Esto hace que Marcos se pregunte: ¿Entonces él no es el único que lo sabe? Lo motiva saber que no es el único "loco" al tanto de que hay un monstruo allá afuera. El chico se acerca a Xavier y lo detiene con una leve sacudida de su brazo.
— ¿Ahora qué quieres? —pregunta Xavier, hosco—. Voy a abrir la puerta para que te vayas.
— ¿Qué sabes de esa cosa en el bosque? —le pregunta Marcos en susurros, emocionado—. Puedo suponer que es responsable de muchas desapariciones.
Xavier resopla.
—Y tú deberías prestar atención a lo que digo... ¿O quieres estar muerto?
— ¿Pero por qué? ¿Por qué sabes tú de eso?
Xavier fuerza una sonrisa nada amigable.
— ¿Por qué no me respondes tú esa maldita pregunta? —responde con un tono y gestos contradictorios, junto con una jovialidad engañosa que solo lo hace parecer más agresivo. Su ademán parece alegre y feliz, pero sus palabras pasivo-agresivas dan más miedo; su paciencia se quiebra—. Sí, el niño. ¡Me acabas de salvar la vida y ya quieres aprovecharte de mi paciencia! No me hagas perder los estribos.
Eso recuerda al chico cómo había actuado con Rostie, y lo hace pensar en disculparse. Le parece desagradable la actitud de Xavier y le hace temer que termine como él en un futuro. Desde luego, debe decírselo. Soltar todo el veneno que lleva y desahogarse de las desgracias que lo persiguen.
—Yo presencié el momento en que mi hermano fue asesinado —dice Marcos. Está consciente de que no es algo que diría de esa forma; sus palabras adquieren un tono de fría intelectualización—. Su cadáver era de madera sólida; y en ese momento no lo comprendí. Yo era un niño pequeño cuando vi esos ojos. En ese momento cuando me gritaste “¡Que alguien ponga control a ese niño!” o algo así, yo estaba corriendo. Su aura y expresión estaban dotadas de deseo de matar; no lo supongo, solo lo sé. ¿Qué se lo conté a alguien más? Sí, ¡pero nadie me cree!
Pero hay una pregunta que le azota, y es la del por qué el Espantajo mató a su hermano y no a él. Xavier levanta una ceja y sus párpados en una expresión de asombro, mientras observa a Marcos con esos ojos verdosos. Su ceño se frunce mientras analiza al chico con la mirada, y luego extiende su mano hacia un costado.
—Entiendo, de todos modos yo también sufrí lo mismo —responde, mientras su voz y mirada adquieren un contrastante tono afable—. En los 70, pasé las vacaciones en Estados Unidos. En uno de los bosques, estábamos caminando mi hijo y demás miembros de mi familia. Mi hijo me dijo “¡Papá! ¡Tengo miedo de estar aquí!” y, aunque en serio tenía la templanza de soportarlo, llegó a un punto en que decidí reprenderlo, como era de costumbre antes. Cuando lo saqué del bosque y lo llevé a un lugar más aislado, escuché el grito de mi hermana desde lejos. Me asusté y corrí, topándome con…, eso —luego mira hacia adelante, apartando su mirada con la de Marcos. Con un dolor que oculta—. No sé si seré suertudo o si mi hijo tiene algo, pero mi hermana, mi madre, mi padre, tío y hasta mi esposa, fallecieron en ese mismo momento. Antes de correr a buscar ayuda, me topé con esos dos puntos brillantes que eran los ojos del que llamas “El Espantajo”… y desde ese día, aquellos comenzaron a aparecerse en mis sueños.
Después de todo, puede o no ser un motivo para su temperamento errático, piensa Marcos. Con eso comprende que hay personas que la pasaron peor y siguen adelante; no obstante, sigue sintiéndose mal consigo mismo. Algo en él rechaza de forma inconsciente la información que acaba de obtener.
— ¿Y qué hiciste al respecto? —responde Marcos, quien acaba de copiar el tono de Xavier sin darse cuenta.
Y de un parpadeo, algo aparece en la mano del señor Xavier; un objeto que se materializa de un solo parpadeo, dejando un ligero destello que queda en el interior de sus ojos. Marcos queda tan sorprendido que retrocede dos pasos, observando cómo un objeto tan peligroso aparece de la nada.
