Aquella conversación se torna más intensa hasta el segundo beso. Surge una declaración de amor sin palabras, una charla cargada de tensión y, dos horas más tarde, ambos se sumergen en una serie de acción en la pantalla del Smart TV de la sala. A la madre de Marcos no le preocupa; de hecho, le agrada que su hijo encuentre consuelo en esa actividad que Bepsi no puede brindarle. Le complace verlo distraído y evitando caer en la depresión, alejado de pensamientos vengativos.
Sin embargo, a pesar de su relación con Francis, Marcos no se siente completo. Sabe que eso no es lo que realmente anhela. Hay algo más profundo que desea con una intensidad tal que lo buscaría en este instante si pudiera. Aunque no tiene prisa; está dispuesto a esperar.
Francis se encarga de cocinar y elegir las películas para las tardes. Utiliza la tarjeta de Bepsi, la madre de Marcos, y realiza las compras con el seguro del difunto padre de Marcos, que ya está deteriorado. En ocasiones, los tres duermen juntos, pero también hay momentos en que Francis pasa la noche en su propia casa cuando su padre la visita.
Hoy, después de acostarse junto a ambos, Francis experimenta una sensación de fortuna y libertad. Baila con la persona con la que había fantaseado en numerosas ocasiones, descubriendo que ese alguien es en realidad Marcos. Al ritmo de "Stand By Me", se permite molestar a los demás bajo la influencia del alcohol. Marcos, por su parte, se abstiene y a menudo la detiene con cariño. Se encuentran en una amplia sala llena de personas riendo y conversando. La vestimenta es elegante, con las mujeres luciendo faldas que llegan hasta la mitad del muslo y los hombres con una variedad de trajes desde formales hasta más informales. La pizza, el helado y las bebidas refrescantes son parte del menú.
(Menos mal que no bebí tanto).
—Mi mujer —murmura Marcos con una voz más grave y autoritaria. Aunque es más alto, todavía no alcanza la estatura de Francis— ¿Te importaría si te elevo?
— ¡Oh, no! —responde Francis, apoyándose contra la pared y riendo a carcajadas—. ¿Y traes tu cuerda de escalada?
Marcos la besa.
—Siempre la llevo puesta.
Viajan en un lujoso auto hasta una colina, amplia y silenciosa pero fría. Estamos en el año 2048, Marcos tiene 35 años y Francis 36. Ambos llevan una pistola, aprovechando que las armas están legalizadas en su país (aunque es un poco absurdo, ya que Ronzoati no tiene ladrones). Beben un poco de alcohol, optando por una variedad amarga para evitar embriagarse rápidamente. Marcos no suele controlar mucho lo que bebe. Se sientan en el césped.
—Feliz cumpleaños, cariño —dice Marcos mientras contempla el atardecer, sus ojos perdidos en el horizonte.
— ¿En qué estás pensando? —pregunta Francis mientras se acerca a él.
—En nada.
— ¡Vamos! —Francis lo sacude por los hombros, pero Marcos sigue ensimismado—. ¡Dímelo! ¡Dímelo! ¡Dímelo!
— ¿Nunca te has preguntado si todo esto ya estaba destinado a ocurrir?
La declaración de Marcos deja a Francis perpleja; su frase está fuera de contexto. Marcos ha estado actuando de manera extraña desde que su hermano intentó quitarse la vida el pasado agosto. Cada vez lo ve más ensimismado y absorto.
—Oye, lamento si fui imprudente cuando murió tu madre, ¿sí? —responde Francis, recordando la reciente pérdida de Bepsi—. ¡Siempre digo cosas estúpidas e inapropiadas!
—Tranquila —Marcos extiende su mano y juguetea con el cabello de Francis, pero su sonrisa parece forzada—. De hecho, eso es lo que me gusta de ti. Todos cometemos imprudencias, pero podemos ser tolerantes con aquellos que luchan con ello.
(Esas palabras siempre me han cautivado).
— ¿Entonces por qué te sientes tan distante? ¿No estás feliz por todo esto?
Sin embargo, la mirada de Marcos parece apagada, como si estuviera mirando a través de ella en lugar de a ella. Y sus palabras finales la desconciertan.
—Porque cada vez más, me inclino a pensar en ese destino con el que nací. Me pregunto si el destino es cruel con las personas en general o solo con aquellos que lo desafían.
