Novels2Search
Tomo 3: Cruzando Destinos "Español"
Capítulo 11: "De la Confianza a la Innovación"

Capítulo 11: "De la Confianza a la Innovación"

Suri, aferrada al brazo de Lera, murmuró con un temblor en la voz:

—¡Tiene que haber escapado! ¿No?

—O tal vez no... —dijo Erik, alargando el suspenso.

Mika, que regresaba de su cacería con un saco casi lleno de carne y otras presas al hombro, se detuvo al escuchar las voces cerca de la fogata. Al acercarse en silencio, se dio cuenta de lo que estaban haciendo.

—¿Un cuento de terror? —pensó para sí misma, con una sonrisa maliciosa. Era la oportunidad perfecta para divertirse un poco después de estar días cazando en lo profundo del valle.

Se escondió detrás de un árbol cercano y esperó el momento justo. Las chicas estaban tan absortas en el relato de Erik que no notaron su presencia.

—...y entonces, la criatura... —Erik continuaba, alargando las palabras para aumentar la tensión.

Justo en ese momento, Mika saltó desde las sombras, lanzando un fuerte y estruendoso:

—¡BUUUUUUUUUUUU!

El efecto fue inmediato. Todas las chicas gritaron al unísono y se encogieron, algunas agarrándose entre sí y Arlea cerca de Erik buscando refugio detrás de él. Incluso Erik, aunque mantenía la compostura, dudo un momento antes de ponerse en pose de defensa, dio un leve salto y mirar hacia la figura que había emergido de las sombras.

—¡Mika! —exclamó Becca al reconocerla, furiosa pero todavía con el corazón acelerado, con ambas manos en su pecho.

La luz de la fogata iluminó el rostro de Mika, quien reía a carcajadas mientras bajaba el saco que llevaba.

—¡No puedo creerlo! ¡Sus caras fueron lo mejor que he visto en días! —dijo entre risas, sujetándose el abdomen.

—¡Eso no fue gracioso! —protestó Suri, todavía aferrada al brazo de Lera, quien también tenía una expresión de disgusto.

Sin embargo, apenas enfocó bien a Mika, su rostro cambió por completo. Casi olvidando el susto, soltó un grito emocionado:

—¡Mika!

Dejó caer el brazo de Lera y corrió hacia Mika con los ojos llenos de lágrimas. Sin dudarlo, la abrazó con fuerza, sorprendiéndola por completo.

—¡Perdóname! —murmuró Suri, aferrándose a ella—. Por favor, perdóname por pelear contigo. No debí decir esas cosas.

Mika, aún sorprendida por el repentino gesto, se quedó quieta por un momento. Luego, soltando un suspiro y sonriendo con ternura, devolvió el abrazo.

—Tranquila, Suri, ya pasó. Yo también fui demasiado dura —dijo Mika mientras acariciaba su cabello.

Las demás chicas observaban la escena con una mezcla de sorpresa y alivio, aunque Becca no pudo evitar cruzar los brazos y mirar a otro lado, fingiendo desinterés.

—¡Qué conmovedor! —bromeó Hada, rompiendo el momento con una sonrisa traviesa—. Pero ¿pueden dejar los abrazos para después? Mika, tienes que pagar por el susto que nos diste.

Mika rió y soltó a Suri.

—Está bien, está bien. ¿Qué tal si me uno al cuento? —dijo, sentándose junto a la fogata.

Erik, que había estado observando la escena ya relajado con una sonrisa tranquila, intervino con una broma para aligerar el ambiente.

—"Vaya, parece que no soy el único que sabe cómo asustar aquí," —dijo, mirando a Mika con una sonrisa juguetona.

Suri sonrió ampliamente y se sentó a su lado, sin despegarse del todo de ella. Erik los observó a todos, dejando escapar una sonrisa ligera antes de retomar la historia, asegurándose de que esta vez fuese aún más aterradora.

La noche continuó con risas, sustos y reconciliaciones, mientras la fogata ardía y las estrellas brillaban sobre ellos.

Después del susto de Mika, mientras las chicas se reían y la tensión se desvanecía, Arlea, que había estado cerca de Erik, no pudo evitar un impulso de ver lo que trajo Mika para guardarlo. Se levantó rápidamente, riendo junto a las demás, pero al dar un paso en falso, tropezó y, en un intento por recuperar el equilibrio, cayó directamente sobre Erik.

Ambos cayeron al suelo, con Arlea encima de él. La sorpresa de la caída hizo que todos en la fogata se quedaran en silencio por un momento. Erik, atónito, sintió el peso de Arlea sobre él y la suavidad de su cuerpo presionando contra el suyo. Arlea, por su parte, también sorprendida, intentó levantarse rápidamente, pero no pudo evitar reír nerviosamente al darse cuenta de la situación.

—"¡Vaya! ¡Lo siento, Erik!" —exclamó Arlea, levantándose de inmediato y extendiendo la mano para ayudarlo a levantarse, con el rostro completamente sonrojado.

Erik, aunque aún un poco desorientado por la caída, trató de mantener la compostura, sonriendo suavemente mientras se incorporaba.

—"No pasa nada, Arlea. Fue un accidente." —dijo, intentando calmar la situación. Sin embargo, el contacto de los cuerpos y la cercanía lo habían dejado algo sonrojado.

Las demás, al principio sorprendidas, comenzaron a reír, algunas con risas nerviosas y otras más traviesas.

Becca, con una sonrisa burlona, comentó:

—"Parece que hoy es el día de los accidentes, ¿eh, Erik?"

Hada no pudo evitar soltar una carcajada, levantando una ceja:

—"¿Estás segura de que no te caíste a propósito, Arlea?"

Arlea, aun sonrojada, se apartó un poco de Erik y, riendo de manera nerviosa, trató de suavizar la situación.

—"No fue mi intención... fue un tropiezo." —dijo, rascándose la nuca, tratando de disimular su vergüenza.

