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Errantes del Destino [español]
Capítulo 9 - Momento de Hacer las Pases

Capítulo 9 - Momento de Hacer las Pases

— ¡Dime que es broma, papá!

— ¿Qué opción queda? ¡No tenemos borra mentes que podamos contratar! ¡Tampoco a alguien que predice el futuro como para determinar si es buena idea! —Contesta Megan. La calma detrás de su voz, solo hace que Francis se inquiete más. La calma de una persona que acaba de tomar una decisión, que muy probablemente no la cambie con facilidad. Si una chica de trece no puede convencer a sus progenitores…

— ¿No puedes usar tu don y…? —Se corta—. ¡No sé! ¿Decirles que no recuerden nada y que piensen que es culpa de ellos, o algo así?

— ¿Tú crees que mi kóbisto de manipular a las personas, me hizo la vida más fácil? —Responde, mientras se levanta y señala un cuadro. Él y su esposa, con una pinta de no haber tenido a Francis. La mujer de vestido, con una expresión alegre, juguetona mientras abraza al trajeado hombre, quien contrasta con su apagada expresión—. Pues no tanto. Cuidar cada palabra y evitar ordenar a otros, porque la gente no tarda en descubrir que las manipulaste. No me resulta fácil hablar con metáforas rebuscadas, todo con tal de evitar manipular, tal cual Pinocho evitando que su nariz crezca en un interrogatorio. ¿Te imaginas lo reciente con tu tatuaje, pero que en vez de preguntártelo, te lo pidiera? Lo recordarías como si no tuvieses voluntad, y fuese horrible.

No puede con esa lógica.

— ¿Ni siquiera esta vez?

—No.

Su corazón siente un frío.

(¡AH!)

— ¡Entonces confía en mí!

— ¿En qué?

— ¡Yo puedo convencerlos mañana, al menos hago el intento! —Habla Francis en farfullas. Con una rapidez y tono de voz excesivo que rebota en las paredes de la pequeña mansión, mientras siente extrañas sus palabras. No confía en solucionar las cosas, y tampoco sabe por qué lo hace.

¿Qué podría perder Marcos?

(Errante).

— ¿Qué confíe en ti? Te mandé hoy y no te dijeron ni pío.

—Sí.

El padre se acerca.

— ¿Incluso sabiendo lo de tu novio, y el hecho de que tuve que ocultárselo a tu madre? ¿Aun sabiendo las veces que nos defraudaste.

(No puedo más).

—Papá… —Musita su hija, quien baja la cabeza mientras debilita el agarre de su toalla. Ella observa a su padre con ojos de perrito triste, y deja salir lágrimas que pasan a través de su afligido rostro. ¿Por qué llora? Si será por el hecho de que dos vidas más se perderán, por su culpa; si será porque fue demasiado débil con aquel chico, quien pudo haberle arruinado la vida, mientras ella todavía lo quería; si es porque su padre le dijo la palabra ‘Defraudar’, aquella que le ponía a sollozar de niña. Aquella que su estricta madre le solía decir hasta el hartazgo.

(Nunca hago nada bien).

—Hija, no… —El rostro de su padre se torna melancólico y se acerca a su hija, luego se inclina para envolverla con sus brazos. Fuerte como alguien que secretamente ama los abrazos. Su hombro se humedece, y escucha los sollozos de su hija. Francis cae en cuenta que es demasiado bajo, para ser un hombre que supera los cuarenta años—. Pero, ¿qué quieres exactamente? Nunca fuiste así con la gente desconocida.

Francis tampoco lo sabe. ¿Por qué? Cuando piensa en la posibilidad de haber matado a alguien sin querer, le causa indiferencia; sin embargo, cuando piensa en Marcos, es otra historia. Una parte de su ser, busca que no le pase nada; una necesidad fuera de su comprensión. Una certidumbre que ella se niega sin saberlo.

— ¿Por qué crees que tengo este tatuaje, papá?

—No lo sé. Antes era un simple punto, del que pensamos que era un lunar; ahora es un árbol, del que no sabemos nada…

— ¿Crees que tenga que ver con mi condición? —Murmura, Francis, sintiéndose adormilada.

—Es lo que yo creo.

Francis suspira.

—Porque estar cerca de ese chico, cesó esas voces internas.

(Errante).

Su padre se suelta.

—Entonces mañana puedes verificarlo; pero ya sabes, yo actuaré si no lo logras.

Francis se decide ir hoy, pero antes de dar el paso hacia la escalera, la textura áspera de la alfombra y el empapelado forman un patrón, haciendo que el corazón de Francis lata a miles. Le hace recordar aquel incidente con su brazo, y se pregunta qué puede pasar después.

(Errante).

Un camino hacia la locura, piensa Francis. Es cuestión de tiempo para que aquella condición, reemplace cada bloque de sus pensamientos hasta cubrirlo todo. No está segura de cómo va a vivir el resto de su vida, así que esta es la oportunidad indicada.

Francis lo reconsidera. Podría dejar que se vayan al diablo; a cambio. Su madre, la poderosa jefa de la OEDA (¿cómo se enamoró de un otrora don nadie que no terminó sus estudios?). Poderosos que podría considerarse de la mafia… o de una élite.

(Sí, Francis. No debes de preocuparte por él. Él no tiene nada, y si te enamoraste… hay otros hombres mejores, que ese feo. Ese bonito, pero feo. Estúpido, pero no tanto, e inválido).

(Pero lo necesito).

(Errante).

