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Errantes del Destino [español]
Capítulo 5 - Lo que se Debe Hacer

Capítulo 5 - Lo que se Debe Hacer

Algo hace resonar un grito tan alto, desgarrador y ensordecedor que hace vibrar en los tímpanos de Marcos hasta rebotar en el interior del coco. Responde con alaridos, levantándose del pupitre y apartando todo lo que está en su camino. No puede ver nada más allá de su necesidad de huir. Algo lo empuja con un golpe en el pecho, y lo tropieza de costado. Cuando se relaja, puede oír como los ojos de los demás centellean en carcajadas. Rostie también, todos.

— ¡Te dije que iba a caer, Juan! —Le dice otro niño. Rostie farfulla “¡Que mi nombre no es Juan!”—. La Caja del Miedo siempre funciona.

La Caja del Miedo. Marcos se hace una idea de qué es: un don que funciona como los sustos de internet, que debería activar el sistema límbico y crear un escenario basado en tus peores miedos, todo en solo un instante. No se lo preguntes a él; lo acaba de escuchar del mismo Rostie “Juan”, explicándoselo a uno de sus amigos. Marcos se siente tan avergonzado que desea tirarse del borde del edificio; pero la institución solo tiene un piso.

(Caja del miedo. Caja del miedo. Caja del miedo)

¿Por qué iba a soñar con algo así? ¿Quién (coño de la madre) era ese sujeto que lo estuvo arrastrando? ¿Por qué dijo esas cosas? ¿Qué fueron esas tres entidades que le mencionó o por qué? Debe procesarlo mejor, y no ahora. Puede ver como aquella chica, bonita y morena, y con un espeluznante parecido a su madre —Del que Marcos se incomoda pensar—, darle una bofetada a Rostie y reprocharle. Marcos está a seis pupitres de la zona, solo y solo oye a los demás hablar. Luego la chica se le acerca, con su mirada fuerte.

—Disculpa —Dice la chica, apartando la mirada de Marcos—. Es que no sabía cómo actuar y pensé que si me reía, liberaba el ambiente. Rostie es un imbécil con autoestima baja; lo sé porque soy amiga de él.

Porque tenemos doce años, piensa Marcos. Ahora comprende esas películas que solía ver con sus padres mientras comía palomitas. Todos, incluso el más hijoputa del salón, se sienten solos aunque estén con mucha gente. Todos están en proceso de ensayo y error con su comportamiento. Todos tienen su incertidumbre, aunque uno más que otro. Adolescentes que dependen emocionalmente de sus parejas o le entran a los estupefacientes, en el peor de los casos. De seguro, ellos también lo tienen en cuenta… pero el instinto es instinto. No es posible dejar de ser así, porque es una etapa.

— ¿Eso significa que te gusto? —Dice Marcos. Ensayo y error; dos palabras que se dice en su mente, mientras suelta la mayor falla que puede salir de su boca. La chica lo mira con asco y se despide, dándole la espalda. Preferiría fustigarse así mismo, pensando en cómo lo humillaron y posiblemente lo traten de vulnerable todos, que pensar en lo que lo han hecho visualizar en esa caja.

Solo le enciende esa chispa de rencor, que prende fuego a toda su biblioteca mental hasta llegar al centro de su neocórtex, llamado, según Daniel Goleman, “El cerebro racional”. Aquel que solo sintió cuando descubrió el cadáver de su hermano, y cree también haberlo sentido cuando sus padres no le creían su historia.

(El Espantajo).

El profesor de Castellano no llega y pasa hasta las 8:30. Viene el profesor de Geografía, Historia y Ciudadanía, pero habla cosas triviales que no involucran tarea, como la presentación. Receso a las 10:00 am hasta las 10:20 am. Matemática a las 10:20 hasta las 11:50, sin nada. Religión a las 11:50.

— ¿Sabían que la historia de los sujetos que dieron luz a la humanidad, no es como la pintan los textos? —El profesor, con su camisa de cuadros y con un tau como collar.

(¿Qué esto no era un liceo religioso?).

—San Thomas Dahlie pudo ser un santo, pero también un auténtico científico. Sus hallazgos, como la muerte cerebral y sus indirectas aportaciones a la biología, lo llevaron a valorar ese don que tiene. No conforme con revivir a su madre, resucitó a un hombre que llevaba muerto mil años. Ese hombre veía el pasado de los objetos, así que San Thomas le hizo una pregunta simple. ¿Saben cuál era?

Los demás alumnos permanecen en silencio. Solo uno responde.

—Ya sé cuál —Rostie “Juan” se levanta. Todos los demás lo miran expectantes—. “Basándote en tus conocimientos del pasado, quiero que me digas: ¿Qué es mejor, los muslos o los pechos?”

Los demás se desternillan en risas. El profesor observa con incomodidad, pero luego también sucumbe a la risa, que tan contagiosa es. En la pizarra aparece una imagen, como de un proyector, de un hombre que lleva una túnica y una barba poblada; San Thomas Dahlie. El profesor tiene el don de proyectar imágenes sobre una superficie, supone Marcos.

—Esa pregunta es interesante y solo te la respondería un carnicero; pero no. Le preguntó... ¿Los padres de la humanidad, pero existieron en realidad? El hombre se sabía la pregunta, pero no pudo expresarla; existió antes de la era común. Resulta que hay hallazgos del padre, pero de la madre solo un pequeño rastro. No ve que ella haya muerto, y solo pudo sentir una presencia merodeando, errando.

