La noche se había asentado sobre la aldea, trayendo consigo un manto de estrellas que iluminaba suavemente los caminos y cabañas. Mika avanzaba sigilosamente entre las sombras, sus pies descalzos moviéndose con la familiaridad de quien está acostumbrada al contacto directo con la tierra. Observaba cómo Erik entraba en su cabaña con pasos lentos pero seguros. Aunque lo había seguido de cerca, asegurándose de que no hiciera nada sospechoso, su desconfianza no se desvanecía.
A través de la pequeña ventana, el débil resplandor de las estrellas revelaba los movimientos de Erik mientras se preparaba para descansar. Mika, con la paciencia de un depredador al acecho, esperó hasta que el silencio reinó en el lugar. Se acercó con pasos silenciosos hasta la entrada y confirmó que él estaba acostado, respirando de manera regular, como si ya estuviera profundamente dormido.
Satisfecha, regresó a su propia cabaña y soltó un suspiro. La oscuridad envolvía el espacio, pero nunca le había molestado. Había aprendido a moverse con naturalidad bajo la tenue luz nocturna. Con movimientos automáticos, comenzó a desatar su top de piel, dejando que la brisa nocturna acariciara su piel.
Cuando el top cayó a su cama, algo brilló por un instante al reflejar la luz de las estrellas antes de taparse con la misma prenda. Mika se detuvo, mirando el objeto. El collar encontrado en la zona de batalla con la bestia escamosa.
Lo levantó entre sus dedos, observando cómo el brillo plateado del objeto capturaba destellos de las estrellas que se colaban por la ventana. Había olvidado por completo que lo había escondido allí tras encontrarlo en el bosque.
Se sentó en el borde de su cama, estudiando el objeto con mas detenimiento y con calma. El diseño era extraño, completamente distinto a cualquier cosa que hubiera visto antes. Había un pequeño cierre que parecía una bisagra, pero no lograba encontrar cómo abrirlo.
—“Debe de haber algo más,” —murmuró, girándolo en sus manos mientras pasaba los dedos por las inscripciones grabadas en el.
Tras varios intentos fallidos, suspiró con frustración. Al parecer, faltaba algo para poder abrirlo.
Dejó el collar sobre la cama por un momento y se quitó el resto de la ropa de pieles. El calor de la noche era un poco abrumador, y su cuerpo pedía descanso. Se recostó sobre las pieles de su cama, dejando que la frescura de la noche acariciara su piel.
Tomó nuevamente el collar y lo sostuvo entre sus manos, su mirada perdida en los detalles del objeto. Sin darse cuenta, comenzó a pensar en Erik, en todo lo que había visto mientras lo vigilaba. Las cicatrices, su musculatura y aquella extraña sensación que le provocó observarlo.
Su mirada bajó de manera instintiva hacia su propio cuerpo, deteniéndose en la cicatriz que cruzaba su costado izquierdo, pasando cerca de la clavícula y la parte externa de su seno, la cual la había deformado uno poco. Había aprendido a convivir con ella, pero no podía evitar recordar el día en que se la hizo.
Mika había confiado demasiado en sus reflejos y habilidades, y aunque la criatura era más pequeña que la que había peleado junto a Erik y las demás, había sido lo suficientemente rápida como para alcanzarla antes de que pudiera reaccionar. La herida la dejó fuera de combate durante semanas, y aunque la bestia fue derrotada, el dolor y el recuerdo de ese momento siempre permanecieron con ella. Mientras miraba la marca en su piel, sus pensamientos se desviaron hacia sus compañeras caídas, aquellas que no habían tenido tanta suerte enfrentando los peligros del bosque.
Becca era ahora su nueva compañera. Era buena, sí, pero todavía tenía mucho que aprender. Recordaba con frustración las ocasiones en que un error de Becca había hecho que perdieran una presa importante, dejándolas sin carne durante días.
—“Al menos lo intenta,” —pensó con un toque de resignación, pasando los dedos por la cicatriz—. “Pero nunca será como las que ya no están.”
Estaba recostada sobre su cama, con la piel expuesta para sentir cualquier brisa que aliviara el calor creciente. Sus pensamientos, sin embargo, estaban lejos de buscar descanso; no podía apartar la vista del pequeño objeto que había encontrado el día anterior: aquel extraño collar que descansaba sobre su abdomen, dejando que el metal frío contrastara con la calidez de su piel. Cerró los ojos, pero su mente seguía divagando entre las cicatrices, tanto en su piel como en su memoria, y las historias que imaginaba que Erik podría contar con las suyas. Por primera vez, sintió que tal vez no eran tan diferentes como había pensado al principio.
—“Quizá... también está tratando de sanar,” —susurró para sí misma antes de dejar que el cansancio finalmente la venciera.
La luz suave del amanecer comenzaba a filtrarse en la cabaña central, despertando lentamente a Suri. Abrió los ojos con suavidad, el sonido de la aldea despertando a su alrededor, las risas y los murmullos de las primeras chicas en salir al aire libre. Suri se estiró, dejando escapar un pequeño bostezo mientras se desperezaba bajo las pieles de su cama.
Con un suspiro, se levantó lentamente, sintiendo el frescor de la mañana que se filtraba por la ventana. La luz del día apenas comenzaba a calentar la tierra, y ella aprovechó ese momento para alistarse. Primero, tomó una piel y la humedeció que tenia para este propósito. La pasó por su cuerpo con movimientos suaves, absorbiendo el frescor del agua que la aliviaba y despejaba su mente. Sentía como la humedad la despertaba por completo, limpiando el sudor de la noche y dejándola lista para comenzar el día.
—“Hoy será un buen día,” —se dijo en voz baja, como una promesa para sí misma.
Con algunos estirones para aflojar sus músculos adormecidos, se dirigió a su ropa, un sencillo vestidito de lana y algunas pieles que estaban dobladas sobre un banco cercano. Lo levantó con cuidado y se lo puso, asegurándose de que se ajustara bien a su cuerpo. El calor del día comenzaba a notarse, pero el fresco de la mañana aún no se había ido por completo.
Luego, con movimientos cuidadosos, tomó el peine de madera y comenzó a peinarse. A pesar de que su cabello seguía siendo algo rebelde, el peine se deslizaba con facilidad, y Suri disfrutaba de la sensación de ordenarlo. A veces, el simple hecho de peinarse de esta manera la hacía sentirse más conectada con su entorno, con la vida sencilla de la aldea, y con su propia imagen.
El agua que había usado para limpiarse la cara aún la refrescaba por completo, y, con los últimos estirones, se preparó para comenzar el día. Sus ojos brillaban con una mezcla de determinación y curiosidad. Había algo diferente en ella desde Erik llego a su vida. Aquel extraño, con su manera de ser tan distinta, sus palabras que sonaban nuevas y extrañas, pero también... reconfortantes.
El aire fresco de la mañana la abrazó mientras salía de su cabaña, sus pies descalzos tocando el suelo cálido y firme. Su mirada ansiosa recorrió la aldea, buscándolo. Después de haberse dormido en su regazo cerca de la fogata la noche anterior, esperaba encontrarlo despierto y tal vez ocupado con alguna tarea. Sin embargo, no había señales de él por ningún lado.
