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Errantes del Destino [español]
Capítulo 13 - Las lágrimas de un chico destrozado

Capítulo 13 - Las lágrimas de un chico destrozado

(Esto no es un juego, coño).

(Esto no ES UN JUEGO).

(¡Si esa cosa no te mata, CREEME, FRANCIS, QUE YO LO HARÉ!).

Marcos desea con toda su alma oír la voz de Carl aconsejándole sobre lo que debe hacer. La carrera lo agota tanto que siente cómo dos caras de una prensa le aprietan la cabeza hasta querer hacérsela estallar. Su novia está corriendo hacia el Bosque Central, donde se ubica el Espantajo. El viento y la manera en que se aparece en su vista no auguran que vaya a ocurrir algo bueno.

Luego Marcos recuerda esa vez hace un año, donde por un instante visualizó a su novia convertida en madera sólida, tal y como terminó su hermano. Con el cuerpo queriéndosele paralizar y renuente a cruzar el bosque donde comenzó todo, Marcos se pregunta si en realidad está exagerando con todo esto.

Hasta que oye un alarido femenino.

— ¡Por favor, déjame ir! —Grita aquella voz sacando a Marcos del estupor. Su mente procesa la información con suma rapidez, solo para darse cuenta de que aquella voz es de su novia, Francis—. ¡Mamá! ¡Papá! ¡Marcos! ¡BEPSI!

(El destino juega conmigo; el obstinado quiere demostrarme quién es el jefe aquí).

No le parece coincidencia el cruzar el bosque al que en primer lugar él no quería cruzar. No le parece coincidencia que, ahora mismo, deba enfrentarse a sus miedos para salvar a su novia. Marcos considera que no solo el destino está en contra de él, sino el pasado. Él pega una carrera y pasa a través de los árboles. El cansancio de años de relativo sedentarismo está haciendo que sus piernas ardan, sus labios se sequen y su vista se nuble.

Con el torso queriendo arder, Marcos siente una presencia detrás de él; no obstante, está demasiado enfocado como para tomarle importancia. Salvar a Francis es lo que le importa. Él capta el crujido de las hojas y el sonido del arrastre desde un costado, lo que le hace ir al origen del sonido. Ahí es donde ve a Francis, con su pierna siendo apretada por un tentáculo de madera que busca absorberla hacia un agujero.

— ¡Ayúdame, Marcos! ¡Me arrepiento, me arrepiento! ¡Ya sé por qué no querías que cruzara! —Vocifera ella, y eso lo hace sentir peor: Él no le había contado sobre Errant Clous. Aquellos gritos le recuerdan a su hermano fallecido, Carl.

Mientras la rama intenta abducirla hacia un tronco cubierto de hongos, Marcos se acerca y jala a la chica del brazo. Sus músculos sienten como si se los graparan y sus antebrazos se sienten entumecidos. ¿Qué ha estado pensando?, piensa él. No tiene la fuerza para evitar que se la lleve, y considera que todo va a ser en vano. Alguien morirá por culpa del Espantajo y solo apuntará a un culpable: Marcos, por no habérselo dicho a tiempo.

— ¡No te sueltes, Francis! —Le grita Marcos, y su mano se arrastra hasta las manos de la chica. Ambos aprietan sus manos con mayor fuerza.

Marcos deja de sentir el exterior, y sus sudorosas manos se resbalan hasta hacerlo caer de espaldas. Se intenta reincorporar, pero su corazón siente un hundimiento tan fuerte que lo hace vomitar todo el contenido de su estómago, en un chorro verde que se dispersa por la arena. Su campo visual se torna negro y su cabeza se balancea, hasta caer en la arena. Solo puede ver a su novia siendo arrastrada, y Marcos tiene la sensación de enfermedad que recuerda haber sentido en el momento en que presenció cómo Raki explotaba, sin que él pudiera hacer nada.

Otra silueta se aparece de un paso, portando un objeto grande que no se percibe por el desenfoque. Luego deja caer el objeto con estrépito ahogado sobre las ramas, y luego toma la mano de la chica. Luego continúa asestando aquel objeto filoso sobre la madera, y jala a la chica con mayor fuerza. Marcos enfoca su vista y vuelve a la realidad, con el vértigo distorsionando su vista.

