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Tomo 3: Cruzando Destinos "Español"
Capítulo 6: "Primeros Lazos Entre Vendas"

Capítulo 6: "Primeros Lazos Entre Vendas"

El aire fresco de la madrugada envolvía a Hada mientras salía de la cabaña. El cielo estaba teñido de un azul profundo, con las primeras pinceladas anaranjadas asomándose en el horizonte. Pronto el sol se alzaría, pero por ahora, todo estaba tranquilo, como si el mundo aún estuviera entre sueños.

Caminó hacia el lugar donde estuvo sentada antes de entrar en la cabaña. Desde allí, podía ver el contorno oscuro de los árboles más allá. Respiró hondo, dejando que el aire húmedo y fresco de la madrugada llenara sus pulmones, y al exhalar, sus pensamientos volvieron, inevitables, hacia el hombre que descansaba dentro.

Apoyando sus manos en la roca mientras se inclina hacia atrás, arqueando lo suficiente para ver las ultimas estrellas de la noche. “¿Quién eres realmente?” murmuró, casi en un susurro, como si las estrellas que se desvanecían pudieran darle una respuesta.

Erik era un enigma. Su forma de hablar, su ropa, la manera en que enfrentó al lagarto para proteger a Suri y a ella… nada en él encajaba con lo que conocía. Bueno, en realidad, no conocía nada sobre los hombres, más allá de las vagas historias que Jaia y sus hermanas compartían a veces, siempre envueltas en advertencias y tragedias.

Se cruzó de brazos, tamborileando los dedos sobre su piel. “Si no sabe cómo llegó aquí… ¿y si no viene solo?” La idea la había rondado, podría haber algo o alguien siguiéndolo. Podría ser un peligro para todas ellas.

Pero algo en su interior, una intuición que no podía ignorar, le decía que Erik no era un riesgo. Recordaba, la manera en que protegía a Suri cuando estaba en peligro: con determinación, con una preocupación que parecía sincera. Y cuando había hablado… no había rabia ni desesperación en su voz, solo cansancio y confusión.

— “¿Y si no es como los hombres que describieron Jaia y sus hermanas?” La pregunta se escapó en voz alta, rompiendo el silencio de la madrugada.

Hada pateó suavemente una pequeña piedra que rodó hasta perderse entre los arbustos cercanos. Sabía que no debía cuestionar a las mayores, que lo que ellas decían estaba basado en experiencia y sabiduría. Pero Erik no se ajustaba a las figuras temibles de las historias. Era diferente, y esa diferencia la llenaba de curiosidad.

Miró hacia el cielo, donde el azul oscuro comenzaba a ceder ante los tonos cálidos del amanecer. “Tal vez no sea tan simple como bueno o malo. Tal vez…” Se detuvo, buscando las palabras adecuadas, pero estas no llegaron.

El canto de los primeros pájaros la sacó de sus pensamientos. La aldea pronto despertaría, y con ello, las preguntas, las miradas curiosas y los susurros sobre el extraño.

No podía sacudirse la sensación de que Erik era más que un simple hombre perdido. Era un misterio, uno que no entendía pero que la llamaba como el amanecer llamaba al día.

— "Espero que nadie me haya visto hablar con él… ¿qué dirían las demás?" pensó, su corazón latiendo con fuerza. La conversación con Erik la había dejado más intrigada de lo que esperaba. No todas las chicas estarían de acuerdo con que alguien hablara a solas con el desconocido, y mucho menos en esas circunstancias.

Se detuvo un momento, mirando hacia el horizonte. La serenidad del paisaje contrastaba con el torbellino de pensamientos que llevaba dentro. Susurró para sí misma, como si darle voz a sus dudas pudiera ayudarla a aclararlas:

—"Es un hombre, pero no parece tan… peligroso. ¿O será que ya estoy viendo lo que quiero ver?" —Negó con la cabeza, como si pudiera espantar esos pensamientos, pero el sonido de pasos acercándose la hizo tensarse de inmediato.

Al voltear, vio a Mika avanzando con su característico paso firme. Llevaba el arco descansando sobre un hombro y un carcaj lleno de flechas a la espalda, lista para cualquier imprevisto.

— "Qué suerte que no me vio salir" pensó Hada con alivio, enderezándose y tratando de mantener una expresión neutral.

—"¿Algún problema con el desconocido?" —preguntó Mika al llegar, con una media sonrisa que mezclaba curiosidad y suspicacia.

—"Oh, nada del otro mundo… ya sabes, vigilando que no haga algo raro." —Hada trató de sonar despreocupada, aunque el calor en sus mejillas la delataba un poco.

Mika arqueó una ceja, observándola con más atención, como si intentara descifrar algo. Finalmente, dejó escapar una leve risa.

—"Raro, sí, pero algunas están más interesadas que otras," —dijo Mika, con una sonrisa que sugería que había notado algo en el comportamiento de Hada.

Hada soltó una risita nerviosa y desvió la mirada hacia la cabaña. —"Bueno, te lo dejo a ti por ahora. Mis animales me esperan, y ya he pasado suficiente tiempo vigilando."

Mika asintió, aunque sus ojos seguían escrutándola como si tuviera algo más que decir. Hada, agradecida de no tener que dar más explicaciones, se dio la vuelta y se dirigió al lugar de pastoreo.

A medida que se alejaba, no pudo evitar mirar una última vez hacia la cabaña. Ver a Erik dormido, con el rostro relajado, calmó un poco su corazón inquieto. Pero la duda permanecía, latente como un murmullo en su mente:

— "¿Qué hay en él que me intriga tanto? ¿Será solo curiosidad... o algo más?"

Con un suspiro, apartó esos pensamientos. El amanecer ya estaba aquí, y sus animales la esperaban.

Hada se encontraba en el prado, rodeada por sus ovejas y cabras. El cielo ya estaba completamente iluminado, y el sonido de los animales despertando la mantenía ocupada. Mientras vertía agua en los bebederos, miraba distraídamente hacia el horizonte. Sin importar cuánto intentara concentrarse en su trabajo, sus pensamientos volvían una y otra vez querer saber mas de Erik.

— "¿Qué estará haciendo ahora? ¿Seguirá dormido? ¿Y si está planeando algo raro?"

Sacudió la cabeza, tratando de espantar esas ideas. Se inclinó para recoger un jarrón de barro vacío, cuando una de sus cabras más jóvenes la empujó con el hocico, reclamando más atención.

—"¡Ya, ya, ten paciencia! —rió, acariciándole la cabeza—. No me mires así, no eres la única curiosa esta mañana."

