Marcos se halla de nuevo en ese frío bosque, donde antes su hermano había muerto paralizado por respuesta del microchip, tras haber forzado el uso de su don. Levanta su mano, y se da cuenta de lo delgada que es. Sus piernas son cortas, y el frío le azota hasta hacerle saber que su ropa no le queda. Se levanta, pero no tarda en caérseles sus prendas, a excepción de su camisa, que da la ilusión de formar una túnica.
Está encarnando al niño que él fue a sus ocho años.
(Otra vez aquí).
Pero Marcos no alcanza recordar lo que acaba de pasar. Un recuerdo vago, de una chica intentando ayudarlo y él viendo al niño de piel bronceada. Carl no está, tampoco su papá. La zona está desprovista de animales, insectos e incluso humanos; excepto las plantas como los árboles. Mientras camina hacia el frente, sus pies descalzos pisan una piedra. Su pie duele como mil demonios, y Marcos cae de glúteo al suelo.
(¿Esto es?).
Lo que accidentalmente acaba de pisar: Un diamante anaranjado, semitransparente que deja ver su interior marrón intenso. Marcos sostiene el diamante que generó su hermano, antes de fallecer.
— ¡Hola, Marcos! —Su propia voz de grande lo llama desde el otro extremo, con una voz resonante entre los ecos de desconocido origen de aquellos rebotes sonoros. Marcos levanta la vista para ver a otra persona, quien sostiene un hacha y lleva una sonrisa en las comisuras de su boca. Una expresión monstruosa y cubierta de tinieblas, de un hombre que con lentitud se está acercando al chico. Marcos siente el pulso azotarle su caja toráxica e intenta retroceder, pero vuelve a caer. En la impotencia de no estar solo en un sitio sombrío, se tapa la entrepierna descubierta por reflejo..Aunque él sabe que no tiene sentido, porque considera que no lo protegería de un hachazo en su frente—. ¿Quieres saber quién soy yo?
Aquella persona es el niño de piel bronceada del que había sospechado en el pasado.
— ¿¡Qué has hecho con mi hermano!? —Le vocifera Marcos, luego deja de importarle su privacidad y aferra sus manos al suelo, para luego retroceder a arrastradas—. ¡Aléjate! ¡No me hagas daño!
Ahora aquella persona, quien ya no es el niño bronceado, sino la misma persona de cabello largo, se encuentra frente a él. Su rostro está cubierto de tinieblas; un humo o niebla mental del que no se puede describir en imágenes sino en sentidos. Su cabello largo más alborotado y el hacha levantada, lista para dejarse caer sobre el indefenso Marcos.
— ¡Atrás! —Marcos le muestra el diamante de su hermano, como escudo en su contra—. ¡Si lo rompo esto, explota!
— ¿Y eso significa que moriremos los dos? —La voz ahora se escucha áspera, incomprensible. Gutural con una reverberación que cubre los oídos.
— ¡Pues es obvio! ¡Aléjate y olvidaré que existes! ¡En serio, por favor!
Pero el desconocido no baja el hacha.
— ¡Hazlo entonces! —Su voz tiene una monstruosa autoconfianza—. ¡Al fin y al cabo, eso es lo que busco!
(¿Qué?)
Vuelve a la realidad.
No se puede mover; además del terrible dolor que sentiría si lo hiciera, está cubierto de un revestimiento que evita que lo haga. Está enyesado en casi todo el cuerpo, especialmente las caderas. Le duelen los ojos. Le duele la cara. Le duele la mandíbula y la jaqueca le aflora desde las sienes. Siente la necesidad de rascarse la espalda, pero no puede; tiene que sufrir el dolor de tener una picazón que no puede parar. La luz es tenue, y la habitación es pequeña como tres cuartos de baño público.
Marcos hace el esfuerzo para voltear. Su mamá está a un lado, sentada en su silla de ruedas y no en el sillón marrón que está detrás. Tiene la mirada perdida, abstraída, posicionada en el suelo y unas lágrimas que recorren sus mejillas hasta entrar en su boca.
—Mamá… —Gime Marcos, con la voz ronca y la presión en su pecho—. ¿Mamá?
Su madre lo mira a él, atónita. Se acerca con desespero y observa el rostro de su hijo, como si no creyera algo. Como si no le quedaran palabras, qué decir o expresar lo que va a decir.
