El sol ya iluminaba con fuerza el valle, filtrándose entre las hojas de los árboles y proyectando sombras danzantes, anunciando un día cálido.
El área donde comían estaba al aire libre, bajo la sombra de un gran árbol de copa amplia con varios arboles alrededor. Había una mesa de madera rústica larga como para muchas personas, rodeada por bancos de troncos utilizados como asientos con pieles por encima.
Erik salió de la cabaña con pasos cuidadosos, cuidando no moverse mucho para no sentir dolor en su costado lastimado. Sentía el suelo tibio bajo sus pies descalzos, una sensación a la que se acostumbro rápido y a la vez reconfortante. Llevaba puesta la túnica que le habían prestado Jaia y Jerut. Era una prenda sencilla, pero claramente diseñada para alguien más pequeño que él. La piel se le ajustaba en los hombros y la parte inferior le llegaba apenas llegando a las rodillas, revelando sus piernas.
Las chicas, que ya se encontraban alistado la mesa, se voltearon al verlo llegar. Mika, Becca, Hada y Suri lo miraron de inmediato, sus ojos fijos en la figura de Erik, que intentaba mantener la compostura. Mika levantó una ceja con una sonrisa burlona, mientras Suri soltaba una pequeña carcajada.
—"Parece que te queda algo pequeña, ¿no?" —comentó Suri, llevándose una mano a la boca para disimular la risa.
—"Si crece un poco más, será una prenda para muñecas," añadió Becca, entre risas, mientras Hada la empujaba suavemente en el brazo, también riendo.
Erik respiró hondo, frotándose el cuello con una mano. Sentía las miradas de todas clavadas en él.
—"Bueno... es mucho más de lo que tenía antes, así que no me quejo." —Respondió con una sonrisa nerviosa.
Jerut, cruzó los brazos y esbozó una media sonrisa.
—"Es lo mejor que tenemos por ahora," —dijo, arqueando una ceja con tono de humor. "Además, aquí todas hemos usado prendas extrañas en algún momento, así que no te preocupes."
—"Agradezco el gesto. De verdad," —respondió Erik, inclinando ligeramente la cabeza.
Jaia, que observaba la situación, se acercó dando palmadas suaves para captar la atención de todas.
—"Ya basta de bromas, chicas. Vamos a comer. Él necesita recuperar fuerzas, y nosotras también."
El grupo de jóvenes se calmó de inmediato, aunque Suri no pudo evitar lanzar una última mirada divertida hacia Erik antes de seguir con los preparativos. A pesar de todo, agradecía el esfuerzo y la amabilidad de todas, que, a pesar de las circunstancias extrañas, estaban haciendo todo lo posible por hacerlo sentir bienvenido.
Los olores eran intensos y peculiares. El guiso espeso burbujeaba suavemente en una olla de barro colocada sobre una base de piedras con un fuego constante por maderos secos. Había frutas partidas por la mitad y una variedad de vegetales cocidos con hierbas aromáticas que Erik no reconocía, pero que le abrían el apetito. El calor del vapor que salía del guiso se mezclaba con el aroma de la leña quemada, creando un ambiente hogareño.
Arlea, con sus brazos fuertes y firmes, estaba terminando de colocar las últimas piezas de la comida. Su expresión era de concentración absoluta mientras ajustaba la posición de los cuencos de madera.
Cuando llegaron al área de la comida, Arlea estaba terminando de poner la mesa, el guiso con hierbas le llego al olfato a Erik y su estómago gruñó con fuerza al acercarse.
—“Vaya,” —dijo Hada, viendo cómo Erik se acercaba a la mesa, —“este lugar sí sabe cómo hacer que uno tenga hambre.”
Erik sonrió, sintiéndose por fin aliviado de estar rodeado de gente que, a pesar de lo extraño de su situación, lo trataban con cortesía.
—“Lo tengo claro,” —respondió, viendo que Suri le hacia señas para que se siente a su lado.
Las chicas y Erik se sentaron alrededor de una mesa larga. Las jóvenes susurraban entre ellas mientras observaban los preparativos de Arlea, quien se movía con expresión solemne, sirviendo un guiso humeante en cuencos de barro y madera.
— “Es el… ¿guiso de verduras, verdad?” murmuró Hada a Becca, quien estaba sentada a su lado, tratando de adivinar el contenido del plato.
Becca asintió, observaba la mezcla espesa en su plato con una expresión que oscilaba entre la curiosidad y la cautela. Los colores extraños —una combinación de verde musgo y marrón terroso— no ayudaban a disipar sus dudas.
—“Arlea siempre dice que esta es una nueva receta. ‘Sabe mejor que nunca’, dice,” comentó Becca con una mezcla de sospecha y resignación, removiendo el guiso con su cuchara de madera.
Hada, que se divertía cada vez que Arlea improvisaba en la cocina, se inclino hacia Erik con un brillo pícaro en los ojos.
—“Prepárate… Arlea es famosa por sus experimentos,” le susurró en tono cómplice. “La última vez que le puso algo ‘extra’, Becca apareció bien hinchada. ¡Y no solo el rostro! Se le hincharon los brazos, las piernas… y hasta los pechos,” añadió, haciendo un gesto exagerado en su propio pecho. — “Por un momento pensamos que iba a superar a Arlea en tamaño,” soltó entre risas, mirando a Arlea y luego a Becca.
El resto de las chicas no pudo contener la risa. Becca, quien al principio intentó sonreír para disimular la vergüenza, se sonrojó mientras el grupo se reía de su hinchazón pasada. Recordaba cómo incluso su ropa había quedado apretada por la extraña reacción y, aunque sabía que la situación había sido un tanto cómica, no podía evitar sentirse algo expuesta con tantas miradas sobre ella.
—"¡Ya basta, Hada!" —protestó Becca, con las mejillas ligeramente sonrojadas—. "Fue hace mucho tiempo. ¡Ni siquiera fue mi culpa!"
—"¿Ah, no? ¿Y de quién fue, la fruta?" —bromeó Hada, inclinándose hacia ella con una sonrisa burlona—. "Porque yo recuerdo que tú misma la mordiste bien confiada."
—"¡Parecía comestible!" —se defendió Becca, levantando las manos con frustración—. "¿Qué esperabas que hiciera? No había razones para sospechar de ella."
Las risas se intensificaron. Suri, que estaba junto a Erik, trató de mantener la compostura, pero al escuchar el comentario, dejó escapar una carcajada contenida.
Becca cruzó los brazos, frunciendo el ceño mientras lanzaba una mirada fulminante a Hada.
—"Ya se rieron suficiente de eso ese día. No entiendo por qué siguen con el tema," —murmuró Becca, levantándose de su lugar para ir a otro lejos de Hada.
—"Porque fue gracioso," —dijo Hada con total descaro—. "Y las cosas graciosas no se olvidan tan fácil."
Erik, que había estado observando la escena en silencio, se inclinó un poco hacia Becca mientras ella tomaba asiento junto a él.
—"¿Qué fue lo que pasó?" —preguntó con un tono genuino de curiosidad.