Erik, con una sonrisa amable pero aún ligeramente sonrojado, se puso de pie con la ayuda de Arlea.

—"No te preocupes, en serio... ha sido solo un accidente." —respondió, mirando a las demás con una sonrisa nerviosa mientras la situación comenzaba a relajarse.

Unos minutos después del incidente Arlea, que estaba sentada cerca de Erik, observaba en silencio, su mente aún atrapada en el reciente incidente que había tenido con él. Recordaba cómo, mientras la fogata crepitaba, había tropezado y caído sobre él. En ese momento, sus cuerpos se habían encontrado de una manera que nunca había experimentado. Ella había caído sobre él de forma torpe, y al instante pudo sentir la firmeza de su cuerpo contra el suyo, la fuerza de sus músculos, el calor de su piel. Todo había sido tan rápido, y ella no tuvo tiempo de reaccionar.

Aquel instante había dejado una marca en su mente. Al principio, había sido algo desconcertante. El contacto entre ellos no era algo que ella hubiera planeado ni deseado, pero su cuerpo había reaccionado de una manera instintiva, como si algo en su interior hubiera despertado al sentir la cercanía de Erik. A pesar de sus años de vida y de haber experimentado muchos momentos en la aldea, nunca antes había sentido una cercanía tan intensa con un hombre.

La imagen de su caída sobre él, el calor de su cuerpo y la sensación de su respiración cerca de su oído, la había dejado con una mezcla de confusión y una extraña sensación que no lograba identificar. No era solo el temor de haberlo incomodado o avergonzado; había algo más, algo que no podía explicar. ¿Era atracción? ¿Curiosidad? Quizás solo la inquietud de estar tan cerca de alguien tan distinto a ellas.

Arlea miró a Erik, que estaba sentado en silencio mientras todos conversaban alrededor de la fogata. Él parecía tranquilo, pero ella sabía que había algo más detrás de sus ojos. Sabía que aún había mucho que no entendía sobre él, pero algo en su interior le decía que debía acercarse más, comprenderlo mejor. Sin embargo, no podía evitar que su mente se llenara de pensamientos confusos cada vez que lo miraba.

La noche avanzaba, y la fogata, que en su momento iluminaba con fuerza, ahora solo lanzaba débiles resplandores entre sus brasas moribundas. Las risas y los cuentos habían dado paso a un silencio tranquilo, marcado por el murmullo del viento y el crujir de la madera que aún se consumía.

Erik estiró los brazos y se levantó con cuidado, sacudiendo la ligera capa de cenizas que se había acumulado en su ropa.

—Creo que es hora de descansar. Mañana será otro día largo.

Las chicas asintieron una tras otra, bostezando y recogiendo sus pertenencias para dirigirse a sus respectivas cabañas. Mika, sin embargo, parecía más agotada que las demás. Sus párpados estaban pesados, y su andar era más lento de lo habitual. Tras su regreso de la cacería, el cansancio acumulado parecía haberla alcanzado de golpe.

—Mika, ¿te encuentras bien? —preguntó Hada, con una ligera preocupación en la voz.

—Sí, solo necesito dormir. —Mika esbozó una leve sonrisa mientras se estiraba, dejando escapar un bostezo que no pudo contener—. No dormí mucho mientras estaba fuera, ya sabes cómo es.

Sin esperar más, Mika empezó a caminar hacia su cabaña. Sin embargo, mientras se alejaba, algo le llamó la atención: la forma relajada en la que las demás hablaban con Erik, casi como si fuera uno más de la aldea. Ese nivel de confianza no era algo que no había antes. Frunció ligeramente el ceño mientras sus pensamientos se agitaban.

—¿Qué habrá pasado mientras no estaba? Mika se preguntó, recordando que su ausencia había sido más larga de lo que inicialmente planeó. —Seguro algo importante ocurrió... han cambiado muchas cosas.

Becca, que estaba terminando de apagar los últimos rescoldos de la fogata con un poco de tierra, observó cómo Mika se alejaba. Arlea, quien había estado ayudando, también levantó la mirada y comentó con tono despreocupado:

—Debe estar muerta de cansancio. Con las cacerías, seguro no ha dormido bien en días.

Becca mirándola retirarse, reflexionando por un momento, y luego miró de reojo a Hada.

—Vamos a seguirla.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Hada, arqueando una ceja.

—Debemos hablar con ella —dijo Becca, con un tono firme—. Han pasado muchas cosas, y siento que necesita compañía.

Hada suspiró, pero terminó asintiendo.

—Está bien, pero si nos regaña por no dejarla dormir, será tu culpa.

Ambas siguieron a Mika, manteniendo una distancia prudente. La luz de la estrellas iluminaba el camino, haciendo que las sombras de los árboles se alargaran y se movieran con el ligero viento. Mika no parecía notar que la seguían; su atención estaba puesta únicamente en llegar a su cama y dormir.

Becca y Hada se miraron en silencio mientras Mika desaparecía entre las sombras de su cabaña. Hada suspiró y cruzó los brazos.

—¿En serio vamos a hablar con ella ahora? Está muerta de sueño.

—Es mejor ahora que dejarlo para mañana. —Becca comenzó a caminar hacia la cabaña de Mika con decisión—. No quiero que piense cosas raras sobre la disculpa de Suri.

Hada, sin muchas ganas de discutir, siguió a Becca. Al llegar a la entrada, Mika estaba sentada en su cama improvisada, tratando de desatar su falda de pieles. Levantó la vista al escuchar los pasos y arqueó una ceja.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó, algo sorprendida de verlas allí.

Becca se adelantó y, sin rodeos, comenzó a hablar.

—Queríamos decirte algo antes de que te quedes dormida.

—¿Es tan importante que no puede esperar? —Mika dejó escapar un suspiro cansado y los ojos casi cerrados.

—Es sobre Suri —intervino Hada, inclinándose contra la pared con un gesto despreocupado—. Ella habló con Erik, y... bueno él le pidió que se disculpara contigo.