Es el Chico Bronceado que lo había seguido por un año entero, y Marcos tiene la impresión de que lo había visto hacia pocas horas.

Tan pronto recupera todos sus sentidos, Marcos siente cómo alguien le aprieta con fuerza; Francis acaba de correr hacia él y abrazarlo, en búsqueda de un consuelo por lo reciente. Los tres se retiran de la zona y salen del Bosque Central. Luego se sientan en una de las bancas cercanas a un edificio contiguo de departamentos. Están cansados, conturbados, y Marcos siente inquietud cada vez que observa el machete oxidado que el Niño Bronceado lleva puesto.

— Yo te conozco —Le dice Marcos, y lo señala con furia. Luego, por gesto de reflejo y sintiendo desconfianza, se levanta de su silla y retrocede para alejarse del chico—: del mismo modo en que tú me conoces.

— ¿Quién es? —Pregunta Francis, mientras se vuelve a Marcos con una mirada de hito en hito.

El Chico Bronceado, que ya no es el bronceado de hace años sino un joven de color blanco, cabello pelirrojo y una altura considerable para su edad de 1.80, amén de un ademán confiado y, en lo que se percibe, unos entrecerrados ojos avellana, se acerca hacia ellos. Marcos se arrima hacia Francis, con un atisbo de terror; está tan aterrado que por gesto inconsciente, está confiando en la fuerza física de su novia.

— ¡No te acerques y aclara! —Grita Marcos—. ¡Porque no es coincidencia que tú estés aquí, casualmente hayas tenido que salvarnos! Estuviste ahí, en Raki, cuando quería salvar a mi madre. Desde ese día, no dejaste de seguirme. ¿Acaso estuviste siguiéndome hoy, otra vez?

— ¿Qué? —El Chico Bronceado lo mira con duda, y luego en derredor—. Espera, ¿crees que yo te estaba siguiendo hoy?

Marcos pierde la paciencia y se levanta de su banca. Luego, se aproxima con violentos pasos hacia él y acerca su rostro para mirarlo más de cerca; Marcos le habla, desde su penetrante mirada, y le comunica el desprecio que siente por él. No puede decírselo más de cerca, pero sospecha que él tuvo que ver con la catástrofe de Raki que se cobró varias vidas, y estuvo a punto de cobrarse la vida de su madre de no ser por Marcos y su padre.

— ¡No lo sé! Dimelo tú. ¡Es más! ¡No es la única pregunta que me deberás de responder!

Pero el Chico Bronceado se limita a mirarlo con el ceño débilmente fruncido, con una expresión que refleja una reflexión interna. Algo lo está perturbando, y Marcos lo percibe por un instante; no obstante, tampoco puede saber si en realidad se trata de la culpa, o algo más.

— Sé cómo te sientes; yo también me sentí así por un tiempo —Responde el chico, mientras arquea sus cejas con pena—. Pero créeme que, cualquier cosa que pienses, no es por malas razones.

— ¿No tendrás otro argumento mejor que ese?

Pero Francis se interpone entre ambos, y mira a Marcos con el ceño fruncido.

— No me digas que esto es un misterio más del montón, Marcos —Reclama Francis, interpelante—. ¡Cuéntame! ¿¡Que es lo que realmente te atormenta!?

Pero Marcos baja la mirada, y reflexiona sobre ello. Piensa por un momento la idea de decírselo, pero luego le da demasiado miedo que ella también pueda correr peligro.

— ¿Realmente te importa saberlo?

Por esa respuesta, Francis encrispa su rostro y le asesta una bofetada tan fuerte a Marcos que lo manda trastabillando cuatro pasos, hasta impactar de espaldas a una pared. Siente el ardor de su mejilla y el susto de casi caerse, como la culpa de no poder contárselo. El Chico Bronceado solo permanece observando, en silencio.

