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Ahora a donde

Al amanecer, me levanté rápidamente, recogí nuestras cosas y me preparé para partir. Coloqué el casco de Lucian en la cabeza de Lyra y cargué su espada junto con la mochila en mi espalda. Durante el trayecto hacia la siguiente aldea, Lyra no dejaba de hacer preguntas:

—¿Dónde está Lucian? ¿A dónde vamos? —

Era comprensible. Después de todo, imagina dormirte y, al despertar, la persona que te acompañaba ya no está, y simplemente te alejas de ese lugar como si nada.

Caminamos durante dos días hasta llegar a la aldea. Por desgracia, nuestra comida solo alcanzaba para tres días, y los recursos se acababan rápidamente. Intenté buscar un trabajo, algo que me ayudara a pagar más comida o un viaje hacia nuestro destino, pero no encontré nada.

Al tercer día, nuestra comida se terminó. Decidí dejar de comer para que Lyra pudiera hacerlo, pues sabía que yo podría soportar más tiempo sin alimento. Fue entonces cuando encontré trabajo en una taberna. El dueño era un elfo. Como los elfos eran tan repudiados, no había muchos clientes, y el pago era bajo, pero al menos nos daba para comer.

El elfo era amable y comprendía nuestra situación: la de dos niños huérfanos tratando de sobrevivir solos. Aunque el poco dinero que ganaba no alcanzaba para costear un viaje a Ilmenor, al menos nos mantenía con vida. Sin embargo, con ese ritmo, tardaría años en reunir lo suficiente.

Entre las pocas opciones que tenía, me debatía entre dos: robar o vender la espada y el casco de Lucian. Pero la segunda no era una opción. Jamás vendería sus pertenencias. Así que, aunque no era moral, me incliné por la primera.

Gracias a mi tamaño y al entrenamiento que Lucian me había dado, lograba obtener algo de dinero extra robando a las personas. No me sentía bien haciéndolo, pero no veía otra salida. Pasaron así ocho meses, recolectando poco a poco el dinero que podía.

Un día, unos hombres que parecían mafiosos, de entre 40 y 45 años, entraron al bar. Me tocó atenderlos. Como solía hacer, intenté robarles mientras les servía, y con algunos lo logré. Pero en un momento, uno de ellos se dio cuenta. Me miró directamente, con una expresión aterradora que me congeló. Fingí no haber notado nada y me alejé después de dejar su comida.

Cuando terminaron y se disponían a irse, uno de ellos se acercó al dueño de la taberna y le dijo que quería hablar conmigo. Según él, éramos "viejos conocidos". Mi jefe, sin sospechar nada, accedió a dejarme ir con ellos.

Apenas salimos del bar, me arrastraron hacia un callejón oscuro y frío. Para empeorar las cosas, había comenzado a llover.

—¿¡Creíste que no nos daríamos cuenta, eh!? —gritó uno de ellos con furia—. ¡Maldito bastardo! —

Comenzaron a golpearme. Cada golpe dolía más que el anterior. El dolor era insoportable, como si intentaran romperme por completo.

—Lucian... —murmuré débilmente entre los golpes, como si invocar su nombre pudiera darme fuerzas.

Siguieron golpeándome hasta que se cansaron. No sé cuánto tiempo pasó. Cuando terminaron, no podía moverme. El dolor era tan intenso que apenas podía pensar. Yacía en el suelo, derrotado, preguntándome cómo había llegado a esto.

"Esto me pasa por andar de ladrón", pensé con amargura. Si hubiera seguido los valores de Lucian, tal vez nada de esto habría pasado.

Pero entonces, escuché una voz en mi cabeza, una voz extraña, como si fuera la mía pero más rasposa y profunda:

"Si hubieras seguido sus valores, no habrías conseguido tanto dinero. Con esto estás más cerca de llegar a Ilmenor".

"Pero aun así está mal", respondí mentalmente. "Además, me quitaron todo el dinero que reuní en estos ocho meses".

"Cobarde", replicó la voz con desprecio.

Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos, mezclándose con la lluvia que caía sobre mí. No solo había roto mi promesa con Lucian, sino que todo lo que hice fue en vano. Ahora estaba sin dinero, sin fuerzas y sin esperanza. ¿Cómo saldría de esta situación? Maldición.

