El aire estaba denso y cálido, como si una manta invisible envolviera a la aldea. El canto de las criaturas pequeñas cercanas resonaba en la distancia, acompañando el calor del día. Las chicas estaban dispersas cerca de la mesa donde habían comido, todas buscando alguna forma de refugiarse del sol abrasador.
Becca se recostó bajo la sombra de un árbol, usando sus brazos como almohada. Hada estaba sentada con la cabeza inclinada hacia atrás, dejando que la sombra parcial de las hojas la cubriera. Mika afilaba la punta de una flecha con una piedra, pero cada pocos segundos se detenía para secarse el sudor de la frente.
— Cada día hace más calor... —comentó Hada, agitando su top de pieles para ventilarse.
— Y cada día llega más temprano —respondió Becca, con los ojos cerrados y el rostro relajado.
— Ya no se puede ni caminar tranquilamente —añadió Mika, soltando la flecha y la piedra, dejándolas a un lado—. El suelo quema más que nunca.
Las chicas suspiraron al unísono, compartiendo la incomodidad del calor. Con el calor constante de 20 a 22 grados Celsius antes de la llegada del fenómeno era reconfortable pero ahora con cada día que pasaba subía. El suelo, que solía ser soportable en las primeras horas de la mañana, ahora estaba caliente que caminar descalzas por mucho tiempo se había vuelto un desafío.
Erik, aún sentado en la mesa, observaba a las chicas con cierta curiosidad. El calor no le era del todo ajeno, en la Tierra era aun mas elevada, ya por la contaminación solía llegar a mas de 40 grados Celsius y acá apenas estaba por los 32 grados Celsius para el era soportable. Observó sus pies descalzos y luego una mirada a los zapatos que estaban a un lado de la mesa.
— "Bueno, supongo que ya es hora," —murmuró para sí mismo. Se inclinó hacia adelante, recogió sus zapatos y los examinó brevemente. Luego, se los colocó uno a uno con movimientos precisos y familiares. Las chicas, que al principio no le prestaban atención, pronto notaron sus acciones.
Becca fue la primera en levantar la cabeza.
— ¿Qué estás haciendo? —preguntó con curiosidad, entrecerrando los ojos por el sol.
— Me pongo mis zapatos —respondió Erik con naturalidad mientras ajustaba las lianas delgadas que usaba como cordones—. No quiero quemarme los pies ni lastimarme con piedras.
— ¿Zapatos? —repitió Hada, frunciendo el ceño—. ¿Así se llaman? Pensé que eran… no sé, sacos para los pies o algo así.
— Pues sí, zapatos —dijo Erik, sonriendo levemente—. Protegen los pies del calor, del frío, de las piedras, de casi todo. No puedo caminar bien sin ellos, ya me acostumbré demasiado a ellos.
Mika dejó escapar una risa seca.
— Qué conveniente. Aquí nosotras tenemos que aguantar el suelo caliente, las piedras y el calor como si fuéramos cabras.
Hada rió con ella, pero había un toque de envidia en su tono.
— Sí, ¿por qué tú puedes caminar cómodo y nosotras tenemos que saltar de piedra en piedra? —protestó Hada, levantándose un poco para mirarlo mejor—. No es justo.
— No es por eso —aclaró Erik mientras se levantaba con algo de esfuerzo, su cuerpo todavía resentido—. Es costumbre. Siempre he usado zapatos y, sin ellos, me siento raro. Además, prefiero caminar sin preocuparme por los cortes o los golpes.
Hada resopló, se recostó cruzando los brazos.
— Pues yo quiero unos de esos. Y si Lera puede hacerlos, será mejor que comience ya.
— Que no te oiga —bromeó Becca—. Ya bastante está con sus experimentos con la prenda que esta en la mesa. —. Señalando los pantalones con los dedos.
Mientras hablaban, Erik se puso de pie por completo, sintiendo el alivio de no tener que preocuparse por el calor del suelo. Con cada paso, sus zapatos amortiguaban la sensación del calor y las irregularidades del suelo. Las chicas lo siguieron con la mirada, algunas con una pizca de envidia.
— "Míralo, caminando tan tranquilo," —murmuró Mika, mirando sus propios pies descalzos.
— "Sí, parece que ni siente el calor," —añadió Hada, entrecerrando los ojos para verlo mejor mientras avanzaba.
Erik caminó con paso lento, no por el suelo, sino por el dolor, cada paso le recordaba que aún no estaba del todo bien. Después de recorrer unos metros, encontró la sombra de un árbol grande con hojas gruesas. Se dejó caer lentamente contra el tronco, soltando un suspiro de alivio.
— "Eso está mejor," —murmuró para sí mismo, disfrutando la frescura de la sombra sobre su cuerpo.
Pero no estuvo solo por mucho tiempo. De entre las chicas, una pequeña figura se levantó con decisión.
— "¡Espera!" —gritó mientras corría hacia él.
Erik giro la cabeza con sorpresa y la vio acercarse con sus pequeños pasos rápidos. Suri llegó hasta él, jadeando un poco por la carrera, y sin pedir permiso, se sentó justo a su lado, usando la misma sombra que él.
— "¿Qué haces aquí, Suri?" —preguntó Erik con una sonrisa, mientras la miraba acomodarse con total confianza.
— "No quiero quedarme con ellas," —respondió Suri con toda la naturalidad del mundo, señalando a las demás.
Se detuvo por un momento, su mirada bajó al suelo y comenzó a trazar figuras con el dedo en la tierra.
— "Quiero quedarme contigo."
Erik sintió una calidez en su pecho que nada tenía que ver con el calor del día. La sinceridad de Suri era tan pura que no supo qué decir al principio. Simplemente sonrió y le revolvió el cabello con suavidad.
— "Está bien, puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras."
Suri levantó la vista hacia él, sonriendo ampliamente. Luego, se inclinó hacia adelante y, con la cabeza apoyada en sus rodillas, se quedó mirando hacia el horizonte con una expresión de paz.
Las demás chicas observaron la escena desde la distancia. Becca, con los brazos cruzados, soltó un resoplido divertido.
— "Mira a Suri… ¿ya se adueñó de él?" —dijo, con una media sonrisa.
— "No me sorprende," —comentó Mika, sacudiendo la cabeza—. "Desde que la salvó, esa niña se le ha pegado como la resina al tronco."
— "Mejor para ella," —añadió Hada—. "Al menos tiene quien la mime."
Becca miró a Hada con una ceja levantada.
— "Parece que tú también quieres que te mime, ¿eh?" —dijo con una sonrisa traviesa.
Hada le lanzó una mirada afilada, pero al final, se rindió y rió con el resto.
— "Tonta. No soy una cría como Suri," —respondió, pero una leve sonrisa se dibujó en su rostro.
