La noche había caído sobre la aldea, y un manto de estrellas cubría el cielo. Becca estaba sentada, observando con atención su respiración tranquila mientras descansaba. La luz de una pequeña vela iluminaba apenas su figura, y aunque él parecía estar estable, Becca no podía evitar mantener su guardia alta, aún sin conocer su verdadera naturaleza.
—Avisa si pasa algo, Becca —dijo Jaia, alejandose de la cabaña—. Nosotras estaremos en la cabaña central.
Becca asintió. Sus ojos no se apartaban del desconocido mientras se recostaba en una roca improvisada como asiento. Aún tenía muchas preguntas sobre él, y algo dentro de ella le decía que había llegado a sus vidas por una razón más profunda. Con paso lento, las mujeres mayores se alejaron.
Una vez cerca de la cabaña central todas se acomodaron alrededor del fuego que crepitaba suavemente cerca de ella.
—¿Qué piensan, hermanas? —preguntó Jerut, en voz baja—. Este hombre... su llegada ha movido nuestras vidas de una forma que no habíamos anticipado.
Jaia, asintió con un suspiro. Aún podía recordar los días en que hombres y mujeres vivían juntos en el valle, antes de que las tragedias de antaño los separaran para siempre.
— No es un niño, sino un hombre joven, y eso cambiará mucho para las chicas —respondió Jaia—. Hemos enseñado a las jóvenes a vivir por sí mismas, a ser fuertes y autosuficientes. Pero tener a un hombre de su edad entre ellas... eso puede despertar preguntas que aún no han hecho.
— Cierto —murmuró Alisha, entrelazando sus dedos en el regazo—. Ellas nunca han conocido a los hombres ni las diferencias que traen. Sabemos que él está hecho de otra madera, distinta de la nuestra, y podría causar un cambio que ni nosotras comprendemos del todo.
Jerut asintió pensativa. Su mente vagaba por recuerdos borrosos de tiempos pasados, donde los hombres cazaban y construían, y donde el amor y la familia tenían otro rostro.
— Hemos tratado de darles una vida tranquila, sin sobresaltos —continuó Jerut—. Pero la llegada de un hombre puede traerles curiosidad y emociones que no saben identificar. Recuerda cómo evitamos hablarles de eso. No era necesario… hasta ahora.
Jaia suspiró profundamente, su mirada se perdía en las llamas danzantes.
— Este joven podría despertar deseos y preguntas que ni siquiera nosotras logramos entender bien —admitió—. Pero, si se queda, ¿Cómo podemos guiar a las chicas en algo que no han experimentado? La naturaleza sigue su curso, aun cuando queremos protegerlas.
Alisha reflexionaba en silencio, recordando los ojos curiosos de las chicas cuando vieron el cuerpo inconsciente del hombre. Ninguna de ellas había visto uno.
— Nosotras también estamos desentrenadas en esto, Jaia. Apenas recordamos los nombres de algunos sentimientos que los hombres traían con su presencia —respondió Alisha en tono reflexivo—. La fascinación, la rivalidad, y la... unión. ¿Qué enseñaremos cuando esos sentimientos emerjan en las jóvenes?
— Habrá que ser pacientes —respondió Jaia, tratando de disipar las dudas de su mente—. Ellas deben descubrir esas emociones por sí mismas, pero debemos guiarlas sin imponerles nuestras propias ideas. ¿Y si lo que sienten las hace más fuertes, incluso si son cosas que nunca hemos considerado?
Jerut permanecía pensativa, recordando las miradas de Suri y Hada hacia el desconocido. Eran curiosas, sí, pero también profundamente distintas de las de ellas mismas. Había una inocencia mezclada con un deseo de entender más allá de lo conocido, y aquello era algo que ni la edad ni la sabiduría podían explicar completamente.
—Entonces, que surjan preguntas —respondió Jerut, con una leve sonrisa—. Que encuentren las respuestas a su modo. Quizás, este hombre tenga algo que enseñarnos a todas, nos guste o no.
Las tres mujeres intercambiaron miradas de comprensión. Sabían que la llegada del desconocido sería un desafío, pero también presentaba la oportunidad de aprender y crecer como aldea. El silencio volvió a llenar el ambiente nocturno, acompañado del crepitar suave del fuego, mientras cada una se entregaba a sus pensamientos.
