Mi vida era muy aburrida. Ilmenor era un lugar bonito, pero nunca pasaba nada. Desde mi recámara, desde que era muy pequeña, solo veía a los mercaderes ir y venir, pero nada más. Yo era muy hiperactiva; siempre estaba de un lado a otro, sin saber qué hacer. Mi padre, Thailon, el líder de la aldea, siempre me regañaba:
—Deberías esperar calmada a que tu madre vuelva. No es bueno que siempre andes de aquí para allá, algún día te vas a lastimar. —
Siempre sacaba el tema de mi madre para tratar de mantenerme tranquila, pero cuando le preguntaba cuándo iba a volver o dónde estaba, siempre respondía:
—Ella… está muy lejos, y va a tardar en volver. —
Tiempo después, descubrí que en realidad ella había muerto. No culpo a mi padre; a mí también me habría resultado muy difícil decirle a mi hija que uno de sus padres había fallecido. Más bien, estoy agradecida por todo lo que hizo para cuidar de mí, por tratar de protegerme. Aun así, sin nada que hacer, entrené y entrené. No tenía otra cosa que hacer, y me volví fuerte. Muy fuerte.
Un día, hace aproximadamente diez años, un grupo de tres :un niño de mi edad, una niña cinco años menor que nosotros y un mapache; llegaron a las puertas del “reino”. Como siempre me escapaba, fui a ver quiénes eran. Les hablé, y fueron muy amables conmigo. Nunca había tenido amigos; los demás en la aldea no me dejaban juntarme con ellos, como si fuera la típica princesa de los cuentos de hadas encerrada en su castillo.
Me alegré muchísimo cuando los conocí. Desde entonces, se volvieron mis amigos, mis únicos amigos. Aunque, poco a poco, mientras crecía, fui haciendo más amigos, ellos fueron los primeros en aceptarme. Con el tiempo, me hice cada vez más cercana al chico, que se llama Zein. Ya no tenía que escaparme; ahora tenía con quién jugar. Íbamos juntos al instituto, y, aunque los dos nos saltábamos las clases, logramos graduarnos.
La mitad del tiempo no sabía qué hacía Zein, pero cuando no estaba con él, pasaba el rato platicando con su hermana o con el mapache. Su hermana, que era adorable y muy amable, se llamaba Lyra; un nombre bastante bonito. El mapache, que descubrí que en realidad era un espíritu, se llamaba Kio, un nombre bastante parecido al mío, la verdad.
Mi padre solía estar siempre deprimido. Apenas me hacía caso y parecía extremadamente cansado. Esto me preocupaba mucho, pero, por alguna razón, cuando ellos llegaron, todo cambió. El lugar se llenó de vida. Todos los días se volvieron emocionantes o divertidos. Mi padre ya no parecía tan abatido, me prestaba más atención, y esos últimos diez años se convirtieron en los mejores de mi vida.
Zein y mi padre pasaban mucho tiempo juntos. Nunca supe exactamente qué hacían, pero no me entrometía. Al fin y al cabo, ahora tenía mi día completamente ocupado gracias a ellos.
Hablando de graduación, aquí en Ilmenor es costumbre que los niños tomen clases desde los diez años hasta los veinte, que es cuando se les considera adultos. Se empieza a esa edad porque se espera que los padres enseñen a sus hijos lo esencial antes de llevarlos a la escuela. A Zein siempre lo molestaban por no tener orejas puntiagudas, algo a lo que yo nunca le presté atención. Siempre lo protegía. Le hice una promesa: que lo protegería sin importar qué, porque no quería perder a mi mejor amigo. Para mi sorpresa, él hizo la misma promesa conmigo.