Terminó de alimentar a los animales y se aseguró de que todo estuviera en orden antes de decidir que había cumplido con sus responsabilidades por el momento.

—"Un vistazo rápido no hará daño…" —se justificó, mientras caminaba de regreso.

Al acercarse, vio algo inesperado: Becca y Mika estaban de cuclillas frente a la entrada de la cabaña, asomándose con cautela al interior. Becca, inclinada hacia adelante, parecía muy concentrada, mientras Mika estaba a su lado, cruzada de brazos y con una expresión que mezclaba escepticismo e incomodidad.

—"¿Por qué tengo la sensación de que esto no es una buena idea, Becca?" —susurró Mika, sin apartar la vista de la cabaña.

—"¿Qué? Solo quiero asegurarme de que este bien." Becca se encogió de hombros, con una sonrisa traviesa. —"Además, no es espiar, es… asegurarse. Después de todo, estuvo muy enfermo y ardiendo de fiebre hasta ayer."

Mika suspiró. —"Sí, claro. Seguro que lo haces por pura preocupación y no porque te mueres de curiosidad."

—"¿Y tú? Si no quisieras verlo, no estarías aquí." Le dijo Becca mirándola con cara de complicidad.

Mika frunció el ceño. —"Alguien tiene que asegurarse de que no pase nada raro. Además, Hada me parece sospechosa desde que le reemplace en la vigilancia. Está actuando raro, como si ocultara algo."

Antes de que pudieran continuar su intercambio, un leve ruido detrás de ellas las hizo girar rápidamente. Hada estaba de pie, con los brazos cruzados y una sonrisa divertida en el rostro.

—"¿Interrumpo algo?" —preguntó en voz baja, inclinando la cabeza con fingida inocencia.

Becca se llevó una mano al pecho, claramente sorprendida. —"¡Hada! ¿Quieres matarnos de un susto?"

—"Eso debería preguntárselo yo a ustedes. ¿Qué hacen aquí, de cuclillas frente a la cabaña?"

Becca soltó una risita nerviosa. —"Solo… verificando que este bien."

Hada alzó una ceja. —"¿De cuclillas? ¿Y en silencio? Sí, claro, suena muy convincente."

Mika aprovechó la oportunidad para clavar su mirada en Hada. —"Curioso que aparezcas justo ahora, como si quisieras asegurarte de que no descubriéramos algo. ¿Qué, viniste a proteger tu secreto?"

El comentario pilló a Hada desprevenida, pero decidió no entrar en detalles. —"¿Qué secreto? No digas tonterías. Solo vine a asegurarme de que todo esté tranquilo."

—"Ajá," —respondió Mika, claramente no convencida.

Becca, siempre buscando evitar conflictos, intervino. —"Bueno, ya que estamos aquí, podríamos… no sé, echar un vistazo rápido para ver si sigue bien y aun dormido."

Hada, al darse cuenta de que la conversación se estaba desviando peligrosamente, intentó cambiar el enfoque. Dio un paso hacia adelante, pero sin querer golpeó una vasija de barro junto a la entrada. El sonido resonó lo suficiente como para interrumpir el silencio.

Desde el interior de la cabaña se escuchó un leve movimiento, seguido de un murmullo ronco.

—"¿Hola…? ¿Quién esta ahí?" —preguntó Erik, su voz todavía adormilada pero clara.

Las tres chicas se miraron con los ojos abiertos como platos, congeladas en el acto.

—"¡Por tu culpa, Hada!" —susurró Becca, con dramatismo.

—"¡Yo no hice nada! ¡Tú empezaste esto!"— dijo Hada.

—"¡Cállense!" —intervino Mika en tono urgente, claramente irritada—. "Ahora sí tendremos que explicar por qué estamos aquí."

Desde dentro, Erik trató de incorporarse, pero apenas movió el torso, un gemido de dolor se escapó de sus labios, obligándolo a detenerse.

—"Ahh… demonios, me lleva la...," —murmuró, con el rostro tenso mientras intentaba sentarse con cuidado.

Las chicas observaron desde la entrada. Hada se adelantó un poco al ver su esfuerzo, pero se detuvo justo antes de cruzar el umbral.

Erik levantó la mirada y vio a Hada. Su rostro se relajó al reconocerla.

—"Hada… buenos días," —saludó con una sonrisa débil.

—¡Buenos días, Erik, como estas! —respondió Hada con naturalidad y una amplia sonrisa, ignorando momentáneamente la presencia de las otras dos.

Erik intentó acomodarse un poco más, todavía quejándose por el dolor. —"Un poco mejor, creo. Aunque estas heridas no me lo ponen fácil."

Mientras hablaban, Becca y Mika se quedaron boquiabiertas, alternando miradas entre Hada y Erik. Mika, particularmente, frunció el ceño, con los brazos cruzados y un brillo de sospecha en los ojos.

—"¿Buenos días? ¿Cómo es que ya están hablando como viejos amigos?" —murmuró Becca, inclinándose hacia Mika.

—"Te dije que ocultaba algo," —respondió Mika en un susurro afilado.

—¿Hada… cómo es que él sabe tu nombre? ¿Te lo presentaste antes o…?

Becca, con los brazos cruzados y una mirada de intriga y sospechosa, añadió:

—Sí, ¿y tú cómo sabes su nombre? ¿Nos ocultas algo?

Hada, un poco avergonzada y tratando de no perder la compostura, se encogió de hombros y trató de reír con naturalidad.

—Ah, pues… bueno, es que anoche… hablé un poco con él. Me quise asegurar de que se sintiera cómodo. Solo eso —dijo Hada rápidamente, intentando sonar despreocupada mientras sentía las miradas de Mika y Becca casi perforándola.

Mika alzó una ceja, cruzándose de brazos. —¿Solo eso? Parece que ya tienen una conexión especial. ¿O es que no nos quieres contar algo?

—¡No es nada de eso! —replicó Hada con un toque de exasperación, pero su tono se suavizó de inmediato al darse cuenta de que negarlo demasiado rápido no la ayudaba. —Es solo que... alguien tenía que hablar con él, ¿no?

Becca, más directa, la miró con fingida inocencia. —¿Y por qué no lo dijiste? Tal vez nosotras también queríamos "asegurarnos" de que estuviera bien.

Hada abrió la boca para responder, pero se detuvo al notar cómo Mika la observaba, con una chispa de sospecha en sus ojos. Era como si estuviera segura de que algo más había ocurrido entre ella y Erik.

