En la quietud de la noche, el murmullo de la aldea descansaba en completo silencio. Bajo la luz pálida de las estrellas, Hada se encontraba vigilando la cabaña en la que dormía el desconocido y aunque en teoría solo debía asegurarse de que él descansara en paz, no podía negar que una curiosidad intensa la movía a saber un poco más de él.
En el silencio de la noche, mientras las demás dormían, Hada decidió escabullirse de su sitio de vigilancia y acercarse con sigilo hacia la cabaña donde descansaba el desconocido. Un hormigueo de curiosidad le recorrió el cuerpo, y su mente revoloteaba con preguntas. “¿Por qué se ve tan distinto… tan extraño?” pensaba mientras avanzaba, asegurándose de no hacer el más mínimo ruido.
Se acercó al desconocido, quien seguía inmóvil, y lo observó detenidamente. La luz parpadeante del fuego revelaba las marcas en su piel, las heridas que habían comenzado a sanar, y Hada no pudo evitar preguntarse qué tan duro había sido su viaje. Se preguntó cómo había llegado, qué misterios guardaba su pasado.
Mientras hablaba, se dio cuenta de que el desconocido tenía una expresión tranquila, como si estuviera soñando en un lugar muy diferente. “¿Y cómo es tu aldea? ¿Es tan diferente al nuestro?” cuestionó, sin esperar respuesta. Su voz era suave, casi un susurro.
Se quedó observándolo, absorta. Se preguntaba cómo alguien tan fuerte, tan extraño, podría estar ahora bajo su cuidado. Y luego, con una especie de picardía que le brotaba sin poder evitarlo, pensó en las miradas juguetonas de las mayores al mirarlo. Quizás había algo más en él que ni siquiera ella, ni Becca, ni las demás alcanzaban a entender, como si las mayores escondieran algo mas de el.
Sus ojos recorrieron el contorno de su rostro dormido: había algo peculiar en él. Sus facciones eran fuertes y marcadas, pero su expresión era tranquila, y de alguna forma… vulnerable. Un par de veces él se movió, como si soñara con algo inquietante, sus manos cerrándose en un puño antes de relajarse nuevamente. Los músculos de su torso se dibujaban bajo los vendajes que apenas lo cubrían, y ella no podía evitar pensar en las formas fuertes y definidas que parecían tan diferentes a las de todas las personas que conocía.
— “¿Qué eres… o quién eres?” murmuró en voz baja, sin esperar respuesta.
— “¿Y de dónde vienes?” Continuó examinándolo desde su posición, estando apenas de unos 5 metros de distancia.
El desconocido se movió ligeramente en su sueño, y Hada se echó hacia atrás, llevándose una mano al pecho para evitar que el corazón le delatara con su ruido.
— “Cálmate, solo está dormido,” se regañó a sí misma con una sonrisa nerviosa. “Pero… ¿Qué haces aquí, con tu forma de hablar tan rara y esa ropa extraña?”, recordando como les hablo mientras enfrentaban a la bestia.
Después de mirarlo un rato, su curiosidad la llevó a acercarse un poco más. Caminó despacio y, sin querer, tropezó con una pequeña vasija de barro de provisiones que las mayores habían dejado cerca. Se contuvo para no soltar un grito y se quedó inmóvil, observando al desconocido para asegurarse de que no se despertara. Cuando vio que él solo murmuraba algo entre sueños, suspiró aliviada.
— “¡Qué tonta!” se dijo, entre divertida y avergonzada. “¿Por qué te dejas asustar por él? ¡Solo es un hombre… lo que eso signifique!”
Hada lo observó con más detenimiento, ladeando la cabeza. Los detalles que lograba captar en la penumbra parecían exóticos y extraños: su cabello oscuro, más corto de lo que cualquier mujer de la aldea jamás llevaría; su pelo en la cara, corta y con un aire descuidado; y el tono de su piel, muy distinta a la de ellas.
— “¿Será que de donde viene tienen la piel así?” Se preguntó, en voz baja, casi como un susurro.