Esa sensación de libertad, más placentera que un shock de estupefacientes (nunca lo probé) o como la serotonina después de un gran día… aunque Francis nunca hizo lo equivalente. No cree dejarla con facilidad.

Ella se va a su habitación, cuyo aire frío proveniente del aire acondicionado le hace sentir un escalofrío tremendo, aunque tenga todo el paño puesto. Dios mío, piensa Francis; debió poner el aire en ventilador.

Desde fuera, puede escuchar el crujir de las hojas y los chorros de agua inundando el techo, amén de la tormenta retumbando el mismísimo suelo. Por un momento le viene la impresión perturbadora de estar en un sismo, del cual está a punto de ponerse el paño y salir de la casa. Pero no, es solo tormenta.

— ¡Voy a salir! —Vocifera su padre desde la sala, y se oye desde el cuarto de Francis.

— ¿¡A dónde vas!?

— ¡A persuadir a los doctores y oficiales! Si vas mañana, más vale que vayas antes de las 2:00 pm, porque en esa hora irán a interrogarlo si me sale bien…

Se escucha un portazo; se acaba de ir de la casa. Dejando a Francis a solas, sin la oportunidad de preguntarle si puede ir con él. Bueno, entonces mañana lo intenta. Francis se roba la camisa ancha de su padre y se pone sus shorts; el día pasa sin pena ni gloria, si estar aburrida y ansiosa por el día siguiente no cuenta como pena. La lluvia no cesa, y no puede visitarlos en la noche, que llega oscureciendo la sala.

(Puta madre).

Francis enciende los bombillos de la sala y pasa por los muebles, hasta la cocina. Toma un pan francés y se lo come sin nada; se siente sin ánimos para hacer algo más elaborado, como un pan con mortadela.

(Errante).

Otro episodio de voces; se soluciona durmiendo. Debe confiarle al destino y la suerte que podría lograrlo mañana, si es que convence a la madre de Marcos. ¿Qué le diría?

1 – Papá los va a ejecutar = Meter en problemas a su papá.

2 – Estoy en problemas y se los suplico, por favor = La madre de Marcos respondiendo “¿Me importa?”, con los ojos en blanco, mientras le cierra la puerta en la cara.

3 – Alguna cuestión motivadora o consejo contra el duelo = Rechazo, de uno u otro modo.

No puede pensar en más opciones, incluso estando divagando de camino a su cuarto. Al final, apaga la luz, se quita el sostén y se tumba en la cama. Deja pasar el tiempo y se encoge hasta abrazar su almohada, y el aire acondicionado a toda pastilla. El frío del cuarto y la lluvia formando “ERR-AN-TE” en sílabas, o al menos le da la impresión.

Ahora está en las tinieblas. Una voz ronca sonando en su cueva mental mientras toca una melodía dotada de melancolía. Un hombre, de rostro demacrado pero cubierto en las tinieblas, irreconocible. Sostiene un hacha con sus manos astilladas, amén de crispadas en la furia. La presencia de alguien peligroso detrás de Francis, quien se halla arrodillada en el suelo arenoso del lúgubre bosque. Las lágrimas recorriendo sus mejillas, mientras la culpa, la succionan hasta el ineludible deseo de morirse.

— ¿Ves, Francis? —Dice la voz detrás, áspera y gutural hasta no reconocerse. Francis mira por encima del hombro, dándose cuenta de la niebla negra que cubre todo su rostro—. Y aquí estás. Sola, desamparada y sin atisbo de haber hecho algo racional; haber dejado morir a alguien que conociste hace poco, por culpa de tu egoísmo. Tu habilidad para motivarte la pudiste haber usado para algo bueno, ¿sabías?

— ¿Qué yo hice, acaso? —Responde Francis, confundida. Mientras tanto, el hombre del hacha se acerca con lentitud hacia adelante. Mientras tanto, las hojas del suelo se levantan y forman un remolino en torno a él. El frío viento soplando, y la chica siente como si no pudiese respirar completo. El sujeto no le responde, en su lugar señala al otro. Con un espantapájaros de horrible aspecto moviendo sus brazos, hasta hacerle saber a Francis que no es un espantapájaros: es un monstruo. Va a asesinar al tipo del hacha—. ¡No, espera! ¡Para!

—Solo mira el espectáculo; yo tampoco quise esto, pero lo busco. No actúo por razón, ¿sabes? —El sujeto acaricia el cabello de Francis, como si le tuviese aprecio—. El destino nos llevará aquí, de uno u otro modo.

Una explosión cubre toda la zona, coincidiendo con el momento donde la luz del sol cubre su rostro. Se despierta, con una sensación desagradable. Como madrugar y despertarse a las 2:00 PM. Se levanta y se prepara un café, donde hierve el agua y se prepara su pan con jamón. Desayuna y luego se cepilla; pero aún sigue sintiéndose exhausta. Tanto que su cuerpo le exige sentarse en el mueble para dormir otras dos horas. Francis se sienta…

(Marcos).

… Pero luego cambia de opinión.

Enciende su teléfono y sus ojos se abren como platos: Son las 12:34 am, domingo. Debe salir al hospital, pero su mente está tan reiniciada que no sabe por dónde comenzar. No se acuerda de su agenda, pero sí se acordará más tarde. Entra a su frío cuarto y saca de su closet blanco, un pantalón bluyín, una blusa negra y una cola. Ver esa falda de cuadros en su cesto plástico de ropa sucia, le provoca escalofríos al pensar en cuántos hombres pudieron mirarla a sus espaldas. O hablando a voces. Es perturbador que haya gente, mirando a chicas de trece. O tal vez no lo sepan; es la más alta de su salón y es la única chica que se ha desarrollado casi por completo, amén de una fuerza de la que incluso algunos hombres le temen.

