El sol ya comenzaba a inclinarse en el cielo, lanzando sombras largas sobre el suelo de la aldea. Erik caminaba detrás de Suri, con Mika a su lado, ambos en silencio. La conversación que habían tenido antes, cuando Mika le había hablado sobre las pérdidas que había sufrido y cómo ella también había vivido tragedias, seguía rondando en la mente de Erik.
El peso de esas palabras le dejaba una sensación extraña, como si algo se hubiera desbloqueado en su interior. Él también había perdido mucho, pero escuchar a Mika le había dado una nueva perspectiva sobre el dolor, el duelo y la resiliencia.
Mika, por su parte, caminaba con más calma que antes. Aunque aún era desconfiada por la naturaleza, su mirada hacia Erik había cambiado. Después de escuchar sus palabras, comprendió mejor lo que había vivido, lo que había perdido, y la forma en que su dolor lo había moldeado. Ya no lo veía solo como un extraño, sino como alguien que, al igual que ella, había pasado por momentos difíciles. Esa conversación, aunque breve, había abierto una puerta a una nueva comprensión.
Mika se dio cuenta de que, en el fondo, Erik no era tan diferente a ella. Ambos llevaban cicatrices, que quizás no siempre se veían, pero que se sentían profundamente. Mientras caminaban, un pensamiento pasó por la mente de Mika: tal vez su desconfianza era un reflejo de su propio miedo, el miedo a abrirse a alguien más. Sin embargo, ahora algo en su interior le decía que no debía juzgarlo tan rápido. Si bien no podía olvidar todo lo que había escuchado sobre él, la verdad era que Erik había demostrado ser una persona de acción, no solo de palabras.
Erik, al sentir la mirada de Mika en él, la observa con curiosidad. Aunque no podía leer lo que pasaba por su mente, algo en su actitud le decía que algo había cambiado. Ya no era la misma Mika reservada de antes, ni la que lo vigilaba constantemente. Había algo más, algo más cercano a una aceptación silenciosa.
— "Suri tiene razón", dijo Mika después de un rato, rompiendo el silencio. — "Jaia y sus hermanas seguramente tendrán una solución . No hay necesidad de complicarse".
Erik ascendiendo, sintiendo que una pequeña sonrisa aparece en su rostro. La idea de que Mika ahora se dirigiera hacia él con un tono más relajado le daba algo de alivio. Al menos, las cosas parecían estar mejorando entre ellos. Pero sabía que aún quedaba mucho por aprender, tanto sobre la aldea como sobre ellos mismos.
— "Gracias, Mika", respondió en voz baja. - "Lo aprecio."
Mika, al escuchar la gratitud en su voz, se sorprendió a sí misma por la forma en que, sin darse cuenta, comenzaba a confiar un poco más en él. Era como si su muro de desconfianza comenzara a desmoronarse, lentamente, sin forzar nada. No era que se hubiera olvidado de sus reservas, sino que algo en su interior había comenzado a suavizarse. Quizás no sea tan malo que sea parte del grupo, de la aldea.
Mientras avanzaban hacia la cabaña de Jaia y sus hermanas, Mika observaba de reojo a Erik. Esta vez, no lo veía como un simple extraño o una amenaza. En cambio, veía a alguien que estaba dispuesto a aprender y a compartir, alguien que también cargaba su propio peso, y que, al igual que ella, buscaba encajar en un mundo que parecía tan diferente del suyo.
La cabaña de las mayores estaba tranquila, Jaia, Jerut y Alisha estaban sentadas en sus posiciones habituales, hilando y tejiendo la lana con la misma destreza que mostraban todos los días. El sonido del huso girando y el movimiento de las manos de las mujeres era todo lo que se escuchaba en el espacio, creando una atmósfera de concentración y armonía.
Erik y Suri llegaron, Suri se acerco de ellas, mientras Erik se mantenía algo apartado, observando el trabajo de las mujeres. Mika, que los había seguido hasta la cabaña, se sentó un poco más alejada, sin acercarse demasiado. Mientras tanto, Suri se sentó a su lado, comenzando a hablar en voz baja con Mika sobre cosas cotidianas, mientras Erik aprovechaba la oportunidad para acercarse a las mayores.
Cuando vio que Mika no estaba prestando atención y Suri se encontraba tranquila, Erik decidió aprovechar ese momento para hablarles en privado.
—“Necesito hacer una funda… como un gran saco,” murmuró Erik, sin levantar mucho la voz, para que solo ellas pudieran escucharlo. Las gemelas levantaron la vista hacia él, esperando a que se explicara mejor.
Erik se sentó con una ligera tensión en los hombros y continuó. “Es para un proyecto, algo que ayudará mucho.” explicando el tamaño necesario y diciéndoles para que será.
Suri, que escuchaba atentamente a Mika, no notó la conversación entre Erik y las mayores, sumida en su propia charla.
Jaia, al escuchar lo que Erik pedía, no pareció sorprendida, pero sus ojos mostraron una comprensión inmediata. “¿Una funda para eso, de lana? Eso es un proyecto grande. Entendemos lo que pides no es sencillo, pero si lo que necesitas es lana, tenemos bastante. Lo que más nos costará será tejerla. Pero si estás dispuesto a esperar, podemos hacerlo.”
Jerut, que no había hablado aún, observó a Erik con una mirada calma. —“Lo que haces es innovador, lo entendemos. Y si es lo que necesitas, estamos dispuestas a ayudarte.”
Erik suspiró con alivio, agradecido por su comprensión. —“Gracias, de verdad. No quiero que las demás lo sepan por ahora. No es que no confíe en ellas, es solo que este proyecto es algo… bueno será la primera vez que lo haga y no quiero darles falsas esperanzas.”
Alisha asintió lentamente. —“No te preocupes. Lo haremos en secreto. Pero tendrás que ser paciente. Este trabajo llevará su tiempo. Tenemos suficiente hilo de lana, pero el proceso de tejerlo y darle el tamaño que pides nos tomará varios días.”
Erik, aliviado, asintió y sonrió, agradecido por su disposición. —“Lo que me preocupa es que no sé con qué más podría hacerlo si no logramos reunir suficiente lana. Si hay algo que podamos usar, estoy dispuesto a ayudar en todo lo que pueda.”
Jaia levantó una mano tranquilizadora. —“No te preocupes por eso. Lo que necesitamos, lo tenemos. Aunque, como ya te dijimos, esto llevará tiempo.”
Erik asintió y miró a Suri, que seguía conversando animadamente con Mika, sin darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Por un momento, se permitió relajarse, sabiendo que al menos el proyecto que tanto deseaba tomaría forma.
Sin embargo, mientras las mayores continuaban hilando y hablando entre ellas sobre los detalles del trabajo, Erik pensó en el largo camino que le quedaba por recorrer. El proyecto aún estaba en pañales, y aunque las mayores lo ayudaran, no sería algo rápido ni fácil. Pero lo que sentía, más allá de las dificultades, era una mezcla de emoción y esperanza, por fin logrando algo que podra ayudar a todos.
Mientras tanto, Mika, aún sentada a distancia, seguía vigilando con una mirada intensa, sus pensamientos divididos entre la cautela y la curiosidad. Sin saberlo, observaba cómo Erik comenzaba a crear una pequeña pieza de su propio hogar, mientras él, a su manera, les confiaba su secreto a las mayores.
Después de discutir los detalles del proyecto con Jaia y las gemelas, Erik agradeció nuevamente su disposición y se despidió de ellas. Suri lo siguió con una sonrisa tranquila, aunque se notaba algo intrigada por la conversación en murmullos que había tenido con las mayores. Mika, como siempre, caminaba detrás de ellos, silenciosa pero alerta, manteniendo una distancia prudente.
Al acercarse al centro de la aldea, Erik notó a Becca y Hada con grandes canastas en las manos, hablando animadamente entre ellas. Ambas parecían listas para salir de la aldea, con la energía característica que siempre mostraban cuando tenían alguna tarea fuera de lo común.
—"¿Van a algún lado chicas?" preguntó Erik al acercarse.
Becca levantó la vista y sonrió. —"Vamos al bosque frutal. Hay que recolectar frutas frescas para los próximos días. Con este calor, algunas ya están pasándose y no queremos que se desperdicien."