Antes de que las cosas se tensaran más, Erik, que había estado observando desde la cama con algo de confusión, decidió intervenir.

—La verdad —empezó con una voz algo ronca y pausada, su mano sujetando sus costillas adoloridas mientras intentaba acomodarse mejor—, solo recuerdo haber despertado sin entender nada... y bueno, Hada fue muy amable al hablarme. Me hizo sentir que estaba a salvo aquí.

Mika y Becca intercambiaron miradas. La sinceridad de Erik, mezclada con su evidente mal estado físico por sus heridas, pareció desarmar un poco su actitud desconfiada. Mika soltó un leve suspiro, aunque todavía mantenía cierta cautela en su mirada.

—Supongo que eso tiene sentido —murmuró Becca, relajando un poco los hombros, aunque su tono dejaba claro que no estaba del todo convencida.

Hada, mientras tanto, lanzó una mirada de agradecimiento a Erik, quien respondió con una ligera sonrisa. Por un momento, se formó una burbuja de complicidad entre los dos, lo cual no pasó desapercibido para Mika.

—Ya que estamos, supongo que es buen momento para presentarnos como se debe —dijo Becca, rompiendo la pausa incómoda. Dio un paso adelante y, con una expresión más seria, añadió—. Yo soy Becca. ¿Y tú?

—Erik —respondió él con calma, aunque había algo en la intensidad de la mirada de Becca que lo hacía sentirse como si estuviera pasando un interrogatorio.

—Yo soy Mika —intervino la otra, dando un pequeño asentimiento y estudiándolo cuidadosamente—. Nos aseguraremos de que estés bien mientras te recuperas.

Hada permaneció en silencio, aliviada de que Erik hubiera manejado la situación, pero no pudo evitar sentirse incómoda bajo la mirada aún inquisitiva de Mika. Era obvio que la arquera no se tragaba por completo la versión de los hechos.

—Antes de que sigamos con esto, hay algo que quiero saber —dijo Becca, avanzando un paso y mirando directamente a Erik—. ¿Quién eres realmente? ¿Qué te trajo a nuestras tierras?

El ambiente se tensó. Hada abrió los ojos un poco más, sintiendo que la situación volvía a complicarse. Erik, por su parte, permaneció en silencio por un momento, tratando de encontrar las palabras adecuadas. No podía decirles la verdad; no tenía idea de cómo reaccionarían ante la revelación de que venía de otro mundo.

—Soy solo… alguien que estaba buscando su camino —dijo al fin, manteniendo un tono tranquilo. Sus ojos buscaron los de Becca, tratando de transmitir sinceridad sin dar demasiada información.

Becca alzó una ceja, claramente no satisfecha. —Eso no responde mi pregunta. Estas tierras son remotas, y nunca hemos visto a alguien como tú. ¿Cómo llegaste aquí?

Erik suspiró, apoyándose contra la pared de madera detrás de él para aliviar el dolor en sus costillas. Decidió improvisar, pero esta vez basándose en lo que realmente había sucedido, aunque omitiendo los detalles que no podía explicar.

—Tienen razón. No soy de aquí. Pero tampoco sé exactamente cómo llegué. Estaba en mi hogar… en otro lugar. —Hizo una pausa, intentando organizar sus pensamientos—. Me encontré en el bosque, desorientado. Desde entonces, he vivido solo, aprendiendo a sobrevivir. El bosque se convirtió en mi hogar... y mi refugio.

Mika se adelantó un paso, sus brazos tensos.

—¿Cuánto tiempo estuviste en el bosque?

—No estoy seguro —admitió Erik—, perdí la cuenta cuando supere el año. Durante ese tiempo, vi cosas extrañas.

Becca frunció el ceño, interesada a pesar de su desconfianza.

—¿Qué cosas?

—Los animales estaban actuando de forma inusual —explicó Erik—. Parecían asustados, como si algo los estuviera obligando a moverse. Todos iban hacia el norte, sin importar si eran depredadores o presas. Por experiencia, supe que debía seguirlos.

Mika lo interrumpió, su tono era casi un desafío.

—¿Por qué seguirías a los animales?

Erik se encogió de hombros, consciente de que sus explicaciones parecían extrañas, al vivir en el bosque el clima nunca cambio en ese tiempo y no sabia si ellas sabrían de las migraciones.

—Cuando llevas suficiente tiempo en la naturaleza, aprendes a observar. Los animales siempre saben algo que nosotros no. Si todos se mueven en la misma dirección, es porque buscan seguridad. Así que decidí hacer lo mismo.

Las dos mujeres intercambiaron una mirada, sin decir nada. Mika pareció algo menos rígida, pero aún no estaba convencida.

—Varios días estuve caminando y por fin divise las montañas —continuó Erik—, y allí vi algo que no esperaba: una columna de humo. No parecía ser un incendio. Era demasiado controlada, como si alguien la hubiera provocado.

Becca alzó una ceja, intrigada.

—¿Por eso viniste aquí?

Erik asintió.

—Exacto. Pensé que podría haber gente. Y después de estar tanto tiempo solo en el bosque, eso era suficiente para arriesgarme. Decidí seguir el rastro hasta llegar más cerca.

Mika lo miró fijamente, su tono ahora más directo.

—¿Y cómo terminaste enfrentándote a esa bestia?

—Estaba caminando —comenzó, bajando la voz como si recordara algo intenso—. No sabía exactamente dónde estaba, solo que debía seguir avanzando. En un momento, escuché ruidos extraños, como gruñidos de una criatura grande, y luego... gritos.

Las chicas lo miraron con atención, sus expresiones cambiando de curiosidad a algo más serio.

—Era una niña corriendo lo mas rápido que podía hacerlo —continuó Erik, mirando a Hada, aunque sin decir directamente que sabía que era Suri—. Gritaba pidiendo ayuda, y no lo pensé demasiado. Corrí hacia el sonido y vi a la criatura... enorme, peligrosa. Y a ella, atrapada.

—Y ahí estabas tú, lanzándote a lo loco como si eso fuera suficiente para vencerla —dijo Mika, recordando la escena. Había un tono de incredulidad en su voz, pero también respeto.

—Eso fue... valiente —admitió Becca, aunque su tono se mantuvo neutral—. Pero también imprudente.

—No había tiempo para pensar —respondió Erik—. Lo único que sabía era que había una niña en peligro y tenía que protegerla. Entonces, después de un rato ustedes llegaron.