Mika parpadeó, claramente confundida.

—¿Erik le pidió que se disculpara?

Becca asintió, su tono firme pero tranquilo.

—Sí. Suri le había contado sobre su discusión contigo, y él le dijo que no debía dejar las cosas así. Es por eso que corrió a abrazarte y pedirte perdón en la fogata.

Mika frunció el ceño, procesando lo que escuchaba.

—¿Por qué Erik se metería en eso?

—Supongo que porque le importa que no haya tensiones entre nosotras —respondió Becca con un encogimiento de hombros—. Siempre tratando de ayudar.

—Además, ¿qué importa? —añadió Hada con una sonrisa traviesa—. Lo importante es que Suri lo hizo porque quería, aunque necesitara un pequeño empujón.

Mika suspiró, dejando que sus hombros se relajaran.

—Supongo que no esperaba que algo así pasara mientras estaba fuera. Han cambiado muchas cosas en estos días.

—Bueno, estuviste fuera bastantes días, así que es normal —comentó Becca—. Pero al menos ahora sabes que no fue algo forzado.

Mika asintió lentamente y luego bostezó, señal evidente de que el cansancio comenzaba a ganarle. Hada, siempre lista para aligerar el ambiente, se acercó un poco más, arrugando la nariz de manera exagerada.

—Por cierto, Mika... antes de dormir, lávate un poco. Apestas peor que una cabra mojada.

Mika la miró con incredulidad, y Becca se tapó la boca para evitar reírse en voz alta.

—¿En serio, Hada? ¿Ese es tu comentario final?

Hada levantó las manos en defensa, sonriendo ampliamente.

—Solo digo la verdad. No me había dado cuenta antes porque en la fogata no estuviste tan cerca, pero ahora... bueno, digamos que lo noto.

Mika rodó los ojos, aunque una pequeña sonrisa asomó en sus labios.

—Buenas noches, Hada. Y gracias por el "consejo".

Becca tomó a Hada del brazo para sacarla de la cabaña.

—Vamos, dejemos que Mika descanse.

—Está bien, está bien, ya me voy —dijo Hada entre risas, mientras las dos se alejaban.

Mika observó cómo se iban y luego dejó escapar un suspiro. Se estiró en su cama, mirando el techo por un momento. Aunque estaba agotada, sus pensamientos seguían girando alrededor de lo que había escuchado. Definitivamente, muchas cosas habían cambiado en su ausencia.

Mika se quedó en silencio, procesando la información. Sabía que Erik no era una persona cualquiera, pero su amabilidad y preocupación por ella la sorprendían más. —"Erik... habló a favor de mí."

La tranquilidad de la noche envolviéndola. Con un profundo suspiro, el agotamiento pesado sobre cada músculo de su cuerpo. Sin embargo, apenas se acomodó, arrugó la nariz ligeramente al percibir un olor que no había notado antes.

—¿Será posible? —murmuró, frunciendo el ceño.

Levantó un brazo y lo olfateó. El aroma a sudor y tierra, acumulado tras días de cacería, era inconfundible. Hada no había exagerado. Mika resopló y se incorporó con esfuerzo, aunque no pudo evitar una sonrisa cansada.

—Debería habérmelo imaginado...

Suspiró y fue hacia un rincón de su cabaña donde tenía un cuenco grande de madera lleno de agua fresca que siempre colocaban las chicas en cada cabaña todos los días. Se quitó la falda de pieles y lo que usaba de ropa interior, colocándolas cuidadosamente cerca de su cama. Luego comenzó a desatar las cintas de su top, sintiendo el alivio inmediato al dejar que su cuerpo respirara. —"Esto es lo que necesito," pensó, dejando caer la prenda junto a sus demás prendas.

Tomó un paño limpio que colgaba de una cuerda y lo sumergió en el agua fresca. Al pasarlo por su cuerpo, sintió un alivio inmediato, como si el cansancio de los días se disipara con cada trazo. Comenzó por su cuello y hombros, limpiando las marcas de sudor y suciedad acumuladas por los días de caza.

Mientras se limpiaba, sus pensamientos vagaban. Recordó cómo Suri la había abrazado tan fuerte en la fogata y cómo Becca y Hada habían hablado de Erik. Era extraño pensar en todo lo que había sucedido en tan poco tiempo. —"¿Qué está pasando con nosotras... con todo esto?" reflexionó, mientras pasaba el paño por sus brazos y sus piernas.

Finalmente, una vez limpia por completo dejó el paño a un lado, disfrutando de la sensación de frescura y limpieza en su piel. —"Mañana será un nuevo día," se dijo a sí misma. Se dejó caer nuevamente en su cama, esta vez con la certeza de que dormiría profundamente.

—Ahora sí... —dijo en voz baja, mientras cerraba los ojos y dejaba que el sueño la envolviera.

Sabía que el amanecer traería nuevas conversaciones y quizás más cambios, pero por ahora, se permitió descansar en paz.

La mañana en la aldea era tranquila, y la mesa común estaba llena de vida. Las chicas charlaban y reían mientras compartían un desayuno sencillo. Erik estaba sentado al final de la mesa, disfrutando de un tazón de frutas frescas que Hada le había alcanzado.

De repente, a la distancia apareció Lera, cargando un pequeño saco. Sus pasos eran apresurados, y su rostro estaba iluminado con entusiasmo.

—¡Encontré más materiales! —anunció con emoción mientras dejaba el saco frente a Erik.

—¿Otra vez con eso? —comentó Hada, sonriendo mientras daba un mordisco a su fruta. —Creo que estás más obsesionada con el algodón que él.

—¡Claro que no! —replicó Lera, sacando un puñado de varias fibras que habia recolectado en el valle del saco. —Pero si dice que esto sirve para algo, será útil para todos.

Erik se paro de su lugar y tomó todas las fibras y las examinó con cuidado, separándolas entre sus manos.

