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Tomo 3: Cruzando Destinos "Español"
Capítulo 4 : Sombras del Pasado

Capítulo 4 : Sombras del Pasado

Ya avanzada la noche Becca noto que el extraño esta moviéndose muy raro y comenzando a hablar entre sueños, al no saber que hacer y algo asustada empezó a llamar a Jaia ya las demás para pedir ayuda y todos acudieron a su llamado pensando lo peor.

El desconocido estaba sumido en un profundo sueño, o más bien, en una especie de pesadilla de recuerdos del pasado que su mente le obligaba a revivir. Su rostro estaba empapado en sudor, y su cuerpo parecía arder en fiebre, mientras murmuraba palabras entrecortadas que sólo añadían confusión a las mujeres que intentaban cuidarlo.

Las mayores, rodeaban al desconocido con pieles húmedas, haciendo lo posible por aliviar la fiebre que comenzaba a ser alarmante. Intentaban enfriarlo con pieles húmedas y preparar infusiones de plantas que, hasta donde sabían, ayudaban a combatir infecciones y calmar el dolor.

Los jóvenes de la aldea, al ver la angustia de las mayores, también se acercaron para ayudar. Suri y Hada, especialmente, permanecían muy cerca, observando cada cambio en el rostro del desconocido, como si sus miradas pudieran apaciguar los tormentos que él enfrentaba en sus sueños.

"¿Cómo sigue?" preguntó Hada, sin apartar la mirada del extraño, mientras ajustaba el paño frío que Alisha le había entregado. Sus manos temblaban ligeramente al aplicarlo en la frente de él.

"Está muy caliente", respondió Jaia con seriedad, mientras se dirigía a las chicas en la tarea. "Pero hagan lo posible por mantener la calma. Esto puede tomar tiempo".

“ Vamos, no te rindas…” murmuró Suri, con una expresión de profunda preocupación en su rostro infantil. Aunque aún era joven, su mirada reflejaba una gratitud que iba más allá de sus años. Recordaba vívidamente cómo él se había lanzado a salvarla, interponiendo su propio cuerpo para protegerla de la bestia en el bosque, y ahora ese recuerdo impulsaba su deseo de ayudarlo de cualquier forma posible.

La fiebre seguía alta. En la cabaña, todas las aldeanas estaban presentes, con excepción de Lera, quien estaba ocupada en un encargo especial de Jaia. Suri y Hada se turnaban para enfriar la frente y el pecho con paños húmedos, mientras las mujeres mayores se encargaban de pasarles más paños húmedos, intercambiando miradas cargadas de preocupación.

Becca rompió el silencio, sentada al borde de la cama improvisada.

— Habla entre sueños... pero no entiendo mucho. ¿Alguna de ustedes ha oído esos nombres?

— No —respondió Jaia, su voz serena pero reflexiva. —Pero parece importante. Las palabras que dicen están llenas de dolor.

Erik murmuró de nuevo, su voz quebrada y apenas audible:

— Sofía... Valeria... no se vayan...

— Ahí están otra vez esos nombres —comentó Arlea mientras sostenía un frasco con un ungüento casero. — Quizás sea su familia.

Hada, siempre curiosa, se inclina para escuchar más de cerca.

— Luz... tan brillante... mamá, papá... no entiendo...

Suri presionó con cuidado su mano mientras le cambiaba el paño húmedo.

— Parece que está reviviendo algo terrible.

El desconocido movió ligeramente la cabeza, sus ojos cerrados y su rostro tenso.

— Sofía... me empujaste... lejos... cuando me giré... ya no estabas...

— ¿Una luz? —preguntó Alisha, levantando una ceja. — ¿Qué clase de luz podría hacer que alguien desaparezca?

— Quizás se refiere a algo simbólico... como la muerte —sugirió Jerut, aunque su tono dudoso mostraba que tampoco estaba segura.

— Valeria... no podía encontrarte... ¡la luz! ¡Todo desapareció!

Becca tragó saliva, mirando a las mayores.

— ¿Eso suena a algo que ustedes entiendan?

— No exactamente —dijo Jaia, observándolo con el ceño fruncido. — Pero sea lo que sea, lo marcó profundamente.

El continuó murmurando, su voz ahora más apagada.

— Estuve solo... días... semanas... no sé..., Los abuelos... me encontraron... pero ya no era lo mismo... no... nunca más igual...

Hada lo miró con una mezcla de lástima y curiosidad.

