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Errantes del Destino [español]
Capítulo 8 - Francis

Capítulo 8 - Francis

La habitación tiene una atmósfera que él considera incómoda; un silencio apoyado por el zumbido del televisor cuyo volumen está al mínimo. Los ojos de Marcos posicionados en el techo, y luego miran de reojo a Francis. Pues aunque siente la necesidad de buscar un culpable, también considera la posibilidad de que él SE SIENTA CULPABLE si llega a decirle lo que tiene pensado decirle. Los insultos que él busca decirle en toda su cara para hacerle saber que él, aunque no la odia en el fondo, desea expresarse de algún modo que él crea posible.

— ¿Entonces? —Pregunta Francis.

¿Cómo podría herir a esta humilde chica, que solo viene en son de paz?, se pregunta así mismo.

— ¿Te echas perfume o siempre hueles bien? —Marcos le suelta una pregunta aleatoria, ad libitum. (Qué idiota, ¡qué idiota! ¡QUÉ IDIOTA! ¡IDIOTA! ¡PEDAZO DE…!).

— ¿Qué, te gusta mi perfume? —Pregunta Francis, cuya voz se siente con mayor alegría—. Es uno que quise comprar en estas inmediaciones. ¿No huele rico?

Marcos no había esperado una respuesta tan abierta a socializar. Aún así, considera que no puede distraerse por algo tan nimio como un perfume; su madre se ve enojada y con cara de querer echarla a patadas.

—Sí, me encanta —Responde Marcos. Pues, es una respuesta esperable.

—Mira, no tengo tiempo —Francis da un paso hacia Marcos, pero puede ver la mirada asesina de su madre. Aborta y da otro paso atrás—. Mi papá dice que puede pagar los daños. Es que… bueno, hubo distracción.

Marcos ensombrece su mirada. Su madre lo capta y extiende su mano, que interpone entre Francis y Marcos.

— ¿Cómo, qué daños? El señor que atropelló a mi hijo pagó, pero lo hubiera mandado a la puta cárcel si las cosas hubieran terminado de otro modo —Masculla la madre de Marcos, cuyo nombre sigue siendo desconocido para Francis—. Ustedes mataron a mi esposo, —Francis quiere objetar, pero la otra prosigue— ¿cómo? ¿Acaso dije que lo mataron chocándolo? ¡USTEDES LO DEJARON MORIR!

— ¡No teníamos la culpa y pensábamos que estaba bien! —Francis se corta—. ¡Yo… solo obedecí a mi padre!

— ¿¡Y cómo que una distracción!? —La madre de Marcos parece no escuchar sus palabras, y ahora se centra en un aspecto de ese ‘enorme árbol’ de conversación.

Pero Francis no puede explicarlo. Puede pensar que también fue su culpa, pero también puede culpar a la misma mala suerte. Coincide con el mismo día donde su padre la visitó y durmió en la casa, solo para toparse con cortes profundos que se hizo su hija en su brazo, “presuntamente” (él no cree su historia) mientras estaba dormida. Los cortes forman una palabra espeluznante, pero Francis cree que es simple coincidencia.

(Errante).

En vez de escuchar a su hija, su padre la forzó a ponerse cualquier prenda con suma rapidez y ambos se metieron en el auto. Comenzaron a discutir, primero, con el asunto de las autolesiones, que luego escaló hasta revelarse los aspectos más vergonzosos de la vida de Francis. Condujeron en dirección al neurólogo que estaría más allá de Raki. Pero la discusión se acaloró y, no sabe si fue por las lluvias que impidieron ver el camino, la distracción o el hecho de que los sujetos de aquel “Kia” conducían a altas velocidades. Experimentaron un choque que, por poco, fue amortiguado por los cinturones de alta calidad. Francis se había puesto mal aquel cinturón y había sentido cómo su estómago se presionaba hasta buscar hacerle vomitar los líquidos que ella había tomado.

Francis acaba de divagar de nuevo; no está segura de qué acaba de decir la madre de Marcos y también tiene miedo de preguntar. El televisor sintoniza una noticia de último momento (o no tan último).

SE BUSCA: ABRAHAM ALICIO SOTO. 24 años, Líder del Cartel de Ronzoati.