(Mejor no pensarlo).

Francis se viste, se perfuma y se coloca sus zapatos; tarda 25 minutos, contando el baño y la segunda taza de café que le obliga a volver a cepillarse. Mientras procura no llamar la atención, Francis se encamina hacia su misión mientras toma el autobús. Con el lector pinza y la tarjeta de su papá, amén de su justificativo, puede pagar su transporte y comida con la ayuda de una mesada que le obligan a racionar bien.

El camino visto a través del autobús, le ayuda a reflexionar. Si exceptuamos el asfixiante ambiente y el hecho de estar al lado de un anciano que tose sin parar (ojalá sea cáncer y no una gripe, por favor), además de esos montones de alientos, respirando cerca y propiciando al enorme calor que genera las primeras transpiraciones en su cabeza. Las 1:00 PM de la mañana y el sol busca derretirla.

Se apea y está frente a la entrada del Hospital Militar Ruiz Pineda. Francis pasa a través del sendero de piedras, al lado del camino donde pasan los autos. Observa al indigente que duerme encima de un cartón, del cual le causa mucha indiferencia. Las enfermeras entran y salen, entre risas y chismes. Francis pasa a través de la subida y el guardia, sabiendo el camino hacia Marcos en los pasillos. Francis hace el ademán de tocar la puerta, pero su mano no quiere avanzar.

Siente como si un campo de fuerza mental buscase evitárselo; una enorme angustia que le hacen preguntarse, “¿En serio debo hacerlo?”, y sentenciar un “No quiero, tengo miedito”.

Pero el destino es cruel.

El corazón de Francis late a miles, mientras la puerta se abre. Sus pies se ven desde debajo de la puerta, ¿cómo no captarla?

—¿Qué quieres? —Pregunta la madre de Marcos. Con su rostro adusto, cubierto de arrugas de los 40 años y con las bolsas de ojeras más pronunciadas; parece no haber dormido en días.

—Quiero hablar con su hijo, si puede…

La mujer la mira con recelo.

— ¿Qué busca decirle?

(Ya pareces un robot, ¿no?).

—Esto es un asunto entre él y yo —Replica Francis, de improviso. Sin saber el resultado ni la certeza de que vaya a funcionar. Nunca fue buena preparando conversaciones—. Por favor…

El cuerpo de Francis busca atraerse hacia la pared y la puerta, cerrarse; un rotundo NO, como respuesta.

Francis vuelve a considerar rendirse. Tal vez solo sean cosas de ella, o que sus micro momentos libres hayan coincidido con el conocer a ese chico. Cree poder encontrar a otro en un futuro, si es que esa persona también querría hablar con ella. En su mente, se evocan las imágenes del sueño de anoche. La culpa de haber asesinado a alguien, por causa de ella misma; el poder salvar a alguien, pero no haber aprovechado el momento. Quizás ese sueño represente sus deseos por salvar a ese alguien. En este caso, Marcos. Si él es reemplazado, ¿qué garantía hay de que, por ejemplo, no perderá ese toque que libera a Francis? Su ex poseía un carisma abrumador y un nivel de testosterona (sí, era un don; ambas se correlacionan) que resaltaba sus músculos al mínimo ejercicio. Ahora que fue reemplazado, lo perdió todo.

(Perdóname diosito).

Francis no se lo puede permitir, y deja que su cuerpo actúe sin consecuencia. Se impulsa y empuja la puerta con suma fuerza, hasta hacerla colisionar con la metálica silla de ruedas. Francis lucha contra la levitación que la repele como un imán, se aferra al marco de la puerta y se impulsa hasta hallarse dentro. Luego hace acopio de toda su fuerza para empujar a la mujer. Patadas y patadas, mientras la otra vocifera al pasillo.

—¡Oye! —Gime la madre de Marcos, mientras se agarra del marco de la puerta. Forcejeando—. ¡Doctores! ¡Policía! ¡Saquen a esta loca! ¡Quiere hacerle daño a mi hijo!

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(No sé lo que hago).

— ¡Que no le haré daño, señora! —Dice Francis, lacónica.

Francis apenas percibe cómo Marcos abre los ojos con lentitud, preparados para observar cómo una completa desconocida saca a su madre de la habitación. La mano se suelta y la mujer sale disparada. Francis da un portazo y le pasa seguro a la puerta. No hay pestillo, así que debe hacerlo rápido.

—¿Marcos, te llamabas? ¡Mira, por favor, responde rápido! —Francis se acerca y se apoya en la barra de la cama de Marcos. Mientras la puerta recibe golpes, interjecciones, gritos y mascullas por parte de la otra. Francis está segura de los problemas en los que se acaba de meter, pero ¿qué opción tenía?

— ¿Qué? —Marcos se escucha adormilado.

— ¡Por favor, te suplico que no nos delates! ¡Mi papá los puede…!

El pomo de la puerta se gira y la puerta pega un golpe tan fuerte, cuya ráfaga de viento alcanza a ser percibida por la chica, junto al resplandor del pasillo. Un hombre se acerca por detrás y se engancha a ella con presteza.

—Oye, no! —Francis, gimotea; forcejea con el hombre que intenta jalarla hacia la salida—. ¡Esperen, tengo que…!