—Mi hijo querido. Dios mío, gracias. Gracias —Solloza, y la represa de lágrimas rompe en un instante. Gritos, alaridos y agradecimientos al señor; el sonido llena el cuarto, a través del corto espacio. Marcos también siente la necesidad de llorar; escuchar algo así, haría llorar a cualquiera. No obstante, tiene otra cosa en mente. ¿Qué pasó?, se pregunta Marcos. Habría sido en aquel momento donde salió con su papá, pero no recuerda el porqué. Marcos despertó desde dentro del auto.
(Tal vez fue Rostie. Él me atropelló y me dejó así).
Pedazos de memoria que no puede conectar, pero no lo suficiente para que se considere una amnesia total. ¿Dónde está su papá? Solo ve a su madre a su lado, pero su papá no está en ningún lado. ¿Qué le pasó? Él cree que estuvo en el auto.
— ¿Y papá? —Pregunta Marcos, intentando soportar la presión que siente en su pecho—. ¿Él…? —su cerebro intenta echar mano a sus recuerdos, pero no está seguro. Marcos se arriesga a hacer una afirmación insegura—. ¿Estaba conmigo?
—Hicieron lo posible para salvarlo, pero no pudieron.
El corazón de Marcos se acelera; el monitor cardiaco tintinea y su respiración se altera.
— ¿Qué, mamá? ¿A quién?
Pero la pausa solo empeora las cosas; Marcos se desespera. Su madre inhala tan profundo pero tembloroso, que exhala con sollozos. Parece estar agarrando valor para decirle algo.
—Mamá… —Prosigue Marcos.
—Tu papá partió de este mundo.
(Qué cruel es el destino).
¿Hace cuanto que no veía a su padre?
(¡Carajo!).
Cree que esto no puede ser más que un mal sueño del que puede despertar. Sí, un posible sueño doble que involucre un futuro alternativo y Marcos deba salvarlo. A Marcos le viene una sensación horripilante de ser un asesino en serie, sin siquiera saberlo. Un asesino bajo el manto psicológico de un chico inocente y vulnerable, quien no sabe el daño que él mismo está haciendo.
Marcos busca despertar, con mayor desesperación. Está esmerado en mirar al techo raso y ver algo, como al sujeto de cabello largo de aquel sueño o visiones extrañas. Que todo sea, en realidad, parte del sueño que él tuvo a sus ocho años. Esa horrible pesadilla del Espantajo que no puede olvidar.
(Despierta, coño).
—Sufriste un traumatismo craneoencefálico, más grave que el que te dejó Carl. Aparte de los daños múltiples, estás bien y no hay señales de daños a los nervios; no obstante, tienes la cervical lastimada —Responde su madre, ahora extraña. Sin emoción en sus palabras y recurriendo a explicaciones técnicas… (¿Cómo se llama?). Intelectualización, es la primera palabra que se le viene a la mente. Lo había escuchado en un documental de psicología freudiana—. Pero tu papá sufrió una fractura en el cráneo, entre la frente y la ceja. Las personas que lo chocaron creyeron que estaba bien, pero en realidad estaba muriendo. A ti te vieron, Marcos. ¿Por qué no les dijiste? ¿Qué mierda hacían ahí?
El destino es cruel; algo bien sabido. Pero, ¿cómo hizo para hacer eso? ¿Habrá matado a su padre, usando al mismo Marcos? Pues su memoria hace el ‘Jamais Vu’ de decirle que sí lo había acompañado; pero ¿por qué? Marcos no puede evitar entrar en una vorágine de ansiedad e incertidumbre ante lo que acaba de pasar. Ante el hecho (casi posible) de que esto no sea un sueño. La realidad; la cruel existencia que nos engloba a todos en una esfera que, en algún momento, nos ha hecho pensar en el vacío de las repercusiones de nuestros actos, que al final se reducirán a la nada misma.
— No lo recuerdo —Marcos no puede llorar. No puede hacer una sola reacción, aunque todo esto sea la realidad.
Bepsi suspira.
—Tu papá siempre fue tan neurótico, ¿no? Le dije que fuera a un especialista más seguido, pero nunca me escuchó.
(Estoy seguro de que sí fue; si tiene medicamentos, entonces también la receta).
Lo habrá ocultado hasta ese día, tal vez, piensa Marcos.