—Esta es interesante —murmuró mientras giraba uno de los mechones entre los dedos. —No es exactamente algodón, pero tiene potencial. Si logramos procesarlo de la forma adecuada, tal vez podamos usarlo para hacer algo parecido a tela.

Lera se quedó boquiabierta, su rostro brillando de emoción. Sin pensarlo dos veces, salto y abrazó a Erik con fuerza.

—¡Sabía que esto serviría! ¡Lo sabía!

Erik, sorprendido por el repentino abrazo, soltó una leve risa y le dio unas palmaditas en la espalda, algo ruborizado por la efusividad de Lera. Mientras tanto, las demás chicas se quedaron en silencio, mirándolos con una mezcla de sorpresa y curiosidad.

Becca alzó una ceja, mientras Hada, con una sonrisa traviesa, murmuró:

—Bueno, eso no me lo esperaba.

En un extremo de la mesa, Jaia, Jerut y Alisha, observaban la escena sin decir nada. Sus miradas eran serias, como si estuvieran evaluando algo, aunque sus labios formaban apenas una sombra de sonrisa.

Lera, al darse cuenta de las miradas, retrocedió rápidamente y se aclaró la garganta.

—Ehh... perdón. Es que estoy muy emocionada —dijo, evitando mirar a las demás.

Erik se limitó a asentir y sonrió.

—Entiendo la emoción. Esto podría ser un buen comienzo para algo útil.

Mientras tanto, Mika seguía ausente de la mesa, algo que no pasó desapercibido.

—Oye, ¿y Mika? —preguntó Hada, intentando aligerar el ambiente. —Parece que ahora ella es la dormilona de la aldea.

Becca rió suavemente y añadió:

—Quién lo diría, ¿no? Siempre es la primera en levantarse.

Erik levantó la vista de las fibras y negó con la cabeza.

—No sean tan duras con ella —dijo, con un tono tranquilo. —Sé lo que es cazar durante días. Dormir en lugares incómodos y sin descanso adecuado te deja agotado. No es que sea dormilona, es que está recuperando energías.

Las chicas intercambiaron miradas, un poco apenadas por su comentario.

—Supongo que tiene sentido —admitió Arlea. —La vimos bastante cansada anoche.

Hada suspiró y, con su típica actitud bromista, agregó:

If you spot this narrative on Amazon, know that it has been stolen. Report the violation.

—Pues espero que al menos se haya lavado antes de dormir. La olí anoche y, sinceramente, creo que lo que cazó olía mejor.

Las chicas estallaron en risas, y hasta Erik dejó escapar una carcajada suave.

—No puedes evitarlo, ¿verdad? —dijo Erik, negando con la cabeza mientras sonreía.

Lera, aún emocionada, asintió con Erik.

—La cacería no es fácil. Si algo sabemos todas, es que Mika siempre hace su parte.

Jaia, desde su lugar, rompió el silencio con un tono calmado pero firme:

—Es cierto. Mika siempre ha sido dedicada. Pero Lera, recuerda que la emoción no justifica un arrebato.

Lera asintió, un poco avergonzada, mientras la conversación continuaba. Erik, observando el saco de materiales, se preguntó cuántas posibilidades escondía aquel extraño mundo y cuánto podría aprender de las chicas, que cada día parecían aceptar más su presencia.

Suri salió de la cabaña central acomodándose el cabello cuando notó que Mika no estaba en la mesa común. Las chicas desayunaban animadas con Erik, pero su ausencia era notable. Decidió buscarla, pensando que aún estaría descansando después de los días agotadores que pasó cazando.

Al llegar a la cabaña de Mika, tocó suavemente el marco de la entrada.

—¿Mika? ¿Estás ahí?

No obtuvo respuesta, pero al escuchar movimiento dentro, asomó la cabeza. Mika estaba de espaldas, ajustando su top de piel. Su cabello corto y despeinado caía sobre su rostro, y sus movimientos eran lentos, como si todavía cargara con el cansancio acumulado.

Fue entonces cuando Suri notó algo que nunca había visto antes: una cicatriz larga y prominente recorría su costado izquierdo, subiendo hacia la clavícula y perdiéndose bajo la prenda.

—¡Mika! —exclamó Suri sin pensar, sobresaltándola.

Mika giró rápidamente, cruzando un brazo frente a su pecho como si quisiera ocultar la cicatriz.

—¡Suri! ¿Qué haces aquí?

—Lo siento, no quería asustarte —dijo Suri con voz suave—. Solo vine a buscarte. No estabas en la mesa y pensé que necesitarías ayuda.

Mika suspiró, relajándose un poco.

—Podrías haber llamado primero.

—Lo hice, pero no contestaste.

Suri avanzó unos pasos, notando la incomodidad en Mika. Al verla luchar con las tiras de su top, se ofreció:

—Déjame ayudarte.

Mika la miró con duda, pero finalmente asintió, dejando que Suri se acercara.

Mientras ajustaba las tiras con cuidado, Suri no pudo evitar volver a mirar la cicatriz.

—Tu cicatriz… nunca la había visto. ¿Te duele?

Mika apretó los labios antes de responder. Trataba de ocultarlo con su top a las demás.

—Ya no. Pero al principio… dolió mucho.

Suri bajó la mirada, trabajando en silencio unos momentos antes de volver a hablar.

—¿fue de aquella batalla de hace años verdad?

Mika suspiró, sentándose en el borde de su cama mientras Suri terminaba de ayudarla.

—Si. Pensé que no lo contaría. Desde entonces, aprendí a cuidar de mí misma y a no depender de nadie en el bosque.

Suri ajustó el top de Mika con delicadeza, aún sorprendida por la cicatriz que había descubierto. La conversación que se estaba abriendo era profunda, más de lo que pensaba. Mientras peinaba el cabello corto y despeinado de Mika, la miró de reojo y, sin más preámbulo, empezó a hablar.

—Erik me dijo algo el otro día… —comenzó, su voz suave—. Dijo que los cuerpos sanan de manera diferente, que cada uno tiene su propio ritmo. No entendía del todo lo que quería decir hasta ahora.

