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Tomo 3: Cruzando Destinos "Español"
Capitulo 2 : "El Legado de los Ausentes"

Capitulo 2 : "El Legado de los Ausentes"

Las mujeres se reunieron afuera, bajo la sombra de los árboles, alrededor de una mesa larga de madera y de piedras que hacian de asientos, Arlea había preparado un sencillo guiso que perfumaba el aire con especias y hierbas. Aunque estaban a la sombra, aún podían sentir el calor del ambiente que anunciaba la época más calurosa. Una ligera brisa refresco el ambiente, y el susurro de las hojas llenaba el silencio expectante mientras se sentaban a comer.

Becca, sentada cerca de las mayores, miraba la cabaña donde el desconocido descansaba y no pudo evitar preguntar en voz baja, “¿Y ahora qué haremos con él, se quedará aquí?”

En medio de la conversación y el bullicio que precedía al primer bocado, Mika se quedó en silencio un momento, absorta en sus pensamientos sobre el extraño. Aunque no sabía quién era ni de dónde venía, algo en él parecía fuera de lo común. A su mente volvían las escenas de la batalla en el bosque, la fuerza y la determinación con las que había enfrentado a la bestia para salvar a Suri. Se notaba que había tenido una vida difícil; sus músculos fuertes y las cicatrices en su piel hablaban de pruebas que Mika apenas podía imaginar.

“¿En qué pensarán sus sueños?” se preguntó en silencio, mientras en su mente intentaba descifrar quién podría ser. ¿Había sido un guerrero o un cazador? ¿Qué clase de vida llevaría alguien así?

—¿Todo bien, Mika? —preguntó Hada al verla ensimismada, justo antes de darle un empujoncito con el codo.

—Sí, sí, solo estaba... pensando en cómo todo cambió desde que él llegó —respondió Mika, tratando de disimular su curiosidad mientras tomaba un poco del guiso. La llegada del desconocido traía consigo una mezcla de emoción y misterio que parecía afectar a todas.

La voz de Arlea las sacó a todas de sus pensamientos cuando anunció el almuerzo, y una vez servidas las raciones, el grupo se dedicó a saborear el plato. Mika probó el guiso, sintiendo el sabor único que Arlea había logrado. Mientras reían y bromeaban sobre los experimentos culinarios de Arlea, Mika se preguntaba en silencio si el desconocido cambiaría la vida de la aldea, y si esos cambios serían para bien o para mal.

Las mayores intercambiaron una mirada, como si esperaran esta pregunta. Jaia suspiró, apoyando las manos en el regazo, mientras las gemelas parecían buscar las palabras adecuadas.

Jerut rompió el silencio primero. “Lo que él es, chicas, es algo que no han visto antes… y que no teníamos pensado que verían jamás, ni nosotras.”

Alisha, con voz apacible, agregó, “Ese joven es un hombre, algo que conocimos en nuestra juventud. Ellos solían vivir aquí con nosotras, pero… ya no estan.”

Las chicas se miraron entre sí, confusas. La palabra hombres resonaba desconocida y extraña en sus mentes.

“¿Un… hombre?” preguntó Suri, con un tono incrédulo y curioso a la vez. “¿Qué significa eso?”

“Los hombres,” continuó Jaia, “eran parte de este mundo, de nuestra gente, hace mucho tiempo atras, cuando becca era una bebe y las demas estaban por nacer. Pero ya no quedan… o al menos, eso creíamos. Este hombre, este extraño, es una rareza. Algo que no deberíamos haber vuelto a ver.”

Hada frunció el ceño, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. “¿Qué pasó con ellos? ¿Por qué nunca nos contaron sobre ellos?”

“Es una historia larga y dolorosa”, intervino Alisha, su tono sombrío. “Hace mucho, cuando éramos mas jovenes, la vida no era solo para las mujeres en la aldea. Había hombres, y ellos nos ayudaban, trabajaban junto a nosotras. Pero todo cambió cuando despertaron las criaturas.”

Becca tomó aire, escuchando con atención. “¿Criaturas? ¿Cómo la que atacó a Suri en el bosque?”

Jaia asintió. “Las criaturas enormes que acechan en el interior del bosque. Nos arrebataron a nuestros esposos, a nuestros hermanos y a sus padres de ustedes. La enfermedad también se llevó a muchos de ellos. Después de eso, quedamos solo nosotras.”

Jaia asintió lentamente, recordando el pasado. “Hace años, hombres y mujeres convivíamos juntos en esta aldea. Ellos eran fuertes, valientes, buenos para la caza y la protección. Hasta que un día, cuando nosotras éramos aún jóvenes, todo comenzó a cambiar.

Las mayores se sumieron en un silencio pesado. Finalmente, Jaia continuó. “Las bestias que habitan las profundidades de los bosques despertaron de su sueño. Ellos, siendo más fuertes físicamente, se vieron obligados a protegernos, a pelear con criaturas que casi no lograban vencer. Pero la caza los llevó lejos, a terrenos peligrosos, y algunos nunca regresaron.”