— ¿Y por qué siguen tomando el primer libro de los textos sagrados, como verdad, si se supone que la madre sigue viva? —Pregunta una niña.

—Porque no hay evidencias materiales que lo concreten. Se volvió humana y tiene el pecado, al igual que el salvador cuando llegó a la tierra. ¿Qué haría en estos momentos? Quizás merodear por ahí. Quizás está dentro de una cueva, o habrá muerto en otra parte. Quizás fue enviada al castigo, que es lo más probable.

— ¿Por qué nos hace esa pregunta? —Pregunta Marcos, quien siente que no puede quedarse callado por la curiosidad.

— ¿Por qué no lo haría? ¡Enseño religión! Pero no soy de esos básicos. Eso va para el Plan de Evaluación, cuyo nombre oyeron de los otros profesores.

El horario pasa sin pena ni gloria, aunque esa exposición quedará grabada en su mente. Marcos camina a través de la amplia sala y sale con los demás amontonados, hasta llegar hasta afuera. El exterior posee la amplitud de un campo de futbol, y puede suponer que antes fue uno. Los arcos metálicos, la arena y las incontables palomas que se asoman, van en grupo y revolotean cuando un auto pita. El chico piensa: Las chicas hermosas de quinto, con sus cuerpazos y sus caritas pulcras. Marcos se queda mirándolas, analizándolas de pie a cabeza.

Hasta que padre se acerca y le tiende la mano. Caminan a través del lugar y salen de la fila de autos hasta llegar a las inmediaciones. Marcos pide un helado y su padre se lo compra a un señor ubicado cerca. Un helado de bolsa "teta", de limón.

—Enseñan beisbol cerca de aquí —Dice su padre, mientras ambos entran al “Kia” —. ¿Te apuntas?

—No —Replica Marcos, quien está absorto en lo ocurrido en la clase de castellano—. No me gusta el deporte.

Su padre cambia a primera y hace arrancar el auto.

—Hijo, ¿entonces qué te gusta?

—No me gusta nada.

Su padre lo ve con extrañeza.

—Debo coordinar con tu madre para llevarte a un especialista, o tal vez alguien que te oriente mejor. Discúlpame por lo ocurrido hoy —Responde el padre, y luego gira el volante hasta pasar por las cercanías de la Iglesia San Thomas Dahlie—. Es complicado explicártelo, pero créeme que los quiero mucho. Tal vez haya tenido la culpa de lo ocurrido con Carl, pero por favor, no creas…

— ¿Por qué un padre, empresario, querría abandonar a sus hijos? Ni siquiera mencionaste que ibas a mandarnos dinero, si es que tanto nos quieres. ¡Hay una discapacitada en la casa, papá!

Marcos percibe cómo su papá traga saliva.

—Lo más que puedo pagarles, es mi seguro de vida —Responde Castillo, con triste ademán—. Debo contarte algo que nunca le conté a tu madre, y es que estoy enfermo. Vengo medicándome desde hace tiempo, pero me dan estos… llamados “fases de afecto”, y me impiden tomarme mis dosis correctamente. Básicamente, estoy en mis momentos irascibles, y créeme que duelen más de lo que te puedes imaginar.

— ¿Cómo que “Fases de Afecto”? ¿A qué te refieres con estar enfermo, papá? —Pregunta el chico, quien a pesar de tener una idea preconcebida, quiere que su padre se la aclare.

Pero hace un silencio abrupto, dejando oír el auto y el viento pasar a través de las vitrinas. El parabrisas recibe chispazos de agua y el tiempo se torna nublado; está lloviznando. Antes de Marcos interpelarle, suena una melodía desde el teléfono de su papá. Castillo saca un teléfono pequeño y de aspecto barato de su bolsillo, luego deja una mano en el volante para responder a la llamada.

— ¿Qué harás? —Pregunta Castillo a la persona de la llamada. El padre de Marcos asiente y sus dedos dan pequeños golpes al volante, mientras su entrecejo se arruga—. ¿Y no quieres que te lleve? —Hay un breve silencio, pero el señor sigue mirando al horizonte—. Bueno, está bien. Cuídate.

Su padre guarda el teléfono.

—Tu mamá busca trabajo —prosigue el señor, sin quitar la mirada al frente—. Mira, cuando las cosas no pueden ser más complicadas…

¿Por qué no? Todo es porque él le dijo, en su cara, que se irá pasado mañana (ahora mañana). ¿Cómo una mujer discapacitada no estará tan desesperada por conseguir trabajo, al saber que no contará ni con que su exesposo le mande dinero desde afuera? Cada vez más comportamientos erráticos tiene él, y más contradicciones. En un momento los quiere, y en otro momento no

O al menos, eso supone Marcos; En ningún momento se detuvo a analizar.

El auto por un momento pasa por un objeto que genera una turbulencia que asusta a ambos. El chico ve a través del cristal de atrás, y siente una sensación de ardor en su pecho cuando ve que acaban de arrollar a un animal. Un gato, con el pelaje encrespado y los insectos que salen desde su boca; en lo poco que logra percibir antes de terminar de alejarse, es que ya estaba muerto.

— Ojalá no se haya dañado nada del carro… —Murmura Marcos “Castillo”.

Pasan por la calle Colonizador y la Urbanización La Cascada, y se estacionan delante de su apartamento. Ambos suben y antes de sacar las llaves para abrir la reja, el padre de Marcos se queda mirando los respiraderos de la pared. El sol pegándole de frente. El sonido de los niños jugar dentro de sus casas, cuyos gritos traspasan las paredes. El clima frío, pero también caluroso; húmedo.