—¿Por qué debo ayudarte? —Pregunta Marcos, quien la observa con recelo.

Francis vuelve a forcejear; no puede prestar atención a su entorno y debe decir algo rápido. Efectivo, que lo convenza. Pero ¿qué?

— ¡Sé por qué no te dejaste salvar! ¡Sé por qué te dejaste atropellar! ¡Maldito…! —las palabras salen de su boca, mientras lo señala sin saber qué está diciendo. Sin tener en cuenta el contenido de sus palabras. Los párpados de Marcos se levantan, antes de desaparecerse una vez los doctores cierran la puerta—. ¡Esquizofrénico!

Ahora, fuera del cuarto. La madre de Marcos mueve su silla de ruedas en dirección a Francis.

—¿¡Qué le hiciste a mi hijo!? —Vocifera la madre, con tanta fuerza que llama la atención de las personas que esperan en sus sillas metálicas—. ¡Responde ya!

—Casi nada… —Francis responde con un murmullo.

El rostro de la señora se crispa y busca acercarse más, con agresivo aire; un doctor detiene su silla de ruedas, y le solicita que se calme.

—¿¡Cómo voy a calmarme, doctor!? —Pregunta la mujer, forcejeándole—. ¡Mató a mi esposo y tiene el atrevimiento de sacarme del cuarto! —Se vuelve hacia Francis—. ¡Así que más vale que me digas, porque te denunciaré! ¡Te voy a meter presa, si le hiciste algo a mi hijo!

Esto no hace más que hacerla sentir culpable. Vergüenza pura, y acaba de ganarse una enemiga. Sí, lo que acaba de hacer fue estúpido, piensa. Desde que rompió con su ex, se había prometido ser más dura y no reprimirse; sin embargo, lo actual no tuvo ninguna razón.

(Lo siento tanto. Perdóname).

Francis permanece media hora sentada, sintiendo el frío de la silla metálica; está callada, y mira a su regazo mientras los doctores llaman a su padre. Megan, el padre de Francis, acude a la llamada y mira a Francis de reojo.

— ¿Qué sucede? —Pregunta el hombre.

—Su hija irrumpió en el cuarto, y sacó a la señora Bepsi de una patada —Responde un hombre, vestido de militar—. No sabemos qué pasó ahí dentro, pero…

La señora Bepsi interrumpe.

— ¡Quiso manipular a mi hijo!

—¿Por qué dice eso? —Pregunta Megan, con una firmeza que deja a los demás atónitos—. Dígamelo con sinceridad.

—Sabe usted lo que pasó. ¡Manipularle! ¡Convencer a mi hijo de que tú y tu hija, no sois los asesinos de mi esposo, a quienes dejaron morirse en el puto auto!

(Ese ‘sois’ suena muy europeo; o tal vez muy campesino, como en aquellas zonas rurales de Ronzoati).

—Si hay un testigo, debe ser su hijo —Responde Megan —. ¿Le ha preguntado?

—Sí… y me dijo lo que me dijo.

Megan da un paso adelante.

—Respóndame con sinceridad —Dice Megan, cuya es tan directa, que intimida a cualquiera. Si será un efecto de la hipnosis detrás de sus palabras o, que en serio su padre sabe cómo imponerse. La mujer queda atónita, queriendo decirle algo, pero en su lugar hace un gran silencio. Se queda sin argumentos, por lo que denota que no está segura.

—No…, no estoy. No le pregunté nada a mi hijo, estaba dormido.

—Sabrá que quise salvar a su esposo, y llevé a mi hija porque estaba ocupado. Su hijo mostró sumo interés en ir hacia Raki, no sé para qué… pero nos engañó. Que la lluvia nos haya dejado sin señal, impidiéndonos llamar a emergencias y comunicarnos con los demás, es otra historia. Aunque quisiéramos, solo cambiaríamos el lugar de muerte de su esposo —Dice Megan con voz directa, y da otro paso—. Ahora respóndame, qué opina.

Eso significa algo más macabro: El Cartel de Ronzoati había planificado su atentado, escogiendo el momento indicado. Como si todo estuviera conectado, y coincide con aquellos eventos. Francis espera algún día conocer a alguien capaz de predecir el futuro y saber, a la próxima vez, donde NO cruzar.

—Pero sí… —Ahora es la señora Bepsi, quien se corta—, mi esposo salió por algo. ¡Debe tener una razón para que mi hijo saliera con él, y fueran a altas velocidades!

—Por eso tampoco le preguntó a su hijo, ¿no? —Responde Megan, tomando a Francis de la mano—. También soy padre y algo que alcancé a aprender, es la comunicación. Acepta las cosas y vive con ellas; vivirás mejor con esa mentalidad, que culpando a cualquiera solo para darle sentido a tus dudas.

Ahora que lo piensa, ¿no debería pensar ‘Errante’ ahora mismo? La madre de Marcos inunda sus ojos, enrojecidos por las lágrimas y seguido de sollozos. Evita mirar al padre y su hija, quienes la observan con indiferencia. Francis nunca sintió los llantos de los demás, ni empatizó con los personajes de las películas

—Libérelo todo —Ordena Megan, o al menos así parece.

