Estos 10 años me han cambiado mucho. Siento que he mejorado bastante en muchos aspectos de mi vida. Me he vuelto más fuerte, mis relaciones personales han mejorado y me llevo mejor con más gente.
Mañana será la Copa de Fuego, un torneo que se celebra aquí en Ilmenor para elegir al más fuerte de la generación. Es una competición justa, a decir verdad. En los últimos años he observado y estudiado cada una de ellas. Aunque quisiera haber dormido más para mañana, no fue una noche tan mala; la pasé con Lyra y Kiomi.
El día esperado llegó. Me pregunto qué hará Kiomi, no la he visto desde ayer. Lyra ayer logró permitirse salir de su cama. Su enfermedad no le permite estar mucho tiempo fuera, así que ayer fue mágico para ella, y sorprendentemente estará en las gradas viendo el torneo.
La primera fase siempre es la más simple y aburrida. De entre aproximadamente 456 participantes, solo quedamos 16 para el torneo. A decir verdad, no hay mucho que decir sobre esta primera fase, solo son pruebas de fuerza, resistencia, desempeño, inteligencia, agilidad, velocidad, etc.
En el torneo éramos 16: yo, Kiomi, Cornelia, Julia, Marcia, Aurelia, Conrad, Albert, Boris, Bogdán, Aelorin, Faenor, Milivoj, Adalrik, y había dos que me parecían los más interesantes entre todos los participantes: Sabina, una de las mujeres más fuertes de la aldea, después de Kiomi, y Gratius, que parecía bastante fuerte, pero además tenía el cabello blanco y no era elfo. Me pareció bastante extraño.
A todos nos posicionaron en el centro de la arena. Era bastante grande, muy grande, eso siempre me había gustado del torneo. Al ver directamente a la zona donde está usualmente el líder de la aldea, es decir, Thailon, vi a alguien bastante familiar.
Era Enzo. El maldito padre había venido directamente. Me hirvió la sangre. Quería saltar directamente a estrangularlo, pero aguanté. Mientras estábamos ahí parados, se me quedó mirando, directamente a mí. Aunque llevaba mi casco, me daba la sensación de que sabía quién era. Cuando terminaron de nombrar a todos, no apareció mi nombre. Más bien parecía que agregaron otro y quitaron el mío. Ya sabía por qué.
La cara de Enzo resaltaba la grandeza y el orgullo del maldito. Quería saber qué hacía aquí, necesitaba saberlo. En cuanto empezaron los primeros combates, le hablé a uno de los guardias, un fiel amigo, para pedirle que hablara con Thailon.
Nos fuimos a un cuarto apartado para hablar, Kiomi nos acompañó. Me quité el casco rápidamente y lo tiré al suelo.
—¡Maldito! —le grité mientras lo agarraba del cuello. —¡¿Qué hace él aquí?! ¡¿Por qué mierda lo dejaste pasar?! —
Thailon simplemente se quedó callado.
—¡Sabes lo que hizo ese hijo de perra! Y aun así, ¡lo dejaste entrar! ¡¿Tienes algo que decir?! —
Seguía sin decir una sola palabra.
—¡Maldita sea, yo mismo iré a matarlo ahora mismo! —
Thailon me agarró del hombro y me volteó bruscamente.
—Ni te atrevas. —
—¡¿Por qué?! ¡¿Eh?! ¡Él mató a Lucian, tu amigo! ¡Mató a tu esposa! ¡Mató a su madre!- Señalé a Kiomi. —¡¿Por qué mierda no haces nada?!- —
—Zein, cálmate…—
—No, ¡no me voy a calmar, a menos de que vea a ese hijo de puta muerto!-
—¿Sabes? -Me agarró del cuello de vuelta. -¡Yo también lo quiero matar! Quiero estrangularlo con todas mis fuerzas, ver su cara de sufrimiento mientras lo ahorco.-
—¡¿Y POR QUÉ MIERDA NO LO HACEN?! —
—¡PORQUE COMPLICARÍA LAS COSAS! —
—¿De qué hablas? —hablé con un tono más calmado y serio.
