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Tomo 3: Cruzando Destinos "Español"
Capitulo 12: Caminos de Cuidado y Confianza

Capitulo 12: Caminos de Cuidado y Confianza

El primer rayo de sol iluminó la aldea, anunciando el inicio de un nuevo día. Suri abrió los ojos lentamente, disfrutando del silencio tranquilo de la mañana. Como era su costumbre, se estiró con calma, sintiendo cómo sus músculos despertaban junto con ella. Estirando los brazos hacia el cielo.

Caminó hacia el cuenco de agua fresca cercana para lavarse el cuerpo y el rostro. El agua fresca despertó por completo sus sentidos, y con renovada energía, comenzó a vestirse con su ropa ligera de lana y piel. Decidió buscar a Erik, intrigada por lo que estaba haciendo con la lana, se dirigió directo a su cabaña apartada de todas.

Al llegar a la cabaña que él había adoptado, notó que estaba vacía. Frunció el ceño, empujando la piel que hacía de entrada que había colocado en la entrada como puerta, ya que las chicas tenían la mala costumbre de entrar sin avisar, encontrándolo en situaciones incomodas o a medio vestir y con esta al menos les hacia recordar que deben llamar antes de entrar.

—¿Erik?

El silencio fue su única respuesta. Pensó un momento y recordó que el día anterior había trabajado junto al río. —“Seguro está allí, trabajando otra vez”, pensó, dirigiéndose al lugar.

Sin perder tiempo, corrió hacia allí, y, como había supuesto, encontró a Erik ya trabajando. Estaba agachado junto a la orilla, remojando grandes mechones de lana en el agua y frotándolos con paciencia. A su lado, descansaba un pequeño montón de lana limpia, y al otro lado, un montón aún más grande de lana sin lavar.

Suri observó con sorpresa que había mucho más material que el día anterior.

—¡Buenos días, Erik! —lo saludó con una sonrisa mientras se acercaba.

Erik levantó la vista, devolviéndole el saludo con un gesto de la cabeza, aunque parecía algo absorto en su tarea.

—¿Esto es todo lo que trajimos ayer? —preguntó ella, señalando el montón.

—No. Esta mañana fui a buscar más —respondió Erik mientras sumergía otro mechón en el agua. Luego se encogió de hombros—. Lo que trajimos ayer no será suficiente. Creo que necesitare varios días para tener la cantidad adecuada.

Ella se sentó cerca de él, en una roca cubierta de musgo.

—¿No te cansas? —preguntó con curiosidad.

—Un poco, pero estoy acostumbrado —respondió, encogiéndose de hombros—. Además, tengo un objetivo en mente, y eso me da energía.

Intrigada, Suri lo observó trabajar. Después de un rato, decidió que podía hacer algo más útil que simplemente mirar.

—¿Te ayudo? —preguntó de repente.

Erik la miró, sorprendido por un instante, y luego asintió con una leve sonrisa.

—Claro, pero ten cuidado. Hay una técnica para esto.

Suri se arrodilló junto a él y tomó un mechón de lana para lavarlo. Sin embargo, no tardó en apretarlo demasiado, casi destruyéndolo en el proceso. Miró a Erik, esperando que la regañara. Recordó cómo las demás solían criticarla cuando era mas pequeña y hacía algo mal.

—¿Así no se hace, verdad? —preguntó con un tono apenado.

Para su sorpresa, Erik no alzó la voz ni mostró enojo.

—No te preocupes —dijo con calma—. Mira, lo haces así.

Con paciencia, le mostró cómo sumergir la lana en el agua, moverla suavemente para liberar la suciedad, y luego enjuagarla sin dañarla.

—¿Ves? No se trata de fuerza, sino de delicadeza —dijo con una sonrisa.

Suri intentó de nuevo, siguiendo sus indicaciones. Aunque todavía no lo hacía perfectamente, mejoró considerablemente. Erik la guiaba con calma, y ella empezó a disfrutar del proceso.

Sin embargo, a la distancia, Mika los observaba en silencio desde detrás de unos arboles cercanos al rio. Como siempre, mantenía una mirada vigilante sobre Erik. No había estado presente en varios días y aún no confiaba en él como lo hacían las demás. Aunque sabía que había ayudado a las otras chicas, su instinto de protección hacia su amiga le impedía bajar la guardia.

Mientras veía a Suri agacharse junto a Erik, Mika cruzó los brazos, frunciendo el ceño. Por más que intentara justificar su presencia, no dejaba de sentir cierta desconfianza cada vez que lo veía tan cerca de las demás. Decidió mantenerse en las sombras, asegurándose de que todo estuviera bajo control.

Mika permanecía a la sombra de los arboles, con los brazos cruzados y la mirada fija en Erik y Suri mientras trabajaban juntos en la orilla del río. Aunque su postura rígida reflejaba desconfianza, su mente comenzaba a divagar, recordando fragmentos de las historias que le habían contado las demás sobre él.

Becca y Hada, siempre enérgica la ultima, le había contado cómo Erik había ayudado a recolectar mas frutos del bosque frutal. Aunque no lo mencionó directamente, Mika podía notar el respeto en su voz, algo que rara vez expresaba hacia alguien que no fuera parte de la aldea.

Luego estaba Lera, quien había hablado de cómo el, aun estando herido, insistió en ayudarlas a cargar algunas cosas. Ella recordaba las palabras exactas de Lera: —"Es terco como una roca, pero no de los que se imponen. Si algo se pone en su cabeza, lo hará, aunque le duela". Mika no pudo evitar sentirse algo identificada con esa obstinación, aunque no lo admitiría en voz alta.

Incluso Suri, con su entusiasmo infantil, había mencionado cómo Erik, a pesar de las heridas que tenía, las ayudaba con pequeñas tareas. Según ella, las mayores tuvieron que regañarlo más de una vez para que descansara y dejara de hacer tanto esfuerzo.

—"No entiendo cómo alguien puede preocuparse tanto por nosotras sin esperar nada a cambio", pensó Mika mientras entrecerraba los ojos, observándolo con atención. Sin embargo, una parte de ella, la más desconfiada, aún se resistía a bajar la guardia. Quizá era su naturaleza protectora, o tal vez simplemente el hecho de que él era diferente, un enigma que desafiaba todo lo que ella conocía.

Pero ahora, viendo cómo enseñaba a Suri con paciencia, algo en su interior comenzó a tambalearse. Mika notó la manera en que Erik evitaba cualquier gesto brusco con Suri, cuidando de no ponerla en peligro con los movimientos de sus manos. —"Por más que quiera negarlo, parece alguien decente", pensó con un ligero gruñido.

Aún así, Mika no podía permitirse confiar por completo en alguien que apenas conocía, especialmente después de haber perdido a tantas amigas por confiar demasiado en los momentos más peligrosos. Reflexionando sobre esas pérdidas, Mika sintió una punzada de dolor que ocultó tras su expresión endurecida. —"Aún no me convence", concluyó, aunque sabía que su decisión no era tan firme como intentaba creer.

Desde su posición, siguió observando, preguntándose si alguna vez llegaría a confiar plenamente en Erik... y en sí misma por permitirlo.

Erik se encontraba agachado junto al arroyo, concentrado en lavar la lana. Sus manos trabajaban con cuidado, apretando suavemente las fibras para eliminar la suciedad sin dañarlas. A su lado, Suri lo acompañaba, completamente inmersa en la tarea. Aunque había comenzado a ayudar con seriedad, poco a poco la niña había transformado el lavado en un juego. Chapoteaba en el agua con los dedos, creando pequeños remolinos, y sonreía cada vez que el agua fría salpicaba su rostro.

—"Suri parece disfrutar esto más que yo," pensó Erik con una leve sonrisa mientras observaba cómo la niña se reía silenciosamente de sus propias travesuras. A pesar de la simplicidad del momento, había algo reconfortante en la escena. La inocencia de Suri y su entusiasmo por las cosas pequeñas eran un recordatorio de lo simple que era la vida en la aldea y en este nuevo mundo.