Becca soltó un largo suspiro, pero su expresión se suavizó.
—"Hace tiempo, Arlea trajo una fruta que parecía madura y dulce," —explicó, haciendo un gesto con las manos para mostrar el tamaño—. "La mordí una vez… y en un tiempo después, mi cuerpo empezó a hincharse. No podía hablar bien ni moverme y todas se rieron de mí por días."
—"Dijo que era 'deliciosa' antes de que se hinchara toda," —agregó Hada, interrumpiendo con una sonrisa burlona—. "Así que todas nos aseguramos de recordárselo cada vez que podemos."
Erik asintió con una sonrisa comprensiva, sin un atisbo de burla.
—"No te preocupes. A mí me pasa lo mismo, con el maní," —comentó mientras miraba a Becca con una pequeña sonrisa comprensiva.
—"¿Maní?" —preguntó Becca, confundida, inclinando la cabeza hacia un lado.
Jaia, que estaba en silencio observando la escena, levantó la mirada de pronto. Frunció el ceño y se llevó una mano a la barbilla, pero no dijo nada. “Maní… esa palabra… me suena de algo,” pensó, cerrando los ojos como si buscara en algún rincón lejano de su memoria. “Sí, creo que la escuché cuando era niña… Fue hace tanto tiempo. ¿Quién la dijo? ¿Mi madre? No… tal vez alguien que lo dijo alguna vez…” La imagen se desvanecía antes de poder aferrarse a ella por completo.
—"El maní es una semilla que se puede comer. Se usa en todo tipo de comidas," —agregó Erik, ajeno a la reflexión silenciosa de Jaia, pero atrayendo la atención de las demás.
—"¿Y por qué te hace hincharte?" —preguntó Suri, intrigada.
—"Es una reacción del cuerpo. No a todos les pasa, pero a algunos sí. El cuerpo lo rechaza y provoca hinchazón o algunas veces dificultad para respirar," —explicó Erik con tranquilidad.
—"Vaya, entonces no fue solo a Becca," —dijo Mika, lanzándole una mirada de reojo con una sonrisa de complicidad.
—"¡Dije que ya basta!" —protestó Becca, volviendo a cruzar los brazos, mientras su cara se sonrojaba aún más.
Las risas no se hicieron esperar, pero esta vez Becca no se sintió tan avergonzada. Quizás, en parte, porque Erik la había defendido.
Becca levantó la vista hacia él, algo sorprendida por su comentario. La mayoría de las chicas se habrían reído o se habrían unido a Hada en la burla, pero él no lo hizo.
—"Gracias por defenderme" —dijo Becca, con una sonrisa tímida.
—"Fue un placer " —respondió Erik con una pequeña sonrisa—. "Una vez, un amigo mío mordió una fruta parecida a la que describes y terminó con la lengua tan hinchada que no pudo hablar bien por horas. Fue bastante gracioso, pero nadie se burló de él… al menos no ese mismo día."
Becca soltó una risa, esta vez sincera, sintiéndose menos avergonzada por la anécdota.
—"Al menos no soy la única entonces," —dijo, relajando los hombros.
Hada, que había estado observando de reojo, dejó de reírse por un momento, notando el cambio en la actitud de Becca.
—"Mira, mira, ya la está consolando," —dijo Hada, levantando las cejas de forma juguetona, tratando de provocar otra reacción.
—"Hada," —interrumpió Jaia con su tono firme—, "deja de comportarte como una niña."
Hada hizo un gesto de "no fue mi culpa" con las manos, pero no sin lanzar una última sonrisa traviesa hacia Becca, quien ya parecía mucho más tranquila.
Erik con una expresión relajada. Observó a las chicas con una leve sonrisa. Aunque aún estaba aprendiendo a entender la dinámica entre ellas, se dio cuenta de algo importante: a veces, la risa podía ser una herramienta para la unión, pero la empatía era mucho más poderosa.
Becca mirando a Erik, sintiéndose extrañamente aliviada. La explicación de Erik, lejos de ser una burla como las de las demás, le dejaba una sensación de seguridad inesperada.
El aire se llenó de una mezcla de risas y murmullos mientras las chicas seguían riendo sobre la situación de Becca. A pesar de la vergüenza que sentía, Becca no pudo evitar sonreír un poco al ver la actitud relajada de las demás, incluso cuando el tema se había convertido en una especie de broma recurrente.
Arlea finalmente colocó un cuenco frente a Erik y, sonriendo con satisfacción, le hizo un gesto para que probara el primer bocado.
—"Hoy sí que he hecho algo especial," —dijo Arlea, mirando con orgullo el cuenco que había colocado frente a Erik.
Las chicas se inclinaron hacia adelante en la mesa, cada una con una expresión diferente: Hada miraba con curiosidad, Mika tenía las cejas levantadas con escepticismo, Becca se mordía el labio como si estuviera esperando una explosión, Jerut se inclinaba ligeramente para ver mejor, y Suri simplemente observaba con una mezcla de cautela y diversión.
—"Arlea… ¿segura que no va a… ya sabes, explotar o quemarle la lengua?"—bromeó Hada, guiñándole un ojo a Becca, que soltó una risita.
—"¡Silencio, todas!" —ordenó Arlea, levantando una mano con dramatismo—. “Hoy, se acordarán de este día, como el día en que conquiste el arte de la cocina.”
—"O el día en que Erik no vivió para contarlo," —murmuró Mika en voz baja, provocando algunas risas contenidas.
—"Si alguna no confía, puede irse," —dijo Arlea con una sonrisa desafiante—. “Pero sé que ninguna de ustedes se quiere perder esto.”
Todas callaron, mirándose entre sí, hasta que sus ojos se posaron en Erik. Él se quedó quieto, mirando el guiso con curiosidad. Era espeso, con trozos que parecían verduras flotando junto a lo que parecían raíces y pequeñas hojas. A simple vista, no se veía mal… pero la mirada de las demás y su experiencia pasada con los "experimentos" de Arlea las mantenía en guardia.
—"No tienes que hacerlo si no quieres," —dijo Mika con una media sonrisa, fingiendo amabilidad.
—"No, lo haré," —dijo Erik con resolución. Levantó la cuchara de madera, la sumergió en el guiso humeante y sopló un par de veces. Todas contuvieron la respiración.
El silencio fue absoluto. Se escuchaba el canto de las aves a la distancia, el crujir de las hojas bajo una suave brisa… y el sonido de la cuchara rozando los labios de Erik.
—"Ahí va," —susurró Suri, con los ojos bien abiertos.
Erik tomó el primer bocado y cerró los ojos. Movió la mandíbula lentamente, como si estuviera evaluando cada textura y sabor. Todas se inclinaron hacia adelante, atentas a cualquier señal de disgusto. Pasaron unos segundos eternos… pero Erik no hizo ningún gesto de asco.
—"¿Y bien? ¿Y bien?" —preguntó Arlea, mordiéndose las uñas con nerviosismo.