—Las políticas de una nación no deben entrelazarse con los sentimientos del gobernante. No voy a sacrificar vidas… más vidas de lo necesario. —
Nos soltamos al mismo tiempo en un silencio incómodo. Sentía un odio profundo hacia Enzo, pero no pensé que fuera tan grave la situación.
—Explícame mejor qué es lo que pasa. —
Thailon empezó a explicarme. La Kirche, desde un inicio, no fue una "nación independiente", le servía a una nación más grande y poderosa. La llamaban el Imperio del Sol Negro, aunque ellos mismos se hacían llamar el "Estado Democrático Imperial (EDI)" para disimular las apariencias políticas. Ellos, hace miles de años, controlaron todo, todo el universo. Nuestro universo, al ser finito, tiene recursos finitos, población finita y espacio finito; muy grande, pero finito. Ellos lograron conquistar todo.
Por ello, las naciones pequeñas solo pueden sobrevivir de una manera: siguiendo los intereses de ese imperio. Por eso es que no podía hacer nada.
—Pero, Zein —me agarró de ambos hombros y, mirándome fijamente a los ojos, me dijo—Muéstrale, muéstrale qué tan fuerte te has vuelto. El participante Gratius es su protegido, lo hizo pasar como niño santo. Véncelo, humíllalo y demuéstrale quién eres. —
Con una mirada seria, le asentí con la cabeza, me puse el casco y salí de ahí rápidamente. Kiomi me siguió de cerca.
La primera ronda y los cuartos de final los pasamos Kiomi y yo con bastante facilidad, pero al llegar a la semifinal se decidieron quienes serían los 4 que tendrían la oportunidad de pasar a la final.
Era Kiomi contra Sabina y yo contra Gratius. La pelea de Kiomi fue primero.
El coliseo de Ilmenor vibraba con la expectación de los espectadores. Las luces de Anima proyectaban el campo de batalla hacia los espectadores, revelando cada detalle de la arena. El anunciador elevó su voz, clara y potente, haciendo eco entre las gradas:
—¡Que comience el primer encuentro! —
Sabina se lanzó al ataque sin titubear, sus dagas en alto, destellando a la luz de Anima como si fueran relámpagos gemelos. Cada paso suyo era rápido y preciso, una danza mortal dirigida hacia Kiomi. Pero esta no era una pelea cualquiera. Kiomi, con un movimiento apenas perceptible, ya había esparcido sus hilos de Anima por la arena.
La primera embestida de Sabina fue detenida. Un destello metálico surgió entre las partículas de polvo: los hilos alrededor de Kiomi se endurecieron, transformándose en cadenas que repelieron los ataques de las dagas con un sonido de choque metálico.
Sabina no cedió. Sus movimientos se intensificaron, atacando con precisión los puntos donde las cadenas se manifestaban, desgastando la defensa de Kiomi. Sin embargo, Kiomi estaba dos pasos adelante.
Con una destreza inhumana, Kiomi activó nuevos hilos de Anima desde diferentes ángulos, proyectando más cadenas que obligaron a Sabina a retroceder por un instante. La energía en el aire se intensificó cuando Kiomi, sin dejar un respiro, empuñó una espada corta que había mantenido escondida.
En un rápido y calculado movimiento, Kiomi cerró la distancia. Sabina, ocupada enfrentando las cadenas, apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando sintió la punta de la espada de Kiomi rozando su cuello.
El tiempo pareció detenerse. Las cadenas que rodeaban a Kiomi vibraban con un brillo tenue, como una red de energía lista para inmovilizar a su presa si fuera necesario. Sabina, jadeante, soltó las dagas y levantó las manos en señal de rendición.
—¡La primera ronda es para Kiomi! —anunció la voz del árbitro, y el público estalló en aplausos y vítores.
Kiomi bajó la espada, su mirada fija en Sabina mientras los hilos que había dejado en la arena comenzaban a desaparecer lentamente.
Era solo el comienzo, y ambas lo sabían. Las siguientes rondas serían aún más intensas.