Aunque ambos estaban inmersos en su tarea, Erik no podía ignorar la sensación de ser observado. La misma presencia familiar lo seguía desde ayer. —"Es Mika otra vez," pensó con una mezcla de diversión y comprensión. La joven estaba a unos metros, oculta detrás de unos arboles, observándolo como lo había hecho varias veces desde que volvió de su cacería.

Aunque intentaba ser discreta, Erik la había notado desde el principio. Sus pasos eran cuidadosos, pero no lo suficiente para alguien que había pasado dos años en las profundidades del bosque, completamente solo y rodeado de peligros, le había enseñado a ser consciente de su entorno.

Por un momento, consideró confrontarla o al menos saludarla desde donde estaba, pero decidió no hacerlo. En lugar de eso, continuó lavando la lana, dejando que su mente divagara mientras Suri seguía jugando a su lado. —"Si fuera al revés," reflexionó, —"y alguien extraño llegara a mi hogar, yo también lo vigilaría. Está cuidando a su familia, y no puedo culparla por eso."

Suri, ajena a los pensamientos de Erik, tomó un mechón de lana y lo sumergió en el agua, observando con fascinación cómo el arroyo se lo llevaba un poco antes de atraparlo nuevamente. —"Es divertido," dijo de repente, rompiendo el silencio. —"El agua hace que todo se vea limpio y bonito."

Erik asintió, dejando que una pequeña sonrisa se formara en su rostro. —"Sí, pero también hay que tener cuidado," le recordó con suavidad. —"Si no hacemos esto bien, la lana no servirá."

Suri infló las mejillas, tratando de parecer seria. —"¡Lo estoy haciendo bien! Mira," dijo, levantando un puñado de lana recién lavada para mostrárselo. La expresión en su rostro era tan concentrada que Erik no pudo evitar reír suavemente.

—"Lo haces perfecto," admitió. —"Mejor que yo, incluso."

Desde la distancia, Mika observaba la interacción con una mezcla de emociones. A pesar de su desconfianza hacia Erik, no podía ignorar cómo parecía genuinamente interesado en ayudar y cómo trataba a Suri con tanto cuidado. Sin embargo, su instinto protector seguía alertándola. —"No puedo confiarme," pensó, apretando los labios. —"Por más amable que parezca, no lo conocemos realmente."

Pero a medida que veía a Erik trabajar en silencio y a Suri reír a su lado, no pudo evitar recordar lo que le habían contado las demás sobre cómo él había insistido en ayudarlas, incluso cuando todavía estaba herido.

El contraste entre su desconfianza y lo que veía la hizo dudar, aunque no del todo. Erik, por su parte, notaba la mirada de Mika desde la distancia, pero no reaccionaba. —"Que me vigile si quiere," pensó. —"Si eso la tranquiliza, que lo haga. Quizá algún día se dé cuenta de que no soy una amenaza."

Mientras tanto, Suri sumergió ambas manos en el agua y salpicó un poco hacia Erik, quien fingió estar ofendido. —"¡Oye! Así no se lava la lana," le dijo con una risa.

—"¡Así se juega!" respondió Suri, riendo también.

La escena, sencilla pero cargada de significado, se quedó grabada en la memoria de Mika, quien permaneció en su escondite, reflexionando más profundamente que nunca sobre el extraño que ahora formaba parte de sus vidas.

El suave murmullo del agua fluyendo y las risas de Suri llenaban el aire cuando Jaia y Arlea aparecieron en el camino que llevaba al arroyo. Ambas llevaban jarras llenas de agua recién recolectada río arriba, balanceándolas con cuidado mientras avanzaban. Jaia, como siempre, caminaba con paso firme, acostumbrada al peso, mientras que Arlea trataba de mantener el equilibrio, distraída con sus propios pensamientos.

Cuando las dos mujeres se acercaron lo suficiente, la escena frente a ellas captó su atención: Erik y Suri estaban junto al arroyo. Erik lavaba lana con precisión, mientras Suri jugueteaba con el agua, creando pequeñas salpicaduras que iluminaban su rostro con risas. La interacción era natural, casi familiar, algo que parecía nuevo pero cálido para quienes observaban.

Jaia se detuvo un momento, entrecerrando los ojos para observar mejor. —"Es extraño," pensó, —"ver cómo ese joven ya parece encajar con nosotras." Sus labios se curvaron en una leve sonrisa, aunque no dijo nada en voz alta.

Arlea, en cambio, no pudo evitar sentir cómo el calor se acumulaba en sus mejillas al ver a Erik. Su mente volvió al incidente junto a la fogata, cuando había tropezado y caído directamente sobre él. El recuerdo seguía fresco, y aunque nadie más parecía darle importancia, ella no podía evitar sentirse avergonzada cada vez que lo veía. Ahora, al verlo concentrado en su trabajo junto al agua, con una expresión tranquila en su rostro, el rubor en sus mejillas se intensificó.

—"¿Qué me pasa?" pensó, mirando rápidamente hacia otro lado para evitar que Jaia notara su nerviosismo.

Jaia, sin embargo, era demasiado perspicaz para no darse cuenta. Con un ligero arqueo de cejas, murmuró en voz baja:

—"¿Arlea, estás bien? Pareces... acalorada."

Arlea apretó los labios, evitando mirar a su acompañante. —"Estoy bien," respondió rápidamente, aunque su tono traicionaba su nerviosismo.

Cuando finalmente llegaron junto al arroyo, Suri levantó la vista al escucharlas acercarse. —"¡Jaia, Arlea!" exclamó con entusiasmo. —"Miren, estamos lavando lana para hacer algo especial."

Jaia dejó las jarras a un lado y observó la pila de lana húmeda que ya habían trabajado. Con un gesto de aprobación, comentó:

—"Están haciendo un buen trabajo. Aunque lavar lana es un trabajo tedioso, ¿no te parece, Erik?"

Erik levantó la mirada, saludando a las recién llegadas con una inclinación de cabeza. —"No es tan malo," respondió. —"Es mejor que dejarlo tirado y quemarlo todo, además en manos de Suri. Si no la vigilara, creo que usaría la lana para jugar más que para lavar."

—"¡No es cierto!" protestó Suri, haciendo un puchero que rápidamente se transformó en una sonrisa traviesa.

Arlea se quedó en silencio, luchando por encontrar algo que decir. Se inclinó para dejar su jarra junto a la otra, evitando el contacto visual con Erik. Pero cuando sintió que él la miraba, su mente se llenó del recuerdo de aquella noche en la fogata. La sensación del momento, el calor de su cuerpo contra el de él, la habían perseguido desde entonces.

Erik, sin embargo, no parecía recordar el incidente o, si lo hacía, no le daba importancia. —"Gracias por traer agua," dijo, mirando hacia ambas mujeres. —"Con todo el trabajo que tenemos aquí, se aprecia mucho."

Jaia asintió con calma. —"Es lo mínimo que podemos hacer. Aunque tú deberías cuidar más tu herida, joven."

—"Ya estoy mucho mejor, además esto no se necesita hacer mucho esfuerzo" respondió Erik con una sonrisa. —"No se preocupen por mí."

Mientras tanto, Arlea se debatía entre hablar o seguir en silencio. Finalmente, con una voz apenas audible, comentó:

—"Si necesitan algo más, me... lo pides."

Erik la miró con una mezcla de sorpresa y amabilidad. —"Gracias, pero creo que ya es suficiente por ahora."

La sencillez de su respuesta hizo que Arlea se sintiera un poco más relajada, aunque el rubor seguía en sus mejillas. Sin embargo, su nerviosismo no pasó desapercibida para Jaia, quien le dio un ligero codazo al recoger su jarra.

—"Vamos, Arlea. No hay necesidad de quedarnos aquí. Dejemos que Erik y Suri sigan con su trabajo."

Arlea asintió rápidamente, agradecida por la excusa para marcharse. Antes de irse, echó una última mirada hacia Erik, quien ya había vuelto a concentrarse en la lana. —"¿Por qué tengo que ponerme tan nerviosa?" se preguntó mientras se alejaban, tratando de calmar los latidos de su corazón.