Las tres mujeres se acomodaron en torno al fuego, sus rostros iluminados por las llamas, mientras sus pensamientos rondaban alrededor del hombre que había aparecido de repente en sus vidas.
—¿Recuerdan cómo eran los hombres de antaño? —preguntó Jerut con una sonrisa traviesa—. No todo era caza y peleas… Tenían sus encantos, a veces demasiado para su propio bien.
Alisha dejó escapar una risa baja, recordando con nostalgia y un toque de picardía.
—Oh, sí. Fueron protectores y compañeros, cuando así lo deseaban. Aunque... ¡también sabían ser unos testarudos! —suspiró con una sonrisa, mirando a sus hermanas—. Podían abrazarte como si fueras lo único que importaba, y al momento siguiente, arrasar todo a su paso por algo tan pequeño como una palabra mal dicha.
Jaia asintió, recordando las personalidades fuertes de los hombres que había conocido en su juventud.
—Son capaces de darte un refugio… o de ser la tormenta que destruye la paz —comentó, en tono reflexivo—. Los hombres traen el impulso de crear y de proteger, pero también el de arriesgar y desafiar, aun cuando no siempre sea necesario.
Jerut asintió, con una expresión entre divertida y melancólica.
—¿Recuerdas a Darién? —preguntó con una mirada cómplice hacia Alisha—. ¡El hombre más terco que haya conocido! Me juró una vez que jamás saldría a cazar cuando se avecinaba una tormenta, pero apenas le señalabas una presa desafiante… ya estaba listo para salir como si nada.
—¡Oh, Darién! —Alisha soltó una risa y asintió, recordando con cariño—. Él sí sabía cómo captar la atención de muchas, siempre buscando demostrar su fuerza. Los hombres tienen esa cualidad, ¿verdad? Pueden hacer que te sientas a salvo... hasta que también sientes la necesidad de protegerte de ellos.
Jaia suspiró, sacudiendo la cabeza.
— No podemos olvidar tampoco su lado valiente —murmuró, pensando en cómo este desconocido protegió a Hada y Suri de aquella creatura del bosque, aun sin conocerlas—. Quizás, traerá algo de estabilidad... o tal vez despierte en las jóvenes algo que no saben que llevan dentro.
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Alisha se acomodó mejor en su sitio y, con tono un tanto travieso, añadió:
—¿Y qué haremos si las chicas comienzan a sentir más que mera curiosidad? Este joven es diferente, más fuerte y resistente, y no solo en cuerpo —dijo con una sonrisa pícara—. Aunque, por lo que vimos mientras lo limpiábamos, tiene buenas razones para... bueno estar bien consigo mismo.
—Nosotras, en cambio, ya vimos lo suficiente para que nada nos sorprenda —dijo Jerut, riéndose—. Aunque... no sé si las chicas podrán evitar alguna que otra mirada curiosa cuando sepan más de él.
Jaia miró a sus hermanas y, con tono más serio, dijo:
—Pero recordemos, hermanas, que nuestras decisiones también son por el bien de la aldea. Este hombre podría ayudarnos, tal vez traer conocimientos nuevos, o mostrarnos un modo distinto de hacer las cosas. No sabemos cuánto tiempo estará aquí o se quedara en el valle, pero si logra adaptarse, tal vez nosotras también podamos aprender algo de él.
Alisha asintió, su expresión tornando seria mientras compartía sus pensamientos.
—Es cierto. Este hombre podría despertar algo en las jóvenes, algo que ni nosotras controlamos. Pero, a fin de cuentas, la vida misma es un cambio constante, y debemos permitir que encuentren su camino, aunque eso implique tomar decisiones difíciles.
Jaia miró a sus hermanas, comprendiendo la mezcla de nostalgia y preocupación en sus palabras.
—Entonces, hermanas, que sea así —concluyó con un tono firme—. Nosotras les daremos a las chicas la libertad de sentir y pensar, pero también seremos quienes las guíen en medio de esta nueva experiencia. Después de todo, ¿no es el cambio lo que también nos mantiene vivas?
—¿Este joven será un gran cambio? —murmuró Jaia, con el ceño fruncido mientras miraba las llamas—. Ya hemos visto antes el cambio que pueden traer consigo los hombres. Fueron quienes construyeron lo que tenemos, pero también quienes nos dejaron demasiado pronto.