La segunda ronda comenzó con la misma intensidad que la primera. Sabina no perdió tiempo y, en un arranque de velocidad, lanzó una serie de pequeñas dagas hacia Kiomi. Las dagas volaron en el aire como proyectiles mortales, pero antes de que pudieran alcanzar su objetivo, las cadenas de Kiomi se interpusieron en su camino, repeliendo los ataques con un choque metálico. Sin embargo, algo cambió: las dagas explotaron en un estallido, creando una espesa cortina de humo que cubrió todo el campo de batalla.
El público gritó confundido, incapaz de ver lo que sucedía en la arena. La visión de todos se tornó borrosa, pero no la de Kiomi. Los hilos de Anima que había extendido a lo largo del coliseo le daban una ventaja clara, como si pudiera ver el flujo de la energía a través del humo. Sabina estaba allí, su presencia detectable incluso en medio de la niebla, y Kiomi, con una calma imperturbable, se preparó para el siguiente movimiento.
A lo lejos, Sabina, confiando en su sorpresa, se lanzó al ataque una vez más, pero Kiomi estaba lista. La atacante intentó un golpe rápido desde la oscuridad, pero Kiomi lo anticipó. Con un solo movimiento de su muñeca, las cadenas endurecidas repelieron el ataque, destruyendo la sorpresa de Sabina con un resplandor de energía concentrada.
Kiomi no pudo evitar una sonrisa confiada mientras se mantenía erguida.
—¿Eso fue todo? —dijo con tono despectivo, observando a Sabina a través de la cortina de humo. —Te voy a mostrar una de las técnicas que más me ha costado trabajar, pero es una de las mejores. —
Al escucharla, Sabina frunció el ceño, sin saber aún el alcance de lo que se avecinaba. Kiomi, en un susurro casi inaudible, murmuró:
—Imaginary. —
En el instante en que la palabra salió de sus labios, la atmósfera en la arena cambió.
Desde el exterior, una gran cúpula blanca se alzó, abarcando toda la arena, como si la propia arena hubiera sido engullida por una capa sólida y brillante. Las cadenas de Kiomi, hasta ese momento extendidas por todo el campo, comenzaron a moverse por sí solas. Se enrollaron, se estiraron y, con una precisión sorprendente, formaron una estructura que cubrió todo el espacio. Las cadenas se unieron, se fusionaron y se alisaron, hasta que formaron una cúpula lisa y plana, que brillaba con un resplandor etéreo.
Dentro de ese espacio, Sabina estaba atrapada, pero fuera de él, nada parecía haber cambiado. Nadie podía ver lo que ocurría dentro. El "Imaginary" no mostraba su interior; era una prisión mental, una ilusión perfecta creada por Kiomi, cuyo poder manipulaba el terreno a su antojo.
Sabina intentó resistir, moverse, pero su cuerpo no respondía como esperaba. El espacio estaba diseñado para ser un reflejo del alma de quien lo invocaba, y Kiomi había dominado cada rincón de ese mundo. No había escapatoria.
De repente, cuando la cúpula comenzó a desvanecerse, la visión externa del campo volvió a la normalidad. Los espectadores vieron a Kiomi de pie, con la espada en alto, apuntando al cuello de Sabina, quien se encontraba arrodillada ante ella, completamente derrotada.
La técnica "Imaginary" había cumplido su propósito: la victoria estaba sellada.
—La segunda victoria es para Kiomi —anunció el árbitro, y el sonido de la multitud retumbó en el aire.
Con dos victorias en su haber, Kiomi avanzaba a la final, mientras Sabina, aún de rodillas, veía cómo la joven dominaba el combate con una técnica que parecía más allá de su comprensión.
Al haber acabado la pelea, seguía la mía. Iba a aplastarlo y humillarlo.
…
Mi pelea creo que fue decente. Aun así, me siento mal por Sabina. Se había esforzado tanto, pero…
—¿Eh? No te preocupes por eso, Kiomi. Al menos podré pelear por el tercer lugar, ¿no es así? —me dijo al final del combate con una sonrisa.
Volví al lugar donde descansaban los participantes. Ahí estaban Zein y Gratius, quienes iban a pelear.
