—Una vez estaba jugando en mi consola de videojuegos. Me había sumergido en un videojuego de disparos en mundo abierto, jugando online y pasándomelo bien como todo maldito adicto. Todo se torció cuando mi hermano trajo una sopa y la derramó sobre mi consola. 800$ que mi padre pagó, tirados a la basura. Me transformé en ese momento… porque me levanté.
Abraham se inclina hacia él, con una mirada curiosa.
— ¿Qué hiciste?
—Tomé a mi hermano y… le clavé los dedos en la mejilla, hasta rasgársela con las uñas. Lo golpeé sin cesar. Una y otra vez, hasta que un cable me dio una descarga eléctrica y él huyó. Creo que no lo recuerdo bien o no sé si me lo estoy inventando todo. No sé por qué reaccioné así ni cómo tendría que haber reaccionado PORQUE YO ESTABA FUERA DE CONTROL. Mi hermano sangraba mucho y lo perseguí. Diciéndole “Marquitos, Marquitos ¿Por qué huyes?” hasta que lo encontré en el rincón de la cocina. Con un cuchillo. Y… y, dios. ¿Me estás escuchando?
—Te escucho perfectamente.
—Me comporté como un psicópata. Un malo de película de terror que va tras su presa. Un sádico, porque… cada vez que mis nudillos chocaban con sus pómulos, sentía placer. Una sensación de recompensa con cada golpe, que lo hacía más adictivo. Marcos tenía un cuchillo y yo le dije “¿Qué vas a hacer con eso? ¿Quieres herir a tu hermanito? Yo te quiero mucho… Marcos”. Pero solo quería hacerle daño. Soltó el cuchillo y en ese momento me abalancé sobre él. Lo agarré de las axilas, luego el cuello. Lo apreté despacio para notar su pulso y le gritaba con todas mis fuerzas “¡TE VOY A HACER PAGAR, MARCOS!”. En ese momento llegó mi mamá, junto a mi papá. Estuve a punto (gesto con dos dedos) de asfixiar a mi hermanito. A mi hermanito tan querido, que no tenía la culpa.
Carl prefiere omitir el resto de detalles. La vez que agredió a su propio padre, después de soltar a Marcos. Cuando lo ingresaron en el psiquiátrico por conducta violenta y le diagnosticaron Trastorno de Personalidad sin Especificación. Eso le hace pensar en la mezcla de trastornos que heredará de su padre. Cómo se puede desarrollar un trastorno de personalidad a los 19 años, pues es fácil: viviendo una vida de mierda.
—¡Vaya, pero qué historia más conmovedora! —En sus ojos, se puede ver cierta indiferencia en Abraham “El Nino”. Carl quería impactarlo con todo lujo de detalles, con el fin de que lo conozca mejor. Al verdadero Carl, quien no merece tener amistades que soporten alguien con esos antecedentes. Solo ver esa indiferencia en Abraham, le hace pensar en lo extraño que es—. Pues es algo comprensible. Ocultabas un resentimiento enorme, me puedo imaginar.
—Sí…, algo así.
— ¿Has pensado mimarte? No con videojuegos, sino con gente real. ¿Socializas?
—No, llevo dos años aislado.
Carl no se considera un sujeto introvertido; nunca le gustó la soledad como tal, y la verdadera energía la sentía hablando con las personas. ¿Dónde quedaron esos tiempos? En el olvido. Desde el día donde comenzó a ver más a su hermano, las cosas se le habían complicado.
— ¡Pues más a mi favor! Mira, conozco varios amigos. Podemos llevarte a varias rumbas y fiestas para que te distraigas. Bebas hasta emborracharte como un ganador, y quien sabe… probablemente, singues como un toro.
Carl deja el mando en el suelo y se levanta, sin ánimos, para seguir hablando. Sin ánimos para hacer nada, más que dormir en pleno día para ahogar sus penas. Si fuma o bebe, se creará una horrenda adicción que lo pondrá peor.
—No tengo ánimos, Nino. Me siento cansado, inútil y decepcionado de mí mismo. Después de todo, debo hacer frente a mis problemas y seguir avanzando.
Abraham “El Nino” se levanta, con ojos puestos como platos. Atónitos y confundidos, hacia Carl.