Hace unos días, 8 de febrero del 2026, el Supercuerpo de Investigaciones (SCI), apodada como la “Superpolicía”, habían desmantelado la banda delictiva “Cartel de Ronzoati” y frustraron un futuro atentado que iba a ocurrir en Raki. Al poco tiempo de un chico ser atropellado, los sensores pudieron captar a uno de los miembros colocando una bomba en uno de los soportes, que pudo haber derrumbado todo el edificio y ocasionar pérdidas tanto materiales, como humanas. Todos fueron apresados, pero uno de ellos logró escapar. Abraham Alicio Soto, el cerebro detrás de este intento de atentado, es un hombre metódico y de gran capacidad analítica; no obstante, presentó comportamientos antisociales desde pequeño. Peligroso y carente de empatía; tiene el poder de traspasar las paredes y actualmente está prófugo. Si lo ha visto, no olvide buscar un lugar seguro y llamar a la policía. Se estima que la explosión pudo haber causado pérdidas mayores al 9/11.

Los ojos de Marcos se abren como platos; la noticia lo está impactando tanto, que parece como si en su mente hubiera chocado algo. Su rostro compone una sonrisa que Francis también responde, sin saber por qué es tan pegadiza. Verlo sonreír le da una sensación de serenidad y… de cariño.

—La salvé —Marcos musita esta frase, carente de contexto.

— ¿Qué salvaste?

—Nada, solo salvé mis recuerdos —Responde el chico, como si eso no lo hiciera más sospechoso—. ¿Qué quieres, Francis? Sé que viniste por algo.

Francis se humedece los labios.

—Mi papá y yo corremos riesgo de caer presos, porque en serio nos metimos en problemas. —Francis intenta ser más adusta con Marcos, y evitando mostrar un indicio que lo emocione por alguna razón. Más de una vez Francis fue molestada con eso. Chicos que se le declaraban en medio de todo el mundo (como si eso aumentase las posibilidades), y cuando Francis rechazaba, ella quedaba como la villana. ¿Acaso también es la villana en estos momentos?—. ¿Qué sucedió? ¿Fue por accidente, o por qué viajaron tan rápido?

Marcos hace como si quisiera encogerse de hombros.

—No lo sé.

— ¿¡Cómo que no sabes!? —Francis da un paso hacia Marcos, sintiendo la desesperación de alguien que en serio se meterá en un embrollo. A quien su padre mandó, porque aquel está demasiado ocupado como para lidiar con ellos—. ¡Por favor, recuerda! ¿¡Por qué no quisiste que te ayudáramos!?

Pero Francis siente como si su mano no quisiese avanzar más allá de Marcos; una barrera física, como ser absorbido por un imán que atrae carne. Al poco tiempo, ella se da cuenta de que la madre de Marcos es la responsable; una mujer capaz de levitar objetos está impidiendo que se acerque. No obtiene respuesta del chico, y la otra mujer emite un silencio hosco. De pronto, la cabeza de Marcos tiene un espasmo y su respiración se torna más pesada; está teniendo una convulsión. Puede ser un desequilibrio electrolítico o la medicación, Francis no lo sabe.

—Francis, nos vamos —Entra su padre y le dice aquellas palabras que la regresan a la realidad.

— ¡Pero si no terminé de hablar con él!

— ¡Hablas con él mañana o yo me encargo, pero vámonos rápido! —Se escucha apurado. El hombre es bajo para su edad (173 cm), pero tiene un aura temible a través de aquella mirada penetrante. Pese a eso, para ella es amigable.

— ¡LLAMA AL PUTO DOCTOR PRIMERO! —Le vocifera la mujer, antes de ellos irse. El padre de Francis, de nombre Megan, le avisa a un doctor con un gesto de su mano y este entra. Cuando el doctor entra al cuarto y cierra la puerta, ambos se sienten con la libertad de salir y se vuelven al pasillo.

— ¿Entonces? —Pregunta su padre mientras caminan. Su voz se escucha calmada, confiado, pero su tono grave parece adusto—. ¿Qué te dijeron?

—No respuesta —Responde Francis, lamentándose así misma en el interior—. Su mamá está muy enojada y no pretende ayudarnos.

Megan se rasca el pómulo.

—Pues habrá que resolverlo. Podrían meterme a prisión y suspenderme la licencia, si es que minimizo los daños para que también no te metas en problemas.