Jerut habló entonces, con un tono amargo en su voz. “Además, una enfermedad que desconocíamos comenzó a propagarse. Empezaron a caer enfermos uno a uno… fuertes al principio, pero la fiebre y el agotamiento los consumían. Nosotras intentamos todo lo que sabíamos para salvarlos, pero parecía que nada funcionaba. La vida se fue de sus cuerpos, y al final, solo quedamos nosotras. Pensamos que los hombres eran cosa del pasado, una historia olvidada. ¿Por qué contarles algo que no volverían a ver? Hasta hoy…”

Jerut agregó suavemente, “Queríamos que crecieran fuertes, independientes. Que aprendieran a valerse por sí mismas, sin necesidad de recordar lo que hemos perdido.”

Becca frunció el ceño, asimilando cada palabra con una mezcla de tristeza y sorpresa. “¿Entonces… murieron protegiéndonos?”

Alisha asintió. “Murieron por nosotras, sí. Murieron por mantenernos a salvo en este valle. Nunca hemos salido de aquí desde entonces; hemos vivido en paz, dedicándonos a la caza en el valle, a la recolección y a nuestros campos de cultivos… Y prometimos cuidar de ustedes a sus padres, enseñándoles todo lo que necesitan para sobrevivir en este lugar.”

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El ambiente se tensó aún más. Las jóvenes intercambiaban miradas, tratando de comprender lo que eso significaba. Mika, siempre la más cautelosa, se cruzó de brazos. “¿Y este hombre? ¿Es peligroso?”

Jaia negó con la cabeza lentamente. “No necesariamente, pero él ya ha demostrado ser alguien honorable al protegerlas en el bosque. Su llegada podría ser un peligro o, tal vez, una señal de algo que aún no comprendemos.”

Alisha, con una media sonrisa, concluyó, “Lo que sí es seguro, es que ahora que ha llegado, no podemos fingir que nuestras vidas seguirán igual. Pero ya veremos… el tiempo nos dirá qué hacer.”

Las mujeres continuaron comiendo en silencio, cada una sumida en sus pensamientos. Sabían que sus vidas estaban a punto de cambiar, y el peso de esa verdad las acompañó mientras se adentraban en un nuevo y desconocido futuro.

Con el sol finalmente oculto, la penumbra tiñe el valle de tonos profundos, y una brisa nocturna trae un frescor ligero que contrasta con el calor del día. Sentadas en círculo alrededor de una hoguera, las sombras del fuego se reflejan en sus rostros, creando una atmósfera íntima que facilita abrir el corazón. Jaia y las gemelas, Jerut y Alisha, están especialmente calladas, pero sus miradas se pierden en las llamas, como si cada chispa les trajera un recuerdo de tiempos distantes.

Suri, con sus ojos llenos de inocente inquietud, fue la primera en romper el silencio:

—Jaia, ¿cómo era antes? Antes de que… los hombres… se fueran.

Jaia miró a las jóvenes, viendo en sus miradas una sed de respuestas que ella y las gemelas compartieron en su propia juventud. Con voz pausada, la mayor del grupo respondió:

—Eran días distintos, llenos de movimiento. Ellos cazaban, nos protegían… cada uno tenía su lugar en la aldea, y todos éramos necesarios.

—¿Y cómo eran con ustedes? —preguntó Hada, con una mezcla de curiosidad y seriedad, su voz a medio camino entre el respeto y la picardía. La curiosidad en sus ojos delataba la naturaleza de la pregunta.

Jerut, con una sonrisa apenas perceptible, se acomodó en la sombra del árbol donde estaban sentadas.

Jaia suspiró con un dejo de melancolía antes de responder a Hada, quien nuevamente le había preguntado sobre cómo era convivir con los hombres.

—"Era... diferente. Ellos eran grandes y algunos fuertes, igual que ese extraño. No era raro verlos cazar o construir cosas, pero tambien podrian ser destructores y malvados en ocaciones; tenían la misma vitalidad que ustedes, muchachas."

Jerut se rió con suavidad, intercambiando una mirada de picardía con Alisha. "Oh, eran mucho más que eso, ¿verdad, hermana? Su presencia llenaba el aire de... no sé cómo describirlo." Alisha asintió, recordando con un destello en los ojos. "Su compañía era cálida y a veces también... muy cercana. Aunque claro, también eran testarudos y tercos a su manera."

Becca frunció el ceño, sin comprender del todo a qué se referían, mientras Hada, un poco más osada, preguntaba,

—"¿Cercana cómo?"

Alisha y Jerut intercambiaron otra mirada juguetona antes de que Jaia interviniera, tratando de cambiar el tono sin alejarse demasiado de la verdad.

— "Digamos que había una energía especial entre hombres y mujeres, una que ustedes aún no han experimentado."

Mika observó intrigada. — "¿Y esa energía qué hacía? ¿Era por eso que trabajaban tan unidos en el valle?"

Las mayores sonrieron ante la interpretación inocente, y Alisha respondió con cierto desenfado.

— "Bueno, sí, pero era una unión más... íntima. Los hombres sabían cómo hacer sentir a una mujer especial, sobre todo en momentos de paz y calma."