—Buena suerte, Zein —le dije, dándole ánimos.
—Gracias, pero no la necesito. —Parecía muy confiado. Instantáneamente salió del lugar, pero no parecía llevar sus espadas. Qué extraño.
Mis amigas me felicitaron por la victoria y, desde ese lugar, nos pusimos a ver la pelea en la transmisión. Antes de iniciar, anunciaron que utilizarían un portador para poder ver la pelea de mejor manera y que, aun con las interrupciones visuales, se pudiera ver claramente.
La arena del coliseo de Ilmenor estaba llena de expectación. El público esperaba con ansias la batalla entre Zein y Gratius, dos combatientes con habilidades únicas, pero con un aire completamente diferente.
Zein, en su usual silencio y seriedad, estaba de pie en el centro de la arena, sin armas, con la mirada fija en su oponente. El ambiente era denso, como si el aire mismo estuviera a la espera de lo que estaba por suceder. Por el contrario, Gratius, el pupilo de Enzo se encontraba al otro lado con una postura arrogante. Su cabello blanco y su espada larga en una mano denotaban su confianza desmesurada.
—¿De verdad piensas que me vas a ganar sin armas? —dijo Gratius con una sonrisa burlona, observando a Zein como si fuera un niño. —A este paso, ni siquiera vas a durar cinco minutos. —
Zein no respondió. Sus ojos permanecían fríos, analizando cada movimiento de su oponente sin perder la concentración.
El árbitro levantó la mano, y el estruendo del público se hizo eco en las paredes de la arena.
—¡Inicien! —
En ese momento, Zein se movió con una velocidad sobrehumana. Gratius apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando, en un parpadeo, Zein ya estaba frente a él, con las espadas invocadas a través de Anima. La primera espada apareció con un destello de luz, y sin dar tiempo a Gratius de reaccionar, la punta de la hoja ya estaba apuntando directamente a su cuello.
Gratius, que esperaba una pelea más larga, se sorprendió, sin poder esquivar o hacer siquiera un movimiento para defenderse. La velocidad de Zein lo había dejado sin aliento, y antes de que pudiera pronunciar palabra, la segunda espada de Zein apareció en el aire, dispuesta a seguir cualquier movimiento que Gratius intentara hacer.
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—Ríndete —dijo Zein con voz baja y fría, sin un ápice de emoción.
El silencio en la arena fue absoluto. Los espectadores, que esperaban un combate largo y complicado, estaban en estado de shock. Gratius, el orgulloso pupilo de Enzo, el joven que había dominado con facilidad a sus oponentes previos, no había sido más que una presa en los ojos de Zein.
Gratius, jadeando, miró la espada de Zein que aún descansaba sobre su cuello, y, tras un momento de duda, reconoció su derrota. La vergüenza y el enfado se reflejaron en su rostro, pero sabía que no podía hacer nada.
—Me rindo —murmuró, bajando su espada lentamente.
Zein dio un paso atrás, retirando las espadas que se desvanecieron como si nunca hubieran existido.
El árbitro, aún asombrado por la rapidez y la contundencia del combate, declaró el resultado.
—Victoria para Zein. —
El público estalló en aplausos, aun procesando lo que había sucedido. Zein, con su mirada fija al frente, no se movió ni un centímetro, como si el combate hubiera sido una simple formalidad.
La segunda ronda comenzó con el árbitro anunciando el inicio, pero lo que sorprendió a todos fue la quietud en la arena. Ni Zein ni Gratius se movieron. Gratius, con la mirada fija en su oponente, sentía la presión del momento. A pesar de su arrogancia inicial, el nerviosismo comenzaba a apoderarse de él. No podía adivinar los movimientos de Zein, y cada segundo de inacción lo hacía sentir más vulnerable.
Zein, imperturbable como siempre, parecía observarlo sin inmutarse. En un susurro bajo, casi inaudible para los demás, murmuró:
—Imaginary. —
En ese instante, la arena bajo sus pies pareció temblar, y de repente, la tierra se retorció. La misma arena que los rodeaba se transformó, distorsionándose hasta que la forma de una enorme boca monstruosa pareció abrirse, tragando todo a su alrededor. Una presión invisible llenó el aire, y en un parpadeo, el campo de batalla fue reemplazado por una gigantesca cúpula blanca que cubría por completo a los combatientes, sin que nadie pudiera ver lo que sucedía en su interior. El público observaba con asombro, incapaz de entender qué estaba ocurriendo.