El sol ya estaba cerca de su punto más alto, y sus rayos caían con fuerza sobre el valle, calentando el aire y recordando a todos que el mediodía se acercaba. Erik y Suri seguían junto al arroyo, terminando de lavar la lana que habían trabajado toda la mañana. Aunque el progreso era visible, ambos sabían que quedaba mucho por hacer, y el cansancio comenzaba a notarse en sus movimientos.

Mientras Erik estrujaba la última porción de lana para quitarle el exceso de agua, un sonido inesperado rompió el silencio: un largo y sonoro rugido. Erik levantó la mirada, extrañado, hasta que vio a Suri ponerse completamente roja, mirando hacia otro lado.

—"¿Fue tu estómago?" preguntó Erik, conteniendo una sonrisa.

Suri, aún con las mejillas encendidas, se cruzó de brazos y trató de disimular. —"Tal vez… pero no fue tan fuerte como el tuyo."

Erik soltó una carcajada, sacudiendo la cabeza mientras se incorporaba. —"Suri, si tu estómago rugiera más fuerte, espantaría a todos los animales del bosque. Vamos, creo que es hora de comer algo."

—"¿Y la lana?" preguntó ella, mirando el trabajo que habían hecho.

—"Podemos seguir mas tarde o mañana," respondió Erik. —"Esto va a tomar días de todos modos, y no tiene sentido trabajar con hambre. Además, no queremos que tú te desvanezcas antes de terminar."

Suri puso los ojos en blanco pero no pudo evitar sonreír. —"Está bien, vamos. Pero no digas nada de mi estómago a las demás, ¿sí?"

—"No diré nada," prometió Erik, guiñándole un ojo. —"Aunque no sé si podré resistirme si empieza a rugir otra vez."

—"¡Erik!" protestó Suri entre risas mientras él recogía la lana limpia y casi seca que podían dejar asegurada en un rincón.

Mientras caminaban hacia la mesa, Suri observó a Erik con atención, notando que había estado callado durante todo el camino. Normalmente, él solía hablar un poco más, pero parecía más pensativo y distraído, casi como si su mente estuviera en otro lugar.

—"Erik," dijo Suri, interrumpiendo sus pensamientos, —"¿qué te pasa? Estás más callado que de costumbre. ¿Estás preocupado por algo?"

Erik la miró un momento, sorprendido por la pregunta, y después suspiró profundamente. No quería preocuparla, pero sabía que debía contarle al menos lo básico.

—"Es sobre el proyecto necesitaré como un saco pero será algo grande," explicó, rascándose la cabeza con una mano. —"No sé con qué material hacerlo. La lana está bien, pero no quiero que se use mucho y no se tienen suficiente, y las pieles… bueno, me vendría bien, pero tampoco se si hay muchas."

Suri lo miró en silencio, comprendiendo que estaba preocupado por su proyecto, aunque también veía que había algo más en su actitud, una frustración que no lograba expresarse completamente en palabras. Pensó por un momento, recordando lo que había aprendido sobre la aldea y sus recursos.

—"¿Has hablado con Lera?" preguntó Suri, con una mirada curiosa. —"Quizás ella tenga algunas pieles guardadas. Ella tiene muchas, y de seguro podría ayudarte."

Erik dudó un momento, no estaba seguro de si Lera tendría lo que necesitaba, pero no podía dejar de pensar que tal vez ella fuera la clave para resolverlo. —"Tienes razón," dijo finalmente. —"Tal vez deberíamos preguntarle. No quiero pedir demasiado, pero…" se detuvo, pensando en su proyecto, —"sería de gran ayuda."

Suri asintió con una sonrisa, feliz de ver que había encontrado una posible solución. —"Entonces, vamos después de comer. Seguro Lera podrá ayudarnos."

Erik sonrió de manera agradecida, y mientras se acercaban a la mesa, notó que Mika estaba sentada cerca, con la mirada fija en él. Él le devolvió la mirada, como si supiera que todavía la observaban con cautela.

Suri, completamente ajena a la tensión en el aire, continuó charlando sobre sus planes para después de comer, mientras ambos se sentaban a la mesa. El tema del proyecto quedó suspendido por un momento, pero en la mente de Erik, la idea de hablar con Lera se convirtió en la siguiente tarea importante.

Suri y Erik caminaban tranquilamente hacia la cabaña-taller de Lera después de comer un buen guiso. El sol seguía subiendo en el cielo. Sin embargo, su tranquilidad fue interrumpida cuando una figura apareció entre los árboles: Mika, con su típica expresión seria.

—¿A dónde van? —preguntó, cruzando los brazos.

—A la cabaña de Lera —respondió Suri con su usual calma—. Erik necesita piel para un proyecto.

Mika dirigió una mirada inquisitiva a Erik.

—¿Qué clase de proyecto?

—Solo un proyecto —contestó Erik, tratando de mantener el tono neutro.

—Voy con ustedes —dijo Mika, cortante—. No dejaré que uses las herramientas de Lera para algo que pueda dañarnos. Además, alguien debe cuidar a Suri.

Suri resopló, algo molesta.

—Erik no haría eso.

—No importa lo que creas —dijo Mika—. Yo me aseguro.

Sin dar espacio a más discusión, Mika se colocó junto a Suri y comenzaron a caminar juntos hacia la cabaña. Aunque el silencio se instaló en el grupo, la tensión entre Mika y Erik era palpable.

La cabaña de Lera se encontraba al otro lado de la aldea, en una zona más apartada. Esto no era casualidad, ya que su trabajo con pieles y algunos de sus experimentos solían desprender olores fuertes que las demás preferían evitar. Mientras caminaban hacia allá, el sol de la tarde hacía brillar las hojas del denso follaje que rodeaba el camino, y una brisa ligera ofrecía algo de alivio al calor.

Erik caminaba entre Suri y Mika, con la primera tarareando suavemente y mirando las plantas a su alrededor. Mika, en cambio, avanzaba en completo silencio, con los brazos cruzados y su mirada fija al frente, claramente tensa.

Después de un rato, Erik decidió que el silencio incómodo entre él y Mika debía romperse. Giró ligeramente hacia ella y habló en un tono calmado:

—Sabes, Mika, agradezco que siempre estés alerta. Es bueno tener a alguien que cuide de los demás.

Mika giró los ojos hacia él, sin detenerse.

—No me malinterpretes. No lo hago por ti. Es mi deber cuidar a Suri y a Lera.

—Claro, entiendo —respondió Erik con una leve sonrisa—. Pero no tiene que ser tan difícil entre nosotros. Después de todo, hemos peleado juntos. Eso cuenta para algo, ¿no?

Mika lo miró de reojo, recordando la batalla contra la bestia gigante. Sus labios se apretaron por un instante antes de contestar:

—Esa vez no teníamos otra opción. Tú tampoco estabas ahí por mí, sino por Suri.

—Y aun así nos cubrimos las espaldas —insistió Erik, con un tono más amigable—. Admito que no empezamos con el pie derecho, pero… quiero llevarme bien contigo.

Mika frunció el ceño y siguió caminando, pero no pudo evitar pensar en cómo Erik había luchado con valentía contra la criatura. Aunque no confiaba del todo en él, tampoco podía negar que había demostrado ser alguien capaz de proteger.

—Llevarse bien no significa que confíe en ti —dijo finalmente, manteniendo su tono firme.

Erik asintió, aceptando su respuesta.

—No espero que lo hagas de inmediato. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ayudar, no para causar problemas.

Suri, quien había estado escuchando en silencio, decidió intervenir.

—Mika, Erik no es malo. Ha hecho mucho mientras no estabas en la aldea.

—Eso está por verse —respondió Mika sin mirar a Suri, aunque su tono no era tan severo como antes.

El resto del camino transcurrió en un silencio menos tenso. Erik sentía que, aunque pequeño, era un avance. Por lo menos, Mika no lo había rechazado la charla completamente.