—Marcos —Musita el padre, y se vuelve hacia su hijo—. ¿Qué te llevó a pensar en la idea de que tu hermano desapareció a causa de un ente del Bosque Central?

Eso hace a Marcos sentirse más liberado, y es la pregunta que siempre había querido oir. Siempre su padre le había tomado en cuenta sus cosas y no recuerda que haya un momento donde lo haya tratado mal, golpeado o defraudado. El que no le creyera lo de Carl, fue algo que lo hizo sentirse solo.

—No sé cómo expresártelo bien, papá —Responde Marcos, sintiendo vergüenza de no recordar mucho—. Fue un sueño que tuve. Él iba a una fiesta, alegrado y preocupado por quedar bien. Ahí fue donde ocurrió lo que te conté antes: vino esa criatura y se lo llevó. Todo lo de mi sueño coincidió con lo que ocurrió en aquel día, pero… es que no sé. Papá, no estoy seguro si son solo cosas mías.

—¡Al menos disfrutó su vida! Intenté tomar acciones legales contra un hombre llamado “Abraham”, un sujeto de mala vibra que se hizo amigo de mi hijo; pero desapareció —Su padre apoya sus manos sobre los hombros de su hijo. Pesadas y arrugadas, mientras Marcos percibe un aliento a menta—. Hijo, ¿estás seguro de que no fue él?

—No, pero sí te puedo decir que él tenía muy mala vibra.

El hombre inhala con mayor tranquilidad y se suelta de su hijo, para luego a entrar a la casa. Marcos también entra, pero el otro le grita “¡Cierra la puerta!”, con dureza y esto lo lleva a acatar la orden. No puede luchar contra el pasado, ni siquiera contra los niños que se rieron de él. Había pensado en acabar con su vida, pero ahora descubre que eso no es lo que necesita. Le hierve tanto la sangre recordar al Espantajo, que esos pensamientos de hacerse daño así mismo… cambian de dirección. Se imagina así mismo destrozarlo con el hacha de su madre, luego vociferarle los peores insultos. Al mismo tiempo, si las cosas hubiesen pasado se otro modo, se imagina así mismo sintiendo el placer de morir a manos de él. Morir también sería otro regalo para él, pero destruirlo sería más.

Marcos siente la necesidad de encerrarse en su cuarto y pulirse el calvo, contando con su reciente descubrimiento de que puede apoyarse con contenido de internet; pero otra voz interna le habla, como si se tratase de otra entidad aparte. Ese Ángel del Hombro que le dice lo correcto que debe hacer. Siente la necesidad de ahondar en el origen detrás de esos sueños. Esas sensaciones. Si él es un imán de tragedias, o las tragedias lo atraen a él.

(Hay que hacer algo, carajo).

No puede quedarse así toda la vida, sucumbiendo a sus vicios hasta el cansancio y llorando por las noches. Ni siquiera siente, con autenticidad, los apoyos de su padre y madre, por buena intención que tengan. Que es parte de la adolescencia y que otro. ¿Qué adolescencia? ¿Ser un patético es parte de la adolescencia? No se quedará con los brazos cruzados y ahora dará el primer paso.

Entra a su cuarto y enciende su mini laptop (desearía un teléfono) del gobierno. Abre el navegador y escribe “ke es un don y como c desarrolla”, con su léxico característico. El internet está lento y la minilaptop, con su procesador y memoria escasos como para colgarse al jugar un videojuego de segunda dimensión. El buscador arroja resultados interesantes, todos relacionados con "¿Qué dice la ciencia de los dones?”, Kóbisto (Kobisteinología; Enciclopedia Libre), ¿Quieres desarrollar tu don? ¡Ven acá! (Video de internet)". Marcos accede a la primera página y se carga una interfaz antigua, que recuerda a la época de los 2000. Para patata que tiene Marcos como computadora, no hace más que beneficiarlo, pero…

(¿Por qué eso aparece en el primer resultado? Como si fuese difícil usar los colores sólidos).

“Un Kóbisto o popularmente llamado, ‘don’, es como un músculo; se desarrolla mediante prueba y error. Si un músculo se sobre esfuerza, ocurre un proceso llamado ‘Hipertrofia’ donde regenera las micro roturas, añadiendo más fibra para adaptarlo a la nueva carga. Un don es lo mismo, pero depende del tipo; todos tenemos uno único. Quien puede generar objetos de vidrio y desea generar una jarra, debe comenzar con pequeños ceniceros hasta poder crear un vaso”.

En varios casos, generará deformidades de cristal que se romperán al tocarse; pero conforme lo domina, podrá crear cosas más complejas.

—Bien —Marcos deja escapar un sonido de asombro. Nunca le gustó la lectura, pero esta vez sí le agrada. Quiere leer más, conseguir más información.

Marcos accede a segundo resultado. A través de índice accede al siguiente apartado:

“Con una mayor democratización de su uso, los estudios confirmaron que su desarrollo es más complejo de lo que parece. No todos pueden desarrollarlo y hay quienes ‘no lo tienen".

Más allá de esto, no hay más nada que le interese. La Historia de Kóbistein como el primero que lo estudió o ciertas cosas que Marcos considera, innecesarias. No le interesa la historia. Esto solo alimenta un problema: si Marcos tiene un don, entonces debería estar escondido. Indetectable, tanto como para diagnosticarlo con la falta de este. ¿Entonces cómo desarrollarlo? El chico no crea vasos de agua y tampoco hace telepatía. No crea diamantes explosivos como su hermano. No levita objetos como si madre, quien debe de estar elevándose para cruzar la calle.