Pero Erik no respondió. Su expresión cambió. Frunció el ceño y sus labios temblaron. Las chicas se miraron entre sí con preocupación.
—"¡Oh no! ¡Lo envenené!" —gritó Arlea, llevándose las manos a la cabeza.
—"¡Se va a desmayar!" —exclamó Becca, cubriéndose la boca con las manos.
—"¡escupe! ¡Escúpelo ya!" —dijo Suri, moviéndose hacia él con pánico en la mirada.
Pero Erik no escupió. Su pecho se sacudió levemente, su rostro se inclinó hacia adelante y…
—"Está… ¿está llorando?" —murmuró Hada, con los ojos abiertos como platos.
—"¡Lo sabía, está sufriendo! ¡Se le quemó la lengua o le dio algo raro!" —gritó Mika.
—"¡No, no, no! ¡No era para tanto!" —dijo Arlea, moviéndose hacia él—. “¡Erik! ¡Di algo!”
Erik se llevó una mano al rostro, secándose con el dorso de la mano las lágrimas que comenzaban a correr por sus mejillas. Su respiración era temblorosa, pero cuando abrió los ojos, todas se quedaron en silencio al ver la expresión en su rostro.
No era dolor. No era sufrimiento. Era algo completamente distinto.
—"Esto… esto está delicioso," —dijo Erik con la voz quebrada y una risa suave que salió entre sus palabras—. “No he comido algo así de rico en… en tanto tiempo.”
El asombro se extendió entre las chicas como una ola. Todas parpadearon, procesando lentamente lo que acababan de escuchar.
—"¿Delicioso?" —repitió Arlea, como si no creyera lo que oía.
—"¿Estás seguro?" —preguntó Hada con una ceja arqueada.
—"Sí… sí," —dijo Erik, tomando otra cucharada con más confianza. Esta vez no se detuvo a soplarla, la metió directo en la boca, saboreándola con evidente placer—. “Es increíble. Sabe a… como mi hogar.”
La palabra "hogar" resonó en la mente de todas, pero especialmente en la de Arlea, que sintió un nudo en la garganta. Tocándose las mejillas ruborizadas, bajando la mirada, pero una sonrisa de orgullo se formó en sus labios.
—"¡Te lo dije!" —exclamó, con alegría—. “¡Les dije que era especial!”
—"Oye, oye… no exageres," —dijo Mika, con una sonrisa de lado—. “Aún no hemos probado.”
Suri estaba sentada con el ceño fruncido, sus ojos fijos en su cuenco como si se tratara de un campo de batalla. Con la cuchara en mano, maniobraba con precisión quirúrgica para separar los trozos de vegetales de la carne. Empujaba un pedacito de vegetal a un lado, luego otro, y finalmente apartaba unos trocitos de algo verde que no se molestó en identificar. Los amontonaba en la esquina del cuenco como si fueran enemigos derrotados en una guerra silenciosa.
Arlea se dio cuenta primero y arqueó una ceja, pero no dijo nada. Conocía bien esa lucha.
—“¿Qué haces, Suri?” —preguntó Jaia, mirándola con una mezcla de paciencia y resignación.
—“Limpieza estratégica,” —respondió Suri, sin apartar la mirada de su cuenco. Su concentración era absoluta, como si cada vegetal representara una amenaza a su integridad.
Becca suspiró, sacudiendo la cabeza. —“Otra vez con eso, Suri. Ya estás grande para andar separando la comida.”
—“No me gustan los vegetales,” —replicó Suri con la firmeza de una guerrera defendiendo su causa—. “Son amargos y se sienten raros en la boca.”
—“Has dicho eso desde que eras mas pequeña,” —comentó Arlea, mirando de reojo a Erik—. “Ni yo he logrado que se los coma.”
—“Ni yo,” —agregó Hada, levantando la mano—. “Le prometí la fruta mas dulce a cambio de que se comiera un pedazo de vegetal y prefirió quedarse sin la fruta.”
Las mujeres rieron con suavidad, pero sin burla, como quien recuerda una vieja anécdota familiar. Jaia negó con la cabeza, observando la escena con sus ojos llenos de paciencia infinita.
Erik, que había estado comiendo en silencio, bajó su cuenco y observó la "operación limpieza" de Suri. Ladeó la cabeza y una sonrisa divertida apareció en su rostro. Se inclino con calma hacia ella.
—“¿Qué pasa aquí, pequeña?” —preguntó, dándole un toque ligero en el hombro.
Suri lo miró de reojo, sin soltar la cuchara. —“Nada. Solo me estoy deshaciendo de lo que no sirve.”
—“¿Deshaciendo de lo que no sirve, eh?” —repitió Erik, inclinándose hacia su cuenco. Señaló los trozos de vegetales apartados en la esquina—. “Curioso. Porque para mi, esos son los tesoros.”
Suri parpadeó y frunció el ceño, claramente escéptica. —“No me engañas. Esto no es un tesoro.”
—“No me creas a mí,” —dijo Erik, alzando las manos como si se lavara de toda culpa—. “Pero te diré algo. Cuando yo era pequeño, odiaba los vegetales también.”
Las mujeres miraron a Erik con sorpresa, incluso Jaia levantó una ceja con interés.
—“¿Tú también?” —preguntó Suri, visiblemente interesada.
—“Oh, sí,” —respondió Erik con una sonrisa de complicidad—. “Odiaba la textura, el sabor, todo. Pero mi abuelo me dijo algo que nunca olvidé.”
Suri inclinó la cabeza, mirándolo con curiosidad. —“¿Qué te dijo?”
Erik puso una cara seria, con el tono solemne de alguien a punto de revelar un secreto ancestral. —“Me dijo que los guerreros comen de todo, porque nunca sabes cuándo tendrás otra oportunidad de comer.”
Las palabras resonaron entre las mujeres. Arlea dejó de remover el caldero y miró a Erik con atención, mientras Hada entrecerraba los ojos, reflexionando sobre la frase. Jaia asintió con lentitud, como si reconociera la verdad de aquellas palabras.
—“Los guerreros comen de todo…” —repitió Suri en voz baja, mirando su cuenco con una expresión pensativa.
—“Así es,” —confirmó Erik, inclinándose un poco más hacia ella—. “Los guerreros fuertes no se detienen a separar la comida. Comen lo que tienen enfrente, y con eso se hacen más fuertes.”
Suri se quedó en silencio por un momento, mirando los vegetales con ojos calculadores. Podía sentir las miradas de las demás sobre ella, pero esta vez no hubo burlas ni risas. Todas la miraban con expectación, como si esperaran que diera el primer paso en una prueba importante.
—“No me gustan…” —murmuró, pero esta vez su voz sonaba menos firme.
—“Los guerreros tampoco eligen lo que les gusta,” —le recordó Erik—. “Eligen ser fuertes.”
Suri miró los vegetales con el ceño fruncido, como si estuviera evaluando a un enemigo formidable. Tomó la cuchara con ambas manos, la acercó lentamente a su boca y cerró los ojos.
Las demás contuvieron el aliento.
—“Vamos, Suri,” —murmuró Becca, apretando los puños como si apoyara a una competidora en una carrera.
