Marcos despierta de su pesadilla con un grito y un terror tan abrumador que involuntariamente le da una bofetada a la persona que tiene frente a él. Por un instante, tiene la impresión de que el Espantajo está justo delante de él.
— ¡Hijo! ¿¡Qué te pasa!? —Le pregunta Bepsi, quien está en su silla de ruedas. Marcos ve la puerta abierta y luego la ventana que refleja la luz de la mañana.
— ¿Qué ha pasado? —Responde Marcos, aún recuperando sus sentidos. Su voz apenas es un susurro.
— ¡Te he oído gritar desde mi habitación y pensé que algo te pasaba! —Responde Bepsi, frotándose la mejilla—. Dios mío, me duele. ¿Qué has soñado? ¿Qué ha pasado?
Marcos se siente demasiado confundido como para sentirse culpable por haber abofeteado a su madre, aunque haya sido accidental.
— Solo ha sido una pesadilla simple —responde Marcos—. ¿Qué hora es, mamá?
Su madre lo agarra por los hombros y lo sacude ligeramente.
—Hijo, primero respóndeme... ¿qué pesadilla has tenido? —La mirada de Bepsi refleja preocupación y frunce el ceño, como cualquier madre preocupada por la salud mental de su hijo.
Pero Marcos aparta sus manos.
— ¿No puedes dejar de ser tan pesada, mamá?
Y como resultado de su última frase, recibe otra bofetada; Bepsi lo abofetea tan fuerte que suena como un golpe de piel que resuena por toda la habitación. Marcos siente el ardor en la mejilla y mira a su madre, atónito.
— Justo por esto, acabarás matándome algún día, Marcos —dice la mujer con una expresión afligida, sintiéndose culpable por haber golpeado a su hijo—. Luego dices que soy mala, que soy una mala madre y una molestia. ¿Me odias, Marcos? Si me odias, dímelo.
Marcos frunce el ceño, sintiéndose abrumado. Es consciente de que está proyectando su odio hacia sí mismo y que Bepsi no tiene la culpa de todo lo que ha ocurrido.
— No, mamá.
Pero la madre de Marcos lo mira con consternación; puede percibir la falsedad en las palabras de su hijo, y Marcos mismo es consciente de ello. Por un momento, teme que su madre lo azote con una correa, pero solo deja escapar unas lágrimas. Ella se dirige hacia la puerta y sale de la habitación. Marcos escucha los sollozos de su madre desde la otra habitación.
(Me da igual).
Marcos se levanta y se dirige al baño. Siente la urgencia de llorar mientras se mira en el espejo, viendo a un ser atormentado que no puede mejorar su situación. No sabe exactamente por qué no se quitó la vida ayer, a pesar de creer que lo necesitaba desesperadamente en ese momento.
(Hay otra opción).
Una sensación cruza su mente como una intuición: no quiere morir porque, en el fondo, sabe que existe otra manera de mejorar las cosas. Existe una forma de recuperar la felicidad o la inocencia que tenía en su infancia, sin importar los maltratos de Carl o la ausencia de su padre. Se frustra por no poder identificar esa forma y golpea el espejo.
Por un momento, considera ducharse, pero luego se niega. Siente que no vale la pena asearse si eso no resolverá sus problemas. Luego, toma la caja de ansiolíticos y la guarda en su bolso. Se prepara, toma el dinero que su madre probablemente dejó en la mesa como de costumbre, y se dirige hacia la salida de La Cascada. Está preocupado por Francis, ya que no la encuentra en ninguna parte.
(No tienes ningún compromiso con ella, idiota. Puedes conseguir otra sin mucho esfuerzo).
Toma el autobús y se baja en Onda Vista. Entra a su institución y ve a David riendo y bromeando con un grupo de amigos, pareciendo el alma de la fiesta a pesar de sus circunstancias. A pesar de todo, Marcos pasa por su lado y choca con alguien.
—Hola, Marcos —lo saluda un chico alto y corpulento.
—¿Quién eres tú? —responde Marcos bruscamente.
—¿No te acuerdas de mí? Soy Rostie, pero los demás me llaman Juan," declara el chico, lo que despierta una oleada de malos recuerdos en Marcos. A Rostie "Juan" se le ve nervioso; sus párpados tiemblan y juega con sus dedos.
—No te recuerdo. Voy a clases —farfulla Marcos, quien en el fondo siente ganas de golpearlo. Intenta seguir de largo, pero Rostie se interpone.