—Marcos, escucha...
Pero él se levanta y se acerca al borde de la colina. Toma una botella y se toma un largo trago sin inmutarse.
—A veces pienso que las cosas suceden porque deben suceder.
Y con una sensación húmeda, fría y penetrante en su cintura, Francis se despierta. Experimenta una placentera euforia que la llena de ira por haberse despertado, sumada a la confusión por las últimas palabras de Marcos. Su mente empieza a borrar los detalles del sueño mientras se sienta de espaldas en la cama de Marcos, rodeada por los colchones de él y su madre.
Entonces recuerda un día de compras meses antes de mudarse con ellos. Durante esa ocasión, tuvo la oportunidad de conversar con la madre de Marcos.
(Realmente me siento mal por él. ¿No crees que deberíamos acompañarlo?) —había dicho Bepsi mientras Francis la acompañaba en un frío supermercado.
(Sí, está bien. ¿Podría dormir con ustedes?) —respondió Francis mientras ojeaban el catálogo en busca de alimentos y refrigerios. Bepsi asintió.
En el presente, Francis enciende su teléfono para descubrir que son las 3:25 de la madrugada y un olor fuerte impregna la habitación. Francis toma la sábana y la huele; es orina. Un recordatorio de su alarmante hábito de no beber suficiente agua.
(Debo hacer algo al respecto).
No puede permitirse mojar la cama en casa de otra persona, y mucho menos en la cama de un joven en recuperación. ¿Qué pensaría Bepsi? ¿Y Marcos? La sola idea de enfrentar sus reacciones le provoca sudores fríos. Su mente está activa pero carece de euforia. Siente una combinación de energía y frustración, acompañada por un dejo de rabia sin una causa aparente. Comienza a sospechar que esto podría ser...
ANSIEDAD. O al menos eso cree.
Francis se levanta apresuradamente, se dirige al baño y se despoja de su pijama rosa mientras abre la regadera. El agua está helada, siente el impacto como bloques de hielo golpeando su piel. ¿Cómo pudo haber sucedido? Nunca antes había mojado la cama. ¡Nunca!
Sin embargo, algo más persiste en su mente. El sueño placentero y confuso, con un Marcos diferente al de ahora. Se da cuenta de que nunca ha hablado con él sobre la tragedia del año pasado. Recuerda un momento en que, mientras cruzaban el bosque central para evitar un recorrido más largo, Marcos había tenido una reacción violenta, atacando a quienes lo rodeaban. Francis había tenido que intervenir y calmarlo.
(¡Nunca más vamos a ese maldito bosque! ¡Nunca! ¿¡Me escuchaste!?) —Marcos, su voz alterada, sus ojos parecían a punto de salirse de sus órbitas, su respiración agitada y su mirada clavada en Francis. El miedo personificado.
(¿Por qué? ¡Dios! ¡Me asustaste!) —respondió Francis.
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—(¡Aquí murió mi hermano y no quiero cruzarlo!)
Francis lo miró perpleja.
(¿Y eso significa que nunca lo cruzarás? ¿Toda la vida?)
—(¿Por qué sigues preguntando?)
(¿Entonces por qué no quieres cruzar el bosque? ¡Vamos, respóndeme, Marcos!).
—(¡No respondas a una pregunta con otra pregunta! ¡Mi hermano odiaba eso!) —exclamó Marcos.
(¿Pero qué hay allí? No creo que sea solo por la muerte de tu hermano...)
Al darse cuenta de que ha olvidado la toalla en su bolso, que está en el frío cuarto, Francis se aventura a abrir la puerta lentamente, con el temor de ser vista en ese estado. Su cuerpo está empapado, incapaz de ponerse la ropa que llevaba puesta. La madre de Marcos está acostada boca arriba, roncando. Marcos, de costado, también ha mojado la cama. Y entonces recuerda lo que Marcos le había dicho en ese recuerdo.
(No querrás estar allí, eso es todo).
Francis avanza con precaución, su cuerpo tiembla por el frío que penetra desde sus muslos hasta su columna vertebral. Se agacha y observa a su alrededor, alerta a ser sorprendida en ese estado. Abre su bolso negro y desliza la cremallera con cuidado...
(Maldición).