Alguien toca la puerta. Tres golpes de madera procesada a los que Bepsi se toma la molestia de acercarse, yendo poco a poco y luego empuja su silla de ruedas. Su poder de levitación da la impresión de que ella está sobre hielo. Alcanza el pomo y abre la puerta, lo que revela a través de la luz intensa una chica. Un poco gordita, con una falda que le llega hasta las rodillas y una camisa abotonada que presiona con ligereza su pecho casi plano. Tiene un ademán nervioso y tímido por la manera en que juguetea con sus dedos que tiene ocultos por detrás de su muslo. El detalle es minucioso. Su piel es blanca, y un poco pulcra. Marcos recuerda haberla visto en alguna parte.
— ¿Quién eres? —Pregunta Bepsi.
— ¡H… Hola! —La chica busca estrechar manos con la mujer, pero al ver su ausencia de respuesta, queda con la vergüenza—. Bueno… ¡Me llamo Francis! Mi papá me quiso llevar a un neurólogo, pero… digo —Esta inseguridad al hablar, hace que acabe de ‘cortar’ su enunciado—. Chocamos con… —Se corta—. ¡Lo siento, si esto es algo sensible! Me abruma un poco esta situación. Lo siento si… estoy un poco acelerada.
(Qué chica tan rara).
Los ojos de Marcos están cansados de forzarse a mirar, ya que su cabeza esté apuntando hacia arriba. Se limita a escuchar, pero antes de quitarle la vista, puede percibir una mirada de reojo llena de culpa por parte de la recién llamada ‘Francis’.
—Lamento su pérdida —Prosigue la chica—. Sé que esto no es fácil; hemos visto la escena.
—Bien, bien —Responde la madre de Marcos, con un tono adusto—. Ahora quiero ser yo la de las ‘exposiciones’ largas que tanto estás diciendo. ¿Y si en vez de vomitarme toda esa verborrea que parece venida de un payaso con disfemia, me respondes una pregunta? —Francis hace el ademán de responderle, pero no es su turno para hablar; Bepsi la interrumpe—. ¿Por qué no ayudaron a mi marido?
—Creímos que estaban bien. Ese chico estuvo tan entusiasmado por… —Francis se corta—. Digo, quería con fuerza ir a Raki. Mi papá me dijo que los dejara tranquilos y… —se corta, otra vez—. ¡Digo! ¡Mi papá creyó que…!
— ¿Puedes responderme la maldita pregunta, sin estar tartamudeando como si fueses una mono-neuronal? —Reclama Bepsi, cuya voz no suena afable y cariñosa como antes parecía. Ahora es la voz de una mujer encolerizada, interpelante. Su mayor esfuerzo de autocontrol parece centrarse en soportar los titubeos de Francis.
This story has been taken without authorization. Report any sightings.
La chica parece musitar una palabra que Marcos no comprende. La chica luego reacciona.
— ¡Mi papá me dijo que no los ayudara! Por cierto, ¿vieron lo de la TV?
(¡Eso!).
Una oportunidad para recordar lo sucedido es ver las noticias, si es que lo que acaba de pasar tiene que ver.
— ¿Puedes encender la TV? —Pregunta Marcos, con ronquera—. Quiero saber qué sucedió (dios mío, la cabeza me duele).
La chica, ‘Francis’, mira a Marcos con análisis en su mirada. Se acerca mientras alcanza el televisor CTR (qué antiguo, dios), y el chico no puede evitar preguntarse el qué hay por debajo de su falda.
Francis enciende el televisor, que tarda en dar imagen en los primeros segundos, y el audio se percibe a todo volumen. Bepsi vocifera imperante para que lo baje, a lo que Francis responde con una rigidez y la baja hasta el 40%.
El Noticiero dice:
DOBLE ACCIDENTE EN LAS CERCANÍAS DE RAKI: UN MUERTO Y UN HERIDO.
En tiempos recientes, específicamente en un lluvioso 8 de febrero del 2026, ocurrió un accidente en la Avenida Silenciosa. Un joven, Marcos Dwaine Pulchmer, de 12 años, con su padre Marcos Castillo (ambos mismo apellido), fueron vistos conduciendo un auto a altas velocidades. Los testigos vieron cómo ambos colisionaban con el coche de un padre y su hija, quienes salieron ilesos; no obstante, Marcos Dwaine y Marcos Castillo terminaron heridos. Por razones desconocidas, el hijo salió del auto rechazando la ayuda y corrió hacia las inmediaciones de Raki, tienda departamental de la Avenida Silenciosa, y fue atropellado por un auto “Ford”, cuyo conductor fue identificado como “Xavier Crohn” de 74 años. El pequeño de doce años está en cuidados intensivos, el padre no resistió a las heridas y falleció poco después de la operación. El responsable tuvo que pagar los daños. Mientras tanto, el padre y su hija, quienes pagaron por el anonimato, deberán enfrentar repercusiones legales. La fiscalía fija ocho años de suspensión y dos de cárcel; pero sigue discutiéndose. Esto es El Noticiero.