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La cuchara entró en su boca y Suri se quedó quieta, inmóvil. Masticó con lentitud, los ojos aún cerrados, el rostro totalmente inexpresivo. Los segundos pasaron con una lentitud insoportable.
—“¿Y…?” —preguntó Hada, inclinándose hacia su dirección.
Suri abrió los ojos con calma, masticando con lentitud. Se tomó su tiempo para tragar y, finalmente, respiró hondo.
—“No está tan malo,” —dijo con un tono casi desafiante, como si no quisiera admitir del todo la derrota.
Hubo un momento de silencio total. Arlea parpadeó, incrédula. Jaia y Jerut levantaron la cabeza, mirándola con una sonrisa de satisfacción. Becca soltó un leve suspiro de asombro, mientras Hada se tapaba la boca con la mano, sin creer lo que había escuchado.
—“Lo hizo…” —dijo Arlea en voz baja—. “Se lo comió.”
—“Se comió los vegetales,” —agregó Becca, aún en shock—. “¡Se la comió!”
Jaia soltó una carcajada suave, cargada de orgullo, mientras miraba a Erik con una expresión de respeto. —“Eres un buen hablador, muchacho,” —dijo con una sonrisa—. “Nosotras llevamos mucho tiempo intentando que coma, y tú lo lograste en minutos.”
—“Nada de eso,” —respondió Erik, sacudiendo la cabeza—. “Ella hizo el trabajo. Yo solo le recordé lo fuerte que es.”
Las palabras de Erik provocaron que todas miraran a Suri con admiración. La niña, aún con la cuchara en la mano, miró a su alrededor, dándose cuenta del efecto que había causado. Su rostro se iluminó con una pequeña sonrisa de satisfacción.
—“Soy una guerrera,” —declaró con firmeza, tomando otro trozo con la cuchara—. Esta vez se lo llevó a la boca sin dudar.
—“¡Esa es mi chica!” —dijo Hada con una sonrisa amplia, sin contener su emoción.
—“Fuerte y valiente,” —dijo Arlea, con una sonrisa de orgullo—. “Ni yo me la habría comido tan rápido.”
Las demás rieron, pero esta vez no había burla. Era pura admiración.
Erik sonrió, satisfecho, mientras tomaba otro bocado de su cuenco. Miró a Suri de reojo, viendo cómo la niña devoraba el guiso con renovada confianza. No dijo nada, pero en su interior sintió una pequeña victoria compartida.
—“Guerrera, ¿eh?” —murmuró para sí mismo, observando a Suri con respeto.
Y en ese momento, algo cambió para todas. No solo Suri había ganado. Todas lo hicieron.
La conversación alrededor del área de comida se llenó de risas y murmullos de asombro. La noticia de que Suri había comido vegetales. Todas miraban a la pequeña guerrera con admiración, algunas incluso con una mezcla de incredulidad y respeto.
—“Increíble,” —murmuró Becca, observando a Suri comer con una naturalidad que nadie había visto antes—. “Yo creí que ni la promesa de frutas dulces la haría ceder, pero ahí está… comiendo.”
—“Hasta la verde se la está comiendo,” —agregó Hada, como si la hazaña fuera aún más grande.
—“Lo que no logramos en años, él lo hizo en un momento,” —dijo Arlea, mirando de reojo a Erik.
Erik seguía comiendo tranquilamente, pero sonreía para sí mismo. —“No fue nada,” —dijo encogiéndose de hombros—. “Solo le recordé lo fuerte que es. Los guerreros no se rinden ante la comida.”
Hada soltó una carcajada. —“¡Oh, entonces también soy una guerrera! Porque yo nunca dejo nada en mi cuenco.”
—“Eso no cuenta,” —se burló Becca—. “Tú no dejas ni las sobras.”
Las mujeres se miraron unas a otras, cada una con la cuchara en la mano, listas para enfrentar su destino. Jaia soltó un leve suspiro, con una sonrisa apenas perceptible.
—“Guerreras, ¿eh?” —dijo Jaia en voz baja, viendo a las jóvenes reunir coraje—. “Vamos, pues. Que no se diga que Suri fue más valiente que todas ustedes.”
—“¡Eso jamás!” —dijo Hada, levantando la cuchara como si fuera una lanza.
Una tras otra, las mujeres probaron el guiso. Primero Becca, quien tomó un bocado con expresión de cautela extrema. Masticó lentamente, con los ojos entrecerrados, como si analizara cada textura y cada sabor.
—“No está mal…” —dijo, inclinando la cabeza con sorpresa—. “En realidad… ¡Está muy bueno!”
Hada tomó su turno, haciendo una mueca de falsa valentía antes de llevarse la cuchara a la boca. Su rostro pasó de la duda a la sorpresa, y luego a la aprobación total.
—“¡Por los árboles sagrados! ¡Está delicioso!” —exclamó Hada, mirando a Arlea con una sonrisa de asombro—. “¿Cómo hiciste esto?”
—“No lo sé,” —admitió Arlea con una mezcla de alivio y orgullo—. “Solo probé algo nuevo… y funcionó.”
—“¡Pues hazlo otra vez!” —dijo Becca, señalando su cuenco vacío—. “Quiero más.”
Con cada reacción positiva, las demás mujeres comenzaron a probarlo con más confianza. Jerut y Jaia tomaron sus cucharas al mismo tiempo y se miraron con la misma sonrisa traviesa. Cuando ambas probaron el guiso, intercambiaron una mirada de aprobación mutua.
—“Hecho digno de recordar,” —dijo Jaia, limpiándose la comisura de la boca con un dedo—. “Arlea, tu nombre quedará en las historias.”
—“No exageres,” —dijo Arlea, aunque no pudo ocultar una sonrisa de orgullo.
Mientras todas comían y charlaban sobre el guiso, la atención se desvió nuevamente hacia Erik. Jaia, con sus ojos atentos, observó al joven con una curiosidad silenciosa, como si quisiera entender más sobre él.
—“Y tú,” —dijo Jaia con un tono reflexivo—. “Dijiste que los guerreros comen de todo. ¿Qué comías antes?”
Erik bajó la cuchara y se quedó pensativo por un momento. —“Depende de dónde estuviera,” —respondió, rascándose la nuca—. “Cuando estaba en mi hogar, comía de todo: carne, frutas, verduras, pan…”
—“¿Pan?” —preguntó Jerut, ladeando la cabeza—. “¿Cómo es eso?”
—“Es… bueno, es una masa cocida,” —trató de explicarlo con gestos de sus manos—. “Harina de granos mezclada con agua y otras cosas. Se hornea hasta que se pone crujiente por fuera y suave por dentro. A veces es dulce, a veces salado.”
Los ojos de todas se abrieron de par en par, y las miradas se cruzaron con emoción. La simple idea del pan era nueva para ellas.
—“¡Quiero eso!” —dijo Hada, imaginando en su mente algo delicioso—. “Quiero pan.”