El camino hacia la cabaña de Lera estaba tranquilo, solo interrumpido por los pasos ligeros de Suri, Mika y Erik. A medida que se acercaban, las voces familiares de las mayores llegaron a sus oídos. En el patio exterior del taller, Jaia y las gemelas, Jerut y Alisha, estaban entregando algunas herramientas de madera para hilar lana gastadas a Lera, quien las inspeccionaba con atención.

—¿Otra vez estas piezas? —preguntó Lera, sosteniendo una rueca desgastada con ambas manos—. Me sorprende que todavía las usen.

—Son las mejores que tenemos —respondió Jaia con calma—, pero llevan años en uso. Ya sabes cómo es esto.

—Además, no queremos que el trabajo se detenga por algún fallo en ella —agregó Alisha con una sonrisa ligera.

Al ver a Erik llegar acompañado de Suri y Mika, las gemelas intercambiaron una mirada traviesa y sonrieron, como era casi costumbre al estar juntas para jugarle bromas.

—¡Oh, miren quién viene por aquí! —dijo Jerut, con una expresión juguetona.

Alisha avanzó con un paso ligero, girándose hacia Erik.

—Erik, ¿sabes quién soy? Vamos, adivina.

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Jerut también se adelantó, cruzándose de brazos.

—Sí, Erik. Adivina. No puedes fallar.

Las dos se colocaron lado a lado, esperando con expectación.

Erik, que ya conocía el juego de gemelas, se detuvo por un momento, inclinando la cabeza como si estuviera pensándolo. Luego sonrió, ocultando cualquier señal de vacilación.

—Claro que sé quién eres, Alisha —dijo, señalándola con confianza—. Y tú, Jerut.

Las gemelas quedaron boquiabiertas, compartiendo una mirada incrédula.

—¡No es posible! —exclamó Jerut—. Cambiamos nuestras posiciones antes de que llegaras.

—¿Cómo lo hace? —preguntó Alisha, aparentemente molesta, pero con una sonrisa divertida.

—Es un misterio —respondió Erik con una ligera inclinación de cabeza, haciéndose el interesante—. Tal vez solo tengo un talento especial.

—¡No es justo! —replicó Jerut, poniendo las manos en la cintura—. Debes tener algún truco.

—¿Truco? —repitió Erik, con una expresión de falsa inocencia—. No, solo soy bueno en esto.

Jaia, que había estado observando la escena en silencio, rompió a reír, negando con la cabeza.

—Les dije que no podrían engañarlo para siempre. Pero sigan intentándolo si quieren, tal vez algún día tengan suerte de nuevo.

Las gemelas murmuraron entre sí, claramente tramando un nuevo plan para la próxima vez.

—No te confíes, Erik —dijo Jerut, señalándolo con el dedo—. Te haremos caer de nuevo en nuestra trampa tarde o temprano.

—Espero con ansias ese día —respondió Erik, divertido.

Jaia suspiró con una mezcla de orgullo y resignación.

—Bueno, suficiente de juegos. Lera tiene trabajo que hacer, y ustedes tienen tareas que atender.

Las mayores se despidieron y se alejaron lentamente, no sin antes echar una última mirada hacia Erik. Cuando estuvieron fuera de vista, Suri dejó escapar una risa contenida.

—Siempre intentan jugar contigo.

—Y siempre fallan —respondió Erik, encogiéndose de hombros con una sonrisa.

Mika, como siempre, permanecía seria, observando con atención. Mientras tanto, Lera, que había estado mirando con una mezcla de diversión y curiosidad, volvió a entrar para dejar las herramientas de las mayores en su mesa de trabajo.

Cuando llegaron a la entrada de la cabaña de Lera, Erik notó que estaba más aislada que el resto de las viviendas. El lugar tenía un aire funcional, con varias pieles pequeñas tendidas al sol y algunos objetos improvisados esparcidos alrededor. Desde una ventana abierta salía un aroma peculiar, mezcla de cuero curtido y hierbas desconocidas.

Suri inhaló profundamente y luego tosió un poco, riendo.

—Lera siempre tiene olores extraños aquí.

—Es parte de mi trabajo —dijo Lera, volviendo a salir ya con las manos libres—. Aunque admito que a veces incluso yo necesito aire fresco.

Erik echó un vistazo al taller. Era la primera vez que veía dónde trabajaba, y la cantidad de herramientas, pieles y materiales le resultaba fascinante. Se veía que Lera era meticulosa en su oficio.

—Vaya, qué sorpresa —dijo, tomando un pequeño descanso ese momento—. ¿Qué los trae por aquí?

—Erik necesita pieles para un proyecto —respondió Suri con entusiasmo.

Mika, sin perder tiempo, agregó:

—Y yo estoy aquí para asegurarme de que no use tus herramientas para algo indebido.

Lera dejó escapar una risa ligera.

—¿Algo indebido? Mika, sabes que soy yo quien vigila estas herramientas.

—Más vale prevenir —replicó Mika, lanzando otra mirada desconfiada a Erik.

Ignorando la conversación, Erik comenzó a observar el taller con interés. Su mirada recorrió las herramientas organizadas en un rincón, algunas pieles y cueros, y finalmente algo en el fondo captó su atención. Ahí estaba la piel del lagarto gigante, ya trabajada, colgada en una pared como si fuera un trofeo.

Al verla, un escalofrío recorrió su cuerpo, y su mano fue instintivamente hacia la cicatriz en su costado izquierdo, el recuerdo físico de aquella feroz batalla. Su respiración se tornó pesada por un instante, casi como si reviviera el enfrentamiento.

Mika notó su reacción y frunció el ceño. Aquel gesto le recordó cómo se había sentido la primera vez que vio a la criatura, su tamaño intimidante, las fauces abiertas y la velocidad con la que los atacó. Cerró los ojos por un momento, evocando la lucha en la que tuvo que pelear junto a Erik. Aunque no le gustaba admitirlo, habían trabajado en equipo con Becca y Hada para vencerla, y aquel enfrentamiento había dejado marcas tanto físicas como emocionales.

Mientras tanto, Suri también había fijado su vista en la piel. Al recordar cómo esa bestia la había perseguido, un escalofrío la recorrió y, sin pensarlo, se aferró a la mano de Erik como si buscara protección.

—Esa piel… —murmuró Erik, aún con los ojos clavados en ella.

Lera notó el cambio en el ambiente y se acercó.

—¿Es de la bestia que mataste junto con becca, Mika y Hada, verdad?

Erik asintió lentamente.

—Sí, ese lagarto fue... es difícil olvidar algo así.

Mika, aún recordando sus propias emociones, habló con un tono serio.

—¿Lagarto? ¿Qué es eso?

—Es como los llamamos en mi mun... aldea —explicó Erik—. Son reptiles grandes, con escamas duras y dientes afilados. Hay muchos, pero ninguna tan grande como este.

—¿En tu aldea tienen criaturas así? —preguntó Lera, intrigada.

—Sí, pero son más pequeños y menos agresivos. Esto… —hizo una pausa, mirando nuevamente la piel—, esto es algo completamente diferente.

Suri, aún aferrada a Erik, susurró:

—¿Crees que haya más como él?

Erik tardó en responder.

—Espero que no, pero si los hay, debemos estar preparados.

Mika, a pesar de su desconfianza hacia Erik, no pudo evitar sentir un atisbo de respeto. Habían luchado juntos contra esa bestia y sobrevivido, algo que no cualquiera habría logrado. Sin embargo, rápidamente desechó ese pensamiento, enfocándose nuevamente en la razón por la que estaban allí.

Una vez que Lera se acomodó en su taller, con su habitual curiosidad encendida, miró a Erik con interés.

—Bueno, Erik, ¿Qué necesitas? —preguntó mientras se acercaba a la herramienta para hilar lana en su mesa de trabajo.

Erik se acercó, observando el espacio lleno de herramientas y materiales. Tras unos segundos, respondió:

—Necesito pieles para hacer como un saco para un proyecto. Algo grande, de unos… —hizo una pausa, tratando de buscar las palabras adecuadas—. De unos dos metros de largo por uno y medio de ancho.