— ¡Claro que sí, porque sé que al menos me debes algo! —Exclama Francis en vociferos, y el eco se escucha en toda el área. Algunos niños se detienen para observar la discusión, y los adultos solo miran de reojo para reírse entre dientes—. No es por sacarte en cara las cosas, y créeme que no me pesa; pero esto me afecta, y mucho. Que mi novio no confíe en mí, sabiendo lo mucho que yo confié en él. ¡Te revelé todo! ¡Incluso te mostré el tatuaje de mi pecho izquierdo! ¿¡Puedes creerlo!? ¡NI SIQUIERA MI EX NOVIO SABÍA DE ESO!

Pero Marcos no puede responder a todo eso. Puede imaginarse así mismo explicándole “Yo siento el futuro y lo que pasará. El problema es que tengo sospechas de que el destino no quiere que cambie el futuro, y por eso mi papá murió. Nos conocimos gracias al mismísimo destino, y sospecho que también quiso deshacerse de ti”. Cree que el resultado sería el mismo: ella falleciendo, y él aprendiendo por las malas la lección de no involucrarse con nadie.

— Estoy consciente —Responde Marcos, y aparta la mirada por vergüenza. Está por decir las palabras más hirientes jamás dichas—: después de todo, soy el peor hombre que has conocido en toda tu vida. Terminamos.

Esto último hace que el rostro de Francis permanezca inexpresivo, absorto en la consternación que siente desde dentro. El viento no sopla, y los niños chismosos se retiran del sitio.

— Entonces jugaste conmigo —Dice Francis, con una sonrisa incrédula. Su voz se asemeja a un sollozo—. No importa. Cualquiera puede decir algo así, estando desesperado. ¡Vamos a casa! Conozco una divertida serie que podemos ver...

— ¿No te dije que terminamos? ¡Lo único que quiero ahora mismo, es que te alejes de mí! —Espeta Marcos, sabiendo el peligro al que se está sometiendo. Francis es una chica impredecible y demasiado emocional, al grado de que hace a Marcos decirse así mismo: “¡NO LO HAGAS! ¡DEJA DE HABLAR, ESTÚPIDO” —. Eres fastidiosa, solo piensas en ti misma y tienes el maldito atrevimiento de hablar con chicos como yo. ¿¡Por qué!? ¿¡Por lástima!?

— No es por lástima —La voz de Francis es apenas un murmullo, y se escucha ausente—. Nunca lo fue…

Los pensamientos de Marcos vuelven a activarse.

(¡CÁLLATE, MARCOS! ¡ESTÁS HACIENDO ALGO ESTÚPIDO!).

— ¡Sí, nunca lo fue! ¡Ahora eres tú la que miente! —Le reclama Marcos y se acerca a ella, sintiendo un placer oculto por descargarle todo lo que siente. Siente que se está liberando de una culpa importante—. Porque no nos conocimos porque tú me querías. ¡Nos conocimos porque solo querías salvarle el pellejo a tu papá, y sabías que yo era el único testigo del momento en el que ustedes nos chocaron, y provocaron su muerte!

Pero luego, Marcos considera que acaba de ser demasiado duro con sus palabras. Él se acerca a Francis para abrazarla y disculparse, pero sufre las consecuencias de sus actos: Un puño se aproxima hacia él y asesta en su mandíbula, haciéndole sentir cómo todos sus sentidos enloquecían y una ráfaga de viento rodeaba su rostro. Francis acaba de asestarle un puñetazo. El Chico Bronceado retrocede dos pasos y observa la escena desconcertado.

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— ¡Espera! —Farfulla Marcos, e intenta interponer sus manos entre él y ella. No obstante, Francis le asesta otro puñetazo, le toma del cabello y lo empuja hasta hacerlo caer de espaldas al suelo. La chica se monta encima de él y le da uno, dos y luego tres puñetazos que nublan la consciencia del chico. Luego, Francis toma una roca y la sube mientras pega un alarido ensordecedor, con intenciones de golpear la cabeza de Marcos con ella.

Pero el Chico Bronceado se libra del estupor y se engancha a Francis por detrás de sus hombros.