— ¿Suspenderte la licencia de conducir? Papá, ¿de cuántos años de cárcel hablamos?

—Entre cinco y diez años.

La piel se le pone de gallina. Esa cantidad parece poca en comparación a la cadena perpetua que tienen otros países, pero sí es la suficiente para arruinar a alguien. Demasiado tiempo. Ante esta problemática, a Francis solo se le pueden ocurrir ideas maquiavélicas. Una de ellas, emocionar a Marcos para que sienta pena por él (es decir, enamorarlo) y así declare que él fue el negligente. Su padre está fallecido, por lo que la cosa está peor.

(El primer lugar. ¿Qué diablos hacían ahí?).

Pero sería muy duro para un chico que acaba de perder a su padre… ¿Y qué? Francis no quiere perder al suyo y nadie sufriría, porque el responsable ya está muerto. Que no se emocione; también siente afecto por él, sin razón aparente. Como si hablar con él hubiese aclarado el ambiente y su voz se sintiera como un abrazo por cada palabra, aunque ese (imbécil) haya hablado muy poco. ¿Acaso por qué le preguntó sobre su perfume?

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—Tranquila —Megan cae en cuenta del silencio que profiere su hija, y le acaricia el cabello—. Algo se hará. Yo resuelvo de todos modos. Ahora, el punto importante es que te debemos llevar al neurólogo.

— ¡Pero si habíamos…!

Su padre la suelta.

— ¡No pierdes nada con unos miserables minutos de tu vida, hija! —Le habla, con voz correctiva.

Salen del Hospital Militar Ruiz Pineda Y van al neurólogo. En el proceso no ven nada de extraño en su cerebro, más allá de un leve déficit de atención y el Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), subtipo Primariamente Obsesivo sin rasgos compulsivos, que ha estado durante toda su vida. Y Francis se lo confiesa al mismo neurólogo: esa obsesión ha traspasado la barrera hasta llegar a autolesionarse estando dormida. Cada día pensaba en lo mismo; cada día condicionaba parte de sus pensamientos a una sola cosa, que no tiene mucho sentido, pero EXISTE.

(Errante).

¿Errante? Recuerda sentir (o escuchar) su voz interna, repitiéndoselo como mantra, en el camino hasta la habitación de Marcos. Desapareció tras dirigirle la primera palabra. Como si hablar con él, disipara cada pensamiento intrusivo que la azotara.

En la visita al psicólogo, Francis habla sobre sus problemas, más allá de sus inquietudes con la palabra “Errante”. El profesional les recomienda a su padre y a su madre ir a terapia, pero esto provoca que Megan se despida de modo repentino y prometa más nunca ir a aquel psicólogo. Francis se imagina qué puede estar pasando por su mente en estos momentos: “No sé por qué mi hija se deprime mucho; no obstante, ese psicólogo dijo que es por culpa de los padres, así que no sirve. Por lo tanto, mi hija no tiene nada”.

El psiquiatra les recomienda un medicamento contra el TOC, que Megan le compra a Francis y se devuelven a su hogar. No le sorprende que la gente, poco a poco, esté aceptando aquellos justificativos; los ‘normales’ como Francis, están recuperando el dominio que perdieron hace años.

Se ubican delante de la mansión ubicada en El Colonizador, gigantesca para ser para una sola persona. Incluso si sus padres vivieran juntos con ella, le sigue pareciendo gigantesca cada vez que lo visita.

Abren la puerta automática y pasan por el solitario vestíbulo. Parece el mismísimo Overlook de El Resplandor, un libro que Francis recuerda haberlo terminado de leer hace una semana.

— ¿Y cómo está mi mamá? —Pregunta Francis.

—Está teniendo una riña ahora mismo—Responde el otro, mientras deja su abrigo en el perchero. Ahora que se da cuenta, nadie en su localidad usa un perchero de pie—. Hace frío, el trabajo la está agobiando y la nueva situación le está haciendo planificar miles escenarios, como si existiese alguien con el poder de visualizar el futuro... El punto principal es que estamos con algunos problemas en nuestra relación.

— ¿Se van a separar?

— Si eso significa dejar de verte, créeme que no lo haré aunque me apunten con un arma.