— ¿¡Quien te dijo esa vaina, Carlos!? —Abraham apoya ambas manos en los hombros del otro, quien lleva una mirada melancólica. Triste por recordar lo que acaba de recordar—. Tú lo que necesitas, es entender tu valor en este mundo. No dejes que nada ni nadie, te quite quien eres. Sigo vivo, con mis 20 años, porque me di cuenta de lo siguiente: soy un maldito genio. Tú eres un maldito genio, Carl; si alguien te dice lo contrario, demuéstrale lo que eres capaz. Muélele a golpes si la cosa se pone extrema, pero ¡defiéndete, coño!
— ¿Crees eso? —La mirada de Carl se torna perdida.
—Sí. Vive al límite con los 19 años que tienes. Tienes oportunidad de probar todas las mujeres que quieras, de beber todo el alcohol que quieras, de comer hasta vomitar y no haber subido ni un kilo. De conocer a la mejor gente que tendrás en tu vida, y conocer tu verdadero propósito en este mundo —Abraham lo suelta—. Pero bueno, no puedo convencerte. Si tanto osas tu triste vida de ahora, entonces sigue viviendo así.
Si esto es lo necesario para volver a reformarse por completo, Carl estaría dispuesto; por otro lado, piensa: ¿no hay otra opción? Autorrealización, auto aceptación y éxito en la vida. Lo que los demás venden para ser mejor cada día. Pero si Carl en serio ha intentado, entonces no queda más qué luchar. Si la vida nunca tuvo sentido y su maldita vida lo seguirá persiguiendo, entonces… bueno. No ve a su hermano como antes, ni a su madre, quien debe estar consciente de todo lo que ha hecho.
Carl y Abraham “El Nino” estrechan sus manos; lo decide con su mirada llameante, sintiendo esa determinación en las venas.
Con el paso de los días, Carl continúa visitando a Abraham a la misma hora. Al principio vuelve a la hora correcta, pero luego deja de importarle. Cada vez llega más tarde, y dejan de importarle los reproches de su madre. Las preocupaciones de su hermanito pequeño, quien por alguna razón que no comprende, está demasiado pendiente de dónde anda Carl.
— ¿Qué te importa, Marcos? —Le responde Carl, en una de esas veces—. ¡Vive tu vida y deja de husmear en la mía!
Luego de dos semanas, llega el momento de la verdad. Una fiesta organizada en casa de uno de los amigos de Abraham, con la música a alto volumen y los bajos vibrándole las entrañas. Las personas bailando con sus parejas, y el resto conversando. Carl recuerda que, en realidad, es un sujeto introvertido que preferiría quedarse sentado sin hacer nada, pero luego viene Abraham con una mujer. Aquella mujer sostiene una conversación con Carl, que luego se vuelve más personal. Más cálida, más extraña.
— ¿Eres virgen, Carl?
—No —Carl siente esa extraña necesidad de mentir. Su primer y último polvo, fue con una mujerzuela, a quien contactó con ayuda de uno de sus ex amigos de secundaria. Fue reuniendo el dinero y consumó lo que sería su primera experiencia. No le contaría eso a nadie; los consumidores de rameras son muy discriminados. ¿Por qué? Sigue la misma lógica del mecánico. Si todos fuésemos mecánicos, pues sí. Pero no todos somos mecánicos; Carl no es un conquistador y no posee esa autoconfianza—. El resto es confidencial.
Luego de esto, puede percibir cierta mirada ‘jodedora’ por parte de Abraham y sus compañeros. Carl sabe a la perfección lo que hace, pero la gracia es que finja lo contrario. Mientras hace todo esto, Carl estaría tomando ron seco ‘RONZOACOL’. Al principio para socializar, pero luego se le va de la olla. Él y la chica van al baño de hombres y se encaminan a uno de los cuartos. Carl siente una sensación extraña. De felicidad, o como extroversión. Hiperactividad. Esa autoconfianza que el alcohol te da, y te transforma en otra persona distinta.
Luego ambos se meten a uno de los cuartos y la chica saca un objeto redondo, de apariencia conveniente. Uno con forma de aro.
Marcos despierta con el corazón palpitando y con el sudor en su frente; se acaba de ir la luz. El resto del sueño se tornó extraño, como si… fuese a hacerle algo raro a la chica. ¿Para qué lo hizo? No logra entender qué pasó con exactitud, y solo sabe que su hermano todavía no llega.
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(Por favor, llega temprano).