No sé cuánto tiempo estuve ahí tirado en el suelo, inmóvil por el dolor. En algún momento, vi unos pies frente a mí. La lluvia dejó de caerme encima, y sentí un leve calor que reemplazaba el frío que me envolvía.

Unas manos se acercaron a mí, y de ellas emanó una luz cálida que comenzó a curar mis heridas. Poco a poco, el dolor desapareció. Cuando me sentí lo suficientemente bien, me senté y me limpié las lágrimas del rostro.

—¿Estás bien? —preguntó una voz suave.

—Sí... gracias. —Levanté la mirada para ver quién era.

Delante de mí estaba una mujer. Su cabello corto era de un tono anaranjado, y sus orejas, largas y puntiagudas, se asemejaban a las de un animal. Había algo extraño en ella, algo que no lograba descifrar. No podía calcular su edad; su rostro no era del todo visible.

—Chico, déjame preguntarte algo. ¿Quieres ser fuerte? —dijo de repente, con un tono que me tomó por sorpresa.

La pregunta me extrañó, pero el tono en el que lo dijo me hizo sentir algo extraño, una mezcla de incertidumbre y curiosidad.

—Sí... ¿Cómo lo sabes? —

—Por nada en especial —respondió, aunque su tono se volvió más serio—. Déjame proponerte algo.

—¿Qué cosa? —pregunté, tratando de ocultar mi confusión.

—Hagamos un apretón de manos, ¿qué te parece?

—¿Para qué? —respondí, receloso pero intrigado.

—Menos preguntas y más acción. Dime, ¿sí o no? —insistió.

Aunque dudaba, algo en su tono me transmitía confianza. Así que, inseguro pero decidido, le tomé la mano e hice un apretón.

En ese instante, su cuerpo desapareció. Solo quedaron sus ropas, que cayeron al suelo con un leve ruido. De ellas surgió lo que parecía ser un pequeño animal.

—¿Qué eres? —pregunté, alarmado.

—Un espíritu, con forma de tanuki —respondió tranquilamente.

—¿Qué? —

—Mira, nunca te conté los detalles del trato. A partir de ahora, si incrementas tu fuerza o tu poder, lo harás cien veces más de lo normal. Si, por ejemplo, incrementas tu poder de 1 a 10, con el trato ya no será a 10, sino a 100. Eso te hará muchísimo más fuerte. —

—¿Y por qué te convertiste en tanuki? —pregunté, todavía desconcertado.

—Porque es muy difícil mantener mi forma humana mientras el trato está activo. —

No entendía nada. Todo era tan repentino. ¿Un espíritu? ¿Un tanuki? ¿Qué es un tanuki? ¿Cómo que mi poder iba a aumentar? Nada tenía sentido.

—Sé que debes tener muchas preguntas, Zein, pero por ahora deberías ir a casa. —

—¿Cómo es que sabes mi nombre? —

—Por medio del trato. Anda ya, ve a la taberna de una vez para que te revisen. Mi magia de curación no es muy poderosa. —

Me empujaba suavemente con su pequeño cuerpo, insistiendo en que me moviera. Al final, salí del callejón, todavía aturdido por lo que acababa de pasar. El tanuki se escondió en mi ropa.

Cuando llegué a la taberna, el dueño, al verme en el estado en que estaba, dejó caer las cosas que llevaba en las manos y corrió hacia mí. Su preocupación era evidente; era un hombre realmente bondadoso.

—¡Tienes que descansar! —dijo con firmeza, y no aceptó un "no" por respuesta.

Me obligó a quedarme en reposo. Nos dio comida y alojamiento gratis mientras me recuperaba. Durante ese tiempo, la tanuki, que dijo llamarse Kio, respondió muchas de mis preguntas. Me explicó cómo funcionaba el contrato: con su ayuda, mi poder aumentaría exponencialmente, pero también dependería de mi esfuerzo. Además, me prometió ayudarme a llegar a Ilmenor. No sabía cómo iba a hacerlo, pero decidí creerle.