Vaya, con que ella es la (hija de puta) responsable de la muerte de su padre. A Marcos se le hace interesante, y su cerebro recupera todas las piezas del rompecabezas restante. Lo único que le falta es recordar por qué salió con su papá y el transcurso.
— ¿Puedo hablar contigo? —Le pregunta Marcos a la nerviosa Francis, quien vuelve a responder con su característica rigidez para moverse. Marcos está dispuesto a hallar un culpable y preguntarle qué pasó. Satisfacer su necesidad morbosa de culpabilizar a alguien por lo que le pasó a su papá. Pues, está claro de que nunca lo verá.
—Está bien. ¿Qué quieres?
Sus pies duelen y, mientras pasa a través de la entrada del hospital y la subida, amén del guardia con traje de militar que vigila la entrada, observa con curiosidad a las enfermeras esperando en sus sillas metálicas. Doctores en todos lados y carteles con secciones como “Hemoterapia”, “Cuidados Intensivos” y “Traumatología”.
— ¿Hola? —Pregunta el chico a la nada, pero sí debería dirigirse a las múltiples mujeres (casi el 90%, posiblemente enfermeras… dios) que conversan entre sí. Le sorprende que la mayoría sea subida de peso o tengan baja estatura, y no le gusta pensar en que están cumpliendo estereotipos.
— ¿Ah, diga? ¿A qué viene? —Pregunta una de las enfermeras, terminando de conversar con una de sus compañeras.
— ¿Habían traído a un niño atropellado aquí? El de las noticias, digo.
La enfermera lo mira de hito en hito.
— ¿Cuál de todos? —La mujer se acaricia la barbilla; piensa y escarba a través de su amplia biblioteca mental—. Uno ingresó por fractura de piernas, otro por… dios, no me acuerdo.
(Qué inútiles, dios mío. Si entendieran).
—Uno hace días —El chico hace lo posible para mantener la calma. Aguantarse la desesperación por encontrarlo, y que no descubran sus intenciones. Sabe que si un doctor llegase a ver su insistencia, sospecharían de inmediato—. Creo que se llamaba Marcos.
— ¿Usted es su familiar?
Una mentirijilla toda inocente; al fin y al cabo, la mentira no hará nada de daño. O al menos no tanto como debió de hacerle aquel accidente.
—¡Soy su hermano! El mayor de hecho… creo que soy el favorito. Lamento la muerte de mi papá —David se da cuenta de que su oración suena tan falsa como aplaudirle a su compañero después de una exposición.
— ¿Él tiene hermanos?
—¡Sí, pero los medios no lo dijeron! Sabes que son bien superficiales, con sus amarillentos carteles tipo “¡LO MATARON A MACHETAZOS POR PEDIR QUE PONGAN MÚSICA CLÁSICA!”. Sabe muy bien cómo tratan a los parientes lejanos. ¿Le digo cuantos reporteros se necesitan para cambiar una bombilla?
— ¿Qué? ¿Cuantos?
— Uno para pone la escalera y montarse, otro para tirar al... infortunado de la escalera, ¡y otro que observa de lejos para informar del malnacido que tiró la escalera! ¿Entiende?
(El mejor comediante).
La enfermera, con su ropa blanca y cabello amarrado, se levanta de su silla y se dirige al pasillo. No sin antes mirar al chico por encima del hombro.
— ¿Cómo se llama?
—David —Responde el chico, y esto sí es una verdad. Está consciente de que el chiste que acaba de hacer, fue de pésimo gusto para las circunstancias en las que él está fingiendo; pero a la enfermera no parece importarle.
—Bien, lo mando con Marcos. Su madre se ve muy afectada; me siento mal por ella. Ustedes parecían clase media y se rumoraba que tu papá quebró la empresa tras la muerte de su hijo, Carl. ¿Ese también lo conociste?
— ¡Bueno, el resto es personal! ¿Alguna otra cosa? Quiero verlo de inmediato, que me cansa estar respondiendo preguntas.