— ¡No te metas! ¡Esto es entre él y yo! —Reclama Francis, pero el Chico bronceado no permite que ella siga golpeando a Marcos. La roca cae hacia un lado y él la jala con mayor fuerza, obligándola a retroceder con él. Francis observa el rostro herido de Marcos, y luego la roca con la que estaba a punto de darle el golpe final. Las lágrimas llenan sus ojos, y solloza con su nariz húmeda, mientras la culpa la invade. El Chico Bronceado la suelta, y ella cae de rodillas. Marcos alcanza a observarla de reojo, y Francis se da cuenta; después de esto, ella se levanta y sale corriendo a través de La Cascada, con las lágrimas aún asomándosele.

— ¿Estás bien? —Pregunta el Chico Bronceado, quien se acerca y luego se pone de cuchillas. Él extiende su mano a Marcos para ayudarlo a levantarse.

—Nunca lo estuve —Sentencia Marcos, sintiendo sus mejillas quemándose y sus pómulos con rasguños. Está haciendo lo posible para no llorar por lo que acaba de suceder; se siente tan lastimado por el simple hecho de ver cómo acaba de herir a alguien más.

Marcos se levanta, ignorando la ayuda del Chico Bronceado, y mira a su alrededor para fingir que está bien. Cae en cuenta de que lo que él dice, se aleja mucho de lo que él intenta demostrar.

— Lamento lo que acaba de pasar —Responde el chico—. Realmente, lo siento mucho. No quería que esto sucediera. Quería enfrentarme a ese mismo espantapájaros que quiso llevarse a tu ex novia, pero ustedes estaban ahí por casualidad.

— ¿El Espantajo? Sí, yo tengo una historia con él —Responde Marcos, y luego mira al cielo—. Ya lo sabes de antemano.

— Me llamo David Jorge Mendez, pero puedes llamarme Deivid —El Chico Bronceado, quien se apoda Deivid, se limpia el pantalón y extiende su mano en búsqueda de estrechar la de Marcos—. Soy de quinto año y estudio en la San Thomas Dahlie. Puedes contar conmigo para cualquier cosa.

Pero Marcos mira su mano, y se niega a estrechar manos.

—Pues no me interesa —Responde—. Ahora mismo, quiero hacer algo. ¿Me lo podrías permitir sin pensar raro, por favor?

En el mismo instante que el recién llamado David asiente, Marcos sumerge su rostro en el hombro del otro. Pega un grito y sus lágrimas salen como chorros hasta humedecer la camisa del otro. Son las lágrimas de alguien que acaba de ser destrozado emocionalmente, y no se siente mejor tras romper con su ex.

— Me imagino que no debo preguntar lo que pasaba entre ustedes dos —Dice David, rompiendo la seriedad del momento.

Marcos se despega de su hombro y se frota los ojos.

— Es mi culpa.

Por esta respuesta, David solo se limita a mirarlo de hito en hito. Marcos comienza a caminar a través de La Cascada y David lo sigue a un metro de distancia. Pasan a través de los edificios, y Marcos llega a ver al Señor Héctor saludarle desde las cercanías de un auto parecido al “Kia” blanco que tenía su padre.

— Estas cosas, suelen pasar muy a menudo. ¡Te lo digo por experiencia! —Comenta David—. Estuve con una chica en el pasado, y la relación se fue en picado en el instante. Yo “descubrí” —lo dice apretando los dedos, enfatizando las comillas—: que ella, estaba con otro chico.

—¿Por qué el énfasis en ‘descubrir’? —Murmura Marcos, y lo mira de reojo—. ¿Acaso eres un detective?

— Lo supe sin necesidad de analizarlo, Marcos. —Responde David, y le da la impresión al otro de que está insinuando algo más: Un kóbisto, una habilidad oculta que él tiene—. Y créeme que por el mismo motivo por el cual lo descubrí, es que vine para acá.

Marcos se detiene y mira a David de hito en hito. Sea cual sea la cosa que le acaba de decir, tiene un misterio tan grande como el hecho de que lo estuviera siguiendo en el pasado.

—¿Qué pasa? —Pregunta Marcos, y se detiene. El otro hace lo mismo.

David lo mira en silencio, y luego aparta la mirada.

— Es fascinante cómo el destino nos cruza en momentos como estos, ¿verdad?