Francis se pregunta cómo será aquella organización donde trabaja su padre. La Organización Esotérica de Desarrollo Avanzado (OEDA) del que tanto ha ‘presumido’ haber clonado al primer humano, y modificado el pensamiento de un mono para hacerlo más inteligente (según oyó de su padre).

(Careceré de microchip por falta de kóbisto, pero joder… ¡Esa gente no tiene límites en nada!)

Francis recorre el pasillo, y sube por las escaleras hasta toparse con el baño. Siente cómo los chorros de sudor recorren su espalda hasta toparse con su falda. Francis entra al baño y lo cierra con pestillo. Se desabotona su camisa y se sienta en la silla, mientras se desprende de su molesta falda que se había comprado por pura moda.

(Hace calor).

Con el torso expuesto, pero en bragas, Francis se fija en el espejo para mirarse así misma, como una costumbre adquirida de la que no tiene razón del porqué su existencia; pero ese tatuaje que está por debajo del pecho izquierdo, le parece distinto cada vez que lo ve. La deprimente atmósfera la hace pensar en lo apagada que se siente. Soledad, como es aquel estado de ánimo o emoción. Sus padres ausentes la mayor parte del tiempo y ella reprimiendo su enamoramiento por los chicos guapos. ¿Por qué un potencial mujeriego, cuando puedes ser selectiva con aquellos que sí te querrían tal y como eres? Lo malo es que sus estándares son altísimos, o al menos eso cree ella. Con todo su cuerpo metido en la bañera y dándose cuenta de que el jabón está más lejos, se siente frustrada.

(¿No puedo ser floja cuando quiero?).

Con el jabón y con diez minutos que le toman reflexionar, Francis termina de bañarse y hace el ademán de vestirse en su opulento cuarto.

(Mejor no).

Su papá acaba de irse y no regresará hasta más tarde, como suele ser su costumbre en las pocas veces que la visita. ¿Por qué ponerse una ropa toda incómoda en su propia casa? ¡

(Comodidad, carajo!).

Además, aquella voz interna lleva rato inactiva y debe disfrutar cada maldito segundo de pensamiento libre. Francis se limita a ponerse la ropa interior y baja a la sala, donde se sienta en el sillón con las piernas cruzadas.

Su teléfono, uno del tamaño de la palma de su mano, alberga una gran cantidad de referencias de dibujo y memes sacados de las redes sociales. ¿Qué hará primero? Ponerse a dibujar o ver memes, es un dilema de todo procrastinador crónico. Francis escoge no hacer ninguna y se limita a dejar que su mente vuele. Ensoñar mientras hace un baile improvisado, y el “Stand By Me” reproduciéndose en su mente.

Siempre ha querido conocer a alguien con quien compartir sus gustos y problemas, y que aquella persona muestre interés por ello; una persona especial con quien vería películas todos los días y hablarían por teléfono la mayor parte del día. Puede imaginarse así misma, bailando mientras porta unos tacones y un vestido rojo, bailando con un hombre de traje y corbata quién sería aquella persona. ¿Por qué un hombre y no una chica como amiga? En el fondo, todos queremos una relación romántica; Francis no es la excepción.

(¿Qué?).

Pero lo que se le hace extraño, es que aquel hombre tenga un aire a…

… ¿Marcos?

Puede que sea su mente jugándole bromas o su cerebro, todo desordenado, diciéndole que se imagine así misma con la última persona que habló. Por supuesto, no habló con nadie; no siente apego por sus amigas del San Thomas Dahlie, y esos chicos le provocan asco. Recuerda haber oído sobre Marcos, cuando su amiga de segundo año le mostró el video donde corría como un ridículo en todos lados. ¿Razón? Tal vez alguien lo asustó; Francis no lo sabe.

(Ansío…)

Francis ansía poder vivir la vida, de modo que no tenga que preocuparse por el TOC que le acaban de diagnosticar. Si es una ‘errante’ o alguien cercano a ella lo es, entonces debe descubrir el porqué. Si no la es, pues vivir la vida sin que aquel pensamiento haga que se corte el cuello estando sonámbula. Hablar con Marcos la despejó de todo aquello.

De pronto su padre entra de sorpresa y encuentra a Francis bailando semidesnuda; qué vergonzoso.

