(Bendito sea el destino).
Es una frase cuyo origen desconoce, y que solo ha oído una vez, en un instante que aún no ha ocurrido. El chico ignora con precisión qué don posee; desde que cumplió los cuatro años, no deja de tener visiones.
— ¡Socorro! —Le clama un hombre entre gritos, mientras el chico lo mira con asombro. Ese hombre se arrastra, mientras una criatura semejante a un espantapájaros trata de atraerlo hacia sí. El chico intenta acercarse, pero sus piernas no le responden. Su corazón late desbocado, al recordar otra visión que tuvo el mes anterior. Recuerda el momento en que él mismo se enfrenta a ese ser, con un hacha, tan pesada y oxidada, que le da la impresión de que representa algo más que eso. ¿Cómo terminó todo? No lo sabe: no puede conocer los pormenores de esas premoniciones vividas.
El chico solo se percata de lo que el hombre sostiene, con una mano temblorosa que lucha contra el entumecimiento. Un diamante del tamaño de un dedo, anaranjado y traslúcido.
Y esto lo lleva a otra escena, donde un texto se encuentra ante él, diciendo las siguientes palabras.
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HOMBRE DESAPARECE EN BOSQUE CENTRAL DE RONZOATI.
Tiene el teléfono de su madre en sus manos, viendo aquel titular del periódico local. 8 de Octubre del 2022. Un hecho que pudo haber evitado, una vida que pudo salvar. ¿Qué hará de ahora en más? Debe hacer lo posible por salvar esa vida, aprovechando que se trata de alguien que vive en su misma urbanización. Debe salvarlo, con el propósito de comprobar una cosa: Si su poder sirve para cambiar el futuro. De no cambiarlo, piensa que estará en medio de un torbellino de impotencia que lo llevará a la locura.
— ¡David, despierta! —Le susurra una voz femenina, sacándolo de su sueño. El niño, llamado David, abre los ojos con confusión. Recobra la conciencia y enfoca la vista, para darse cuenta de que se trata de su madre—. El desayuno está en la mesa, hay café por si quieres tomar. Tienes que ir a la escuela.
David se quita las legañas, aún con los ojos queriendo cerrarse. El frío intenso que siente por los shorts y la camiseta, además del aire acondicionado que atraviesa su gruesa sábana de terciopelo. El aroma a café con leche viene del pasillo, despertando su hambre. David asiente y se levanta, mientras permanece con la cabeza baja, mirando a su armario.
Está absorto en lo que acaba de soñar.
(No es casualidad que nos vayamos a encontrar. La vida y el destino son tan asombrosos, y me encargaré de verlos con mis ojos; voy a salvar tu vida).
Por el momento, solo sabe una cosa: El nombre de la persona que tiene que salvar, es Carl.
— ¡Voy, mamá! —Contesta, antes de salir de su habitación