Kio también se llevaba muy bien con Lyra. Pasaban gran parte del tiempo jugando, lo cual parecía alegrar a Lyra después de todo lo que habíamos pasado.

Cuando volví a trabajar, noté algo diferente: la taberna, por primera vez, estaba llena. Había tantas personas que el ambiente se sentía vibrante y animado.

—¿Esto es obra tuya, Kio? —pregunté, mirando de reojo al tanuki que se encontraba escondido entre mis cosas.

No me respondió con palabras. Simplemente cruzó sus pequeñas patas y me dedicó una sonrisa orgullosa.

No podía perder el tiempo, así que me puse a trabajar de inmediato. Con la taberna tan concurrida, los ingresos mejoraron considerablemente. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que avanzábamos rápido. Tardamos aproximadamente seis meses en conseguir el dinero que necesitábamos. Para nuestra buena suerte, además, encontramos a alguien dispuesto a llevarnos hasta Ilmenor por un precio razonable. Aunque nos tomó dos meses de búsqueda lograrlo, al fin lo habíamos conseguido.

No podía creerlo.

—Kio… —dije, mientras acomodaba nuestras cosas para el viaje.

—¿Sí? —respondió con su característico tono despreocupado.

—Muchas gracias. —

—No hay de qué —dijo, sonriendo de oreja a oreja.

Kio parecía radiante. Aunque sus bromas y comentarios constantes a veces me sacaban de quicio, no podía negar que su ayuda había sido fundamental.

Antes de partir, el dueño de la taberna, aquel amable elfo que nos había acogido, nos regaló algunas provisiones para el viaje. Era un gesto generoso que no olvidaríamos.

Ahora, frente al camino que nos esperaba, no podía evitar sentirme nervioso. Cuatro meses de viaje hasta Ilmenor parecían una eternidad. No sabía qué haríamos al llegar, ni siquiera qué encontraríamos, pero eso no importaba. Haber llegado a este punto ya era un logro.

Con Lyra y Kio a mi lado, me dispuse a dar el primer paso hacia ese incierto futuro.

El viaje fue todo un infierno; no lo recordaba así cuando viajé con Lucian. A cada rato nos intentaban asaltar bandidos, y las tormentas y las temperaturas extremas casi me mataban. Fue tan largo que, cuando estábamos por llegar, cumplí 10 años y Lyra, 5. Aun así, el entorno era cálido y hermoso. Las hojas estaban muy verdes, y el cielo tenía un azul vibrante. Además, la caravana estaba animada, y la gente era amable con nosotros.

Agitando un abanico en mi cara para combatir el calor, me puse a hablar con Kio, quien parecía desfallecer bajo el sol.

—¿No tienes calor con ese pelaje? —

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—No tienes idea. —

—Oye, ¿y por qué no mejor te transformas en humana? O bueno, en semihumana. —

—Ya te dije que no puedo. ¿No entendiste la explicación que te di? —

—A decir verdad, no. —

—Bien, te lo explicaré de nuevo, y tú también pon atención, Lyra. —

—Está bien —dijo Lyra, desganada por el calor. —

Kio se aclaró la garganta antes de comenzar:

—Miren, primero, yo soy un espíritu. En mi forma humana tal vez parezca de unos 18 o 20 años, pero en realidad tengo más años que ese anciano que va al frente. —

Un señor de unos 80 años nos volteó a ver, pensando que hablábamos de él. Solo le sonreímos antes de seguir con la plática.

—Entonces eres una anciana —comenté con tono burlón.

—¡No! —replicó, molesta—. Como decía, al ser un espíritu, puedo pactar con ciertas personas. No con cualquiera, solo con unas pocas, y tú estás incluido. El pacto me impide usar mi forma humana a menos que la persona con la que pacté sea más fuerte que yo, cosa que no creo que pase —agregó con orgullo.

—¿Y si mejor nos lo resumes? —dijo Lyra, sin ganas.

—Está bien. Yo, como espíritu, puedo hacer pactos con personas. Estas personas, al incrementar su poder, lo hacen a una escala mucho mayor. Por ejemplo, si normalmente incrementan su poder x1, con un pacto puede ser x10 o incluso x100, dependiendo del trato. —

—¿Y cuál es el que tienes conmigo? —pregunté.