Luego, recordó las palabras de las mayores cuando hablaban de su pasado, de los hombres que antes vivían en la aldea. Hada se preguntaba si él sería como aquellos hombres, si su carácter sería también fuerte y protector. Le venía a la mente el recuerdo de cómo la había protegido de aquel ataque de la bestia en el bosque, cómo se había interpuesto, abrazándola para que ella no se golpeara con el suelo.
— “Valiente sí que es,” susurró para sí misma, admirando ese recuerdo.
Se acercó aún más, casi sin pensarlo, y le habló suavemente, como si el extraño pudiera escucharla.
— “Me salvaste allá afuera, y ni siquiera me conocías… ¿por qué lo harías? ¿Es algo normal en un hombre? ¿O eres solo tú?”
El desconocido frunció el ceño ligeramente, como si escuchara su voz en sueños, y Hada dio un respingo. Trató de retroceder en silencio, pero sus pies chocaron de nuevo con el borde de la vasija, esta vez haciendo un ruido más evidente. Con la cara ardiendo de vergüenza, y casi sin saber por qué, levantó las manos como si pidiera disculpas a alguien.
— “¡Lo siento! No quise molestarte… quiero decir, no quise… ¡Ay, qué digo!”
La situación le arrancó una risa nerviosa que apenas se contuvo al llevarse ambas manos a la boca. Se quedó en silencio unos segundos, esperando que el no despertara de su sueño. Después de unos instantes, suspiró aliviada, convencida de que su pequeña travesura había pasado desapercibida.
Sin embargo, antes de marcharse, murmuró para sí:
— “Si supieras que te observo, ¿Qué pensarías de mí?”
Agachó la cabeza y luego sonrió.
— “Aunque claro, ni siquiera sé si los hombres piensan como nosotras… ¿hablará con sus ovejas como yo?”
De pronto, la idea le hizo gracia, y se rió en voz baja, imaginando al desconocido en su aldea, conversando con cada animal que se le cruzara.
A punto de irse, Hada miró al desconocido por última vez, pensativa.
— “Ojalá no me entere luego que eres peligroso,” susurró, con un toque de seriedad en su voz.
— “Por ahora, solo espero que puedas explicarnos de dónde vienes y qué buscas aquí.”
Con una última sonrisa entre curiosa y cautelosa, Hada se apartó lentamente, dejando que el extraño descansara, pero con la firme promesa de volver al día siguiente a saber mas de el.
El amanecer se deslizaba lentamente por la cabaña donde el desconocido descansaba. Afuera, el suave canto de los pájaros y el murmullo de las hojas al viento rompían el silencio de la aldea. Hada, sintiendo que la curiosidad la había vencido una vez más, se escabulló hacia la cabaña a la primera luz, repitiéndose que esta vez solo echaría un vistazo y se marcharía en seguida.
Sin embargo, mientras se acercaba para observarlo en silencio, El desconocido comenzó a moverse y murmurar algo ininteligible. Hada retrocedió un paso, pensando que se volvería a quedar dormido, pero para su sorpresa, el entreabrió los ojos y ladeando la cabeza en varias direcciones y al verla directamente parada en la entrada de la cabaña.
— “¿Qué… dónde…?” La voz era débil y ronca, como si intentara recordar dónde estaba.
Hada se quedó quieta, sin saber cómo reaccionar. Finalmente, le salió una torpe sonrisa y acercándose con mucha cautela dijo en voz baja, tratando de no asustarlo.
— “Ah… ¿Hola? Te despertaste sin querer. Yo… solo estaba… revisando que estuvieras bien.”
El desconocido parpadeó, adaptándose al entorno y enfocándose en ella.
— “¿Quién… eres?” Su forma de hablar era algo extraño, diferente al que Hada estaba acostumbrada.
— “Soy Hada,” dijo, enderezándose con orgullo.
— “Y tú eres… el hombre extraño que apareció en el bosque.” Hizo una pausa, curiosa.
— “¿Cómo te llamas?”. Ya con un tono mas curioso en su voz.
El tardó un momento en responder, aún aturdido, pero sonrió ligeramente, percibiendo el tono directo de Hada.
— “Soy Erik.” Hizo una pausa y miró a su alrededor, notando las vendas que rodeaban su torso y el ambiente acogedor del lugar y el fuerte olor que le recordaba a muchas plantas medicinales de la tierra que cubrían toda la cabaña.