Ahora están frente al edificio donde vive Marcos, y debe entrar a su casa. Lo que acaba de decir David, le hace sentir indeciso si subir a su departamento para llorar, o preguntar a David el porqué de su respuesta. David hace un suspiro hondo, y hace una mirada reflexiva para pensar las cosas con mayor claridad.

— No puedo decírtelo directamente; alguien tomaría represalias y no quiero que algo estropee el momento. ¡Tampoco me preguntes el porqué! —Exclama David, y hace sentir a Marcos más confundido—. Solo quiero que hagas esto: Ve mañana a la escuela. Habrá misa sorpresa, así que deberás esconderte detrás de la puerta. Luego sal del salón cuando todos se hayan ido, y espera con paciencia a que nadie te descubra. Por favor, hazlo por mí. ¿De acuerdo?

David le sonríe al final, y deja un billete de cinco unidades sobre su mano. Luego, se da media vuelta, y se aleja caminando hasta perderse de vista. Marcos se queda ahí parado, mirando al punto en que David desapareció, reflexionando sobre la extraña conversación que acaban de tener.

(¿Qué diablos está pasando?).

Marcos sube las escaleras y entra a su casa. Al llegar a la mesa, nota una nota de color amarillo con una caligrafía elegante que llama su atención.

— “Hijo, me fui con mi ex cuñado. Debo hablar sobre algunas cuestiones importantes relacionadas contigo, ¿comprendes? Necesito tomar una decisión reflexiva sobre todo lo que está ocurriendo. El almuerzo está en el horno, y el refresco está en la nevera. También dejé algo para Francis y descargué una serie que a ambos les gusta. ¡Por favor, no hagan nada extraño! Te quiero mucho, nunca olvides eso” —La nota de su madre, Bepsi, concluye con estas palabras.

A Marcos le trae sin cuidado. Va hacia la cocina y abre el horno; espagueti con carne molida y salsa de tomate, que sigue emanando calor. Por lo tanto, su madre debió de haberse ido mientras Marcos perseguía a Francis, como también pudo habérselas arreglado para cocinar estando en silla de ruedas. Se la sirve junto con el refresco, en un vaso plástico del tamaño de una mano adulta.

(Qué cruel es el destino).

(Rechazas a la chica más bonita que se esforzó por cuidarte en estos tres años, Marcos; muy impresionante de tu parte).

(Siempre la cagas, Marcos. Ahora pregúntate, ¿qué pasará con tu madre y familiares? ¡Claro! ¡Morirán mientras tú estés ahí!)

—Basta, por favor.

De más de intrusivos, como si fuesen voces esquizofrénicas que le hablaran en forma de emociones y no voces; la depresión y la ansiedad, hermanas gemelas que le susurran en el oído. La imagen del cadáver de Carl, que debe de haberle crecido hongos y moho donde sea que se encuentre. Si habrá crecido una flor o una planta de mal aspecto… mierda.

—(¿Marcos?) —La voz de su papá, alertándolo mientras coloca el plato en la mesa junto con el vaso. Marcos teme volverse loco como su papá, y escuchar voces siempre fue lo que temió. Por favor, no hoy. Quiero vivir tranquilo, sé que ustedes (depresión y ansiedad) me dicen cosas que no son verdad.

(¿Y si ese tal David, es solo un peón más del destino queriendo acabar contigo? ¡Vaya, como muchas cosas ocurridas!)

— ¡NO PIENSES EN ESO, MARCOS! ¡NO!

Pero su voz solo es un eco que rebota en la sala hasta llegar a la cocina, con las ventanas cerradas sin dejar pasar el aire y el ventilador encendido, enfriándole la comida. Está solo, desamparado. La mente es el único lugar donde viajaría acompañado; sus mares de sangre y tinieblas no te los encontrarás en el mismo infierno.

(Vamos Marcos, sé que quieres hacerlo).

Sí, quiere hacerlo… porque ese deseo lleva desde que era niño. Tomar el hacha de su madre, que se ubica dentro de una caja en el cuarto de depósito, ir al Bosque Central y destruirlo. Pero eso llevaría a otra cosa.