Hada, por su parte, ajustó la canasta que llevaba en el brazo y agregó con una sonrisa juguetona: —"Además, siempre encontramos cosas interesantes. ¿Qué dices, Erik? ¿Te animas a venir? Más manos nunca sobran."
Erik dudó por un momento, pensando en la conversación con las mayores y el tiempo que tomaría su proyecto. Sin embargo, la idea de ayudar a las chicas y de explorar más del bosque frutal le resultaba atractiva.
—"Claro, puedo ayudarles," respondió con una ligera sonrisa. —"Además, caminar un poco más no me vendrá mal."
Suri, al escuchar esto, pareció debatir si unirse o no, pero finalmente dijo: —"Yo iré a ayudar a Arlea. Pero no tarden mucho, que hace calor y las frutas se dañan rápido si no se cuidan."
Mika, que hasta entonces había permanecido callada, frunció el ceño. —"Iré también."
Hada alzó una ceja, claramente sorprendida. —"¿Tú? ¿Desde cuándo a la cazadora le interesa recolectar frutas?"
—"No me interesa," respondió Mika con franqueza. —"Pero alguien tiene que vigilarlo."
Erik soltó una pequeña risa, comprendiendo a Mika. —"Está bien, Mika. Como quieras. Mientras no me digas qué hacer todo el tiempo, podemos manejarlo."
Mika cruzó los brazos, sin decir nada más, mientras Becca y Hada intercambiaban miradas, conteniendo una carcajada.
Erik caminaba en silencio al principio, escuchando las conversaciones de Becca y Hada, quienes parecían competir para ver quién encontraba las frutas más raras o las más dulces. Mika, por su parte, seguía caminando detrás de Erik, siempre observándolo con atención.
Cuando llegaron al bosque frutal, Erik se sorprendió nuevamente por la abundancia de frutas que colgaban de los árboles. Desde pequeños frutos rojizos hasta grandes frutas amarillas, el lugar parecía un paraíso para la recolección.
—"Comencemos aquí," dijo Becca, señalando un grupo de árboles bajos cargados de frutas naranjas. —"Esas están casi maduras."
Hada dejó su canasta en el suelo y comenzó a recoger con rapidez. —"¡Y estas son mis favoritas! Son perfectas para los jugos y antes de dormir."
Erik tomó una canasta y empezó a ayudar, intentando seguir el ritmo de las chicas. Mientras trabajaba, observó cómo Mika, aunque participaba, se mantenía más alerta que involucrada en la tarea.
—"¿Siempre estás así de vigilante?" le preguntó Erik con una sonrisa, mientras colocaba unas frutas en la canasta.
Mika lo miró de reojo, pero antes de que pudiera responder, Becca intervino. —"¡Oh, ni te molestes en preguntarle, Erik! Mika siempre está así. Es como una cabra: siempre en alerta."
—"Es mejor ser una cabra que una oveja distraída," replicó Mika sin perder la compostura, aunque Becca estalló en carcajadas.
Mientras Erik recogía frutas junto con las chicas, su atención comenzó a desviarse hacia una zona más densa del bosque frutal. Los árboles allí se veían distintos: más altos, con hojas de un verde oscuro y ramas que parecían entrelazarse. Había frutas pequeñas colgando en racimos, de colores más apagados en comparación con las vibrantes tonalidades del resto del bosque.
Curioso, Erik señaló hacia esa dirección. —"¿Y qué hay de esas frutas? ¿Por qué no las recolectan?"
Becca hizo una mueca inmediata. —"Oh, no. Esas son horribles. Algunas saben demasiado amargas que no puedes ni tragarlas."
Hada añadió, con un gesto de disgusto: —"Sí, intentamos probarlas hace mucho tiempo, pero todas terminamos escupiendo. Esa zona ni siquiera vale la pena."
Erik arqueó una ceja, intrigado. —"¿Y si no son tan malas? Tal vez podrían servir para otra cosa."
Mika, que estaba vigilando más que participando, interrumpió. —"Si las probamos y no nos gustaron, ¿por qué insistes? Son una pérdida de tiempo."
—"Tal vez," admitió Erik, sin desanimarse, —"pero creo que vale la pena echar un vistazo. Quizás tengan algún uso. Si no, al menos lo sabré por mí mismo."
Hada se encogió de hombros, divertida. —"Pues ve, si quieres. Pero no esperes que te sigamos. Yo paso."
Becca asintió, riéndose. —"Sí, yo tampoco quiero sentir ese sabor otra vez. Fue suficiente con la última vez."
Mientras las chicas continuaban llenando sus canastas, Erik decidió caminar hacia la zona prohibida. A medida que se adentraba en el área, notó que el aire era más fresco y que el suelo estaba cubierto de una capa gruesa de hojas caídas. Los árboles parecían más antiguos, con troncos nudosos y raíces que se extendían como dedos sobre la tierra.
Mientras se adentraba en la zona menos explorada del bosque frutal, sus sentidos permanecían alerta. Las hojas crujían bajo sus pies, y el aroma ligeramente agrio en el aire le confirmó que estaba cerca de los árboles con las frutas descartadas por las chicas. Al llegar, se detuvo bajo uno de los árboles más frondosos y observó los racimos colgantes de frutas de colores apagados.
Tomó una de las frutas amarillas más pequeñas entre sus manos, examinándola con cuidado. No podía simplemente morderla sin más. Su tiempo en el bosque le había enseñado que no todas las cosas que parecen inofensivas lo son. Así que, en lugar de probarla directamente, usó una rama algo afilada para hacer un pequeño agujero y dejar que unas gotas del jugo cayeran sobre el dorso de su mano.
Lo observó por varios segundos, atento a cualquier reacción. —"Nada inmediato... parece seguro." Murmuró para sí, pero al levantar la vista, se encontró con Mika observándolo desde una distancia prudente, sus ojos fijos en él.
—"¿Qué estás haciendo?" preguntó, sin ocultar la curiosidad en su tono.
Erik sonrió levemente. —"Revisando si es seguro. No voy a probar algo que podría ser venenoso sin antes asegurarme de que no afecte la piel. Prefiero evitar problemas."
Mika arqueó una ceja, cruzando los brazos. —"¿Y esa precaución te ha salvado antes?"
—"Varias veces," admitió Erik, recogiendo otra fruta, esta vez de un tono verde intenso. —"Cuando vivía en el bosque, aprendí que algunas plantas reaccionan en la piel rápido si son peligrosas. Picazón, ardor, o incluso un cambio de color. Esto me da una idea antes de arriesgarme."
Mika lo miró en silencio por un momento, como si estuviera procesando algo. Finalmente, dejó escapar un leve suspiro. —"Al menos no eres un idiota temerario. Eso es bueno."
Con la seguridad de que las frutas no parecían causar una reacción en la piel, Erik decidió dar el siguiente paso. Probando un pequeño trozo de la fruta amarilla y lo acercó a sus labios, probándolo con cautela. La acidez fue inmediata, haciendo que cerrara un ojo instintivamente.
—"¡Definitivamente sabe como un limón!" dijo con una mezcla de sorpresa y satisfacción. —"Intenso, pero útil. Esto podría servir para cocinar." pensando en que comidas usarla muy bien.
Tomó la otra fruta, esta vez una verde más grande, y repitió el proceso de probar el jugo en su mano. Mika seguía observándolo, esta vez sin moverse. Cuando Erik mordió un pequeño trozo, su expresión cambió de inmediato: sus labios se fruncieron y sus cejas se levantaron.
—"¿Qué?" preguntó Mika, dando un paso más cerca.
—"Es... salada. Muy salada," explicó Erik, pasándose la lengua por los labios. —"Casi como si estuviera hecha de pura sal."
Mika ladeó la cabeza, todavía escéptica. —"¿Y eso te parece útil también?"
Erik se encogió de hombros, guardando las frutas en sus bolsillos. —"No lo sé todavía. Pero incluso las cosas que parecen inútiles a veces encuentran un propósito. Tal vez estas frutas sean uno de esos casos."
Cuando Erik volvió al grupo, Mika lo siguió de cerca, su mirada aún fija en él, como si intentara descifrarlo. Becca y Hada levantaron la vista de sus canastas al verlo regresar con algunas frutas en la mano.
—"¿Y? ¿Te convencieron esas frutas horribles?" preguntó Hada con una sonrisa burlona.
