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Navidad

Los días poco a poco se hacían más pesados; la clientela llegaba en números cada vez más grandes y nuestro trabajo se acumulaba más y más.

—Naoko —le dije un día, mientras cerrábamos el local.

—¿Sí? —respondió, acomodando unas cajas.

—¿Sabes por qué estos últimos días hay cada vez más clientes? —pregunté, con curiosidad.

—Hmm… ¿no será porque ya estamos en épocas festivas? —respondió, encogiéndose de hombros.

—¿A qué te refieres con "festivas"?—

—Ya sabes, a la Navidad. —

—¿Navidad? —dije, confundido.

—Espera… entiendo que vengas de otro mundo y todo eso, pero… ¿no sabes qué es la Navidad? —

—No sé de qué me hablas.

Naoko giró la cabeza, ahora visiblemente más angustiada.

—¿Y tú, Kiomi? —preguntó, casi como una súplica.

—No sé a qué te refieres con "Navidad".—

—¡¿En serio?! —exclamó, llevándose las manos a la cabeza.

Se acercó a Lyra, que estaba tranquilamente tomando un té en una mesa mientras escuchaba nuestra conversación.

—¿Y tú, Lyra? Tengo fe en que al menos tú sí sepas qué es la Navidad, al ser la más joven. —

—No sé de qué me estás hablando —respondió Lyra, con calma.

Naoko retrocedió un paso, con la mirada perdida.

—No puede ser…—

Parecía completamente desconcertada, como si el mundo hubiera perdido su sentido.

—¡¿En serio nadie?! —repitió, mirando a cada uno de nosotros.

—¿Las luces, el frío, el ambiente alegre? ¿Nada les parece familiar? —intervino Alexander, también angustiado.

—Nada de nada —respondimos al unísono.

—No puede ser… —murmuró Naoko, casi para sí misma.

Naoko, alborotada, comenzó a explicarnos sobre la Navidad. Estaba bastante emocionada al hacerlo, aunque se le notaba un poco decepcionada por nuestra ignorancia.

—Por cierto —interrumpió Alexander—, ¿ya saben qué van a hacer ese día? —

—Pues no tenemos planes, así que creo que nos quedaremos aquí en la cafetería. ¿Y ustedes qué harán, Alexander? —pregunté.

—Iré con mi esposa a una cena ese día y, después, pasaremos la noche en casa de sus padres —respondió Alexander mientras tomaba a Mei apasionadamente por la cintura—. Por cierto, ese día no abriremos el café, así que pueden tomarse el día libre—

—¡Ya sé! —exclamó Naoko, con una sonrisa que iluminaba su rostro—. ¿Qué tal si vienen a mi casa ese día? Normalmente somos pocas personas, así que hay mucho espacio. —

—¿No sería una molestia que estuviéramos ahí? —pregunté, dudando un poco.

—¡Claro que no! De hecho, me encantaría que fueran —insistió Naoko, visiblemente emocionada.

Era tan evidente su entusiasmo que no pudimos decirle que no.

El 24, el café no abrió, por lo que no hicimos mucho durante el día. Por suerte, Naoko estuvo con nosotros un buen rato, entreteniéndonos con juegos o simplemente charlando.

Al caer la noche, salimos del local. Era una noche iluminada y vibrante, aún con los ruidos fuertes que caracterizaban la ciudad. Las luces eran hermosas, los carteles brillaban, y la gente cantaba por las calles. El ambiente era alegre, aunque hacía un frío mucho más intenso que en Ilmenor. Estábamos bien abrigados, de lo contrario, el frío habría sido insoportable.

Naoko pasó por nosotros para llevarnos hasta su casa, que no estaba muy lejos. Finalmente entendí por qué siempre iba al café con tanta frecuencia sin que le resultara un problema.

Vivía en un edificio, en un departamento modesto pero encantador y hogareño.

Al entrar, nos recibió una señora mayor, bastante dulce. Según me enteré, era su abuela, y al parecer, la única que vivía con ella.

El departamento estaba muy bien decorado: luces, alfombras, adornos en las paredes e incluso un árbol de Navidad, que era realmente bonito.

La abuela nos recibió amablemente, ofreciéndonos comida y comodidades. Aunque yo me sentía un poco incómodo por tanta atención, Lyra parecía no tener problema alguno. Se comportaba como si estuviera en su casa, y eso no molestaba en absoluto a la señora; de hecho, parecía feliz.

El ambiente era cálido y animado. Lyra jugueteaba con la abuela de Naoko, mientras nosotros las observábamos desde el sofá. Conversábamos sobre nuestras vidas, experiencias y algunas historias, disfrutando del momento.