—En realidad sí le pregunté, pero no quiso responderme —Responde la mujer. Su nariz gotea y su rostro está crispado en el dolor: toda una expresión de auténtico duelo reprimido. No había dormido, y tampoco lloró en dos días; permanecer con las dudas, debe ser feo—. Mi esposo no estaba bien de la cabeza, y no me quería decir nada. Mi hijo tampoco. El único que sí parecía preocuparse, era mi hijo mayor y lleva años fallecido. Todos los que conozco, incluida mi propia libertad de andar a pie, están muertos o me abandonaron —Mira a los ojos de Megan, y busca convencerle—. ¿Acaso cree que soy la villana aquí?

Megan se rasca el pómulo. Francis cae en cuenta de su significado: nerviosismo o pena, que su mirada no puede expresar. Incluso su padre se siente conmovido.

—Tienes razón, pero debes resolverlo con tu hijo…

Marcos vocea.

— ¿Hola? ¿Siguen ahí? —Opacado por la puerta que los separa, la voz de Marcos alcanza a percibirse por los tres. Su madre entra a la habitación y cierra de un portazo, dejando al padre y su hija, quien observa con sus facciones confundidas.

—Al menos hiciste lo posible —Megan rompe el silencio y le da una palmada en la espalda. Francis pega un respingo, donde guarda un deseo de pedirle que no lo vuelva a hacer—. Pero, sé… no, ¿puedes intentar ser menos impulsiva?

Francis esboza una sonrisa, pero sus ojos siguen demostrando dolor.

—Está bien.

Pero antes de girarse hacia la salida, la voz de Marcos grita su nombre. Por un momento piensa que se trata del viento, hasta que lo vuelve a escuchar otra vez. ¿Ahora qué querrá?

—Te llaman —Comenta el padre de Francis.

(¿Y eso?).

Francis camina hacia la salida. La madre de Marcos, la señora Bepsi, sale del cuarto con lentitud en su silla de ruedas, y topa su mirada con Francis. Ambas, se miran con aire distante. También debe de preguntarse el porqué Marcos la llama; se supone que ella y su hijo, no tuvieron comunicación. Francis entra y vuelve a mirar de reojo a la otra. Preguntándole con la mirada, si entrará o no; lo reciente puede hacerle preguntarse si acaba de hacer una enemiga, si es que no se convierte después en una archienemiga.

—Quiero hablar contigo. Pero en privado —Dice Marcos, cuyas palabras asombran a Francis.

—Mira, sí… —Francis intenta responder, pero la madre de Marcos cierra la puerta y, el estar ambos a solas, hace que vuelva a cortar su diálogo. El ambiente cálido, a solas los tres: ambos adolescentes, acompañados por la ansiedad—. Lo siento, ¿sí? No debí decirte esquizofrénico… —Francis se corta—. ¡Se supone que ese insulto es despectivo! ¡Es como llamarte autista! Estaba desesperada.

—¿Por qué?

—Si crees que esto es mi culpa, lo acepto. Yo quise ayudar a tu papá —Con dolor, Francis se sienta en el mueble; sus cojines se sienten bien—. ¡Él también estaba en problemas y no lo ayudé! Mi papá… —Cae en cuenta que está punto de revelarle sobre la hipnosis de su padre, y el cómo ella perdió voluntad para salvar al padre de Marcos. Vuelve a cortarse—. Solo quería evitar problemas.

— ¿Qué? ¡Pero si no hiciste nada malo! —Responde Marcos, en confusión. Francis jura haberle visto un aire agresivo al chico en el día de ayer, y sus palabras encienden sus dudas—. Yo… dios. Yo no sé qué decir.

—¿Por qué? —Francis se inclina hacia adelante—. ¿Estabas conmocionado, o algo? —Las lágrimas de la chica, caen; incomprendida, llega a llorar mientras piensa en cómo su futuro puede estar condenado, si nunca descubre el origen de esa sensación de paz después de desaparecer aquella obsesión. El chico tiene algo que le interesa a ella, pero nunca podría descubrirlo si las cosas salen mal.

—Escuché afuera —Musita el chico, y hace una pausa que subraya cada palabra; también está incómodo. Ante una chica que busca llorar, solo hace que Francis sienta vergüenza y se limpie las lágrimas para no parecer una llorona—. Estoy seguro de que no podrías hacer nada para cambiarlo. En mi caso, el cinturón de seguridad amortiguó. También estaba mal por… otra cosa.

—Tranquilo —Francis esboza una sonrisa jovial—. Siempre fui así; emotiva y llorona, aunque intento mantenerme fuerte. ¿Sabes? Mi vida no siempre son risas y el sentimiento de soledad suele azotarme. Mis padres no me…

Francis corta su oración, y se grita así misma en su mente.

(¡COÑO, NO TE ABRAS TAN RÁPIDO!).

—Entiendo, yo también me he sentido solo —Marcos parece abstraído, como si estuviese pensando en algo más allá. Melancolía de un chico que acaba de perder a su papá, y había perdido a su hermano mayor, según había oído de la otra mujer. Francis siente la necesidad de ayudarlo. Una sensación de… ¿Empatía? Los ojos de Francis se posicionan sobre Marcos, y se levanta del mueble. Sin saber si es por curiosidad o un simple impulso, da unos pasos hacia él—. Pero ¿sabes qué? Hice algo importante.

— ¿Y qué piensas hacer después? ¿Qué otra cosa importante? —Pregunta la chica.