El sol todavía estaba en su punto más alto, y Erik, sentado bajo la sombra del árbol, disfrutaba del alivio que le ofrecía del calor. A su lado, Suri se había acomodado, mirándolo con la curiosidad que solo un niño podía tener. Sin embargo, esta vez fue Erik quien rompió el silencio.
— Suri, cuéntame algo… ¿Cómo pasan ustedes el día aquí? —preguntó con un tono tranquilo, mostrando un interés genuino.
Suri ladeó la cabeza, sorprendida por la pregunta.
— ¿El día? Bueno… depende. Cada una tiene cosas que hacer. Mika y Becca suelen salir al bosque para cazar y traer carne cuando atrapan algo. Hada cuida muy bien a las ovejas y las cabras.
— ¿Y Lera? —preguntó, recordando el encuentro que había tenido con la artesana hiperactiva.
Suri soltó una risa ligera. — Oh, Lera siempre está en su cabaña, haciendo ropa o herramientas. Es muy buena con eso, pero cuando algo no le sale bien, se enoja y dice cosas graciosas.
— ¿Y Arlea? —siguió Erik, recordándola muy bien por su tamaño frontal que había liderado la preparación de la comida.
Suri sonrió ampliamente. — Arlea siempre está probando nuevas recetas y también cultiva todo lo que comemos. A veces le salen cosas ricas, pero otras… bueno, ya sabes lo que paso con Becca y como terminó toda hinchada.
Erik no pudo evitar reír suavemente. — Parece que cada una tiene su propio trabajo.
Suri asintió con entusiasmo. — ¡Sí! Pero no siempre están trabajando. Cuando hace mucho calor, como en estos instantes, todas buscan un lugar para descansar. Nadie puede trabajar con este calor… dicen que el suelo quema y todo el mundo se cansa rápido.
Erik asimiló sus palabras, pensando en lo diferente que era su vida en comparación con la de ellas.
— ¿Y tú? —insistió Erik, inclinándose un poco hacia ella con una sonrisa.
— Yo… —Suri bajó la mirada por un momento antes de sonreír—. Me gusta ayudar cuando puedo. A veces acompaño a Lera, aunque siempre está ocupada haciendo cosas para nosotras. También ayudo a Hada con las ovejas y cabras pequeñas. Pero lo que más me gusta es escuchar las historias de las mayores.
Erik asintió, imaginando las rutinas que cada una tenía en ese pequeño y cerrado mundo.
— Parece que tienen una vida muy unida. Eso es algo bueno.
Suri lo miró con una mezcla de admiración y confianza.
— ¿Sabes? Creo que te va a gustar vivir aquí.
La afirmación lo tomó por sorpresa. Erik se quedó en silencio, observando la pureza en sus ojos. Su sonrisa parecía estar llena de certezas, pero sus palabras lo llevaron a reflexionar.
—“¿Gustarme aquí?”, pensó Erik, mientras un torbellino de recuerdos lo invadía.
Dos años en el bosque habían dejado cicatrices en su cuerpo y su mente. Había aprendido a sobrevivir en soledad, enfrentándose a las noches interminables, los ruidos del bosque, y el hambre constante por varios días. Había noches en las que el viento entre los árboles le parecía una burla, recordándole lo lejos que estaba de cualquier otra alma.
Sin embargo, incluso en esa soledad, sabía que había algo peor: el mundo que había dejado atrás.
La Tierra ya no era un lugar para añorar. Contaminación, guerras por recursos que se volvían más escasos cada año, gobiernos incapaces de encontrar soluciones y personas que se alejaban unas de otras. Recordó cómo las ciudades habían perdido su brillo, cubiertas por un aire tan tóxico que parecía ser el reflejo de las almas de sus habitantes.
—"El bosque era difícil," pensó Erik, "pero al menos allí no había odio, ni mentiras, ni el ruido de un mundo destruyéndose."
Miró a Suri, cuya sonrisa parecía estar libre de las sombras que él había conocido. Aquí, no había rastros de todo aquello. En esta aldea, las chicas trabajaban juntas, reían y discutían, pero había una conexión que él apenas podía comprender.
— Tal vez tengas razón, Suri —dijo al fin, esforzándose por ocultar la mezcla de emociones que lo invadía—. Quizás este sea un buen lugar.
Suri lo miró con ojos llenos de confianza, como si no tuviera dudas de que Erik encontraría su lugar con ellas.
— Claro que sí. Todas somos buenas, aunque a veces discutimos. Pero siempre nos ayudamos.
Erik dejó escapar una leve risa, imaginando esa simple pero poderosa filosofía de vida. No pudo evitar comparar esta pequeña aldea con las ciudades grises y ruidosas de la Tierra. Aquí, no había competencia ni desconfianza.
— Gracias, Suri —dijo finalmente, con una sonrisa que ocultaba su melancolía.
Ambos quedaron en silencio bajo la sombra del árbol. Erik pensaba en lo diferente que sería su vida aquí, en contraste con la que había llevado. En la Tierra, su aislamiento había sido una carga, pero aquí, rodeado de estas mujeres, empezaba a vislumbrar algo nuevo.
—"Quizás aquí haya esperanza", pensó, dejando que el silencio llenara el espacio mientras el sol comenzaba a descender.
El sol comenzaba a perder intensidad mientras Jaia, Alisha y Jerut avanzaban hacia Erik y Suri. Cada una llevaba algo en las manos: pieles y telas de lana, unos pequeños recipientes de maderas. Sus pasos eran tranquilos, pero su semblante reflejaba la seriedad de un propósito claro.
Suri, al verlas, tiró de la mano de Erik para alertarlo.
— "¡Mira! ¡Son Jaia y su hermanas!"
Erik, sentado bajo la sombra del árbol, levantó la vista. Con movimientos cautelosos por el dolor en su cuerpo, se puso de pie mientras observaba cómo las tres mujeres se acercaban.
Jaia, siempre la más serena del grupo, fue la primera en hablar.
— "Erik, sabemos que has pasado por mucho y necesitas un lugar para descansar adecuadamente. Así que preparamos algo para ti,".
Erik frunció el ceño, sorprendido.
— "¿Algo para mi?"
Alisha, siempre con una chispa de humor, añadió mientras le señalaba una dirección:
— "Entre las tres pensamos que sería mejor que tuvieras tu propio espacio. Está lista, y esperamos que te sientas cómodo allí."
Suri, al escuchar eso, hizo una mueca y miró a Erik con preocupación.
— "¿Su propio espacio? ¿Lejos de nosotras?"
Jerut, notando el tono de Suri, señaló hacia un rincón de la aldea, donde una pequeña estructura se alzaba entre los árboles.
— "No tan lejos, pequeña. Solo un poco apartado de las demás cabañas, para que tenga su espacio propio," dijo con un guiño.
Suri no parecía convencida.