— Dijo que lo encontraron sus abuelos. Quizás perdió a toda su familia de una vez.

El silencio llenó la cabaña mientras todas procesaban las palabras fragmentadas. Suri rompió el silencio, con los ojos llenos de empatía.

— Parece que su vida se desmoronó de golpe.

Hada suspiró, dejando el ungüento a un lado.

— Qué extraño... habla de una luz y de desaparecer. Eso no suena a algo común.

— Quizás no lo sea —intervino Jerut, apoyándose en su regazo. — A veces, las cosas más difíciles de explicar son las que más nos afectan.

El murmuró de nuevo, más bajo esta vez, casi inaudible.

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— Sofía... Valeria... ¿Dónde están...?

Arlea cruzó los brazos, mirando al hombre febril.

— Aun en sus sueños las busca. Se ve que ese dolor lo acompaña desde hace mucho.

— Sí —asintió Jaia. — Quizás entender su pasado nos ayude a comprenderlo mejor.

Suri apretó suavemente la mano del hombre, como si intentara transmitirle consuelo.

— Está sufriendo tanto... pero al menos aquí tiene una oportunidad de sanar.

De repente, otros murmullos del desconocido interrumpió el silencio tenso de la cabaña. Su voz apenas audible pronunciaba palabras que parecían inconexas para ellas. “Contaminación… agua sucia… abuelos…”. Las jóvenes se miraron con extrañeza.

"¿Contaminación?" repitió Alisha en un susurro, con una expresión de desconcierto en su rostro. “¿Es algo que pertenece de donde viene, tal vez?”

“Debe ser algo terrible,” añadió Becca, mirándolo con compasión. “O tal vez es solo la fiebre, hablando a través de él.”

En sus sueños, el desconocido continuaba vagando por los recuerdos de su vida en la Tierra. “Abuela… las hierbas… no… el agua está contaminada… no puedo… hermanas”. Las palabras se deslizaban de sus labios en fragmentos, llenas de un dolor que las jóvenes no podían comprender del todo, pero que aún así las conmovía profundamente.

Hada, inclinándose para colocar otro paño húmedo en el cuello del desconocido, murmuró casi para sí misma: “Nunca pensé que alguien pudiera haber pasado por tanto… ¿Qué cosas habrá enfrentado?”

Suri, sentada a su lado, observaba al extraño con una mezcla de tristeza y gratitud. "Él me salvó… nos salvó, Hada… no quiero que le pase nada."

"Lo sé, Suri," respondió Hada, sus ojos fijos en el rostro febril del desconocido. "Haremos todo lo que podamos para que esté bien."

Él seguía murmurando entre sueños: “explosiones… el aire está contaminado… guerra mundial… abuelos, no me dejen…”

Las palabras provocaban una inquietud en mayores, quienes compartían miradas preocupadas, reconociendo algunos términos vagamente. “‘Guerra mundial’… ese es un concepto que apenas comprendemos, pero sabemos que trae destrucción,” comentó Alisha en un murmullo, aunque apenas podía imaginar lo que el desconocido había vivido.

Jerut asintió, pensando en las historias que sus antepasados les habían contado acerca de tiempos oscuros, pero nada se asemejaba a lo que él parecía experimentar.

Entre los cuidados y los murmullos del extraño, la noche se hacía cada vez más larga. Las jóvenes, sin embargo, se mantenían firmes a su lado, refrescando los paños y observando sus gestos, al tiempo que las mayores revisaban la fiebre y mantenían al desconocido lo más cómodo posible. Suri y Hada apenas dormían, observando cómo él iba poco a poco estabilizándose y cómo su respiración se hacía menos agitada.

Finalmente, tras horas de atenciones constantes y el esfuerzo de todas, la fiebre del desconocido empezó a ceder ligeramente. Su respiración se volvió más regular, y sus murmullos se aquietaron. Las jóvenes y las mayores se miraron con alivio, aunque el cansancio se reflejaba en sus rostros. Suri, al ver que el desconocido descansaba un poco más tranquilo, sonrió levemente, sintiendo que la gratitud que ella sentía hacia él le había permitido ayudar a que superara esa noche complicada.

Para todas ellas, él era un extraño, pero un extraño que había salvado a las suyas, y por eso se sentían en deuda. Mientras la noche cedía paso al amanecer, las jóvenes comprendieron que harían todo lo posible por devolverle ese favor, protegiéndolo y cuidándolo como él lo había hecho.