— “¿Dónde… estoy exactamente?”
Hada lo miró como si acabara de preguntar algo ridículo.
— “Estás en nuestra aldea, por supuesto. Y… bueno, no sé de dónde vienes, pero no hemos visto a alguien como tú.”
— “¿Alguien como yo?” repitió él, curioso. “¿A qué te refieres?”
— “Pues…” Hada se puso a jugar con su cabello, algo incómoda, mientras sus ojos lo recorrían con timidez.
— “A que eres diferente. Te ves… muy distinto a nosotras. Las mayores han dicho que eres un ‘hombre’.”
Erik al estar tan confundido con esa respuesta y confundido, pero le respondió con calma.
— “Eso es porque… lo soy.” Su mirada reflejaba una mezcla de desconcierto y curiosidad.
— “¿Es que no saben lo que es un hombre?”
— “Lo sabemos ahora,” respondió Hada, cruzando los brazos con una mezcla de curiosidad y algo con mas seguridad y orgullo.
— “Las mayores nos explicaron que antes había hombres viviendo en la aldea, pero eso fue hace tanto tiempo que ninguna de nosotras ha visto a uno en persona.”
Erik asintió lentamente, comprendiendo la magnitud de la situación, que si nunca vieron antes a un hombre debió pasar algo grave en el pasado de esta aldea, tratando de conseguir mas información con un tono sereno siguió preguntando.
— “¿Y qué más les contaron?”
Hada dudó por un momento, antes de soltar una risa nerviosa.
— “Pues nos dijeron que los hombres son protectores, valientes, testarudos, constructores y también suelen ser malvados y destructores…”
Su voz se fue apagando al recordar esas palabras, y un brillo de curiosidad apareció en sus ojos.
— “Y también… ¿Qué más? Me dejaron con una gran pregunta…”
Erik la miró en silencio, al escuchar esa descripción que les dieron las mayores no están tan lejos de la verdad en la naturaleza del hombre, notando la curiosidad creciente en sus ojos.
— “Sobre qué?”
— “Sobre... la unión más íntima entre hombres y mujeres. Las mayores nos hablaron de eso, pero no dijeron mucho más. Dijeron que los hombres y las mujeres se unen para… algo importante. Pero no entendemos bien lo que significa."
— "Es algo complicado". Le respondió de una forma que no quisiera tomar ese tema tan difícil de explicarlo y tan intimo, al darse cuenta que se refería a las relaciones sexuales entre hombres y mujeres.
— “Dices que es complicado…” repitió Hada, inclinándose ligeramente hacia él. Sus ojos brillaban con la misma chispa de curiosidad que había traído. —“Pero tú sabes la respuesta, ¿verdad? Aunque no quieras decirla.”
Erik se tensó ligeramente, pero mantuvo la calma. Sabía que ella no tenía malas intenciones, pero la conversación rozaba un terreno muy delicado. A pesar de todo, decidió responder de manera que calmara sus dudas sin revelar demasiado.
— “Sé algunas cosas, sí,” admitió, eligiendo cuidadosamente sus palabras. “Pero no es algo fácil de explicar… ni tampoco algo que deba hablarse a la ligera.”
— “¿Por qué no?” preguntó Hada, frunciendo el ceño. “¿Es un secreto? ¿Es algo que solo los hombres conocen?”
— “No, no es un secreto,” dijo Erik con una sonrisa ligera. “Es solo que… hay cosas que necesitan tiempo para ser comprendidas. No todo puede explicarse con palabras.”
Hada lo miró en silencio durante unos segundos, masticando sus palabras en su mente. Por primera vez desde que comenzó la conversación, parecía haberse quedado sin preguntas inmediatas. Finalmente, inclinó la cabeza con una expresión pensativa.
— “Supongo que tienes razón,” dijo, aunque su tono era más de aceptación temporal que de verdadera resignación. “A veces las mayores dicen cosas parecidas… pero sentimos que nos ocultan algo importante.”