—"Depende de cómo lo veas," respondió Erik. —"No sé si sean comestibles como tal, pero pueden tener otros usos."
Becca hizo una mueca, recordando su experiencia con esas frutas. —"Dudo mucho que algo tan desagradable tenga utilidad."
Hada se rió, dándole un codazo. —"Déjalo soñar. Si alguien puede encontrarle un uso útil, será él."
Mientras las chicas continuaban su conversación, Mika permaneció callada. Su mirada seguía analizándolo, pero ya no con la misma desconfianza de antes. Ahora, había una chispa de reconocimiento en sus ojos, como si su comportamiento metódico y reflexivo hubiera tocado algo en ella.
Erik, por su parte, con la mente ocupada en las posibilidades de su descubrimiento y en las miradas de las chicas que lo rodeaban.
El día avanzaba entre risas y trabajo, mientras el grupo recolectaba frutas bajo la luz del sol. Becca y Mika se mantenían concentradas, evaluando cada fruto antes de colocarlo en sus canastas, pero Hada, siempre inquieta, buscaba algo más emocionante.
Había comenzado a trepar en un árbol cercano, balanceándose entre las ramas y disfrutando de la altura.
—"Hada, deja de jugar y concéntrate. Esto no es un juego," le advirtió Becca desde el suelo con tono severo.
—"Tranquila, Becca. No voy a caer. Mira," respondió Hada, dándose impulso para alcanzar una rama más alta.
Erik, que estaba revisando las frutas recolectadas, debajo del árbol donde estaba Hada, alzó la vista y frunció el ceño. —"Hada, ten cuidado. Las ramas no siempre son seguras," le advirtió.
Hada simplemente le sonrió desde arriba. —"No te preocupes tanto, Erik. Soy ágil, como un..."
Un fuerte crujido interrumpió su frase. La rama bajo sus pies cedió, partiéndose en un instante. Con un grito, Hada cayó hacia el suelo, incapaz de sujetarse a tiempo.
Erik sin pensarlo, se puso de pie con la mirada hacia arriba, extendiendo los brazos para atraparla antes de que impactara contra el suelo.
El peso de Hada lo hizo tambalearse, y ambos cayeron al suelo, con Erik amortiguando la caída con su cuerpo. En el proceso, las manos de Hada, que buscaban algo a lo que aferrarse, rasgaron accidentalmente la túnica del torso de Erik, dejando expuesto su pecho.
Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Hada, aún sobre Erik, sintió el calor de su cuerpo, los latidos de su corazón acelerado y la firmeza de sus músculos. Su rostro se encendió de inmediato, un rubor evidente cubriendo sus mejillas.
—"¿Estás bien?" preguntó Erik, con la respiración algo agitada pero el rostro tranquilo.
Hada asintió rápidamente, incapaz de mirarlo directamente. —"Sí... gracias. Otra vez..."
Becca y Mika llegaron corriendo al lugar. Becca fue la primera en hablar. —"¿Hada? ¿Estás bien? ¿Qué pasó ahora?"
—"Se rompió la rama..." murmuró Hada mientras se levantaba torpemente, con ayuda de Erik.
Becca observó el desgarrón en la túnica de Erik y no pudo evitar comentar con una sonrisa traviesa. —"Parece que Hada también se llevó algo más en su caída."
Erik bajó la mirada y vio el daño en su túnica, soltando un suspiro. —"Es solo ropa. Lo importante es que Hada está bien."
Mika, cruzada de brazos, observó la escena con una mezcla de reproche y preocupación. —"Esto es exactamente lo que pasa cuando juegas en lugar de trabajar. ¿Cuántas veces van a tener que salvarte, Hada?"
Hada bajó la cabeza, claramente avergonzada. —"Lo siento..." murmuró, lanzando una mirada fugaz a Erik antes de apartarla rápidamente, todavía ruborizada.
Mientras Mika y Becca regresaban al trabajo, Erik revisó su túnica desgarrada y se encogió de hombros, poniéndose de pie. Hada, aún visiblemente nerviosa, se acercó lentamente.
—"Gracias, Erik. Esta es la segunda vez que me salvas," dijo en voz baja.
Erik sonrió, sacudiendo un poco el polvo de su ropa. —"No tienes que agradecerme. Solo ten más cuidado." poniendo una mano sobre un hombro de ella.
Hada asintió, y aunque trató de mantenerse seria, su mirada volvía involuntariamente al torso de Erik, aún visible bajo la túnica rasgada. Su corazón latía con fuerza, y no podía evitar recordar el momento en que estuvo encima de el, tan cerca, como la vez que lo abrazo en el ataque del lagarto.
Desde la distancia, Mika observaba con atención, su mirada pasando de Hada a Erik. Aunque seguía desconfiando de él, no podía ignorar que, una vez más, había demostrado su disposición para protegerlas.
El rasgón en la túnica de Erik, combinado con el calor del día y el trabajo en la recolección, hizo que finalmente terminara de romperse completamente. Observó la piel desgarrada con resignación antes de enrollarla y dejarla cerca de su canasta y tratar de arreglarla mas tarde.
—"Bueno, parece que esto ya no sirve," comentó con un tono despreocupado. Se quedó de pie con el torso desnudo, dejando al descubierto sus músculos definidos por el tiempo de supervivencia en el bosque y marcados con cicatrices que contaban historias de encuentros peligrosos.
Las vendas que cubrían sus costillas lastimadas estaban ya casi innecesarias, pero todavía las llevaba, una última protección mientras terminaba de recuperarse. Con movimientos tranquilos, volvió a centrarse en la tarea de recolectar frutas, como si nada hubiera cambiado.
Sin embargo, para las chicas, la escena era diferente. Becca fue la primera en notar el cambio, deteniéndose a mitad de llenar su canasta.
—"Vaya, parece que ahora sí se nos puso serio el calor," bromeó, aunque su mirada permaneció fija en Erik por más tiempo del necesario.
Hada, que seguía un poco nerviosa tras el incidente del árbol, lo miró de reojo mientras fingía buscar frutas. El rubor en sus mejillas era inconfundible. Mika, por su parte, se mantuvo seria, pero incluso ella no pudo evitar sonrojarse al verlo nuevamente, sin que ninguno sepa que lo había visto antes y notar las cicatrices que surcaban su torso y en la espalda baja. Le recordaban las suyas propias, aunque en Erik parecían hablar de una vida mucho más dura de lo que había imaginado.
Erik, al darse cuenta de las miradas, arqueó una ceja. "¿Qué pasa? ¿Es por las cicatrices? No son gran cosa, solo cosas de la vida en el bosque."
Becca rió nerviosa, apartando la mirada rápidamente. "No, no es eso. Es solo que... "
El silencio incómodo se asentó por un momento, roto solo por el canto de los pájaros y el crujir de las hojas bajo sus pies. Mientras trabajaban, las chicas se dieron cuenta de que su percepción de Erik estaba cambiando. Ya no era solo el extraño que había llegado de repente, herido y necesitado de ayuda. Era alguien fuerte, capaz, y claramente marcado por una vida diferente a la suya.
Hada, intentando romper el silencio, se acercó con una pequeña sonrisa. —"¿De verdad te hiciste esas cicatrices solo en el bosque? Algunas parecen... bastante antiguas y profundas."
Erik asintió, su expresión relajada. —"Sí, la mayoría son de animales. Otras son de accidentes cuando era mas pequeño. Es lo que pasa cuando tratas de sobrevivir solo y dependes de ti mismo para todo."
Mika, aunque permanecía en silencio, no dejaba de observar. A diferencia de las demás, su mirada no era solo de curiosidad o sorpresa, sino de algo más complejo. Cada vez que veía a Erik interactuar con las chicas, pensaba en cómo él había enfrentado tanto dolor y soledad, y en cómo, a pesar de ello, estaba aquí, ayudándolas.
Al final de la recolección, las canastas estaban llenas, y Erik cargaba la mas pesada, dejando a las chicas las más ligeras. Mientras caminaban de regreso al centro, las miradas de las tres chicas seguían desviándose hacia él de vez en cuando.
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Hada caminaba un poco más cerca de Erik, como si su presencia le ofreciera una sensación de seguridad. Becca, más reservada, llevaba su canasta al hombro, pero seguía lanzando miradas curiosas a su espalda. Mika, siempre más distante, caminaba en silencio, pero dentro de sí reflexionaba sobre lo que había visto.