—Oye, lo he pensado —dice el chico, haciendo que Marcos sienta un pico de estrés—. ¡Lo siento por mostrarte la caja del miedo! Fue culpa mía.
—Pues disculpado —dice Marcos con brevedad—. Ahora me voy…
Marcos cambia de dirección, pero Rostie interpone su brazo.
—¡En esos tiempos yo era un maldito acomplejado! —exclama el chico con apuro. Esto llama la atención de Marcos, y se detiene a escuchar—. No sé qué quiere la gente aquí. Yo solo quería reírme contigo, ¿bien? Pero no lo expresé bien. Al final, no solo terminé haciendo que te atropellen, sino que también terminé… dios mío.
— ¿Qué pasó, Juan? —Marcos arquea las cejas—. ¿Algo grave, o…?
Marcos intuye que Juan oculta un trauma.
—Había un estudiante de tercer año —responde Juan—. Encantador, de habla jovial y estaba emparejado con una chica de segundo. Era el ex novio de la chica con quien tú habías discutido ayer. Antes de usar la caja contigo, usé la caja con él cuando estábamos de vacaciones hace tres años. Poco después de ese día, cambió de forma drástica. ¡Poco después, se quitó la vida! Pensé que era un accidente, hasta que me enteré de tu caso.
Según Francis, su padre amenazó a su ex novio para que la dejara de acosar, y dejó de verla. Este nuevo descubrimiento lo hace preguntarse qué pudo haber pasado en ese tiempo.
—Eso es interesante—responde Marcos, distante—: considerando que todo ocurre por causa y efecto.
— ¿Qué querías hacer ese día con tu padre, Marcos? —Pregunta Juan, y esto le sube el pulso al otro chico—. Porque sé que él no pudo haberte obligado a estar ahí.
Marcos se pregunta qué debe hacer al respecto. Tiene la opción decirle que quiso salvar a su madre. ¿Entonces debe decirle la versión de los medios? Lo haría quedar genial frente a sus compañeros, pero sería una cruda mentira que tendría que mantener por el resto de su vida. Marcos no le responde, pues solo quiere ir a sus clases.
Marcos solo quiere…
(El Espantajo casi llevándose a Francis)
… estar en paz consigo mismo.
Pero antes de que Marcos pueda proseguir, Juan le interpone su caja. De la misma apariencia de la “Caja del Miedo”. Solo que esta vez, se siente fría como el aluminio, y se ve un reflejo traslúcido.
— ¿Puedes dejar de fastidiar, Juan? —Le masculla Marcos y aparta la caja.
—¿Pues disculpado, era tu frase? Yo no creo en esas cosas, Marcos. ¿Recuerdas? Las disculpas son como dientes de león; son bellas, pero se esparcen rápido —responde Rostie—. Lo pensé muy bien y no puedo solo lamentarme. ¿Egocéntrico? Ya no quiero serlo. Esto es una disculpa verdadera, amigo; no debí tratarte así.
—Teníamos doce años, Juan —responde Marcos de labios afuera, porque sigue guardándole resentimiento aunque intente decirse lo contrario—. Tranquilo.
—Mira, solo abre la caja. Esto es una súplica, no una manipulación. Mi don no funciona cuando alguien sabe lo que verá, y debe estar fuera de suposiciones; por lo tanto, no te puedo decir qué verás. —Juan acerca más la caja al rostro de otro, con intención de tentar a Marcos—. Toma. Hazlo por un hombre arrepentido, vamos.
Marcos se lo piensa dos veces. La última vez lo pasó muy mal, pero en ese tiempo no conocía a Juan. ¿Qué sería mejor? ¿Aceptarlo y arriesgarse a ver una CAJA DEL DOLOR, o mucho peor? ¿O rechazarlo?
Si acepta, se arriesga. Si rechaza, puede que su resentimiento aumente. Esa superación personal de Juan le llama la atención. ¿Por qué Marcos no lo perdonaría? Solo lo asustó una vez y sin saber nada de él. Tampoco cree que su caja haya causado los acontecimientos de hace tres años.
Tal vez, le tiene resentimiento a causa de su rompimiento con Francis; o, el hecho de que su madre le dijo lo que realmente sentía por él. Tal vez la combinación de un cúmulo de factores, partiendo del principio hasta el día de hoy. Se da cuenta de que su ira se está dirigiendo hacia la persona equivocada, y que no debería ser así. No puede desquitarse con alguien que no tenía la culpa.