— "Pero… ¿por qué no puede quedarse conmigo? Yo puedo cuidarlo," sugirió con firmeza, cruzando los brazos.
Jaia soltó una leve risa, acariciándole el cabello.
— "Querida, necesita su propio espacio. Además, tú necesitas el tuyo. Ambos estarán mejor así."
Erik, notando el gesto de Suri, se agachó despacio un poco para hablarle directamente.
— "Suri, agradezco mucho que quieras cuidarme. Pero creo que esto será bueno. Así podré descansar bien y recuperarme rápido. Además," añadió con una sonrisa, "podrás visitarme cuando quieras."
Suri pareció pensarlo por un momento, pero su expresión seguía siendo de descontento.
— "Está bien… pero no me gusta," murmuró, aferrándose a su mano.
Con cuidado, Erik comenzó a caminar hacia la dirección señalada por Jerut, acompañado por ellas y Suri, quien se mantenía cerca de él. Mientras caminaban logro notar que a los costados del camino había unas piedras muy raras de color verde, y el suelo de camino estaba bien limpio libre de piedras o ramas.
— "Que piedras tan raras, nunca vi unas de ese color" pensó mientras caminaba.
Al mismo tiempo que caminaba por el camino vio muchas cabañas que parecían estar abandonadas hace mucho tiempo y otras no parecían de tanto tiempo, preguntándose —"Que habrá pasado hay mas cabañas de las necesarias".
Lo que no notaron era que Mika, al haber escuchado la conversación, se había quedado observando en silencio, aún desconfiando de Erik. Aunque no estaba segura de sus intenciones, sentía que debía asegurarse de que no hiciera nada que pudiera perjudicar a las demás.
Mika los siguió sigilosamente entre los árboles, sin que nadie se diera cuenta. Su corazón latía rápido, pero no podía evitar sentir que debía vigilarlo, al menos hasta que estuviera completamente convencida de que no representaba una amenaza.
Cuando llegaron a la cabaña, Erik quedó sorprendido al verla. Aunque sencilla, tenía un encanto rústico. Las paredes de madera estaban bien ensambladas, el techo cubierto de hojas trenzadas, y un pequeño camastro con mantas de pieles ocupaba el centro del espacio.
— "Es más de lo que podría pedir," dijo Erik con sinceridad, volviéndose hacia las tres mayores. "Gracias. Esto significa mucho para mí."
Alisha, cruzando los brazos, respondió con una sonrisa satisfecha.
— "Solo queremos que estés cómodo. Recuperarte es lo más importante ahora."
Jerut, apoyada en el marco de la puerta, añadió con tono burlón:
— "Eso sí, no esperes que alguna de nosotras venga a limpiar por ti. Ahora este es tu espacio."
Suri, aún con el ceño fruncido, miró a las mayores.
— "Pues si no quiere limpiarlo, yo puedo hacerlo," dijo con seriedad, ganándose una risa colectiva.
Jaia le acarició la cabeza nuevamente.
— "Eres muy dulce, pero Erik podrá manejarlo solo. Déjalo que se acomode."
Con una mezcla de emociones, Suri entró en la cabaña junto con Erik, inspeccionándola como si evaluara si era lo suficientemente buena para él.
— "Si no te gusta, puedes volver conmigo," dijo en un susurro, mirando a Erik con ojos grandes y brillantes.
Erik no pudo evitar sonreír.
— "Me gusta mucho, Suri. Pero gracias por ofrecerme tu compañía. Eres una buena niña."
A medida que Mika los observaba, su desconfianza aumentaba. La idea de que Erik tuviera intensiones ocultas no dejaba de rondar en su cabeza. —"No puedo permitir que se aproveche de ellas. Debo vigilarlo de cerca. Si hay algo extraño en su comportamiento, lo descubriré antes de que cause problemas."
Mika observó cómo Erik se mostraba agradecido por el espacio. —"Sí, claro, parece tan agradecido... pero ¿y si solo está actuando? ¿Y si tiene algún otro motivo para quedarse aquí, para ganarse su confianza?"
Aunque aún no tenía respuestas claras, su instinto le decía que debía estar alerta. Sabía que no podía confiar completamente en alguien tan diferente, especialmente cuando no comprendía del todo su historia. —"Lo vigilaré. Haré lo que sea necesario para proteger a las demás."
Jaia observó la escena de Suri y Erik con una sonrisa cálida.
—Con el tiempo, verás que este lugar te servirá bien. Aquí tendrás la tranquilidad que necesitas para adaptarte y tu privacidad necesaria. Nosotras estaremos cerca, y si necesitas algo, solo tienes que acercarte a la aldea.
Alisha, con tono suave pero firme, se dirigió a Suri.
— "Suri, queremos que Erik se acomode bien. Es mejor que vengas con nosotras un momento mientras él se instala."
Suri miró a Erik, dudosa, pero Erik asintió con una sonrisa amable.
— "Está bien, Suri. Me siento mejor. Ve con ellas, te acompañarán."
Suri, aunque aún con el ceño fruncido, no protestó más. Miró a las mujeres mayores y luego volvió a Erik.
— "Volveré enseguida. No te preocupes," murmuró antes de seguirlas hacia la distancia.
Al salir, las mujeres mayores le ofrecieron una última sonrisa.
— "Recuerda" dijo Jerut con tono burlón, —"este es tu espacio, pero eso no significa que no te vigilaremos. Solo que ahora tendrás tiempo para descansar."
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Con eso, se despidieron. Cuando se quedó solo, Erik recorrió el interior de la cabaña. Aunque estaba algo descuidada a lo que estaba acostumbrado en cuestión de una vivienda moderna, en contraste a su refugio en el bosque esto era un gran cambio, sintió una chispa de emoción. Con algunas reparaciones, podría hacer de aquel espacio un hogar acogedor y, además, el lago estaba cerca, le daba un toque especial.
Aprovechando la soledad del lugar, decidió cambiarse de ropa. Se había sentido algo incómodo usando la túnica que le habían dado. Buscó sus pantalones, deseando al fin ponerse algo familiar. Con un suspiro de esfuerzo, se quitó la túnica colocándolo a sus pies y haciendo algunos estirones suaves de los brazos para relejarse se deslizó en sus pantalones suavemente, disfrutando de la comodidad conocida.
A lo lejos, Mika observaba todo desde su escondite entre los arbustos. Aunque las mayores se habían mostrado tranquilas y confiadas con el, Mika aún sentía una desconfianza latente. "No puedo bajar la guardia. Aún no sabemos qué intenciones tiene realmente," pensó mientras veía cómo las figuras de las mujeres y Suri se alejaban.
Cuando se aseguró de que todas se habían ido, decidió acercarse a la cabaña en silencio, con pasos calculados y respiración controlada. Rodeó la estructura hasta encontrar una pequeña ventana a través de la cual podía observar el interior. Asegurándose de que no la vieran, se asomó cautelosamente.