Para las chicas, esa tarde en el bosque no solo había sido una jornada más de recolección. Sin darse cuenta, Erik comenzaba a ocupar un lugar diferente en sus pensamientos, uno que ni siquiera ellas comprendían del todo.
Mientras caminaba hacia la aldea junto a las chicas, Erik observó las cicatrices que surcaban su pecho. Algunas, sabía, eran marcas de su tiempo en el bosque, luchando contra animales y sobreviviendo a los desafíos de un mundo extraño. Pero otras... las de su espalda eran un recuerdo cruel de su vida temprana en la Tierra.
Había vivido desde niño en conflictos, antes de ser transportado a este lugar, enfrentando una guerra que parecía no tener fin. Cada marca le recordaba no solo el peligro, sino también la pérdida y el caos que habían formado parte de su vida temprana. Ahora, en medio de este nuevo mundo, esas cicatrices eran una conexión silenciosa con el pasado que aún no podía compartir.
Sabía que tarde o temprano tendría que contarles la verdad. Las mujeres de la aldea lo trataban con confianza creciente, y aunque todavía percibía la desconfianza de Mika, las demás lo veían casi como uno de los suyos. Pero, ¿Cómo explicar que no era de este mundo?
La idea de revelarles todo de golpe lo incomodaba. —¿Lo creerían? ¿O pensarían que estaba loco? Pensó en hacerlo de forma gradual, contándoles como si fuera un cuento.
—"Tal vez pueda empezar con algo pequeño," pensó mientras observaba a las chicas interactuar entre ellas. —"Hablarles de un lugar lejano, de cosas que nunca han visto. Poco a poco, ir construyendo la verdad."
Las palabras estaban ahí, formándose en su mente, aunque aún no sabía cómo comenzar. Mientras pensaba en ello, notó que Hada lo miraba de reojo, todavía un poco ruborizada desde el incidente en el árbol. Becca parecía más relajada, pero sus ojos seguían cayendo ocasionalmente sobre el. Mika, como siempre, permanecía seria, aunque él sabía que lo observaba con atención.
—"No puedo mantenerlo en secreto para siempre," reflexionó. —"Pero por ahora, dejaré que confíen en mí por lo que hago aquí, no por lo que fue allá."
Las cicatrices, tanto las visibles como las invisibles, eran parte de su historia. Y aunque aún no estaba listo para compartir todo, el deseo de hacerlo algún día crecía con cada interacción que tenía con ellas.
Mientras el sol comenzaba a esconderse tras las montañas, el cielo se teñía de tonos cálidos que lentamente daban paso a la frescura de la noche. Erik caminaba detrás de las chicas, cargando su canasta repleta de frutas que habían recolectado. El ambiente se llenaba de los sonidos suaves del valle que despertaba en la penumbra, y una brisa ligera traía consigo el aroma fresco de la vegetación.
Hada, con su energía inagotable, seguía adelante, bromeando con Becca sobre quién había recogido más frutas. Mika caminaba un poco más apartada, lanzando de vez en cuando miradas rápidas hacia Erik, mientras fingía que no le importaba. En ese momento, con la tenue luz de la noche envolviéndolas, Erik las miró como si las viera por primera vez.
La luz de las tres lunas, que apenas comenzaban a asomarse, daba un resplandor casi mágico a sus rostros. El cabello de cada una parecía brillar con un suave resplandor, el cabello castaño de Hada y Mika con un resplandor dorado, el cabello negro de Becca con reflejos azulados y sus expresiones relajadas, después de un largo día de trabajo, les daban un aire natural y cautivador.
—"Son tan guapas..." pensó Erik, sintiendo cómo esa idea lo golpeaba con más fuerza de lo que esperaba. Había notado antes su atractivo, pero ahora, al verlas en este contexto, lejos de la seriedad del trabajo y envueltas en la tranquilidad del atardecer, la belleza de cada una le resultó aún más evidente.
Hada, con su sonrisa despreocupada, irradiaba una alegría contagiosa, incluso cuando tropezaba con las raíces del camino. Becca, serena y fuerte, caminaba con una gracia que no había notado antes. Mika, aunque siempre parecía mantener una barrera entre ellos, tenía una intensidad en su mirada que lo intrigaba cada vez más.
Por primera vez, se permitió admirarlas sin reservas. Cada una era única, con una belleza distinta que iba más allá de lo físico. Era algo en su forma de ser, en su manera de interactuar con el mundo y entre ellas, lo que las hacía tan especiales.
Mientras continuaban el camino hacia la aldea, Erik no pudo evitar una sonrisa. Estas chicas, que habían comenzado siendo casi desconocidas para él, estaban empezando a ocupar un lugar importante en su vida. No solo eran hermosas por fuera, sino también por dentro, con una fortaleza y un espíritu que admiraba profundamente.
—"Tal vez es por eso que siento este cariño creciendo en mi interior," pensó mientras la aldea empezaba a aparecer a lo lejos, iluminada por pequeñas piedras brillantes que marcaban el camino de regreso. A pesar de su pasado y de las heridas que aún cargaba, sentía que, poco a poco, estaba encontrando algo que valía la pena proteger.
Erik no pudo evitar que su mente divagara hacia las otras mujeres que había conocido en este extraño mundo. Arlea y Lera, aunque no estaban presentes en ese momento, también aparecieron en sus pensamientos.
Arlea, con su carácter amable pero tímido, siempre parecía evitar mirarlo directamente, especialmente después del incidente en la fogata. No podía evitar encontrar encantadora esa mezcla de nerviosismo y dulzura en su comportamiento.
Además, tenía que admitir que su físico no pasaba desapercibido, y en especial su pronunciada zona frontal le llamaba la atención más de lo que quería admitir. Aunque rápidamente se reprochaba a sí mismo por pensar de esa manera, no podía evitarlo.
Lera, por otro lado, tenía un aire completamente diferente. Su creatividad y entusiasmo por la confección y fabricación lo fascinaban. Siempre estaba llena de ideas, incluso si algunas parecían un poco alocadas. Había algo en su mirada brillante y en su coleta de caballo alta, le daba un encanto único, algo que encontraba refrescante y contagioso.
Pero entre todas, Suri tenía un lugar especial en su corazón, aunque de una manera diferente. Cada vez que la veía, no podía evitar pensar en alguien que había conocido hace mucho tiempo. Suri, con su energía juvenil y sus constantes intentos por ayudarlo, le recordaba también a sus hermanas a esa parte de su vida que había perdido. La veía como una hermanita menor, alguien a quien proteger y guiar, y ese sentimiento crecía con cada interacción que tenían.
Sus pensamientos también se dirigieron a Jaia y las gemelas. Para él, eran figuras de sabiduría y experiencia, un ancla en este nuevo mundo. Las chicas las veían como madres adoptivas, Erik comenzaba a sentir algo similar, como si fueran las madres o tías que nunca tuvo después de perder a sus padres.
Jaia, con su paciencia y calidez, irradiaba esa sensación de hogar que hacía tiempo no experimentaba, mientras que las gemelas, con sus formas más juguetonas y reservadas pero profundas, siempre parecían observarlo con una mezcla de curiosidad y aprobación.
—"Tal vez aquí estoy encontrando algo que creí haber perdido para siempre," pensó, mientras miraba a las chicas caminar frente a él. La tenue luz de las lunas suavizaba sus siluetas, y por primera vez, notó cuánto brillaban sus personalidades incluso en la oscuridad.
Eran fuertes, independientes y alocadas a su manera, pero eso era parte de su encanto. Erik sentía que empezaba a formar un vínculo con ellas, no solo como el extraño que había llegado, sino como alguien que podría ser parte de esta nueva familia.
Mientras el grupo avanzaba bajo la tenue luz de la noche, Erik suspiró para sí mismo. Estas mujeres eran todas únicas, con sus propios encantos y personalidades. A pesar de lo extraña que era su situación, no podía negar que, poco a poco, estaba comenzando a sentir algo por cada una de ellas.