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—¡Está bien! —asiente Marcos, fingiendo una sonrisa—. Espero que no sea una caja del dolor o algo así.
—Como te había dicho, no puedo decirte.
Marcos mueve cada una de las solapas de la caja, hasta ver la misma esfera negra parecida a una metra gigante. Siente el miedo, y esto lo hace titubear; no obstante, lucha contra él. El miedo solo modifica su manera de ver el mundo, y no le deja ver el verdadero problema. Por lo que acerca su cabeza a la esfera, y ve el reflejo de su rostro. Cada vez traslúcido; una sensación fría se siente en sus piernas y nuca. Sus manos sienten el dolor de varias hormigas picándole. Visualiza unas astillas clavadas en sus dedos. En torno a él, está el Bosque Central.
Delante de él, hay trozos de madera a los que, con ira en sus venas, deja caer el hacha hasta hacerlos añicos. Dos personas apoyan sus manos en sus hombros, a las que Marcos reconoce como su hermano y su padre.
—Esa era tu mejor opción, Marcos —comenta Carl, quien le ofrece a Marcos un pequeño diamante anaranjado—. Toma esto. Desintégralo.
— ¿Hacer qué? —responde Marcos, pero sus palabras no quieren salir. Siente como si su voz estuviera encerrada en su garganta—. Carl, no entiendo. ¿Qué debo hacer con eso?
— ¡Lánzaselo! —exclama Carl, con una maquiavélica sonrisa que Marcos no recuerda haber visto antes. Un Carl diferente—. ¿¡Qué no querías redimirte!? ¡Sabes a la perfección cuánto deseas destruirlo, Marcos! ¡Hazlo y no tengas miedo! ¡El miedo injustificado es para los débiles, y tu miedo no tiene justificación!
— ¿No moriríamos los tres?
— ¿Los tres? Solo tú, hermanito —Carl se desternilla en risas—. Tú quieres hacer algo, aunque te cueste la vida. No tienes nada que hacer en este maldito mundo; solo te queda hacer el bien mayor. Enfrentarte a, quizás, el posible ajedrecista que controla el destino para sabotearte la vida.
— ¿El Espantajo controla el destino? ¿De dónde sacó eso?
— Carl. Lo que dices no tiene sentido…
— Piénsalo por un momento: tu encuentro con David, cómo salva a la chica de ser absorbida por el Espantajo y cómo las cosas ocurrieron de manera que papá tuviera que morir. ¡Determinismo, hermanito!
Ahora Marcos lo comprende. Su verdadero enemigo es el Espantajo, y siempre lo fue. Si hay una manera de salir de todos sus problemas, es eliminándolo del mapa.
— Sí, tienes razón. Debo hacer esto. ¡Simplemente no puedo aceptar que esa bestia continúe viva, sabiendo que se llevó a mi hermano! —Marcos arrebata el diamante y mira al horizonte. Luego, aprieta el diamante con sus dedos hasta agrietar sus lados. Ahora su voz sale de su garganta, liberada y lista para expresar determinación—. ¡Voy a vengarte, papá! ¡Te sentirás orgulloso cuando me enfrente al malnacido que se llevó a mi hermano!
Pero cuando mira a su padre, ve que este no suelta ninguna palabra. El hombre lleva una expresión de preocupación en sus ojos, y sus ojos tienen más energía que los de Carl. El hermano mayor parece una marioneta sin vida ni voluntad. El padre observa a sus hijos, su entorno y luego los trozos de madera. Para finalizar, comprende algo fuera del entendimiento de su hijo; tanto que empuja a Carl y hace el ademán de quitarle el diamante anaranjado a Marcos.
— ¡Hijo, no lo hagas!
Pero antes de que Marcos pueda responder o darse cuenta de su antinatural cambio de opinión, siente una mano dando palmadas en su hombro. Fría y pesada, lo hace reaccionar y girarse hacia el sujeto que tiene delante.
— ¿Y bien? —Pregunta Rostie, quien lo mira expectante. Tiene su cabeza gacha y su boca deja escapar tics; nerviosismo, ansiedad, de un chico que espera la respuesta de Marcos.
Marcos vuelve a la normalidad, y concluye que sus ideas nunca han estado tan claras.
—Veo algo… —Responde Marcos, pero luego se retracta en el momento. Prefiere mantener sus intenciones privadas—. No, primero respóndeme… ¿qué es esto?