(Me cago...)

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— ¡Ya sé!

Marcos tiene una idea.

Al tiempo que prepara un arroz con bistec, Castillo solo puede sentirse derrotado. Visualiza una época donde fue feliz, antes de que todo se fuese al traste tras la muerte de sus padres. Carl tenía cinco años en ese momento, y los tres tomaban Cocada, en La Mejor Cocada. Cuando oyó la voz de su padre decirle “Esa mujer campesina no es más que un parásito, Marcos”, creyó que él estaba detrás de él. Al poco tiempo, le informaron que su padre murió… ¿Debe celebrar? Claro que sí. Él fue abusivo, al igual que su madre, y querían inculcarle su “mentalidad de negocios” a su hijo. Con educaciones y castigos que rozaban lo inhumano.

— (¿Qué piensas, Marcos? ¿Qué yo soy malo? Solo intento que te vayas al camino correcto. Fuiste una desgracia en mi tiempo de vida, y no quiero que lo sigas siendo después de mi muerte) —Una voz áspera de un hombre ochenta años, quien padeció de Alzheimer. Cómo una enfermedad puede quitarte toda la riqueza, de una manera tan triste.

— (Te había dicho: Mujer campesina tiene poca educación y no aporta nada a tu vida. Solo está para parasitar. ¿Ves que no buscó trabajo hasta que le dijiste?) —Su madre, una señora que murió dos años después. Fue la pérdida que más afecto a Castillo, aunque sepa que ella también fue partícipe de su pésima vida.

—Recién me doy cuenta, de que ustedes en serio son reales —Castillo le habla a aquellas voces, mientras percibe un olor a condimentos. Siente su cuerpo flotar, y atención está dirigida al centro de sus pensamientos. Fuera de la realidad como tal—. No estoy loco, entonces. ¡Ustedes son reales! —Profiere una sonrisa desesperada, buscando hallar un ápice de manía que le ayude a sobrellevar la situación. Solo está delante de la depresión y la irascibilidad—. No les bastó con azotarme a lo Cristo. No les bastó con llevarme a reformatorios por no cumplir con sus expectativas. Solo había seguido mi vida y mis negocios, solo para verlos sufrir con mi propio éxito, malditos.

— (Papá, no los escuches) —La voz de Carl, que muchas veces lo salvó de hacerse daño así mismo—. (Tienes que escucharme a mí y solo a mí. No dejes que ellos te consuman).

—Ya lo hicieron, Carl —Responde Marcos “Castillo”.

Sus dedos tocan la sartén con los condimentos y sienten un frío que arde. Tanto que lo hace pegar un respingo y despertarse de esa irrealidad. Su espalda chocando con el mesón que lleva al fregadero y su mirada confundida, mientras se da cuenta de lo que acaba de soñar. Siempre fue un hombre torpe, absorto que ensoñaba en exceso. Conoció a su mujer, a quien recordaría abrazarlo mientras haría un acto que llevaría a su embarazo de Carl.

Hace dos décadas, Castillo había estado buscando empleados para un futuro emprendimiento, posterior a rebelarse de sus padres y ser expulsado de su casa, como consecuencia. Uno de sus amigos le había dado la dirección de una familia de campesinos que estarían dispuestos a trabajar en un negocio que involucre la tala de árboles y, también, el poder trabajar fuera de la ciudad. Viajó llevando su traje negro y su sombrero de copa, y les tocó la puerta de su casa de aspecto humilde. Ahí conoció a una familia de campesinos, a quienes pensó contratar para un negocio cuya nula experiencia le impidió pensar en cómo sería. Una mujer morena, con sus shorts cortos tipo Jean y su camisa de lana; no estaba mal vestida. Les llevó agua a sus cinco hermanos y luego a Castillo. Esos modales, esa manera resiliente de actuar que le hace pensar en lo empoderada que es, y ese cuerpo (obviamente) que le pareció caído del cielo. Castillo olvidó a lo que iba, conforme se ganaba la amistad de la familia con el paso de los días, a quienes visitaba cada semana.

— ¿Y cómo es su vida de empresario, Marcos? —Le dijo Bepsi, con un acento coloquial muy fuerte. Recuerda a su estadía en un estado del norte del país, donde todos hablan como colombianos.

— En búsqueda de oportunidades. —Marcos “Castillo” se dio cuenta de que, en serio, se había olvidado—. Como por ejemplo, si esta cara bonita (tú) querría hablarme más de su vida. ¡Es admirable el trabajo que hacen ustedes aquí! Tu papá tiene más fuerza que un sujeto salido del gimnasio, y me encanta cómo dejas limpio este hogar.

— ¿Para eso había venido en estos días? —Bepsi se echa risitas, mientras le sirve un café a Castillo. Le da la impresión de verla contonearse mientras percibe un pequeño sonrojo, desde sus mejillas oscuras—. ¡Pues la tendrás difícil! No le cuento mi vida a más nadie. A menos que me cuentes… —Un silencio extraño, mientras queda atónita. Parece procesar algo que la emociona—. ¿De qué estaba hablando? ¡Ja, ja, ja! Se me olvidó; suelo olvidar lo que digo.