—“Bueno tendria que buscar los ingredientes necesarios para hacerlo, se los mostraré,” —prometió Erik con una sonrisa.
—“Y en el bosque, ¿Qué comías?” —preguntó Mika, llevándose otra cucharada de guiso a la boca.
El rostro de Erik cambió. Su sonrisa se desvaneció lentamente, y su expresión se torció con una mueca de disgusto.
—“Comía carne, claro,” —dijo, haciendo un gesto de caza con las manos—. “varios animales… lo que pudiera atrapar. Y una fruta…”
—“¿Qué tipo de fruta?” —preguntó Arlea, claramente interesada—. “¿Alguna como las de aquí?”
—“No exactamente,” —dijo Erik, con un estremecimiento que recorrió todo su cuerpo—. “Había una… la más fea que he visto. Por fuera parecía un bulto cubierto de espinas. Por dentro era blanda y tenía un olor… ¡Dios, el olor!” —Erik cerró los ojos y sacudió la cabeza con fuerza, como si el recuerdo fuera suficiente para revivir la experiencia—. “Era como si algo se hubiera podrido dentro. La textura era horrible, pero no había mas y tenía hambre, así que la comí.”
—“¡No puede ser tan mala!” —se rió Becca, casi atragantándose con su guiso.
—“Peor de lo que piensas,” —aseguró Erik, señalándola con la cuchara—. “Si algún día ven una fruta así, corran. No pregunten. Solo corran.”
Las mujeres estallaron en carcajadas. Hada tuvo que apoyarse en Mika para no caerse de la risa, y Jaia se cubrió la boca con la mano mientras sus hombros temblaban de la risa contenida.
Entre todas las risas, Suri levantó la mano como una guerrera que pide la palabra en una asamblea.
—“¡Yo quiero más guiso!” —dijo con voz fuerte, agitando su cuchara en el aire.
El silencio fue inmediato. Todas las cabezas se giraron hacia la pequeña guerrera.
—“¿Más?” —preguntó Becca con asombro—. “¿Pero si tienen vegetales?”
—“¡Sí, pero no saben a fruta apestosa!” —respondió Suri, mirando a Erik con los ojos encendidos de determinación.
Becca se quedó con la boca abierta, mientras Hada miraba a Suri como si acabara de ver a una nueva persona. Arlea se llevó la mano a la frente, sacudiendo la cabeza con una sonrisa incrédula.
—“Bueno,” —dijo Arlea con los brazos en la cintura—. “Si con eso aprendimos a que coma, tendré que traer una fruta horrible cada vez.”
—“No es necesario,” —dijo Erik, agitando las manos—. “Esa fruta ya me hizo sufrir lo suficiente.”
Suri soltó una risa ligera, tomando otra cucharada de guiso con una sonrisa de victoria.
—“Soy una guerrera,” —dijo con firmeza—. “Y los guerreros no se rinden.”
Jaia la miró con una sonrisa de profundo orgullo, asintiendo en silencio.
—“Eso es, pequeña,” —murmuró para sí misma—. “Eso es.”
Mientras todos estaban sentados alrededor de la mesa, la atmósfera era tranquila. El murmullo de las conversaciones llenaba el espacio, pero aún había una ligera tensión por el misterio de la llegada de Erik. Jaia y Jerut, observando la interacción de las chicas, se miraron entre sí con una complicidad silenciosa. Sabían que, tarde o temprano, tendrían que hablar más a fondo sobre la convivencia con un chico y qué papel jugaría en el futuro de la aldea.
Pero por ahora, todo lo que podían hacer era ofrecerle comida, y tal vez, con el tiempo, las respuestas llegarían por sí solas.
Las risas y la calidez del momento aún flotaban en el aire cuando el guiso llegó a su fin. Los cuencos estaban vacíos, y cada una de las chicas parecía satisfecha, algunas incluso con una ligera sonrisa de sorpresa por lo delicioso que había resultado.
—"¡Hora de las frutas!" —gritó Becca, con un brillo de emoción en los ojos.
—"¡Primero yo!" —dijo Mika con agilidad, tomando una de las frutas más grandes y mordiendo con fuerza, dejando escapar un leve gemido de satisfacción.
Becca no se quedó atrás, arrebatando dos frutas redondas, una en cada mano. Las demás la imitaron con rapidez, entre risas y empujones amistosos.
Suri, que no quería quedarse atrás, se lanzó sobre la bandeja con una risa juguetona, tomando una fruta amarilla brillante y redonda una en cada mano. La miró por un momento, fascinada por su color, antes de morderla con energía, dejando un jugo dulce y dorado en la comisura de sus labios.
Mientras tanto, Erik, aún sentado, observaba la escena con cierta confusión. Sus costillas aún dolían con cada movimiento brusco, así que optó por no lanzarse como las demás. Pero había algo más que le inquietaba: no reconocía las frutas. Eran de formas extrañas, algunas con colores que nunca había visto en la Tierra. Había frutas rojas con pequeñas protuberancias, otras amarillas con forma de lágrima y unas verdes con una cáscara áspera.
—"Ni idea de qué son estas cosas," —pensó, inclinándose ligeramente hacia adelante, con la intención de tomar una. Pero en cuanto hizo el movimiento, un pinchazo de dolor en sus costillas lo hizo retroceder con una mueca de incomodidad.
—"Vaya... otra vez me quedé atrás," —murmuró con resignación, observando cómo la bandeja ahora estaba vacía. Las chicas, todas con sus frutas en la mano, no se habían percatado de que Erik no había podido alcanzar ninguna.
Sin embargo, una mirada atenta sí lo notó. Suri, con su fruta en la mano, dejó de comer y miró a Erik. Su expresión cambió de juguetona a reflexiva. Sin decir nada, le estiro un brazo y dandole su fruta que le sobraba.
—"Toma," —dijo la niña, extendiéndole la fruta.
Erik la miró con sorpresa, notando la seriedad en sus ojos.
—"¿Estás segura? Es tu fruta," —dijo, con una sonrisa suave.
—"Sí, yo puedo agarrar otra después," —insistió Suri, estirando sus pequeñas manos hacia él—. "Tú no pudiste agarrar ninguna."
Erik parpadeó, sintiéndose conmovido por el gesto. Le recordó a su hermana mayor. Con una leve sonrisa, tomó la fruta con cuidado.
—"Gracias, Suri," —dijo con voz cálida—. "Eres muy generosa, ¿sabes?."
—"¡Lo sé!" —respondió Suri con orgullo, levantando la barbilla con un aire triunfante.
Las demás la miraron con sorpresa y admiración. Ninguna de ellas esperaba ese acto de generosidad de Suri, especialmente considerando que las frutas eran uno de los alimentos favoritos.
—"Mira a Suri," —comentó Becca con una sonrisa—. "Se está comportando como una verdadera hermana mayor."
—"Mejor hermana mayor que tú, seguro," —respondió Hada, lanzándole una mirada burlona.
Becca le sacó la lengua en respuesta, mientras las risas se reanudaban.