Erik estaba de pie en el centro de la cabaña, terminando de acomodar las mantas y pieles que le habían entregado. La tunica ya estaba en el suelo cerca de sus pies y solo tenia puesto su ropa interior, y Mika pudo observar por primera vez su cuerpo casi desnudo. La luz tenue del interior destacaba las cicatrices que marcaban su piel, líneas y surcos que contaban historias de heridas pasadas.
Sus ojos se posaron en su torso, y no pudo evitar sorprenderse al ver detalles que hasta entonces no había notado. Su piel llevaba varias cicatrices, algunas pequeñas, otras más profundas, como testigos silenciosos de experiencias y enfrentamientos que ella no podía imaginar.
Mika había visto cicatrices antes, claro, pero aquellas marcas en Erik parecían distintas. Había una historia en cada una de ellas, y ese pensamiento la fascinó e inquietó a la vez.
—"¿Qué clase de vida ha tenido para terminar así?" pensó Mika, sin poder apartar la mirada. Aunque las cicatrices le provocaban curiosidad, también sentía una mezcla de fanisacion y algo que no lograba identificar del todo.
Con curiosidad, Mika también se fijó en la musculatura de su torso, piernas y brazos. Erik era más robusto de lo que ella había pensado, con músculos firmes y hombros anchos que parecían hechos para soportar peso y resistir. Aquella constitución le resultaba completamente distinta de las demás chicas, quienes eran fuertes pero de una manera distinta, más ágil y delgada. La robustez de Erik le daba un aire de misterio, como si en su presencia las cosas fueran menos peligrosas.
Aun escondida fuera de la cabaña, miraba a través de la ventana con el corazón acelerado. No sabía por qué seguía ahí, pero algo en su interior la impulsaba a observarlo, como si encontrar alguna pista pudiera calmar las inquietudes que sentía desde su llegada.
Mika no podía entender su origen. Sus hombros y brazos eran más grandes y marcados que los de cualquiera de ellas, y su cuerpo, aunque cubierto por una ligera capa de sudor, parecía resistente, diferente.
Cuando Erik giró levemente hacia la luz mientras se colocaba sus pantalones, ella notó algo bajo la tela ajustada de su ropa interior que llamó su atención. Mika frunció el ceño, intrigada.
—"¿Qué es eso?" pensó, con el rostro ligeramente inclinado. Era un bulto evidente, pero no parecía ser parte de su cuerpo, al menos no de la forma en que conocía los cuerpos. Mika parpadeó, desconcertada, y una idea fugaz cruzó su mente. "¿Será algún tipo de arma que lleva escondida? ¿Tal vez una herramienta extraña que no quiere que veamos?"
El pensamiento la hizo apretar los labios, tratando de mantener la calma. Aunque no entendía lo que estaba viendo, la duda comenzó a carcomerla. —"Es tan distinto... ¿Qué más podría estar ocultando?"
Sin darse cuenta, su respiración se volvió un poco más rápida. Sabía que debía irse antes de que la descubrieran, pero sus ojos seguían fijos en él, como si esperara una respuesta que, en realidad, no sabía cómo interpretar. Finalmente, cuando Erik terminó de ponerse sus pantalones y se giró hacia la puerta, Mika retrocedió rápidamente, escondiéndose tras un árbol cercano, su mente llena de preguntas y su curiosidad aún más despierta.
Erik, ajeno a la atenta mirada que lo vigilaba, terminó de ajustarse los pantalones y pasó una mano por su cabello, suspirando mientras examinaba el lugar. Su postura reflejaba cansancio, pero también una especie de alivio al tener un espacio propio, aunque fuera temporal.
Mika retrocedió con cuidado, asegurándose de no hacer ruido mientras se alejaba. Su mente seguía llena de pensamientos contradictorios. —"No parece peligroso, pero… ¿por qué siento que hay tanto que no entiendo sobre él?"
A una distancia segura de la cabaña, Mika caminaba lentamente entre los árboles, con las manos cruzadas detrás de la espalda y el ceño fruncido. El aire cálido del valle apenas lograba distraerla de las imágenes que había visto momentos antes.
—"Ese hombre… Erik… ¿Qué es exactamente?" pensó, recordando los detalles de su cuerpo. Las cicatrices, las formas musculosas, y sobre todo, aquello que había notado bajo su ropa interior. Mika movió la cabeza, como si intentara sacudirse el pensamiento, pero era inútil.
Se detuvo bajo la sombra de un árbol y miró al suelo, reflexiva. —"Era un bulto... grande, extraño. Pero no parecía una herida... ni una deformidad. Entonces, ¿Qué podría ser?" Mika entrecerró los ojos, tratando de darle sentido a algo que no encajaba en su entendimiento.
Por un momento, recordó las historias que Jaia y las demás contaban sobre los hombres, pero no eran más que relatos borrosos que mencionaban su fuerza, su ambición y los problemas que trajeron. Nada de eso explicaba lo que acababa de ver.
—"¿Será algo que lo hace peligroso? ¿Una herramienta? No… si fuera un arma, no, nadie pondría algo así de peligroso en un lugar así." Sus dedos tamborileaban contra su brazo, como si buscara una respuesta lógica en el aire.
De pronto, una idea cruzó por su mente y la hizo detenerse en seco. —"¿Y si eso es lo que los hace diferente de nosotras? ¿Es esa la razón por la que las mayores no hablan de ellos? ¿Qué es lo que no nos han contado?"
Mika sintió una mezcla de curiosidad. Era extraño, incluso raro, que algo tan pequeño –o no tan pequeño– pudiera provocar tantas preguntas. Apretó los labios y se giró hacia la dirección de la cabaña, aunque no podía verla desde donde estaba.
—"Voy a descubrirlo," murmuró para sí misma. —"El no puede ser tan diferente sin razón. Y si hay algo que no sabemos, lo averiguaré."
Con el corazón aún inquieto, Mika regresó lentamente a la aldea, sus pensamientos revoloteando entre dudas, sospechas y la creciente intriga que Erik despertaba en ella.
Erik decidió hacer algunos ajustes prácticos a la túnica que le habían dado. Sabía que el sol podía ser implacable en el día y que, aunque el calor en la espalda era algo que había aprendido a soportar, los rayos UV eran otra cosa. Tomó un objeto filoso que habia encontrado y cuidadosamente cortó las mangas y los costados de la piel, convirtiéndola en una especie de polera sin mangas que cubriera sus hombros y espalda.
Se sentó frente a una pequeña vasija de agua en un rincón de su cabaña, observando su reflejo ondulado en la superficie. Durante todo el tiempo en el bosque, su barba había crecido desordenadamente, algo que no había sido prioritario para él mientras luchaba por sobrevivir. Sin embargo, ahora que tenía algo de tiempo y herramientas, decidió afeitarse. Además, con el calor subiendo cada dia, la barba le resultaba incómoda.