Lera frunció el ceño, ladeando la cabeza con confusión.

—¿Metros? ¿Qué es eso?

Erik recordó que nunca había hablado con ellas sobre medidas estándar como las que él conocía. Sin querer complicar la explicación, señaló su hombro izquierdo y luego extendió su brazo derecho completamente hacia el lado.

—Un metro es aproximadamente esto —dijo, trazando la línea imaginaria de su cuerpo—, de mi hombro hasta el final de mi mano.

Lera lo observó atentamente, tratando de imaginar la longitud que describía.

—¿Y cómo se supone que voy a calcular algo tan grande?

—Espera, te lo muestro —dijo Erik, mirando alrededor. Encontró algunas ramas dispersas cerca de la entrada y comenzó a recogerlas. Suri, que estaba junto a él, le pasó un par más mientras observaba curiosa.

Erik volvió al interior del taller y comenzó a colocar las ramas en el suelo, formando un rectángulo. Extendió una rama horizontalmente, usando la medida que había mostrado con su brazo, y luego otra en vertical, repitiendo el proceso hasta formar un espacio que representaba las dimensiones que necesitaba.

—Así de grande lo necesito —explicó, señalando el rectángulo improvisado.

Lera se acercó, observando el esquema con las manos en las caderas.

—Hmm… ahora entiendo mejor —dijo, agachándose para inspeccionar la forma—. Pero es mucho material. No creo que tenga algo de este tamaño.

Lera examinó las pieles disponibles mientras Erik, Suri y Mika esperaban con atención. Tras unos minutos, extendió varias piezas sobre su mesa de trabajo, colocándolas una al lado de la otra. Luego, se enderezó y señaló el espacio que ocupaban con ambas manos.

—Esto es todo lo que tengo ahora mismo —dijo Lera con un tono práctico—. Y, como puedes ver, no es suficiente para algo tan grande como lo que necesitas.

Erik miró las pieles con cierta resignación. Era evidente que, aunque el material era de buena calidad, no se acercaba al tamaño que requería para su proyecto.

—¿Cuánto faltaría? —preguntó Suri, mirando a Erik y luego a las pieles, como si tratara de calcularlo.

—Faltaría… bueno, bastante —dijo Erik, cruzándose de brazos—. Quizás más de la mitad.

Lera suspiró y negó con la cabeza.

—No es solo que falten pieles; simplemente no tengo piezas lo suficientemente grandes, ni siquiera si las cosiera todas juntas. Es un trabajo que lleva mucho tiempo, y la mayoría de lo que tengo lo uso para hacer nuestras ropas.

Erik asintió lentamente, tratando de no dejar que la decepción se reflejara demasiado en su rostro.

—Lo entiendo —dijo con un tono calmado, aunque resignado—. Gracias, Lera. Quizás pueda pensar en otra solución.

—Lamento no poder ayudarte esta vez, Erik —respondió ella, con una ligera sonrisa de disculpa—. Pero si necesitas algo más pequeño o específico, no dudes en pedírmelo.

—Supongo que por ahora tendré que buscar otra forma de hacerlo —dijo Erik, mirando una vez más las pieles antes de enderezarse y retroceder un paso.

—Buena suerte con eso —respondió Lera mientras recogía las pieles y las guardaba con cuidado —. Y recuerda, si necesitas herramientas o algo diferente, aquí estaré.

Suri miró a Erik, tratando de animarlo.

—Tal vez encuentres otro material que sirva. Tú siempre encuentras soluciones.

—Eso espero, Suri —respondió Erik con una sonrisa ligera—. Pero ya veremos.

Con un gesto de agradecimiento hacia Lera, Erik comenzó a caminar hacia la salida del taller, su mente ya trabajando en alternativas para completar su proyecto. Aunque las pieles no eran suficientes, estaba decidido a no rendirse.

Mika, que había estado observando en silencio, finalmente habló:

—¿Y qué es exactamente este proyecto?

Erik miró a Mika por un momento y luego sonrió con calma.

—Es una sorpresa.

Mika frunció el ceño, pero no insistió. Por su parte, Suri, aún cerca de Erik, observaba el rectángulo en el suelo con asombro.

—Es tan grande… ¿para qué crees que lo usará, Lera? —preguntó curiosa.

—No lo sé, pero si lo necesita, habrá una buena razón —respondió Lera, guiñándole un ojo a Suri antes de empezar a reparar la herramienta de hilado.

Mika se mantuvo alerta, vigilando cada movimiento de Erik, aunque su mente no podía apartarse del recuerdo de aquel enfrentamiento con la criatura. Erik, por su parte, trataba de mantener la calma, aunque la visión de la piel del lagarto seguía pesando en su memoria.

Había muchas cosas que este mundo le hacía enfrentar, y esta era una de las que menos quería recordar.

Para Erik, entrar al taller de Lera fue toda una experiencia. Las paredes estaban cubiertas de estantes llenos de herramientas de madera, huesos, trozos de cuero y pequeños objetos que no pudo identificar. En un rincón había una mesa de trabajo desordenada, con agujas de hueso grandes, cuchillos de hueso afilados y retales de piel por todas partes.

Mientras se dirigían hacia la salida del taller, Erik se detuvo de golpe, su mirada fija en una esquina del lugar. Allí, apoyada contra la pared, estaba su lanza, y junto a ella, los restos de lo que una vez fue su mochila de piel, ahora desgastada y un poco maltrecha.

—Mi lanza… —murmuró Erik, sorprendido, avanzando un paso hacia ella.

—Oh, eso —dijo Lera, girándose hacia donde él miraba—. La trajimos el día después de tu batalla con esa criatura. Fue realmente difícil sacarla de su cuerpo, pero entre Mika, Becca y yo logramos hacerlo.

Suri se acercó también, mirando la lanza y la mochila con curiosidad.

—Además encontramos esto también —dijo, señalando el objeto junto a la lanza—. Un saco extraño, pero supusimos que tenía algún valor para ti, así que lo trajimos también.

—Se llama mochila —corrigió Erik con una leve sonrisa, mientras daba otro paso hacia los objetos.

Pero antes de que pudiera acercarse más, Mika se interpuso con un movimiento rápido, colocándose frente a la lanza. Su expresión era seria, sus ojos destilaban una mezcla de precaución y desconfianza mientras lo observaba con firmeza.

—¿Qué crees que haces? —preguntó Mika, con un tono seco y amenazante.

Erik levantó las manos en un gesto de calma, retrocediendo un paso.

—Solo quería verlas. No voy a hacer nada.

—La lanza no va contigo ahora —dijo Mika con voz firme, sus ojos fijos en los de Erik, evaluando cada movimiento.

Erik dejó escapar un suspiro, tratando de no tensar el ambiente.

—Está bien, no voy a insistir —dijo con voz calmada, girándose hacia Lera—. ¿Podrías cuidar de ellas por mí? Al menos por ahora.

Lera asintió, aunque su mirada se desplazó entre Erik y Mika, visiblemente intrigada por la dinámica entre ellos.

—Claro, las mantendré aquí, por si las necesitas más adelante.

Erik señaló la mochila improvisada.

—¿Puedo al menos ver eso? Es… importante para mí.

Mika no dijo nada, pero mantuvo su postura defensiva, mientras Lera le hacía un gesto para que se acercara.

—Está bastante maltratada, pero creo que aún sirve de algo —dijo Lera, alcanzando la mochila y entregándosela a Erik.

Erik tomó la mochila con cuidado, pasando sus dedos por el cuero gastado y los remiendos que había hecho durante su tiempo en el bosque.

—Esto me ayudo bastante en el bosque —dijo en voz baja, como recordando.

—¿Lo hiciste tú? —preguntó Lera, observando los remiendos.

Erik asintió, aunque su rostro mostraba un toque de vergüenza.

—Sí, en el bosque. No tenía experiencia haciendo una, así que hice lo mejor que pude.

Lera soltó una pequeña risa, aunque no de burla.