Erik miró la fruta que Suri le había dado. La giró entre sus manos, observando su forma peculiar. Su superficie era lisa y de un amarillo brillante, con un aroma que le resultaba vagamente familiar, pero no podía identificarlo.
—"Bueno, solo hay una forma de saber qué es," —dijo para sí mismo antes de darle un mordisco.
El sabor explotó en su boca, dulce y ligeramente ácido, como si fuera una mezcla entre una mandarina y un mango. Erik parpadeó de sorpresa, masticando lentamente, dejando que los sabores se mezclaran en su paladar.
—"Esto… esto sabe como un durazno, pero más dulce," —dijo en voz alta, mirando la fruta con una mezcla de asombro y admiración—. "No se parece en nada a un durazno, pero el sabor… es similar."
—"¿Durazno?" —preguntó Becca, inclinándose hacia él con curiosidad—. "¿Qué es eso? ¿Otra fruta rara de tu aldea?"
—"Sí," —respondió Erik, con una sonrisa nostálgica—. "Una fruta dulce, con cáscara suave y una semilla dura en el centro. Se parece un poco al sabor de esta, pero la forma y el color son completamente diferentes."
—"Qué raro," —dijo Mika, con los ojos entrecerrados—. "Si no se parece, ¿Cómo sabes que es igual?"
—"A veces el sabor es lo único que necesitas para recordarlo," —respondió Erik, dándole otro mordisco a la fruta.
En ese momento, el entusiasmo de las jóvenes se vio interrumpido por la llegada de Lera, quien llego apresurada. Al notar que Erik estaba en la mesa, con las demás a su alrededor, sus ojos se iluminaron.
— “¡Al fin despierto!” exclamó Lera, caminando directamente hacia él. —“Lamento interrumpir, pero quería darte algo…” Extendió un bulto de piel hacia él: su pantalón y zapatos, limpios y en lo posible restaurada.
—"Tu ropa," —anunció Lera, sin dejar la mirada hacia él—. "Hice lo mejor que pude. La sangre era difícil de quitar, pero usé algunas hierbas para limpiarlas. Las costuras rotas las reforcé con hilo de lana, y los cortes más grandes… bueno, digamos que ahora tienen un par de remiendos nuevos."
— “Yo soy Lera,” dijo finalmente, con una leve inclinación de cabeza y sin dejar de mover sus ojos inspeccionando todo de el.
Erik miró sus ropas con asombro. Estaban limpias y se veían casi como nuevas, salvo por los pequeños parches de piel que Lera había agregado para cubrir los cortes.
—"Lera… esto es increíble," —dijo con una sonrisa de gratitud—. "Hiciste un gran trabajo. Te lo agradezco."
—"No fue fácil," —respondió Lera, con los brazos cruzados, pero claramente satisfecha con sus propias habilidades—. "Este material es extraño. No es cuero, ni lana. No sé qué es, pero no se siente como nada que haya tocado antes."
Las mujeres mayores y las chicas observaban a Lera, que no disimulaba su entusiasmo al presentarse ante Erik, casi examinándolo de cerca con curiosidad.
—¿De qué material están hechas? —preguntó Lera, sin rodeos—. La tela es suave pero firme. ¿Cómo la obtienes?
Erik vaciló, rascándose la nuca mientras buscaba palabras que no fueran… sospechosas.
—Es un tejido que… usamos mucho, de donde vengo —respondió con una sonrisa—. Es duradero y… soporta bien los movimientos bruscos.
Lera asintió, recordando cuando las probo el otro día. Parecía una respuesta, sí, pero no era suficiente para calmar su hambre de saber.
—¿Y quién te enseñó a hacerlo? Porque no tiene costuras como las nuestras… —insistió, señalando una línea perfecta en el borde de la tela—. No parece algo hecho a mano. No hay puntadas visibles.
Erik tragó saliva y rio suavemente, tratando de mantener el tono relajado.
—Bueno… —admitió, encogiéndose de hombros—, en realidad, yo no sé hacer esta tela. Digamos que… otros se encargan de fabricarlas y yo las consigo de alguien más.
Lera levantó una ceja, claramente intrigada.
—¿Entonces ni siquiera sabes cómo se hacen? —preguntó, con una mezcla de sorpresa y desilusión en su mirada.
—No, me temo que no —dijo Erik con una risa incómoda—. De donde vengo, cada persona suele tener su… especialidad, así que alguien se ocupa de hacer las ropas, y yo… bueno, yo solo las uso.
Lera parecía procesar esa respuesta, aunque no parecía completamente satisfecha. Abrió la boca para formular otra pregunta cuando una voz familiar la interrumpió.
Jerut, quien había seguido la escena de cerca, aprovechó la ocasión para acercarse a Lera y le lanzó una sonrisa divertida.
—Lera, cariño, a veces los hombres también necesitan un descanso —le dijo con tono amable—. No hay que apurarlos demasiado con preguntas.
Lera sonrió, algo avergonzada pero sin perder la chispa de curiosidad.
—Es que sus ropas… son tan distintas a las nuestras. No puedo evitar querer saber de dónde vienen, como se hacen.
Jerut, le puso una mano en el hombro, guiándola suavemente hacia su asiento para que empieze a comer con el resto de las chicas.
—Tendrás tiempo para preguntar más adelante —le dijo—. Quizá, cuando se sienta en confianza, nos cuente más. Pero a veces, los secretos necesitan tiempo para mostrarse, ¿no crees?
Lera asintió, aunque sus ojos aún brillaban de curiosidad. Jaia y Jerut compartieron una sonrisa, conscientes de que aquella fascinación era natural y parte de su aprendizaje, pero también de que había momentos en los que era mejor dar espacio para que las respuestas llegaran a su propio ritmo.
Erik, desde su asiento, miró Jerut con una sonrisa de agradecimiento, sabiendo que lo había rescatado de un interrogatorio que todavía no estaba listo para responder.
—¿Sabes, Lera? —interrumpió de repente Becca, quien había estado en silencio —. A veces, las cosas no se desvelan de inmediato. Tal vez necesitamos aprender a esperar. La curiosidad es buena, pero a veces lo que nos atrae más es lo que no sabemos, y no lo que ya está delante de nosotras.
Lera la miró, asintiendo lentamente, aunque la inquietud no la abandonaba.
—Supongo que tienes razón, Becca. Pero es difícil esperar cuando todo parece tan... diferente.
La comida había transcurrido entre risas y conversaciones animadas. Todas hablaban con entusiasmo, menos Lera, quien apenas había pronunciado palabra desde que llegó. Estaba sentada al borde de la mesa, con los ojos entrecerrados, estudiando a Erik con una mezcla de intriga e intensidad que no pasaba desapercibida para nadie.
Las demás chicas charlaban, pero Becca se percató de la mirada fija de Lera y dio una mirada de aviso a Hada.
—"¿Lera siempre mira así cuando está pensando en algo?" —susurró Becca con una sonrisa traviesa.
—"Cuando se le mete algo en la cabeza, ni los truenos la detienen," —respondió Hada, llevándose una fruta a la boca—. "Ya verás."