Bepsi acaba de sentarse, con la cabeza baja. La luz de la ventana la convierte en una silueta en medio de la oscuridad que los rodea. El corazón de Francis late con fuerza, amenazando con un ataque. Siente frío en su pecho, una descarga de terror que la hace considerar ocultarse en las sábanas hasta que todo vuelva a la normalidad. Pero ¿qué significaría eso? Significaría que descubrirá que ambos han mojado la cama, y que ella querría despertar a Francis. Significaría que ella también ha mojado la cama y, para colmo, está desnuda.
—Solo fue un sueño, Marcos —musita Bepsi, con la voz gutural y adormilada—. Tu hermano no murió por ese "Espantajo". Los fantasmas no existen. Ese bosque no alberga nada. Castillo, amor, ¿estás bien? Estoy aquí para apoyarte. Papá, no tienes que regalarme un hacha por cualquier tontería...
Francis se queda con más preguntas que respuestas. Aunque no es la primera vez que Bepsi se levanta durante la noche y murmura cosas incoherentes mientras duerme, todavía ha logrado asustarla. Pero las palabras de Bepsi le dan que pensar. Ni la madre ni el hijo le han hablado sobre la historia que tienen. Cómo Marcos sufrió el accidente hace meses y por qué. Francis reflexiona mientras se seca en el mismo cuarto, aprovechando el aire acondicionado.
(¡Hace frío!).
Luego toma sus pantalones mojados, se dirige al baño y los lava con jabón en el lavamanos. Después se dirige a la sala, coloca los pantalones en una silla de plástico y enciende el ventilador. Pero esto la lleva a otro problema: la sábana mojada y el colchón.
No tiene tiempo para pensar en los problemas ahora, así que toma un paño pequeño, lo empapa con detergente y lava el colchón. Luego coloca la sábana sobre Marcos para que su madre crea que solo él ha mojado la cama. Y entonces, Francis se da cuenta de que ambos tuvieron el mismo sueño.
Pasaron cuatro meses y a Marcos le quitan el yeso definitivamente. Francis está feliz por la noticia y lo acompaña para caminar en el Parque Bioparque, un espacio de gran extensión cercano al departamento de Marcos. Su intención es ayudarlo en su recuperación y finalmente lograr algo que siempre había deseado. Durante el año, pasan su tiempo abrumados por la monotonía y el aburrimiento. Durante ese tiempo, Francis no ha logrado descubrir el misterio detrás de la herida de Marcos y la muerte de su hermano.
Pero todo cambia en un miércoles, igual que el miércoles del año anterior. Mientras caminan por el Bioparque, Marcos nota a un chico bronceado en el fondo del parque.
— ¿Quién es ese? —pregunta Marcos, señalando al chico.
—Ese chico, ¿a qué te refieres? Creo que es un estudiante de nuestra escuela —responde Francis, observándolo al mismo tiempo—. ¿Por qué?
— ¿Cómo te sientes con el ejercicio? —Pregunta Francis mientras se detiene para limpiar su sudoroso rostro. Marcos la observa mientras ella se agacha para limpiarse las manos y sus ojos. Aunque siente deseo, odia ese sentimiento. Temores sobre cómo esta atracción podría afectar su relación lo invaden. Le preocupa que sus deseos puedan llevarlo a comportamientos inapropiados, y teme que su relación se desmorone. Imagina escenarios en los que podría ser juzgado como un pervertido o incluso un acosador por haber sugerido tener relaciones demasiado temprano en la relación—. ¡Uff! ¡El sol está bonito!
—Me va bien —Responde Marcos con una sonrisa apagada. Siente que la caminata no ha producido ningún progreso. Incluso se siente más débil que antes—. ¿Tú? ¿Has notado algún progreso en tu entrenamiento? —Marcos se da cuenta de que los brazos de su novia son más musculosos que los suyos.
Francis se acomoda el cabello y se acerca a él. Le sonríe con una mezcla de simpatía y coqueteo.
—No lo sé, en realidad —Responde Francis, ruborizándose—. ¿Te gustaría entrenar la pelvis, Marcos?
— ¿La pelvis? —Marcos se confunde—. ¿Por qué la pelvis? Aún estoy recuperándome de las piernas.