Hada lo miró fijamente, como si algo en su memoria despertara con claridad. —Fue ahí… cuando te lanzaste delante de mí para protegerme, ¿cierto? —dijo, su tono más bajo, casi un susurro. Sus palabras hicieron que Becca y Mika también recordaran ese momento.

Becca asintió lentamente. —Recuerdo cómo te pusiste frente a Hada para que no recibiera ese ataque. Esa cosa te golpeó de lleno.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Mika, con más curiosidad que desconfianza esta vez.

—No estaba pensando en otra cosa que en mantenerlas a salvo —respondió Erik, mirando a Hada directamente—. No podía dejar que alguien más saliera herido.

El recuerdo pareció suavizar un poco la expresión de Becca, aunque seguía siendo cautelosa. Mika, por otro lado, miraba a Erik como si intentara decidir si confiar en él o no. Hada, sin embargo, tenía una mezcla de gratitud y confusión en su rostro.

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—Entonces… nos estabas protegiendo —dijo Becca, como si tratara de confirmar algo para sí misma.

—Era lo único que podía hacer —respondió Erik con sinceridad.

Becca asintió lentamente, recordando la escena del ataque.

—Eso fue valiente… o estúpido.

Erik dejó escapar una risa suave, aunque su expresión seguía siendo seria.

—Tal vez un poco de ambas.

Mika se cruzó de brazos, todavía analizando.

—Dices que llevabas meses en el bosque, sobreviviendo, enfrentándote a cosas que nosotras apenas conocemos. Pero… ¿Cómo lograste llegar aquí con vida?

—Preparación —respondió Erik sin titubear—. Hice herramientas, cazaba cuando podía, y me movía rápido. También tuve suerte en muchas ocasiones.

Becca relajó un poco su postura, aunque su tono aún era firme.

—Suerte o no, ahora estás aquí. Por ahora aceptaremos tu historia… pero recuerda que te estaremos vigilando.

Las chicas lo miraron, considerando sus palabras. Hada parecía querer decir algo, pero no se atrevía. Finalmente, Mika cruzó los brazos y resopló ligeramente.

—Eso explica tu habilidad para moverte en el bosque... pero sigue siendo raro que aparezcas justo aquí —dijo, aunque su tono era menos acusador.

—Quizá no sea casualidad —comentó Hada, casi para sí misma.

Becca soltó un pequeño suspiro y asintió. —Está bien. Por ahora, lo que importa es que salvaste a Suri y protegiste a Hada... y que estás vivo. Pero aún quiero saber más, Erik. Si hay algo que no nos has dicho, sería mejor que lo hagas pronto.

—Lo entiendo —dijo Erik, su tono calmado.

Mika lanzó una última mirada inquisitiva antes de apartar la vista, pero Hada seguía mirándolo, como si buscara confirmar algo más allá de las palabras. Finalmente, una pequeña sonrisa apareció en su rostro.

—Gracias por hablar con ellas —le susurró, cuando las otras dos chicas estaban distraídas hablando entre ellas.

—Gracias a ti por intentar calmar las cosas —respondió Erik con una chispa de humor en los ojos, notando las miradas matadoras que Hada todavía recibía de las otras.

Hada sonrió tímidamente, pero sabía que esa dinámica no sería fácil de mantener por mucho tiempo.

Mika soltó un resoplido, cruzando los brazos de nuevo. —Yo seguiré vigilando. No me importa cuán bueno seas enfrentando criaturas, no podemos confiar tan rápido.

Becca lo observó un momento, considerando sus palabras. Aunque aún no estaba completamente convencida, su mirada se suavizó un poco. "¿Y hay mas personas contigo?". Recordando las palabras que decía en delirios por la fiebre.

Antes de que pudiera responder, en la entrada de la cabaña se escucho unas pisadas leves, Jaia y Jerut entraron, seguidas de la pequeña Suri.

Cuando Suri vio que finalmente estaba despierto, un alivio inmenso llenó su pecho. Su corazón latía con fuerza, y sin pensarlo, corrió hacia él con una sonrisa brillando en su rostro.

—¡Despertaste! —exclamó con emoción, su voz entrecortada por las lágrimas—. ¡Estás bien! Pensé que no lo lograrías…

La niña no pudo terminar la frase; sus palabras fueron absorbidas por el abrazo que le dio con toda su fuerza.

Erik, al sentir el abrazo, se quedó momentáneamente sorprendido. No esperaba esa muestra tan espontánea, pero la sostuvo con suavidad. Tratando de soportar el dolor de sus costillas para no asustar a la pequeña, la mueca en el rostro fue claramente distinguida por las demás.

—Estoy bien —dijo con voz tranquila, buscando darle calma—. No tienes que preocuparte, pequeña. Todo está bien.

Suri levantó la cabeza, sus ojos brillando con lágrimas de alegría.

—Pensé que… que ya no podrías… —dijo, su voz temblorosa.

Erik sonrió débilmente, notando lo vulnerable que se sentía Suri al estar tan cerca de él.

—No es para tanto. No te preocupes, todo estará bien —respondió con dulzura, secando las lágrimas de la niña con los pulgares.

El gesto era sencillo, pero la conexión que surgió en ese momento entre ambos fue más profunda de lo que él había anticipado. Suri, al oír esas palabras, parecía sentirse más tranquila. Aun así, algo aún la inquietaba.

—¿Cómo te llamas? —preguntó, aún abrazándolo pero con la cabeza ligeramente apartada para mirarlo con curiosidad.

Erik, al escuchar la pregunta, se quedó callado por un momento. No sabía cómo responder sin dar demasiados detalles.

—Me llamo… Erik —dijo al fin, con suavidad, mirando a la niña con ojos tranquilos.

Suri lo miró con una ligera confusión, pero no insistió. Estaba demasiado feliz de que él estuviera despierto y pensaba mucho en su nombre.

—Erik —repitió, como si el sonido del nombre le diera una sensación de seguridad—. Gracias por salvarme. Yo me llamo Suri.

—De nada —respondió Erik, acariciando su cabello con ternura.

Mientras la escena se desarrollaba, las otras mujeres observaban con atención. Mika y Becca intercambiaron miradas; no esperaban ver a un hombre tan receptivo y gentil. La desconfianza inicial parecía empezar a disiparse, mezclándose con una curiosidad creciente.

Jerut y Jaia, en cambio, se mantuvieron en silencio, observando con expresiones más serias pero no menos intrigadas. Jaia murmuró algo en voz baja a su hermana, lo suficiente para que solo ellas lo escucharan:

—Parece… distinto.