— ¿Y por qué? —Pregunta aquel hombre, concentrado con su teléfono a sus orejas, Su mirada está puesta al vacío e ignora a su hija. La voz femenina le responde con un diálogo largo, cuyos asentimientos de Megan subrayan cada palabra—. ¿Pero qué te lleva a sospecharlo? —La otra habla, y Megan vuelve a asentir—. Será incómodo, pero está bien.

Mientras Francis se pone su paño, su padre se vuelve hacia ella.

—Debo pedirte algo importante y no quiero que te sientas incómoda —Prosigue—. ¿Sabes aquel tatuaje que vimos por tu costado superior cuando estabas pequeña? Quiero verificar algo.

—No entiendo. ¿Qué quieres?

— ¿Me muestras tu pecho izquierdo y me dejas acercarme? No quiero pedírtelo directamente; sabes lo peligrosas que pueden ser mis palabras.

—No lo sé, papá… —Francis se siente demasiado incómoda ante aquella idea.

— ¡No sientas pena! De todos modos yo te cambiaba el pañal cuando eras pequeña y tu mamá debía trabajar —Es mentira. Según su mamá, solo fue una vez y coincide con el hecho de que le cambió los pañales a sus dos años. Era tan perezoso que necesitaba un castigo, decía ella entre risas—. Tu mamá tiene una sospecha y quiere que lo verifique. A menos de que quieras de que ella venga, "No podría decirte que sí, que si tienes la libertad de decir que no, pero preferiría decir que tienes total libertad de decírmelo como todo libre albedrío.." .

(¡Pues no!).

— ¡No, tranquilo! ¡Si apenas tú consigues tiempo para visitarme, no me puedo imaginar mamá que nunca puede visitarme! —Francis se baja la toalla hasta solo tapar su abdomen y cintura—. Voy a hacerlo, pero sabes que me da vergüenza.

Francis se baja uno de los sostenes; siente que debería morirse. Incomodidad extrema; vergüenza hasta los huesos y una vorágine de insultos hacia sí misma que rebotan en su mente.

— ¿Eso no tenía forma de semilla? —Pregunta su padre, con una expresión de recelo.

— ¿Qué cosa? —Francis vuelve a la realidad.

—Ese tatuaje, ¿no era una semilla cuando eras pequeña?

Francis camina hasta el espejo de la sala y se mira de nuevo al espejo. Lo que está debajo de su pecho, da la ilusión de ser un árbol con extensas ramificaciones. No sabe si será por la textura de la piel, o si es que el tatuaje lleva más detalle del que cree. Ha nacido con él, pero nunca se fijó en si ha cambiado en los trece años que lleva de vida. Se le hace extraño, y esto no hace más que incrementar su certidumbre sobre su relación con el TOC que le acaban de diagnosticar. Recientemente, se hizo más fuerte hasta provocarle aquellas lesiones.

(El vendaje en mis brazos pica, dios).

El teléfono de su padre vuelve a sonar y él acude.

—Sí… —Responde su Megan—. Tiene la forma de un árbol. Definitivamente, hay algo raro y tenías razón —La llamada se torna picante; si así se le dice a las llamadas ‘problemáticas’—. ¡No, no es necesario que vengas! ¿No ves que el Cartel de Ronzoati ha hecho influencia en la mayoría de personas? Muchos odian el sistema de microchips y cada día ellos están ganando terreno; algo que debemos evitar. Si surge otro ‘Abraham’ o una nueva banda terrorista, o si el pueblo se congrega para desmoronarlo todo —Le vuelve a responder, y luego un silencio—. Sí, entiendo. Enfocarme en el problema principal, como dices. ¡Vaya, mujer! ¡Te digo algo y lo usas en mi contra!

Megan, el padre de Francis, cuelga.

— ¿Qué dijo? —Pregunta Francis, pero ya se hace una idea. Es más probable que su papá reduzca sus visitas, tras lo que estuvo a punto de ocurrir en Raki.

(Los salvé) —Marcos. ¿Acaso él sabía algo?

—Me temo que eso se postergará; estamos en una situación complicada —Responde Megan—. Tengo una idea de cómo solucionar este problema.

— ¿Cuál?

Megan se rasca el pómulo.

—No te gustará.