Se acercó al grupo de chicas que ya estaban despiertas y trabajando cerca de la fogata apagada. Hada y Becca recogían la leña que aun servía. Mika estaba cerca, apoyada contra un poste, alistando sus flechas para ir a cazar con una expresión despreocupada en el rostro.
—"¿Han visto a Erik?" —preguntó Suri, intentando sonar tranquila, aunque su preocupación era evidente en el tono de su voz.
Becca levantó la cabeza y señaló hacia la cabaña que le habían asignado. —"Todavía está allá, talvez sigue durmiendo. No se ha movido desde anoche."
Antes de que Suri pudiera responder, Mika dejó escapar una risa corta y burlona. —"¿Todavía durmiendo? Supongo que así son los hombres... dormilones y flojos. No me sorprende."
El comentario de Mika hizo que Suri se detuviera en seco. Sus mejillas se encendieron, y apretó los puños mientras daba un paso hacia ella.
—"¡No digas eso de él! Está cansado y herido. Es normal que necesite descansar," —exclamó Suri con enojo.
Mika se encogió de hombros con indiferencia. —"¿Y qué? Solo dije lo que pienso. Si lo defiendes tanto, tal vez sea porque tienes demasiada fe en él. Yo no lo conozco, pero parece que los hombres no son nada del otro mundo."
La respuesta de Mika encendió aún más la ira de Suri. —"¡¿Dormilón?! ¡Flojo?! ¡Él peleó con una bestia grande y solo estuvo tres días en cama! ¡Cuando tú estuviste herida, pasaste semanas sin poder moverte! ¡Erik es mucho más fuerte que tú, Mika!"
El comentario de Suri dejó a Mika sin aliento por un momento, pero rápidamente su expresión se endureció. Dio un paso adelante y levantó la voz, sin ocultar su enfado. —"¡¿Y tú qué sabes de eso?! Sí, estuve herida. ¿Y qué? Esa bestia me dejó fuera de combate por semanas. No podía moverme, apenas podía respirar sin que doliera. ¡No compares lo que me pasó con lo de él, porque no tienes idea de lo que significa pasar por eso!"
La intensidad de Mika sorprendió a Suri, que no esperaba una respuesta tan apasionada. Durante unos segundos, un incómodo silencio se extendió entre ellas. Becca, que había estado observando desde el principio, decidió intervenir antes de que la discusión se saliera de control.
—"¡Basta, ya!" —exclamó, poniéndose entre ambas. Miró primero a Suri y luego a Mika, su expresión seria pero calmada. —"No es momento para pelear. Si él sigue durmiendo, debe necesitarlo. Y todas aquí sabemos lo que es pasar por cosas difíciles, así que no es necesario echárnoslo en cara."
Mika resopló, cruzándose de brazos, pero no dijo nada más. Suri, por su parte, apretó los labios y dio un paso atrás, su enfado comenzando a disiparse.
—"Lo siento," —murmuró Suri, aunque sus palabras no iban dirigidas a nadie en particular. Luego giró sobre sus talones y se alejó en dirección a la cabaña de Erik, todavía determinada a asegurarse de que estaba bien.
Becca se volvió hacia Mika, dándole una mirada neutral. —"¿Estás bien?"
Mika asintió lentamente, aunque su expresión seguía siendo dura. —"Sí. Pero esa niña necesita aprender que no todos los que parecen fuertes lo son siempre."
Becca y Hada se miraron y, tras un breve intercambio de miradas, decidieron seguirla de cerca, preocupadas por el estado de ánimo de Suri y queriendo evitar que se metiera en más problemas.
Suri llegó a la cabaña de Erik, todavía enfadada por la discusión con Mika. Cuando entro con cuidado y lo encontró despierto, aunque aún recostado en su lecho improvisado. Erik levantó la mirada al escucharla entrar, su expresión tranquila pero atenta.
—"Buenos días, Suri" —dijo con voz grave y un leve toque de somnolencia—. "¿Todo bien?"
Suri bufó, cruzándose de brazos mientras avanzaba hacia él.
—"No. Mika me sacó de quicio esta vez," —respondió, sentándose cerca de la cama con un gesto molesto—. "La manera en que te llamó flojo y dormilón, como si no hubieras hecho nada desde que llegaste… ¡me dio tanta rabia! No pude quedarme callada y le respondí."
Erik arqueó una ceja, su curiosidad despertada por el enfado de Suri.
—"¿Eso dijo? Bueno… técnicamente, no es mentira que he dormido bastante," —bromeó, intentando aliviar la tensión con una sonrisa, recordando que le dijeron que estuvo casi 2 dias dormido.
—"¡No es justo!" —replicó Suri, sin encontrar gracia en sus palabras—. "Le recordé que ella estuvo semanas en cama cuando se lastimó, y tú has estado aquí solo tres días después de enfrentarte a algo mucho peor. Eres fuerte. No entiendo por qué no puede ver eso."
Erik la observó en silencio por un momento, su mirada suave pero reflexiva. Finalmente, se incorporó un poco, apoyándose en un codo para hablar con más claridad.
—"Suri," —dijo con calma—, "quiero que pienses en algo. No todos los cuerpos sanan igual. Yo soy un hombre; tal vez mi cuerpo reacciona diferente a las heridas que el de Mika. Eso no significa que yo sea más fuerte o que ella sea débil. Todos enfrentamos nuestras propias batallas a nuestro ritmo."
Suri lo miró, claramente considerando sus palabras, pero su frustración aún era evidente.
—"Aun así, no debió llamarte así. No después de todo lo que hiciste por mi y Hada, arriesgaste tu vida."
Erik dejó escapar un suspiro y le dio unas palmaditas en el brazo, buscando calmarla.
—"Escucha, no quiero que te pelees con Mika por mi culpa. No tiene sentido. Hay cosas mucho más importantes que preocuparnos por comentarios como esos. En mi... aldea, hubo demasiados problemas y sufrimiento porque la gente no supo dejar de lado las pequeñas peleas."
Suri desvió la mirada, mordiéndose el labio.
—"¿Crees que debería disculparme con ella?" —preguntó en voz baja.
Erik asintió con firmeza, aunque mantuvo su tono amable.
—"Sí. No vale la pena pelear entre ustedes. Son una familia, ¿verdad? Y en una familia, incluso cuando no estamos de acuerdo, es mejor intentar entendernos. Habla con ella. Tal vez hay algo más detrás de su enfado."
Suri suspiró, sus hombros relajándose un poco.
—"Lo intentaré. Pero todavía creo que no fue justo lo que dijo."
—"No tiene que ser justo," —respondió Erik con una sonrisa ladeada—. "Pero es lo correcto."
Desde fuera de la cabaña, Becca y Hada escuchaban la conversación en silencio, escondidas a un lado de la entrada. Ambas intercambiaron miradas cuando escucharon las últimas palabras de Erik.
—"Es más sensato de lo que parece," —murmuró Becca, cruzando los brazos mientras observaba a Suri a través del portón de la entrada.
—"¿Crees que Suri le hará caso?" —preguntó Hada en voz baja, con una sonrisa traviesa.
—"Con lo enfadada que estaba… no lo sé. Pero al menos Erik lo intentó," —respondió Becca, sacudiendo la cabeza.
Dentro de la cabaña, Suri finalmente se puso de pie, dándole una mirada algo más tranquila al saber que esta bien y descansando.