Y, efectivamente, Lera no pudo aguantar más. Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa y entrelazando los dedos, como si estuviera a punto de interrogar a un criminal.
—"Tú," —dijo con una voz directa y sin rodeos.
—"¿Yo?" —preguntó Erik, levantando la cabeza con una media sonrisa, aunque sabía perfectamente que la atención de Lera se había clavado en él desde hace rato.
—"Sí, tú," —espetó, señalándolo con un dedo—. "Explícame algo… ¿De dónde salió esa increíble tela?."
La conversación de las demás chicas se fue apagando poco a poco, y todas se giraron hacia ellos. Incluso Arlea dejó de partir una fruta para observar la escena con una sonrisa de interés.
—"La tela..." —repitió Erik, jugando con las palabras para ganar tiempo—. "¿Por qué quieres saber eso?"
—"Porque esa tela no es de piel, ni lana," —respondió Lera con seguridad—. "Y no hay nada en este valle que se le parezca. Suave, flexible, pero fuerte... y esos pequeños sacos… ¿Para qué necesitas eso?"
Becca soltó una pequeña risa, pero al ver la seriedad de Lera, intentó disimular tapándose la boca. Hada se cruzó de brazos, esperando a ver qué respondería Erik.
—"Bueno… esos sacos se los llama bolsillos y son para guardar cosas pequeñas," —respondió con una sonrisa tranquila—. "Cosas que quieras tener a la mano, como una herramienta, una piedra o una cuerda."
—"¡Eso es brillante!" —dijo Hada, con los ojos bien abiertos—. "¿Por qué no hemos pensado en eso antes?"
—"¡Porque no somos hombres extraños con bolsillos!" —respondió Becca entre risas.
—"Sí, muy ingenioso," —dijo Lera, ignorando a las demás—, "pero yo no estoy interesada en los bolsillos, sino en la tela."
Erik asintió, comprendiendo la insistencia de Lera.
—"Se llama algodón," —explicó con paciencia—. "Es una fibra que proviene de una planta. No es común en todas partes, pero en mi tierra, se usa para hacer casi toda la ropa."
Los ojos de Lera se entrecerraron mientras procesaba la información.
—"¿Fibra… de una planta?" —repitió, como si fuera algo completamente ilógico—. "No tiene sentido. Las plantas no hacen cosas fuertes como esto."
—"No directamente," —respondió Erik con una sonrisa—. "Primero se recoge, luego se hila para hacer el hilo, y ese hilo se usa para hacer la tela."
Lera se quedó en silencio, mirando las ropas como si fueran el mayor misterio del mundo.
—"Quiero ver esa planta," —dijo finalmente, con un brillo de determinación en los ojos—. "Si puedo conseguirla… puedo hacer esto."
Las demás chicas miraban con curiosidad a Lera, quien parecía perdida en sus propios pensamientos, ya imaginando cómo buscar la misteriosa planta del "algodón".
—"Oh, no," —dijo Hada en voz baja, riendo para sí misma—. "Ahora no la veremos en días."
—"Fibra de una planta…" —susurró Lera para sí misma, sin escuchar nada de lo que decían las demás—. "Tengo que encontrar esa planta."
Las chicas intercambiaron miradas, sonriendo con complicidad. Sabían que, una vez que Lera tenía una idea en la cabeza, no la soltaba.
Lera se cruzó de brazos, con una expresión seria, mientras procesaba lo que acababa de escuchar.
—"Fibra de una planta… hilos… tela…" —susurró para sí misma, murmurando las palabras una y otra vez, como si intentara formar una imagen en su cabeza—. "¿Dónde crece ese algodón?"
—"No sé si crece por aquí," —respondió Erik con sinceridad—. "Tendría que buscar."
—"Si crece en algún lado, yo lo encontraré," —declaró Lera con una sonrisa decidida.
—"¿Y luego qué?" —preguntó Becca con curiosidad.
—"Luego… haré mi propia tela de algodón," —dijo Lera con una sonrisa amplia, pero su tono de voz sonaba más como una promesa—. "Si hay esa planta por ahí, yo la convertiré en ropa. ¿No es eso lo que hacen las artesanas?"
—"Sí, pero…" —intentó decir Hada, pero Lera ya estaba en su mundo de ideas—. "Lera, no sabes si realmente existe por aquí."
—"Lo sabré cuando lo vea," —respondió con confianza, mirando a Erik con una mirada de desafío—. "Y tú me ayudarás."
—"¿Yo?" —preguntó Erik, señalándose a sí mismo, confundido.
—"¡Claro que sí!" —dijo Lera, con una gran sonrisa—. "Tú fuiste el que me habló de esa planta, ¿no? Entonces, si tú sabes cómo se ve, me dirás si lo encuentras."
—"No es tan fácil," —dijo Erik, frotándose la nuca—. "El algodón no crece en todas partes."
—"Tonterías," —respondió Lera con una sonrisa traviesa—. "Si tú viniste de algún lugar con esta tela, entonces debe haber algo parecido por aquí. Y si no lo hay… ya se me ocurrirá otra forma."
Las demás rieron, algunas meneando la cabeza como si ya supieran que Lera no se rendiría.
—"Te lo advierto," —dijo Erik con una sonrisa—. "Si empiezas con esto, no habrá vuelta atrás."
—"Lo sé," —respondió Lera con una chispa de emoción en los ojos—. "Pero si logro hacer algo parecido como esa tela… entonces todas van a querer uno igual."
—"Eso sí que es verdad," —dijo Arlea, mientras reía con una carcajada—. "Si Lera consigue esa 'fibra', no solo hará una prenda, hará cientos."
Hada negó con la cabeza, sonriendo.
—"Ahí va Lera otra vez," —dijo Hada con una sonrisa de resignación—. "Ya la perdimos."
Erik se relajo, dejando escapar un suspiro.
—"Parece que no solo yo soy terco," —dijo en voz baja, observando a Lera con una sonrisa.
—"¡Lo escuché!" —respondió Lera, apuntándolo con el dedo.
Y así, entre risas, promesas y desafíos, la idea del "algodón" quedó grabada en la mente de Lera como su próxima gran misión.
Con la comida terminada y los ánimos más relajados, las chicas comenzaron a recoger los cuencos y limpiar la zona. Las risas suaves y el sonido de la brisa se mezclaban con el canto de los pájaros cercanos. Erik, con la mano sobre sus costillas, observaba todo con una ligera sonrisa de satisfacción. Su cuerpo todavía se sentía adolorido, pero por primera vez en mucho tiempo, estaba rodeado de algo que parecía paz.
Cerca de él, Jerut se sentó con su andar despreocupado, observándolo con una sonrisa amigable mientras mordía una fruta fresca.
— "¿Y bien?" —dijo con voz tranquila—. "¿Qué tal te pareció la comida? No cualquiera tiene el privilegio de probar los experimentos de Arlea."
— "Honestamente," —respondió Erik mientras se acomodaba con cuidado—, "fue mejor de lo que esperaba. No he comido algo tan bueno en… mucho tiempo."