El recuerdo de cuando caminaba con su hermano y sus piernas se cansaban hasta el punto de caerse, viene a su mente. Francis se le acerca, y Marcos la besa por reflejo. Siente la suavidad de sus labios con sabor a menta, y la saliva parece solo agua.
—Porque creo que nunca has visitado mi casa, y me gustaría que fueras el primero en venir —Responde Francis con una sonrisa. Marcos trata de negarse a sí mismo que esas sean sus intenciones—. Hay suficiente espacio para entrenar.
Marcos se sonroja, fallando en su intento de negar que sus intenciones sean dobles. Sabe lo que está sucediendo; sabe lo que va a ocurrir. Están a punto de vivir lo que podría ser el mejor (¿o el peor?) día de su vida.
(No puedo engañarme a mí mismo).
En la mente de Marcos surge la pregunta: ¿Vale la pena? Su primera vez con una chica de la que siente emociones confusas. Sus curvas despiertan deseo en él y su rostro genera ternura, pero su personalidad no le evoca ningún sentimiento profundo. Se cuestiona si esto es lo que realmente desea. Había anhelado una relación desde los doce años, pensando que una vez tuviera una novia, podría resolver gran parte de sus problemas.
Pero aún se siente insatisfecho consigo mismo.
—No puedo, estaré ocupado —Responde Marcos, mintiendo. Sabe que pospondrá el momento hasta el final.
— ¡Vamos! ¿En serio? ¿Qué tienes planeado? —Francis se acerca y lo agarra de los brazos, sacudiéndolo con una fuerza que lo hace sentir mal por su estado físico. Siente esa sensación de inferioridad que aparece cuando una mujer supera en altura o fuerza—. ¿Solo eso? Podría ayudarte...
Marcos toma su brazo y lo libera debido al dolor en su brazo derecho.
— ¡Deja de insistir! ¡Por una vez en mi vida, déjame a solas con mis pensamientos!
La expresión de Francis se transforma en consternación mientras lo mira con una mirada analítica. Luego suspira y se distrae con algo a su alrededor.
—Está bien, ¿qué tal pasado mañana?
—No.
Ese día, Francis menciona tener un compromiso pendiente y salen temprano del Bioparque. Caminan por una calle hasta que Marcos entra en su edificio de apartamentos. A pesar de pensar en el momento especial que podría haber tenido con Francis, su mente está más ocupada con la preocupación de encontrarse de nuevo con aquel chico. El chico bronceado, más alto, que probablemente no vive en La Cascada pero que se atreve a ir al Bioparque.
— (Haz lo que consideres correcto, hijo) —La voz de su padre resuena en su cabeza. Debe ser una alucinación, piensa Marcos. Volver loco en tiempos como estos es más probable que pesimista. Está decidido a ver al chico bronceado y verificar si es un acosador obsesionado con él o algo peor.
Sin embargo, el temperamento protector de Francis también es preocupante. No está seguro de cómo lo protegerá en la escuela, pero está seguro de que lo hará. El día pasa y Marcos se va a dormir.
(Carl).
Al amanecer del siguiente día, Marcos se coloca la camisa beige con nerviosismo. Se prepara para enfrentar su primer día de clases presenciales después de haber pasado tanto tiempo recibiendo educación a distancia en el humilde teléfono que su madre pudo comprar. La transición es emocionante, pero surge una pregunta que lo inquieta: ¿cómo llegará al liceo sin tener vehículo propio? La perspectiva de revivir las experiencias de hace dos años lo atormenta mientras desciende del edificio. Aunque la opción de que Francis lo acompañe se presenta, su falta de automóvil la hace inviable. La necesidad de encontrar una solución lo atosiga, pero es demasiado tarde para hacerlo ahora.
(Y entonces, una idea se materializa: el Destino).
Enfrenta esa noción, cuando el sol de la mañana le azota la piel y el resplandor le obliga a entrecerrar los ojos. El señor Héctor, con su vaso cervecero lleno de un líquido negro que Marcos presume ser café, lo saluda mientras se adentra en otro edificio. La rutina del señor Héctor recogiendo la basura persiste inmutable, como si el tiempo no hubiera dejado huella en él. Una vez más, la distracción se apodera de él.
(¡Debo enfocarme, diablos!).