Finalmente llegó el día especial, el día en el que toda nuestra generación se convertiría oficialmente en adulta. Zein y yo ya habíamos cumplido los veinte años. A decir verdad, él no se quitaba la máscara muy a menudo; era como su zona de confort. Por eso, cuando lo vi sin ella, me sorprendió lo mucho que había cambiado. De ser un muchacho delgado, pálido y con el cabello blanco descuidado, había pasado a convertirse en un hombre. Su cabello, ahora recogido y bien cuidado, le daba un aspecto diferente, y ya no lucía tan flaco. Había cambiado mucho.
Además de la graduación, aquí es tradición realizar un torneo para determinar al más fuerte de la aldea. Nos preparaban con un entrenamiento intensivo, y cada quien debía encargarse de su propia preparación. Este entrenamiento duraba seis meses. A decir verdad, no tengo idea de qué fue de Zein durante ese tiempo.
El día tan esperado finalmente llegó después de la graduación y de haber alcanzado la mayoría de edad. Tras esos seis meses de entrenamiento, que parecieron una eternidad, al fin volví a mi hogar.
—¡Ya volví! —grité al entrar por la puerta con mucha energía.
—Señorita Kiomi, un gusto tenerla de vuelta —me saludó Eryndra con una leve reverencia.
—Vamos, Eryndra, no me hables con tanta elegancia. Me haces sentir rara; nos conocemos desde hace años. —
—Perdone. —
Sin perder tiempo, corrí inmediatamente a ver a mi padre.
—¡Papá! —
—¡Tesoro! —
Nos dimos un cálido abrazo tras volvernos a encontrar.
—Pero qué grande estás —dijo, bastante feliz. —
—Vamos, papá, no es para tanto. Solo fueron unos seis meses. —
—Seis meses son mucho, ¿sabes? Y más si no recibo noticias tuyas. —
La aldea estaba muy animada. Muchos de los de mi generación al fin habían regresado.
—Papá, ¿dónde están Zein, Lyra y Kio? —
—Lyra debería estar descansando, y Kio probablemente está con ella. A Zein no lo veo desde la mañana. —
—Es cierto, Zein no salió, ¿verdad? —
—No, no salió. —
Me parecía extraño. Todos los demás habían salido de viaje o de caza para perfeccionar sus habilidades, pero Zein no. No sabía por qué no se fue. Tal vez entrenó aquí, pero no podía imaginar qué habría aprendido en la aldea, especialmente cuando todos los demás se habían ido.
Fui a ver a Kio y a Lyra con una sonrisa, y me recibieron de la misma manera. Estaba muy contenta de volver a ver a todos mis conocidos. Después, decidí hablar con mi padre para ver si podía encontrar a Zein.
—Papá. —
—¿Qué pasa, tesoro? —
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—¿Sabes dónde podría estar Zein? —
—No lo sé. Tal vez esté en ese árbol viejo que está bastante cerca de la playa. Si lo ves, dile que regrese, que ya se ha tardado bastante afuera, por favor. —
—Está bien. —
Salí a buscarlo. La aldea se estaba preparando para el torneo que se celebraría muy pronto. Todos se veían emocionados. El evento comenzaría por la noche, un día antes del torneo, para festejar primero, y al amanecer, iniciar la competencia.
Y ahí lo encontré, en el árbol, sentado y mirando el atardecer, justo donde siempre habíamos estado desde que éramos pequeños.
—Así que aquí estabas. —
—Kiomi —dijo, con esa voz tranquila que siempre me hacía sentir en casa. Llevaba puesta el casco, como siempre. Nunca se lo quitaba, algo que me molestaba más de lo que quería admitir.
Sin pensarlo demasiado, se la quité de un tirón.
—Al menos déjame verte. No nos vemos desde hace seis meses. —
—Vamos, sabes que no me gusta estar sin el. Además, seis meses no son tanto. —
—No serán mucho para ti, pero para mí sí. —
Lo miré fijamente. Su rostro había cambiado. Era como si estos seis meses lo hubieran transformado en otra persona, aunque tal vez era yo quien lo veía distinto. Su piel estaba más cuidada, su cabello más ordenado, como si hubiera decidido tomarse el tiempo para ser alguien completamente nuevo. No pude evitar quedarme un poco embobada, notando detalles en los que jamás me había fijado antes.