—¿Ves esto? —pregunta Xavier.
Una pistola, con una elegante textura de metal con zonas porosas, teniendo un ligero tinte morado y una mira metálica.
— ¿Una pistola? —pregunta Marcos.
—Los dones estaban marginados en ese entonces, pero yo seguí desarrollándolos. Fruto de constante entrenamiento, nutrientes y ejercicios para aprender a usar los componentes de mi cuerpo.
—No entendí.
El señor Xavier pone los ojos en blanco.
— ¡Desarrollé mi don para enfrentarme a él! Quería hacerle pagar por todo y llevé a cabo muchos sacrificios para saber de él; sin embargo, decidí dejarlo.
—Pudiste haber salvado muchas vidas —espeta Marcos, frunciendo el ceño.
— ¡Porque es un maldito asunto confidencial que no debes saber! —el señor Xavier masculla, volviendo a su estado normal. La pistola se desmaterializa de otro parpadeo y se vuelve hacia la entrada—. Es más, ¿por qué contarte esto? Debes ir a misa rápido, antes que me regañen…
Marcos da un zapatazo.
― ¿Puedes al menos decirme algo, para saber? ―murmura el chico, mirándolo con derrota―. Sabes que eso arruinó mi vida, y al menos… algo, por favor. Algo quiero saber. Si no me lo dices, yo…!
― Pues pregúntaselo a tu madre ―espeta Xavier, en forma de insulto―. Si a ella no le importa, imagínate a mí.
Dicho de la forma más irónica que le atraviesa el corazón, Marcos cae de rodillas mientras pasan por su mente miles de formas de cómo obligar a Xavier a hablar. Sus ojos están inundados en lágrimas de frustración por lo reciente. El no ser el único loco. Pero al mismo tiempo, ser el único que no puede saber de su locura. Marcos se carga de furia hacia Xavier y se acerca a él con paso violento.
―Vaya manera de agradecer, pedazo de basura ―Con insultos y diatribas, Marcos se atreve a mirar la calva coronilla del otro. Está a la espera del anciano voltear y mirar a sus ojos, para demostrarle que no dejará de preguntárselo―. ¡De seguro no escuchas a nadie y te encierras en tu burbuja! ¡Como el anciano errático y decrépito que eres, que de seguro también sufrió epilepsia antes de atropellarme hace tres años! ¡De seguro te dijeron las cosas y no los escuchas! ¿No? Porque por la maldita forma en que actúas, lo supongo muy bien.
Su corazón late a miles; observa la vena latiendo en la sien del anciano, llevándolo a volverse hacia Marcos y sus llorosos ojos. Su entrecejo arrugado que representa la neurosis de un anciano que cargó con un peso y se refugia en un inmaduro cinismo. Xavier está atónito; hace el ademán de responder con agresión, luego de volverse a la entrada.
― ¿Tu nombre es Marcos? ―Xavier rompe el silencio.
―Sí ―responde el otro, tragando saliva.
―Te diré UNA SOLA cosa, con la condición de que me dejes de molestar ―responde, con una voz trémula―. Yo no quise detenerlo, a pesar de que él protege algo fácil de destruir. De ese algo, él o ello depende para sobrevivir junto con lo demás. Pero, aunque lo intentes, ello no dejará que lo mates y solo te encaminarás a una muerte segura. ¿Por qué? Porque ÉL, ELLO O CUAL SEA SU GÉNERO, CONTROLA EL DESTINO. ¡Y AUNQUE TÚ PUEDAS ENFRENTARLO, TENDRÍAS QUE LIDIAR CON SU FUERZA BRUTA Y PODER! ¿Entiendes?
Marcos se queda sin palabras.
―Buenos días ―prosigue Xavier, con su frase de despedida, antes de darle la espalda―. Agradece que no le diga esto a nadie. Espero que la próxima vez que nos encontremos, sea para algo bueno y no para esto.
(Entonces puede morir. Puede morir, y tiene algo que con facilidad se puede destruir. ¡PUEDE MORIR! ¡SÍ!)
Mientras presencia cómo el señor gruñón (y neurótico) se aleja, Marcos piensa lo reciente con más profundidad. ¿Alguien que controla el destino? No es como si…
(No toques mis cosas).