Cuando finalmente llegaron a la aldea, la luz suave de la fogata iluminaba el centro, donde las mujeres se reunían para compartir historias. El ambiente estaba lleno de calor, risas y murmullos que se mezclaban con el sonido crackling del fuego. Erik caminaba junto a Hada, Becca y Mika, cargando su parte de las canastas llenas de frutas. Sin la túnica que normalmente usaba, su torso estaba descubierto, con solo las vendas alrededor de sus costillas. Los pantalones y los zapatos completaban su apariencia, que era completamente diferente a la que las chicas estaban acostumbradas a ver.
Mientras el grupo se acercaba a la fogata, el resto de las mujeres notaron a Erik con su torso descubierto y se quedaron mirándolo en silencio, sorprendidas. Aunque no decían nada, sus miradas lo decían todo: curiosidad y un poco de asombro. Sus músculos, marcados por la vida en el bosque, eran algo desconocido para algunas de ellas, al igual que las cicatrices que decoraban su cuerpo, algunas de ellas provenientes de su vida en la Tierra.
Cerca de la fogata, Jaia y sus hermanas, lo miraron con interés, y Lera, que estaba acomodando unas pieles cerca del fuego para sentarse, fue la primera en hablar.
—Erik, ¿Qué pasó con tu ropa? —preguntó, levantando una ceja mientras se acercaba con una sonrisa curiosa.
—Fue un accidente —respondió Erik, deteniéndose junto al grupo y dejando su canasta en el suelo—. Una rama se rompió mientras Hada estaba trepando un árbol, y al atraparla, terminó desgarrándola.
Hada, detrás de él, levantó la mano con una sonrisa avergonzada. —Lo siento, no fue mi intención...
Lera se llevó una mano al mentón, examinándolo detenidamente. —Bueno, parece que no sufriste ningún daño, pero seguro causaste un gran revuelo...
Las mayores asintieron desde su lugar cerca de la fogata, y Jaia comentó con tono tranquilo: —Erik. Seguro muchas aquí se están preguntando qué pensar de este... cambio de apariencia.
En ese momento, Arlea, que estaba cerca de la fogata con un vaso de jugo, no pudo evitar reaccionar al ver a Erik con el pecho descubierto. Su rostro se puso rojo al instante, y el vaso que sostenía se inclinó, derramando el contenido al suelo.
—¡Arlea! —exclamó Becca, al verla tan sorprendida, y rápidamente fue a ayudarla a limpiar el jugo derramado.
—¡Ah! Yo... estoy bien, lo siento... —respondió Arlea, mirando al suelo mientras se apartaba de Erik, aún sonrojada y sin saber bien qué hacer.
Jaia, al ver la reacción de Arlea, soltó una pequeña risa, sin esconder el toque de diversión en su voz.
—Parece que no solo Hada estará causando problemas hoy —comentó, mientras las demás reían suavemente.
Suri, que había estado observando en silencio, se quedó confundida. Miró a Arlea y luego a Erik, sin entender realmente por qué había reaccionado de esa manera. Después de todo, ellas también caminaban a menudo con poca ropa, y no era extraño ver a las demás sin prendas mientras van al lago a nadar cuando están libres o hace calor.
—¿Por qué se puso tan nerviosa? —se preguntó Suri en voz baja, mirando a Mika. Aunque lo pensó varias veces, no alcanzaba a entender por qué tanto revuelo por ver a Erik sin su túnica. A sus ojos, era simplemente una cuestión de comodidad bajo el calor, igual que las otras chicas que se vestían más ligeras en ocasiones.
Erik, intentando aliviar la incomodidad de la situación, se rió suavemente. —No se preocupen. Voy a buscar algo para mañana.
Lera negó con la cabeza, cruzando los brazos.
—No, no, no. Nada de buscar. Mañana ven a mi taller. Te ayudaré a hacer algo a tu medida. Esa túnica era demasiado pequeña, incluso antes de que Hada la rasgara.
—¿En serio? —preguntó Erik, sorprendido por la oferta.
—Claro. Será interesante trabajar con alguien de tu tamaño. Y honestamente, te vendrá bien algo que no parezca que sobrevivió a una batalla.
Jerut soltó una carcajada.
—Aunque debo admitir que no está tan mal así. Parece un guerrero salido de una historia.
Erik rió suavemente, más relajado y sonrojado.
—Bueno, gracias... creo.
Antes de que pudiera relajarse del todo, Jerut habló de nuevo, con ese tono juguetón que parecía caracterizarla.
—Eso sí, espero que lo que Lera haga te cubra más... porque si no, algunas aquí podrían empezar a distraerse demasiado.
Erik no pudo evitar sonrojarse, mientras las demás mujeres, incluida Hada, desviaban la mirada con risitas nerviosas. Lera, por su parte, solo le dio una palmadita en el hombro y asintió.
—Mañana estarás listo. No te preocupes.
Las mayores conversaban, compartiendo su sabiduría sobre los ciclos de la naturaleza. Fue Jaia quien, con su voz calmada y llena de experiencia, habló sobre el tiempo que aún quedaba de calor.
—Con la salida de las tres lunas desde que comenzó el calor, sabemos que estamos en el punto más intenso del ciclo. Aún nos faltan dos salidas más para que todo vuelva a la normalidad.
Erik frunció el ceño, intrigado. Sus ojos volvieron a las tres lunas mientras trataba de procesar lo que había escuchado.
—Entonces... ¿las tres lunas avisan el tiempo de calor? —preguntó, manteniendo un tono casual.
Jaia lo miró con una ligera sonrisa, como si se sorprendiera de la pregunta.
—Si, muchacho. Las lunas tienen ese propósito cuando llega este ciclo de calor. Cada que aparecen completamente.
Erik asintió, calculando mentalmente. Si las lunas llenas son visibles cada dos meses y había que esperar tres veces a que aparezcan en total, eso significaba que el calor duraba seis meses en su totalidad. Pero algo seguía sin quedarle claro.
—¿Y cuándo comienza a bajar la temperatura? —preguntó, mirando a Jaia con interés—. ¿Es después de la salida de la segunda, o hay que esperar hasta que salga la tercera vez?
La pregunta atrajo la atención de las demás, que también escuchaban con curiosidad. Jaia tomó un momento para responder, como si estuviera recopilando sus pensamientos.
—La temperatura empieza a bajar un poco después de la salida de la segunda —explicó con calma—, pero no será hasta la tercera que todo vuelva a ser como antes. Es entonces cuando las lluvias llegan y la tierra florece de nuevo.
Erik miró de nuevo al cielo, reflexionando sobre lo que eso significaba. Cuatro meses más de calor no parecían tan terribles para alguien como él, acostumbrado a climas cálidos en su vida pasada. Sin embargo, podía entender por qué a las chicas lo consideraban eterno.
—Entonces, todavía queda un largo camino —dijo en voz baja, más para sí que para los demás.
Mika, que estaba sentada cerca pero en silencio, lo observó de reojo. Aunque no lo dijo, se preguntaba cómo alguien de una aldea supuestamente lejana no conocía estos ciclos básicos. Por su parte, Erik guardó sus dudas para más adelante. Entendía que el momento de explicar su verdadero origen aún no había llegado.
Jerut, con su tono habitual de picardía, rompió el silencio.
—Bueno, al menos tenemos algo hermoso que mirar mientras esperamos que pase este calor. Las tres lunas siempre son un espectáculo digno de admirar.— mirando de reojo a Erik también con una cara picarona.
La conversación continuó de manera relajada, pero Erik permaneció pensativo. Cada pequeño detalle que aprendía de este mundo lo hacía más consciente de lo diferente que era de su propio hogar. Y mientras las lunas iluminaban la noche, no pudo evitar sentir que aún había mucho por descubrir en este lugar extraño y fascinante.
Erik, aún algo cansado por el largo día, se sentó junto al arbol cercado para poder apoyarse en el, Suri tambien hiso lo mismo sentandose a su lado, escuchando con interés las palabras de las mayores.
Las historias iban desde antiguos cuentos sobre los primeros días de la aldea hasta anécdotas personales de Jaia y las gemelas, quienes solían intercalar su sabiduría con toques de humor para mantener la atención de las más jóvenes. Becca y Mika, aunque serias, se reían discretamente en los momentos más inesperados, mientras que Hada, como siempre, no podía evitar hacer preguntas o comentarios curiosos que aligeraban el ambiente.