La cúpula brilló de manera intensa antes de desvanecerse en pequeños destellos que se disolvieron lentamente en el aire. Cuando la luz desapareció, la escena era clara. Zein, con sus dos espadas cruzadas contra el cuello de Gratius, mantenía una postura firme, con la mirada fija y sin una pizca de emoción en su rostro. Gratius, de rodillas, no podía hacer nada más que aceptar su derrota, totalmente humillado.
Zein dio un paso atrás, retirando sus espadas, que desaparecieron tan rápido como habían aparecido. La arena volvió a la normalidad, y el público rompió en aplausos, aunque muchos seguían procesando lo que acababa de suceder. Zein había ganado nuevamente, asegurando la victoria por 2 de 3 rondas.
El árbitro, aún impresionado por la rapidez con la que Zein había derrotado a su oponente, levantó la mano para declarar el resultado.
—Victoria para Zein. —
Gratius se levantó lentamente, su orgullo hecho pedazos, y con una mirada furiosa se retiró del campo. Zein permaneció en su lugar, como si nada hubiera sucedido, su mirada aún fija en el horizonte, ajeno a la humillación que había infligido a su oponente.
…
Logré mi cometido. Al finalizar la pelea, simplemente me quedé mirando a Enzo con una expresión de humillación y derrota grabada en su rostro. Me hizo sentir bien lograr eso.
Al regresar a la zona de descanso de los participantes, Kiomi me estaba esperando con una toalla y un vaso de agua.
—Felicidades —me dijo con una sonrisa.
—Gracias. —
—Ahora nos toca pelear a nosotros. —
—Lo sé. —
—Ni creas que voy a dejar que me ganes. —
—Jajaja, no te lo voy a dejar fácil tampoco. —
Nos reímos un rato mientras nos sentábamos sin hacer nada, disfrutando del momento. Fue un instante tranquilo, casi bonito.
El árbitro anunció la siguiente pelea. Kiomi y yo nos levantamos para prepararnos. Esta ya era la final. No me importaba si ganaba o perdía, solo quería humillar a Enzo y a Gratius, y eso ya lo había conseguido.
Invoqué mis espadas de inmediato, dejando claro que iba en serio. El árbitro levantó la mano y dio inicio a la primera ronda.
Kiomi fue la primera en atacar. Sus cadenas creadas con Anima se alzaron como serpientes vivas, lanzándose hacia mí desde todas las direcciones. Pero, con una precisión impecable, repelí cada uno de los ataques, moviendo mis dos espadas en perfecta coordinación mientras esquivaba con velocidad.
Sin darle tiempo a Kiomi para reaccionar, cerré la distancia en un abrir y cerrar de ojos. Mi velocidad era tal que Kiomi apenas logró desenvainar su espada para bloquear mi ataque. El impacto fue brutal, y el sonido del choque resonó en toda la arena. La fuerza del golpe fue suficiente para que su espada resbalara de sus manos, cayendo al suelo.
No dudé ni un instante. Con una de mis espadas apunté directamente a su cuello, deteniéndome a milímetros de su piel. La tensión era palpable en el aire, pero Kiomi, lejos de mostrar miedo, soltó una sonrisa ansiosa.
—Me rindo —dijo con voz firme, levantando las manos en señal de derrota.
El público, sorprendido por la rapidez del combate, estalló en aplausos. Di un paso atrás y guardé mis espadas. Kiomi recogió su arma del suelo, preparándose mentalmente para lo que vendría en la segunda ronda.
La segunda ronda comenzó con una intensidad renovada. Esta vez, no esperé y me lancé al ataque. Pero Kiomi, ahora más concentrada, logró bloquear y esquivar mis movimientos con destreza, utilizando su espada y sus cadenas para mantenerme a raya.