—Descubro que mi don es más que una caja del miedo; manifiesta impulsos inconscientes de la mente. En este caso, uso "La Caja de los Deseos Reprimidos". Te satisface, aparte de… —se lleva una mano al mentón—. ¿Cómo se dice? Ah, sí. Ayudarte a descubrir tus motivaciones.
— ¿Motivaciones reprimidas?
Pero Juan aparta la mirada; sigue carcomiéndole la culpa.
—Sí, y espero haber compensado los daños de antes. Esto no funciona conmigo, ojo; yo sé mis propias motivaciones y miedos, y esto hace que la misma limitación me afecte —Juan reduce su voz hasta un murmullo, dándose cuenta de cómo los demás lo observan—. Si no quieres decirme qué viste, está bien. ¡Igual no es que sea una mente cerrada! Rasgos turbios de tu personalidad son normales, pero siguen siendo un tabú.
—Bueno, está bien. Me ayudaste mucho —Responde Marcos, sonriéndole, aunque no siente un ápice de simpatía por el otro. Aun así, lo comprende, pues conoce mejor que nadie el significado de 'culpa'—. De todos modos, no fue culpa tuya el accidente pasado.
— ¿Entonces qué pasó hace tres años? —Con los ojos entornados, Juan lo observa en silencio. Interés en su mirada y dudas en su rostro; mirada de hito en hito—. ¿Querías atentar contra tu integridad?
(Ya fastidias, ¿no?).
Marcos pone los ojos en blanco y suspira.
—Mi papá era un enfermo psiquiátrico; el resto es personal —Responde, pero luego siente el impulso de decir lo siguiente. Un veneno, corrosivo como el ácido sulfúrico y latente como el ricino recién inoculado. Parte racional de su ser hace su trato con su parte irracional—. Pero oye, también tengo otra pregunta… de tanto que odio que me respondan con otra maldita pregunta. ¿Puedes dejar de preguntar? —Marcos hace una sonrisa forzada. El rostro de Rostie “Juan” adquiere preocupación; se le está borrando ese tono neutral del rostro—. Sí, Juanito. ¡Del mismo modo que también podrías dejar de autocastigarte por cosas estúpidas! ¡Del mismo modo que también podrías dejar de recordarles sus traumas a todos! ¡Del mismo modo que podrías… tomar una decisión drástica para resolver todo esto! ¿No?
Luego de decir estas palabras, Marcos deja a un Juan atónito. Luego, se dirige a su liceo y desea que nadie más lo moleste con lo mismo. No importa, porque de todos modos él tiene sus ideas claras. Siente tanta satisfacción que concluye algo importante, que le hace bajar la cabeza y sonreír como un psicópata. ¿Por qué la gente sonríe así en las películas? Así lo descubre: la enorme satisfacción de ejecutar (o haber ejecutado) un plan que va con sus intereses.
No dejar que sus miedos lo consuman; no dejar que sus impulsos lo dominen. No dejar que el Espantajo se salga con la suya. Marcos hace el aburrido acto cívico, donde observa a su alrededor; busca una señal de la presencia de Francis, pero no la ve en ningún lado. ¿Por qué? Prefiere no pensar en ello.
(Nunca me importó).
En lo que respecta al horario del martes, Marcos recibe la presentación de 'el profesorado' de Orientación y Convivencia. Los demás se preguntan entre ellos: ¿Dónde está el profesor de religión? Dice alguien que lo han despedido por no encajar en las normas del liceo. Otros dicen que, en realidad, renunció. De todos modos, llevar tres años sin verlo hizo que se le olvidara su rostro.
—Planteo la primera clase: Sigmund Freud; la tricotomía de entidades —Sentencia. Su sexo es extraño a la vista, y también confuso. Los hombres quedan deslumbrados por su apariencia femenina y las mujeres 'lo' miran con ojos vueltos platos, por su aire masculino. El mundo es extraño, piensa Marcos. Alguien que parece femenino y también atractivo para los hombres, pero un alfa radiante de deseo para las mujeres. El cómo será su cédula de identidad, es otra cosa; Marcos no quiere pensar en eso.
La clase termina, y el 'profesorado sin género' abre la puerta.
—Vamos a misa. Fórmense —Ordena, al tiempo que los demás hacen filas.
(Esto se me hace familiar).