La enfermera invita a David a seguirla y camina a través de los angostos pasillos del hospital. Los ancianos esperando en sus sillas metálicas y doctores recorriendo, amén de los casi extintos enfermeros. No hacen más que robar aire, piensa David. Si acaso este lugar está ventilado o la economía los haya devastado tanto en los últimos diez años.
Mientras observa el suelo y camina en piloto automático, en su irrealidad llamada mente, puede recordar aquel instante que fue hace una semana. El fallecimiento de sus padres que se llevará a cabo en algún momento de su vida, del cual no sabe. A manos de un ente, parecido a un espantapájaros, que también asesinó al chico que él intentó salvar. Esos sueños no fueron más que el inicio de su declive emocional, pues no paraba de pensar en eso todos los días. Noches, mañanas y momentos felices donde su padre salía con ellos; no hacía más que asustarse, y lo sigue haciendo.
Pero algo que le causa curiosidad, es el chico que está a punto de visitar. No sabe por qué hizo lo que hizo, pero sí lo horrible que fue presenciar aquella escena. El chico que se apareció tan de repente y violó toda regla que tiene su visión futura. Se supone que aquella tienda tenía que explotar y debía de saldar con, el periódico diciendo “ATENTADO EN RAKI DEJA 976 MUERTOS Y 134 HERIDOS. CARTEL DE RONZOATI SE PRONUNCIA” mientras él vería la televisión. En este caso, no ocurrió.
Una vez intentó ganar una apuesta cuyo resultado ya sabía. Apostar al luchador y ganarse el dinero; no obstante, se durmió en ese mismo instante. No sabe si fue por el ansiolítico que se tomó para evadir esos pensamientos, o por el hecho de que él estaba a altas horas de la noche. Solo sabe que no es la primera vez que ocurre algo así, y es como si las predicciones se forzaran a cumplirse. Todo tiene una causalidad, pero le parece aterrador cómo aquellas causalidades le ponen en su contra.
Mientras se acerca más a su destino, no puede dejar de pensar en aquel chico. Cree haberlo visto en el acto cívico (qué lindo su cabello) y es probable que sea esa persona al que estuvo mirando en todo el rato. Supone que es aquel niño que vio hace cuatro años, cuyos gritos no hicieron más que decirle que sus esfuerzos por cambiar el futuro son inútiles. Solo un espectador que, en un día como antes de ayer, quiso quitarse la vida en el interior de Raki mientras su mente estaba en las nebulosas. Voces internas e insidiosas, diciéndole que su poder no predice el futuro, sino que lo escribe. Que él será quien matará a su familia, y su muerte los salvaría. Quiso formar parte de las víctimas, pero tampoco pudo; eso no estaba en la predicción, pero tampoco sabe el PORQUÉ RAKI NO EXPLOTÓ.
He aquí delante de la puerta, donde verá al chico y le preguntará. Está por acercar su mano al pomo, pero de pronto alguien toma el brazo de David con fuerza.
—David, ¿qué coño haces aquí? —Su padre, un hombre alto con camisa de cuadros y un pantalón bluyín que resalta su peso mayor al promedio. Tiene cabello ondulado y peinado hacia los lados, pero lo que primero nota la gente al verlo, según le habían contado, es su sonrisa que irradia paz interior.
David se siente incómodo; no sabe qué responderle.
—Él me dijo que era familiar de Marcos, ¿quién es usted? —Le pregunta la enfermera al padre de David.
—Lo siento, pero yo no conozco a ningún Marcos, excepto mi ex colega fallecido —Responde el hombre, y luego se vuelve a su hijo—. Hubo un malentendido, ¿a qué viniste, hijo?
— ¡Pues quería hablar con él, papá!
— ¿Por qué? ¿Qué tiene él que tú quieres? Vamos, que se hace tarde y debemos comprar el refresco —pronunciado como fresco’.
Pero David siente un nudo en la garganta cada vez que se imagina así mismo, diciéndole a su padre sobre su predicción. Que morirán a manos de un ente responsable de varias desapariciones en el Bosque Central. ¿Cómo reaccionará su papá? ¿Cómo reaccionará su familia? Están viviendo en un buen momento, y no quiere estropearlo. Sabotear el día del cumpleaños de su hermano Beto (no excusas, David), aunque tampoco querría decírselos después.
—Por nada, papá. Vámonos —Responde David, volteándose hacia la salida—. Me aburrí y quería hablar con alguien; lo simple.