Erik la miro con algo de seriedad y entendimiento, sabe que hablar sobre sexualidad siempre fue complicado aun en la Tierra. La conversación parecía tomar un giro más ligero, pero antes de que pudiera relajarse, Hada volvió a inclinarse hacia él, esta vez con una expresión más seria.
— “Entonces… si no podemos hablar de eso, ¿puedes contarme más sobre ti? Sobre el lugar del que vienes,” preguntó, con la misma curiosidad de antes. “Hablas de una forma extraña… usas palabras que no entendemos del todo. ¿Cómo es tu aldea? ¿Cómo son las personas allí?”
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Erik intentó sentarse, para estar mas cómodo para poder contestarle, pero una punzada de dolor lo hizo retroceder con una mueca.
— “¡No, no te muevas!” Hada rápidamente se acercó y puso una mano en su hombro, tratando de mantenerlo quieto.
— “Aún estás muy herido. Las mayores dijeron que debes estar quieto y reposar.”
Erik sonrió agradecido y se recostó de nuevo, aceptando su ayuda.
— “Gracias. Creo que sí, lo necesito.” Pausó y miró a Hada con mas calma al tenerla mas cerca, pudo verla con mas detalle y curiosidad.
— “Tú… yo te conozco.” La voz de Erik era débil, pero la seguridad en sus palabras hizo que Hada se sobresaltara. Erik frunció el ceño, tratando de recordar.
— “Eras tú en el bosque, ¿verdad? La que estaba… golpeando al lagarto gigante en la cabeza con una rama con todas tus fuerzas.”
Hada se quedó sin palabras. No esperaba que él recordara el momento. Finalmente, sonrió con un toque de orgullo.
— “Sí, era yo. Y tú… eres el que apareció de la nada y… me protegió.”
La última palabra sonó como una mezcla de sorpresa y gratitud, como si aún no comprendiera completamente por qué alguien que no la conocía arriesgaría tanto.
—“Recuerdo que reaccione al ver que el lagarto se ponía en posición de ataque, me lancé para cubrirte,” dijo Erik en voz baja, reviviendo la escena en su mente.
— “Quería que no salieras herida. Y, cuando caímos, me giré para que no recibieras el golpe contra el suelo.”
Hada parpadeó, impresionada. No había sido consciente del todo cada uno de esos movimientos en ese momento; solo había sentido la presión de su cuerpo abrazándola protegiéndola y el impacto que él absorbió para evitar que ella se lastimara.
— “Fue… fue muy valiente,” murmuró, mirándolo con una nueva intensidad en sus ojos.
Hada soltó una risa nerviosa y se puso a jugar con su cabello.
— “Bueno… solo quería asegurarme de que estabas… bien,” admitió, sonrojándose un poco.
— “No hemos tenido a alguien como tú aquí, así que… estamos todas algo curiosas.”
Hada se puso a respirar con mas calma para relajarse, y decidió aprovechar el momento para obtener respuestas que le había preguntado antes y la inquietaban.
Con un rostro mas calmado, le volvió a preguntar.
— ¿Cómo es tu aldea? ¿Cómo son las personas allí?
Su mirada se perdió momentáneamente en las sombras de la cabaña mientras pensaba en su respuesta. Hablar de su mundo, su vida pasada… seria algo extraño, así que dispuso responderle con algo parecido a lo que vivían en este mundo.
— “Mi aldea no es como esta,” dijo inicialmente. “Es… más grande. Hay muchas personas, hombres y mujeres… niños también. Cada uno tiene su papel, pero algunas veces se trabaja en solitario o juntos para realizar las cosas y construir.”
Hada lo escuchaba con atención, apoyando el mentón en sus manos. Lo que él describía sonaba como algo salido de una historia contada por las mayores.
— “¿Y cómo son las mujeres allí?” preguntó, con un destello de picardía en sus ojos. “¿Son como nosotras?”
Erik esbozó una sonrisa, sintiendo que esa era una pregunta que podía responder con facilidad.
— “Son fuertes, como ustedes,” dijo, con sinceridad. “Pero también diferentes en algunos aspectos. Cada una tiene su manera de ser, su forma de enfrentar las cosas. Supongo que eso es igual en todos lados.”
Hada asintió lentamente, procesando sus palabras.