Mika levantó la vista, algo sorprendida, pero no dijo nada, permitiendo que Suri continuara.

—Él tiene razón. Aunque no todos lo notamos, la cicatriz que llevas, más allá de lo que significó para ti en ese momento, sigue siendo parte de tu cuerpo. Y aunque sanaste, la marca sigue ahí, recordando lo que perdiste.

Mika apretó los labios, mirando al suelo mientras Suri seguía tratando de peinar su cabello rebelde. La verdad de esas palabras tocó algo profundo en ella, algo que había preferido dejar olvidado.

—Sé lo que pasó… —murmuró Suri—. Sé que perdiste a tus compañeras de caza en ese ataque. Eran tus amigas, ¿verdad?, y las extrañas.

Mika la miró con sorpresa, sin esperarse que Suri supiera tanto. Su rostro, normalmente serio, se suavizó por un momento.

—Sí. Fueron las mejores amigas con las que cazaba antes de que todo cambiara. Esa bestia... no pude salvarlas. Estaba tan enfocada en la caza que las puse en peligro y no pude hacer nada por ellas.

Suri, al notar la tristeza en su voz, dejó de peinarla y se sentó junto a ella, colocando una mano en su hombro en un gesto de consuelo.

—Mika, no podías hacerlo sola. El peso de esa culpa no tiene por qué ser solo tuya. Y no importa lo que suceda, siempre puedes seguir adelante. No estás sola.

Mika la miró, su rostro algo confundido.

—Yo también tengo cicatrices, aunque no se vean como las tuyas.

Mika arqueó una ceja.

—¿Qué quieres decir?

Suri jugueteó con sus manos, dudando.

—Desde que mamá Ayla murió, siento que hay algo roto dentro de mí. Como si una parte de mí se hubiera ido con ella.

Mika bajó la mirada, su tono más suave.

—Perder a alguien siempre deja cicatrices. No importa cuánto tiempo pase, siempre estarán ahí, recordándote lo que perdiste.

Suri sonrió levemente.

—¿Cómo lo haces? ¿Cómo logras cargar con eso y seguir adelante?

Mika miró al suelo, su cabello despeinado ocultando parte de su rostro.

—No lo sé. Solo... lo haces. No porque quieras, sino porque no hay otra opción. Aunque a veces es más fácil no hablar de ello, como si al no decir nada, doliera menos.

Suri la observó, conmovida por su honestidad. Se acercó más y, con un gesto suave, acomodó un mechón rebelde del cabello de Mika.

—Gracias por decírmelo. No tienes que cargar con todo sola, ¿sabes?

Mika levantó la vista, sorprendida por la calidez de las palabras de Suri.

—Tampoco tú, Suri. Si necesitas hablar, aquí estoy.

Ambas compartieron una sonrisa, un momento de conexión que parecía sanar un poco de las cicatrices invisibles que ambas llevaban.

Suri tomó un pequeño peine y comenzó a peinar el cabello de Mika con cuidado, tratando de domar su estilo desordenado.

—Vamos, no podemos dejar que Hada diga que tienes el cabello como si una bestia te hubiera atacado otra vez.

Mika rió suavemente, relajándose por primera vez en mucho tiempo.

—Gracias, Suri. Por todo.

—Siempre, Mika. Siempre.

Cuando estuvieron listas, se levantaron juntas y salieron hacia la mesa, ambas sintiendo que, al compartir sus sentimientos, habían fortalecido un vínculo más allá de las palabras.

Las chicas vieron a Mika y a Suri caminando hacia la mesa de desayuno, tomadas de la mano. Un aire de serenidad las rodeaba, algo que no se había sentido en días, desde que la tensión había aparecido entre ellas. Pero ahora, al caminar juntas, parecía que todo estaba bien de nuevo.

Erik, al verlas llegar, sonrió con alivio. Había sido testigo de su conflicto, y ver cómo lo superaban le causaba una inmensa satisfacción. No dijo nada al principio, solo las observó mientras se acercaban.

—Me alegra ver que todo está mejor entre ustedes —comentó Erik, mirando a ambas con una sonrisa cálida.

Suri asintió con una expresión genuina de felicidad.

—Sí, decidimos dejar atrás todo lo que pasó. Somos familia, y eso es lo que importa —respondió con firmeza.

Mika, aunque aún un poco reservada, no pudo evitar devolverle una pequeña sonrisa a Suri. Para ella, el tiempo en que las cosas no estaban bien parecía haber quedado atrás, y ahora todo parecía más claro.

Cuando llegaron a la mesa, todas las demás chicas las miraron en silencio, y aunque no dijeron nada, el alivio también era palpable entre ellas. La tensión que antes había quedado flotando en el aire parecía disiparse con cada paso que Mika daba junto a Suri.

Hada, como siempre, no pudo evitar hacer un comentario juguetón, tratando de aligerar el ambiente:

—¿Qué tal, Mika? ¿Ya descansaste para cazar nuevamente? —dijo Hada con una sonrisa pícara, pero sin malicia.

Mika, como era habitual en ella, se sonrojó levemente, pero respondió con una leve sonrisa.

—Sí, todo bien —dijo, tomando asiento mientras las otras chicas seguían comiendo.

El ambiente había cambiado para bien, y en medio de todo, Suri no pudo evitar defender a Mika, a pesar de la ligera broma de Hada.

—Lo bueno es que ahora estamos todas aquí, y eso es lo que importa. No importa lo que digan, Mika está con nosotras, y eso es lo que me importa a mí —respondió Suri con sinceridad, mirando a Mika con una sonrisa de apoyo.

Erik, que observaba todo desde su lugar, no pudo evitar sentirse agradecido de estar rodeado por mujeres tan valientes y unidas. Sabía que, a pesar de las diferencias, ese vínculo entre ellas era algo especial, algo que las unía de una forma única.