Ahora entiendo por qué Naoko estaba tan decepcionada de que no supiéramos qué era la Navidad. Es más que un simple día festivo; es un momento para estar con quienes más amamos, para reconectar con aquellos que la vida nos ha alejado. Una pausa en el tiempo para recordar lo que realmente importa.

Me duele pensar que Thailon no puede estar aquí para verlo. Sé que, si estuviera, disfrutaría cada instante, con esa sonrisa serena que siempre encontraba la manera de calmar cualquier tormenta. Estoy seguro de que Kiomi siente lo mismo; sus ojos lo dicen cuando hablamos de Ilmenor.

Este momento me recuerda al festival en nuestra aldea, justo antes del torneo. Aquel día, a pesar de las sombras que se cernían sobre nosotros, había luz, risas, y esa sensación fugaz de que todo estaría bien, aunque solo fuera por unas horas.

Kiomi... Kiomi se veía tan hermosa como ese día. Su abrigo negro largo caía con una gracia natural, casi rozando el suelo. Debajo, llevaba un suéter ajustado que delineaba su figura con una elegancia que no necesitaba pretensiones. El cuello alto del suéter parecía abrazarla con calidez, mientras una falda de cuadros en tonos grises y negros le daba un toque clásico y sofisticado.

Sus botas altas de cuero negro, combinadas con guantes del mismo material, completaban un conjunto que parecía hecho para ella. Pero lo que realmente capturaba mi atención era su cabello: recogido con cuidado, con mechones sueltos que enmarcaban su rostro. Era un peinado sencillo, pero que en ella se transformaba en algo absolutamente hermoso. Los pequeños aretes que llevaba brillaban con la luz del árbol, como si quisieran competir con el brillo de sus ojos.

Yo, en cambio, parecía haberme puesto lo primero que encontré en el armario. Aunque no me veía tan mal, al menos en mi opinión, comparado con Kiomi, no podía evitar sentirme fuera de lugar.

—Esto me recuerda al festival —dije, rompiendo el silencio—. ¿Te acuerdas, Kiomi? —

—Claro que lo recuerdo. Fue una noche hermosa —respondió, con una nostalgia que parecía envolvernos a ambos.

—¿Qué festival? —preguntó Naoko, intrigada.

Le empecé a contar. Intenté describirle cada detalle: lo hermoso que fue el festival, cómo la atmósfera de aquel día se parecía a estas fechas, aunque allá no hacía tanto frío. Hablé de los puestos, las luces que iluminaban cada rincón, la música que parecía envolvernos en una cálida melodía, y el ambiente, lleno de esperanza y alegría. Mientras lo hacía, sentía cómo una punzada de melancolía se clavaba en mi pecho. Eran recuerdos que amaba y que sabía que extrañaría por siempre.

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—A pesar de todo, seguimos aquí, festejando. Eso me alegra mucho —dije finalmente, dejando que las palabras se quedaran flotando en el aire.

Kiomi y yo nos quedamos en silencio por un momento. Nos miramos, y una sonrisa se dibujó en nuestros rostros. Luego reímos. Fue un instante simple, pero lleno de significado. Un respiro alegre tras todo lo que habíamos vivido.

—¡Chicos! —nos llamó la abuela de Naoko—. ¡Vengan a cenar, la comida está lista! —

Nos acercamos a la mesa y quedamos sorprendidos. Estaba repleta de comida. Los aromas eran tan intensos y deliciosos que parecía que cada plato contaba su propia historia. Mis ojos se posaron en lo que parecía ser un animal horneado, quizás un ave, cuyas alas todavía eran visibles. Pero había tanto en la mesa que no podía describirlo todo con precisión.

Cuando comenzamos a comer, fue como descubrir un nuevo mundo. Cada bocado era una explosión de sabores.

—Esto está increíble —dije, maravillado—. ¿Quién lo preparó? —

—Naoko y yo —respondió la abuela con una sonrisa orgullosa—, aunque Naoko hizo la mayoría de las cosas. —

—No, yo… —Naoko bajó la mirada, visiblemente avergonzada.

—Te quedó excelente, Naoko. La comida está deliciosa. —

—Gracias… —murmuró ella, pero su sonrisa tímida hablaba por sí sola.

La velada continuó llena de risas y anécdotas, como si el tiempo decidiera tomarse un respiro para nosotros. Todo se sentía tan cálido, tan vivo.