— “¿Y hay hombres… como tú?” preguntó, con un tono más suave. “¿Todos son fuertes y valientes, como las mayores dicen que eran los nuestros?”
Erik soltó una risa breve y negó con la cabeza.
— “No todos son valientes,” admitió. “Algunos son fuertes, otros no tanto. Cada uno tiene su carácter, como pasa con las mujeres. Pero creo que todos tratamos de ser lo mejor que podemos… o al menos, eso intentamos.”
Hada lo miró con una expresión pensativa, como si intentara imaginarse ese mundo del que él hablaba. Finalmente, dejó escapar un suspiro.
— “Suena… extraño,” dijo, con un leve encogimiento de hombros. “Un mundo lleno de hombres y mujeres, todos diferentes entre sí. Aquí solo somos nosotras, y no sé si podría imaginarlo de otra manera.”
Erik sonrió, comprendiendo sus palabras. Sabía que la vida en esta aldea debía ser muy distinta de todo lo que él conocía, y no podía culparla por sentirse abrumada por la idea de un mundo más amplio.
— “Supongo que es cuestión de acostumbrarse,” dijo finalmente. “Para mí, todo aquí es nuevo… pero creo que eso es lo que lo hace interesante.”
Hada lo miró en silencio por un momento, y con un gran gesto de intriga le pregunto.
— “¿por qué ayudaste a Suri en el bosque? No tenías ninguna razón.”
Al escuchar ese nombre, Erik entrecerró los ojos, intentando recordar.
— “¿Suri…?” Al principio, el nombre no le era familiar, pero pronto una imagen cruzó su mente.
— “¿Es… la niña rubia verdad?”
Hada con un rostro de extrañes, perpleja ante la nueva palabra que nunca había escuchado.
— “¿Rubia?” repitió, en voz baja, sin poder evitar cuestionarse el término. Se quedó pensando en la palabra y le lanzó a Erik una mirada curiosa.
— “¿A qué te refieres? No sé qué significa… ‘rubia’.”
— “Es algo que decimos para describir a quienes tienen el cabello claro, como… como el de la niña.”
Erik respondió, dándose cuenta de que había usado un término que quizás ella no conocía.
Hada asintió, procesando la información.
— “Así que… el cabello claro. Eso es ‘rubia.’” Probó la palabra, aún intrigada, antes de asentir lentamente, asimilándola.
— “Entonces sí, Suri es… rubia.”
Erik asintió también, sintiendo cómo las piezas comenzaban a encajar en su mente, al parecer en este lugar no tienen un vocabulario mas extenso como hay en la Tierra, pensando que deberá hablar mas simple al principio, viendo a Hada le responde con calma.
— “Lo recuerdo ahora. Solo pude verla sola en el bosque siendo acorralada por el lagarto, no podía quedarme sin hacer nada.… qué alivio saber que está bien.”
— “Gracias a ti, está bien,” admitió Hada, con una mezcla de respeto y gratitud en su voz. Luego, después de un momento de vacilación, sus ojos brillaron con curiosidad—. Pero… hay algo que quería preguntarte la batalla contra la bestia.
Erik levantó una ceja, intrigado.
— ¿Sobre qué?
— Sobre esa cosa… esa bestia gigante. Las mayores lo llamaron una bestia, pero tú lo llamas “lagarto”. ¿Qué es eso exactamente? Nunca habíamos visto algo así.
Erik se mantuvo en silencio mientras pensaba en cómo explicarlo de tal forma que se pueda entender.
— Un lagarto… es un reptil, una criatura con piel escamosa, patas cortas, con una larga cola y, generalmente, no son tan grandes ni tan peligrosos. De donde vengo, los lagartos suelen ser pequeños. Algunos caben en la palma de la mano, otros son un poco más largos, pero ninguno llega al tamaño de esa cosa que enfrentamos.
Hada frunció el ceño, intentando procesar lo que decía.
— ¿Pequeños? ¿Cómo algo tan pequeño podría ser como esa cosa? —preguntó, viendo su palma y imaginándolo así de pequeño, casi incrédula.