—Declarar que todo fue mi culpa, al oficial del que oí que me va a interrogar. No hay mejor manera de aceptar mi responsabilidad, y salvar a tu…

Pero antes de terminar, Francis se le acerca y… acaba de hacer, lo que acaba de hacer. Cálido como el mediodía y el abrazo de una madre, así como emocionante como la bajada de una montaña rusa. Todo mal se olvida, todo se drena en las lágrimas (o en las salivas uniéndose) de ambas personas con los labios unidos. Francis se separa de él, y ve cómo Marcos la observa desconcertado. No, no debería estar aquí; acaba de volver a actuar por impulso, de nuevo.

Francis se escapa del cuarto con suma rapidez, y luego se jura así misma que se lanzará al pozo más profundo que encuentre. Ahí, se topa con su padre.

—¿Qué te dijo? —Pregunta él.

Francis abre la boca, y sus palabras niegan a salirse. Así que toma aire, mientras mira por encima del hombro.

—Que dirá que todo es su culpa. Que no me preocupe —Responde, pero su voz apenas se oye. La madre de Marcos vuelve a entrar al cuarto.

—Entonces bien.

Francis le jala el traje, para luego darse cuenta de que el gesto delata su nerviosismo, y se retracta; la adrenalina le está jugando malas pasadas. No puede esconderlo, ni de sus compañeros cuando está exponiendo en su salón de clases. Ante lo reciente, no puede evitar preguntarse si estuvo predestinada a esto. Si en serio, el destino había querido que se encontrara con ella. Pues lo recién ocurrido tiene una ley, causa y efecto de gran intensidad.

— ¿Por qué la gente se enamora? —Pregunta Francis, mientras se aproximan a la bajada.

—Las mujeres buscan al hombre más conveniente para ellas, y el resto es solo distorsión cognitiva. Los hombres simplemente somos lujuriosos y algunas veces, emocionales.

(CONVENIENTE).

—Conveniente… —Murmura, la chica, con esa palabra rebotando en su cabeza. En realidad, se cuestiona el significado de esa palabra.

—Qué, ¿te gusta ese chico?

Francis se ruboriza; sí, claro, y lo había besado sin su consentimiento. Por otro, piensa que no. Fue la emoción del momento, porque las mujeres no son de estar con cualquier hombre (a excepción de cuando están ebrias).

—No… ¡Digo, sí! —Francis se corta—. No sé el porqué.

—Tiene algo que ver con lo reciente, ¿verdad?

—Sí… —Responde, pero luego sube su voz hasta tomar confianza—. Tiene un misterio, cuando me acerco a él se me eliminan estos pensamientos. Como si él fuese como… ¡Y la verdad es que no lo sé!

Megan le acaricia el cabello.

—Qué nostalgia. Tu primera palabra dicha y escrita fue “Errante”, ¿y piensas que él también lo tiene? —Pregunta su padre, con indiferencia—. No sé qué diablos esa palabra significa para este contexto, pero no debes emocionarte mucho.

— ¿Por qué?

Tu kóbisto está indetectable a las pruebas. Una marca y un pensamiento intrusivo. Todos tienen dones únicos e irrepetibles por cada dos mil años; no puede ser posible que él también sea como tú.

—Pero ¿y si está relacionado? —Pregunta Francis, y mira a su padre de hito en hito—. Si es el mismo tipo o categoría, o cualquier posibilidad que se me salga de las manos. Papá, quiero ver si él también es como yo. Quiero conocerlo y…, la verdad, también ayudar a su mamá. Se ve sola y triste.

— ¿Tomarías ese riesgo? Bueno, te lo advertí ayer…

— ¿Qué me habías dicho? ¡Se me olvidó! ¡Perdon!

Ambos entran al auto.

—Que vayas a por él, tigre —Responde su padre, con una expresión sarcástica. No parece un sujeto emocionado ni enojado, sino indiferente; se contrasta con el hecho de que está rascándose el pómulo, que le hace saber a su hija de que su rico mundo interior debe de estar procesando algo más y no puede expresarlo abiertamente—. Si pasa algo, te dejo el número de mi organización.

— ¿Por qué no el tuyo?

—Harás pasar tu pedido como el mío — El auto arranca. El semáforo pone en rojo y detiene su auto. Ahora, aprovechando que mira hacia atrás, se vuelve hacia su hija—. Si tu vida peligra por culpa de él, no temas en mandar a reemplazarlo. ¿Está bien?

—Gracias, papá.

Y conducen hacia la casa. El día pasa con más gloria que pena: no tiene esos pensamientos. Menos ganas de dibujar y más de bailar. Fantasear con universos ficticios y con el “Stand By Me” de fondo, mientras se prepara el mejor pan que puede prepararse. Su padre sale a trabajar, por lo que no lo verá en un mes. En esos días, Francis aprovecha para pensar. Qué hará, y cómo se acercará a la madre de Marcos (dios, posiblemente le habrá contado lo del beso). Bueno, decide que todo problema está en su mente. Alguien lo pasó muchísimo peor y no se le ve deprimido (NO SE LE VE, NO SE LE VE. NO LO VEO), por lo que ella piensa que también puede.

Al séptimo día, esos mantras vuelven.

(Errante).

Sabe que no puede quedarse así. En la mañana, Francis sale a comprar los ingredientes y luego se devuelve. Se va a se prepara tres panes con mortadela, salsa de tomate y mayonesa; lo mejor que puede prepararse. Quizás con un poco de mostaza, luego comprar un refresco. ¡La mejor impresión! Valdrá la pena caerles bien a ellos, y cree que lo hará. Se va a su cuarto, despeja su bolso y mete la comida. Sale de su casa… y compra refresco de cola en el camino. Se detiene en la parada y sube a un autobús. Aplaude en la Avenida Silenciosa y se baja para ir directo al hospital. Pasa por el pasillo y llega hasta la puerta de la habitación. La mujer le abre y tarda varios segundos en procesar su llegada, con una mirada analítica. Luego le dice “Pase”, y la chica asiente.