—El de x100. Eso me impide convertirme en mi forma humana, que es la más pura y poderosa, a menos que superes mi poder. ¿Entendieron ahora? —

—Sí —respondió Lyra—. Pero aun así estás viejita. —

—¡Mocosa! —

Kio se abalanzó sobre Lyra, y ambas empezaron a jugar. Una sonrisa se dibujó en mi rostro. A pesar de todo, logré seguir adelante. Gracias, Lucian. Gracias, Meliora, por todo. Espero que las cosas sigan así de movidas.

Tras un largo tiempo de viaje, finalmente llegamos a Ilmenor. Era de noche, pero el lugar era mágico en muchos sentidos. A pesar de estar custodiado por guardias en la entrada y no poder pasar, desde afuera se veía hermoso. En el centro destacaban una serie de edificios blancos, grandes y bien iluminados. Los árboles eran mucho más altos que los comunes, y los soldados llevaban armaduras blancas brillantes y elegantes. Por supuesto, todos eran elfos.

El resto de la caravana logró entrar, pero a nosotros no nos dejaron.

—¿Por qué no nos dejan pasar? —pregunté.

—Son nuevas políticas, chico. Perdón. —

Kio, ignorando mi advertencia de mantenerse escondida, interrumpió la conversación.

—¿Y tú quién te crees que eres? —preguntó el guardia, sorprendido al verla.

—¿Acaso eres un tanuki? —respondió.

—Exacto, un tanuki. Y exijo ver al jefe. Este chico es conocido del guerrero Lucian Bellamy. —

—¿Del famoso Lucian? —

—Exacto —replicó con orgullo.

No entendía por qué Kio estaba tan orgullosa de presumir algo así, considerando que nunca conoció a Lucian. Aunque, pensándolo bien, quizá lo había visto a través de mis recuerdos.

—Bien, veremos qué podemos hacer —dijo el guardia tras un momento de duda.

Al ser tan de noche, tuvimos que acampar afuera. Hacía bastante frío, pero logramos combatirlo con una fogata.

—Vaya idiotas —murmuró Kio, visiblemente molesta.

—Vamos, no les digas así. Solo están haciendo su trabajo. —

—Bueno... —

De repente, una voz animada rompió la tranquilidad.

—¡Hola! —gritó una chica, colgada boca abajo de un árbol.

Nos asustó a todos. Era una elfa, con cabello blanco salpicado de pequeños mechones negros. Su aspecto era inusual, aunque no tan extraño tratándose de un elfo.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó, mientras nos observaba con curiosidad.

—Acampamos —respondí, todavía algo desconcertado por su aparición repentina.

—Hmm, ni que estuviera ciega. Lo que pregunté es: ¿qué hacen aquí afuera y por qué no entran? —

Me di cuenta de que ella parecía tener mi misma edad.

—Estamos esperando que nos den permiso de entrar —expliqué.

—¿Eso es todo? —respondió, mostrando una expresión de entusiasmo—. Yo les puedo dar permiso para pasar, pero con una condición. —

—¿Cuál es? —pregunté, curioso. —

—¡Que sean mis amigos, claro! —dijo con entusiasmo, mientras una gran sonrisa iluminaba su rostro.

Decidí seguirle la corriente.

—Claro, mi nombre es Zein, Zein Ravenscroft. —Señalé a mi lado—. Ella es Lyra, mi hermana pequeña. —

—Hola —saludó Lyra tímidamente.

—Y el mapache rabioso de aquí se llama Kio. —

—¡Oye, no me llames mapache, y mucho menos rabioso! —gritó Kio, ofendida.

La chica bajó del árbol con una agilidad sorprendente y corrió hacia Kio, abrazándola con fuerza.

—¡Qué lindo, un mapache! —

—¡Suéltame, mocosa! ¡Y no soy un mapache, soy un tanuki! —

—Por cierto, me llamo Kiomi, Kiomi Valandil —dijo mientras seguía abrazando a Kio con entusiasmo.

Mi mente se detuvo un instante. ¿Valandil? Reconocí el apellido de inmediato. Al parecer, Kio también lo notó porque dejó de forcejear de golpe.