— Bueno, esa criatura era… algo fuera de lo normal, incluso para mí. —Erik se quedo reflexionando—. Nunca pensé que vería un lagarto tan grande en mi vida. Era como si la naturaleza hubiera decidido tomar algo pequeño y convertirlo en un monstruo.
Hada se inclinó ligeramente hacia él.
— Yo tampoco pensé que viviría algo así. Cuando esa cosa atacó… pensé que iba a morir. Pero tú… —Se detuvo un momento, su expresión cambiando a gratitud—. Me protegiste. Esa... cola pudo haberme golpeado si no hubieras estado ahí.
Erik la miró, recordando el instante exacto en que había reaccionado para protegerla.
— Fue instinto, Hada. En ese momento no estaba pensando; solo actué. Me alegra que estés bien.
Hada lo miró fijamente, sus ojos llenos de emociones mezcladas.
Ambos se quedaron en silencio por un momento, cada uno reflexionando sobre la experiencia de la batalla. Finalmente, Hada habló, su tono más suave.
— Me alegra que hayas estado allí, Erik. Aunque no lo parezca, eres alguien muy valiente.
Erik sonrió, sintiendo la sinceridad en sus palabras.
— Gracias, Hada. También me alegra ver que no te paso nada y a la pequeña, estoy aprendiendo mucho sobre este lugar y sobre ustedes.
— “Quizás tengas razón,” dijo, poniéndose de pie. “Supongo que por ahora es mejor dejarte descansar. Pero mas tarde volveré, y te haré más preguntas.”
— “Lo espero” respondió Erik con una leve sonrisa.
Hada le devolvió la sonrisa, y se levantó, sintiendo que ya había dicho suficiente por ahora.
— Bueno, será mejor que vuelva a mi posición afuera. Pero… gracias por explicarme muchas cosas que no entendía.
Erik asintió mientras ella se dirigía a la entrada.
— Cuando quieras hada. Erik levantó una ceja, conteniendo una sonrisa, de repente comenzó a toser ligeramente, Hada rápidamente le dio agua en un cuenco de madera.
— “Muchas gracias Hada… me hacia falta un poco de agua, tenia la garganta seca.” respondiendo con gran amabilidad.
Hada asintió, mirándolo como si evaluara cada una de sus palabras, a veces tan extrañas y fascinantes.
— “De nada Erik, tienes que sanar, ¿vale?” Se cruzó de brazos, intentando aparentar seriedad.
— “Porque, de lo contrario, no podrás ver nada más que esta cabaña.”
Ambos compartieron una mirada divertida antes de que Hada se pusiera de pie nuevamente, recordando que tenía que regresar a su puesto antes de que alguien más se diera cuenta de su incursión en el interior. Con un último vistazo hacia Erik, sonrió y dijo:
— “Descansa, habrá tiempo para mas preguntas luego… cuando ya estés de pie.”
Erik asintió en señal de agradecimiento, y Hada permaneció unos segundos más, sumida en sus pensamientos, antes de sonreír de nuevo y, con un último vistazo, salió de la cabaña
Hada se despidió con un ademán, y salió de la cabaña sin hacer ruido, dejando a Erik solo con sus pensamientos. Mientras se alejaba, una parte de ella sentía que apenas habían comenzado a descubrir los misterios que rodeaban a los hombres. Sin embargo, otra parte sabía que el tiempo les traería las respuestas que tanto buscaban. Por ahora, la curiosidad seguía viva, y con ello, la promesa de nuevas conversaciones y descubrimientos por venir.
Erik la observa salir con una mezcla de alivio y curiosidad. Al quedarse solo, empieza a observar a su alrededor y nota detalles de la cabaña en la que se encuentra: las paredes de madera y barro con algunas pieles de animales decorando, techo con varias hojas grandes que están trenzadas para evitar el ingreso de agua, vasijas de hierbas secas y algunas herramientas rudimentarias de madera hechas a mano.
Puso las manos sobre las vendas, sintiendo la presión suave del material contra su piel. Los paños estaban firmemente ajustados, indicios de un trabajo cuidadoso, realizado por alguien que sabía lo que hacía. Sin embargo, al intentar tocar la zona más profunda de sus heridas, un dolor punzante recorrió su costado, obligándolo a tomar una bocanada de aire forzada.