Las jóvenes se miraron confundidas y un poco intrigadas, sin captar aún las implicaciones de lo dicho. Pero las mayores decidieron dejarlo ahí, manteniendo en secreto las experiencias que habían compartido con los hombres. Sin embargo, esa atmósfera de anhelo seguía latente, y las mayores intercambiaron una última mirada cargada de recuerdos, mientras las jóvenes continuaban lanzando preguntas sobre el pasado, sin saber que aún quedaban experiencias que tendrían que vivir para entender todo lo que implicaba vivir con un hombre.

La noche parecía envolverlas con un manto de nostalgia. Las jóvenes, ahora con los rostros en sombras y la voz calmada, guardaron silencio, permitiendo que las historias quedaran suspendidas en el aire, envolviéndose en una mezcla de comprensión y respeto.

Las jóvenes escuchan en silencio, sabiendo que lo que viene a continuación es importante, algo que no ha sido contado en su vida. Las mujeres mayores, tras un largo y pensativo suspiro, deciden continuar con el relato. El tema de los hombres, de los padres, hermanos y amigos que alguna vez habitaron la aldea, revive en sus palabras. Describen sus sonrisas y valentía, y la fuerza que también llevó a muchos a sus últimas cacerías, enfrentando bestias que poblaban en el bosque profundo.

La conversación se vuelve reflexiva, y las mayores se permiten compartir una tristeza contenida que nunca antes habían mostrado. El fuego las ilumina mientras Jerut, con voz suave y un dejo de nostalgia, habla de las noches en que el valle se llenaba de risas y canciones.

Alisha, su hermana, se une en el relato con un leve temblor en la voz:

“Eran tiempos en que el viento traía melodías y las hogueras se encendían para celebraciones. No había silencio, no como ahora.” Mira a las chicas con los ojos brillantes, pero no por el reflejo del fuego. “El día que partieron… no pudimos siquiera despedirnos.”

Suri y Hada, conmovidas, observan las expresiones de las mayores y parecen comprender mejor el peso de aquel pasado. Una pregunta no tarda en surgir, como si brotara de sus corazones:

“¿Creen que este extraño es una señal de que algo ha cambiado en nuestro destino?”

Las mayores se miran entre sí y luego fijan sus ojos en las llamas, como buscando una respuesta en el crepitar del fuego. Jaia, pensativa, asiente lentamente y, tras un momento, murmura con voz profunda:

“No lo sabemos, pero tal vez el destino nos haya traído esta oportunidad para recordar y, quizás, para entender qué nos aguarda a nosotras, a la aldea y a nuestro valle.”

La noche sigue avanzando, y las palabras fluyen como susurros entre las llamas, mientras la luna aparece entre las nubes, lanzando su luz suave sobre ellas, convirtiendo esa noche en una de comunión y memoria, donde el legado de los ausentes toma forma en cada palabra compartida y en cada silencio respetado.

La conversación fue apagándose a medida que las primeras estrellas salían a salpicar el cielo. Las jóvenes intercambiaban miradas entre sí, aún con sus cabezas llenas de preguntas sobre los hombres y el pasado de la aldea. Las mayores, viendo que las muchachas aún tenían mucho que procesar, decidieron dar por terminada la charla, sintiendo el peso de la noche sobre sus hombros.

Era hora de descansar y, sin embargo, la presencia del desconocido implicaba también una vigilia que antes no tenían.

Becca se levantó primero, sacudiéndose la falda, y miró a las demás.

"Mañana será un día largo; necesitamos recuperar fuerzas y turnarnos para vigilarlo. No sabemos aún quién es o qué intenciones trae, aunque hasta ahora parece estar aquí en paz."

Jaia, Alisha y Jerut asintieron, reconociendo la importancia de mantener al desconocido bajo vigilancia, aunque sin hostilidad, y con la misma curiosidad que las jóvenes. Becca se ofreció para el primer turno, justificando con una sonrisa: “Puedo quedarme un rato despierta y asegurarme de que esté bien vigilado... y que no haga nada extraño si despierta.”

Jerut le dio un leve apretón en el hombro, recordándole que mantuviera la cautela. “No te acerques demasiado, Becca. Sabemos cómo pueden ser los hombres; pero este extraño sigue siendo una incógnita.”

Las mujeres mayores le entregaron a Becca una manta ligera y una vasija de agua fresca, indicándole que se acomodara fuera de la cabaña para vigilar sin incomodarlo. Las demás regresaron en silencio a sus propias cabañas, sus mentes invadidas por recuerdos y dudas sobre cómo aquel hombre podría cambiar el destino de la aldea.

Bajo la luz de las estrellas, Becca se sentó junto a la entrada, observando cómo la noche envolvía al bosque y dejaba en penumbra la figura dormida del extraño en la cabaña. No podía evitar preguntarse sobre el porqué de su llegada, recordando el modo en que había protegido a Suri y a Hada. Sin dejarse distraer, Becca mantuvo sus ojos atentos y su corazón lleno de preguntas mientras el viento nocturno le acariciaba el rostro.