Morir. Ver el origen de esos extraños sueños que tuvo hace un año. Ver en la cara a aquel hombre del cabello largo, y descubrir qué clase de trato hizo con Carl. Esto también significaría otra cosa: toparse con lo desconocido, que podría torturarlo por el resto de su eternidad.

Marcos deja su comida en la mesa y se dirige hacia el cuarto de su madre, revuelve entre las gavetas y encuentra un frasco lleno de pastillas, con una nota diciendo ‘CLONAZEPAN’. El ansiolítico de su madre. Sin saber qué está haciendo realmente, Marcos lo lleva a la mesa y lo destapa. Echa varios en su mano, junto al refresco. Una vez ve el montón de pastillas en su mano y la bebida, les hace el visto bueno. Su boca deja ver una sonrisa y su entrecejo se arruga, mientras su cuerpo se siente activo. Vivo, decidido a placer.

—Ya verás de qué soy capaz —Murmura en voz alta.

Antes de llevar las pastillas a su boca y, la otra mano en el refresco, alguien toca la puerta. Maldición, no lo dejan hacer nada, piensa Marcos. Se dirige a la puerta y la abre, descubriendo al señor Héctor con su vaso cervecero vacío.

— ¡Hola, Marcos! —Le dice con avidez, con una sonrisa simpática de un anciano.

—Qué tal, señor Hector.

— ¿No tendrán agua que me regalen? Donde duermo, no hay agua potable y tu mamá suele darme con regularidad —Responde—. ¿Tienen?

—No.

Antes de darse cuenta que en realidad sí tienen agua, Marcos le cierra la puerta. Ahora en la soledad, vuelve a tomar las pastillas y el refresco, listos para zampárselos todos en la boca. Un gesto de valentía, piensa. Nunca se había sentido tan vivo tomando una decisión tan importante. ¿Cuál decisión? Tampoco es que supiera las consecuencias. Marcos acerca las pastillas a su boca…

— (¡Pero dios, Marcos! ¿Qué mierda crees que estás haciendo?) —Vuelve a sonar la voz de su padre, pero esta vez desde detrás de Marcos. Gira sobre sus talones para ver el origen de la voz, con el cuerpo paralizado en conturbación. Los ojos de Marcos están como platos; su padre en serio está en la sala, observándolo con decepción. Tiene puesto su traje que tenía antes de su muerte y un rostro más vivo, y no apagado como antes.

—No, tú no eres real… —Solo logra musitar esto, porque no puede creer que su padre esté ahí, en carne y hueso. Debe de ser un chiste, ¿no?

— (¡Estuviste a punto de hacer algo estúpido, Marcos! ¿Puedes creerlo?).

Marcos pega una risa desesperada.

— ¡JAJAJA! ¿¡Y TÚ QUÉ POTESTAD TIENES, MUERTO!? —Le vocifera a todo volumen, con su rostro crispado y ojos desorbitados. Solo puede pensar en lo reciente, y no en qué ademán esté teniendo—. ¿¡ESO NO HACÍAS TÚ, ACASO!?

— (Hijo, eso…)

— ¡No, los muertos no hablan! —Le vocifera, con mayor fuerza. Como si lo solucionara, Marcos cierra los ojos con la mayor fuerza que sus cuencas permiten cerrarse—. ¡Tú no eres real y no me estoy volviendo loco! ¡Esto es solo otra… cosa del destino, sí! Vete al infierno donde estuviste o… —quiere romper a llorar— el hospital donde debiste despertar…

Una vez abre sus ojos, su padre ya no está. Nunca estuvo ahí.

(Maldita sea).

No, no se está volviendo loco. La esquizofrenia no afecta a gente tan joven y no de la forma que está ahora. Una voz intentando impedir que haga algo estúpido; qué original, porque a su padre le ocurrió lo mismo. ¿Dónde estuvo en estos tres años? Si es ahora, entonces solo significa que es cosa de su mente. Marcos luego se vuelve hacia la mesa y acerca las pastillas a su boca, más despacio. La parte interna de sus labios sienten la amargura de una de las pastillas, y el refresco pierde gas.

(Dios mío, ¿qué estado haciendo?).