Erik escuchaba atentamente, aunque su cuerpo ya empezaba a acusar el cansancio. La calidez de la fogata y las voces de las chicas parecían envolverlo como un suave arrullo. Sin percatarse, su cabeza comenzó a inclinarse ligeramente, y sus párpados se volvieron más pesados con cada palabra de las historias.
Fue Suri, sentada a su lado, quien primero notó que Erik se había quedado dormido. Lo observó con curiosidad durante unos segundos antes de inclinarse hacia Mika, que estaba cerca, para susurrarle:
—¡Mira! se ha quedado dormido...
Mika, al voltear a ver, esbozó una ligera sonrisa, pero rápidamente volvió a mirar hacia la fogata, como si no quisiera que las mayores la regañaran por distraerse. Suri, en cambio, se quedó contemplando a Erik, preguntándose cómo alguien podía quedarse dormido en medio de una conversación tan interesante.
Las mayores, al darse cuenta, bajaron el tono de sus voces y dedicaron una mirada significativa a las chicas, como si les estuvieran recordando que debía reinar el respeto.
—Déjenlo descansar —dijo Jaia en voz baja—. Hoy ha tenido un día largo.
Las demás asintieron y continuaron sus historias, mientras Erik seguía dormido profundamente, con la calidez de la fogata y el sonido de las voces como su compañía en ese momento de reposo. Para las chicas, fue una de esas noches tranquilas en las que las historias y la camaradería parecían más fuertes que cualquier otra cosa.
La noche avanzaba, y el calor de la fogata comenzaba a disiparse. Las mayores se levantaron primero, indicando que era hora de retirarse a descansar. Las chicas se estiraron y se dispersaron lentamente, murmurando entre ellas. Erik, por su parte, seguía dormido junto a la fogata, su respiración tranquila.
Hada, con una sonrisa traviesa, decidió acercarse para jugarle una broma. Se inclinó hacia él, con la intención de asustarlo con un grito repentino o un ligero toque en la frente.
Antes de que pudiera hacerlo, Arlea la detuvo sujetándola del brazo. —¡Hada! —le susurró con tono severo—. Déjalo en paz.
—¡Pero sólo quería despertarlo! —protestó Hada, haciendo un puchero—. No iba a hacerle daño.
—Déjalo tranquilo —insistió Arlea, mirándola con reprobación—. Puede que esté cansado de verdad.
Mientras ambas discutían en voz baja, Suri se acercó por su cuenta. Con su delicadeza habitual, se coloco al lado de Erik y le tocó suavemente el hombro.
—Erik —le dijo con voz suave—, despierta. Es hora de ir a descansar.
Erik abrió los ojos lentamente, parpadeando mientras se reincorporaba. Miró alrededor, algo confundido, y luego a Suri, quien le sonreía con amabilidad.
—¿Cuándo... cuándo me dormí? —preguntó, frotándose los ojos. Luego bajó la mirada, visiblemente avergonzado—. Lo siento, no sé en qué momento me quedé dormido.
—Está bien —respondió Suri, con una sonrisa cálida—. Todas lo notamos, pero no quisimos molestarte. Solo queríamos asegurarnos de que descansaras bien.
Erik asintió, aún algo apenado, y se puso de pie lentamente. Mientras lo hacía, Suri se adelantó inesperadamente y lo abrazó brevemente, transmitiendo un gesto sincero de cariño.
—Descansa bien —murmuró con suavidad, y antes de retirarse, le dio un beso rápido en la mejilla.
Erik quedó momentáneamente aturdido, llevándose la mano a la mejilla mientras observaba cómo Suri se alejaba hacia la cabaña central. Las otras chicas, que habían presenciado la escena, permanecieron en silencio, pero sus miradas reflejaban emociones mezcladas. Algunas, como Mika y Becca, desviaron la vista, mientras que Hada fruncía ligeramente el ceño. Incluso Arlea parecía algo sorprendida, aunque evitó hacer algún comentario.
Las chicas no dijeron nada mientras Erik se retiraba hacia su propia cabaña, pero el beso de Suri había dejado una sensación peculiar entre ellas. Algunas quizá sentían celos o algo mas, aunque no entendían muy bien por qué. Erik, por su parte, se quedó pensando en la dulzura de Suri mientras caminaba hacia su refugio, preguntándose qué habría en su gesto que lo hacía sentir tan apreciado.
El sol comenzaba a bañar el valle cuando Erik llegó al taller de Lera. Había prometido ir temprano para que ella pudiera trabajar sin contratiempos en una prenda para su torso. La estructura del taller ya le era familiar, pero cada vez que lo visitaba, encontraba nuevos detalles: herramientas afiladas, patrones trazados sobre pieles, y una sensación de orden y creatividad que hablaba mucho de la personalidad de Lera.
—Llegaste justo a tiempo —dijo Lera con una sonrisa mientras organizaba unas tiras de cuero sobre su mesa de trabajo—. Ven aquí, empecemos.
Erik se paro en el sitio que le señalo. Aunque ya lo había visto anoche sin su prenda antes, Lera no pudo evitar sorprenderse al estar tan cerca de él. Su mirada se fijó en los músculos bien definidos de sus hombros y abdomen, y, aunque intentó mantenerse profesional, un leve rubor comenzó a colorear sus mejillas.
—¿Todo bien? —preguntó Erik al notar su silencio.
—Sí... sí, claro —respondió ella rápidamente, levantando una tira de cuero para medirle el torso.
Lera rodeó su pecho con la tira, asegurándose de ajustarla bien. Mientras lo hacía, su mano rozó la piel firme de Erik, y, casi de manera inconsciente, presionó ligeramente con los dedos, como si quisiera confirmar que era real. Al darse cuenta de lo que hacía, se apartó de golpe, más roja que antes.
—Lo siento, solo estaba... verificando la medida —dijo, evitando mirarlo a los ojos.
Erik, que también había sentido el contacto, se aclaró la garganta y sonrió nerviosamente.
—No hay problema. Es parte del trabajo, ¿no?
Lera asintió, aunque su mente seguía repasando la sensación del contacto. Intentando recuperar la compostura, continuó midiendo, esta vez los hombros y la espalda. Sin embargo, no pudo evitar que su mirada vagara por las cicatrices que adornaban el cuerpo de Erik, preguntándose qué historias guardaban.
—Tienes una estructura muy... distinta —comentó, intentando mantener la conversación ligera—. Alta, firme... diferente a la nuestra.
Erik se rió suavemente.
—Supongo que esa es una de las diferencias entre nosotros.
—Bueno, al menos hará que esta prenda sea única —dijo Lera, ahora enfocándose en su mesa de trabajo.
Mientras cortaba las pieles basándose en las medidas tomadas, Erik observó algo que llamó su atención. Sobre la mesa, había una prenda a medio terminar que parecía inspirada en sus pantalones de mezclilla.
—¿Eso es...? —señaló, acercándose un poco más.
Lera levantó la vista y sonrió tímidamente.
—Sí. Cuando vi tus pantalones, me parecieron prácticos. Pensé que podía intentar algo similar.
—Lo estás haciendo muy bien —dijo Erik, examinando el diseño con interés—. Es una buena réplica.
Lera pareció animarse con el cumplido, y Erik, con una idea en mente, agregó:
—De hecho, hay otros patrones que podría enseñarte. Algo más ligero y cómodo, especialmente para moverse mejor.
—¿Cómo cuáles? —preguntó Lera, inclinándose hacia él con interés.
Erik tomó un trozo de corteza que Lera utilizaba como hojas y comenzó a dibujar varios bocetos simples. Explicando cómo permitían mayor libertad de movimiento al correr o trabajar e ideales para el clima cálido y para tareas activas.
—Estos bocetos parecen, bueno algo que no estén acostumbras usar, pero serían útiles, sobre todo cuando necesitan moverse rápido. He visto que las faldas que usan a veces las incomodan al correr.
Lera observó los dibujos con fascinación.
—Es verdad... a menudo nuestras faldas se enganchan en ramas o nos dificultan caminar en ciertas partes del bosque. Estos diseños... parecen simples, pero también elegantes.
—Y cómodos —añadió Erik—. No son complicados de hacer.
Lera guardo los patrones con cuidado, haciendo ajustes mentales para adaptarlos a los materiales disponibles en la aldea.
—Voy a probar con uno de estos. Si funcionan, podrían ser útiles para todas.