Qué mentira tan piadosa, porque no demostró eso en ningún momento. Fue que le quiso decir algo guiado por sus sentimientos, pero luego lo “abortó” (Las mujeres no olvidan; frase que, con el tiempo, Castillo fue aprendiendo conforme conocía a sus amigas). Con el tiempo entraron en una relación que duró tres años, que hizo que Castillo renunciara a contratar a la familia de su mujer, ya que sus verdaderas intenciones eran tratarlos como a los obreros mal pagados. Castillo cortó comunicación con sus padres y escapó con Bepsi hasta Ronzoati. Conoció a un sujeto que posee estudios en Administración de Empresas, Medicina e Ingeniería Química; Castillo, un sujeto que había estudiado de Mercadotecnia y había tenido experiencia emprendiendo negocios de repostería, estaba fascinado por cómo sus grandes conocimientos empíricos iban a combinar con la gran habilidad del sujeto que había conocido. Formaron una empresa fabricante de licores secos que fue evolucionando hasta convertirse una ambiciosa empresa matriz, que llevaba consigo negocios que él había comprado hasta casi el monopolio; no obstante, una investigación policial que casi lo llevó a pagar multas por despedir masivamente a sus empleados, apagó su visión de comerse el mundo.

La vida que hizo con su esposa, fue tan especial que incluso se enorgulleció de sentir que él mismo colaboró con el futuro de ella, quien quería estudiar enfermería.

No, se enamoró más. Ese día la noche duró más de lo debido, pero solo había una cosa que olvidó: la protección. Debido a eso, nació Carl; no obstante, no se arrepiente. Castillo quería algo simple: una mujer altruista, humilde, que contraste con el empresario seco que es él. Alguien que le enseñe valores a sus hijos, mientras Castillo enseña el ejemplo.

Una lástima, porque piensa que la cagó. Un hijo víctima de los problemas de sus padres, quien sufrió por culpa de las constantes discusiones que tuvo su madre con su padre, quien este último decidió plantar un engendro para desafiar a esas voces que lo estaban torturando. Ahí, nació su hijo, Marcos. Con el tiempo que Castillo vivió, alcanza a comprender que la culpa no es suya; tampoco es de su forma de ver el mundo. Es de esas voces que se apoderaron de él. No paró de escuchar a su padre insistirle en que es una desgracia para la familia, a su madre incitarle a divorciarse de Bepsi, y a Carl salvarle de sus brotes que casi acabaron con su vida.

— (Papá, para de divagar. Marcos trama algo).

— ¿Qué puede estar tramando? —Castillo divisa a su hijo, llevándose un libro de portada blanca. Como ladrón descubierto robando algo, Marcos observa a su padre con nerviosismo. Ojos tan abiertos y tembloroso ademán, mientras sus manos están cercanas al pomo de la puerta—. ¿Marcos?

Marcos traga saliva.

— ¿La comida está… lista, papá? —Con tartamudez en ese punto suspensivo, Marcos acerca su mano al pomo de la puerta. Su padre se acerca y se coloca frente a él. Lo analiza con la mirada.

— ¿Qué llevas contigo, Marcos?

—Un libro, nada más. Mira, estoy pendiente de algo…

Castillo aparta la mano de su hijo del pomo de la puerta, y extiende la suya con su mano abierta.

—Dámelo —Su gesto hace parecer a su hijo más pequeño de lo que es. No solo le exige con las palabras, sino con su gesto y mirada. La mirada de “poner carácter” que solía usar para intimidar a empleados holgazanes e improductivos, de los que no le temblaba la mano gritarles “Vas para la calle”. Está claro que Marcos tiene algo: el libro de su esposa, que recuerda habérselo comprado antes de su regreso a Ronzoati. Si hay un talento que ella nunca explotó, fue su levitación; nunca tenía tiempo, según ella.

— ¿Por qué? —Marcos aleja el libro de su papá.

—Debo hacerte YO la pregunta. ¿Qué haces con eso? —Castillo acerca su mano para quitarle ese condenado libro, pero su hijo no lo permite.

—Sospecho que tengo un don, papá —Esta revelación le cae como balde de agua fría. ¡Está claro que lo sospechó desde un principio! De hecho, por esa razón fue que vino a vivir con ellos. Temiendo ante el potencial peligro que puede representar lo que sea que tenga su hijo, llevando dos casos consecutivos. La discapacidad de su esposa y el fallecimiento de su hijo, no son más que piezas que deben encajar en un extenso rompecabezas—. Quiero ver qué puedo hacer, porque todo lo que sucede…

—Tú no tienes nada, hijo —No hace más que preguntarse qué parte de su cerebro está tomando el control. Las emociones o el pensamiento—. Déjate de pensar eso y vive la vida con tranquilidad.

— ¿Y si eso fue lo que mató a Carl…?

Castillo entra en una nebulosa densa. Voces de su padre, repitiéndole “Si fueras obediente, no hubieras matado a Carl”, su madre diciéndole “Si pensaras más con la cabeza” y sin señales de Carl que calmen lo que está sintiendo en ese momento. Sus puños apretados hasta romper la piel con sus uñas, su espalda contrayéndose y su vista nublada. No se da cuenta del momento donde, delante de su hijo, le pega un puñetazo a la puerta tan fuerte que se vuela la piel de sus nudillos.