— "¡Mierda!", murmuró entre dientes, luchando por no hacer mucho ruido. El dolor no era solo superficial.
Sus dedos se deslizaban cuidadosamente sobre la zona afectada, y al presionar ligeramente, la sensación de incomodidad se transformó en un ardor agudo. Con algo de pavor, Erik presionó un poco más fuerte, y fue entonces cuando lo sintió claramente: un crujido sordo que no podía ignorar.
— "No puede ser...", susurró, mientras su rostro se tornaba pálido. Con una respiración entrecortada, comenzó a buscar una forma de confirmar lo que ya temía.
Su mente estaba confusa, no había prestado atención a las pequeñas señales del dolor cuando estaba en plena batalla. Los golpes del lagarto, la adrenalina... todo se había mezclado en un torbellino de sensaciones que lo habían hecho pasar por alto lo que ahora parecía evidente. Se había estado concentrando en sus heridas superficiales, pero las costillas... las costillas dolían demasiado para ser solo un rasguño o un duro golpe.
Con manos temblorosas, se acerco mas a la zona, donde sentía el ardor. Al tratar de mirar vio su piel, mostraba signos de la brutalidad del impacto al ver el gran moretón que salía por las vendas. Al tocarla, un dolor indescriptible lo recorrió, y fue entonces cuando su respiración se aceleró. Se tocó las costillas con más cuidado, intentando recordar cómo había caído o qué había sucedido exactamente. Recordaba la pelea, el rugido del lagarto, el dolor del golpe. Pero no había sido consciente de cuánto daño había sufrido internamente por la adrenalina.
— "Debe ser una fractura... o dos", murmuró para sí mismo, con la voz más baja que nunca. Cada gran movimiento lo hacía sentir como si una daga invisible se clavara más hondo en su torso.
Trató de mantenerse lo más tranquilo posible. Sabía que, si de verdad tenía costillas rotas, no podría moverse con normalidad por un tiempo. El dolor lo haría casi incapaz de realizar las tareas más sencillas.
La sensación de vulnerabilidad lo envolvió. Solo en esa pequeña cabaña, con los recuerdos fragmentados de las mujeres curándolo, comenzó a sentirse completamente impotente.
—"¿Cómo voy a seguir adelante si ni siquiera puedo moverme bien?", pensó, mientras una sombra de desesperación cruzaba su mente. Sin embargo, en ese mismo instante, el cansancio lo superó. No podía hacer mucho más que descansar y esperar que las mujeres decidieran qué hacer con él, sin importar cuán avergonzado se sintiera por necesitar tanta ayuda.
Al mirar las vendas una vez más, se dio cuenta de lo que significaba todo eso: había sido cuidado con atención, con un esmero que él nunca podría haber esperado. Y aún así, la única sensación que dominaba era el dolor, que no solo le recordaba su vulnerabilidad, sino también lo mucho que aún no sabía de este mundo.
Mientras intentaba calmarse, un aroma familiar le llegó a la nariz, haciéndole fruncir el ceño por un momento. Al inhalar de nuevo, reconoció las fragancias que impregnaban las vendas. Algunas de ellas eran hierbas que su abuela solía utilizar. No había un aroma exactamente igual, pero sabía que varias de estas plantas se usaban en remedios tradicionales para tratar heridas y contusiones.
— “Puedo oler, Ajenjo, Chilca y Albahaca, todos son antibacteriales”. Con una olfateada mas profunda pudo reconocer a otras hiervas.
— Acaso es Lavanda, Manzanilla y también Pasiflora, son calmantes y sedantes”. Pensando que con estas ultimas el dolor no era mas fuerte, de lo que imaginaba, al tener costillas rotas, deberían ser mas dolorosas.
— "Mi abuela... era igual", pensó, con una leve sonrisa melancólica en los labios. El recuerdo de las tardes pasadas junto a ella, aprendiendo sobre las plantas medicinales que cultivaba en su jardín, lo llenó de nostalgia.