—Si necesitas más ideas, puedo ayudarte a dibujarlas —dijo Erik, mientras Lera asentía entusiasmada.
La conversación relajó la atmósfera, y aunque Lera todavía se sentía algo tímida al mirarlo directamente, su entusiasmo por los nuevos diseños la ayudó a concentrarse en el trabajo. Ambos se dieron cuenta de que esta colaboración sería el inicio de un intercambio de ideas que beneficiaría a toda la aldea.
Con las medidas ya tomadas y la prenda en proceso, Erik se colocó una piel improvisada que le dio Lera para que se proteja su espalda del sol y se giró hacia Lera, quien aún estaba concentrada en ajustar las pieles cortadas.
—Gracias por tomarte el tiempo tan temprano —le dijo Erik con una sonrisa amable.
Lera levantó la vista, aún con las mejillas algo sonrojadas.
—No es nada. Me gusta este tipo de trabajo, y... bueno, eres un modelo interesante —respondió, desviando la mirada rápidamente al darse cuenta de cómo sonaba.
Erik soltó una pequeña risa, entendiendo que no lo había dicho con mala intención.
—Agradezco que lo veas así. Ahora voy a revisar algunas trampas que dejé cerca. Quizá haya caído algo y podamos tener algo de carne para variar un poco la dieta.
—¿Trampas? —preguntó Lera con curiosidad, dejando de lado sus herramientas—. ¿Cómo son?
—Son simples, nada muy elaborado. Usé ramas, cuerdas y un poco de cebo. Si funcionan, tal vez pueda enseñarte cómo hacerlas.
Lera asintió con interés.
—Eso sería útil. Aunque no soy muy buena cazando, sería bueno aprender algo nuevo.
Erik se dirigió hacia la puerta del taller, pero antes de salir, se giró hacia ella.
—Mas tarde paso a ver cómo vas con la prenda, ¿te parece?
Lera asintió con una sonrisa.
—Claro, para entonces debería tenerla lista para que lo pruebes.
—Perfecto. Hasta luego, Lera.
—Hasta luego, Erik. Y suerte con tus trampas.
Erik le dedicó un último asentimiento antes de salir del taller. El aire fresco de la mañana lo envolvió mientras caminaba hacia el area donde las coloco, listo para revisar si sus trampas habían dado algún fruto. En su mente, sin embargo, aún rondaba la imagen de Lera trabajando con dedicación, y el leve sonrojo que había notado en ella no dejaba de hacerle sonreír.
La mañana había sido tranquila con las chicas con sus deberes matutinos, el sol estaba en su punto más alto cuando las chicas se reunieron bajo la sombra del gran árbol en el centro de la aldea. Las bandejas improvisadas con frutas frescas y vegetales estaban dispuestas sobre mantas tejidas, mientras cada una tomaba un descanso del trabajo matutino.
Arlea llegó apresurada, visiblemente molesta, con su cabello despeinado y una mancha de tierra en su falda. —"¡Esas cosas están otra vez en mis cultivos!" exclamó, dejando caer una canasta vacía junto a las demás.
Todas alzaron la vista.
—"¿Qué cosas?" preguntó Hada, partiendo un pedazo de fruta.
—"¡Los animales que siempre se aparecen y se llevan todo lo que pueden! Hoy casi no me dejan nada de las Carotas," refunfuñó Arlea, cruzando los brazos.
—"Ah, esas plagas," dijo Mika, quien estaba ajustando su arco. —"Son casi imposibles de cazar. Apenas los ves, ya han desaparecido."
—"Sí, son demasiado veloces," añadió Becca. —"Y siempre logran meterse en los cultivos cuando nos descuidamos."
—"Recuerdo que Erik los llamó ciervonejos," comentó Suri de repente, interrumpiendo la conversación.
Todas giraron hacia ella, curiosas.
—"¿Ciervo... qué?" preguntó Mika, con una ceja arqueada.
—"Ciervonejos," repitió Suri. —"Así los llamó Erik cuando los vio mientras descansaba bajo un árbol mientras se recuperaba de su herida. Fue cuando tú estabas cazando en el valle, Mika. Dijo que le recordaban a unos animales de donde él creció."
—"¿Y qué son esos?" preguntó Hada, frunciendo el ceño.
Suri se encogió de hombros. —"No lo sé exactamente. Erik dijo que los ciervos tienen patas largas y cuernos, y que los conejos tienen orejas largas y saltan mucho. Los ciervonejos son como una mezcla de ambos."
—"Suena raro," comentó Arlea, suspirando. —"Pero tampoco importa qué nombre les pongamos si siguen arruinando mis cosechas."
—"Son listos," dijo Mika. —"Y muy rápidos. Ni siquiera mis flechas les alcanzan."
—"¿Trampas, entonces?" sugirió Becca.
—"Podría funcionar," añadió Suri. —"Erik mencionó que, si son tan veloces, tal vez lo mejor sería atraparlos con algo en lugar de intentar cazarlos directamente."
—"¿Y qué usaríamos como cebo?" preguntó Arlea.
—"Las Carotas," respondió Becca sin dudar.
Arlea asintió, aunque su frustración seguía presente. —"Bueno, mañana podemos intentar algo. Pero no quiero seguir perdiendo cosechas por culpa de esos malditos ciervonejos."
En ese momento, Erik apareció detrás de ellas, cargando varios de los animales sobre sus hombros. Estaban atados con una liana trenzada improvisada, y sus patas se agitaban débilmente.
—"¿De que hablaban?" preguntó, dejando caer su captura a sus pies.
Las chicas lo miraron boquiabiertas.
—"¿Cómo lograste atraparlos?" exclamó Mika, acercándose para inspeccionar los animales.
Erik sonrió mientras se acercaba mas a ellas. —"Observación, paciencia y un poco de suerte. No son tan imposibles de atrapar como parecen si sabes por dónde van a pasar y claro una buena trampa y un buen cebo."
Antes de que alguien más pudiera decir algo, Arlea soltó un grito de alegría. —"¡Por fin!" exclamó mientras corría hacia él.
Sin pensar, lo abrazó con fuerza, rodeando su cuello y presionándose contra él en un gesto de puro entusiasmo. Erik se tensó al instante, sorprendido por la espontaneidad del abrazo y, sobre todo, por el contacto inmediato con los generosos pechos de Arlea. Por un breve momento, su mente quedó en blanco, luchando por mantener la compostura.
—"Gracias, Erik. De verdad, gracias," dijo Arlea, aún aferrada a él, ajena al efecto que estaba causando.
Cuando finalmente se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se apartó de golpe, con las mejillas ardiendo. —"¡Lo siento! ¡No sé qué me pasó!" dijo, llevándose las manos al rostro para esconder su vergüenza.
Erik, aún un poco desconcertado, se rascó la nuca y ofreció una sonrisa nerviosa. —"No te preocupes, Arlea. Me hace feliz que estés contenta con el resultado."
Las demás no pudieron evitar soltar algunas risitas, disfrutando de la escena.
—"¡Eso es increíble!" dijo Suri, intentando suavizar la situación.
—"Sí, al menos ahora tenemos carne extra," añadió Becca, sonriendo ampliamente.
Erik asintió, todavía algo sonrojado, y señaló a los ciervonejos. —"Y tal vez podamos usar su piel y sus cuernos para algo más."
Mientras las chicas inspeccionaban la captura y discutían emocionadas, Arlea se mantuvo en silencio, deseando que el suelo la tragara. Pero en el fondo, no podía dejar de sonreír al pensar en cómo Erik había logrado resolver el problema de sus cultivos.
Después de compartir la comida con las chicas, Erik decidió retirarse a su cabaña. Incluso para él, que estaba acostumbrado a un clima cálido, el calor del día ya resultaba algo agotador. Había ayudado en las tareas matutinas y cazado suficiente para saciar a todas, pero ahora sentía cómo su cuerpo pedía un momento de descanso.
—"Vuelvo luego," dijo a las chicas, levantándose con calma.
—"¿Ya te vas?" preguntó Suri, con una ligera nota de preocupación en su voz.
—"Sí, necesito descansar un poco. El calor ya aumento bastante y me está afectando también," respondió Erik, con una sonrisa tranquila para no preocuparlas.
Las chicas asintieron, y Erik se retiró hacia su cabaña. Al entrar, sintió un alivio inmediato al estar lejos del sol directo. Dejó sus cosas a un lado, tomó un poco de agua que tenía guardada y se recostó en la cama improvisada.