— ¿Y ese montón de carajitos que se despedían de ti en el liceo? Pon un poco de control, David. Me gusta que seas social, pero mantén distancia al menos un poquito.
—Dale —Dice David, farfullando.
Ambos se encaminan hacia la salida y mientras pasan por la bajada (¿y si alguien es discapacitado?), sigue pensando en aquel chico. No sabe si decirle chico o niño; doce años son suficientes para decir chico, pero también le dicen niño. Salen del hospital y están de cara al intenso sol, contrastando el frío de la lluvia que los azotaba varios días desde antes de ayer. Hay autos estacionados alrededor, en este caso del “Terios” de su padre. David entra al auto, junto a su padre.
— ¿Y qué dicen tus predicciones, David? —Pregunta su padre mientras enciende el motor.
David suda frío.
—Que viviremos felices por el momento.
(Por el momento).
— ¿Ni siquiera una pelea de boxeo donde podamos apostar?
David pone los ojos en blanco.
— ¿Sigues recordándome a ese momento? Dios, yo era un imbécil. Quiero que a la próxima te encargues tú —David se desternilla en risas, aunque no cambie nada que su papá apueste— ¡Yo tengo mucha mala suerte!
—Y otra cosa: Yo no olvido lo de esa vez. Por favor, no te vuelvas a escapar y avísame a la próxima. Me preocupó que corrieras del estacionamiento hasta Raki. ¡Incluso lo estuvieron a punto de explotar!
—Sí. A la próxima te aviso para ver las prendas que venden ahí. Esos pantalones bluyín, como el que llevas puesto, se ven de buena calidad.
Su padre ríe.
— Vamos un día de estos. ¿Quieres un helado? No le diré nada a tus hermanos.
David niega con la cabeza.
—No. Quiero que me compres algo, si no es mucha molestia. Un librito pequeño.
— ¿Para tus tareas?
David lo mira con recelo, y luego hace una sonrisa.
—Quiero escribir un diario. He leído que trae beneficios psicológicos, especialmente para adolescentes como yo.
—Pues está bien.
Conducen hasta la calle Onda Vista y entran a la ‘Librería Onda Vista’. Es pequeña y angosta, donde el mostrador lleva un vidrio que lo separa de los clientes. Hace seis años que, un extremista chino usó su don de crear organismos vivientes para crear un patógeno que costó erradicarse hasta 2022. Todavía hay algunos signos de daño permanente y trauma; explica las calles solas y poco concurridas.
No le gusta la idea de escribir un diario en un medio tan volátil y propicio a ser hackeado como un teléfono móvil. Al que suele instalarle todo tipo de apps y videojuegos para distraerse de su ansiedad de predecir el futuro. Ambos conducen de Onda Vista hasta la Calle Lázaro. Entran en la Urbanización Los Procedimientos, donde el “Terios” sufre turbulencias ante el número alto de baches, que hacen al padre de David proferir una queja.
Se bajan del auto y se hallan delante de una casa, grande como una mansión, pero no como un edificio desde afuera. Ambos entran, y David se sorprende por el decorado de la casa. Globos en las esquinas de las blanquecidas paredes, mesa grande con un florero de rosas artificiales encima. Las chicas ríen desde la cocina de arriba, y se oye el eco en toda la casa.
— ¿Y el cumpleañero? —Pregunta David.
— ¡Dios! —El padre de David reacciona desconcertado, mientras lleva su mano hasta su cabeza. Por un momento, David se pregunta si su hermano Beto, quien cumple 12 años hoy, se había perdido—. Se me olvidó el fresco’. Salgo rápido a comprarlo…
David lo detiene.
— ¡No, no! Descansa, que fue por mi culpa, que no lo compraste. Yo lo compro en la bodega de la esquina —David usa una sonrisa afable y sincera; su papá, olvidadizo y tonto en ocasiones siempre debe lidiar con sus problemas. ¿Por qué su hijo no? Ya tiene catorce años.
Su padre asiente, y David sale de la casa. Camina a través de Los Procedimientos, y observa su entorno con una abstracción en sí mismo. No suele ensimismarse en sus pensamientos, pero hay momentos donde es inevitable. Los niños jugando y los adultos charlando, le recuerdan a aquel tiempo donde vivió en La Cascada. Donde vio a ese niño, quien se convertiría en la persona que burlaría sus visiones.
(El destino).