Francis decide que para romper el hielo debería preguntarles sobre algo más que cómo les fue en estos días, por lo que prefiere hacerlo con Bepsi. Con la televisión a la mitad de volumen y un chico teniendo toda su concentración en el programa de comedia que se está transmitiendo, Francis y Bepsi comentan sobre ese programa y terminan riéndose, haciendo que la chica se tome la libertad de darles la comida. Pasan las horas y Francis queda desconcertada ante el carácter tan gracioso y bufón que tiene la mujer, que contrasta con su melancolía de hace siete días.

—Encontré un pelo en el pan —Murmura la mujer, mientras mira a Francis con sus ojos recelosos—. ¿La preparó con chef con calvicie?

(¿Qué?).

Su primer error: Había estado tan distraída y emocionada por llegar al sitio, que había olvidado amarrarse el cabello mientras preparaba la comida.

— ¡Será alguien que recién salió de la quimioterapia! —Responde Francis, buscando evadir la atención de su error para tomárselo con humor. Francis se termina su pan que había tardado en comer por la larga conversación y saca el refresco de su bolso. Se lo sirve, y la efervescencia del mismo le recuerda al chiste turbulento que acaba de hacer—. Marcos, ¿puedes tomar refresco?

Marcos no tiene ánimos para responder. Profiere un silencio tan pronunciado, mientras piensa en lo que ocurrió en toda su vida. La muerte de Carl, luego la de su padre. Sus fracasos amorosos y sociales, amén de tener un padre trastornado. Pensamientos que se intercalan por momentos de estupor, donde mira al vacío sin siquiera pensar en algo. Con los ojos puestos en el techo, en las nebulosas de su mente. Ayer su mamá se había a interpelarle sobre lo que pasó, pero no tiene ánimos para decírselo.

— (Los hombres no lloran… por cosas que no pueden superar) —La voz de Carl se escucha a tiempo real.

— (Sé fuerte, hijo) —La voz de su padre.

Ambas voces hacen una reverberación que rebota a través de las paredes de su cráneo. Cierto que los hombres… no, personas, no pueden llorar por cosas que no pueden superar. Aun así, no puede evitar sentir ese dolor. Esa impotencia. Esa rabia de no haber podido golpear al destino en su cara, por haber intentado llevarse a su madre. Por haberse llevado a su padre, en vez de a él…

— ¿Marcos? —Interrumpe su madre.

El chico respira hondo, pero luego siente un dolor en la costilla y se retracta.

— ¿Qué? —Marcos voltea, con dificultad, hacia ella.

— ¿Ves un fantasma, o algo? —Responde su madre, quien luego señala a Francis—. Oye, ella te quiere servir refresco. Debo preguntarle al doctor si es buena idea…

El día pasa, mientras la televisión (del gobierno; qué tacaños) pasa noticias sobre el deporte, en especial el beisbol. Marcos no puede desprenderse de la inseguridad: el destino lo acaba de sacar de su partida de ajedrez. ¿Luchará contra él? No lo sabe. Solo que aquellos sueños, en especial el soñado ayer (el mismo hombre del cabello largo, de nuevo), no dejan de perturbarle. Al final del día, Francis ayuda a Bepsi a ir a su casa; conectan tanto, que está seguro que Francis los ayudará a los dos por un buen tiempo.

(Errante).

De nuevo esa palabra, que llegó a leer por primera vez en aquel sueño hace cuatro años. Qué significará, si es, que él no es un errante en su propio destino. La idea de desarrollar más su don, le da escalofríos. No cree siquiera volver a entrar en un auto, o cruzar la calle con tranquilidad. Fobias nuevas, fobias nuevas.

Marcos recuerda los golpes que le dio Carl, y fue el mismo hecho que, de forma indirecta, lo llevó hasta su muerte. Recuerdos, recuerdos. Marcos intenta responder a aquella voz, con la esperanza de que la consciencia de Carl hubiera pasado a su mente como a su papá. No obtiene respuesta. Está completamente, solo.

Y ese beso, bueno. No hay que juzgar que las chicas inventan nuevas formas de hacer amigos, piensa Marcos.

(Qué cruel es el destino; el obstinado no quiere ser alterado).

Marcos duerme. Un negro absoluto. Un silencio carente de sueños. La tranquilidad que él siempre quiso…

— (¿Hola?).

De nuevo, está en Raki. Camina a través de la entrada, pasando por el espejo... y no se trata de Bepsi, sino de su hermana. Una mujer más alta, con el mismo color oscuro de piel y un cabello liso planchado.

— ¿Qué crees que le guste a Marcos? —Pregunta la mujer. A Marcos siempre se le olvida su nombre—. Me siento mal por Bepsi. Sabía que un hombre empresario iba a causarle problemas tarde o temprano.

El chico, sin saber lo que está pasando, concluye que todos creen lo mismo: Que su padre se había vuelto loco y había chocado el auto. Nadie sabe lo que en verdad había pasado, y no cree que alguien haya sido capaz de descubrir la conexión entre el intento de atentado del Cartel de Ronzoati y su atropellamiento. Él sabe que esto último hizo que los sujetos se tardaran varios segundos de lo esperado, y como consecuencia, fueron arrestados.