—Sí, cambiaron todo —respondió Jerut, con una sonrisa nostálgica—. Recuerdo cómo Sarán siempre tenía esa mirada de protector… No importaba cuántos peligros enfrentara, siempre encontraba la forma de volver a casa. Hasta el día en que no lo hizo —dijo, con una mezcla de tristeza y cariño—. Fueron buenos años juntos, aunque demasiado cortos.
Alisha asintió, suspirando mientras recordaba a su propio esposo, Aron.
—Aron era tan testarudo… —dijo con una sonrisa—. No había montaña que no quisiera escalar ni criatura que temiera enfrentar. Pero cuando estábamos solos, era el hombre más tierno y cuidadoso. Le encantaba ver a los pequeños de la aldea correteando… Siempre decía que algún día seríamos más. Pero todo cambió tan rápido. —Alisha hizo una pausa, sus ojos brillaban con lágrimas contenidas—. En las noches se ponía tan cariñoso y como un animal, nunca pensé que lo perdería tan pronto, ni que despediría a tantas amigas en tan poco tiempo.
Jaia asintió en silencio, pensando en las despedidas que ella misma había tenido que enfrentar.
—¿Recuerdan cuando las enfermedades se llevaron a tantas? —dijo en voz baja—. Era como si la fiebre no se detuviera. Nuestros pequeños trataban de ayudarnos, de buscar hierbas en el bosque, pero poco pudieron hacer. Fue devastador. Cada día, una o dos nos dejaban. Madres, hermanas, amigas… Las chicas eran tan pequeñas cuando pasó todo. No hubo tiempo de llorar. Solo nos quedamos nosotras, tratando de mantenernos firmes para cuidar a las niñas.
Jerut apretó los labios y asintió, recordando.
—Sí, lo recuerdo bien. Cada una de nosotras se despidió de alguien… Las jóvenes ni siquiera sabrán la cantidad de sacrificios que sus padres hicieron por ellas. Si tan solo pudieran entender que hubo un tiempo en que no éramos solo mujeres aquí, en que teníamos familias y compartíamos responsabilidades.
—No podemos evitar recordar, supongo —admitió Alisha, suspirando—. Y es difícil no sentirnos nostálgicas con este desconocido aquí, durmiendo como uno de nuestros hombres. Es una visión tan familiar y a la vez tan extraña…
Jaia soltó una risita suave.
—¿No te recuerda a cuando cuidábamos a los hombres después de las cacerías? Llegaban malheridos, sangrando, y siempre insistían en que no era nada. Claro que no se quedaban dormidos tanto tiempo… Pero Sarán siempre hacía esos gestos de orgullo, como si ninguna herida fuera suficiente para detenerlo.
Las tres rieron, aunque una tristeza latente se mantenía en sus miradas.
—Ayla... —suspiró Jerut con nostalgia, sus manos entrelazadas sobre su regazo—. Ella sabría exactamente cómo tratar a este joven. No importa cuán inusual o desconocido sea para nosotras, Ayla tenía una manera de ver a través de todos.
Alisha asintió, sus ojos fijos en algún punto distante. —Sí, ella siempre tenía el consejo exacto, ese que al final se volvía sabiduría para todas. Con los jóvenes de la aldea, incluso cuando eran un poco... testarudos. Ella sabía cómo guiar a cada uno, cómo sacarle provecho a cada pequeña chispa que mostraban.
Jaia, quien hasta ahora había estado en silencio, rompió su mutismo con una sonrisa nostálgica. —Recuerdan cómo les daba lecciones de vida mientras trabajaban en el campo o la caza. A veces, ni se daban cuenta de que estaba enseñándoles algo importante hasta que ya lo habían aprendido.
—Así es —murmuró Jerut, recordando—. Esos jóvenes, nuestros hijos y los hijos de otras mujeres... crecieron bajo la guía de Ayla y, a su tiempo, ellos también supieron qué hacer cuando llegaron las pequeñas — hizo una pausa, mirando a las otras dos—, nuestras queridas niñas. Ayla estaba orgullosa de ellos.
—A veces pienso en cómo los trataba —añadió Alisha, apretando suavemente una de sus manos—. Tan firmemente como era necesario, pero siempre con una bondad que calmaba cualquier rebeldía.