El mundo posee un equilibrio fascinante, pero también es perturbador; no es posible que todo esto no haya sido destruido, por algún usuario que haya nacido en estos diez mil años de historia (desde el Homo sapiens). Si nacerá un viajero en el tiempo y haya viajado al pasado para estropear algo… ¿Posibilidades? Hay muchas. El chico que no pudo salvar, pudo haber volado todo el bosque con un simple cristal. A todo este equilibrio fascinante, David le llama “El Karma”, o también con el sinónimo “El Destino”.
El cruel destino que lo está llevando a pensar en esto, y no sabe el porqué. Ha tenido pensamientos sobre, por ejemplo, confesarle a su familia lo que les va a pasar. ¿Por qué no lo ha hecho? Porque tiene miedo. Condenar a una familia tan feliz y próspera, casi perfecta, a la paranoia por culpa de su hijo vidente. ¿Por qué tiene miedo? Porque el destino lo desea. Él no lo hace porque tenga miedo, sino porque el destino no quiere.
(Más ideaciones paranoides, dios. Otra vez la ansiedad).
De cara a la bodega, selecciona un refresco de cola de tres litros. David asocia el Lector Pinza con una cadena que lo tiene atado. Alguien preso del destino, que solo vive de espectador ante lo horrible que va a pasar quién sabe cuándo. Puede ver a su padre en la esquina, a sus hermanos por encima de la ventana del edificio y a su madre como vendedora; espejismos que ha adquirido desde aquel momento donde falleció el chico, quien se llamaba Carlos. Curiosamente, hermano del chico que está hospitalizado. ¿Se está volviendo loco? No lo sabe. Tampoco si es un ataque paranoico que propicia aquellas alucinaciones, de las que está completamente consciente.
Los árboles como los futuros cadáveres de sus padres y hermanos, vistos como figuras petrificadas y sus rostros cubiertos de desesperación. El refresco como el alcohol que estaría bebiendo después de lo sucedido. David teme a volverse loco, y teme a perder el control hasta el punto de decírselo a su familia. Si es que su propia locura lo llevará a decírselo a su familia, y de alguna forma esto los lleve a su muerte.
(Su hijo padece de trastorno de ansiedad generalizada. Muy raro en niños. ¿Han tenido ustedes un problema, o algo?) —El psiquiatra, cuando David tenía once años.
(¿Qué? No, doctor. Ese diagnóstico está incorrecto, porque jamás hemos tenido un problema así. Ninguna pérdida, ni traumas… ¡Dios! ¡No creo que cuente el momento en que se cayó de su cama a sus once meses! ¡Si el psicólogo hasta vio extraña la cosa!) —Su padre, con los ojos puestos como platos. Incrédulo durante todo el rato, pero no le tomó tiempo aceptarlo. Comprar ansiolíticos a un niño de esa edad, debe de ser traumático.
David se dirige a su casa, mientras un niño con la máscara de un espantapájaros de película de terror, juega con su hermano. “¡Yo soy El Cosechador! ¡Ja, ja, Ja!”, y un “¡Vamos, así no se juega!”, que no opacan ni la sensación de ver al mismo Espantajo en aquella máscara, a juzgar por la distancia del otro lado de la calle. Por supuesto que el Espantajo no se parece al personaje de ficción proveniente de una película estrenada en el año 2025, llamado El Cosechador, ni en lo más mínimo; tal vez la textura de ‘madera’ se le haga familiar. David entra a su casa, deja el refresco en la gigantesca mesa y sube por las escaleras hasta toparse con su cuarto. Desordenado como sus pensamientos, y mete su cabeza en la almohada.
Qué hará, pues no lo sabe; no puede permitir que su familia sufra algo así. Pero hay cierta certidumbre lo hace pensar un poco en su situación. Si Raki debió explotar en aquel instante, ¿por qué no lo hizo? ¿Acaso ese chico tendrá el poder de cambiar el futuro?
David arranca el revestimiento plástico de su diario y comienza a escribir. Pues no sabe el resultado, pero sí sabe que debe arriesgarse; ese chico podría tener la clave para poder burlar el destino y salvar a su familia de una posible catástrofe. Y así lo decide:
(Conclusión del 10/2/26 – No estoy seguro cómo, pero lo haré. Haré todo lo posible para acercarme a él, aunque el karma busque evitarlo. Un chico que ve el futuro, con uno capaz de cambiarlo; el dúo destino).