Luego sus ojos se posicionan sobre su hijo, quien se ve atónito. Rezumando litros de sudor y con sus brazos vibrando al ritmo de sus acelerados latidos cardiacos. Castillo ve otra vez la cara de aquel hijo atemorizado, y siente como si lo volviesen a conectar a la realidad. Cae en cuenta del enorme agujero que acaba de dejar en la puerta, y cómo se puede ver la cama desordenada de su hijo desde ahí.

—Lo siento —Se disculpa Castillo, sintiéndose estúpido. Incapaz de lidiar con sus impulsos de ira. De siquiera poder estar consciente y aprender a reaccionar—. No quise…

—Papá, tú no eras así.

Siente la necesidad de responderle “Hijo, oigo voces en mi cabeza. Reprimí la voz de mi papá, pero todo cayó cuando mi madre murió. Me estoy volviendo loco”, pero luego lo reprime. Hizo suficiente como para que lo consideren loco de atar. Como para que su propio hijo, le tenga miedo. Como para que él mismo se tenga miedo, de lo que pueda hacerle a su familia. Si le llega a tocar, aunque sea, un dedo… sus padres ganan. Si no, entonces se vuelve loco y podría…

(¡Pero al menos pierden ellos, y eso es lo importante!).

— (Papá, por favor) —Pero tomar decisiones drásticar como quitarse su propia vida, solo haría que su fallecido hijo se vuelva la próxima voz que lo atormentaría.

—Dios mío, Marcos. Haz lo que quieras —El padre del año le da la espalda y se devuelve a la cocina. Se da cuenta de la negrura de los aliños que se acaban de quemar—. No puedo detenerte.

Más confundido no puede estar, pues ahora tendrá que contar con su mamá o su papá para que tapen ese agujero en su puerta. Su papá siempre fue reservado, al punto de pensar que no tiene problemas.

(Papá fue al psiquiátrico porque se guardaba todos sus problemas) —Carlos “Carl”, hace cuatro años. Si es tan reservado, entonces ¿por qué le hizo esas extrañas preguntas? Cree que, desde el fondo de corazón, él cree en la historia de Marcos. Sabe que él tiene un kóbisto incomprensible, latente. Sabe que pudo haber prevenido el fallecimiento de su primer hijo, escuchando a su pequeño de ocho años.

(Quizás él lo sabe, pero se lo niega así mismo).

Marcos se encierra en su cuarto, con el libro que acaba de tomar prestado. Se tumba en su cama, de espaldas a la pared y con una almohada por detrás. ¿Marcos necesita leer todo ese libro? Le da tanta pereza que la sola idea de obligarse a leerlo, debería ser peor que defecar y no tener papel en casa ajena. Marcos intenta leer, aunque sea, las primeras páginas, pero no lo logra.

(Dios santo, es demasiado fastidioso; nunca había hecho algo tan aburridísimo).

Siente que no puede leer ni siquiera las primeras palabras, que están llenas de introducción tipo “En este libro presentaremos el contenido relacionado con lo que vamos a mostrar”.

Por un momento, considera no hacerlo. Dejar que el tiempo vaya y él mismo descubrir su don. Él mismo con el tiempo lo irá descubriendo…

(Pero ¿cómo?).

Si él no se encarga, ¿entonces qué? ¿Descubrirlo cuando sea demasiado tarde, o quizás nunca? Marcos se imagina así mismo una década después. Un perdedor que pensó que triunfaría dejando pasar el tiempo. Sin saber que pudo haber hecho algo desde antes. Un perezoso, barbudo y lleno de granos en la cara. Quizás hasta bajito y que llora todos los días.

— ¡No! —Se vocifera Marcos así mismo, y después después la voz de su padre, preguntándole “¿Qué pasó?”. Marcos afirma estar bien y continúa leyendo, intentando no abrumarse. Se le ocurre la idea de saltarse la introducción, porque quiere ir al grano.

(Sí, mejor leo algo y si me equivoco, leo la introducción. Qué listo eres, Marcos. Aunque sea… la primera página).

Marcos lee con rapidez, saltándose sin darse cuenta, información que le pudo haber interesado (mejor voy al grano). Parte del origen de los kóbistos es desconocido, pero se sospecha su origen desde el Fruto Prohibido de los padres de la humanidad, o una erupción solar. Se dice que ellos nacieron con poderes, pero condenaron a la humanidad a perderlos con el paso de los años; palabras del Kóbistein, criticado por ser el equivalente al teórico de pseudociencias del siglo 21. Hay mucha información aburrida. Marcos solo quiere desarrollar su don, no saber de historia. ¿Por qué la historia?, se pregunta él. Le interesa lo que quiere saber, no cómo un grupito de nerdos se puso a soltar teorías a lo loco.

Ahí sus ojos analizan un fragmento que interesa profundamente: “Se sospecha, con mayores indicios, que todos tenemos un kóbisto, y aquel pequeño porcentaje también incluye. Aunque sea inconsciente, aquel influye en sus vidas sin que estos se den cuenta. Según Kóbistein, puede deberse a la sociedad (antigua) que reprimió y persiguió su uso”. Si es así, entonces su papá también tiene un don. No sabe por qué, pero le carcome la duda de si tiene que ver con su comportamiento errático. Carl puede generar explosiones, pero es bien sabido que sufrió en su infancia. Su padre es un hombre que vivió su vida llena de felicidad, con el dinero que obtenía de sus negocios. ¿Qué fue lo que lo derrumbó? No puede preguntárselo cara a cara; le tiene miedo.

Las tres divisiones que conforman los dones, se dividen en tres: Dominante, subdominante y auxiliar. Cuando uno agota sus recursos, utiliza la función subdominante y la auxiliar para evitar que el individuo fallezca por sobrecarga.