—Es temprano para saberlo —respondió Jerut en un tono reflexivo, aunque su mirada no se apartaba de Erik y Suri.

Al escuchar ese breve intercambio, Jaia sonrió de forma casi imperceptible.

—Mira cómo la tranquilizó. No parece un salvaje —comentó, con un dejo de picardía en la voz.

Erik, mientras tanto, continuó con su atención en Suri.

—¿Estás más tranquila ahora, verdad? —le susurró, una última confirmación para asegurarse de que ella realmente estaba bien y que no había más peligro.

Suri asintió lentamente, y por un momento, todo pareció estar bien, como si el mundo se hubiera detenido por ese breve instante entre ellos.

Becca, rompiendo el silencio, finalmente hablo.

—Gracias por… bueno, por protegerla.

Erik asintió con una leve sonrisa, aunque su atención seguía en la niña que aún lo abrazaba.

Mika, cruzándose de brazos, decidió hablar también, aunque con una expresión más reservada:

—Y, aunque no entienda por qué te arriesgaste tanto por alguien que ni conocías… gracias.

—Era lo correcto —respondió Erik simplemente, su voz tranquila pero firme, dejando en claro que no esperaba nada a cambio.

La escena, aunque impregnada de emociones, dejó un eco de preguntas en el aire, preguntas que todas las mujeres compartían, pero aún nadie se atrevía a formular por completo.

Suri permanecía abrazada, buscando en el, un consuelo que la conectara con la seguridad que había sentido al ser protegida. Sus ojos, aún algo hinchados por el llanto, lo miraban con una mezcla de curiosidad y calma recién encontrada. Erik, sintiendo su mirada fija, le devolvió una sonrisa débil pero genuina.

Suri, finalmente más tranquila, se separó un poco de Erik, aunque aún permanecía cerca. Observándolo detenidamente, sus ojos se enfocaron en su rostro. Algo parecía fascinarla, pero también la llenaba de preguntas.

—¿Por qué tienes… pelo en la cara? —preguntó con genuina curiosidad, ladeando ligeramente la cabeza.

Erik parpadeó, sorprendido por la pregunta. Llevó una mano a su barba de varias semanas, recordando que no había tenido la oportunidad de afeitarse desde que empezó su viaje hacia el norte.

—¿Te refieres a esto? —preguntó, señalando su barba con una sonrisa leve.

Suri asintió con entusiasmo.

—Sí, es extraño. Ninguna de nosotras tiene eso. Es como si… ¿te olvidaste de lavarte bien la cara?

Las palabras de Suri arrancaron una risa discreta de Erik, lo que provocó que las otras jóvenes intercambiaran miradas curiosas. Mika y Becca, aunque no dijeron nada, también parecían intrigadas.

—No, no es por eso. Esto se llama barba —explicó Erik, intentando mantener un tono sencillo para que ella lo entendiera—. A los hombres nos crece con el tiempo.

Suri, al escuchar que la barba solo crecía en los hombres, frunció el ceño, confundida. Su curiosidad era casi palpable mientras se tocaba el rostro con ambas manos, como si buscara algún indicio de que pudiera crecerle algo similar. Luego miró rápidamente a Mika y Becca, evaluándolas con la misma intensidad.

—¿Entonces…? —preguntó con un tono de incredulidad, regresando su atención a Erik—. ¿A nosotras no nos puede salir?

Erik dejó escapar una risa ligera, notando las expresiones serias de las chicas que ahora también se tocaban el rostro, como si quisieran asegurarse de que no tenían barba escondida en algún lugar.

—No, no se preocupen —dijo con una sonrisa tranquilizadora—. A las mujeres no les crece barba, solo a los hombres.

—¿Por qué? —insistió Suri, su mirada llena de curiosidad.

—Es algo que pasa cuando llegamos a cierta edad. Es parte de cómo cambiamos —explicó Erik, buscando palabras simples para no entrar en demasiados detalles biológicos.

Suri lo observó fijamente, como si intentara descifrar algún misterio oculto en sus palabras.

—Entonces… ¿todas las cosas que nos hacen diferentes les pasan solo a los hombres?

Erik asintió lentamente, pero luego añadió:

—No todo. Hay cosas que compartimos, pero también hay diferencias.

Mika, quien había estado callada hasta ahora, dejó escapar un resoplido, cruzando los brazos.

—Es raro… Tener algo en la cara debe ser incómodo. No sé cómo puedes vivir así.

—Te acostumbras —respondió Erik con una sonrisa ligera, acariciando su barba distraídamente.

Becca, que había estado observando en silencio, frunció ligeramente el ceño.

—¿Siempre tienes pelo en la cara? ¿No te molesta?

—No siempre —respondió Erik, pasando una mano por su barba como si evaluara su estado—. A veces me la quito. Se llama afeitarse.

Becca arqueó una ceja, observándolo con renovada curiosidad.

—¿Y no te duele?

—No, aunque al principio puede ser un poco incómodo si no estás acostumbrado —respondió, recordando los días de sus primeras afeitadas y las inevitables cortadas.

Mika arqueó una ceja, cruzando los brazos.

—¿Y por qué no te la quitas ahora? Parece incómodo.

—No tengo con qué hacerlo —respondió con honestidad—. Además, cuando estás viviendo en el bosque mucho tiempo, no es una prioridad.

Suri, que seguía fascinada, extendió una mano con cautela, como si quisiera tocar su barba pero no estuviera segura de si era apropiado. Erik notó su duda y le sonrió.

—¿Quieres tocarla? —preguntó con amabilidad.

Suri lo miró con ojos grandes y brillantes, asintiendo tímidamente. Con cuidado, sus pequeños dedos rozaron la barba de Erik, y su expresión se iluminó de sorpresa.

—¡Es áspera! —dijo, retirando la mano rápidamente pero riendo suavemente—. Es como la lana de ovejas cuando no está bien peinada.

La comparación hizo que Erik soltara una carcajada.

—Bueno, no lo había pensado así, pero supongo que tienes razón.

Suri parecía más tranquila ahora, aunque seguía evaluándose el rostro con las manos, asegurándose de que no había señales de "pelo extraño".

—Me alegra que no nos salga —dijo al fin con un pequeño suspiro de alivio. Luego miró a Erik, su tono cambiando a uno juguetón—. Aunque creo que te queda bien. Como la lana de las ovejas, pero en tu cara.

El comentario provocó risas entre las demás, incluso de Mika, quien normalmente era más reservada. Erik se unió a la risa, notando cómo la atmósfera se hacía más relajada, aunque aún podía sentir la intensidad de las miradas de curiosidad e intriga que todas le dirigían.