—"Voy a hablar con ella," —dijo, aunque su tono aún tenía un leve toque de duda—. "Pero si vuelve a decir algo malo sobre ti, no me voy a quedar callada."
Erik soltó una leve risa y negó con la cabeza.
—"Haz lo mejor que puedas. Eso es todo lo que importa."
Suri salió de la cabaña con una expresión seria pero más tranquila. Apenas había avanzado unos pasos cuando Becca y Hada intercambiaron una rápida mirada y, sin decirse nada, decidieron entrar a la cabaña.
Cuando Suri salió de la cabaña. Había reflexionando sobre lo que Erik le había dicho. No era común en ella admitir sus errores, pero algo en la manera en que Erik había hablado con calma y sinceridad la había hecho reconsiderar. —“Es momento de arreglar esto,” pensó mientras se dirigía a la cabaña de Mika.
Con pasos decididos, caminó por los senderos de la aldea. Al llegar a la cabaña de Mika, la llamo pero no hubo respuesta. Frunció el ceño y dio un paso más al interior.
—¿Mika? —llamó, pero solo el silencio le respondió.
Un susurro de movimiento detrás de ella la hizo girar. Era Arlea, quien cargaba un manojo de hierbas frescas en sus brazos. La joven la miró con curiosidad al notar su expresión seria.
—¿Buscas a Mika? —preguntó Arlea, deteniéndose junto a la cabaña.
Suri asintió, un poco incómoda. “Sí. Necesito hablar con ella.”
Arlea dejó escapar un pequeño suspiro mientras ajustaba las hierbas en sus manos. —Salió hace rato hacia el valle. Tomó suministros para varios días y dijo que iría a cazar. No sé cuánto tiempo estará fuera.
El corazón de Suri se hundió al escuchar esto. Había llegado tarde. Por un momento, pensó en seguirla, pero sabía que Mika necesitaba su espacio cuando salía al valle. Además, si ya estaba en medio de la caza, interrumpirla podría ser peligroso.
—¿Cazar? —murmuró, más para sí misma que para Arlea.
—Sí —confirmó Arlea, notando el cambio en su expresión—. Parecía apurada. No dijo mucho antes de irse, solo que necesitaba tiempo para ella.
Suri bajó la mirada, frustrada consigo misma. Había esperado arreglar las cosas con ella, pero ahora tendría que esperar. Con un suspiro, se despidió de Arlea.
—Gracias, Arlea. Supongo que hablaré con ella cuando vuelva.
Arlea inclinó ligeramente la cabeza, aunque parecía algo desconcertada por la actitud inusual de Suri. Sin decir nada más, Suri se retiró, caminando lentamente hacia la cabaña central. Cada paso se sentía más pesado que el anterior. Al llegar a la cabaña se dejó caer en su cama.
—“Tal vez no me disculpé antes porque sabía que esto podría pasar,” pensó con una mezcla de tristeza y autocrítica.
Erik, que seguía recostado, alzó la vista al escuchar unos pasos en el interior. Al ver a Becca y Hada entrar su mirada mostró una mezcla de sorpresa y cautela, pero no dijo nada hasta que Becca se cruzó de brazos frente a él.
—"Escuchamos lo que le dijiste a Suri," —empezó ella, directa—, "sobre no pelear entre nosotras."
Erik suspiró y se incorporó un poco, apoyándose en la pared detrás de él.
—"No quería entrometerme," —dijo, eligiendo sus palabras con cuidado—, "pero no pude evitarlo. Las discusiones pueden llevar a cosas que no siempre podemos reparar."
Hada, que se había sentado en el piso, lo observó con curiosidad antes de hablar.
—"Tienes una manera extraña de decir las cosas," —comentó con una sonrisa ligera—. "Como si lo supieras por experiencia."
Erik desvió la mirada por un momento, como si estuviera evaluando cuánto podía decir.
—"He visto lo que pasa cuando dejamos que las pequeñas diferencias crezcan demasiado," —dijo finalmente, su tono más sombrío—. "En mi... hogar, había muchas peleas. Gente que no se entendía, que no quería escucharse. Eso terminó... mal para muchos."
Becca frunció el ceño, intrigada.
—"¿Qué tan mal?" —preguntó, inclinándose un poco hacia él.
Erik se pasó una mano por el rostro, buscando una respuesta que no revelara demasiado de la Tierra.
—"Digamos que cuando la gente no se detiene a arreglar las cosas, todo puede volverse caótico. Aldeas que se destruyen, tierras que dejan de ser habitables... familias separadas para siempre."
Hada y Becca lo miraron con una mezcla de sorpresa y preocupación.
—"¿Por qué alguien haría eso?" —preguntó Hada en voz baja, casi como si le hablara a sí misma.
—"A veces no lo hacemos a propósito," —respondió Erik con un suspiro—. "Solo dejamos que las cosas se salgan de control. Ustedes tienen algo especial, algo que merece ser protegido. No lo echen a perder por malentendidos o discusiones innecesarias."
Becca parecía reflexionar sobre sus palabras, pero había algo en su expresión que sugería que no estaba completamente satisfecha.
—"Hablas como si vinieras de un lugar muy diferente," —dijo, observándolo con detenimiento—. "Algo que no entendemos."
Erik mantuvo su mirada firme, aunque evitó responder directamente.
—"Mi aldea era complicada," —dijo finalmente, bajando ligeramente la voz—. "No quiero hablar demasiado de ella porque... no creo que importe ahora. Quiero ayudarles a mantener lo que tienen."
El silencio se hizo presente por unos segundos, hasta que Hada lo rompió con un leve encogimiento de hombros.
—"Supongo que tienes razón. Pero Mika no es fácil de convencer."
—"Eso es cierto," —añadió Becca, sacudiendo la cabeza—. "Y tampoco es como si nosotras siempre supiéramos cómo manejarla. Pero intentaremos hablar con ella."
—"Eso es todo lo que pido," —dijo Erik con una ligera sonrisa—. "No estoy aquí para causar problemas. Solo para intentar ayudarlas, si puedo."
Hada se levantó del piso, mirando a Becca con una mezcla de determinación y humor.
—"Supongo que tendremos que ser más pacientes con Mika... y con nosotras mismas," —dijo, dándole una palmada en el hombro a Becca—. "Vamos. Creo que ya hemos invadido suficiente su espacio por hoy."
Becca asintió, pero antes de salir, se giró hacia Erik una vez más.
—"Gracias, por hablar con Suri" —dijo simplemente, antes de seguir a Hada hacia la puerta.
Cuando las dos salieron, Erik dejó escapar un largo suspiro, aliviado de que la conversación hubiera terminado pacíficamente. Afuera, Becca y Hada intercambiaron miradas, conscientes de que Erik no había revelado todo, pero también de que sus palabras tenían más peso del que habían imaginado.
Becca y Hada caminaron juntas hacia la aldea, en silencio al principio, cada una perdida en sus propios pensamientos. El sol ya estaba casi en su punto más alto, y las sombras de los árboles apenas ofrecían refugio del calor creciente.
Becca apretaba los labios, rememorando las palabras de Erik. Había algo en su voz, en la forma en que hablaba de cuidar lo que tenían, que resonaba profundamente en ella. Hasta hacía poco, solo había sentido desconfianza hacia él, una incertidumbre constante que le hacía mantenerse alerta. Pero ahora...