Jaia soltó una risa leve y algo melancólica. —Y creo que, en su lugar, ella habría visto algo en este joven. Lo habría recibido con esa mirada entre dulce y sabia, sabiendo, como siempre, que de alguna forma también pertenece aquí. Ayla habría sido la primera en decirnos qué hacer, o tal vez... en confiar en él más de lo que nosotras nos atreveríamos.
Las tres permanecieron en silencio, atrapadas por los recuerdos de Ayla y su legado. Una calidez nostálgica llenó el espacio entre ellas, y el recuerdo de su amiga se sentía tan vivo como el aire que compartían. Para las otras jóvenes de la aldea, Ayla había sido el ejemplo y la guía en ausencia de los hombres.
Jerut rompió el silencio una última vez, en un susurro. —Quizá aún está aquí, dándonos alguna pista, alguna señal. Quizá su espíritu aún cuida de nosotras... y de este joven.
Las tres rieron suavemente al recordar esos momentos. Aunque las tragedias hubieran borrado los ecos de esas risas de la aldea, ellas aún guardaban esos recuerdos como tesoros, aunque también les pesaran en el corazón.
— Mis hijos, mis hermanos… todos lucharon con valentía. Creyeron que podrían protegernos de cualquier peligro —dijo Jaia, con orgullo y tristeza—. Y lo hicieron, hasta el final.
—Sí, lo hicieron. Y ahora nosotras somos las protectoras —añadió Jerut, bajando la mirada—. Somos nosotras las que enseñamos a las chicas a valerse por sí mismas. Pero… siento que este joven nos presenta una oportunidad. No sé por qué ni cómo, pero quizás su llegada sea más que una simple coincidencia.
Alisha suspiró profundamente.
—Puede que tengas razón. Tal vez debamos permitir que las chicas lo conozcan, pero con precaución. Después de todo, los hombres pueden ser protectores y peligrosos a la vez. Es su naturaleza… esa dualidad. Nosotras lo entendemos, pero ellas… ellas aún no. No quiero que conozcan el dolor que nosotras experimentamos.
Jaia asintió, con una mezcla de preocupación y comprensión en sus ojos.
—Ellas ni siquiera saben lo que es enamorarse —murmuró—. Y mucho menos saben lo que es perder un buen hombre, esposo, hermano… El dolor que llega cuando tienes algo tan preciado, y de repente, ya no está. Aún no saben lo que significa querer proteger algo a toda costa, ni lo que es arriesgarlo todo por amor.
Jerut miró a sus hermanas con una sonrisa traviesa.
— Nosotras también tenemos recuerdos hermosos de los hombres… Cuando pienso en cómo eran nuestros maridos… —su voz se quebró un poco—. Lo recuerdo con cariño. A veces pienso que quizás, de algún modo, él también nos cuida, donde sea que esté.
Sin embargo, justo cuando iban a seguir con sus reflexiones, un grito repentino rompió el silencio.
—¡Ayuda! ¡Vengan rápido! —la voz alarmada de Becca se escuchó desde la cabaña del desconocido.
Las tres mujeres intercambiaron miradas de alarma y se levantaron de inmediato, sus corazones acelerados por el pánico y el instinto protector que aún poseían. Dejaron atrás sus recuerdos en dirección a donde Becca las llamaba.
Al llegar, encontraron a Becca parada al lado del desconocido, quien yacía inquieto en su lecho, murmurando palabras incomprensibles mientras se movía de un lado a otro, su rostro perlado de sudor. Aunque parecía un simple murmullo, la intensidad de su voz y la agitación de su cuerpo indicaban que algo no estaba bien.
—¡Becca! —exclamó Jaia—. ¿Qué ocurre?
—No lo sé —dijo Becca, con la voz temblorosa—. Estaba aquí, en silencio, y de pronto empezó a moverse y a hablar… Intenté despertarlo, pero no pude. Parece que está atrapado en un mal sueño.
Jaia se acercó con cautela, colocando una mano firme sobre la frente del hombre para calmarlo. Sentía el calor de la fiebre, tan fuerte como antes, como en sus recuerdos.
—Tranquilo… —murmuró suavemente, tratando de reconfortarlo.
El hombre, aunque inconsciente, parecía reaccionar al contacto, y sus movimientos se calmaron ligeramente. Jerut y Alisha también se acercaron, observándolo con preocupación.