Jaia, se acercó lentamente con una sonrisa tranquila, aunque su mirada mostraba algo más de comprensión.

—Hace años… recuerdo haber visto algo similar —dijo Jaia, tocándose el mentón pensativamente—. Mi padre tenía algo de barba, pero no tan larga. Siempre decía que la cuidaba como si fuera otra parte de su cuerpo.

Jerut, intercambio mirada y asintió lentamente, recordando fragmentos del pasado.

—Es cierto —agregó Jerut con una risa suave—. Los hombres usaban sus barbas para parecer más sabios.

—O más fieros —interrumpió Jaia con una voz algo burlona.

—¿Más fieros? —repitió Suri, mirando a Erik con ojos renovados, como si intentara imaginarlo como un guerrero de cuentos antiguos—. Pero tú no pareces fiero…

—No lo soy, al menos no cuando no es necesario —respondió Erik con un tono ligero, aunque su mirada revelaba un trasfondo más serio.

La conversación sobre la barba alivió un poco las tensiones, pero también dejó claro cuán ajeno era Erik al mundo de estas mujeres. Las mayores parecían más cómodas con su presencia, pero las jóvenes aún estaban llenas de preguntas.

Becca, rompiendo el momento de tranquilidad, volvió a hablar con un tono más directo:

—¿Y qué más nos puedes contar de los hombres? Si todos tienen cosas como esa… barba, ¿hay algo más que los haga diferentes?

Jaia carraspeó, interrumpiendo antes de que la curiosidad de Becca cruzara una línea incómoda.

—Becca, por ahora es suficiente. Dejemos que se recupere un poco más, antes de llenarle la cabeza con preguntas.

Jaia y Jerut, al observar a Suri más tranquila pero aún abrazada a Erik, intercambiaron miradas llenas de entendimiento. La situación requería sutileza, y Jaia, como la más experimentada, tomó la iniciativa. Con una leve sonrisa que irradiaba calidez, se dirigió a la niña con voz suave:

—Suri, ven aquí, querida —dijo, extendiendo una mano hacia ella—. Tenemos unas tareas que necesitamos terminar juntas.

Suri levantó la mirada hacia Erik, algo renuente a soltarlo, pero al ver el gesto amable de Jaia, asintió lentamente.

—Está bien —respondió con un tono más calmado, soltando a Erik con un último vistazo cargado de alivio al verlo bien.

Las jóvenes, por su parte, se miraron entre sí, sin entender del todo la necesidad del cambio de escena. Sin embargo, Jaia y Jerut sabían que era mejor permitirle a Erik un poco de privacidad, especialmente considerando su estado y la ropa escasa o casi nula.

El ambiente en la cabaña quedó en silencio por un instante, hasta que el rugido inoportuno del estómago de Erik resonó con fuerza, rompiendo cualquier tensión que pudiera quedar. Todas se giraron hacia él, algunas con sorpresa, otras conteniendo la risa. Erik, avergonzado pero tratando de no perder la compostura, esbozó una sonrisa tímida.

—Parece que mi cuerpo tiene algo que decir también —bromeó, intentando aligerar el momento.

Hada, rápida como siempre, aprovechó la oportunidad para lanzar un comentario.

—Parece que alguien tiene un animal salvaje en el estómago —dijo con una sonrisa burlona, cruzando los brazos con aire divertido.

Las palabras de Hada provocaron una ligera carcajada entre las chicas, incluida Mika, aunque trató de ocultarla tras una tos discreta. Erik, aunque aún algo avergonzado, se permitió sonreír con más naturalidad, agradecido por el cambio de tono.

Jaia, que había permanecido observando con atención, intervino con serenidad.

—Es bueno que tenga hambre. Eso significa que su cuerpo está empezando a recuperarse. Por suerte ya casi es hora de comer.

Como si la hubieran invocado con solo mencionar la hora de comer, Arlea apareció en la puerta de la cabaña, cargando una cesta con ingredientes frescos. Su figura robusta y su expresión serena irradiaban confianza, pero en sus ojos había un brillo curioso al encontrarse con la mirada de Erik. Al verlo despierto, su rostro mostró una mezcla de alivio y genuina sorpresa.

—Vaya, pensé que aún estarías dormido —dijo Arlea con una leve sonrisa, dejando la cesta sobre una mesa cercana.

Erik, todavía un poco avergonzado por su reciente interacción con todas, intentó mantener la compostura.

—Bueno, parece que mi cuerpo necesitaba descansar, pero ahora mi estómago tiene otras ideas —respondió, tocándose ligeramente el abdomen, lo que arrancó una risa suave de las mujeres presentes.

Arlea inclinó ligeramente la cabeza mientras lo observaba.

—Es bueno verte despierto. Soy Arlea, la encargada de las comidas y de los cultivos aquí. Espero que te guste nuestra comida —dijo, con un tono firme pero amigable.

Mientras Arlea se acercaba y se inclinaba un poco hacia él para inspeccionar de cerca su estado, Erik no pudo evitar que su atención fuera atraída por un instante a los pronunciados atributos frontales que destacaban mas que las demás chicas, algo que la postura acentuaba sin intención. Inmediatamente, sintió cómo su rostro comenzaba a arder, desviando la mirada apresuradamente y fingiéndose interesado en cualquier otra cosa de la habitación.

—“E-encantado de conocerte, Arlea. Mi nombre es Erik. Y… gracias. Creo que mi estómago está tan ansioso como yo —respondió, esforzándose por parecer relajado.

—¿Te sientes bien? —preguntó Arlea, sin notar su reacción, mientras una pequeña sonrisa se asomaba en sus labios.

—Sí, sí… perfectamente —respondió Erik, algo nervioso, mientras se acomodaba en el lugar para ocultar su nerviosismo.

—Bueno, me alegra escuchar eso. Te prometo que no te haré esperar mucho más —dijo Arlea con naturalidad antes de reír suavemente—. Espero que no seas demasiado quisquilloso, porque aquí todas comemos lo que hay.

—Desde pequeño me enseñaron a comer de todo —respondió Erik, esforzándose por sonar casual, aunque su voz delataba un ligero nerviosismo por la cercanía de Arlea.

Jaia y Jerut, observando todo con atención, intercambiaron miradas cómplices. Una pequeña sonrisa juguetona se dibujó en los labios de Jaia, mientras Jerut apenas contenía su propia diversión.

Suri, por su parte, tiró con suavidad y curiosidad la falda de Hada.