El combate se transformó en un intercambio frenético. Kiomi, con un nuevo aire de determinación, pasó a la ofensiva, atacando sin descanso. Sus cadenas se movían como un torbellino, lanzándose desde múltiples ángulos y obligándome a retroceder y defenderme. Aunque mis espadas repelían cada golpe, el constante asedio me mantenía en un estado de alerta máxima.
Entonces, Kiomi aprovechó el momento perfecto. En un susurro apenas audible, murmuró:
—Imaginary. —
El mundo a su alrededor cambió al instante. Una cúpula dorada y blanca emergió de la arena, cubriendo por completo a los combatientes. A diferencia de la pelea anterior, esta vez el público podía ver lo que ocurría en el interior gracias a un espíritu especial que transmitía cada detalle de la escena.
Dentro del Imaginary, el entorno era majestuoso: una recreación exacta del edificio más grande de Ilmenor, con tonos blancos y dorados que irradiaban elegancia y poder. La atmósfera era tensa mientras nos enfrentábamos con fuerza igualada, moviéndonos con velocidad y destreza que asombraban incluso a los observadores más experimentados.
El público comenzó a murmurar. Si Kiomi y yo peleábamos en igualdad de condiciones dentro del Imaginary, significaba que ella estaba a mi nivel… o que yo era aún más poderoso, capaz de adaptarme rápidamente al entorno controlado por Kiomi.
Entonces, golpeé el suelo con fuerza, un pisotón tan poderoso que hizo temblar todo. Las estructuras doradas se estremecieron y, ante el asombro de todos, el mundo ilusorio de Kiomi comenzó a desmoronarse. La cúpula se desvaneció como polvo en el viento, dejando a ambos combatientes nuevamente en la arena.
Kiomi, aunque sorprendida, no perdió el ritmo. Sin dudarlo, continuó su asalto con un movimiento veloz y calculado. La arena levantada por la batalla formaba una cortina de polvo que impedía ver el desenlace.
Cuando el aire finalmente se despejó, la escena quedó clara:
Kiomi, con varias de sus cadenas apuntándome directamente, estaba en posición de ventaja. Mientras tanto, mi espada se había detenido a centímetros de alcanzarla, pero no lo suficiente para declararme vencedor.
El árbitro alzó la voz, rompiendo el silencio expectante:
—¡Victoria para Kiomi! —
El público estalló en vítores, maravillado por la tenacidad de Kiomi y la intensidad del combate. Bajé mis espadas, sin mostrar emoción alguna, mientras Kiomi recuperaba el aliento con una sonrisa satisfecha. La final estaba empatada, y todo se decidiría en la última ronda.
Pero entonces ocurrió algo inesperado. Sentí una ligera presión en mi rostro, y al momento, mi casco mostró una fractura, una línea que atravesaba toda su mitad, hasta que finalmente se rompió. Kiomi, visiblemente alarmada, intentó cubrirme el rostro con sus cadenas, pero le hice una seña con la mano para que se detuviera.
En ese instante, dirigí mi mirada hacia Enzo. Su expresión de confusión, odio y desprecio no pasó desapercibida.
—¡¿Qué significa esto, Thailon?! —gritó, rompiendo el murmullo de los espectadores y sumiendo a todos en un silencio tenso.
Thailon respondió con calma, manteniendo un tono sereno que contrastaba con la situación:
—Padre, no es necesario exaltarse por un inconveniente como este. —
Pero Enzo no cedió, señalándome con un dedo acusador.
—¡Sabes que ese demonio es buscado por la Kirche! —
Thailon suspiró, como si esperara esas palabras.
—Lamento decirle, Padre, que nosotros no seguimos a la Kirche. —
La furia de Enzo era evidente. Sus ojos me examinaban como si yo fuera una abominación.
—¿Sabes de lo que es capaz esta… esta cosa horrenda? —
Thailon permaneció imperturbable.
—No, porque no ha pasado nada mientras ha estado aquí —respondió con firmeza—. Padre, le pido nuevamente que se calme. No es momento de armar un escándalo. —
Enzo, aunque visiblemente molesto, no tuvo más remedio que sentarse, guardando su frustración mientras los murmullos volvían a llenar el coliseo.