—¿Qué tanto me miras? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza.
—Nada —dije rápidamente, sintiendo un ligero calor en las mejillas—. Solo me sorprende que ahora cuides más de ti. —
Él sonrió apenas, una sonrisa tan leve que casi pasó desapercibida. Me hizo sentir como si ese gesto fuera solo para mí.
Justo en ese momento, una voz nos interrumpió.
—¡Oye, Zein! ¿Te importaría ayudarnos con algo? —
Rápidamente se quitó de mis manos el casco, como si tuviera miedo de ser visto demasiado tiempo sin ella.
—¡Sí, en un momento bajo! —
—¡Gracias! —
No pude evitar sentirme molesta. No solo porque nos habían interrumpido, sino porque Zein no parecía mostrar ni una pizca de interés en mi regreso. Era como si no significara nada para él.
—Perdón, me tengo que ir —dijo, casi de forma mecánica.
—Papá dijo que tenías que volver pronto, que ya te habías tardado demasiado. —
—Discúlpate de mi parte, por favooooor —me rogó, juntando las manos frente a su cara, con una expresión que parecía más un juego que una disculpa real, y al instante se puso el casco.
Suspiré, pero en lugar de reprocharle, lo abracé. Fue un impulso, uno que no pude controlar.
—Bien, pero al menos podrías haberte alegrado un poco más de verme. —
Por un instante, me pareció que Zein se quedó inmóvil, sorprendido por mi gesto. Después, lentamente, correspondió el abrazo.
—Perdón —murmuró, con una voz más suave que antes.
Y entonces se fue, dejándome con un torbellino de emociones. Lo vi bajar hacia los aldeanos, que parecían confiar tanto en él ahora. Tal vez esa era la razón por la que decidió quedarse.
El torneo constaba de dos etapas: la primera incluía pruebas para seleccionar a los mejores 16 participantes, quienes pasarían a la segunda etapa, donde lucharían para determinar quién sería el campeón. Este evento se realizaba con cada generación, así que ya lo había presenciado varias veces. La primera etapa siempre me parecía aburrida; solo se trataba de pruebas de fuerza, velocidad, destreza, resistencia, agilidad y mente. Nada especial, la verdad. La verdadera acción comenzaba en la segunda etapa.
Las reglas eran simples: los combates eran de 1 contra 1. Para ganar, uno debía noquear al oponente o lograr que se rindiera. Desde la primera ronda hasta los cuartos de final, las peleas consistían en un solo round, lo que las hacía más rápidas. Sin embargo, a partir de las semifinales y hasta la final, los combates se dividían en tres rounds, y el ganador era quien obtuviera la victoria en al menos dos de ellos. Al final, el vencedor era declarado "el más fuerte".
No estaba permitido matar durante las batallas, pero sí herir o incapacitar al oponente. Se podía usar la “energía” o como a mí me gustaba llamarla, Anima. De hecho, había logrado convencer a Zein de que también la llamara así. Básicamente, cualquier cosa que te diera ventaja estaba permitida, aunque algunas estrategias rozaban lo que podría considerarse trampa.
A mí me encantaba asistir al festival de la noche anterior al evento. Aunque esta vez sería yo quien participara en el torneo, no iba a perderme la diversión. Un día antes del festival, estaba conversando con mis amigas del instituto.
—Oye, Kiomi. —
—¿Qué pasa? —respondí, mientras bebía una de las bebidas típicas de Ilmenor.
—¿Ya conseguiste con quién ir al festival? —
—Yo creo que sí —intervino una de mis amigas en un tono burlón—. Seguro que es con el galán de Zein.