—Bueno, déjame decirte que es un trabajo terrible. Los puntos están mal hechos, y las costuras no resistirían ni una lluvia.

Erik sonrió un poco, aceptando la crítica.

—Supongo que no soy tan bueno con esto como tú.

—Definitivamente no lo eres —dijo Lera, con un toque de orgullo mientras examinaba más de cerca los remiendos—. Pero al menos sirve para algo. ¿Quieres que la arregle?

Erik negó con la cabeza.

—No por ahora. Solo quería verla. Gracias por traerla.

Mika, que había permanecido en silencio pero atenta, finalmente se relajó un poco, aunque todavía mantenía cierta tensión en sus movimientos. Erik guardó la mochila bajo su lanza y miró a Suri, quien le sonrió para tranquilizarlo.

—Será mejor que nos vayamos —dijo Erik, dirigiéndose hacia la salida, dejando atrás su lanza y la mochila, por ahora, la posibilidad de recuperarlas.

Antes de salir Erik miro su lanza, como si fuera un viejo amigo. Notando los pequeños rasguños y marcas que había adquirido durante su tiempo en el bosque.

Cuando Erik se alistaba para salir del taller, Lera lo detuvo con un gesto de la mano.

—Espera, Erik. Encontré algo dentro de la mochila. Me pareció curioso y pensé que querrías verlo.

Lera se dirigió a una mesa cercana, tomó un pequeño objeto envuelto en tela y lo desdobló frente a Erik. Allí estaba: una hebilla metálica, algo desgastada, pero inconfundible.

Erik parpadeó, sorprendido. Al tomar la hebilla, su mirada se suavizó.

—Esto… es mío. Es una hebilla de metal.

Lera ladeó la cabeza, intrigada.

—¿Hebilla de metal?

Erik asintió, pasando los dedos por la pieza metálica con cuidado.

—Sí, se usa para ajustar cinturones o correas. Es un objeto común en mi aldea, pero lo guardé porque me recuerda… —hizo una pausa, su voz se volvió más suave—. Me recuerda a casa.

Lera observó la pieza con interés.

—Está hecha de ese material que mencionaste antes, ¿verdad? Ese metal

—Así es —respondió Erik—. Aunque este es más sencillo.

Tras observar la hebilla con atención, Lera frunció el ceño, claramente intrigada.

—Si esto no es una roca, entonces... —murmuró, dándole vueltas al pequeño objeto entre sus dedos.

Erik asintió, con una sonrisa ligera.

—Es metal. Una especie de roca muy especial. No es común encontrarlo fácilmente, pero se puede trabajar y moldear para muchas cosas útiles.

Lera lo miró con ojos brillantes, y de repente pareció recordar algo.

—Si eso es cierto, entonces… quiero mostrarte algo más. Algo que podría interesarte.

Erik ladeó la cabeza, curioso. Lera se dirigió a un rincón de su taller y sacó una caja de madera bien cuidada. Al abrirla, reveló dos cuchillos que brillaban bajo la luz del día que entraba por las ventanas. El metal era pulido, con un filo impecable y un diseño práctico, aunque claramente antiguo.

—Estos son mis cuchillos especiales. Mama Ayla me los dio hace muchos años. Dijo que fueron hechos por unas manos expertas hace tiempo, pero el conocimiento para hacer cosas como estas se perdió.

Erik se acercó, casi sin aliento. Tomó uno de los cuchillos con cuidado, como si sostuviera algo sagrado.

—Esto es increíble... —murmuró.

El filo estaba perfectamente afilado, el peso equilibrado. Parecía imposible que algo tan sofisticado pudiera existir en un lugar tan apartado.

—¿Es metal? —preguntó Lera, observando su reacción.

Erik asintió, pasándose un dedo cerca del filo, sin tocarlo.

—Sí. Esto es un trabajo impresionante. Alguien que sabía mucho del trabajo con metal los hizo.

Mika, al verlos, no pudo evitar fruncir el ceño, recordando la precisión con la que esos cuchillos habían cortado la gruesa y dura piel del lagarto. Aunque los había visto en acción, seguían resultándole inquietantes.

—Esos cuchillos... —murmuró Mika—. Son peligrosos.

—No, si sabes cómo usarlos —respondió Lera, levantando uno con cuidado para mostrar el filo.

Suri, que observaba con fascinación cerca de ellos, dio un paso adelante, extendiendo una mano para tocar uno de los cuchillos.

—¡Se ven increíbles! ¿Puedo verlos de cerca?

Antes de que pudiera alcanzar el filo, Erik colocó suavemente su mano sobre la de Suri, deteniéndola.

—Mejor no, Suri. Estos cuchillos son muy afilados. Podrías cortarte con solo rozarlos —le dijo con calma.

Suri se detuvo, sorprendida pero sin sentirse regañada.

—Oh… está bien, no sabía que podían ser tan peligrosos.

Mika, que había estado observando la interacción con atención, relajó ligeramente su postura. Había estado lista para intervenir si Erik se mostraba demasiado brusco o autoritario, pero su tono fue cuidadoso y protector, lo cual la tranquilizó.

—Tiene razón, Suri. Esos cuchillos no son un juguete —agregó Mika, cruzando los brazos, pero con un tono menos rígido que antes—. Los vi cortar la piel del lagarto como si fuera agua. Son peligrosos si no sabes cómo manejarlos.

Erik miró a Mika y asintió, agradeciendo en silencio su apoyo.

—Estos cuchillos son increíbles —dijo, dirigiéndose a Lera—. Hace mucho tiempo que no había visto algo tan bien hecho. Pero, como le dije a Suri, hay que usarlos con cuidado.

Lera asintió, colocando los cuchillos de vuelta en la caja y cerrándola con delicadeza.

—Por eso los cuido tanto. Me los dio Mama Ayla como un regalo, y sé que son irremplazables. Sin ellos, nunca habría podido cortar la piel de ese lagarto.

Mika observó la interacción en silencio, recordando cómo esos cuchillos habían facilitado un trabajo que de otro modo habría sido imposible. Aunque seguía siendo cautelosa con Erik, en ese momento no pudo evitar sentir un atisbo de respeto por su cuidado hacia Suri y su aprecio por los cuchillos que tanto valoraba Lera.

Ya mas relajado Erik le dijo a Lera.

—Son piezas únicas. Si pudiéramos encontrar algo de metal y tuviéramos las herramientas necesarias, podríamos intentar trabajarlo, pero es un proceso complicado.

Mika cruzó los brazos, observándolo detenidamente.

—¿Y por qué, no puedes hacerlo ahora?

Erik se giró hacia ella con una sonrisa resignada.

—No tengo las herramientas, ni el conocimiento completo. Sé lo básico, pero para hacer algo como esto necesitaría un lugar adecuado, fuego intenso y mucho tiempo.

Lera guardó los cuchillos con cuidado, metiéndolo en un rincón bien protegido.

—Una lástima. Siempre he querido tener más herramientas como estas. Facilitan mucho mi trabajo con las pieles.

Erik asintió, pensativo. Aunque no era herrero ni ingeniero, sabía que el metal tenía el potencial de cambiar muchas cosas en la aldea. Sin embargo, por ahora, solo podía admirar el artefacto que Mama Ayla había dejado como un vestigio de un tiempo perdido.

Algo en la historia de esos cuchillos le hacía pensar en todo lo que aún no entendía de este lugar.

—Mama Ayla… —murmuró Erik, cruzando los brazos y perdiéndose en sus pensamientos.

—¿Qué pasa? —preguntó Lera, mirándolo con curiosidad.

—Solo estaba pensando —respondió Erik, rascándose la barbilla—. Estos cuchillos… y por cómo hablas de ella… Parece que ella sabía muchas cosas. Más de las que cualquiera podría imaginar.

Lera asintió, con una expresión que mezclaba orgullo y melancolía.

—Sí, ella sabía mucho. Siempre decía que había aprendido todo de su madre y de su abuela. Pero lo que más aprendimos de ella fueron su paciencia y sus ideas para resolver problemas.