—No sé, pero dulces no será —Responde su esposo, pero la mujer no lo mira. Marcos no puede siquiera saber su verdadera apariencia, y siente como si su cabeza estuviese mirando a un solo lado. No la puede mover; su cuello está rígido—. Investigué por ahí y dicen que tanto bebidas azucaradas, como las alcohólicas y el refresco de cola, están prohibidos para pacientes así. Y que previene la cicatrización… o eso creo.

(Esto me es familiar).

La mujer cruza, y pasa por la feria de comida. La tía de Marcos observa su alrededor, a través del frío de la tienda departamental que cruza con optimismo. Contonea las caderas con emoción —Marcos puede sentirla moverse—:, quizás porque verá a su hermana tras mucho tiempo. Marcos se pregunta el porqué no puede captar sus pensamientos, como en la visión que tuvo con su madre, y también Carl.

(Sí, quizás es un simple sueño).

Pero mientras el ruido de la gente hablando llena, la mujer topa su vista con un niño que está en la entrada. Su silueta es reconocible: Es el niño bronceado, quien jala a una niña del brazo hacia atrás. Quizás su tía se pregunta el porqué la acción de ese niño tan reconocible para la persona que está tomando su punto de vista En el momento donde cruza el área donde venden ropa, que es amplia como para vender decoraciones como mesas y sillas, se escucha un crujido desde arriba. Un retumbar que vibra en el suelo, y lo último que llega a ver Marcos, es cómo el techo se derrumba en un remolino de polvo y escombros hasta su campo visual.

Marcos abre los ojos, y se encuentra de nuevo con la realidad. Francis y Bepsi deben de haberse tardado mucho, ya que en la mañana habían regresado a casa para buscar unas cuantas cosas. Considerando lo bien que se llevan, no le sorprende que se hayan distraído en el camino.

De todos modos, Marcos tiene hambre y sed. La televisión da inicio a las noticias, y una presentadora habla sobre lo sucedido hace poco. Las motivaciones de Abraham, alias “El Nino” (según los miembros). Su resentimiento por los microchips, bastante marcado.

Luego, una periodista narra la noticia en tiempo real con la cámara apuntando a ella. Recorre los túneles de Raki, explicando cómo el plan se iba a llevar a cabo.

(¿Van a alimentar la popularidad de esa banda de sucios?)

—El Cartel de Ronzoati tenía planificado utilizar esto —Dice la mujer, y señala un soporte desgastado, con clara tendencia a caerse—, para derrumbar todo el edificio. Utilizaron bombas de alta potencia, que uno de los miembros podía trasmutar con su don. Se realizaron las reparaciones para que no vuelva a ocurrir, pero las autoridades sospechan la existencia de más bombas que se hallan escondidas. No estamos seguros de donde puedan estar, pero se sigue en búsqueda… —Algo capta la atención de la mujer, quien pone los ojos como platos y retrocede, en un gesto casi inconsciente. Un silencio perturbador, donde predomina una cámara mirando hacia abajo; el camarógrafo también está perturbado.

— ¡Hola! —Marcos reconoce aquella voz, con la nostalgia que le recuerda a su hermano. Abraham “El Nino”, con una voz más grave. Con una entonación que denota una mayor autoconfianza, pero al mismo tiempo, ocultando un resentimiento. El camarógrafo le apunta a él, revelando que tiene una chaqueta negra y una máscara sonriente de un personaje icónico de una película. Esa sonrisa que lleva su máscara y la satisfacción que refleja la expresión, no ayuda en nada—. ¿Quieren saber quién soy? ¡No, no lo digan!

La reportera vocifera.

— ¡Es Abraham, por favor llamen las…!

Un brillo amarillento y un sonido retumbante, llena todo el túnel hasta llevarse a la mujer. Sin reacción del camarógrafo o el reportero, o tan solo del mismo Abraham; todo ocurre demasiado rápido. La presentadora anuncia fallos técnicos (como si eso no significara nada) y se corta la transmisión.

Marcos permanece desconcertado en aquellos diez minutos, cuyo canal vuelve a su ritmo original. Desde fuera, puede escuchar alaridos.

— ¡MI HIJO! ¡NO! ¡POR FAVOR, NO TE MUERAS!

El sonido de los niños llorando, angustiante, como escuchar a los mismos hombres gritando por ayuda. Correría y el eco de los gritos, amén del clamar de las personas por las segadas vida de sus familiares. Camillas de hospital moviéndose como loco. Toda esa combinación da la impresión de escuchar el piso más profundo del infierno. Marcos cada vez se hace una certidumbre.

(La hermana de Bepsi; mi tía).

¿El destino, inevitable? No puede estar seguro. Abraham no fue atrapado. De alguna manera tuvo que entrar ahí, ¿entonces se suicidó? No puede estar seguro. Si el Espantajo tuvo algo que ver, a raíz de los sueños recientes que tuvo. Si él, de alguna manera, tiene algo que ver…

(Carl, por favor).

Porque necesita algo, al que odiar para no odiarse así mismo. Para no sentir todos los días la misma culpa. Marcos no sabe qué hacer. Está tan consternado que desearía estar frente a las respuestas, aunque el pago sea arrancarse el corazón con su propia mano. ¡Pudo haberlo evitado! Si estuvo el chico bronceado en ese lugar, quiere decir que él…

(Lo sabía).

Marcos sospecha cada vez más de aquel, y cómo pueda estar implicado en todo esto. No obstante, hay otro axioma.

El Destino está de cacería.