-Mental: Poderes que usan los recursos de la mente, como la paciencia o el ánimo. Un uso prolongado provoca estrés y cansancio mental, como también perturbaciones mentales agudas. Un uso crónico provoca, a su vez, trastornos leves pero constantes.

-Física: Poderes que usan la energía del cuerpo, como el músculo o nutrientes. Su uso prolongado provoca cansancio físico dependiendo del área utilizada (como en la anterior). Un uso crónico suele provocar síndrome de sobreentrenamiento.

-Espiritual: O ambigua. Su uso de recursos es físicamente inexistente como desconocido, pero se cree que su capacidad supera las leyes de la naturaleza o del mismo espacio-tiempo. Sus efectos adversos se relacionan con otras dimensiones utilizadas. Sigue siendo una teoría y la kobisteinología moderna recomienda no tomarla en cuenta para futuras investigaciones, hasta haberla aclarado. Esta dimensión fue planteada por Kóbistein, debido a la diferencia entre algunos usuarios.

Cabe recalcar que no existe un don que utilice una sola dimensión; todas utilizan los tres, pero con niveles variables.

¿Entonces Marcos tiene un don mental? No, porque no sabe telepatía o levitación.

O…

(Esa sensación).

Marcos ojea más y se obliga a seguir leyendo. Para desarrollar estos dones, debe tener la autodisciplina como para tener en cuenta que deberá esforzarse más allá de su límite, hasta obligar al cuerpo a utilizar la función auxiliar. Marcos va a la cocina y se sirve agua, siendo necesaria la hidratación para practicar. Entra a su cuarto, cierra la puerta y se coloca encima de su cama. En una posición con piernas extendidas, lo suficiente para meditar con la mayor comodidad.

(Vamos).

Marcos intenta replicar esa sensación que sintió en aquellos momentos, y ahondar más en él. Intensificar esa sensación. Inhalar con la nariz, exhalar con la boca. Relajarse, aunque siempre escuche melodías en la cabeza que te lo impidan.

(Laralaaah Laaaah Laralaaah).

Marcos levanta una comisura de su labio, pero se concentra…

Hasta que un estallido envuelve sus oídos, dándole una sensación de frío recorrer su cabeza. Como si algo se derramara dentro. Esto lo hace proferir un gemido y dejar de practicar.

— ¿Qué fue eso? —Se pregunta así mismo, en voz alta.

(Significa que estás haciéndolo bien, Marcos).

Pero no puede estar seguro. Lo que acaba de pasar, fue tan doloroso que odia la idea de volver a intentarlo. Como si un clavo frío se enterrara en tu cerebro, y se pudiera sentir cómo la gélida sensación se extiende a través de sus neuronas hasta llegar a sus oídos. No, no cree volver a hacerlo. Tiene miedo ante lo que pueda pasar, si es que le dará un derrame cerebral. Solo les da a los ancianos, pero en estas situaciones ‘surrealistas’ cualquier cosa es posible. Marcos continúa haciéndolo, hasta poder hacerlo. Inhala, exhala; Inhala, exhala; Inhala, exhala.

(Laralah).

...

(Otra vez esa maldita melodía).

Se concentra en el sonido del aire acondicionado, inhala, exhala. La música vuelve a reproducirse, y muchos de sus recuerdos salen a la luz. El hecho de ser rechazado por la chica que le gusta; ser arrastrado hasta el Espantajo por un desconocido; su padre rompiendo la puerta, y haciendo como si nada.

Su madre, con su silla de ruedas que le da dolor en el trasero. En una calle concurrida, pocas personas pero un tráfico bestial. Flexiona sus músculos para usar su levitación y facilitar su desplazamiento. Se dirige a una tienda departamental, con un frío envolvente y se ve al espejo para analizarse así misma. Pasa por una feria de comida para tomarse un café (Cálmate, Bepsi. No te hace bien pensar en esto. Él te ama, pero no se siente bien. Naciste sola y morirás sola, si es que tu hijo te cuida en tu vejez) mientras tiene sus pensamientos revoloteando. Un sentimiento de pérdida que sintió cuando vio el cadáver de Carl, y una sensación ‘espacial’ que lo envuelve así mismo en una capa ardiente.

Ese sentimiento lo recuerda a la perfección… porque también vio la perspectiva de su hermano.

De pronto, un estruendo derrumba todo su alrededor y alaridos se escuchan de forma intermitente; un escombro cae por encima de campo visual, y ahora solo hay oscuridad.

(¿Será posible?)

¿Juegos mentales, o en serio le va a pasar algo a su mamá? Siente la extrema necesidad de ir hacia donde está ella. Decirle que no vaya en ese día, que ocurrirá algo que le afectará por toda su vida. Donde Marcos se sentirá derrotado y preguntándose, “¿Así que este es mi don? Debí haberle prestado atención” tal y como también pudo haber sentido su padre, de un modo similar.

Marcos concluye que la tienda departamental sufrirá un derrumbe, y su madre morirá enterrada entre los restos. No tiene pruebas ni hechos verífidicos, sino conjeturas provocadas por esa imagen que había proyectado.

— ¡Papá! —Grita Marcos, y recorre el pasillo hasta encontrarse en la cocina. Ve que su papá acaba de preparar la comida, un arroz con bistec condimentado (mmm, cebolla).

— ¿Qué sucede?