…significara que el verdadero responsable de todas sus desgracias sea el Espantajo. Si es así, entonces considera que tiene la batalla perdida. Aunque esta conclusión sea la más acertada, eso significa que su sentido de vivir ya no es el mismo. Sin esperanzas, ni alguien a quién aferrarse. Marcos camina desencantado hacia la entrada, hasta que el estridente sonido del timbrazo de las 11:30 a. m. lo hace pegar un respingo. No entiende si el tiempo se le fue hablando con Xavier, o investigando por internet tiempo atrás.
Así que continúa caminando hasta que llegan los demás alumnos, y se mezcla con los de su salón. Está con la espalda encorvada, la cabeza gacha en melancolía y ceñudo en frustración. No quiere hacer contacto visual con nadie, y así pasa hasta el resto de horarios de clases. Desde luego, llega la hora de las 12:50; la ‘hora libre dentro del salón’ y a la espera de las 1:20 para salir. Delibera poner fin a todo, al tiempo que saca el frasco de pastillas y las coloca en su bolsillo.
―Profe, tengo que ir al baño ―reclama Marcos, fingiendo una mueca de estar rompiéndose la vejiga.
― ¿Estando casi a hora de salida? ―pregunta el profesor, mientras lee un libro de ‘El Poder de la Mente Subconsciente’.
― ¡Sí! ¡En serio, profe! ¡Necesito ir rápido! ―La voz del chico se transforma en un murmullo fingido y retuerce las piernas para reforzar su mentira.
El profesor cierra su libro y lo coloca a un lado. Marcos puede percibir su mirada de decepción, mientras cruza sus brazos. Lo observa de hito en hito, analizando. Marcos ansía que no lo rechace, porque si no toma una decisión drástica hoy, perderá el interés en el futuro y solo se condenaría a sufrir. Al fin y al cabo, tuvo suficiente tiempo para vivir y ver las cosas buenas; la satisfacción por la vida, es nula.
―Ve rápido ―responde el profesor, con juicio.
(Gracias a Dios).
Marcos abre la puerta de un tirón y camina a través del espacio amplio, que, aunque da la misma apariencia de vacío, está lleno de ruidos y voces provenientes de los salones. Pasa junto a las bancas y dos dicotomías se aparecen ante sus ojos: baño para mujeres y otro para hombres. Rosa y marrón; un color que representa la inocencia (al tiempo que la inmadurez) y otro que comunica la protección.
Empuja la puerta, pero está cerrada. Así que le pide al señor Xavier que se la abra, descubriéndolo discutir con otra persona sobre quién es el sujeto que le robó el machete. Marcos concluye que Xavier tiene una labor curiosa, pero también le trae sin cuidado. Xavier acude y abre el baño, con cierta renuencia y preguntándole qué hace en estas horas en el baño. Marcos no le responde y entra al mugriento baño para hombres donde predomina el olor a orina, junto con una oscuridad que favorece la proliferación de microorganismos. Dios mío, qué horrible, piensa Marcos, mientras observa el tremendo caimán (o como le dicen heces fecales) en el inodoro. Así que orina de verdad y luego saca el frasco de pastillas. Se los echa todos en la boca. Pero antes de volverse a la entrada para beber agua del lavamanos, se da cuenta de una presencia desde arriba.
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―¡Hey! ―Le gruñe Marcos, sintiéndose tan asustado que luego escupe las pastillas en el inodoro. Luego sale del baño para enfrentarse a esa persona. Aquella presencia también abre la puerta contigua, sorprendiendo a Marcos por su familiaridad.
Es David.
Marcos siente cómo quiere explotarle la vena de la sien y el furor le recorre los brazos hasta hacerle tensar los dedos. Por lo que se abalanza contra él y aprieta sus delgadas manos a través de su camisa beige. A David se le rompen dos botones de su camisa, y su espalda impacta contra la pared.
― ¿¡Suficiente con joderme la vida, maldita marioneta del destino!? —Le masculla Marcos, mirándolo con sus ojos encarnizados. La expresión de David es indiferente―. ¿Qué problema tienes conmigo? ¿Por qué quieres verme sufrir? —Lo sacude—. ¿¡POR QUÉ!?