Sintiendo como si el mundo quisiera caerse hacia él, Marcos devuelve las pastillas al frasco y tira el refresco, derramando un gaseoso líquido que se esparce en el suelo. ¿Qué estuvo a punto de hacer?

Luego el terror se cierra sobre él, ante la certidumbre de la nueva amenaza que amenaza contra su vida: él mismo. Teme por su vida y cómo él mismo pueda quitársela. Teme por esos episodios depresivos que pueden jugarle malas bromas. Él investiga en su teléfono la función del ‘CLONAZEPAN’ y descubre que alivia la ansiedad, pero no se la toma por ahora. Se termina su comida y recoge el vaso, sin trapear el contenido derramado en el suelo.

A las 7:30, vuelven esos pensamientos. Se toma un clonazepan y lo devuelve al gaveta con tal que su madre no se dé cuenta. A la media hora, su cuerpo se hunde en la cama y su mente se apaga; duerme como un oso hibernando.

Esto no es más que una serie de trucos emprendidos por ese ser para joderme la vida, piensa Marcos. La representación del injusto destino que lo persigue. Es probable que lo quiera muerto, para compensar el hecho de haber prevenido el fallecimiento de su madre. Sentado en su cama y con la luz encendida sin razón, ve a su hermano en la pantalla de su teléfono. Observándolo con recelo, culpa. Un aire de decepción marcado en la manera en que le da la espalda, recordándole la vez en que salió a buscar al Espantajo. Los rayos del sol se tornan color verdoso y oscurecido (¿no era de noche?) y una sombra se asoma por debajo de la puerta. Ese ser detrás, hace un roce de garras con la puerta, haciendo un sonido chirriante. El cuarto se hace más oscuro hasta hacerle sentir una presión en el pecho.

(Sé lo que hiciste y sé lo que harás).

Algo le toca el hombro, liberándolo del estupor. Marcos voltea, descubriendo a Francis encima de su cama. Acurrucándose con su rojiza falda de cuadros y una negra camisa, como la misma muerte. Mirándolo con lascivia, deseo; esa persona acerca su rostro hacia él.

(Los deseos reprimidos).

Pero Marcos no siente ningún deseo hacia ella, como si amarla no fuese algo que él quisiera en realidad. Como si toda su energía siempre estuviese en una sola cosa, a la que su cerebro intenta reprimir con medidas extremas. Ya comprende: Ese arranque, todo impulsivo y casi inconsciente, solo fue su cerebro reprimir ese deseo.

¿Cuál deseo?

Siente el frío de sus piernas y su cuerpo se mueve más ligero; ahora está en su cuerpo de niño de ocho años. En calzoncillos, como solía hacerlo en aquellos tiempos…, hasta que comenzó a pensar en Carl más seguido. Está obsesionado con él, y no cree que cumplir su deseo de vengar su muerte lo revierta. Solo San Thomas Dahlie revivía a los muertos, y harán falta 2000 años para que nazca otro resucitador. Sus ojos se recuperan de la niebla, dándose cuenta que está en las cercanías de Raki. Las gotas de agua flotan y las ondas permanecen sin cambios; el tiempo está detenido, como también la lluvia.

Sus ojos se posicionan sobre Raki, y su madre en el fondo. Sin su silla de ruedas como solía ser, antes de ÉL mismo provocarle esa discapacidad. Marcos camina hacia Raki, por curiosidad infantil, hasta que un chirrido de motor se oye desde lejos.

—¡Hey, Marcos! —Le grita la voz desde el fondo de la asolada calle. Esa voz áspera que había oído hace años, está aquí. Un auto de marca “Ford” conduce hacia Marcos con la velocidad de 200km/h, que no logra verse bien entre las gotas de lluvia. Aguzando la vista para ver al chofer, su corazón late con más fuerza.

(Maldito).

El rostro putrefacto del Espantajo, con sus manos puestas al volante. Junto a eso, el cadáver solidificado de su hermano, sonriente en regocijo. El auto da la impresión de hacerse más grande hasta acercarse, con la luz cegando la vista de Marcos. El chico camina hacia el auto en movimiento, pero luego siente cómo se le acalambra todo el cuerpo.

El auto lo atropella.