El chico se toma un momento para procesar el mareo provocado por levantarse tan rápido de la cama, y luego responde.

—Debemos irnos, papá. Mamá está…

— ¿En peligro? —Castillo completa la oración.

(¿Qué?)

Marcos lo mira desconcertado. Puede ver el rostro de su padre crispado hasta notarse, a simple vista, su preocupación. Ensombrecido como si estuviese procesando algo, más allá de esa pantalla ósea que separa su trastornado cerebro de la realidad. Un silencio. Un perturbador mutismo entre los dos, mientras sus miradas se tornan más analizadoras.

Pues bendito sea el destino; confirmó sus sospechas. Menos a su favor, porque pudo haberlo escuchado antes.

(Bueno, tampoco me arrepiento. Eso tuvo que ocurrir para que yo aprendiera).

Castillo le tiene pavor a lo que pueda pasar. Si lo que le va a pasar a su esposa, está relacionado con lo que tiene su hijo. No cree que sea coincidencia que todo esto finalice con tres tragedias en una misma familia. No, no lo cree. Una parte de él cree que es mejor no escucharlo y dejar que las cosas pasen. Que su esposa muera, y que su hijo se busque la vida él solo. Castillo morirá sí o sí dentro de varios días (¿Eso no lo vio en mí, o qué?).

—(Los hombres no lloran… por cosas que pueden superar, hijo) —Dice su padre, quien por primera vez en su vida dice algo que tiene sentido.

— (Ella no es necesaria en tu vida, y ese niño necesitará una buena reprimenda) —Su madre, quien acaba de arruinar el momento.

—¿Cómo lo supiste, papá?

—Siempre lo supe, hijo —Dice Castillo, antes de sus lágrimas, salir de sus cuencas, pasando a través de los surcos de las arrugas de su mejilla. Siempre quiso llorar; no lo había hecho por muchos años. No lloró cuando falleció Carl. No lloró en ningún momento, ni cuando fue culpándose así mismo. Ni cuando él gastó millones para investigar el paradero de su hijo, llevando su empresa a la absoluta quiebra. Solo queda su seguro de vida, que pensaba dejarle a su familia una vez parta—. Lo lamento, en serio. Carl me lo había comentado. Tú tenías algo extraño y no lo escuché; creí que decía disparates.

— ¿En qué momento te lo dijo?

(Es mejor decirle la verdad; no puedo estar mintiendo por mucho tiempo. Pude hacerlo, pero solo me hizo daño).

—Poco después que… falleció —Toma dos tapas metálicas y cubre los tres platos de comida. Luego los guarda dentro del horno. Hablar de la situación de Carl, puede causarle indiferencia algunas veces, pero en otras simplemente pierde la cabeza. No sabe el porqué—. Puedo oír su voz y no es porque esté loco. Supe que espiaste ayer, porque él me lo dijo. Pude recapacitar en muchos momentos, porque él estuvo ahí para hacerme saber lo errado que estaba.

Marcos pone los ojos como platos.

— ¿Cómo que puedes escucharlo? —Marcos se acerca más, expectante—. ¿Qué te está diciendo ahora?

Espera que, de algún modo, Carl responda; no obstante, solo hay un silencio. No le está diciendo nada, pero no puede permitirse ver el rostro decepcionado de su hijo.

—Que siempre tuviste razón, y que siempre te quiso —Castillo se inventa una mentira piadosa. Marcos también anega sus ojos y, entre gemidos, abraza a su padre con fuerza. Él responde con lo mismo, pero con la represa lagrimal cortando sus vías. Se siente cálido, amén de los huesos de sus costillas. Castillo ansía darle una cachetada a aquellas voces, dándoles su propia medicina. Ser él mismo el que los atormente a ellos, y no viceversa. Mandarlos al cuarto círculo del infierno y solo quedarse con la voz de su hijo. No cree poder seguir adelante, pero sí intentar hacer algo.

— ¿Crees poder hacerlo? —Pregunta Castillo, cuya pregunta va para sí mismo. Carl también le pregunta lo mismo, en este momento tan oportuno. Salvar a su esposa de una futura tragedia, será lo suficiente para sentirse redimido. Presumirle a Carl lo bien que hizo el trabajo.

Y ambas voces, la interna del padre y la externa del hijo, hablan al mismo tiempo.

—Estoy dispuesto.

—Entonces no perdamos el tiempo.

Ambos dejan la casa y bajan las escaleras con suma rapidez. Marcos cae en cuenta de que el tiempo no se detendrá para ellos, y que cada segundo es vital. Al encontrarse de cara a la salida, ven como las nubes se ennegrecen y dejan caer un aguacero que no tardarán en inundar las calles. El gélido clima se cierne sobre ellos, mientras Marcos recuerda el momento donde corrió hacia su hermano, quien quería destruir al Espantajo.

— ¡Huracán Patricia! —Expresa su padre, en respuesta al enorme viento que está soplando y mueve las lluvias hasta salpicarles en sus rostros. No parece un Huracán; no pasan huracanes en este país. Aun así, algo no para de inquietarle.

¿Es esto coincidencia, o está repitiendo un patrón? ¿Cómo puede llover en el mismo momento que él sale a salvar a su madre?

(Qué cruel es el destino; no dejará que interfieran con él).

Marcos se mentaliza que sentir el futuro tiene su precio, y es que ahora deberá luchar contra una fuerza que querrá a su madre muerta. Ya no es el Espantajo, ni su propio padre.

Ahora es El Destino.