Jerut sonrió, pero no dijo nada más. Se levantó lentamente, sacudiéndose la túnica, y se alejó con calma hacia donde estaban los cuencos.
— "Vuelvo enseguida," —anunció, mirando a Erik con una sonrisa divertida antes de desaparecer tras una de las cabañas.
Erik se quedó observando a las demás, viendo cómo las chicas conversaban entre ellas. Pero, para su sorpresa, no mucho después, Jerut regresó por el lado opuesto.
— "¿Me extrañaste?" —dijo con el mismo tono tranquilo y la misma sonrisa traviesa. Se sentó en el mismo lugar de antes, como si nunca se hubiera movido.
Erik parpadeó, confundido. Miró a Jerut con una ceja levantada.
— "Eso fue… rápido," —comentó, tratando de no sonar extraño.
— "Soy rápida para todo," —respondió Jerut con una sonrisa misteriosa, mordiéndole un trozo a su fruta.
Erik la miró de reojo, algo desconcertado, pero no dijo nada. Quizá había tomado un atajo, o simplemente no le había prestado atención antes. Las chicas de la aldea se movían con una naturalidad increíble entre los árboles, así que no le dio demasiada importancia.
Sin embargo, poco después, Jerut se puso de pie de nuevo.
— "Tengo que recoger algo más," —dijo, señalando la dirección por donde había venido antes—. "No te vayas a dormir."
Erik observó cómo se alejaba nuevamente, esta vez prestando más atención a sus movimientos. La vio caminar con calma, desapareciendo detrás de una cabaña. Soltó un suspiro, dejando caer la cabeza hacia atrás mientras observaba el cielo.
— "Tiene demasiada energía," —murmuró para sí mismo, cerrando los ojos solo por un segundo para relajarse.
No habían pasado ni treinta segundos cuando, para su sorpresa, Jerut regresó nuevamente desde otra dirección. Esta vez, venía desde la izquierda, como si hubiera rodeado todo el lugar.
— "¿Ya me extrañaste otra vez?" —dijo con una sonrisa amplia, mordiéndose otra fruta.
Erik abrió los ojos de golpe, levantando la cabeza lentamente mientras la observaba con desconfianza.
— "¿Otra vez tú…?" —murmuró, frunciendo el ceño mientras la miraba.
Jerut inclinó la cabeza hacia un lado, con una mirada inocente.
— "¿Qué pasa? Parece que me estás mirando raro" —dijo con una sonrisa que parecía estar disfrutando de la situación.
— "Nada… solo que juraría que acabas de irte," —respondió, mirándola con los ojos entrecerrados.
— "¿Yo? Pero si he estado aquí todo el tiempo," —dijo, sonriendo como si no supiera de qué hablaba.
Erik la miró fijamente, sus ojos moviéndose de lado a lado, como si intentara buscar una explicación. Decidió ignorar el asunto, pensando que tal vez estaba más cansado de lo que creía. Pero la duda ya se había plantado en su mente.
Unos minutos después, Jerut se levantó de nuevo.
— "Necesito recoger algo más," —dijo, sonriendo como antes.
— "De nuevo…" —respondió Erik, mirándola de reojo con una expresión de sospecha.
Jerut le lanzó una mirada de reojo y se fue caminando con calma. Erik la siguió con la mirada, asegurándose de ver bien por dónde se iba. Esta vez, no perdería de vista hacia dónde se dirigía. La vio doblar la esquina de una cabaña.
— "No me engañarás esta vez…" —murmuró para sí mismo, todavía con los ojos fijos en el lugar por donde había desaparecido.
Sin embargo, solo unos segundos después, otra Jerut apareció a su lado desde el lado opuesto.
— "¿Qué tanto miras?" —preguntó con una sonrisa burlona mientras se sentaba junto a él.
Erik se quedó paralizado. Su rostro se puso tenso, mirando a la Jerut que tenía al lado. Luego giró la cabeza lentamente hacia donde había visto desaparecer a la "otra" Jerut.
— "No… no puede ser," —dijo en voz baja, mirándola con los ojos bien abiertos—. "Esto no tiene sentido."
— "¿Qué no tiene sentido?" —preguntó Jerut, inclinándose hacia él con una sonrisa traviesa.
Erik no respondió de inmediato. Sus ojos iban de un lado a otro, como si su cerebro estuviera procesando algo que no quería aceptar. De repente, la otra Jerut salió de detrás de la cabaña, estirándose con los brazos en alto y frotándose el cuello.
— "¡Vaya, hace calor!" —dijo la otra Jerut, sin notar la mirada atónita de Erik.
En ese momento, Erik sintió un escalofrío recorrer su espalda. Habían dos.
— "No… no… no puede ser," —murmuró para sí mismo, llevándose la mano a la cara—. "¡¿Qué está pasando aquí?!"
Las dos Jerut se miraron y sonrieron al mismo tiempo. Alisha y Jerut finalmente habían sido descubiertas.
— "Oh, parece que finalmente lo notó," —dijo Jerut con una sonrisa divertida, mordiéndose otra fruta.
— "Le tomó más tiempo del que pensé," —respondió Alisha, cruzándose de brazos y mirando a Erik con diversión—. "Creí que sería más listo."
— "¡Son… son dos!" —exclamó Erik, señalando a ambas, todavía incrédulo—. "¿Cómo no lo noté antes?"
Las chicas comenzaron a reírse a carcajadas. Becca y Mika, que habían estado observando la escena desde la distancia, también se unieron a la risa. Hada se cubrió la cara con ambas manos, dejando escapar una risa contenida.
— "Se lo merecía," —dijo Becca entre risas—. "Después de todo, nos asustó bastante cuando lo trajimos aquí."
— "¡Y nosotras le dimos un poco de diversión, te presento a mi hermana idéntica Alisha!" —añadió Jerut con una reverencia exagerada.
Erik se llevó las manos a la cabeza, todavía procesando todo.
— "¿Por qué… por qué no me dijeron que eran gemelas?" —preguntó con una mezcla de confusión y cansancio.
— "¿Gemelas?" —preguntó Alisha, ladeando la cabeza—. "¿Qué significa eso?"
— "Cuando dos personas nacen el mismo día y se ven igual," —respondió Erik, señalándolas con ambas manos—. "Como ustedes dos."
— "Ah, eso," —dijo Jerut, encogiéndose de hombros—. "Aquí solo decimos que somos idénticas. ¿Gemelas? Suena raro."
Alisha se acercó y palmeó la espalda de Erik con fuerza, haciendo que soltara un quejido por sus costillas.
— "Relájate, forastero," —dijo con una sonrisa divertida—. "Si te quedas por aquí, tendrás que acostumbrarte a nuestras travesuras."
Erik suspiró, resignado.
— "Genial… ahora tendré que mirar dos veces cada vez que las vea," —murmuró, frotándose la cara con ambas manos.
— "Exacto," —dijeron las gemelas al unísono, sonriendo con picardía.
La tarde continuó con risas, y aunque Erik seguía algo confundido, no pudo evitar sonreír. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía parte de algo.