Era curioso, pensó, cómo había estado tan lejos de su hogar por tanto tiempo, pero una parte de él se sentía reconectado con esa enseñanza antigua que había aprendido, aunque aquí, en este lugar extraño, se sentía como si no tuviera ni idea de lo que le esperaría. Aquí, no solo las plantas curaban, sino que las manos de las personas que las usaban parecían ser la verdadera medicina.
Al sentir el dolor punzante nuevamente, se tocó las costillas con más cuidado, sin poder evitar una leve mueca de incomodidad. El crujido era un recordatorio claro de la gravedad de sus lesiones. A pesar del alivio temporal que le daban las hierbas, sabía que necesitaba más que remedios simples para sanar por completo. Sin embargo, no podía evitar sentirse profundamente agradecido.
"Si no fuera por estas mujeres...", pensó, mirando nuevamente las vendas. "Tal vez ni siquiera habría llegado a este punto".
Con un suspiro, se acomodó, intentando relajarse, sabiendo que esa noche, al menos, no sería la última en la que tendría que enfrentarse a sus propios límites.
Fue entonces que notó que debajo de las pieles estaba completamente desnudo, cubierto solo con aquellas mantas y las vendas sobre sus heridas más profundas.
— "¿Quién… quién me habrá quitado la ropa y limpiado?"
La timidez lo invadió. La idea de que Hada o sus amigas lo hubieran curado mientras él estaba inconsciente, vendado y limpiado cada rincón de su cuerpo sin que él lo supiera, le causaba una mezcla de vergüenza y agradecimiento.
Erik había asumido que serían las chicas quienes lo atendieron. Sin embargo, viendo el nivel de habilidad en la curación, algo le decía que las mayores de la aldea habían tenido algo que ver.
Se incorporó con cuidado, sin querer desordenar las vendas, una vez sentado, miró alrededor de la cabaña, tratando de buscar sus ropas, o algo para usarlo como tal. Solo pudo encontrar su ropa interior cerca de la cama improvisada y al no encontrar mas de su ropa tuvo que resignarse a estar solo con eso puesto por el momento.
Al recostarse nuevamente unos recuerdos fragmentados le vinieron a la mente: las manos hábiles y seguras de aquellas mujeres aplicando vendajes, ajustando cuidadosamente las telas sobre su torso y, en ocasiones, sus rostros mirando con cierta picardía y curiosidad, como si fuera algo que no veían desde hacía mucho.
Erik apenas había podido moverse entonces, y estaba demasiado débil para reaccionar. Sin embargo, en su confusión, había notado cómo intercambiaban algunas sonrisas y susurros entre ellas, un gesto que, en retrospectiva, parecía cargado de una mezcla de experiencia y añoranza.
— “Así que fueron ellas… las mayores las que me limpiaron y curaron. Debieron haberlo visto todo.”, pensando en sus recuerdos leves.
Un leve rubor le subió al rostro al imaginar lo que ellas podrían haber pensado o dicho en su ausencia de consciencia. Se rascó la cabeza, incómodo pero agradecido. A pesar de su aprensión, sentía respeto por su habilidad y cuidado. No solo habían atendido sus heridas, sino que el uso de aquellas hierbas y vendajes parecían aliviar el dolor de sus heridas de manera inexplicable.
— “Bueno, creo que en estas circunstancias no tengo mucho derecho a sentirme avergonzado. Sin ellas, quizás no hubiera salido bien de esta situación…”, pensando, sonriendo con resignación.
Mientras observa su torso, cubierto solo por los vendajes y la mantas que lo envuelve desde la cintura, piensa con gratitud en las mujeres que lo ayudaron. Sin embargo, el recuerdo de ellas viéndolo en toda su desnudes le hace reír entre dientes.
— “Espero que hayan disfrutado la vista” comenta en voz baja, con una sonrisa entre divertida y resignada.
Se queda unos momentos en silencio, en los que agradece internamente el haber encontrado un lugar y personas que, pese a no conocerlo, lo han tratado con bondad.
Después de un rato, comenzó a sentirse somnoliento. La fatiga, combinada con algo del dolor de las heridas, lo dejó sin fuerzas para mantenerse despierto. Los sonidos del viento se desvanecieron en el fondo mientras se entregaba al descanso, sabiendo que su viaje apenas comenzaba.