David hace un silencio, hasta el punto de suspirar. La situación le parece nimia, como si no tuviese importancia.
― Creo que la falta de relaciones sexuales te está volviendo loco —Replica David, con voz actuada—. ¡Dios! Este baño huele hermoso.
(¿Y hace un chiste así, sabiendo lo que en realidad estaba haciendo?).
― ¿Acaso eres homosexual y me querías ver!? —Le espeta Marcos, pero la afirmación se escucha tan fuera de lugar que luego siente vergüenza.
― Marcos, acordamos encontrarnos el día de ayer —Repone David, con esa tranquilidad contrastante. Marcos se siente peor por su acción impulsiva. Luego, David le toma del brazo y lo aleja con suavidad—. Te dije que no podía contártelo. Me viste más de una vez en este liceo, y no me paraste bola.
― ¡Entonces dímelo de una vez y déjame en paz en el resto del día! ¡No, de mi vida!
Aún con este último grito haciendo eco en todo el baño, David sigue sin inmutarse. En su lugar, ensombrece su expresión con interna preocupación. Aparta la mirada para tener la cabeza baja, y piensa qué decir.
―Tengo el don de ver el futuro, y sé que ocurrirán cosas malas —Sentencia David, con una voz queda—. ¿Sabes qué pasará? Mi familia será asesinada. Llevo tres años así y no puedo detener estos pensamientos… ¿entiendes?
Marcos pone los ojos en blanco. ¿Solo eso? Creía escuchar algo más importante que otra tragedia, aunque sea futura.
―Pues no me importa —Murmura Marcos, bajando la mirada.
― ¡Hey, no! —Le exclama el otro, poniendo sus manos sobre el mentón del chico y forzándolo a mirarlo a los ojos—. No fue por tu culpa; nada es culpa tuya. No sé cómo me encontré contigo, pero el destino no quería que nos topáramos. ¡Eso significa algo!
Pero Marcos le aparta las manos y se aleja más de él.
― ¡Ya, David! ¡No, es no! ¡No puedo pretender arriesgarme más!
―Ya veo —Repone David, subiendo el mentón y contrayendo el labio inferior—. Así que el futuro está más predestinado que nunca: te lo pido y rechazas. Sigue así, entonces. Tómate todas las pastillas que quieras y muere como una MARIONETA. Continúa viviendo como un marginado social si no es así. No hagas nada importante; continúa como un cobarde que tuvo la suerte de estar con alguien que ve el futuro, y no la aprovechó.
―Sí, sí. Está bien.
―Si cambias de opinión, ve por la Calle Lázaro hasta pasar por la Urb. Los Procedimientos.
Marcos asiente, se vuelve a la puerta y la abre, topándose con el resplandor del exterior. Las clases se van rápido y se ven varios salones ‘derramando’ alumnos de camisa azul. De todos modos, está absorto en el problema reciente. Su verdadera razón de existir, siempre fue proteger a sus seres queridos. Ahora, es la de destruir al Espantajo. Pero ¿acaso es una decisión madura? Debe de haber otra solución para sus problemas, más allá de solo cobrar venganza.
¿O no? ¿Estaría Marcos dispuesto a perder la vida para cumplir ese capricho? Tiene una oportunidad a la vuelta de la esquina. Desarrollar su don y descubrir nuevas posibilidades con él, como tener inmunidad al destino. Una gran aventura, tal vez. O una tragedia, que abarcaría el 90% de todas las posibilidades.
La clase de hoy del ‘profesorado’ de Orientación y Convivencia le había hecho saber que la necesidad de ocultar y encerrar a ese demonio interior provoca el mismo daño que dejarlo salir. En algún momento, deberás calmar a la bestia de la jaula cada cierto tiempo. Con el tiempo sus ladridos y relinchos se volverán más fuertes y te afectarán aunque lo reprimas.
Tal vez lo haga, o tal vez no; Marcos lo reflexiona de camino a su casa.
Qué decepcionante, piensa David Méndez. Esa era su única oportunidad para poder salvar a su familia, y la acaba de perder porque el chico es demasiado cobarde. Bueno, si no fue cobarde para salvar a su madre, entonces es más probable que sea un maldito egoísta. Camina a través del montón de alumnos y esquivando a sus amigos a través de los autos que se interponen entre ellos; no quiere verlos, se siente pésimo. Pasa a través de la salida, circulando el montón de autos buscando a sus alumnos hasta hallarse en la salida. Compra un helado de limón con unos billetes que le había dado su papá.