Marcos se aproxima al retrete para orinar, y percibe una gota roja en el área donde está la ducha. Rojiza y dispersada hasta la entrada del baño. Desde que su hermano conoció a ese Hombre Malo, su madre se las tiene que arreglar para valerse por sí misma. Ha llegado a llamar a su papá para informarle lo sucedido, así que ya no estará en sus asuntos (o eso supone). Los cortes en sus pantorrillas son profundos, y no se le ve afectada por ello; claro, porque no siente mucho las piernas.
Marcos no le toma importancia al sueño que tuvo. Los sueños no tienen ningún significado, y es mentira que digan algo de él. El niño no haría esas cosas raras con una chica, si se supone que debe respetarlas. Son sagradas.
Después de eso, pasan dos semanas cubiertas de incertidumbre. Carl cada vez está más silencioso, y cuando no, crítica con mano el hierro el “sistema actual” en el que está regido el país.
(Por si no fuera por ese Hombre Malo...).
Marcos observa algo que su madre no, y es que ese Hombre Malo, también llamado “Abraham”, está lavándole el cerebro. No cabe dudas: su hermano es distinto al de antes. Ese hombre lo está convirtiendo en alguien como él, pero… ¿Por qué? ¿Qué necesidad tendría ese hombre, para hablar con alguien como Carl? Si es porque es “bello” (según su hermano mayor) o por su habilidad para crear explosiones atómicas.
Nada es seguro.
8 DE OCTUBRE DEL 2022
Carl se levanta con energía. Se lava los dientes mientras tiene algo en mente: la fiesta mañanera a la que irá hoy mismo. Se viste con sus mejores prendas beige y se echa un perfume oloroso a limón, que deja encima de la mesa del comedor. Debe de ir a la fiesta… pero algo se le hace curioso.
“No vayas a fiestas” —O así decía la nota que se encontró hace un mes.
¿Acaso es coincidencia? Carl considera que sí: el destino quiere que él sea feliz. Sale de su hogar pero…
(¡Joder, se me olvidó! Así no me ligaré a nadie).
Su bigote es largo, así que Carl toma una tijera y se los recorta con la suma rapidez que puede. La hoja llega a cortar un trozo de carne; salen borbotones de sangre de los que Carl se limpia con un algodón. Con los pelos de punta, Carl sale y se encamina hacia la casa de Abraham. Ese amigo que le entiende y le hizo saber lo maldito ignorante que fue.
Carl camina a través del bosque central, mientras se da el lujo de rascarse la cabeza. No hay nadie que critique sus estereotipias con las que nació.
—Lalarah —Tararea Carl, emocionado; no se da cuenta de que esa costumbre es pura de su hermanito. Una melodía extraña y que, recuerda mucho a las bandas sonoras de videojuegos. De acorde menor melancólica—. Laralaaah.
Y ve un objeto en el fondo de la oscuridad, dos puntos blancos y de aspecto rojizo con una espiral que lo rodea, y parece una sonrisa escalofriante. El viento gritando a voces “El karma nos unió”, a lo que Carl intenta no darle importancia. Ya había tenido una alucinación hace un mes. Pero cierto movimiento, seguido del rechinar de la madera, hace que Carl sienta una extraña presencia. Al que decide acercarse por pura curiosidad, pero…
(¡DIOS! ¡MIERDA! ¡MARCOS!)
Profiere un alarido.
Su hermano no estuvo mal de la cabeza, en serio tuvo la razón. ¿En qué estuvo pensando? Es cuestión de tiempo para que su vida corra peligro y no ayuda la manera en que el viento habla por sí solo. Carl corre en dirección contraria, con toda la resistencia y los latidos que le queman el corazón. Carl ya no quiere ir a la fiesta; solo quiere estar con su hermano. Regresar a casa, hablar con su madre.
El que el bosque se le haga atractivo al hombre que le tiró una piedra al ente que lo está persiguiendo, no es nada raro. Sí, no jodas. (SÍ). Carl mira por encima del hombro, y se da cuenta de que el ente no lo está persiguiendo. Se aleja más conforme Carl corre, pero esto solo le trae otra incertidumbre.
¿No lo estaría llevando a su casa? ¿Qué pasa si Carl regresa a su casa, y ese ente ataca a su familia? Como gesto de reflejo, traga saliva con la respiración entrecortada. No debe huir ante él, porque las cosas serían peores. Es el momento de probar su habilidad para algo mayor: vengarse del ente que asustó a su hermano; la máxima redención.