Sus pasos se ralentizaron mientras reflexionaba. Erik no era como había imaginado que serían los hombres, o al menos como lo había interpretado a partir de las historias de Jaia y sus hermanas. Parecía querer protegerlas, ayudarlas. Había una honestidad en él, una calidez que le resultaba desconcertante. Sacudió la cabeza suavemente, incómoda con la dirección de sus pensamientos.
Hada, a su lado, parecía igual de abstraída. Su mirada estaba fija en el suelo, pero no estaba realmente viendo el camino. Pensaba en la conversación con Erik, en la manera en que hablaba con tanta pasión sobre la necesidad de mantener la paz entre ellas. Era extraño. Hasta entonces, había pensado en él como un extraño, alguien de quien debían cuidarse. Pero ahora, no podía evitar sentirse diferente.
—"¿Qué tiene?" —murmuró Hada de repente, rompiendo el silencio.
Becca la miró, confundida.
—"¿Qué tiene quién?"
Hada suspiró y pateó una pequeña piedra en su camino.
—"Erik. Hay algo en él... no sé. Me hace sentir como si..." —Se interrumpió, buscando las palabras adecuadas—, "como si no fuera solo alguien extraño. Como si fuera parte de nosotras... o como si pudiera serlo."
Becca asintió lentamente, entendiendo lo que Hada quería decir, aunque ella misma no lo pudiera expresar claramente.
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—"Es raro," —admitió Becca, su tono bajo y pensativo—. "Lo veo y... me recuerda a nosotras. A cómo nos cuidamos, a cómo siempre nos apoyamos. Es como si tuviera ese mismo... vínculo. Pero no entiendo por qué."
Hada frunció el ceño, mirando al horizonte.
—"¿Crees que es porque él protegió a Suri y a mi? ¿Por qué estuvo dispuesto a arriesgar su vida por nosotras?"
Becca consideró la pregunta por un momento antes de negar con la cabeza.
—"Tal vez eso ayudó," —dijo—, "pero es más que eso. Es la forma en que habla, cómo nos mira. No es como si solo estuviera aquí por accidente. Parece... como si realmente quisiera ser parte de esto."
Hada guardó silencio, procesando las palabras de Becca. Algo en su pecho se sentía diferente, algo que no lograba identificar del todo. Era similar a lo que sentía por las demás de la aldea, un cariño profundo y sincero que siempre había asociado con la idea de familia. Pero con Erik era distinto, aunque no sabía exactamente cómo.
—"¿Crees que es algo malo?" —preguntó Hada, insegura, rompiendo nuevamente el silencio.
Becca se detuvo, mirando a su alrededor y luego hacia Hada.
—"No lo sé," —confesó—. "Pero no creo que sea malo. Solo... no entiendo qué es."
Ambas continuaron caminando, sin decir nada más. Sus pensamientos se entrelazaban con emociones desconocidas, un revoltijo de sentimientos que no lograban desentrañar. El concepto de amor romántico era algo que ninguna de ellas conocía; su mundo se había construido sobre la base del amor fraternal, de la solidaridad entre ellas como hermanas y compañeras. Pero algo les decía que lo que comenzaban a sentir por el no era lo mismo.
Mientras se acercaban al corazón de la aldea, una brisa cálida rozó sus rostros, como si el propio aire intentara calmar sus inquietudes. Sin embargo, ambas sabían que lo que sentían no se disiparía tan fácilmente. Era algo nuevo, algo que apenas empezaban a descubrir, y que cambiaría la forma en que veían a Erik, y tal vez incluso a ellas mismas.
Al llegar a la aldea, Becca y Hada caminaron directo hacia la cabaña de Mika, decididas a hablar con ella después de la discusión con Suri. Era importante aclarar las cosas y evitar que las tensiones entre ellas crecieran. Sin embargo, al asomarse a la cabaña, no encontraron a nadie.
—"¿Dónde estará ahora?" —murmuró Becca, cruzándose de brazos.
Hada miró alrededor, como si esperara que Mika apareciera de repente, pero no había rastro de ella.
—"Tal vez está con Arlea," —sugirió Hada—. "Suele buscarla cuando necesita tranquilizarse."
Ambas caminaron hacia la pequeña zona donde Arlea solía organizar los suministros de comida. La encontraron sentada en un banco de madera, revisando cestos llenos de frutos y verduras. Al verlas llegar, alzó la mirada con curiosidad.
—"¿Has visto a Mika?" —preguntó Becca sin rodeos.
Arlea dejó a un lado el cesto que tenía en las manos y se levantó.
—"Sí," —respondió, mientras se sacudía las manos—. "Hace rato vino muy enfadada. Apenas quiso hablar conmigo. Me pidió suministros para varios días y dijo que iba a cazar al fondo del valle."
Hada arqueó una ceja, sorprendida.
—"¿Se fue sola?"
Arlea asintió.
—Sí, parecía que necesitaba tiempo para despejarse. Por cierto, no son las únicas que la buscan —comentó Arlea, mirando hacia la dirección de la cabaña central donde Suri se había marchado.
Hada ladeó la cabeza, intrigada. —¿Quién más la estaba buscando?
Arlea se encogió de hombros, retomando su trabajo.
—Suri hace rato en su cabaña. Parecía decidida para hablar con ella, pero cuando supo que Mika no estaba, se fue sin decir mucho.
Becca y Hada intercambiaron miradas significativas. Sabían que las palabras de Erik dio en el clavo para que Suri quiera hablar con Mika.
—"Ya lo ha hecho antes," —explicó—. "Dice que cazar le ayuda a despejar la mente cuando está molesta. Me preocupa un poco, pero Mika sabe cuidarse."
Becca suspiró, pasando una mano por su cabello.
—"Esa chica y su terquedad..."
—"¿Se pelearon?" —preguntó Arlea, con una mirada curiosa.
—"No exactamente," —respondió Becca, eludiendo dar demasiados detalles—. "Pero creo que necesita tiempo para calmarse. Ya hablaremos con ella cuando vuelva."
Hada se quedó en silencio, con una expresión pensativa. Era cierto que Mika era muy capaz, pero irse sola al fondo del valle no dejaba de preocuparla. Sabían que esa zona podía ser peligrosa si no se estaba alerta.
—"Si se fue tan molesta, tal vez no está pensando con claridad," —comentó Hada.
—"Déjenla," —interrumpió Arlea, encogiéndose de hombros—. "Mika siempre vuelve. Necesita tiempo para ella misma, eso es todo."
Becca y Hada intercambiaron una mirada antes de asentir.
—"Está bien," —dijo Becca finalmente—. "Esperaremos. Pero si no regresa en unos días, iremos a buscarla."
Con esas palabras, ambas se retiraron, dejando a Arlea con su trabajo. Mientras caminaban hacia el área central de la aldea, sus pensamientos seguían centrados en Mika. Aunque entendían su necesidad de alejarse, no podían evitar preocuparse por ella y preguntarse qué tan lejos llegaría su enojo antes de decidir volver.
Después de todo lo ocurrido, los días y la rutina en la aldea parecía volver a la normalidad. Las chicas seguían con sus quehaceres diarios, y aunque la presencia de Erik ya no era una novedad, seguía siendo un punto de interés para todas, especialmente por sus heridas y su aparente rápida recuperación.