—¡Claro que no! —Me alteré un poco, y… ¿¡¿galán?!? Ese tipo no tiene nada de decencia. Aunque… bueno, cuando lo pienso…
—¿En serio? Yo pensaría que sí. —
—Bueno… sí lo invité —murmuré, tratando de que no me escucharan.
—¡¿En serio?! —Parece que susurrar fue inútil.
—¿Y? ¿Qué te dijo? —
—Pues… aceptó. —
Las felicitaciones no se hicieron esperar. Mis amigas gritaban emocionadas, riéndose y lanzándome comentarios de todo tipo.
—¡Sabía que lo lograrías! —dijo una, abrazándome efusivamente.
—Pero, Kiomi, ¡asegúrate de hacer que recuerde esta noche para siempre! —añadió otra, guiñándome un ojo.
—Y, por favor, por favor, no vayas a arruinarlo —bromeó la última, provocando risas entre todas.
Me dieron un sinfín de consejos: que si debía usar un vestido especial, cómo debía comportarme, incluso qué palabras usar para impresionarlo.
Cuando llegó el festival, el pueblo entero parecía estar iluminado. Las luces colgaban de los árboles y casas, y las calles estaban llenas de vida, con risas, música y el aroma de los platillos tradicionales llenando el aire. Había decidido usar un vestido que me prestó una de mis amigas: sencillo pero bonito, con tonos que, según ellas, resaltaban mis ojos.
Zein ya estaba esperándome cerca de la entrada principal del festival, vestido con una camisa negra de lino y un pantalón oscuro, algo poco común en él. Su cabello estaba recogido con más cuidado de lo habitual, y lo que más me sorprendió fue que, por primera vez, no llevaba su casco.
—Te ves… muy bien —murmuró cuando me acerqué, su voz más baja de lo normal, como si le costara decirlo.
—Gracias. Tú también luces diferente… en el buen sentido —respondí, sintiendo que ya lo había arruinado.
Lyra apareció junto a él, corriendo alegremente y luciendo un vestido blanco que la hacía parecer una pequeña princesa. Se notaba emocionada por estar ahí y comenzó a saltar mientras hablaba rápidamente sobre todas las cosas que quería hacer. Zein y yo intercambiamos una mirada, sonriendo ante su entusiasmo. Aunque me alegró ver que su enfermedad no le impedía ser feliz, también me invadió un sentimiento amargo al pensar en cómo le ha robado años preciosos de vida. A sus quince años, ríe y juega como alguien lleno de vitalidad, algo que admiro profundamente.
La noche pasó entre risas y actividades. Jugamos algunos juegos, vimos las danzas tradicionales y probamos varios platillos. En un momento, mientras Lyra estaba entretenida con algunos niños de la aldea, Zein y yo nos encontramos a solas frente a la playa, donde las luces se reflejaban en el agua como pequeños destellos mágicos.
—Es bonito estar aquí de nuevo —dije, mirando las luces.
—Sí, lo es. Aunque, para ser honesto, no soy muy fanático de los festivales. —
—¿Entonces, para qué viniste? —pregunté, volviéndome hacia él.
Zein dudó un momento, como si estuviera buscando las palabras adecuadas. Finalmente, murmuró:
—Porque me lo pediste…—
No supe qué decir. Mi corazón dio un pequeño vuelco, y el silencio que siguió fue bastante incómodo. Solo miramos el agua por un rato hasta que Lyra regresó corriendo hacia nosotros.
Al final de la noche, nos despedimos frente a la casa.
—Gracias por ir conmigo —le dije, mirándolo directamente a los ojos.
—Gracias por invitarme —respondió, con un leve gesto de cabeza.
Nos quedamos ahí un segundo más, hasta que Lyra tiró de su brazo, diciendo que estaba cansada y que ya quería irse a dormir. A decir verdad, yo también debía irme a descansar, ya que al día siguiente comenzaba el torneo. Cada uno se fue a sus cuartos, que estaban bastante lejos unos de otros. Por alguna razón, esa noche no podía dejar de sonreír.