—¿Te diste cuenta? ¡Su cara cambió de color en un instante! —susurró, aunque lo suficientemente fuerte como para que Jaia y Jerut las escucharan, lo que hizo que estas soltaran una risa suave.

—Basta, Suri. No seas indiscreta —respondió Hada con una sonrisa contenida, aunque también estaba divertida.

—Voy a terminar los preparativos. No tardaré —anunció Arlea, tomando la cesta nuevamente y dirigiéndose hacia el area de cocina con una mirada decidida.

Jaia y Jerut al observar a Erik que necesitaba un cambio de vendajes y verlo algo con sudor por el calor cercano a medio día, decidieron aprovechar la situación.

— “Muchachas, ¿por qué no ayudan a Arlea a preparar la mesa? Seguro que necesita manos extra,” dijo Jerut, guiando a las chicas hacia la puerta. Las jóvenes asintieron entre risas y siguieron a Arlea, dejando a Erik en compañía de Jaia y Jerut.

La cabaña quedó en silencio tras la partida de las jóvenes. Jaia y Jerut intercambiaron miradas serias mientras preparaban los materiales necesarios para limpiar las heridas de Erik y cambiar sus vendajes. Él, al notar el enfoque en sus rostros, comenzó a tensarse.

—Bien, Erik, vamos a empezar. Esto puede ser un poco incómodo, pero es necesario para evitar infecciones —dijo Jaia con un tono firme pero maternal, mientras se colocaba junto a la cama improvisada donde Erik descansaba.

—¿"Un poco incómodo"? —repitió Erik con una leve sonrisa nerviosa, aunque su incomodidad era evidente.

Jerut, que se encontraba junto a un cuenco de agua limpia, levantó la mirada hacia él.

—Sí, joven. Así que prepárate para colaborar. Esto será más rápido si no te resistes.

Erik asintió con resignación, dejando escapar un suspiro. Sabía que no podía moverse lo suficiente para hacerlo por sí mismo, y aunque la idea de estar expuesto frente a ellas lo hacía sentir incómodo, pero no tenía otra opción.

Jaia comenzó a retirar los vendajes viejos con cuidado. Algunos se habían pegado ligeramente a la piel debido a la sangre seca, lo que provocó que Erik apretara los dientes para contener los quejidos de dolor.

—Sabes, no tienes que ser tan valiente todo el tiempo. Si duele, dilo —comentó Jaia, su tono era una mezcla de pragmatismo y calidez.

—Prefiero que las demás no escuchen… —respondió Erik entre dientes, aguantando.

—Tranquilo, no se enterarán. Estamos acostumbradas a hacer estas cosas con discreción —replicó Jerut, dándole unas palmaditas suaves en el hombro antes de mojar un paño en el agua.

Sin embargo, justo fuera de la cabaña, Mika se había detenido, fingiendo estar ocupada revisando unas cosas que llevaba consigo. Había estado observando el comportamiento de Erik desde el principio. Su instinto como cazadora le decía que las heridas de aquel hombre no eran solo ligeras como trataba de mostrar al resto, y quería saber más. Con discreción, se acercó un poco más a la puerta, lo suficiente para escuchar las voces dentro.

Cuando los vendajes viejos estuvieron completamente retirados, Jaia inspeccionó con detenimiento las costillas rotas y las demás heridas. Su expresión era seria, pero había un toque de admiración por lo rápido que el joven parecía estar sanando.

—Esto va mejor de lo que esperaba —murmuró.

Jerut asintió y se inclinó para comenzar a limpiar las heridas abiertas. Erik apretó los puños cuando el paño húmedo y frío tocó su piel.

—Lo siento, sé que duele, pero hay que hacerlo bien —dijo Jerut, moviéndose con precisión.

Erik asintió, con el rostro tenso. Sin embargo, no pudo evitar dejar escapar unos leves gritos de dolor cuando Jaia comenzó a aplicar un ungüento sobre una de las heridas más profundas.

—¡Ah! —exclamó, aunque rápidamente cubrió su boca con una mano, cerrando los ojos con fuerza.

—Casi terminamos con esto, aguanta un poco más —lo tranquilizó Jaia, mientras continuaba su labor.

Fuera de la cabaña, Mika frunció el ceño al escuchar los gritos ahogados de dolor de Erik. Su experiencia le decía que aquellas heridas tenían una historia compleja detrás. Al recordar la batalla reciente contra la bestia, las piezas comenzaron a encajar en su mente.

—"Esas heridas graves… las tuvo que recibir cuando protegió a Hada," pensó Mika, recordando con claridad cómo Erik había saltado en el último instante para bloquear el impacto con su propio cuerpo. Aquel golpe habría sido letal para Hada, pero él lo soportó de lleno, incluso continuando la lucha después.

Ella tocó inconscientemente la cicatriz de su ojo izquierdo, un recuerdo de su propio enfrentamiento con una bestia similar. La batalla que había librado contra aquella criatura más pequeña le había costado no solo su ojo, también la perdida de muchas amigas, compañeras y también semanas de recuperación. Sin embargo, Erik parecía estar superando heridas mucho más graves en un tiempo imposible.

—"¿Cómo puede alguien como él seguir adelante después de eso? ¿Qué clase de fuerza tiene?" —se preguntó, confundida y cada vez más intrigada por el.

Dentro, Jaia y Jerut estaban terminando de lavar el cuerpo de Erik. A pesar de su incomodidad inicial, él había comenzado a relajarse al notar la profesionalidad en sus movimientos, aunque no pudo evitar ruborizarse en ciertos momentos.

Cuando llegó el turno de las costillas rotas, Jaia colocó con cuidado un vendaje limpio alrededor de su torso, pero cuando ajustó la tela, el dolor fue tan agudo que Erik no pudo contener un grito sofocado.

—¡Ahh! —exclamó, apretando los dientes para evitar que el sonido saliera más fuerte.

Mika apretó los puños al escuchar aquel grito. A pesar de las sospechas que aún guardaba, no podía evitar admirar la resistencia y la voluntad de Erik.

—"Primero protege a Hada… ahora esto. ¿Qué clase de persona eres realmente, Erik?" —pensó, sintiéndose más confundida que nunca sobre el, que había salvado a su amiga.

Dentro, Jaia y Jerut habían terminado su trabajo.

—Lo siento, Erik. Este último ajuste es el más difícil, pero es necesario para inmovilizar las costillas —dijo Jaia, deteniéndose por un momento para darle un respiro antes de continuar.

Erik respiró hondo varias veces, tratando de calmarse.