Erik, sin embargo, no lo veía de la misma manera.
Tendido en su cama, miraba el techo con frustración. Aunque su cuerpo estaba mucho mejor que el día anterior, Suri seguía insistiendo en que debía descansar para no empeorar su estado. Cada vez que intentaba levantarse para ayudar con alguna tarea, Suri aparecía como si tuviera un sexto sentido y lo devolvía a su cama con firmeza.
—¿Quieres que esas heridas se abran? —le decía cada vez que intentaba protestar.
No podía evitar sentirse inútil. Toda su vida había estado acostumbrado a la actividad constante. En la Tierra, siempre había algo que hacer, tratar de sobrevivir y esconderse de las guerrillas y atracadores, durante su tiempo en el bosque, la supervivencia diaria le mantenía en movimiento. Ahora, pasar la mayor parte del día en cama le parecía un castigo.
Desde la entrada de su cabaña, observaba cómo las chicas pasaban con energía envidiable, ocupadas en sus quehaceres diarios. Llevaban cántaros de agua desde el río, cestas llenas de frutas recolectadas, y algunas cargaban leña para cocinar y las fogatas nocturnas. Cada una parecía tener un propósito claro, una tarea que cumplir, mientras él seguía confinado en su rutina limitada.
Lo único que rompía la monotonía era salir para comer junto a las demás en la gran mesa de la aldea. Era en esos momentos donde podía sentir que formaba parte, aunque fuera de forma pequeña, de la vida de la aldea. Suri y Hada siempre lo ayudaban a llegar hasta allí, insistiendo en que no debía forzarse más de lo necesario.
—Vamos. Un paso a la vez —decía Suri con una sonrisa, sosteniéndolo por el brazo para asegurarse de que no tropezara en el terreno irregular.
Hada, que siempre caminaba a su lado, a menudo bromeaba para animarlo.
—Si sigues así, pronto te tendremos cargando leña como nosotras.
Erik respondía con una sonrisa leve, aunque en el fondo la frustración seguía latente. Cada día era igual: despertar, mirar por la entrada cómo las chicas trabajaban, salir a comer, y luego volver a su cabaña para descansar. Pasados dos días Jaia y Jerut venían a cambiar las vendas y limpiarlo que al parecer mas era Jerut la que se animaba hacerlo con la mirada de resignación de Jaia. Aunque agradecía la atención, sentía que la pasividad lo estaba consumiendo.
Una vez terminaban las comidas, Suri lo llevaba de regreso a su cabaña con la misma firmeza de siempre.
—Nada de esfuerzos innecesarios, ¿entendido? —le decía, mientras Hada lo seguía, asegurándose de que no se desviara.
Erik, resignado, volvía a su cama, pero su mirada siempre regresaba a la entrada, donde podía ver a las chicas moviéndose con determinación. Mientras ellas parecían avanzar cada día, él sentía que estaba atrapado en un bucle interminable.
—“Esto no puede seguir así,” pensó mientras se recostaba nuevamente, con Suri acomodando una manta de piel sobre él y Hada colocándole un cuenco grande de agua cerca. Aunque agradecía los cuidados, no podía evitar sentirse como una carga. —“Tengo que recuperarme rápido y encontrar una forma de ser útil.”
Pasaron varios días desde que Mika se fue al fondo del valle. En ese tiempo, las chicas de la aldea hicieron todo lo posible para que Erik se dedicara únicamente a descansar y recuperarse. Aunque él insistía en colaborar, un intento fallido de ayudar a Suri terminó por confirmar que aún no estaba listo.
Una tarde, mientras Suri llenaba con agua algunos jarrones de barro junto al río, Erik apareció caminando despacio hacia ella. Su postura era menos rígida que días atrás, pero el peso de sus heridas seguía evidente en sus movimientos.
—"¿Qué haces aquí?" —preguntó Suri, sorprendida.
—"Quiero ayudar," —respondió Erik con una sonrisa. Sin pedir permiso, tomó uno de los jarrones y lo levantó.
Suri abrió los ojos como platos.
—"¡No! Eso es muy pesado para ti ahora mismo."
—"Solo quiero ser útil," —replicó él. Pero al dar unos pasos, sintió un tirón en su costado. El dolor lo hizo detenerse y apretar los dientes.
Suri dejó su trabajo de inmediato y corrió a sostenerlo, ayudándolo a volver a sentarse en una roca cercana.
—"¿Lo ves? Te dije que no," —le recriminó, frunciendo el ceño.
De regreso a la aldea, las chicas se enteraron de lo sucedido y no tardaron en reprenderlo.
—"¿Es que no entiendes?" —dijo Becca, con los brazos en una jarra—. "Si sigues haciendo estas cosas, vas a empeorar tus heridas."
—"Deberías estar agradecido de que puedas descansar," —añadió Hada, arqueando una ceja—. "¿Son todos los hombres así de tercos, o solo tú?"
Erik aceptó las reprimendas sin discutir, aunque era evidente que no le gustaba depender de otros. Después de eso, las chicas se aseguraron de que no hiciera ningún esfuerzo físico innecesario.
Desde que supo que Mika había decidido irse a cazar sola, Erik no había podido evitar preocuparse. Aunque Becca y Hada le aseguraron que el fondo del valle no era tan peligroso como el bosque, no lograba quitarse de la cabeza los riesgos que ella podía enfrentar.
Suri, por su parte, también estaba inquieta. Cada vez que veía a Erik sentado bajo la sombra de un árbol, con la mirada fija hacia el fondo del valle, sentía una punzada de tristeza. No se arrepentía de haber defendido a Erik durante la discusión con Mika; sentía que era lo correcto, pero no podía evitar sentirse mal por la pelea que había surgido entre ambas.
Suri, especialmente, estaba más atenta a él. Sin embargo, su preocupación no solo se debía a su recuperación. Una tarde, mientras lo veía descansar bajo el árbol de siempre, no pudo evitar expresar sus pensamientos.
—"¿Crees que Mika estará bien?" —preguntó, sentándose a su lado.
Erik tardó en responder.
—"Es fuerte," —dijo finalmente, con una tranquilidad que no sentía del todo—. "Pero eso no significa que no me preocupe."
Suri bajó la mirada, jugando con una brizna de hierba entre sus dedos.
—"Yo también estoy preocupada," —murmuró—. "Aunque no me arrepiento de haber discutido con ella por defenderte, me siento mal por lo que pasó después. Mika es importante para mí."
Erik ladeó la cabeza, observándola con una expresión comprensiva.
—"Es normal sentirte así. No todos los cuerpos ni las mentes sanan igual. Ella necesita su espacio para recuperarse, a su manera."
Suri asintió, aunque seguía luciendo inquieta. Erik continuó:
—"Cuando regrese, deberías hablar con ella directamente. No porque hayas hecho algo malo, sino porque es importante mantener la paz entre ustedes. No vale la pena que algo así las divida."
Las palabras de Erik resonaron en ella. Antes de que pudiera responder, Becca y Hada, que habían estado escuchando cerca, se acercaron al árbol.
—"Es verdad," —dijo Becca, rompiendo el silencio, abrazándola con los brazos—. "No podemos dejar que los desacuerdos nos separen."