—Toma —dijo Naoko mientras me servía una bebida—. Es una receta de mi mamá, algo típico de donde ella es. —

La bebida tenía un sabor único, reconfortante, como si trajera consigo un pedazo de su hogar. Mientras tanto, Lyra se había transformado en una aspiradora viviente: lo que veía, lo devoraba. Intenté detenerla, pero se negó rotundamente. Terminamos corriendo alrededor de la mesa mientras ella se escapaba riendo, una risa que llenaba el espacio de alegría.

—Voy por algo, ya regreso —dijo Naoko, levantándose y desapareciendo en un cuarto cercano.

De repente, la voz de la abuela interrumpió mis pensamientos:

—Gracias. —

—¿Por qué? —pregunté, extrañado por la sinceridad inesperada de su tono.

—Desde hace unos días, Naoko se ve más animada de lo normal. Nunca la había visto así desde que tenía siete años. —Su voz temblaba ligeramente, una mezcla de tristeza y alivio—. Estos días la he visto sonreír, una sonrisa tan radiante como la que tenía de niña. No para de hablar sobre ustedes, sobre lo feliz que está. —

Hizo una pausa, y sus manos, temblorosas, se apretaron una contra la otra con fuerza.

—Siempre tuve miedo de que, cuando yo me fuera de este mundo, Naoko quedara sola y triste. Pensar en no estar aquí para ayudarla era algo que no me dejaba dormir. Pero ahora… ahora siento que estará bien. —

Había una tristeza profunda en sus palabras, pero también una chispa de esperanza. Verla así me llenó de una mezcla de emociones que apenas podía comprender. Con cuidado, coloqué mi mano sobre las de ella, intentando transmitirle algo de consuelo.

—No se preocupe, la cuidaremos. Puede estar tranquila —le dije con firmeza.

Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, y aunque intentó contenerlas, terminaron desbordándose.

—Perdónenme, es solo que… —su voz se quebró, y la tristeza en sus palabras me atravesó.

Le dediqué una sonrisa cálida, tratando de transmitirle que todo estaría bien. No necesitaban palabras; era una promesa silenciosa.

Naoko regresó en ese momento, con una alegría que iluminaba el ambiente, sosteniendo una caja que contenía algo llamado “juegos de mesa”. Nos sumergimos en ellos, riendo y disfrutando como si el tiempo no existiera.

De repente, su expresión cambió.

—¡Mierda! —dijo con evidente preocupación.

—¿Qué pasa? —preguntó Kiomi, alarmada.

—Olvidé por completo que tenía que recoger un postre para traerlo. ¿Qué hora es? —miró el reloj con rapidez—. Aún hay tiempo. —

Se levantó apresuradamente y tomó su abrigo, lista para salir. Hice lo mismo.

—Yo te acompaño. —

—No te preocupes, puedo ir sola. Voy y vuelvo rápido. —

—No puedo dejarte ir sola. —

Ella dudó por un momento, pero finalmente asintió.

Caminábamos juntos por el centro de la ciudad. La luz cálida del árbol de Navidad gigante iluminaba nuestras caras, creando sombras danzantes en el frío de la noche. Naoko se adelantó un poco, con las manos detrás de su espalda, jugando con sus dedos como si algo estuviera en su mente.

—¿Recuerdas? —dijo de repente, girando su rostro hacia mí—. Aquí fue donde nos conocimos. —

Miré a mi alrededor y sonreí al recordar.

—Tienes razón. —

—El tiempo pasa rápido, ¿no crees? —Su voz tenía una mezcla de nostalgia y dulzura.

—Sí, lo hace. —

Ella se detuvo un momento y, sin mirarme, dijo con suavidad:

—Gracias. —

—¿Por qué? —

—Desde que llegaste a mi vida, todo cambió. Aunque no ha sido mucho tiempo, siento que esos días han sido los más felices de mi vida. Espero que todo siga así. —

—Yo también —respondí, con un nudo formándose en mi garganta.

Naoko se giró hacia mí, deteniéndose frente al árbol de Navidad, las luces reflejándose en sus ojos llenos de emoción.

—Antes… no tenía ganas de vivir. Me sentía perdida. Pero ustedes… tú… me devolvieron eso. Me devolviste la vida. Gracias. —

Giró rápidamente, caminando hacia atrás mientras me miraba con una sonrisa juguetona, sus manos aún cruzadas detrás de ella.

—¿Qué te parece si vamos por algo solo para nosotros dos? —preguntó, con un tono que mezclaba ternura y emoción.

—¿No se molestarían si hacemos eso? —le dije con una sonrisa que intentaba ocultar mi leve incertidumbre.

Naoko inclinó su cuerpo ligeramente hacia mí, colocándose a mi altura para que pudiera verla mejor. Su rostro se iluminó con la luz del árbol de Navidad, y al poner un dedo frente a sus labios, me miró con una expresión traviesa.