—¿Paciencia? —interrumpió Mika con una ceja levantada y una sonrisa irónica—. ¿De verdad? Porque si algo no tiene Lera es paciencia.

—¿Qué dices? —protestó Lera, girándose hacia Mika con los brazos cruzados—. ¡Yo soy muy paciente!

Mika se cruzó de brazos y la miró fijamente.

—Claro, claro… Por eso siempre te quejas cuando tienes que trabajar con lana porque 'tarda mucho' o porque 'es un proceso muy aburrido', ¿verdad?

Suri no pudo evitar reír suavemente, y Erik tuvo que ocultar una sonrisa tras una tos fingida.

—Bueno, pero eso es diferente… —murmuró Lera, ligeramente sonrojada—. ¡No es que sea impaciente, es que me gusta hacer cosas más… dinámicas!

—Sí, claro, lo que digas —respondió Mika, agitando la mano con una sonrisa burlona—. Si Mama Ayla te oyera, seguro te reprimiría por quejarte tanto.

Erik observó la interacción con diversión. Aunque las bromas parecían ligeras, había un trasfondo de camaradería entre ellas.

—Lera, a pesar de todo, haces un gran trabajo aquí —intervino Erik para suavizar la conversación—. Pero sí parece que ella, era una mujer excepcional. Es una lástima que ya no esté. Me hubiera encantado conocerla. Estoy seguro de que sabía cosas que yo también podría haber aprendido… Quizás hasta cosas más útiles para todos.

Lera asintió, aún un poco ruborizada por la broma de Mika.

—Sí, Mama Ayla era increíble. Cada cosa que dejó sigue siendo valiosa. Incluso cuando no tenemos paciencia… como dice Mika —añadió, lanzándole una mirada de fingida molestia.

Mika sonrió ampliamente, sintiéndose satisfecha de haber hecho su punto.

Erik asintió, pero no pudo evitar sentir una punzada de pérdida por una oportunidad que nunca tendría. Mama Ayla parecía haber sido una figura excepcional, alguien con un conocimiento y habilidades que podrían haber marcado la diferencia en su situación actual.

Mientras salían del taller, Erik no podía dejar de pensar en qué más habría sabido Mama Ayla, y en cuánto se había perdido con su partida.

Erik, Mika y Suri caminaban de regreso por el sendero que los alejaba del taller de Lera. Aunque el ambiente estaba tranquilo, la decepción pesaba en el aire, especialmente sobre Erik y Suri. Erik, frustrado por no encontrar suficiente piel para su proyecto, y Suri, apenada por no haber podido ayudar más.

—Supongo que tendré que pensar en otro material —murmuró Erik, rompiendo el silencio.

—No es tu culpa —respondió Suri con ánimo—. Seguro encontramos algo más.

Mika, unos pasos atrás, observaba todo con su habitual mirada crítica. Aunque no mostraba decepción, su silencio y postura rígida demostraban que seguía alerta, especialmente hacia Erik.

—Al menos ahora sabes lo que hay disponible —dijo finalmente Mika, su tono directo—. No sirve de nada quedarse pensando en lo que no tenemos.

Erik lanzó una pequeña sonrisa resignada.

—Gracias por el ánimo… supongo.

Mientras los tres se alejaban, Becca, quien pasaba cerca recogiendo leña, los vio salir del taller. Notó las expresiones apagadas de Erik y Suri. Intrigada, decidió acercarse al taller después de que desaparecieron por el sendero.

—Lera —llamó al entrar, viendo a la artesana organizar sus herramientas—, ¿Qué querían esos tres? Parecían algo desanimados.

Lera levantó la mirada y saludó brevemente antes de responder.

—Erik quería pieles para un proyecto grande, pero no tenemos lo suficiente para lo que busca.

Becca frunció el ceño, interesada.

—¿Qué proyecto?

Lera suspiró, apoyándose en una de las mesas.

—No lo sé exactamente, pero parecía algo como un saco grande. Intentó explicarme con medidas, pero no entendí mucho. Según él, algo llamado "metro" se mide de un hombro al brazo extendido. Era muy específico con el tamaño.

Becca asintió, cruzándose de brazos.

—¿Y qué más pasó?

—Le mostré algunas cosas —respondió Lera con un ligero encogimiento de hombros—. Por ejemplo, le enseñé mis cuchillos especiales, esos que me dio Mama Ayla hace años. Cuando los vio, parecía sorprendido, como si fueran algo que veía en mucho tiempo y pareció raro. Me dijo que están hechos de metal y no de rocas y que trabajar con eso es muy complicado. Según él, es algo difícil de encontrar y trabajar.

Becca arqueó las cejas, sorprendida.

—¿Metal? ¿Eso es como una roca dura?

—Eso pensé yo también —dijo Lera con una sonrisa ligera—. Pero Erik dice que no, que no es exactamente una roca. Trató de explicármelo, pero tampoco entendí todo. Lo curioso es que me dijo que le hubiera encantado conocer a Mama Ayla. Creía que debía saber muchas cosas interesantes si tenía cuchillos así.

Becca suspiró, pensativa.

—Seguro que sí. Mama Ayla era especial, siempre con secretos y cosas que nunca compartía del todo. Qué lástima que ya no esté para explicarle a Erik lo que sabe.

—Sí —asintió Lera con una mezcla de nostalgia y admiración—. Me pregunto qué más habría podido enseñarnos si estuviera aquí.

Becca miró a Lera con una leve sonrisa.

—Bueno, al menos ahora sé por qué se veían tan apagados al salir. Tal vez podamos pensar en algo para ayudar.

—Eso espero —respondió Lera, recogiendo una pieza de piel que había quedado sobre la mesa—. Aunque, conociendo a Erik, seguro ya está ideando una solución diferente.

—Le mostré una cosa que encontré en su saco extraño. Dice que se llama hebilla y que es del mismo material llamado "metal". Según él, ese saco extraño se llama mochila, pero parecía más nostálgico que otra cosa. Ah, y Mika estuvo observando todo con esos ojos de cazadora que tiene. Siempre alerta, como si Erik fuera a hacer algo raro con nosotras.

Becca sonrió divertida.

—Eso suena a Mika. —Becca rió suavemente antes de despedirse y salir del taller, dejando a Lera con sus pensamientos mientras retomaba su trabajo.

Mientras Erik, Suri y Mika regresaban a la aldea del taller de Lera, el silencio que los envolvía era más pesado de lo habitual. Erik caminaba despacio, con la mirada perdida en el suelo, como si estuviera en otro mundo. Sus hombros, que normalmente estaban erguidos y llenos de determinación, ahora parecían hundidos bajo un peso invisible.

Suri lo observaba de reojo mientras avanzaban. Algo no estaba bien. Erik solía ser un hombre reflexivo, pero esto era diferente. Parecía apagado, caminando como si estuviera dormido, sus pasos arrastrados y su mente en otro lugar.

Mika también lo notaba, aunque no dijo nada. Simplemente mantuvo su usual expresión seria, caminando a su lado como un silencioso centinela.

Cuando llegaron al centro de la aldea, Erik finalmente se detuvo. Miró a su alrededor por un momento, pero sus ojos seguían siendo los de alguien atrapado en pensamientos que no compartía. Mika lo miró de reojo y luego fijó su atención en Suri, que parecía inquieta.

—¿A dónde vas? —preguntó Mika cuando vio que Suri se separaba del grupo.

—Tengo algo que hacer. No tardo —respondió ella rápidamente.

Antes de que Mika pudiera insistir, Suri corrió en dirección a la cabaña de las mayores, dejando a Erik y Mika detrás.

Erik ni siquiera notó que Suri se había ido. Continuó caminando un poco más, como si sus pies lo movieran por inercia, hasta que Mika se detuvo frente a él.

—¿Estás bien? —preguntó Mika con un tono que, aunque seco, tenía un matiz de preocupación.

Erik alzó la vista, como si apenas se diera cuenta de dónde estaba.

—Sí, estoy bien Mika, solo pensando como hacer que funcione mi proyecto —respondió, aunque su voz sonaba distante. Luego, sin decir más, siguió caminando lentamente hacia su cabaña.