David se lo había dicho ayer, y vaya que tuvo razón. Por supuesto, también debe aprovechar la oportunidad: investigar sobre el Espantajo, a solas. Aunque todos se van, Marcos logra tener la suficiente astucia para ocultarse detrás de la puerta. También afortunado, porque Rostie capta su mano sobresaliendo de la puerta. Su pulso aumenta y el sudor corre por sus sienes, mientras la ansiedad busca esparcirse por su cabeza. Rostie “Juan” se acerca con lentitud y curiosidad, y en ese momento, Marcos se arrepiente de haberle dicho esas cosas. ¿Qué haría, sino? ¡Delatarlo! O como mínimo, hacer que los profesores revisen y lo descubran.
Pero un profesor señala a Rostie y le ordena que haga fila mediante gestos. Marcos siente alivio y se queda en su lugar, esperando impaciente. El espacio que antes rebosaba de una marea de conversaciones y voces rebotando en los salones, ahora está desierto. Solo falta el clásico arbusto rodante de las películas del Medio Oeste. A decir verdad, se siente más cómodo que estar rodeado de personas. Podría caminar y desinhibirse con bailes y monólogos en voz alta, sin que nadie le...
(La sangre de Cristo tiene poder).
Oye un sonido en el techo, de un objeto arrastrándose en metal. A Marcos se le crispa la piel. La lámina del techo reluce, mientras el silencio azota la zona. Si no hay nadie, solo puede significar una cosa: un fantasma. ¿Será el tipo de cabello largo? ¿Acaso Marcos estará predestinado a encontrarse con él, y está en el techo espiándolo? No diferencia entre las suposiciones y paranoias. Solo le sobreviene ese sentimiento, mientras retrocede y se alista para meterse en el salón más cercano. Llamar a la policía… y que los demás descubran que él se escondió de la misa.
Pero no se oye más. Supone que es un animal y se sienta en uno de los bordillos, cercano a un pilar pintado de marrón. Saca su teléfono del bolsillo y su cargador del bolso. Lo conecta y enciende la pantalla.
Abre el navegador y busca términos por internet. Palabras clave como “Espantapájaros aterrador” y la palabra “Errante” juntos, junto a posibles sinónimos. Redirecciona al traductor donde traduce en otros idiomas, si puede hallar algún significado ‘oculto’. No se arrepiente de no haberlo buscado antes; en serio, tenía miedo. Los recientes sucesos no habían hecho más que liberarlo.
Sin resultados salvo videos irrisorios y artículos basura. Blogs del jurásico 2015, antes de la llamada Gran Censura Creativa, como le llaman los intelectuales al momento donde la censura ganó mayor poder, hasta llegar a prohibir mostrar a personas usando los kóbistos. Marcos busca “Sueños premonitorios”, pero el resultado es nulo. Luego busca “Espantapájaros en Ronzoati”: NADA.
(¡Diablos!).
Así que se atreve a buscar el caso de Carl, y a su lado aparecen portadas de otros artículos de prensa. Desapariciones y testimonios dudosos; la mayoría de ancianos con demencia, o niños. En Ronzoati no está claro; no obstante, sí en otras ciudades que llevan Bosques en el centro o al lado. Tres casos en África y ocho en Norteamérica. Ambos conjuntos llevan veinte años de diferencia. Si no hay ninguno en Ronzoati, entonces Marcos supone que su hermano pudo ser la primera víctima. Luego, mira los nombres de las desapariciones en Norteamérica.
21 DE DICIEMBRE DEL 1975
JAVIER CROHN. 56 AÑOS. 1975.
AMANDA ULLMAN (ESPOSA). 48 AÑOS. 1975.
THANIUSKA CROHN (HIJA). 20 AÑOS.
RAMONA DE CROHN (22 AÑOS).
ÚNICOS SOBREVIVIENTES: PADRE Y SU HIJO, ANÓNIMOS.
Todos en el mismo día, hora y ubicación. Ahora Marcos sabe que Carl, en lo que cabe de posibilidad, no es la única víctima.
(Ahora, ¿cómo me servirá esta información?).
De pronto, oye algo arrastrarse en el techo, y le viene a la mente lo dicho por David. Que ocurrirá algo cuando todos vayan a misa. Luego un gemido áspero y ahogado que reverbera a través del espacio donde se encuentra. Marcos corre hacia el origen del ruido, donde algo pesado golpea el techo para luego arrastrarse; alguien se acaba de caer.
—¡Mierda! —Exclama el hombre en el techo, con un tono grave de aspereza senil.