Mientras descansaba, los acontecimientos del día volvieron a su mente. Sin quererlo, sus pensamientos se detuvieron en el momento del abrazo de Arlea. La calidez y la espontaneidad de su gesto habían sido algo inesperado, pero más que eso, lo que realmente lo tenía nervioso era el contacto tan cercano que había sentido.
Erik suspiró y se llevó una mano al rostro, cerrando los ojos con fuerza como si eso pudiera borrar el recuerdo. —"Demonios, Erik," murmuró para sí mismo.
Podía recordar con claridad cómo Arlea había corrido hacia él, emocionada al ver los resultados de su cacería. Y luego, ese abrazo lleno de gratitud que lo había tomado por sorpresa. Su entusiasmo lo había contagiado, pero también lo había dejado con una mezcla de emociones que no sabía cómo manejar.
El suave roce de su cuerpo contra el de él, especialmente el contacto con sus pechos grandes, era algo que no podía ignorar y jamas lo olvidara. Aunque no había sido intencional por parte de Arlea, había sido imposible para Erik no notarlo.
—"¿Por qué pienso tanto en esto?" se preguntó, rodando sobre su pecho y mirando hacia un costado en dirección a la aldea. Sabía que Arlea no lo había hecho con ninguna intención fuera de agradecerle, pero su mente no podía evitar analizarlo.
Era más que eso, pensó. Porque no era solo Arlea quien ocupaba su mente últimamente. Cada una de las chicas tenía algo especial que lo atraía, y eso lo confundía aún más. En la Tierra, le habían enseñado a centrarse en una sola persona, en construir una relación con un solo corazón. Pero aquí, en este mundo, como seria.
Mientras intentaba distraerse del calor sofocante y los pensamientos que lo rondaban, un ligero golpeteo en la entrada de su cabaña lo sacó de su ensimismamiento. Se levantó rápidamente, y se acerco a la entrada retirando a un costado la piel que colgaba en la entrada algo extrañado.
Arlea estaba ahí, nerviosa, con las mejillas ligeramente enrojecidas y sus manos jugando con el dobladillo de su falda de piel.
—"Arlea, ¿todo bien?" preguntó Erik, notando de inmediato su expresión inquieta.
—"Sí... bueno, no," respondió ella, sin levantar la mirada. —"¿Puedo pasar? Quiero hablar contigo."
Erik asintió, haciéndose a un lado para dejarla entrar. Arlea se movió con cautela, mirando a su alrededor como si quisiera distraerse con cualquier cosa que no fuera la conversación que sabía que debía tener.
—"¿Qué sucede?" dijo Erik y se sentó en el borde de su cama, dejando espacio para que ella hiciera lo mismo si quería.
Arlea se sentó a su lado y tomó aire profundamente y finalmente habló: —"Quería... disculparme por lo de hace rato. Cuando te abracé. No sé qué pasó. Fue algo tan... impulsivo, y ahora no puedo dejar de pensar en si te incomodé o si fue algo inapropiado."
Erik la observó por un momento, notando cómo mantenía los ojos fijos en el suelo, claramente nerviosa. Entonces sonrió suavemente y respondió: —"Arlea, no tienes que disculparte. Fue un gesto muy sincero, y te agradezco que hayas querido mostrar tu gratitud. Es normal querer agradecer."
—"Pero..." Arlea levantó la mirada, sus ojos llenos de dudas. —"No sé, fue como si me hubiera olvidado de todo por un momento. Cuando me di cuenta, ya estaba abrazándote, y luego... bueno, me sentí tan avergonzada."
Erik se rascó la nuca, algo incómodo por la sinceridad del momento, pero al mismo tiempo queriendo tranquilizarla. —"Te entiendo. A veces actuamos por impulso, especialmente cuando estamos felices o emocionados. Pero no tienes por qué sentirte mal por eso. Honestamente, no me incomodó en absoluto."
Arlea pareció relajarse un poco ante sus palabras, aunque todavía tenía un ligero sonrojo en sus mejillas. —"¿De verdad? Es que... no sé cómo explicarlo, pero fue algo diferente. Algo que nunca había sentido antes."
Erik la miró, entendiendo un poco más su confusión. Quizás lo que Arlea estaba experimentando era nuevo no solo para ella, sino para todas las chicas. A fin de cuentas, él era diferente, alguien que había llegado a cambiar muchas de las dinámicas en sus vidas.
—"Es normal sentir cosas nuevas cuando alguien llega a nuestras vidas," dijo con calma. —"Yo también estoy aprendiendo a adaptarme a este lugar, a entenderlas a ustedes. No te preocupes, Arlea, todo está bien."
Ella asintió lentamente, sus hombros finalmente relajándose. —"Gracias. Me siento un poco mejor ahora."
Él le dedicó una sonrisa cálida. —"Eso es lo que importa. Y si alguna vez te sientes confundida o necesitas hablar, estoy aquí para escucharte."
Arlea le devolvió la sonrisa, esta vez más segura. "Gracias. De verdad, gracias."
Se levantó, preparada para irse, pero antes de salir, se giró hacia él una última vez. —"Y... gracias por cazar esos ciervonejos. Fue un gran alivio verlos fuera de mis cultivos."
—"Es un placer ayudar," respondió Erik, viendo cómo la joven salía de la cabaña con una expresión mucho más tranquila que cuando había llegado.
Una vez que se quedó solo, Erik suspiró, dejando que sus pensamientos volvieran al abrazo y a lo que había sentido. Tal vez no solo Arlea estaba experimentando cosas nuevas. Él también tenía mucho que procesar.
El sol ya había comenzado a ocultarse tras las montañas, tiñendo el cielo con tonos cálidos que reflejaban el torbellino de emociones que Erik sentía en su pecho. Desde que Arlea había salido de su cabaña, había estado dándole vueltas a sus palabras, a la ternura en su voz y al inesperado calor del abrazo que le había dado más temprano.
Se recostó sobre su cama, mirando el techo de la cabaña mientras sus pensamientos viajaban a aquel momento. Podía recordar perfectamente la sensación de los brazos de Arlea rodeándolo, el roce de su piel y cómo sus pechos se había apoyado contra él. Fue un contacto breve, pero había dejado una impresión profunda. Más allá de lo físico, estaba el calor emocional que ese gesto transmitía, una calidez que no había sentido.
—"Es tan... diferente," murmuró para sí mismo, pasando una mano por su rostro. —"Nunca pensé que alguien pudiera hacerme sentir así."
Cerró los ojos, dejando que su mente recreara la imagen de Arlea. Su cabello largo brillante bajo la luz del sol, la expresión de alegría pura cuando lo abrazó, y luego ese sonrojo encantador cuando se dio cuenta de lo que había hecho. Había algo en ella que lo atraía, algo que iba más allá de su belleza física. Era su sinceridad, su manera de emocionarse por cosas simples, y esa chispa de determinación que siempre mostró, incluso en los momentos difíciles.
— "¿Es esto amor?" Pensó, sintiendo un leve escalofrío recorrer su espalda. Arlea no era la única que le despertaba sentimientos especiales; También estaban los demás. Cada una tenía una parte de su corazón, y eso lo confundía.
— "Tal vez aquí funcione de otra manera", reflexionó, llevándose las manos detrás de la cabeza. — "Pero... con Arlea, hoy sentí algo diferente. Ese abrazo, su sonrisa, la forma en que se disculpó. Es como si..."
No terminó la frase en voz alta. Era difícil poner en palabras lo que sentía, pero había una certeza creciendo en su interior: Arlea estaba empezando a ocupar un lugar especial en su corazón. Y aunque no sabía cómo lidiar con eso, tampoco podía ignorarlo.
El viento nocturno sopló suavemente a través de la ventana, refrescando la cabaña y calmando un poco su mente inquieta. Erik sonoro, dejando escapar un suspiro.
— "Supongo que lo único que puedo hacer es seguir adelante y ver a dónde me lleva esto", murmuró. Pero mientras cerraba los ojos para intentar descansar, ya que más tarde debería ir donde Lera, pero una imagen persistía en su mente: Arlea, feliz y sonrojada, rodeándolo con sus brazos en ese momento que ya sabía que no olvidaría jamás.