Luego retorna a su reflexión: si el Destino, apodo que ha dado a esa fuerza misteriosa, intenta evitar que se cruce con ese chico, ¿por qué no dejarse llevar? Las cosas ocurren por una razón y se ha visto suficientemente afectado por intentar luchar contra ello. Ha conocido el sufrimiento y ha sentido el dolor reflejado en la voz de su difunto padre que, en ocasiones, parece resonar en su mente. No quiere volver a ser el héroe, no quiere enfrentar al Destino que ya le ha demostrado su poderío.
—¡Marcos! —la voz de Francis llama desde el otro extremo—. ¡Vamos!
Aunque siente el impulso de negarse, se une a Francis y juntos caminan por las calles de La Cascada. El entorno es sereno, una oportunidad perfecta para perderse en la imaginación y divagar todo el día.
— ¿Cómo iremos al liceo? —le pregunta a Francis, curiosa.
Francis bosteza y estira los brazos, generando en Marcos un deseo fugaz de hacer lo mismo. Sus ojos se desvían hacia el Bosque Central, una visión menos agradable pero inofensiva...
(La imagen de Carl atrapado en el Bosque Central, inmovilizado ante el Espantajo).
… no pasará nada.
—Tomaremos un taxi —responde Francis, enfriando los ánimos—. Será mejor que el autobús.
Es momento de superar los miedos arraigados, de afrontar los traumas que lo han limitado y de permitirse una vida normal. O, al menos, eso es lo que aspira.
Atraviesan la calle El Colonizador y se detienen junto a un auto amarillo. Francis sube, pero Marcos lucha por avanzar. Intenta moverse, pero su cuerpo parece resistirse. El recuerdo del accidente de su padre lo envuelve, congelándolo en el lugar.
— ¿Marcos? —dice Francis, luego lo arrastra hacia el auto. Finalmente puede moverse, pero sentarse es una batalla. La ansiedad se apodera de él.
—Sí, perdón —murmura Marcos, luchando contra el pánico.
El conductor pisa el acelerador y el auto arranca. Marcos desvía la mirada para evitar ver el exterior, enfocándose en el asiento. Se niega a perder el control. Francis toma una foto de ambos.
(¿Importa de verdad? ¿Qué diablos estoy pensando?)
.
Un semáforo los detiene, el mismo semáforo en el que su padre sufrió el accidente. La ansiedad lo inunda, el corazón late desbocado, el cuerpo se tensa. Debe mantener la calma. No permitirá que el Destino repita los patrones.
Cuando el semáforo cambia a verde, Marcos suelta un grito y abre la puerta. Intenta escapar, pero Francis lo detiene y lo jala de regreso al auto. Se disculpa con el conductor por la reacción de Marcos. Está claro que a partir de ahora deberán usar el seguro para niños.
Finalmente, llegan al liceo San Thomas Dahlie. Un muro azul con la imagen de San Thomas les da la bienvenida. Antes de entrar, Marcos detiene a Francis.
—Tengo una pregunta —le dice a Francis.
— ¿Qué? ¿Por qué te detuve? —responde ella, con un dejo de sequedad. Al chico le da la impresión de que Francis sigue decepcionada por el susto que pegó en el taxi—. No lo sé. Dímelo tú.
Siguen caminando por los pasillos de la institución mientras ella responde.
— ¿Por qué me da la sensación de que estás conmigo, solo por lástima? —responde Marcos, atravesando los setos. Sabe que Francis tiene una familia lo suficientemente prodigio como para no necesitar de un chico cualquiera como él. ¿Por qué?, se pregunta así mismo. Cree tener suficiente con los recientes sucesos.
—Tienes una autoestima baja. Trabajaré en eso.
Marcos se detiene; Francis hace lo mismo.
— ¡NO, ESTOY BIEN, GRACIAS! —exclama Marcos, atrayendo miradas curiosas—. ¡MI AUTOESTIMA NO ES ALGO QUE DEBAS REPARAR!
Francis se limita a asentir con gesto de cachorro triste, sin saber qué está sucediendo con Marcos. Las miradas de los demás alumnos se posicionan sobre ellos, haciendo que Marcos también se esté avergonzando por gritar recientemente.
Luego entran al área de Educación Media General, y ambos observan el acto cívico. Los estudiantes se alinean mientras el micrófono aguarda su turno.