(El helado de limón, blanco y transparente como también la psicología del color blanco; la vida. También lo opuesto a la muerte; eso significa que moriré dentro de poco).
—¡No! —Se dice a sí mismo en voz alta, y se da cuenta que los demás lo observan extrañados. ¿De dónde surgió ese pensamiento?, se pregunta. Hace tiempo que se dio cuenta de que cada vez su cerebro le formula pensamientos a los que se resiste a aferrarse, y cada día toman fuerza. En serio piensa que ese helado simboliza su futura muerte y cada vez más se le hace difícil creer lo contrario.
(Estoy dividido).
El espantapájaros asesino, observándolo desde la esquina. David siente el frío cerrarse sobre él y se voltea a verlo, pero se da cuenta de que no está. No existe, como muchas cosas que su cerebro intenta hacerle ver. No, otra vez no. David toma un taxi y se dirige a través de la Calle Lázaro, observando a sus alrededores para asegurarse de que nadie lo amenace. ¿Quién podría ser? Ese espantapájaros está atrapado en el Bosque Central y no puede salir. No le puede hacer NADA.
(Fuerza de voluntad, coño).
David se baja en la entrada de Los Procedimientos y empieza a caminar en dirección a su departamento. Los niños siguen jugando y las personas continúan riendo, mientras un hombre se queja por el malísimo corte que le acaba de hacer el peluquero. Ahí es donde ve a su amigo, Emmanuel; su amigo de la infancia, quien se ve feliz cargando a su hermanito de tres años.
David sabe que ese niño morirá en dos meses, asesinado por su mismísima madre. Emmanuel pasará años de depresión después de eso, pero David no está consciente de qué pasará después de eso. Su kóbisto, le hace saber lo mucho que vivirá. Lo único que no sabe, es cuándo su familia fallecerá. En qué momento, circunstancia y día. Pero las personas que están en el fondo, caminando en dirección al Bosque Oeste, tienen una apariencia peculiar. Unos tienen el rostro y aire idénticos a sus hermanas Kelly, Clara y hermano Beto. Los más altos se ven como su papá y mamá…
(Bendito sea el destino).
¿Y si su familia son ellos? ¿Y si el espantapájaros se habrá mudado al Bosque Oeste y viene a por él? ¿Y si todos son el espantapájaros? David se arma de valor y corre hacia ellos, con el fin de salvarlos. Vocifera sus nombres mientras pasa a través de la calle, los árboles y por las inmediaciones del preescolar cercano a su casa. Pero cuando toca el hombro de Kelly, su hermana más bajita, aquella voltea y posee un rostro distinto. No es su hermana, y los demás no son su familia. Acaba de perseguir a las familias equivocadas.
—Lo siento, me equivoqué de personas —Les dice David, pero sin vergüenza alguna. De pronto siente cómo una mano atraviesa su hombro hasta sentir la textura áspera, de madera seca y corroída. Se voltea de un respingo y hasta profiriendo un alarido, sintiendo cómo alguien le acaba de pasar por detrás. Pero no era nadie.
— ¿Estás bien? —Pregunta la chica a quien David había confundido con Kelly.
—Sí.
Sí, cada vez más le viene la sensación de que alguien está jugando con su mente. Que le está haciendo sentir cosas que no están ahí, amén de…
(El destino que nos unirá).
La voz, otra vez se acaba de oír. David siente como si todo su alrededor se tornara peligroso; su corazón late a miles, suda hasta pasarle por las mejillas y sus hombros no quieren moverse. Se siente perseguido, que alguien omnipresente lo observa desde los rincones Y HASTA EL VIENTO. Así que corre lo más rápido que puede, mientras la sensación de tener a alguien detrás aumenta de forma exponencial. Que cada paso que él da, hace que su perseguidor aumente su velocidad. Sus ojos dejan de percibir sus alrededores hasta nublarse su vista y siente que su pecho quiere salirse. Su perseguidor está cada vez más cerca; así lo siente. Tan pronto como se topa con la entrada de edificio, David se adentra y la cierra de un golpe.