La mañana avanzó rápidamente, y las risas y conversaciones alrededor de la mesa fueron quedando atrás mientras las chicas se levantaban para comenzar con sus deberes diarios. El sol ya comenzaba a elevarse, trayendo consigo el calor que hacía cada tarea un poco más difícil.

Alisha, con su mirada atenta y calculadora, observó las ovejas que pastaban cerca de la aldea. Sus cuerpos cubiertos de lana se veían un tanto agobiados bajo el calor que comenzaba a sentirse en el aire. Sabía que si no se cortaba la lana pronto, las ovejas estarían en peligro de deshidratación.

—Hada —dijo Alisha, llamando la atención de la joven pastora—, ya es hora de cortar la lana de las ovejas. Si no lo hacemos pronto, se deshidratarán con este calor.

Hada asintió, con su usual energía. Pero al escuchar a Alisha, se le ocurrió una idea traviesa.

—Erik —dijo, mirando hacia él con una sonrisa pícara—, ¿quieres ver cómo lo hacemos? No es nada complicado, y seguro que te resultará interesante.

Erik, que había estado escuchando la conversación, se mostró intrigado. Las ovejas necesitaban ser trasquiladas, pero no sabía cómo lo hacían en este mundo. Recordó que en su vida en la Tierra, había ayudado a sus vecinos a trasquilar ovejas en su granja, y le parecía que podría ser de ayuda en esta tarea.

—Claro, me gustaría ver cómo lo hacen. En mi... aldea ayudaba con las ovejas. Puede que sea útil —respondió Erik, convencido de que podría contribuir con lo que sabía.

Mika, que había estado observando en silencio, decidió unirse a ellos. Aunque no era tan experta en la tarea como Alisha y Hada, siempre tenía curiosidad por aprender más y claro aun vigilar a Erik.

—Yo también iré a ver. Tal vez pueda ayudar o aprender algo nuevo —dijo Mika, un poco reservada, pero con un leve destello de interés en sus ojos.

Hada lideraba el camino hacia el lugar donde pastaban las ovejas y cabras, mientras Erik, Mika y Alisha la seguían. Mika, todavía algo reservada pero más relajada, caminaba unos pasos detrás de Erik, observándolo con interés. El aire de la mañana era algo fresco, pero el calor prometía subir pronto.

Mientras se acercaban al claro donde se encontraba el rebaño, Erik esperaba escuchar los balidos familiares de las ovejas o los típicos sonidos de las cabras. Sin embargo, lo que llegó a sus oídos fue completamente diferente: un zumbido bajo mezclado con chasquidos y un sonido que casi parecía un silbido agudo.

Erik frunció el ceño, deteniéndose un momento.

—¿Qué es ese ruido? —preguntó, mirando a Hada con curiosidad.

Hada se giró, sonriendo ampliamente.

—¿De qué hablas? ¿Del rebaño? Son nuestras ovejas y cabras, ¿qué más podría ser?

Cuando llegaron al claro, Erik quedó boquiabierto. Las criaturas frente a él no eran como las ovejas que conocía. Sus cuerpos eran más robustos, con patas que terminaban en pequeñas garras. La lana, aunque abundante, parecía tener un brillo perlado, y algunas cabras lucían cuernos en espiral que parecían imposibles en la Tierra. Una de las ovejas, al notar su presencia, giró la cabeza para mirarlo directamente y emitió un chasquido curioso.

—Esto… no son ovejas normales —murmuró Erik, todavía impresionado.

Las chicas lo miraron, confundidas. Para ellas, estas criaturas eran lo más común del mundo. Hada fue la primera en reaccionar, soltando una risa divertida.

—¿Qué estás diciendo? ¡Son ovejas! No sé cómo serán en tu aldea, pero aquí siempre han sido así.

—¿De qué hablas, Erik? —añadió Mika con una leve sonrisa—. Estas son las únicas ovejas que conocemos.

Erik se llevó una mano al cabello, intentando procesar lo que veía.

—En mi mun... aldea, las ovejas son diferentes. Más pequeñas, menos musculosas… y no hacen estos ruidos extraños —respondió, señalando a las criaturas que seguían emitiendo sus sonidos peculiares.

Alisha, que había permanecido en silencio hasta ahora, observó detenidamente a Erik. Sus palabras parecieron despertar un recuerdo en ella.

—Mi abuela decía algo parecido —dijo Alisha con un tono pensativo, llamando la atención de todos—. Contaba que estas ovejas siempre le parecieron raras, que no eran como las que recordaba de su niñez.

Hada arqueó una ceja, sorprendida.

—¿De verdad? Nunca mencionaste eso antes.

—No suelo hablar de ello porque no le di mucha importancia. Pensé que eran solo recuerdos confusos de alguien mayor… pero ahora que Erik lo dice, quizá tenía razón.

Erik miró a Alisha con interés, su curiosidad avivada por sus palabras.

—Entonces, ¿podría ser que estas ovejas no siempre fueron así? —preguntó Erik, mientras estudiaba al rebaño con más detenimiento.

—Tal vez —respondió Alisha con un leve encogimiento de hombros—. Pero ya han pasado tantos años que estas son las únicas ovejas que conocemos.

Hada, siempre práctica, interrumpió la conversación con una palmada.

—Bueno, raras o no, tenemos trabajo que hacer. ¿Quieres intentarlo, Erik? Vamos a trasquilarlas.

Erik asintió, su mente todavía ocupada con lo que acababa de escuchar. Mika, que había permanecido en silencio, observó el intercambio con interés y decidió seguirlos para ver cómo Erik manejaba a las criaturas. Mientras el grupo se acercaba al rebaño, Erik no podía evitar pensar que este mundo era más extraño y fascinante de lo que había imaginado.

Hada tomó el primer par de tijeras de trasquilar, hechas de hueso rudimentario, y se acercó a una de las ovejas. Con movimientos ágiles y firmes, comenzó a cortar la lana brillante. Mika y Alisha observaban desde un lado, mientras Erik, miraba con interés cada movimiento.