Tomó el objeto filoso, comprobando su filo con la yema de un dedo. Estaba lo suficientemente afilado como para hacer el trabajo. Mojó su rostro con el agua fresca, disfrutando de la sensación de alivio, y comenzó a rasurar con movimientos lentos y cuidadosos.
Cada pasada del objeto revelaba la piel debajo, más fresca y aliviada. Había perdido la cuenta de cuántos meses habían pasado desde que se miró en un espejo, pero sabía manejarse sin uno. El proceso le resultaba casi meditativo, y mientras trabajaba, su mente divagaba. Recordó las mañanas en casa, cuando se afeitaba rápidamente antes de ir al campo a trabajar con sus abuelos. La imagen de su rostro juvenil y sin barba le resultaba casi ajena ahora, después de todo lo vivido.
Cuando terminó, enjuagó su rostro, dejando que el agua se llevara los restos de vello. Se pasó una mano por la piel lisa. A pesar de todo, se sintió bien, más ligero. Al secarse, limpió el objeto afilado y lo guardó cuidadosamente. Luego, se colocó la túnica modificada que ahora le quedaba como una camiseta sin mangas, diseñada para soportar mejor el calor.
Despues de unas horas, unos pasos ligeros se acercaban a la cabaña, acompañados por una voz familiar.
—¡Erik! —exclamó Suri alegremente mientras entraba con confianza. Sin embargo, al verlo, su sonrisa se desvaneció y su rostro se llenó de confusión y alarma. Dio un paso atrás rápidamente—. ¡¿Quién eres?!
Erik levantó las manos con calma, sorprendido por su reacción.
—¡Tranquila Suri! Soy yo, Erik —dijo, manteniendo su voz tranquila.
Suri dio unos pasos hacia él, pero aún lo miraba con cierta duda. Sus ojos se detuvieron en su rostro, ahora libre de barba, y luego recorrieron su torso cubierto por la túnica modificada, finalmente deteniéndose en los pantalones que llevaba puestos.
—Te ves... tan diferente —dijo finalmente, ladeando la cabeza como si tratara de reconocerlo.
Erik se encogió de hombros con una sonrisa divertida.
—Me afeité y arreglé mi ropa un poco. ¿Qué opinas?
Suri frunció el ceño ligeramente, todavía sorprendida.
—Es... extraño. Nunca había visto a nadie vestido así. —Se acercó más y viéndolo con curiosidad.
—Así se visten los hombres y algunas mujeres de donde yo vengo —explicó Erik con paciencia—. Es práctico, cómodo y protegen mejor el cuerpo cuando trabajas o viajas.
Suri lo miró fijamente, como si intentara imaginar a toda una aldea usando prendas similares.
—Es muy diferente de lo que usamos aquí —dijo pensativa—. No sabía que los hombres vestían así.
—Bueno, ahora sabes un poco más —respondió Erik con una sonrisa.
Suri asintió lentamente, aunque todavía lo observaba con una mezcla de asombro y curiosidad.
—Y tu rostro... sin la barba, te ves más... Casi como otra persona.
—¿Para bien o para mal? —bromeó él, rascándose la mandíbula recién afeitada.
Ella lo miró con detenimiento, como si estuviera evaluándolo, antes de responder con una sonrisa amplia y sincera.
—Mucho mejor. Te ves... lindo sin ella.
Erik soltó una carcajada suave, encogiéndose de hombros.
—Bueno, me alegra. Aunque no era mi intención asustarte.
Suri asintió, aún sonriendo, pero su tono se volvió más emocionado.
— “Quería invitarte a la aldea esta noche. Todas solemos reunirnos después de que cae el sol para tomar jugos de frutas y contar historias. Es una tradición que tenemos… algo tranquilo, para relajarnos. Creo que te gustaría.”
Erik frunció el ceño ligeramente, no porque no le agradara la idea, sino porque no estaba seguro de cómo encajar en ese tipo de reuniones.
— “¿Jugos de frutas?” repitió, curioso.
Suri sonrió al ver su interés.
— “De las frutas que cultivamos en el bosque de frutas y en los huertos. Hay muchas frutas que crecen aquí, todas muy refrescantes. Las preparamos con mucho cuidado. Y las historias… bueno, son sobre la vida en la aldea, algunas leyendas que nos contaron las mayores y otras más divertidas. Es una forma de mantener la tradición, de compartir nuestras experiencias.”
Erik pensó por un momento. La idea de una noche tranquila, con una bebida fresca y la oportunidad de escuchar historias, le parecía atractiva. A pesar de lo diferente que era este lugar y las costumbres de las mujeres, sentía que estaba aprendiendo mucho de ellas.
— “Suena interesante. ¿Y qué tipo de historias cuentan?”
Suri se rió suavemente, encogiéndose de hombros.
— “De todo un poco. Algunas son historias sobre el pasado, otras son más… misteriosas. Las mayores nos han contado muchas, sobre la naturaleza, y algunas de nosotras inventamos historias, también. A veces es un poco de todo: miedo, risas, reflexión.”
Erik asintió, comprendiendo la invitación. De alguna forma, se dio cuenta de que era una manera de integrarse más en la vida de la aldea, de conocer mejor a las chicas y aprender mas de ellas.
— “Bueno, no tengo nada mejor que hacer. Acepto la invitación.”
Suri le dio una sonrisa amplia, visible incluso en la penumbra del atardecer.
— “¡Genial! Las chicas estarán contentas de que vengas”.
Erik salió de su cabaña al lado de Suri, su figura renovada por la ropa ajustada y el rostro limpio de barba. Caminaba con confianza, aunque consciente de que su nueva apariencia seguramente llamaría la atención de las demás. Suri lo miraba de reojo con una mezcla de admiración y asombro mientras avanzaban hacia la fogata.
—No te alejes mucho de mí —le dijo ella, su tono más serio de lo habitual—. Si las demás te ven así, puede que no te reconozcan al principio.
Erik dejó escapar una pequeña risa mientras seguían caminando despacio.
—¿Tanto cambia una cara sin barba? —preguntó, intentando bromear.
Suri negó con la cabeza, aunque sonrió un poco.
—No es solo eso. Es toda tu ropa… te ves tan diferente.
—Es común en mi... aldea —explicó Erik, señalando su atuendo, sin revelar mucho —. Supongo que debe parecer algo raro.
Mientras caminaban por el camino vio que las piedras verdes brillaban mostrando el camino, como piedras fluorescentes. Cuando finalmente llegaron al área de la fogata, las conversaciones de las mujeres se detuvieron de inmediato. Las miradas se fijaron en Erik, quien, de pie junto a Suri, parecía una persona completamente diferente.