En ese momento, la persona tapa los rayos del sol, dejando ver una gran sombra desde el suelo del piso inferior, Marcos se da cuenta de su tamaño enorme.
(Esto me va a romper la columna).
Antes de que el hombre caiga al suelo y posiblemente se rompa la crisma, Marcos se acerca con paso rápido. La cabeza y el cuerpo que apenas son una silueta se sueltan del techo mientras sus brazos extendidos se mueven por el pánico. El chico siente que va a atrapar algo más pesado que un gigantesco colchón, pero ¿qué pasa si no lo atrapa? ¿Qué pasa si lo atrapa y termina ÉL mismo rompiéndose la cabeza, por lo atrofiados que están sus músculos? Es el escenario perfecto para que uno de los dos muera. Luego un peso, grande que lo sobresalta hacia atrás, cae sobre él; sus brazos sienten el ácido láctico recorrer las fibras musculares y su espalda pega un fuerte golpe en el suelo. Por suerte, aterriza de omóplatos y no de nuca; de lo contrario, sería su fin (del que tampoco estaría enojado).
El hombre encima es un anciano cubierto de arrugas. Aparenta tener setenta años, pero tiene los brazos tan gruesos y tonificados que le hacen saber que en algún momento entrenó. El anciano se levanta y se limpia. su traje de rayas, junto con pantalón elástico de cintura color grisáceo. Luego mira por encima del hombro, cayendo en cuenta de que acaba de caer encima de un chico bajito y flacuchento. El anciano le tiende la mano, y Marcos titubea del shock antes de corresponder.
—Sí, gracias —Sentencia el anciano, con una voz adusta. Sus ojos son verdosos y lleva una tez blanca, pero se le nota la ausencia de cabello en la coronilla—. ¿Quieres criticar, o no? Porque se te nota que no entiendes que sufro epilepsia.
— Señor Xavier —Responde Marcos con algo que parece más una pregunta. Entorna sus ojos, observando al gruñón cuya actitud hace a uno preguntarse cómo llegó a los setenta y siete. Recuerda haber visto su rostro en alguna parte, y vaya que se arrepiente de recordarlo: el viejo que casi lo atropella cuando Marcos huía despavorido del espantapájaros a sus ocho años, y el mismo que lo atropelló con su “Ford” cuatro años después—. ¿Está bien?
—Sí, excepto que perdí mis lentes… ¿qué haces aquí? —Le pregunta y luego le masculla—. ¡Ve a misa, o le digo a la directora!
— ¡No puedo, estoy investigando algo!
El señor Xavier lo mira con recelo.
— ¿Investigando qué mierda? —Pregunta con hosquedad, y luego señala hacia la salida—. Estuviste tú aquí, como si supieras que yo también estaba aquí. ¿Me lo puedes explicar?
Ahora Marcos entiende su punto.
— ¡Yo… dios mío! ¡Estaba viendo contenido para adultos, y de pronto te vi ahí! ¡Eso es todo!
El señor Xavier se acerca más, y su intimidante altura da la ilusión de estar frente a un titán.
—Esa no es la cara de alguien que estuvo viendo cosas sucias. Yo a tu edad asistía a burdeles y créeme que, ni con el mejor servicio del mundo, duraba solamente ocho minutos. ¿O crees que el hombre solo dura tres minutos como cuando lo hace a solas? Alguien que pudo haber tardado lo mismo, apenas desabrochándose su pantalón. ¡O mejor! Hacerlo en el salón en vez de un espacio abierto como este—La manera en que Xavier interpela, su mirada y la agresividad de su voz, hacen a Marcos sentirse tan inquieto como aterrado—. Dímelo de una puta vez, idiota.
Marcos entra en pánico.
— ¡Investigaba sobre un espantapájaros! ¿Sí? —Farfulla—. ¡Uno feo que mata gente, y no hay nada qué decir! ¡Eso es todo!
Xavier suspira; más decepcionado no puede parecer.
— ¿Espantapájaros? No te referirás al bosque central, ¿verdad?
—Sí, algo así —Responde Marcos, asintiendo.
—No sé si te lo habrá dicho a alguien más, pero te recomiendo no entrar a ese lugar —Le advierte el señor Xavier, quien luego le da la espalda y se encamina en dirección a la entrada. Mientras saca una llave de su bolsillo— Ese espantapájaros no es de fiar; nunca lo fue.
(¿Eh? ¿Qué carajos?)