—Entonces, que sea nuestro secretito —dijo en un susurro, mientras su sonrisa radiante hacía que todo a su alrededor pareciera más cálido, incluso en medio del frío de la noche. Su vestimenta sencilla y acogedora, combinada con las luces parpadeantes, la hacía ver más linda de lo que me atrevía a admitir.

De camino de regreso, Naoko comenzó a llenarme de preguntas, como si quisiera saberlo todo en ese momento.

—Oye. —

—¿Qué pasa? —

—Si te dijera que alguien quiere que le enseñes esgrima y a pelear, ¿qué dirías? —

—Dependería de quién lo pide —respondí con un tono burlón.

—¿Y si te lo pidiera yo? —preguntó, con una mezcla de timidez y curiosidad.

La miré, sorprendido por su repentina confesión.

—Podría enseñarte, aunque solo lo básico. No soy el mejor dando clases. —

—Con eso me basta. Y más que suficiente —respondió con una sonrisa tan persistente que parecía desafiar al frío.

No pude evitar mirarla de reojo mientras caminábamos. Aunque llevaba poco abrigo, su presencia hacía que el ambiente a su lado se sintiera cálido, casi reconfortante.

Cuando regresamos, Lyra corrió hacia Naoko, arrastrándola para jugar con ella y la abuela. Sus risas llenaron la habitación, pero mi atención fue capturada por Kiomi, que estaba sola en el balcón. Me acerqué a ella, preocupado.

—¿Estás bien? —

—Sí —respondió en voz baja, mirando la calle sin girarse hacia mí.

—Estos días han sido mejores, ¿no crees? —intenté animarla.

—Tienes razón —admitió después de un momento, con un leve suspiro—. Me encantaría que mi papá viera todo esto. —

Fue entonces cuando noté cómo una lágrima caía silenciosa desde su rostro hacia el suelo. Sin pensarlo, la abracé, sosteniéndola con fuerza como si pudiera aliviar un poco de su dolor.

—A mí también, Kiomi. A mí también. —

Al final de la noche, el postre que Naoko y yo habíamos traído se convirtió en el centro de atención. Entre los cinco lo devoramos rápidamente, rodeados de risas y momentos que sabíamos que atesoraríamos por mucho tiempo.

La noche siguió avanzando con risas, sonrisas y un ambiente cálido que se sentía casi irreal, como si nada malo pudiera tocarnos en ese momento. Poco a poco, el sueño comenzó a ganar la batalla. Lyra se había dormido profundamente en el regazo de Kiomi, mientras ella, hincada en el suelo, se apoyaba suavemente sobre mis piernas, vencida por el cansancio.

Yo mismo luchaba por mantener los ojos abiertos, el suave resplandor de las luces navideñas frente a mí haciéndome parpadear con más frecuencia. A mi lado, Naoko parecía igual de somnolienta, sus movimientos lentos y sus palabras arrastradas por el agotamiento del día.

—Zein —me llamó, apenas un susurro, su voz impregnada de sueño.

—¿Qué pasa? —respondí, girando levemente hacia ella.

—Gracias de nuevo —dijo, su tono cargado de algo más que simple gratitud.

—No hay de qué —le respondí suavemente, intentando no despertar a las demás.

Naoko permaneció en silencio por un momento, como si reuniera el valor para decir algo más. Finalmente, murmuró:

—¿Sabes? Eres bastante fuerte... deberías proteger a las personas, justo como lo hiciste conmigo. —

Su voz tembló ligeramente, pero no por inseguridad, sino por la emoción contenida.

—Tal vez... —dije, sin saber qué más añadir.

Antes de que pudiera continuar, sentí cómo su cabeza se apoyaba suavemente en mi hombro. Era un gesto pequeño, pero cargado de confianza y una calidez que me tomó por sorpresa.

—Gracias, Zein. De nuevo —repitió, su voz apenas audible ahora, como si el sueño la estuviera arrastrando.

No respondí. Solo me quedé en silencio, contemplando las luces parpadeantes frente a mí, que parecían pintar destellos de esperanza en la oscuridad de la noche.

—Feliz Navidad, Zein... —fue lo último que dijo antes de quedarse dormida por completo, su respiración tranquila llenando el aire con una paz que hacía tiempo no sentía.

—Feliz Navidad —le respondí en un murmullo, aunque sabía que ya no podía oírme.

Finalmente, el cansancio me venció, y con la suave luz del árbol como testigo, me quedé dormido en el sofá, rodeado por aquellos que habían dado un nuevo significado a mi vida.