—Estoy a salvo —Musita.
La sensación se va; nadie le puede hacer daño en ese edificio. Así que sube por las escaleras hasta su puerta. David busca en su bolsillo, pero las llaves de su casa se caen; está tan inquieto que sus extremidades siguen temblando. Las recoge y abre su departamento.
Al lado, el televisor; tan pronto como su hermana Clara lo ve, se levanta de su denso sillón y se acerca a él. Una chica de unos diecisiete años cuya altura es incluso mayor que la de David (unos 1.83 cm), junto con su cabello recogido, una mirada severa y un cuerpo de poca redondez.
— ¿Qué pasó? —Le pregunta Clara, mirándolo con el entrecejo arrugado y sus párpados muy abiertos.
—Nada, ¿por qué la pregunta? —Le responde David, sintiendo una ira surgir desde dentro. Sin razón aparente; solo porque Clara le acaba de preguntar su estado.
—Te veo… agitado —Responde ella, pero David supone otra cosa. Clara lee mentes cuando quiere, y solo le detiene su código moral. Si llegase a decirle que está volviéndose loco…, no está seguro de qué respuesta darle—. ¿Qué pasó ahí?
—No pasó nada, ¿qué te parece si me das un abrazo? —Repone David, abriendo sus brazos. La chica se acerca y lo envuelve; nunca había sentido su abrazo tan indiferente. Recuerda en el pasado haberla abrazado a ella y a los demás; sentía esa sensación en el pecho de satisfacción. Tanto que él sentía el impulso de abrazar con mayor fuerza.
Ahora no; y eso que su vida social es la de un privilegiado. Tiene lo que le envidiarían personas como Marcos: oportunidades de tener pareja, amigos con los que conversar y una personalidad extrovertida. ¿Qué le está pasando? Si nadie de su familia se le fue diagnosticado de un trastorno mental, no cree que él tenga lo mismo.
—Hueles a menta —Comenta David, oliendo el frío de la menta a través del cabello de la chica y su blusa—. ¿Es un nuevo perfume?
— ¿Menta? Yo no me puse ningún perfume —Responde Clara, con un tono sincero.
— ¡Era broma! —Exclama mientras finge una risa, aunque sabe que es lo contrario.
—Pues no entiendo la broma.
David siente la necesidad de ir hacia su cuarto y la suelta. No sin antes proseguir la conversación para no generar ninguna sospecha; aunque ella le haya prometido que nunca le leerá la mente, nadie puede saber la realidad.
— ¿Kelly y los demás, están en la casa? —Pregunta David, fingiendo su sonrisa.
—El par de flojos están dormidos —Responde Clara—. Papá está trabajando y mamá está descansando. ¡Este fue un día aburrido! Fíjate que ni siquiera pasan nada bueno en la tele… si es que las noticias no las consideras buenas.
Escuchar cómo tumban la propia Antártida y demás hipérboles que se te pueden ocurrir en un mundo como este, aburre tanto como pensar que le estuviste huyendo a algo que no existe.
— ¡Bueno! —Exclama David, volviéndose al pasillo y haciendo el ademán de irse—. Yo también voy a dormir. La misa me dejó estresado.
Mientras se dirige a su cuarto, su mente sigue centrada en lo reciente. ¿Ahora qué hará? ¿Cómo podría evitar que su familia caiga en aquel trágico destino? Estuvo demasiado cerca de convencer al chico, pero el (miserable, cobarde) Marcos se atrevió a rechazar. Bueno, es entendible; debe de estar traumatizado por los acontecimientos pasados. Sería egoísta obligarlo a hacer algo que no quiere.
Pero una duda más, le carcome su consciencia: ¿qué fue eso? ¿Cómo se le formaron esas creencias tan irracionales junto a unas ilusiones todavía más reales? Desde sus catorce años lleva creyendo que son cosas normales del cerebro, pero ahora se preocupa en mayor parte. Su hermana no suele echarse perfume en su propia casa, ¿por qué preguntárselo? Tampoco olía a menta.