El bullicio se detuvo al instante, y todas las miradas se posaron en él. Mika, que estaba sentada un poco apartada del grupo, observó en silencio, estudiándolo con detenimiento, pero sin hacer ningún comentario.
—Es Erik —dijo Suri rápidamente, levantando una mano para calmar las posibles confusiones—. Solo que… se quito la barba y cambió un poco su ropa.
Becca fue la primera en romper el silencio, levantándose ligeramente de su sitio.
—¿Erik? ¿Así te ves sin barba?
—Sí, soy yo —respondió con una sonrisa amable, alzando una mano en señal de saludo.
Hada frunció el ceño mientras lo miraba con curiosidad.
—Sin barba y con ropa nueva… Parece como si fueras alguien completamente diferente.
—Es común en mi aldea —explicó Erik, señalando sus pantalones y la túnica sin mangas—. Así vestimos. Es más práctico y cómodo para hacer las cosas.
Fue Jerut, quien se acercó con una expresión ligeramente divertida. Sus ojos recorrían a Erik con una picardía apenas disimulada.
—Bueno, muchacho, ahora sí pareces alguien presentable —comentó, arqueando una ceja mientras lo miraba de pies a cabeza—. Hasta diría que te ves… atractivo.
—Jerut, por favor… —dijo Alisha, sacudiendo la cabeza, aunque una leve sonrisa se dibujaba en su rostro.
Erik parpadeó, sorprendido por el comentario, mientras las jóvenes intercambiaban miradas entre ellas.
Suri rodó los ojos ante el tono de Jerut, pero decidió ignorarlo y guio a Erik hacia un lugar donde pudiera sentarse.
—Vamos, Erik. Será mejor que encontremos un sitio cómodo.
Erik asintió y eligió sentarse cerca de un árbol, apoyándose suavemente en el tronco para aliviar la presión en su torso. Suri se sentó junto a él, asegurándose de que estuviera lo más cómodo posible.
—Gracias —dijo Erik en voz baja, dirigiéndole una sonrisa cálida.
Mientras las demás retomaban las conversaciones alrededor de la fogata, Mika permanecía callada, observando desde su rincón. Recordaba las cicatrices y la extraña constitución de Erik que había notado al espiarlo. Aunque todavía no confiaba plenamente en él, decidió mantener sus pensamientos para sí misma, mientras su mirada volvía ocasionalmente hacia él, siempre alerta.
Jerut, sin perder su tono juguetón, levantó su copa de jugo de frutas y la dirigió hacia Erik.
—Bueno, muchacho, bienvenido a nuestra fogata. Espero que tengas alguna historia interesante de tu aldea lejana para compartir con nosotras. Algo que nos deje fascinadas… o al menos entretenidas.
—Haré mi mejor esfuerzo —respondió Erik con una sonrisa, aunque su tono dejaba entrever algo de cansancio.
Suri lo miró de reojo, notando que su postura, aunque relajada, todavía mostraba signos de incomodidad.
—¿Estás bien? —susurró ella, lo suficientemente bajo para que solo él escuchara.
—Sí, solo necesito acomodarme mejor y descansar un poco.
—Entonces descansa. Yo me encargaré de que no te molesten mucho.
Suri se acomodó a su lado, como si quisiera ser una barrera entre él y las demás. Mientras tanto, las mujeres continuaron intercambiando comentarios curiosos sobre la nueva apariencia de Erik, sin sospechar que él no era de ninguna aldea.
La fogata chisporroteaba suavemente, sus llamas lanzando sombras danzantes sobre los rostros de las mujeres que reían y compartían jugos de fruta. Erik estaba sentado contra el tronco de un árbol cercano, permitiendo que sus costillas descansaran mientras observaba la camaradería del grupo. Suri, a su lado, le ofreció una sonrisa cálida, su presencia reconfortante en un ambiente aún desconocido para él.
—Erik —dijo Becca, mirándolo con interés—, ya que estás aquí, podrías escuchar una de nuestras historias. Es tradición compartirlas en la fogata.
—Me encantaría escucharla —respondió él, asintiendo con sinceridad.
Hada, siempre dispuesta a animar el ambiente, se giró hacia Suri.
—Suri, tú cuentas la historia mejor que nadie. ¡Cuéntale la de la Gran Sombra!
Las mujeres alrededor de la fogata murmuraron emocionadas. Suri pareció dudar por un instante, pero finalmente asintió, mirando a Erik para asegurarse de que estuviera cómodo.
—Muy bien. La Gran Sombra es una historia que nos contaron nuestras madres, y a ellas se la contaron las suyas. Dicen que hace mucho tiempo, una criatura enorme habitaba estos bosques. Era tan grande que oscurecía todo a su alrededor, como una sombra que nunca se iba.
Erik inclinó la cabeza, intrigado. Había algo extrañamente familiar en la introducción.
Suri continuó, su voz modulada y clara:
—La Gran Sombra no cazaba por hambre, sino por placer. Destruía las cosechas y asustaba a los animales, dejando a las aldeas cercanas sin comida. Pero un día, un grupo de valientes decidió enfrentarse a ella. No eran fuertes ni grandes, pero eran astutos. Usaron trampas, fuego y una estrategia bien planeada para debilitarlo.
Erik frunció ligeramente el ceño. Recordaba vagamente algo similar. Cuando era niño, su madre solía contarle una historia de un "gigante oscuro" que aterrorizaba los campos. Solía escucharla junto a sus hermanas, aunque los detalles ya se le escapaban.
—La batalla duró días —continuó Suri—, pero al final, lograron vencer a la Gran Sombra. Sin embargo, antes de morir, dejó una advertencia: “Volveré cuando las estrellas caigan del cielo y la tierra tiemble”. Desde entonces, la aldea siempre ha mirado al cielo con temor.
Erik la miró fijamente, casi perdiéndose en el relato.
—Es una historia fascinante —dijo finalmente, con un tono pensativo.
—¿Nunca habías escuchado algo parecido? —preguntó Jerut con una sonrisa pícara, aunque su curiosidad era sincera.
Erik negó con la cabeza lentamente.
—No con esos detalles, pero... algunas partes me resultan familiares, como si las hubiera escuchado de niño.
Mika, aunque reservada, parecía prestar especial atención a la reacción de Erik. Mientras tanto, Jerut lo observaba con una chispa de picardía en los ojos.
—Tal vez las historias viajan —comentó Jaia desde su lugar, su tono reflexivo—. Cambian con el tiempo, pero las raíces permanecen.
—Puede ser —respondió Erik, agradeciendo el cambio de tema.
Suri, sentada a su lado, sonrió de nuevo y le ofreció más jugo.
—Espero que te acostumbres a nuestras historias. Aquí contamos muchas, y cada una tiene un pedacito de nosotras.
—Me encantaría conocerlas todas —dijo Erik, con una sonrisa que, aunque cansada, era sincera.
De repente, Mika, quien había estado reservada toda la noche, tomó la palabra.