El sol se alzaba con suavidad en el cielo, arrojando una luz dorada sobre la cabaña donde el desconocido yacía en un estado de profundo sueño. Había pasado todo un día y la noche anterior en un sopor, la fiebre que había amenazado con consumirlo finalmente había dado un respiro, pero su cuerpo todavía necesitaba tiempo para sanar.

Suri, con su pequeño cuerpo enérgico, no se apartó de su lado ni un solo momento. A su lado, las mayores, estaban atentas, intercambiándose miradas de preocupación mientras cambiaban las vendas con cuidado y limpiaban el sudor de su frente. La cabaña estaba impregnada del aroma fresco de las hierbas que habían utilizado para preparar las compresas.

“¿Crees que se despertará hoy?” preguntó Suri, sus ojos grandes y brillantes fijos en el rostro del desconocido. Se sentía inquieta, como si la energía del mundo dependiera de su salvador, el desconocido que había llegado de la nada.

“Espero que sí, pequeña,” respondió Alisha, mientras acariciaba la frente del desconocido con una tela húmeda. “Su cuerpo necesita más tiempo. Hemos hecho todo lo que podemos, y ahora debemos confiar en que se recuperará.”

Jerut asintió, observando cómo el color de su piel comenzaba a volver a la normalidad. “No es un joven común. Ha demostrado ser fuerte, más fuerte de lo que creemos. Seguro que se recuperara.”

Mientras las mujeres mayores trabajaban, Suri se sentó en el borde de la cama de pieles, inquieta. Recordaba vívidamente cómo había luchado contra la bestia en el bosque, arriesgando su vida para salvarla. La imagen de su valentía la llenaba de una mezcla de admiración y preocupación. “Si tan solo pudiera hacer algo para ayudarlo,” murmuró, casi en un susurro.

“Lo haces,” le dijo Jerut suavemente, mirándola a los ojos. “Tu presencia aquí significa más de lo que imaginas. Él siente tu energía, tu fe.”

Suri se sintió reconfortada por las palabras de Jerut. Decidió que, mientras dormía, haría todo lo posible para cuidar de él, de la mejor manera que sabía. “Voy a buscar más hierbas para ayudarlo,” dijo con determinación, levantándose con decisión.

“No es necesario, pequeña. Ya tenemos todo lo que necesitamos,” respondió Alisha, sonriendo. “Pero puedes quedarte aquí a su lado. Tu compañía es lo que más necesita ahora.”

La cabaña estaba en silencio, solo se escuchaba el suave murmullo del viento y la respiración agitada del desconocido, quien parecía revivir escenas dolorosas en sus sueños. Suri, que no se apartaba de su lado desde que lo trajeron, notaba cómo su rostro se contraía y una leve capa de sudor cubría su frente. Con un gesto decidido y cuidadoso, se acercó aún más, sentándose en el borde del camastro de pieles.

Tomó su mano, grande y áspera, con ambas de las suyas, y la sintió cálida y fuerte, aunque el hombre parecía tan frágil en ese momento.

—No estás solo, ¿sabes? —le susurró Suri, tratando de que su voz suave atravesara el torbellino de sueños que lo mantenían inquieto—. Aquí estamos todas contigo... yo, Becca, Hada y hasta las mayores. No vamos a dejar que te pase nada malo.

Al decir esto, apretó ligeramente su mano, y el hombre pareció relajarse un poco, como si el tacto y la calidez de sus palabras calmaran, aunque fuera un poco, el desasosiego que lo atrapaba.

—No tienes que tener miedo —continuó en un tono apenas audible—. Aquí no hay cosas malas, no hay monstruos... bueno, quizá algunos en el bosque, pero tú eres fuerte, ¿verdad? Eres como un salvador. Nos salvaste a mí y a Hada. Eres bueno, y alguien bueno siempre encuentra un lugar en nuestra aldea.

Suri observó su rostro por un momento y vio que sus cejas se habían suavizado, como si sus palabras hubieran aliviado algo en sus sueños. La niña sonrió, orgullosa de que quizás sus palabras hubieran llegado a él.

—Yo sé que, si pudieras oírme, me dirías tu nombre —susurró—. Me gustaría saberlo, porque siempre que pienso en ti, solo puedo llamarte "el salvador".