Mientras tanto, Suri llegó corriendo hasta la cabaña de las mayores, donde encontró a Jaia y sus hermanas trabajando bajo la sombra de un árbol. Jaia tejía con una precisión que solo la experiencia de años podía dar, mientras las gemelas hilaban lana con movimientos rápidos y coordinados.

—¡Jaia! ¡Jerut! ¡Alisha! —llamó Suri, agitada.

Las tres levantaron la vista, sorprendidas por su repentina aparición.

—¿Qué te trae por aquí, pequeña? —preguntó Jaia con su habitual tono cálido.

—Es sobre Erik —respondió Suri, acercándose rápidamente.

Las gemelas intercambiaron miradas de intriga, mientras una sonrisa se dibujaba en sus rostros.

—¿Qué pasa con él? —preguntó Jerut, dejando de hilar por un momento.

—Está... raro. Triste. Más callado de lo normal. Y creo que es porque no pudo encontrar los materiales que necesitaba para su proyecto con Lera. Quería pieles, pero no había suficientes en el taller de Lera. Pensé que tal vez ustedes podrían ayudar.

Jaia ladeó la cabeza, reflexionando sobre lo que Suri decía, mientras las gemelas continuaban hilando, aunque con un interés evidente en la conversación.

—¿Qué quiere hacer? —preguntó Alisha.

Suri recogió rápidamente algunas ramas del suelo y comenzó a colocarlas en el suelo, formando un rectángulo que representaba el tamaño del proyecto de Erik.

—Esto es lo que necesita. Es un saco grande, pero estoy segura de que es algo importante. Erik siempre está pensando en cómo ayudarnos.

Jaia miró el rectangulo improvisado en el suelo, mientras Jerut y Alisha observaban con curiosidad.

—¿Y por qué no pensó en lana? —preguntó Jerut.

—Porque sabe que la lana es valiosa y que lleva mucho tiempo trabajarla —explicó Suri—. Pero pensé que tal vez ustedes podrían ayudarlo.

Las tres intercambiaron miradas y luego se concentraron en el tamaño que Suri había formado.

—Con tantos años trabajando con la lana, hemos acumulado bastante hilo. Más de lo que usamos, en realidad —dijo Jaia, sonriendo—. Especialmente porque Lera nunca quiere trabajar con ella. Siempre se queja de que lleva demasiado tiempo.

—Es verdad —agregó Jerut con una risa—. Esa chica tiene la paciencia de un cachorro.

—Entonces, ¿me pueden ayudar? —insistió Suri, mirando a cada una con ojos suplicantes.

Jaia miró a las gemelas, que asintieron con sonrisas traviesas.

—Podemos ayudar, pero tendrá que venir y explicarnos exactamente lo que quiere. No se lo pondremos fácil —respondió Jaia con una chispa de diversión en los ojos.

Suri rió aliviada.

—Gracias, Jaia, Jerut, Alisha. Estoy segura de que Erik estará muy contento y agradecido.

—Ve y dile que venga a hablar con nosotras cuando esté listo —añadió Jaia, mientras las gemelas intercambiaban miradas cómplices, planeando ya alguna broma para Erik.

Con un nuevo plan en mente, Suri se despidió y regresó rápidamente al centro de la aldea, con la esperanza de darle a Erik una noticia que podría levantarle el ánimo.

Erik estaba sentado en el borde de la cama improvisada de su cabaña, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada perdida en sus pensamientos. Mika estaba de pie, apoyada contra la pared, observándolo con los brazos cruzados. Aunque no era de las que solían entablar conversaciones, el estado pensativo y callado de Erik era demasiado evidente como para ignorarlo.

—No pareces tú —comentó Mika, rompiendo el silencio.

Erik movió la cabeza, sorprendido por el tono tranquilo de Mika.

—¿Qué quieres decir?

—Siempre estás hablando, planeando algo o metiéndote en problemas. Ahora estás… no sé, más callado.

Erik dejó escapar un suspiro y centro su mirada a Mika.

—Es que… supongo que he estado pensando mucho.

—¿Sobre qué? ¿Tu proyecto? —preguntó Mika con un toque de ironía, intentando aligerar el ambiente.

Él asintió débilmente antes de responder.

—Entre eso y… otras cosas.

Mika frunció el ceño, dándose cuenta de que había algo más.

—¿Qué otras cosas?

Erik dudó por un momento, como si estuviera decidiendo si compartir lo que sentía. Finalmente, se abrió con ella.

—Tal vez es más que eso, al verlas tan unidas como familia y compartir con ustedes. Extraño mi hogar, mi familia… Y aunque estoy agradecido con ustedes, no dejo de sentirme como un intruso.

Mika bajó la mirada, como si estuviera considerando lo que él había dicho.

—¿Tanto los extrañas? —preguntó en voz baja.

—Sí. Cada día —respondió Erik con sinceridad. —Cuando era más pequeño que Suri, perdí a mi familia. Mi mamá, mi papá… incluso mis hermanas. Desaparecieron un día y nunca regresaron.

Mika, sorprendida por la confesión, permaneció en silencio mientras Erik continuaba.

—Estuve solo durante un tiempo. Terminé en un lugar… un hogar para niños perdidos. Viví un tiempo allí hasta que mis abuelos me encontraron y me llevaron a su casa con ellos. Fueron buenos conmigo, pero nunca pude dejar de extrañar a mi familia.

Mika no era de las que se conmovían fácilmente, pero escuchar la historia de Erik hizo que su usual dureza se suavizara un poco.

—Eso… debe haber sido difícil —dijo, evitando mirarlo directamente.

Erik se encogió de hombros.

—Lo fue. Pero aprendí a seguir adelante mientras sobrevivía en el bosque, aunque el vacío nunca desaparece del todo.

Mika guardó silencio por unos segundos antes de hablar.

—Entiendo un poco cómo te sientes —confesó—. Perdí a varias amigas hace mucho tiempo, antes de que aparecieras. Fue un lagarto más pequeño que el que enfrentamos contigo, pero igual de peligroso. No tuvimos suerte esa vez.

Erik la miró, sorprendido por su franqueza.

—¿Qué pasó?

—Nos embosco mientras estábamos cazando dentro del bosque. Ellas me salvaron y... —Mika hizo una pausa, su expresión endureciéndose—. No sobrevivieron.

Hubo un largo silencio entre ambos, pesado pero lleno de entendimiento mutuo.

—Lamento que tuvieras que pasar por eso —dijo Erik finalmente.

Mika se encogió de hombros, pero sus ojos mostraban un rastro de emoción.

—Así es la vida aquí. Aprendes a sobrevivir o… no lo logras. Pero eso no significa que olvide a mis compañeras.

Erik asintió, sintiendo una conexión inesperada con Mika en ese momento.

—Supongo que ambos hemos perdido mucho —comentó con una pequeña sonrisa melancólica.

—Supongo que sí —respondió Mika, permitiendo que una leve sonrisa cruzara su rostro.

Un momento de calma los envolvió antes de que Mika, algo incómoda, comenzó a buscar algo entre los pliegues de su top de piel.

—Hay algo que… —dijo, con cierta inseguridad en su voz.

Pero justo cuando estaba a punto de mostrárselo, Suri entró corriendo, su rostro iluminado con emoción.

—¡Erik, Mika! ¡Tengo buenas noticias! —exclamó Suri, interrumpiendo el momento.

Mika rápidamente retiro su mano de su top, fingiendo que no había pasado nada, mientras Erik se ponía de pie, sorprendido por la energía de Suri.

—¿Qué pasa, Suri? —preguntó Erik.

—¡Ven conmigo! ¡Tienes que verlo! Jaia y sus hermanas quieren ayudarte—dijo Suri, gesticulando con entusiasmo.

Mika y Erik intercambiaron una mirada antes de seguir a Suri, dejando atrás el peso de sus recuerdos y la conversación inconclusa mientras se enfrentaban a las buenas noticias que ella traía consigo.