—Erik, ¿por qué no nos cuentas tú una historia? —dijo con un tono que aparentaba ser casual, aunque sus ojos lo observaban con interés—. En tu aldea, deben tener muchas historias interesantes.
Las chicas murmuraron entre sí, sorprendidas por la petición. Mika rara vez mostraba tanta iniciativa en estas reuniones. Jerut, siempre atenta, sonrió con picardía.
—Buena idea, Mika. Queremos escuchar algo nuevo.
Erik parpadeó, algo sorprendido por la solicitud. No esperaba ser el centro de atención tan pronto. Aun así, asintió lentamente, pensando en qué historia podría compartir sin revelar demasiado.
—Está bien... déjenme pensar.
Todas se acomodaron, curiosas por escuchar. Incluso Mika, aunque mantenía su expresión neutral, no apartaba la mirada de él, evaluando cada movimiento.
—Hay una historia que me contaban cuando era niño —comenzó Erik, su voz tranquila mientras miraba las llamas—. Habla de un lugar llamado "La Tierra del Sol Siempre Vivo".
Las mujeres intercambiaron miradas, intrigadas por el título.
—Dicen que era un lugar mágico, donde el sol nunca se escondía. Los campos estaban siempre llenos de flores, y los árboles daban frutos dorados que podían curar cualquier enfermedad. Pero había un problema...
Erik hizo una pausa, viendo cómo todas se inclinaban ligeramente hacia él, atrapadas en el relato.
—El sol, aunque hermoso, nunca permitía que las estrellas brillaran. Los habitantes de esa tierra nunca veían la noche, y muchos comenzaron a soñar con un cielo lleno de luces misteriosas.
Mika lo observaba con atención, buscando algún detalle que le diera más información sobre su origen.
—Un día, un joven decidió emprender un viaje para encontrar las estrellas. Era un camino largo y lleno de desafíos, pero no se detuvo. Viajó hasta el borde del mundo y, cuando llegó, descubrió algo increíble.
—¿Qué? —preguntó Suri con entusiasmo, olvidando su usual timidez.
Erik sonrió ante su curiosidad.
—Descubrió que las estrellas estaban siempre allí, solo que el sol no las dejaba ver. Entonces, pidió al sol que se ocultara por un tiempo, para que todos pudieran disfrutar de la noche. El sol, aunque reacio, aceptó, y desde entonces, los días y las noches se alternan, para que tanto el sol como las estrellas puedan brillar.
Las mujeres guardaron silencio por un momento, reflexionando sobre la historia. Fue Jerut quien rompió el silencio, con una sonrisa maliciosa.
—Es una historia bonita... aunque me hace pensar. ¿Eras como ese joven, viajando lejos para buscar algo?
Erik rió suavemente, esquivando la pregunta con elegancia.
—Tal vez. A veces hay cosas que uno necesita descubrir, aunque estén justo frente a uno.
Mika entrecerró los ojos, analizando su respuesta. No había obtenido la información que buscaba, pero tampoco podía negar que era hábil para no revelar demasiado.
Suri, ajena a las sutilezas, aplaudió suavemente.
—¡Me gusta esa historia! Es como una lección sobre buscar equilibrio.
—Exacto —dijo Erik, mirando a Mika por un breve instante, sabiendo que sus preguntas no habían terminado.
La noche continuó con risas y más relatos, pero Mika, ahora más curiosa que antes, comenzaba a trazar un plan para entender mejor al hombre misterioso que había llegado a su mundo.
Mientras la noche continuaba, la fogata se convirtió en un símbolo de unión, un pequeño puente entre Erik y las mujeres de la aldea. Aunque todavía había secretos y diferencias, el fuego iluminaba lo que compartían: el deseo de comprender y ser comprendidos.
Ya pasando las horas las llamas de la fogata comenzaban a disminuir, dejando solo brasas ardientes que emitían un brillo cálido en la noche. Las mujeres, una a una, se levantaban para retirarse a descansar, entre bostezos y murmullos cansados. Erik permanecía junto al árbol, donde había estado toda la noche, con Suri a su lado.
No tardó mucho en notar que Suri, agotada por el largo día, se había dejado vencer por el sueño. Su cabeza descansaba en su regazo, el cabello esparcido sobre sus piernas y su rostro iluminado tenuemente por la luz de las brasas.
Becca, quien había estado ayudando a apagar lo que quedaba de la fogata, se acercó en silencio. Planeaba despedirse de Erik y Suri, pero al acercarse, sus ojos se posaron en el rostro de su amiga dormida.
—¿Suri...? —susurró, como si no pudiera creer lo que veía.
Erik levantó la vista, sorprendido por la expresión en el rostro de Becca.
—¿Ocurre algo? —preguntó en voz baja, cuidando no despertar a Suri.
Becca negó con la cabeza, aunque sus ojos seguían fijos en Suri. Había algo diferente en ella, algo que hacía mucho tiempo no veía.
—Es solo que... —Becca se interrumpió, sus palabras atrapadas en un nudo emocional—. Hace mucho que no la veía así.
Erik inclinó la cabeza, observando el rostro de Suri. Sus labios estaban curvados en una ligera sonrisa, y su respiración era tranquila, casi como la de un niño en un sueño profundo.
—¿Así cómo? —preguntó Erik con suavidad.
Becca respiró hondo, como si le costara admitirlo.
—Desde que Mama Ayla... que la cuido desde que era una bebe —hizo una pausa, tragando saliva—, desde que ella murió, Suri no ha tenido esa paz. Siempre estaba preocupada. Nunca la veía descansar realmente... y mucho menos sonreír mientras dormía.
La voz de Becca era un susurro, pero cargaba una profundidad de tristeza y asombro. Erik entendió al instante la magnitud de lo que decía. Suri había perdido alguien que amaba mucho, y esa pérdida había dejado una marca en su espíritu que parecía imposible de borrar.
Becca observó a Erik por un momento, con una mezcla de curiosidad y agradecimiento en sus ojos.
—No sé qué tienes, pero... algo en ti la hace sentir segura.
Erik, sorprendido, bajó la mirada hacia Suri, sin saber cómo responder. No había hecho nada en particular, pensaba, pero la confianza que ella mostraba al quedarse dormida a su lado lo conmovió.
—Tal vez solo necesitaba descansar —murmuró Erik, quitándole importancia, aunque su tono era cálido.
Durante un momento, ambos permanecieron en silencio, contemplando la tranquilidad que rodeaba la fogata casi apagada.
—Ya varios dias que no la veo dormir así —comentó Becca en voz baja, rompiendo la quietud.
Erik miró a Suri, todavía profundamente dormida, y luego al rostro pensativo de Becca.
—¿Así cómo? —preguntó, intentando comprender el trasfondo de sus palabras.
Becca sonrió, aunque sus ojos reflejaban una mezcla de nostalgia y algo más.
