Su postura era relajada, casi insolente, mientras sonreía con burla.
—Hola —dijo Sora, su tono cargado de sarcasmo.
No dudé ni un segundo en actuar. Me impulsé hacia adelante, mis espadas listas para atacar. Sin embargo, Sora se movió con una gracia inquietante, esquivando el ataque como si fuera un juego.
Aterrizó con fuerza, girándome rápidamente para no perder de vista a mi enemigo. Mi respiración era pesada, pero constante.
—¿Eso es todo lo que tienes? —preguntó Sora desde su posición elevada, una risa escapándose de sus labios mientras me observaba con evidente desprecio.
Apreté los dientes. Mi mente trabajaba a gran velocidad. Sabía que no podía permitirme dejar que Sora mantuviera la ventaja de altura.
Mantuve mi mirada fija en Sora, quien permanecía en la altura, relajado y confiado, o al menos eso aparentaba. Comencé a caminar lentamente alrededor de él, evaluando cada ángulo en busca de algún punto débil.
—¿Estás buscando un lugar por el cual escapar? —preguntó Sora con tono burlón, su sonrisa iluminando su rostro—. Eso será inútil. —
—¿Por qué estás tan confiado? —le pregunté sin detenerme, con mi mirada fija en él.
—Es porque soy fuerte —respondió Sora, su voz impregnada de una seguridad desbordante.
Apreté los puños alrededor de mi espada.
—Veamos qué tan fuerte eres. —
Sin dudarlo, lancé una descarga de mana hacia los escombros a los pies de Sora. El impacto hizo temblar la base en la que estaba parado, desestabilizándola. Sora reaccionó con rapidez, extendiendo ramas como látigos desde el suelo, replicando el ataque que había dejado fuera de combate a Miguel.
Pero esto era justo lo que esperaba, lo que quería que hiciera. Con una maniobra precisa, crucé mis espadas, bloqueando el ataque. El impacto resonó en el aire, pero en lugar de retroceder, aproveché el momento para impulsarme hacia adelante, cerrando la distancia entre nosotros.
Cuando estuve lo suficientemente cerca, lancé un corte directo al torso de Sora. Sin embargo, algo inesperado ocurrió. Sora murmuró en voz baja una palabra que apenas alcancé a escuchar.
—Imaginary.
De repente, miles de ramas surgieron de los alrededores, encerrándonos en lo que parecía ser una cúpula, aunque no lo era del todo. El techo se extendía muy alto, como si estuviéramos dentro de un gigantesco árbol.
—Imposible —murmuré, sorprendido.
Sora rió entre dientes, sus ojos brillando con una mezcla de burla y desafío.
—Te hemos estado vigilando bastante, Zein. No creas que esta técnica es tan rara como para que solo tú y Kiomi la conozcan.
El lugar se transformó en un bosque denso y opresivo. Todo a nuestro alrededor era naturaleza, desde los gruesos troncos hasta las raíces que se retorcían bajo mis pies. En la parte superior, parecía que el sol brillaba con fuerza, pero no era real; parecía un resplandor artificial que daba vida a este extraño entorno.
—Me has sorprendido —dijo Sora, con un tono que parecía mezclar reconocimiento y sarcasmo.
—Me alegra. Ahora prepárate, Zein Ravenscroft, porque este es el comienzo de tu derrota.
No dudé ni un segundo. Me lancé con toda mi fuerza hacia Sora, pero justo cuando estaba a punto de atacarlo, desapareció. Fue como si se hubiera fundido con el suelo, convirtiéndose en uno con la naturaleza.
Entonces, los ataques comenzaron. Troncos y ramas brotaban de todas direcciones, moviéndose como serpientes vivientes. Apenas lograba reaccionar, bloqueando o esquivando cada embestida mientras el sudor perlaba mi frente.
—¡Mierda! —murmuré entre jadeos—. ¿Cómo voy a saber dónde está? —
En medio del caos, algo llamó mi atención. En los lugares de donde surgían los troncos, noté fugazmente una silueta borrosa. Se movía con rapidez, casi imperceptible, pero pude distinguirla.
—¿Podría ser? —pensé, mientras analizaba sus movimientos.
Estudiando el patrón, llegué a una conclusión.
Puede atacar desde cualquier lugar, pero aquí adentro... necesita acercarse a los puntos de origen para lograr mayor rapidez, fuerza y precisión. Esa será su ruina.
Mientras los troncos seguían atacando, comencé a moverme entre ellos con una estrategia más clara, esquivando y buscando cobertura. Finalmente, en uno de los ataques, encontré el instante perfecto. Con un movimiento rápido, me deslicé a través de los troncos, confiando en que mi velocidad confundiera a Sora.
—¿Qué...? —Sora reaccionó al ver la sombra que dejé atrás, una figura similar a mí, pero que no era yo.
Aprovechando su distracción, descargué un golpe limpio y certero, cortando el árbol donde se ocultaba. Imbuí mi espada con mana, amplificando el impacto y destrozando la estructura natural.
El ataque fue devastador. El árbol se partió en dos y, con él, Sora quedó al descubierto, su cuerpo cortado limpiamente por la mitad. Por un instante, creí haber logrado la victoria.
—¡No! ¡No puede terminar así! —exclamó Sora con desesperación, su voz llena de incredulidad—. ¡No puedo ser vencido por alguien como tú! —
Una sensación de triunfo me invadió, pero duró poco.
—Ja... Ja... ¡JAJAJA! —rió Sora burlonamente mientras su mitad inferior comenzaba a levantarse por sí sola. Ramas vivientes se extendieron, levantando su torso destrozado y uniéndolo lentamente. Ante mis ojos incrédulos, su cuerpo se regeneró como si nunca hubiera sido partido.
Sora se sacudió el polvo de la ropa con calma, como si nada hubiera pasado.
—¿En serio creíste que con eso podrías matarme? —preguntó con desprecio, su tono cargado de burla—. Tendrás que esforzarte mucho más para lograrlo. —
El aire se llenó de tensión nuevamente. Apreté los dientes, sintiendo la frustración y el desafío ardiendo en mi interior. Esta pelea aún estaba lejos de terminar.