Después de un breve silencio, Suri se acurrucó junto a él, con la mano del desconocido aún entre las suyas, como si su compañía fuera suficiente para ahuyentar cualquier oscuridad que lo rodeara.

—Descansa —le dijo suavemente, y apoyó su cabecita cerca de él, decidida a estar a su lado hasta que finalmente despertara sin ningún rastro de aquellos malos sueños.

Cerca del mediodía, las jóvenes de la aldea comenzaron a aparecer casualmente en la cabaña. Algunas se asomaban a la puerta, mirando con curiosidad y preocupación. A menudo preguntaban por el estado del desconocido, cada vez más intrigadas por la presencia de un hombre en su mundo.

“¿Cómo está?” preguntó Hada, quien había entrado en la cabaña con una mirada ansiosa.

“Todavía duerme,” respondió Jerut, moviendo la cabeza con tristeza. “Pero su fiebre ha bajado. Esperamos que despierte pronto.”

Las jóvenes se acomodaron en la cabaña, algunas sentándose en el suelo y otras de pie, intercambiando miradas de preocupación. Suri seguía sosteniendo su mano, su rostro lleno de determinación. “Él es fuerte,” dijo, rompiendo el silencio. “Sé que despertara.”

A medida que el día avanzaba, las jóvenes continuaban visitando la cabaña, cada una preguntando sobre el desconocido que había llegado. A pesar de su inquietud, también había un aire de esperanza entre ellas, una creencia compartida de que el desconocido despertaría pronto y que su vida cambiaría para siempre.

Las horas pasaban, pero el desconocido seguía inconsciente, atrapado en su propio mundo de sueños. Mientras tanto, las mujeres mayores cuidaban de él, aplicando hierbas, cambiando las vendas limpiando el sudor de todo su cuerpo cuando se quedaban a solas con el y manteniendo viva la fe de las jóvenes en su recuperación.

La luz del día se desvanecía lentamente, dando paso a las sombras que se alargaban en la cabaña. La luz de una fogata crepitante iluminaba tenuemente el espacio, proyectando danzantes sombras en las paredes de pieles. El desconocido seguía sumido en su profundo sueño, mientras las mayores, se turnaban para vigilarlo, acompañadas por Suri y Hada, quienes se habían quedado en la cabaña a pesar de la llegada de la noche.

Las jóvenes, un tanto inquietas, intercambiaban miradas nerviosas mientras el aire fresco de la noche entraba a la cabaña. La calidez del fuego ofrecía un respiro del frío exterior, pero no podía ahogar por completo la inquietud que se había instalado en sus corazones.

“ ¿Por qué no despierta?” murmuró Suri, su pequeña mano aún aferrada a la de el. “Ya ha pasado tanto tiempo…”

“ Los cuerpos a veces necesitan más tiempo del que imaginamos”, dijo Jerut con un tono tranquilizador, aunque sus ojos traicionaban una preocupación genuina. “Su camino no ha sido fácil.”

Las horas pasaron lentamente, con el crepitar del fuego como única compañía. Suri se quedó dormida, con su mano aún aferrada a la del desconocido. Hada, incapaz de dejar de preocuparse, empezó a jugar con su cabello, un hábito que los mayores pensaron que había olvidado que hacia, sus ojos se deslizaban constantemente hacia el desconocido, deseando que despertara.

Con la noche avanzando, las mujeres comenzaron a sentir el cansancio. Jerut y Alisha decidieron que era momento de regresar a sus propias cabañas para descansar. “No podemos seguir así”, dijo Alisha con suavidad. “Necesitamos fuerzas para recuperar.”

Hada, decidida, se levantó y se acercó a las mayores. “Yo me quedaré a cuidar al desconocido ahora”, ofreció, mirando al desconocido con una mezcla de admiración y preocupación. “No quiero que esté solo. Prometo que estará alerta.”

“ Eres muy valiente, Hada”, respondió Jerut, asintiendo. “Suri puede venir con nosotras, necesita descansar.”

Suri, aún dormida, fue llevada en brazos por Becca, quien la acomodo suavemente en su cama. “Descansa, pequeña. Mañana será un nuevo día”, susurró Alisha, acariciando su cabello antes de irse a descansar.

Una vez sola, Hada se sentó sobre una roca, sintiendo el frescor de la noche mientras observaba el cielo estrellado. Viendo de vez en cuando a la dirección de la cabaña y viendo el interior. “Despierta pronto”, murmuró, con la esperanza de que él pudiera escucharla.

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