—Así de... en paz. Desde que la perdimos, Suri siempre ha estado tensa. Es como si llevara un peso que nadie puede aliviar. Pero ahora... mírala.
Erik asintió lentamente, entendiendo la profundidad del momento.
—A veces, incluso en medio del dolor, pequeñas cosas nos traen consuelo —respondió con suavidad, mirando a Suri—. Quizá fue la compañía, las historias, o simplemente el estar rodeada de personas que le importan.
Becca lo observó con atención, como si intentara descifrar algo en él.
—Eres diferente, Erik —dijo de repente, su tono serio pero no acusador—. No como nosotras. Pero hay algo en ti que... no sé, parece traerle calma.
Erik sonrió débilmente, rascándose la nuca.
—Solo intento adaptarme. No sé mucho de este lugar, pero quiero ayudar en lo que pueda.
Becca lo miró durante unos segundos más, como si evaluara sus palabras, antes de asentir con una ligera sonrisa.
—Eso lo hemos notado. Aunque no todas lo digan en voz alta —respondió con un toque de sinceridad que hizo que Erik se sintiera algo más aceptado.
Se inclinó un poco, extendiendo los brazos para cargar a Suri.
—Déjame llevarla a su cama. Ha sido un día largo para todos.
—¿Estás segura? Puedo ayudarte.
Becca negó con la cabeza y levantó a Suri con facilidad.
—No te preocupes. Estoy acostumbrada. Aunque... —miró a Suri con una mezcla de ternura y picardía—, es raro verla así. Tan tranquila y... feliz.
Erik se quedó mirando mientras Becca acomodaba a Suri en sus brazos. Antes de irse, ella lo miró una vez más.
—Gracias por... no sé, estar aquí. No sé cómo será todo esto, pero por ahora, siento que ha sido bueno. Para ella, al menos.
—Me alegra ser de ayuda y es lo mínimo que puedo hacer —respondió Erik, sinceramente.
Becca sonrió, esta vez más abiertamente.
—Buenas noches, Erik.
—Buenas noches, Becca.
Mientras ella se alejaba, Erik observó cómo Becca hablaba en voz baja con Suri, palabras dulces que no alcanzaba a escuchar. Cerró los ojos por un momento, apoyándose nuevamente en el tronco del árbol. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que tal vez no estaba tan perdido como pensaba.
Erik suspiró, recostado un momento más contra el tronco del árbol. El área de la fogata estaba casi desierta, y la tranquilidad de la noche parecía envolverlo. Se disponía a levantarse con cuidado cuando una voz inesperada rompió el silencio.
—¿Pensabas quedarte aquí toda la noche?
Erik giró la cabeza rápidamente, encontrándose con Hada, que lo observaba desde la sombra de un árbol cercano. Había algo en su expresión, un leve brillo travieso en sus ojos, que lo desconcertó por un momento.
—Creí que ya todos se habían ido —respondió él, relajando los hombros al verla—. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?
Hada dio un paso adelante, saliendo de las sombras. Su cabello brillaba bajo la luz tenue de las brasas, y llevaba los brazos cruzados de manera casual, aunque su postura tenía un aire de deliberada confianza.
—Podría preguntarte lo mismo —replicó ella con una ligera sonrisa—. Pero supongo que estarías pensando en cosas profundas, ¿no? Los forasteros siempre parecen tener muchas historias que contar.
Erik sonrió, percibiendo el tono juguetón en sus palabras.
—No sé si "profundas" es la palabra. Tal vez solo estaba disfrutando del silencio.
—¿Silencio? —repitió Hada, inclinando la cabeza ligeramente, como si lo estudiara—. Bueno, supongo que eso tiene sentido. Aunque no pareces alguien acostumbrado a quedarte quieto por mucho tiempo.
Erik se rió suavemente, aunque el movimiento le hizo llevarse una mano a las costillas.
—Tienes razón en eso. El descanso no es precisamente algo que haya tenido mucho últimamente.
Hada avanzó un poco más, sentándose en un tronco cercano con una fluidez natural. Sus ojos nunca abandonaron los de Erik, y la sonrisa en su rostro se hizo más marcada.
—Sabes, eres bastante interesante. Hay algo en ti... diferente.
Erik alzó una ceja ante el comentario, notando cómo Hada lo miraba con algo más que simple curiosidad.
—¿Diferente, eh? Espero que eso sea algo bueno.
—¿Tal vez? —respondió ella, jugando con un mechón de su cabello y mirando hacia el cielo estrellado. Luego volvió su atención hacia él, con una expresión que parecía a medio camino entre la picardía y la sinceridad—. Aunque, para ser sincera, no estoy del todo segura todavía.
Erik dejó escapar una ligera carcajada, sacudiendo la cabeza.
—Bueno, me alegra que al menos me estés dando el beneficio de la duda.
Hada apoyó los codos sobre las rodillas y lo miró con intensidad, su sonrisa transformándose en algo más suave, pero con un destello intrigante.
—Digamos que Suri parece confiar en ti. Y Becca también te observa de una manera... diferente. ¿Eso es común donde vienes? Que las chicas quieran saber más de ti.
Erik frunció ligeramente el ceño, confundido por el giro de la conversación.
—No estoy seguro de qué quieres decir —respondió con cautela.
—No te preocupes. Solo digo que tienes algo... ¿Cómo decirlo? Especial. —Hada dejó escapar una pequeña risa, su voz adoptando un tono juguetón—. Aunque no sé si eres consciente de ello.
Erik negó con la cabeza, aunque no pudo evitar sentir un leve calor en las mejillas.
—No sé si estoy tan acostumbrado a ese tipo de cosas.
Hada se levantó del tronco con una gracia despreocupada, sacudiéndose un poco el polvo de las manos.
—Bueno, no te acostumbres demasiado. Aquí no solemos encontrarnos con extraños... interesantes.
Ella dio unos pasos hacia la oscuridad, pero se detuvo y miró por encima del hombro, su sonrisa más pronunciada.
—Por cierto, no está mal cómo te ves ahora. Sin barba y con esa ropa.
Erik se quedó momentáneamente sin palabras, observándola desaparecer entre las sombras. Había algo en su tono, en la manera en que lo miraba, que lo dejaba con una mezcla de desconcierto y curiosidad.
Finalmente, dejó escapar un suspiro y se recostó de nuevo contra el árbol, reflexionando sobre lo que acababa de suceder. Tal vez había algo más detrás de las palabras de Hada, pero por ahora decidió no darle demasiadas vueltas. Con calma, se levantó para dirigirse hacia su cabaña, la noche volviendo a envolverlo en su manto de silencio.
Al llegar a su cabaña, se recostó, sintiendo la calidez de la compañía de las mujeres, y el cansancio de la jornada lo sumió en un sueño profundo y reparador.