— ¿Por qué? (¿Entonces por qué me lo dices?)

— ¿Te acuerdas de aquel chico? El que tuvimos que ‘amenazar’ para que dejara de aprovecharse de ti.

Aquel quien fue su primer novio, y por poco no revela sus fotos íntimas por internet tras decidir romper con él por cuenta propia. Sí, le causa una vergüenza colosal; ese chico sacó todo su lado vulnerable que puede mostrar. Puede recordar ese momento donde le dijo que la amaba. Cuando le dijo que entregaría todo el mundo por ella, y se aseguraría de hacerla sentir como la princesa que es.

—Sí, papá… disculpa —Francis se entrecorta en cada palabra; su mente sigue procesando aquellos recuerdos intrusivos, que creyó haber superado—. Si te hice salir del trabajo, disculpa. Te dije que no lo haría más…

Su padre levanta una ceja; un gesto extraño que no todos hacen.

— ¿Acaso dije algo? Hablaba del Que pasó en ese momento —Responde él. Quizás por la distancia, pero Francis siente que no debió habérselo dicho. ¿Acaso por qué se lo acaba de decir? Que tiene miedo a algo, es asegurado: que sus padres no la dejen sola, y tenga que vivir con una molesta niñera. Le quitará de todo, pero que jamás (JAMÁS) le quite el derecho a estar sola en su casa —. ¿Por qué te preocupas por cosas que no dije, hija?

(Errante).

— ¡Pues pensaba que te referías…! ¡—Francis se corta, pero se fuerza a continuar para referirse a su exnovio—: a eso!

Megan se sienta en el sillón, y se pone cómodo para observar el vacío; abstraído, pero no melancólico. Si lo que está pensando es algo frío, como lo ha hecho en numerosas ocasiones, Francis está preparada.

—A ese chico, lo ejecuté.

— ¿Qué? —Reacciona Francis, atónita; la afirmación suena impactante, pero también cubierta de confusión—. ¿Y por qué lo sigo viendo en el liceo?

—Sabes que trabajo en algo que es... ¿cómo te lo explico? Como la élite del gobierno. Como la OEDA (Organización Esotérica de Desarrollo Avanzado), todos los gobiernos lo tienen. ¿Sabes a qué se arriesgaron para aceptar los dones en la sociedad? —Dice Megan, y Francis lo entiende. Lo que estuvo a punto de ocurrir en Raki, con respecto al Cartel de Ronzoati. ¿Cuántas vidas pudieron haberse perdido en ese momento? El que hayan rematado los precios con un descuento en ese período, solo le hace preguntarse cuántas familias pudieron destruirse en el día y lugar exactos—. Bueno, eso — (¿Eh? ¿Me leyó la mente o qué?) —. No solo protegemos el país, sino que también hacemos otras labores. Como tengo un lugar bastante privilegiado, al ser esposo de la jefa de la misma organización, aprovechamos por capricho y, ejecutamos a tu ex. Luego lo reemplazamos con un clon que programamos para NUNCA volver a hablarte.

(Errante).

Los pensamientos acaban de volver, como esquizofrénico, oyendo susurros.

— ¿Entonces eso significa…? —Francis apenas logra entender algo. Solo comprende lo primero, pero lo último se le hizo tan confuso que prefiere mejor no pensar en ello. Si el original está muerto y él es una copia; no, mejor no pensarlo. Por otro lado, no hace más que pensar en lo arbitraria que fue la decisión de su padre. Repulsión, al pensar en el repentino cambio de actitud de su ex. De ser el extrovertido, más jovial (pero con trapos sucios de toxicidad), al más inseguro, introvertido de un día a otro.

(La clonación cambia la forma de ser).

Su padre hace un bufido; vuelve a sentirse tonta.

— ¡Que vamos a ejecutarlos!—Aclara el hombre, mascullando con suavidad pasiva agresiva, al tiempo que extiende ambas manos mientras ve a su hija con el ceño fruncido. Subraya cada oración, con el aleteo de sus palmas.

Francis no sabe qué responder. Sus palabras buscan salir de su boca, pero la sorpresa hace a su cerebro imposible transferirlas a sus cuerdas vocales. No, no debe hacerlo.

Tanto Marcos como su madre, están en un enorme peligro y ellos no lo saben.