Carl se detiene, se vuelve hacia el otro y flexiona su bíceps, tríceps y los hombros con suma intensidad. Tanto que le queman los músculos mientras un cristal se genera en la palma de su mano. Uno de apariencia anaranjada y transparente. Nunca había recibido disciplina para usar un ‘kobisto’, pero siempre había sido tan destructivo.
El microchip acalambra su cuerpo con lentitud. Siente como si su cuerpo dejase de responderle; está demasiado débil, pero al mismo tiempo, rígido. No puede moverlo (joder, ¡LO QUE FALTABA!). El microchip está inhibiendo los nervios que controlan sus músculos hasta provocarle una sensación fría de entumecimiento, seguido de una extrema debilidad que le impide, siquiera, acercar un dedo. Carl usa todas sus fuerzas para abalanzarse, y al menos tener la mínima fuerza para aplastar el cristal; estima una explosión de varios metros, y una nube de hongo que las personas verían desde el otro lado de la calle.
(Ven, hijo de puta).
El Espantajo, con unas piernas cuyo origen Carl no comprende, empieza a caminar hacia él. Con lentitud desesperante, mientras el infortunado hace su mayor esfuerzo para mover un dedo. Los ojos brillantes y las tinieblas lo envuelven, el viento suspira y su rostro se revela.
El corazón le late hasta la garganta y siente que no puede hacer nada. Ni siquiera para suicidarse; está en la misma pose, con un diamante en la mano.
— ¡Marcos! ¡Ayuda! ¡Mamá! ¡Papá!
Pero no viene nadie.
El ente revela su rostro, renovado como si Carl nunca le hubiese tirado esa piedra. En su mente solo puede pensar en una sola palabra. Una palabra de la que, por cosa curiosa, su hermano también le dijo. Qué imbécil fue.
(Errante).
Con una sonrisa cubierta de impotencia, Carl relaja los párpados. Tuvo una vida dramática, pero si hay algo de lo que agradece haber hecho, es haber vivido sus últimos momentos al máximo. Pero otra cosa le hace sentir horrible, pues ¿cómo lo recordará su hermano? Como el hombre que lo maltrató por toda su vida, y casi lo mata en su último maltrato.
¿Cómo se sentirán su madre y su padre, al enterarse de su muerte? ¿Qué hará su fallecimiento a las demás personas?
(Pues nada).
Ya no le importa nada; si llega a existir algo después de la muerte, espera no encontrarse con su hermano en el poco tiempo que llegó. Está seguro que no volverá a ser el mismo, y solo habrá caos donde haya. El cómo lo sabe, no está seguro en su totalidad. Simplemente, esa certidumbre aparece en su mente como si algo se lo hubiese inoculado.
Desaparece de la faz de la tierra.
Luego de esto, Marcos profiere un alarido tan desgarrador como el grito que acaba de escuchar, por última vez, en aquel sueño. ¿Qué fue eso? ¿Es su hermano, otra vez? Es de mañana y el sol se asoma por la ventana, atravesando sus párpados. El niño se baja de su cama, aun con las piernas débiles y con un brazo entumecido (pica, ay). Con una sensación de presión en la cabeza y una vista nublada, asemejándose a una… (¿cómo se llamaba?) pre síncope.
Su hermano debería estar preparando la comida, pero esta vez, sale de su cuarto y no encuentra a nadie. Abre con cuidado la puerta del cuarto de su madre, pero tampoco lo encuentra. La mujer está dormida con el aire acondicionado al tope y con sus sábanas acogedoras, teniendo los brazos recogidos pero las piernas descubiertas.
(Como si tampoco sintiera el frío del aire, dios).
La casa se siente tan sola y silenciosa, adoptando la tonalidad lúgubre del bosque central. Con los pájaros cantando y los vecinos martillando al unísono, amen del frío de una fuerte lluvia que debió de haber pegado en la madrugada. El asfalto está lleno de huecos (¿por qué no arreglan eso?)
El Niño Que Se Hace Muchas Preguntas (ji, ji, ji, como me decía mi papá) recuerda que Carl estaba con mentalidad de irse a una fiesta; parecía muy feliz por ello. Marcos va hacia la sala, esperando encontrarlo, pero…
Su corazón pega un martillazo.
Una colonia para hombres, en la mesa. Marcos lo destapa para olerlo, percibiendo ese característico olor fuerte que su hermano; no cabe duda que es su perfume. No sabe qué significa y observa las cosas en torno a él, donde se encuentra los muebles y nada más.