—Bueno, ¿entramos? Hace mucho frío aquí afuera —sugirió Kiomi con naturalidad.

Recogimos nuestras cosas y seguimos a la elfa. Sorprendentemente, los guardias nos dejaron pasar sin problema alguno, aunque a Kio la detuvieron, lo que desató otro forcejeo. Gracias por tu sacrificio, pensé con una sonrisa mientras caminábamos.

Las calles estaban bellamente iluminadas, y todo a nuestro alrededor era impresionante. Las casas brillaban con tonos cálidos, y la gente, con largas orejas y ropas impecables, parecía estar llena de energía y alegría.

—Vengan, los llevaré a mi casa —dijo Kiomi, avanzando con paso animado.

—Está bien —respondí, aunque en realidad no sabía si confiar en ella.

No nos habían dado un nombre de referencia ni una dirección específica. Lamentablemente, no teníamos otra opción más que confiar en esta chica. Mientras caminábamos, Kio finalmente se dio por vencida y dejó de forcejear con los guardias.

—¿Aún no llegamos? —pregunté, algo impaciente.

—Nop. —

—¿Dónde está tu casa? —inquirí, tratando de disimular mi frustración.

Levantó una de sus manos, señalando el enorme edificio que dominaba el centro de la aldea, el más lujoso y hermoso de todos.

—¿T-tú… vives ahí? —pregunté, boquiabierto.

—Sí, ¿por qué? —respondió con naturalidad.

—No, por nada… —murmuré, aún impresionado.

—¡Papá! —gritó Kiomi de repente, agitando una mano.

Un hombre comenzó a acercarse acompañado de una joven que parecía ser su sirvienta. A primera vista, el hombre me recordó a Lucian, aunque algo en él se sentía diferente. Su porte era digno, pero su expresión estaba marcada por el cansancio. Su cabello parecía comenzar a tornarse gris, reflejando los años y el peso de la vida.

—¡Tesoro! Te estábamos buscando. ¿Qué haces aquí afuera? —preguntó el hombre con una mezcla de alivio y reprimenda.

—Fui a pasear y me encontré con unos chicos que ahora son mis amigos —dijo Kiomi con entusiasmo, señalándonos.

—Hola —saludé con una inclinación de cabeza.

—Un gusto —agregó Lyra.

El hombre bajó la mirada hacia Kio, que seguía en los brazos de Kiomi.

—¿Y ese tanuki que traes en las manos? —preguntó con curiosidad.

—Viene con ellos —respondió Kiomi.

Para mi sorpresa, Kio despertó mágicamente de su letargo al escuchar que la llamaban correctamente "tanuki" y no "mapache". Parecía más feliz de lo que la había visto en mucho tiempo.

—Muchas gracias por cuidar a mi hija un rato y asegurarse de que no se lastimara —dijo el hombre, con una voz cálida y serena—. Vamos, Kiomi, ve con Eryndra. —

—Está bien… —respondió Kiomi, con un tono que reflejaba un poco de tristeza por la despedida. Sin embargo, antes de irse, se volteó hacia nosotros y nos dedicó una sonrisa.

—Y deja al tanuki con ellos —añadió el hombre, con una ligera sonrisa.

Kiomi soltó a Kio con cuidado, y esta última regresó con nosotros, lanzando un resoplido satisfecho.

—Bien, gracias por cuidar a mi hija. Mi nombre es Thailon Valandil, un placer conocerlos —dijo el hombre, inclinando levemente la cabeza.

—M-mucho gus… —comencé a responder, pero Kio me interrumpió bruscamente.

—Oiga, ¿usted es esposo de Meliora Valandil y amigo de Lucian Bellamy? —preguntó Kio, con una intensidad inusual.

El hombre se tensó ligeramente al escuchar esos nombres.

—Sí, ¿cómo es que los conoces? —respondió con una mezcla de cautela y sorpresa.

Reconocí su apellido desde el principio, pero ahora que lo había confirmado, mi corazón latía más rápido. Interrumpí la conversación antes de que Kio pudiera seguir.

—Disculpé… ¿usted realmente es el esposo de Meliora? —pregunté, tratando de mantener la compostura.