La tercera ronda comenzó con una tensión palpable en el aire. En lugar de invocar mis espadas como antes, bajé los brazos lentamente. Con una mirada seria y fija en Kiomi, levanté mi puño derecho y formé una figura peculiar con mis dedos: el índice, el medio y el pulgar extendidos, imitando una pistola.
Sabía que lo que estaba a punto de hacer dependía completamente de mi imaginación. Mientras más claro lo visualizara, mejor resultado obtendría. En mi mente, imaginé un sol brillante formándose en la punta de mis dedos. Rápidamente, esa luz comenzó a contraerse sobre sí misma, reduciéndose hasta convertirse en dos pequeñas esferas de energía pura.
Sentí el calor irradiando en mi mano, intensificándose en las yemas de mis dedos. La luz parecía curvarse a su alrededor, girando en un patrón perfecto. Cuando finalmente explotaron, dieron lugar a una nueva luz, aún más brillante que la anterior, que también se colapsó sobre sí misma, dando origen a una masa negra.
Abrí los ojos, y ahí estaba: una masa completamente oscura que devoraba toda luz a su alrededor. Era hipnótica y aterradora al mismo tiempo. Nada podía atravesarla, pero toda la luz circundante parecía luchar desesperadamente por entrar, sin éxito.
La masa negra comenzó a expandirse lentamente. En un instante, logré condensarla y formar un rayo de energía pura que se lanzó directo hacia Kiomi. Todo ocurrió en menos de una fracción de segundo, pero ella reaccionó con la rapidez que la caracterizaba. Alzó sus cadenas, envolviéndolas frente a sí como un escudo, bloqueando el rayo justo a tiempo.
El impacto no fue tan devastador como parecía. Aunque impresionante a primera vista, el rayo no era un ataque definitivo, sino una distracción cuidadosamente planeada. Antes de que Kiomi pudiera procesarlo, ya estaba frente a ella.
Kiomi desenvainó su espada con rapidez, y un feroz choque resonó en la arena cuando nuestras hojas se encontraron. Ambos nos movíamos a una velocidad increíble, intercambiando ataques y defensas. Mientras lo hacíamos, nos sonreíamos mutuamente, disfrutando del duelo como iguales.
En un instante decisivo, el combate llegó a su conclusión. Mi espada se detuvo a escasos milímetros del cuello de Kiomi, mientras su hoja corta, aunque cercana, no lograba alcanzarme. El silencio llenó la arena. Nuestras armaduras y cuerpos mostraban marcas de cortes, testigos de lo encarnizado del enfrentamiento.
El árbitro levantó la mano, señalando al ganador.
—¡El ganador es Zein! ¡Se proclama como el campeón del torneo! —
El público estalló en vítores, impresionado por la emocionante batalla que acababan de presenciar. Sin embargo, Enzo, visiblemente molesto, se levantó y abandonó el lugar sin decir palabra.
Zein levantó sus brazos en una pose de victoria, mientras yo permanecía sentada en el suelo, observándolo. Algo extraño se agitó en mi pecho, una sensación que no podía identificar.
Zein se acercó y me ofreció su mano.
—¿Estás bien? —preguntó con una sonrisa ligera.
—Sí, gracias —respondí, tomando su mano para ponerme de pie.
Había sido una batalla gloriosa. Para ser sincera, nunca imaginé que Zein sería tan fuerte. Para mí, hasta hacía poco, él era el chico débil que llegó a la aldea, el mismo al que prometí proteger.
Mientras caminábamos hacia las gradas, me quedé mirándolo por un momento. Sentí un leve calor en mis mejillas, y cuando Zein volteó a verme, rápidamente aparté la mirada.
Nos sentamos juntos, platicando sobre la pelea.
—Oye, Zein, ¿qué rayos fue ese ataque? —pregunté, aún impresionada.
—Bueno, verás... —comenzó a explicar, con un brillo de felicidad en los ojos.
Esa expresión desencadenó una sonrisa en mi rostro, una que no pude evitar.