(Solo son cosas tuyas. Los sueños no se llevan a la realidad, Marcos. No quieres ir al psiquiátrico como tu papá, ¿o sí?).
Su corazón pega otro respingo hasta querer hacerlo desmayarse. Unas gotas de sangre en el suelo, pequeñas pero perceptibles. Se extienden a través del mango del lavamanos y unos pelitos en torno a él. Marcos no puede creer lo que está viendo. Marcos Dwaine Pulchmer no puede creer que haya pasado algo horripilante, como lo que acaba de soñar. Su hermano, todo querido que siempre ha admirado a pesar de todo.
(Oh no).
No, no puede ser posible y lo va a demostrar. Con la experiencia de haberlo hecho antes, Marcos abre su casa con llave y sale en dirección al bosque. Saliendo de La Cascada y pasando al lado del “Kia” de su padre, quien debería estar llegando hoy mismo. Le dan miedo las personas; con lo que había visto del Hombre Malo, teme que cualquiera tenga las mismas intenciones ocultas.
—Hey —Dice una voz, al lado. Marcos se voltea con susto, y se encuentra con un rostro conocido. El niño bronceado que lo ha estado observando con fijeza desde abajo, mientras él pensaba que se burlaba porque Marcos estaba en calzoncillos (qué incómodo) —. ¿Cómo te llamas?
Marcos se siente incapaz de saludarlo, como si tuviese una pared que quisiera evitarlo. Un miedo indescriptible, una vergüenza ligada a aquel recuerdo incómodo. Una timidez que arrastró desde aquel grito que le soltó su hermano. Así que le alza la mano y prosigue hasta adentrarse al frío bosque central, donde todo parece tal cual como el sueño. No hay rastro de nadie; está tan solo que el silbido del viento le hace sentir escalofríos.
Su divagación lo hace tropezar con un extraño objeto, sólido como un tronco pegado al suelo. Lo curioso es que es demasiado grande, y no cree que existan raíces así de grandes que hayan crecido del suelo.
Marcos se voltea para mirarlo, pero solo para arrepentirse; morirse por dentro, como el otro niño parece esperar. Mientras el otro niño lo observa de hito en hito, consternado, los ojos de Marcos se salen de sus órbitas hasta hacerlo gritar en un alarido de horror.
No puede creerlo… no puede ser posible.
Sus alaridos son tan altos que espantan al niño, quien se tapa los oídos no escuchar su tonalidad desgarradora.
Una figura, con textura agrietada en madera sólida. No tiene ojos, sino cuencas que dejan ver el hueco interior de su cabeza. Una escultura desnuda con telas incrustadas en su interior, con ambos brazos en posición recogida. Su rostro parece haber visto el verdadero horror, con la boca hecha un visaje con el que los dientes parecen ser los únicos que no parecen de madera. Como los cadáveres petrificados de la erupción del Vesubio
Con lo que ve en sus rasgos, es más que claro: es su hermano mayor. Está muerto y, le hace saber a Marcos el cómo su vida cambiará para siempre. Desea no haber tenido la razón; preferiría haber sido un simple loquito del psiquiátrico, que en serio tener la capacidad para… sentir lo que va a pasar. Si eso fue lo que sintió, entonces quiere decir que su familia también lo podría estar. Nadie lo sabe. Si eso atacó a su hermano, ¿por qué no encontrarse con él al poco tiempo?
O él siente lo que pasará, o las cosas se atraen a él.
No importa, porque pensar no cambia nada. Lo peor de todo, es que recuerda aquella escena con…
(Su hermano paralizado, impotente).
… Sus propios ojos.
Puede recordar aquella nota que encontró en los pantalones de su hermano, entre los momentos donde su hermano mayor salía en sus fiestas. El pequeño Marcos quería encontrar la tarjeta de su mamá, sin éxito.
(“No vayas a fiestas”) —Escrito como si fuese un niño.
¿Qué hacía ahí? ¿Por qué el niño quiso hablar con él? ¿Acaso sabía algo?
…
(¿Qué significa errante?).
Marcos no solo tendrá que enfrentarse al dolor de haber perdido a su hermano, sino a una enorme incertidumbre del que, en lo que le cabe pensar, le hará la vida imposible por el resto de su vida. Una fuerza invisible que había movilizado a su hermano hacia su muerte; un ajedrecista del que no tiene pruebas de que existe, pero sí unas enormes sospechas querrá sacarse de su cabeza.