Hada añadió con una sonrisa.
—"Aunque eso no significa que no podamos regañarte cuando haces tonterías, Erik."
Suri, a pesar de su tristeza, logró esbozar una pequeña sonrisa. Sentía que, incluso en medio de sus preocupaciones, la presencia de Erik estaba ayudándolas a encontrar una nueva forma de ver las cosas.
Ya pasaron dos semanas desde que Mika se fue al valle. Una mañana tempranera Erik abrió los ojos, disfrutando de una sensación desconocida de tranquilidad. Parpadeó para adaptarse a la suave luz que se filtraba entre las rendijas de la vieja cabaña y, con calma, se incorporó, estirándose. Por primera vez en mucho tiempo, había dormido sin interrupciones por los dolores al moverse mientras dormía. Con suaves molestias aun pero ya podía moverse con mayor naturalidad.
Decidió salir al aire fresco. Cuando cruzó el umbral de su cabaña, se encontró con varias de las chicas que ya estaban ocupadas con sus tareas. Suri y Hada estaban charlando mientras cargaban cestas de frutas hacia el centro de la aldea, y Arlea se acercaba desde el río con cántaros llenos de agua.
—¡Erik! —exclamó Suri al verlo de pie caminando mas natural—. ¿Qué haces fuera tan temprano? ¿No deberías descansar más?
Él levantó una mano para tranquilizarla y sonrió.
—Tranquila. Estoy bien —respondió, su voz más animada de lo habitual—. De hecho, creo que es la primera vez en varios dias que puedo decir que dormí realmente bien.
Hada arqueó una ceja mientras dejaba su carga en el suelo.
—¿En serio? ¿Ni un tirón? ¿Nada?
Erik negó con la cabeza.
—Nada. Antes, cada vez que me movía en la cama, el dolor me despertaba. Pero anoche... no fue así. Supongo que finalmente estoy mejorando.
Arlea, que acababa de llegar con los cántaros, dejó uno en el suelo con un ruido sordo y lo miró con ojos curiosos.
—Eso significa que ya no tendrás excusa para quedarte todo el día en la cama, ¿verdad? —comentó con un tono divertido.
Erik rió suavemente y se pasó una mano por la nuca.
—Supongo que no. Aunque todavía no estoy al cien por ciento, ya no me siento como si fuera a romperme con cada movimiento.
Suri cruzó los brazos y lo miró con fingida severidad.
—Eso no significa que puedas empezar a hacer locuras, ¿entendido?
Hada asintió, apoyando las manos en las caderas.
—Sí, aún tienes que tomarlo con calma. Pero si estás más sano, podríamos encontrar algo que puedas hacer sin exigirte demasiado.
Erik levantó las manos en señal de rendición.
—Lo prometo, nada de locuras. Pero estoy listo para empezar a hacer más. Ya me siento como yo mismo otra vez.
Mientras las chicas intercambiaban sonrisas de alivio, Erik miró al cielo despejado y respiró profundamente. Por primera vez desde que llegó a la aldea, se sentía genuinamente optimista. Era como si finalmente estuviera saliendo de una larga oscuridad, listo para empezar de nuevo.
—Bueno, al menos ya podrás dormir tranquilo todas las noches —dijo Hada, cambiando el tono a uno más ligero, con una sonrisa que disimulaba su inquietud.
Esa mañana, mientras Erik terminaba de desayunar junto a las chicas, Suri se acercó con una pequeña cesta en la mano.
—Erik, quería pedirte un favor —dijo, mirándolo con una mezcla de seriedad y entusiasmo.
—Claro, dime —respondió Erik, curioso por el tono de su voz.
Becca se adelantó, sonriendo.
—Necesitamos recolectar más frutas. Las que quedan ya no alcanzan para todos, y algunas de las mejores están en los árboles del bosque frutal.
—¿Bosque frutal? —repitió Erik, intrigado—. ¿Eso está muy lejos?
Hada asintió mientras recogía una cesta y varios sacos vacíos.
—No tanto, pero el camino es algo irregular y estaba prohibido para ti hasta ahora por tus heridas. Pero si ya te sientes mejor… podrías ayudarnos.
Arlea añadió, colocando otra cesta junto a Hada:
—Es un lugar increíble, lleno de árboles con los frutos más deliciosos. Estoy segura de que te va a gustar.
Erik miró a las chicas y luego a Suri, que esperaba su respuesta con paciencia.
—De acuerdo, vamos. Si puedo ser útil, encantado de ayudar —dijo con una sonrisa.
El grupo salió de la aldea poco después, llevando cestas, sacos y herramientas improvisadas para recolectar. El camino era tal como lo habían descrito: irregular, lleno de raíces que sobresalían y con algunas pendientes. Erik, sin embargo, avanzaba sin problemas, ya más acostumbrado al terreno y sintiéndose mucho más fuerte que en días anteriores, la caminata le sentio bien para fortalecer sus músculos y nervios, además con sus zapatos puestos parecía avanzar sin poder parar.
Después de un tiempo de caminar, el bosque comenzó a abrirse, revelando árboles altos y robustos, con ramas cargadas de frutos de colores vivos. Había tonos de rojo, amarillo, violeta, e incluso azul, muchos colores y en formas que Erik nunca había visto.
—¡Wow! —exclamó, deteniéndose en seco para observar a su alrededor—. Esto es impresionante.
Becca rió mientras pasaba junto a él con su cesta.
—Te lo dije. Es como un pequeño paraíso escondido.
Hada señaló un árbol cercano con frutos anaranjados y redondos.
—Esos son dulces y jugosos. Suri, ¿le muestras cómo recolectar?
Suri, que ya había empezado a trepar un árbol cercano, miró hacia abajo y sonrió.
—No es tan difícil, Erik. Solo necesitas usar esto —dijo, lanzándole un palo largo con un extremo curvado—. Es para alcanzar los más altos.
Erik atrapó el palo y se acercó a uno de los árboles. Mientras intentaba usarlo para bajar un racimo de frutos rojizos con calma para que no se maltraten, se dio cuenta de que las chicas lo observaban con una mezcla de curiosidad y diversión.
—¿Qué pasa? —preguntó, sintiendo sus miradas.
—Nada —respondió Hada, riendo suavemente—. Solo que te ves… diferente. Los hombres son tan cuidadosos como tú.
Erik levantó una ceja, sin dejar de concentrarse en su tarea.
—Bueno, no quiero dañar el racimo. Además, esto es fascinante para mí. Nunca había visto frutas como estas.
Becca, que estaba trepando otro árbol, lo miró desde arriba.
—¿En serio? ¿No tenías árboles frutales en tu aldea?
—Sí, pero no como estos. Los colores, las formas… Todo aquí parece salido de un sueño —dijo Erik mientras bajaba el racimo con éxito y lo colocaba en una cesta.
Las chicas intercambiaron sonrisas, sintiendo una pequeña chispa de orgullo por su bosque único.
Con el paso del tiempo, Erik empezó a moverse con más confianza entre los árboles, ayudando a llenar las cestas y sacos rápidamente. Cada vez que probaba una nueva fruta, su reacción sorprendida y encantada hacía reír a las chicas.
Cuando terminaron, las cestas y sacos estaban llenas, y el grupo decidió tomar un pequeño descanso bajo la sombra de los árboles.