—Me llamo Zein, Zein Ravenscroft. —

—¿Ravenscroft? —repitió Thailon, visiblemente sorprendido—. Si es así, ¿dónde está Lucian? —

Mi pecho se contrajo al escuchar la pregunta. No podía decírselo directamente, no mientras lo miraba a la cara, y menos cuando aún debía contarle lo de su esposa. Kio, al notar mi incomodidad, intervino antes de que yo pudiera responder.

—Señor, si nos permite, nos gustaría hablar de esto en otro lugar. Aquí afuera está helando, y necesitamos calentarnos.

—Cierto, cierto. Acompáñenme. —

Nos condujo hacia el edificio más grande de la ciudad. El camino era largo, pero no pude evitar admirar lo hermoso que era todo a nuestro alrededor. Las luces, los detalles de las edificaciones, los colores… todo parecía sacado de un cuento. Sin embargo, mi mente estaba demasiado ocupada tratando de encontrar las palabras adecuadas para explicarle lo sucedido.

Kio, al verme tan nervioso, puso su pata en mi hombro y murmuró:

—No te preocupes, yo le diré lo que pasó. No necesitas cargar con eso. —

Agradecí en silencio su apoyo. Mientras caminábamos, Lyra, agotada, terminó quedándose dormida. Cuando llegamos al edificio, Thailon nos ofreció su hospitalidad. Coloqué a Lyra cuidadosamente sobre uno de los elegantes sillones, asegurándome de que estuviera cómoda.

—¿Y bien? —preguntó Thailon, mirándonos con seriedad—. ¿Qué fue lo que pasó? —

Kio fue la primera en hablar:

—No es fácil de decir, pero su esposa…—

—Lo de mi esposa ya lo sé —la interrumpió Thailon con voz grave—. Hace tiempo que recibí la noticia. Lucian me envió una carta hace poco menos de dos años, diciendo que venían camino para acá. No pensé que tardaran tanto. —

Al escuchar eso, me relajé ligeramente. No tendría que explicarle sobre Meliora, pero aún quedaba algo igual de importante que decirle. Respiré hondo antes de hablar.

—Lucian… está muerto. Hace un año, más o menos, lo asesinaron en un pueblo fronterizo de la Kirche. —

Mientras hablaba, saqué la espada y el casco que me había entregado Lucian antes de morir.

—Me dijo que me quedara con esto. Es prácticamente lo último que queda de él. —

Thailon tomó la espada y el casco con cuidado, examinándolos en silencio.

—Ya veo… ha de haber sido un viaje duro para ustedes. —Levantó la mirada hacia mí, y aunque había tristeza en sus ojos, también había calidez—. ¿Sabes? Ellos siempre hablaban de ti en sus cartas. Te tenían en alta estima, les importabas mucho. Aquí te cuidaremos, no te preocupes.

Sus palabras, llenas de sinceridad y consuelo, me hicieron sentir algo extraño. Una calma que no había experimentado en años llenó mi pecho. Por un instante, todo el peso que llevaba encima parecía haberse desvanecido.

Entonces, el sueño comenzó a invadirme.

—Zein… ¡Zein! —

La voz de Kio fue lo último que escuché antes de desmayarme, rendido por el cansancio acumulado de estos últimos años.

Cuando volví a despertar, me encontré en una cama. Hacía años que no dormía en una, y la sensación de comodidad era casi irreal. A mi lado, Kiomi dormía profundamente con Kio abrazado en sus brazos, mientras que en otra cama cercana estaba Lyra, tranquila y respirando suavemente. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí en paz. Al fin habíamos llegado a un lugar seguro.

Kio fue el primero en despertar.

—¡Hasta que despiertas, dormilón! —exclamó mientras se sacudía de los brazos de Kiomi.

—¿Por qué tan exaltada? —pregunté confundido.

—¿Cómo que por qué? ¡Dormiste tres días enteros! —

—¡¿Qué?! —exclamé, incrédulo.

Al parecer, el estrés acumulado de los últimos años me había pasado factura. A pesar de la sorpresa, me sentía renovado, como si el peso que cargaba hubiera disminuido un poco.