Pero sí conoce a alguien que podría hacerle saber qué problema tiene: Emmanuel. Su mejor amigo, con un don para poder analizar la psique de una persona; en realidad él solo interpreta las señales con sus conocimientos de psicoanálisis. Por supuesto, la idea de ser analizado y descubrir que se está volviendo loco (LOCO, LOCO, ¡LOCOTE) sería peor que… no ir.
Y relacionado a sus pensamientos, le sobreviene otro mientras apoya su mano en el pomo de la puerta.
¿Cómo él morirá?
Está seguro que estuvo a punto de morir, de no ser porque Francis y Marcos estaban ahí. De la primera, no está seguro; no obstante, de Marcos sí puede sospechar su interferencia. ¿Morirá a manos del espantapájaros? ¿O morirá de otro modo?
David abre su cuarto y se tumba en la cama. Suave y cómoda, recordando cuando su mamá lo despertaba a sus diez años. También ese momento donde soñó con el fallecimiento de ese tal ‘Carl’ y… ¿también había otro recuerdo? Sí, está seguro que también había un suceso que todavía no ocurrió, pero sí presenció de pequeño. Era único, y no como ahora que se manifiesta en tres visiones. Considerando que los dones se desarrollan con la edad, al igual que los músculos…
(Dios mío, me siento enfermo).
Un sueño inesperado, donde solo está el negro absoluto. Hasta que resuena un timbre desde su sala, cuyo sonido llega hasta sus oídos hasta hacerle despertar. David se sienta de un sobresalto y escucha una peculiar voz, mientras alguien de la sala le abre la puerta.
—Hola, por casualidad ¿aquí vive un tal David? —Es Marcos, con un temblor en la voz. La estridencia de su fobia social solo hará espantar a Clara, así que David se dirige a sala y lo encuentra…
(Oh, por dios).
Está vestido con su mono de deporte y una camiseta blanca, revelando sus flácidos hombros. Sus brazos sostienen un objeto, un palo, cuyo mango no se percibe desde lejos. Cierto deseo se enciende en David, observando los ojos del chico cuya vulnerabilidad e inocencia le dan deseos de protegerlo. Sus verdosos ojos esmeralda pero también ojerosos, lo observan con determinación.
— ¿Qué sostienes? —Pregunta Clara. Quien CLARAmente le cerrará la puerta en la cara cuando vea el hacha.
Antes de ella asomarse por detrás de la puerta para verlo, David se interpone entre ellos.
— ¡Hola, Marcos! Sí, vivo aquí —Exclama David mientras esboza su sonrisa de satisfacción.
—Revisé en cada edificio y casa. De las tres hasta las cuatro en punto —Espeta Marcos, con suplicio en su voz.
Clara le pone la mano en el hombro de su hermano.
— ¿Quién es ese?
—Un amigo —Responde David.
Clara lo observa con recelo, y luego se devuelve a su cuarto. De las una en punto hasta las cuatro, serían tres horas de sueño que había dormido David. Le pide que espere y se devuelve a su cuarto. Se cambia su ropa del liceo por una de salir. Pantalones jeans y una chaqueta de cuero, acompañado de una camisa blanca por detrás; zapatos negros y deportivos. Si es hora de morir, que sea de manera agradable. Se devuelve hacia Marcos y ambos salen. David cierra la puerta y baja las escaleras con él.
Puede verlo nervioso; aunque sus ojos están determinados y continúa callado, en realidad parece querer desistir. Como quien busca hallar valor para enfrentarse al miedo, sabiendo su posible final. Ambos se enfrentarán al Espantajo.
Pero aunque el nerviosismo los envuelva, David sabe una cosa: El destino no los controlará. Todo lo que harán está fuera de predicción y eso significa que las sorpresas no tardarán en aparecer. Si la recelosa Clara no se atreve a seguirlos, eso significa que el destino la quiere en su casa.
— ¿Cómo estás? —Pregunta Marcos, mientras se dirigen a la salida del edificio.
—¡Muy bien! ¿Quizás nervioso! Y sigo sin saber si en serio estás decidido a hacerlo —Exclama David esbozando una sonrisa nerviosa. ¿Qué tantos nervios puede tener para hablar con Marcos? Es un simple chico…, quien ahora ensombrece su mirada sin devolvérsela al otro.
—Lo simple —Responde el otro, tan conciso que da miedo—. Hacer que ese maldito caiga.
(En serio, lo vamos a hacer).