—Esto es… increíble. Gracias por traerme aquí —dijo Erik, mirando alrededor mientras mordía una fruta de tono violeta que Suri le había ofrecido.
—Gracias a ti por ayudarnos —respondió Becca—. Sin ti, habríamos tardado el doble.
Después de unas horas en el bosque frutal, Erik se detuvo un momento y miró a su alrededor, observando los árboles. No pudo evitar preguntarse quién habría plantado tantas variedades de frutas en un solo lugar. Las chicas eran demasiado jóvenes para haberlo hecho, y la organización de los árboles indicaba una intención y un cuidado que debían venir de generaciones anteriores.
En ese momento, Jaia, se acercó a él con una sonrisa al notar su expresión de curiosidad.
—¿Te preguntas de dónde vienen estos árboles? —preguntó con un tono amable y sabio.
Erik asintió, intrigado.
—Sí… es impresionante ver tanta variedad en un solo lugar. Parece como si alguien los hubiese traído de muy lejos.
Jaia asintió con una mirada nostálgica mientras sus ojos recorrían los árboles que la rodeaban.
—Cuando yo era niña, estos árboles eran apenas unos retoños de la altura de Suri —explicó, con la voz suave—. Fueron nuestros padres o sus padres de ellos quienes los plantaron, creyendo que estas frutas serían esenciales para el futuro. Querían que aprendiéramos a cuidar de este lugar como ellos lo cuidaron para nosotras.
Erik miró a Jaia, impresionado. Ahora podía imaginarse a los antepasados plantando cada árbol con dedicación, preparando el bosque frutal para asegurar el sustento de las futuras generaciones. Las chicas, al escuchar las palabras de Jaia, intercambiaron miradas llenas de gratitud y admiración.
—Es como si sus raíces también fueran parte de ustedes —murmuró Erik.
Jaia asintió con una sonrisa y una mirada de orgullo.
—Así es. Nosotras continuamos lo que ellos comenzaron, y ahora, parece que tenemos manos nuevas para ayudarnos.
Con las cestas llenas de frutos coloridos y las chicas contentas con la recolección, Jaia miró al cielo y frunció el ceño.
—El sol está en lo más alto —dijo, señalando los rayos que se filtraban a través del follaje—. Si salimos ahora, el calor será insoportable, y en el campo despejado podría ser peligroso.
Becca asintió de inmediato.
—Tienes razón. Mejor quedémonos aquí descansemos y comamos algo.
—Buena idea —añadió Hada mientras dejaba su cesta en el suelo y se estiraba—. Además, aquí hay sombra y es mas fresco.
Erik, que estaba limpiándose las manos con un trozo de piel, observó el lugar de descanso. El bosque no solo era frondoso, sino que parecía diseñado para momentos como este. El suelo estaba cubierto de hojas suaves, y los árboles ofrecían una sombra que bloqueaba casi todo el calor abrasador del exterior.
—No me quejo. Aquí es mucho más agradable que caminar bajo el sol —dijo Erik, dejando su cesta junto a las otras y sentándose bajo un árbol cercano.
Las chicas empezaron a revisar sus cestas, sacando las frutas más maduras y dividiéndolas entre todas. Suri le pasó a Erik una fruta de un tono morado intenso, con una textura suave y un aroma dulce.
—Prueba esta. Es una de mis favoritas.
Erik tomó la fruta, observándola con curiosidad. Era más pequeña y redonda que cualquier fruta que conocía, con una textura suave que casi parecía brillar bajo la luz del bosque. Le dio un mordisco cauteloso, esperando un sabor extraño, como las primeras que comió al inicio de la recolección.
En cambio, un dulzor fresco y un toque de acidez llenaron su boca. Cerró los ojos un instante, dejando que el sabor lo transportara.
—Esto... esto me recuerda a algo —dijo, mirando la fruta con interés renovado—. Es diferente, pero tiene un toque parecido al mango.
—¿Mango? —preguntó Suri, intrigada—. ¿Es una fruta?
—Sí, aunque esta no se parece en nada en forma. Pero el sabor… es casi idéntico y podría hacer algo con esto. Quizás combinar los sabores de las frutas de aquí.
Las chicas lo miraron sin comprender del todo, pero su entusiasmo contagió a Suri, que sonrió con orgullo.
—Pues puedes comer todos los que quieras mientras estés aquí.
Erik rió mientras tomaba otro bocado, su mente ya ideando posibilidades para experimentar con los frutos únicos de ese bosque.
Erik se recostó, observando el juego de luces entre las hojas del bosque. El aire fresco bajo los árboles era un alivio después de la recolección. Cerró los ojos por un momento, disfrutando del sonido de las chicas riendo en la distancia cercana y del suave murmullo del bosque.
Suri, en cambio, decidió recostarse a su lado. Sin aviso previo, se acomodó cerca, casi abrazándolo, con un gesto lleno de confianza.
—Gracias por ayudarnos hoy, Erik —murmuró, sus palabras cálidas y sinceras—. Hiciste que todo fuera más rápido y fácil.
Erik abrió los ojos, sorprendido por la cercanía. Miró a Suri de reojo, pero la expresión tranquila y agradecida de ella lo desarmó.
—No hay de qué —respondió en voz baja, intentando no moverse demasiado para no incomodarla—. Es lo menos que puedo hacer, considerando cuánto han hecho ustedes por mí.
Las demás, que estaban sentadas cerca, los miraron en silencio. Becca arqueó una ceja, mientras Hada desviaba la mirada con una pequeña sonrisa. Arlea, sin embargo, dejó escapar un suspiro apenas audible.
—Se están volviendo demasiado cercanos —murmuró Becca, cruzando los brazos.
—No lo culpo. Él tiene algo especial —respondió Hada en tono ligero, aunque en el fondo no podía negar una pizca de celos.
El calor abrasador que había dominado el día comenzaba a ceder, dejando una brisa ligera que anunciaba la llegada del atardecer. Las chicas y Erik se pusieron de pie, estirando sus cuerpos después del descanso bajo la sombra de los frondosos árboles frutales.
—Es el momento perfecto para regresar —dijo Jaia, poniéndose de pie con su acostumbrada autoridad—. No queremos quedarnos en medio camino cuando caiga la noche.
Erik, que había cargado una parte de la recolección en un saco, lo levantó con facilidad. Aunque todavía sentía un leve tirón en su costado, su recuperación era evidente, y ayudar le daba una sensación de utilidad que agradecía.
—De acuerdo. Espero que el camino de regreso no sea tan complicado como el de ida —comentó con una sonrisa mientras ajustaba el saco sobre su hombro.
Suri caminaba junto a él, con su canasta a su medida, todavía sonriente por los momentos que habían compartido. A su alrededor, las demás chicas empezaron a recoger sus propias canastas y utensilios. Hada fue la primera en notar algo.
—¡Hey, Erik! ¿Cómo es que cargas tanto con este calor y no pareces cansado? Nosotras siempre terminamos agotadas —dijo con tono de curiosidad.
Erik rió ligeramente mientras miraba a las chicas, que lo observaban con interés.
—Creo que simplemente estoy acostumbrado. He trabajado bastante antes bajo el sol, tanto en el bosque como... bueno, en mi hogar. Y aquí el calor no me afecta tanto como a ustedes.