Los días que siguieron los dediqué a explorar el lugar y conocer más a las personas que nos habían recibido. Kiomi se convirtió rápidamente en una buena amiga, siempre alegre y entusiasta, mientras que Thailon, aunque reservado, demostraba ser una persona confiable y bondadosa.

Sin embargo, no todo era perfecto. Cada vez que salía, algunos niños elfos comenzaban a molestarme. Se burlaban de mis orejas normales y de mi cabello blanco, que contrastaba con el suyo. Los insultos, aunque intentaba ignorarlos, me afectaban profundamente. A menudo, terminaba refugiándome en el casco de Lucian, buscando una sensación de protección.

Pero no estaba solo. Lyra, siempre valiente, me defendía sin dudarlo.

Una tarde, mientras comíamos al aire libre y contemplábamos el atardecer, Lyra me miró seriamente y preguntó:

—Oye, ¿por qué no te defiendes? —

—Porque… no puedo simplemente. —Bajé la mirada, sintiéndome incapaz. —

—Hmm, pues yo te protegeré. —Se levantó con decisión, parándose sobre una rama con tal seguridad que parecía no temer caer—. Yo te protegeré para siempre, ¿te parece bien? —

Sus palabras me llenaron de una calidez que no había sentido en años. Saber que alguien se preocupaba tanto por mí me hacía feliz, pero al mismo tiempo no podía ignorar la frustración de no ser capaz de devolver ese sentimiento.

—Está bien —respondí finalmente, alzando la vista hacia ella—. Pero yo me volveré más fuerte, más fuerte que tú, para poder protegerte de vuelta. —

Lyra sonrió y bajó de la rama para chocar su puño con el mío. Ambos reímos, sintiéndonos invencibles por un instante.

Al día siguiente, tomé una decisión. Busqué a Thailon, quien, para ser jefe de una aldea, siempre parecía tener tiempo libre. Lo encontré sentado en el patio trasero de su hogar, disfrutando de la tranquilidad del día.

—Oye, Thailon…—

—¿Qué pasa, chico? —preguntó Thailon, observándome con atención.

—Necesito un favor —respondí, tratando de sonar decidido.

—Quieres que te entrene, ¿no es así? —

—¿Cómo lo sabes? —

—En una de las cartas, Lucian me mencionó que deseabas volverte más fuerte para proteger a los que amas. Me contó que ya había empezado a entrenarte. A decir verdad, si no me lo pedías, yo mismo te habría obligado. Decía que tenías mucho potencial. —

—¿De verdad decía eso...? —Intenté continuar, pero no me dejó. En un parpadeo, estaba frente a mí, apuntándome con una espada. Instintivamente, me hice un ovillo, abrazándome en una postura defensiva.

—Con eso hay que empezar —dijo, dejando salir un suspiro de desaprobación—. Eres demasiado miedoso. Tienes la fuerza, pero no la voluntad. —

Sus ojos se volvieron serios, y su tono firme.

—Te entrenaré, muchacho. Entrenaré tu mente, tu cuerpo, y todo de ti. Te convertirás en alguien tan fuerte que, cuando mires a tu yo del futuro, no te reconocerás. ¿Estás listo? —

—S… ¡Sí! —

—Soy bastante estricto en mis entrenamientos. ¿¡Estás listo!? —

—¡Sí, señor! —respondí con toda la determinación que pude reunir.

A partir de ese día, los años que siguieron fueron diferentes. La paz reinaba en nuestra nueva vida, aunque no estuvo exenta de desafíos. Mi relación con Kiomi se fortaleció hasta el punto de convertirnos en mejores amigos. Kio, por su parte, se volvió una pieza clave en nuestras travesuras y momentos de descanso.

Sin embargo, no todo fue fácil. La enfermedad de Lyra comenzó a mostrar signos de avance, lo que obligó a ponerla en reposo constante. Todos nos turnábamos para cuidarla, y aunque su sonrisa seguía iluminando nuestros días, la preocupación siempre estaba presente.

A pesar de todo, no dejé que eso me detuviera. Entrenaba arduamente con Thailon, pasaba las tardes cuidando de Lyra y compartía momentos con Kiomi y Kio. Aquella rutina marcó mi vida durante los siguientes diez años… años que me convirtieron en alguien completamente diferente.