—Es así como lo hacemos —explicó Hada mientras giraba la oveja con cuidado—. Hay que asegurarse de no cortar demasiado cerca de la piel, pero tampoco dejar mucho. ¿Entendido?

Erik asintió lentamente. Aunque ya había trasquilado ovejas antes, siempre había aprendido en la granja. Aquí, las herramientas y las criaturas eran diferentes, pero las bases parecían similares.

—¿Quieres intentarlo? —preguntó Hada con una sonrisa, extendiéndole las tijeras.

—Claro —respondió Erik, dando un paso adelante.

Tomó las tijeras y se acercó a otra oveja que ya estaba asegurada. Primero, observó la postura de Hada y los movimientos que había realizado. Luego, decidió hacerlo a su manera. Con movimientos precisos y fluidos, comenzó a cortar la lana. La oveja parecía relajada, incluso cómoda, mientras Erik trabajaba.

—¿De dónde aprendiste a hacer eso? —preguntó Mika, sorprendida al ver la destreza de Erik.

—Ayudaba a unos vecinos en la granja de mis abuelos. Tenían ovejas, aunque eran diferentes a estas —respondió Erik sin dejar de trabajar.

Sus manos se movían con tal seguridad que la trasquila de la oveja terminó en un tiempo récord, dejando un corte uniforme y limpio. Hada lo observó con la boca ligeramente abierta, mientras Alisha cruzaba los brazos, claramente impresionada.

—¡Eso es increíble! —exclamó Hada—. Ni siquiera yo puedo hacerlo tan rápido y sin cortar de más.

—Ni siquiera ha dejado zonas desiguales —añadió Mika, inclinándose para inspeccionar el trabajo.

Alisha asintió lentamente.

—Definitivamente tienes experiencia. Eso será útil para el trabajo.

Erik se encogió de hombros, modesto, mientras sacudía la lana cortada para dejarla en un montón ordenado.

—No es gran cosa. Solo práctica. Aunque debo admitir que estas ovejas son… distintas. Son más dóciles de lo que esperaba.

Hada se rió y le dio un golpe amistoso en el brazo.

—Bueno, entonces sigue practicando, porque aún quedan muchas.

Mientras Erik continuaba trasquilando, las demás se turnaban para ayudar o recoger la lana cortada. Mika, aunque reservada al principio, no pudo evitar quedarse cerca para observar cada movimiento de Erik. El ambiente se llenó de risas y comentarios mientras la pila de lana crecía rápidamente, y las ovejas, ahora ligeras, se alejaban aliviadas bajo el sol del día.

Con las últimas ovejas trasquiladas y el trabajo casi terminado, las chicas comenzaron a recoger lo ultimo de la lana cortada. La colocaron en grandes sacos y la llevaron a una de las cabañas cercanas. Erik observaba con curiosidad, ayudando a transportar los sacos junto a Mika y Hada.

—Esta es la cabaña donde guardamos la lana buena —explicó Hada, señalando los sacos apilados cuidadosamente en un rincón.

—¿Y qué hacen con el resto? —preguntó Erik, siguiendo con la mirada a Alisha, que entraba en otra cabaña con un saco diferente.

—Ven, te muestro —respondió Hada con una sonrisa, haciéndole un gesto para que la siguiera.

Al entrar en la segunda cabaña, Erik se detuvo. Había montones de lana desechada en el suelo, mezclada con ramas, hojas, polvo y pequeñas piedras. Aunque estaba sucia, la calidad de la lana seguía siendo evidente.

—¿Qué hacen con toda esta lana? —preguntó, señalando el montón.

—Nada —respondió Hada encogiéndose de hombros—. Está demasiado sucia para trabajarla. Si intentas hilarla así, se rompe y no sirve de mucho.

—¿Y entonces? —insistió Erik.

—La quemamos —dijo Hada con naturalidad, sacudiéndose las manos.

Erik frunció el ceño, observando la lana con atención. En su mente, una idea comenzó a tomar forma. Aunque no era perfecta, esta lana podría convertirse en algo mucho más útil de lo que ellas imaginaban. Recordó las noches incómodas que había pasado durmiendo sobre pieles en la cabaña, con el calor y la rigidez incomodándolo constantemente. "Un colchón de lana sería mucho mejor", pensó.

—¿Y si me la quedo? —preguntó, levantando la mirada hacia Hada y Alisha, que lo observaban curiosas.

—¿Para qué? —preguntó Mika, entrando a la cabaña detrás de ellos.

—No lo sé aún —admitió Erik, decidiendo no revelar su idea por ahora—. Pero creo que podría hacer algo útil con ella.

Mika lo miró con escepticismo.

—¿Algo útil con esto? —dijo, tomando un mechón de lana cubierta de polvo y hojas secas.

—Es lana de primera calidad, incluso en este estado —explicó Erik—. Tal vez pueda limpiarla y… ya veré.

Hada se cruzó de brazos, observándolo con una mezcla de curiosidad y diversión.

—Bueno, no tengo idea de qué puedas hacer, pero supongo que no está de más dejarte intentarlo.

Mika suspiró, tomando un saco vacío.

—Yo te ayudo a recogerla —dijo, empezando a meter los mechones más grandes en el saco—. Quiero ver si realmente puedes hacer algo con esto.

—Yo también quiero verlo —agregó Hada, tomando otro saco y comenzando a recoger la lana junto a ellos.

Alisha, que había estado observando desde la puerta, sonrió ligeramente.

—Será interesante ver en qué termina todo esto —comentó antes de salir de la cabaña.

Mientras Erik, Mika y Hada continuaban llenando los sacos con la lana desechada, cada uno tenía sus propias expectativas. Para Erik, la oportunidad de trabajar con esta lana significaba no solo aprovechar un recurso perdido, sino también la posibilidad de finalmente dormir en una cama más cómoda. Su determinación aumentó al imaginar un colchón suave que pudiera reemplazar las pieles rígidas que usaba actualmente.