—Qué conveniente para ti —respondió Becca con un toque de envidia en su voz, aunque acompañada de una sonrisa.
Mientras caminaban por el sendero de regreso, las conversaciones se llenaron de risas y pequeños comentarios sobre las frutas recolectadas y las tareas del día siguiente.
Erik se quedó allí, observando el vasto bosque frutal ante él, perdido en sus pensamientos. La vida aquí era tan diferente de la que había dejado atrás, tan tranquila, tan llena de vida. Pero no podía evitar pensar en lo que había sucedido en la Tierra.
—"Todo está arruinado allá", dijo para sí mismo. —"La avaricia de las naciones, la destrucción del medio ambiente... nadie se preocupo por el futuro. El poder, la codicia, todo eso ha llevado a la humanidad al borde del colapso. Ahora todo está... en desgracia."
Erik dejó escapar un suspiro profundo, como si el peso de la tristeza que sentía por su hogar lo hubiera alcanzado una vez más. La sensación de impotencia que había llevado por años en ese lugar lejano y lejano aún lo perseguía, aunque ahora, aquí, en este nuevo mundo, parecía encontrar un rincón de esperanza.
—"¿Será que por eso fui traído aquí?" continuó en voz baja, como si las palabras pudieran hacer sentido de lo que aún no comprendía. —"Quizá este lugar es un nuevo comienzo. Un mundo donde no haya destrucción, donde todo sea diferente. Tal vez aún hay esperanza... para algo."
Cuando se acercaron a la aldea, el cielo comenzaba a teñirse de un suave naranja, prometiendo una noche tranquila.
—Tendremos suficientes frutas para hacer jugos y quizá algo más por días —dijo Lera, emocionada mientras revisaba su canasta—. ¡Incluso podemos experimentar con algunos sabores nuevos!
—Eso suena genial —respondió Erik—. Si necesitan ayuda, solo avísenme.
Jaia, que caminaba unos pasos por delante, sonrió ligeramente al escuchar su disposición. Aunque al principio había dudado de su presencia en la aldea, no podía negar que estaba haciendo un esfuerzo sincero por integrarse y ayudar.
Al llegar a la aldea, cada una de las chicas se dirigió al lugar de almacenamiento para guardar las frutas. Erik, acompañado por Suri, dejó su carga en la pequeña despensa antes de dirigirse a su cabaña, listo para descansar después de un día productivo.
El día había sido largo, pero entre la recolección y la convivencia, había traído un nuevo nivel de cercanía con las chicas. La aldea comenzaba a sentirse menos como un lugar extraño y más como un hogar.
El sol comenzaba a ocultarse, bañando la aldea con tonos cálidos que pronto darían paso a la noche. Erik, tras dejar las frutas recolectadas en la despensa, se dirigía a su cabaña pensando en descansar un poco después del largo día. Sin embargo, no había avanzado mucho cuando una voz conocida lo detuvo.
—¡Erik! —gritó Hada desde la distancia, con un tono que claramente significaba que algo se traía entre manos.
Al darse la vuelta, Erik vio a Hada y Becca acercándose rápidamente, seguidas de Suri, Lera. Todas tenían una expresión de expectativa y diversión en sus rostros.
—¿Qué ocurre? —preguntó Erik con una sonrisa, aunque ya podía intuir que algo había olvidado.
Hada fue la primera en hablar, con los brazos cruzados y una ceja levantada.
—¿De verdad no lo recuerdas? Dijiste que hoy nos contarías un historia de terror. Lo prometiste hace días, ¿o no?
Erik se llevó una mano a la frente, fingiendo dramatismo.
—¿De verdad dije eso? —preguntó, sabiendo perfectamente que sí lo había prometido.
—¡Sí! —exclamaron varias al unísono, incluyendo a Suri, que lo miraba con ojos brillantes.
Lera, que estaba justo detrás de las demás, agregó:
—Además, ya preparamos todo para escuchar. Jaia y sus hermanas dijeron que también se unirán. Así que no hay escapatoria.
—Perfecto... No tengo más opción que cumplir, ¿verdad? —dijo Erik, resignado pero divertido.
—Exacto. —Becca sonrió ampliamente mientras señalaba el area de la fogata que habían encendido, donde las chicas ya habían colocado algunos troncos y pieles para sentarse.
Poco después, Erik se encontraba sentado junto a la fogata, rodeado por todas las chicas. Jaia, Jerut y Alisha, se habían acomodado un poco más alejadas, observando con curiosidad. El fuego crepitaba suavemente, iluminando los rostros ansiosos de las chicas, que esperaban con emoción.
—Está bien, está bien... Les contaré una historia de miedo—dijo Erik, levantando las manos para silenciar el murmullo de la pequeña multitud—. Pero les advierto que es una historia que podría quitarles el sueño.
—¡Eso queremos! —gritó Hada, recibiendo un codazo juguetón de Becca.
Erik se inclinó un poco hacia adelante, dejando que la luz del fuego iluminara su rostro de forma dramática.
—Bien, escuchen con atención. Esto ocurrió en un lugar lejano, en una noche como esta, donde el viento soplaba entre los árboles y la luna apenas iluminaba el camino...
Y así, Erik comenzó a narrar una película lleno de suspenso y misterio, combinando elementos que recordaba de historias antiguas con un toque de su propia imaginación. Las chicas lo escucharon con los ojos abiertos de par en par, algunas abrazándose entre sí cuando el relato se tornaba más intenso.
Al final de la historia, cuando Erik terminó con un giro inesperado, todas quedaron en silencio por un momento antes de estallar en una mezcla de risas nerviosas y exclamaciones.
—¡Eso estuvo genial! —exclamó Suri, rompiendo el silencio.
—Aunque creo que ahora tendré pesadillas... —dijo Lera, fingiendo un escalofrío, lo que provocó risas en el grupo.
Pero justo cuando Erik pensaba que todo había terminado, Becca levantó la mano, con una sonrisa desafiante.
—Eso fue bueno, Erik, pero... ¿tienes algo más? Algo aún más tenebroso.
—Sí, otra, otra —corearon las demás, riendo y mirándolo con ojos expectantes.
Erik se llevó una mano al rostro, fingiendo resignación.
—¿Más? ¿No fue suficiente con una?
—¡No! —gritó Hada entre risas—. Ahora queremos una que realmente nos deje temblando.
Erik sonrió.
—Está bien, pero esta vez será aún más oscura. Prepárense.
Erik, comenzó a relatar la historia de terror mas macabra que había conocido en su niñez, añadiendo partes de películas de miedo que había visto con sus abuelos.
—"Y entonces, el hombre con mascara blanca salió de la casa, armado solo con un cuchillo grande y largo, y al dar el primer paso en la oscuridad..." —dijo Erik, con una voz baja y misteriosa, mirando a las mujeres alrededor de la fogata, quienes lo escuchaban con atención. El ambiente se volvía cada vez más tenso, a medida que Erik aumentaba la emoción de su relato—. "Un rugido retumbó en la noche, y las sombras se movieron hacia él... pero no era un animal. Era algo mucho peor..."
El momento de mayor suspenso llegó, y justo cuando todos esperaban el clímax de la historia, un grito estridente desde los arboles cercanos rompió la tensión.