—Está bien… sigan. Solo… háganlo rápido.

Jaia asintió y terminó de fijar el vendaje, mientras Jerut lo miraba con admiración.

—Tienes una resistencia admirable, joven. Ya está. No tendrás que pasar por esto de nuevo por unos días.

Erik dejó escapar un suspiro de alivio, aunque el sudor cubría su frente debido al esfuerzo de contener el dolor.

—Gracias… en serio.

Jaia se incorporó y le dedicó una sonrisa amable.

—No tienes que agradecer. Ahora, creo que es hora de presentarnos adecuadamente. Soy Jaia.

—Y yo soy Jerut, y somos hermanas —añadió esta última, inclinando ligeramente la cabeza.

Erik les devolvió la sonrisa, agotado pero agradecido.

—Es un placer conocerlas, Jaia, Jerut. Y… gracias por todo lo que han hecho por mí.

Mientras tanto, Mika, aún fuera de la cabaña, se retiró con paso silencioso, su mente llena de preguntas y con la determinación de entender más sobre aquel hombre que parecía desafiar las posibilidades con su fuerza y voluntad.

Las hermanas intercambiaron miradas cómplices, y Jaia decidió desviar un poco la conversación.

—Bueno, con este vendaje nuevo, deberías sentirte más cómodo para comer y descansar. Solo recuerda no hacer movimientos bruscos.

—Ya puedes relajarte —dijo Jerut, mientras Jaia recogía los materiales usados restantes.

Con los vendajes en su lugar y Erik visiblemente aliviado, Jerut lo observaba con curiosidad. El se había recostado, vistiendo solo su ropa interior, que ya estaba algo desgastada debido al tiempo que vivió en el bosque.

—Bueno, Erik, no podemos dejarte así. No es apropiado que te presentes de esa forma —comentó Jaia con una sonrisa maternal, mientras se dirigía hacia un pequeño baúl de madera que se encontraba afuera, cerca de la entrada de la cabaña.

Erik se removió incómodo en el lugar, aunque no podía negar que tenía razón.

—Sí, supongo que debería… vestirme un poco más antes de salir —admitió, sin mirar directamente a ninguna de las dos mujeres.

Jerut, sin embargo, se cruzó de brazos y esbozó una ligera sonrisa divertida.

—No creo que sea tan malo. Después de todo, no hay mucho que esconder a estas alturas, ¿verdad?

Erik sintió que su rostro se encendía al escuchar el comentario, mientras Jaia le lanzaba una mirada reprobatoria.

—Jerut, compórtate. Ya bastante ha pasado como para que lo hagas sentir más incómodo.

—Está bien, está bien. Solo digo que… bueno, no está mal para los ojos, ¿no? —replicó Jerut con un toque de picardía antes de acercarse al baúl para ayudar a buscar algo de ropa.

Erik apartó la mirada, claramente avergonzado.

—Gracias… creo.

Ambas mujeres comenzaron a revisar las prendas almacenadas en el baúl, sacando algunas túnicas y piezas que parecían hechas para las mujeres de la aldea. Sin embargo, era evidente que ninguna iba a quedarle bien a Erik.

—Es mucho más grande que cualquiera de nosotras. Esto será complicado —murmuró Jaia, sosteniendo una túnica que apenas le habría cubierto el torso.

Jerut soltó una carcajada mientras sacaba una falda larga que le llegaría justo a las rodillas a Erik.

—Tal vez podamos improvisar. ¿Qué te parece esto, Erik? —preguntó alzando la prenda con una ceja alzada.

Erik negó rápidamente con la cabeza, aunque no pudo evitar sonreír un poco.

—Preferiría algo que me cubra un poco más, gracias.

—Está bien, está bien. Solo estaba bromeando —dijo Jerut con una risita, mientras seguía buscando.

Finalmente, después de unos minutos, Jaia sacó una túnica larga que parecía ser la prenda más grande disponible, aunque seguía siendo algo ajustada para Erik.

—Esto debería servir por ahora. No es ideal, pero al menos estarás cubierto —dijo, tendiéndole la prenda.

Erik la tomó y la observó. Aunque no era exactamente lo que esperaba, estaba agradecido por el esfuerzo.

—Gracias. Haré que funcione.

Con algo de ayuda de ellas, Erik logró ponerse la túnica. Le quedaba algo ajustada en los hombros y las mangas eran demasiado cortas, pero era suficiente para que se sintiera más presentable. Erik se sintió un poco más cómodo, aunque aún le inquietaba el destino de su propia ropa. Antes de salir, se volvió hacia ellas, con la duda rondándole la mente.

— “¿Y… saben algo de mi ropa? La que llevaba cuando llegué… ¿saben dónde está?” preguntó, algo esperanzado de recuperarla.

Jerut y Jaia intercambiaron una mirada rápida antes de que Jaia respondiera con calma.

—Lera la tiene. Está limpiándola y revisándola. Es la artesana de la aldea, muy hábil con las manos. Si hay algo que se pueda reparar, puedes estar seguro de que ella lo hará.

—¿Lera? —repitió Erik, al estar pensando en el nombre sin recuerdo alguno de la joven.

—Sí, es muy dedicada a su trabajo. Aunque debo advertirte que tus ropas estaban bastante sucias y dañadas —añadió Jerut con un tono algo burlón.

Erik suspiró, aunque parecía aliviado de saber que su ropa no había desaparecido por completo.

—Espero recuperarla. Es lo único que tengo de mi… bueno, de mi hogar.

Jaia le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

—Lera entiende la importancia de las cosas personales. Estoy segura de que hará lo mejor posible para devolvértelas en mejores condiciones o mejor que nuevas.

—Gracias —respondió Erik, relajándose un poco más.

—¿Ahora sí podemos salir, o tienes alguna otra duda? —bromeó Jerut, guiñándole un ojo.

Erik soltó una risa breve y negó con la cabeza.

—Estoy listo.

Cuando los tres finalmente salieron de la cabaña, Erik sintió el sol cálido en su piel que le ayudaba a relajarse después de toda la tensión. A lo lejos, las jóvenes estaban terminando de organizar la mesa para la comida, y algunas de ellas alzaron la vista hacia ellos, claramente curiosas por ver cómo lucía Erik ahora. Todas lo miraron con curiosidad al verlo ahora vestido, algunas incluso contuvieron una pequeña risa.

—Bueno, al menos ya no te desmayaras de hambre —bromeó Jerut, caminando junto a él mientras se dirigían hacia el comedor improvisado.