Cuando terminaron, los sacos llenos estaban listos para ser transportados. Erik se levantó y miró a las chicas con una sonrisa confiada.

—Les prometo que no se arrepentirán de haberme dejado quedarme con esta lana.

—Eso lo veremos —respondió Hada, sonriendo mientras sacudía las manos llenas de polvo—. Pero si no haces nada útil con esto, tendrás que explicarlo.

—Hecho —dijo Erik, riendo ligeramente.

Con los sacos listos, los tres salieron de la cabaña, llevando con ellos no solo la lana, sino también una nueva curiosidad por lo que Erik podría lograr.

El sol estaba cerca de su punto más alto cuando Erik terminó de asegurar los sacos llenos de lana desechada en una improvisada plataforma de madera que las chicas usaban para transportar gran cantidad de cargas. Con el calor apretando, las gotas de sudor caían por sus frentes, pero su entusiasmo no disminuía.

—Necesito llevar esto a un lugar donde pueda lavarlo —dijo Erik, mirando a Mika y Hada.

—¿Lavar esto? —preguntó Mika, alzando una ceja mientras veía los sacos.

—Sí, si no lo limpio, no podré usarlo para nada útil —respondió Erik con calma.

—¿Y sabes dónde lavarlo? —inquirió Hada, sujetando uno de los sacos con curiosidad.

—Hay un arroyo más allá de las cabañas de almacenaje. Parece lo suficientemente limpio y amplio para trabajar con esto —explicó Erik—. Solo necesito que me ayuden a llevar los sacos.

Mika y Hada se miraron entre ellas y, después de un breve suspiro, asintieron.

—Está bien, pero si terminas arruinándolo todo, me debes una disculpa por el esfuerzo —dijo Hada con una sonrisa juguetona.

Con los sacos cargados, comenzaron a caminar hacia el arroyo. El calor hacía que el trabajo fuera más pesado, pero la conversación ligera entre los tres aligeraba la carga.

Al llegar cerca de la zona del arroyo, una voz conocida los detuvo.

—¡Vengan a comer antes de seguir con eso! —llamó Jaia desde la entrada de la aldea, con un tono firme pero amable.

Los tres se detuvieron y miraron hacia ella, que se acercaba con paso tranquilo pero decidido. Al llegar hasta ellos, Jaia observó los sacos con atención.

—¿Qué están haciendo con esa lana? —preguntó, cruzando los brazos.

Erik tomó la iniciativa para responder.

—Voy a intentar limpiarla. Aunque esté sucia, sigue siendo lana de buena calidad. Si logro dejarla en buen estado, podría usarla para algo útil.

Jaia lo miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad, mientras sus ojos parecían evaluar las intenciones del joven.

—¿Y qué planeas hacer con ella? —insistió, arqueando una ceja.

—Todavía no estoy seguro —dijo Erik con una leve sonrisa—. Pero algo me dice que vale la pena intentarlo.

Hada intervino, señalando los sacos.

—Jaia, este hombre tiene unas ideas muy raras, pero también es muy habilidoso. Si quiere lavar lana bajo este sol, que lo intente.

Mika, sin decir nada, miró a Erik con una leve sonrisa.

Jaia negó con la cabeza, aunque un destello de comprensión cruzó su mirada.

—Bueno, si crees que puedes hacer algo con esto, adelante. Pero antes de que sigan, es mejor que coman. No quiero que ninguno se desmaye por trabajar con el estómago vacío.

—Tienes razón —dijo Erik, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano—. Vamos a comer primero.

Jaia asintió y se dio la vuelta, caminando de regreso hacia la aldea. Erik, Mika y Hada se miraron entre sí y, con un suspiro de resignación, comenzaron a seguirla.

Mientras caminaban, Erik pensó en lo cerca que estaba de comenzar a trabajar en la lana. Aunque no era un proyecto sencillo por las limitaciones de la aldea, la idea de tener un colchón cómodo seguía firme en su mente. Si algo había aprendido de sus abuelos, era que un poco de paciencia y esfuerzo podían transformar incluso los materiales más simples en algo extraordinario.

Después de haber comido y descansado un poco, Erik se dirigió al arroyo con paso firme. Las chicas lo acompañaron, aunque con cierto escepticismo debido al calor abrasador.

—¿Estás seguro de que quieres hacerlo ahora? —preguntó Mika, mientras caminaban juntos.

—Sí, el calor no me molesta tanto —respondió Erik con calma.

—Pues a nosotras sí —intervino Hada, abanicándose con una hoja grande—. Si tú quieres trabajar bajo este sol, adelante, pero yo me quedaré en la sombra.

Suri, quien había decidido acompañarlos, asintió en silencio, buscando con la mirada un refugio del calor.

Cuando llegaron al arroyo, Erik trajo los sacos junto al agua cristalina que fluía suavemente. Las chicas buscaron un árbol cercano con ramas amplias y frondosas, acomodándose en la sombra mientras Erik preparaba su espacio de trabajo.

—Haz lo tuyo, experto en ovejas —bromeó Hada, recostándose sobre la hierba.

Suri se sentó junto a Mika y Hada bajo la sombra, limpiándose el sudor de la frente con una pequeña tela de lana que había llevado consigo.

—¿De verdad vas a trabajar con todo este calor? —preguntó Suri con incredulidad, mientras veía cómo Erik se acomodaba para trabajar.

—El calor aquí no es tan malo comparado con el lugar donde vivía —respondió Erik con una sonrisa—. Además, esto es algo que realmente quiero hacer.

Sacó un poco de lana del primer saco, examinándola con detenimiento. Aunque estaba llena de hojas y suciedad, no parecía preocupado. Llenó un recipiente con agua del arroyo y comenzó a sumergir la lana, frotándola con movimientos precisos y eficientes.

Desde la sombra, las chicas lo observaban.

—No puedo creer que esté trabajando así, como si no sintiera el sol encima —comentó Mika, inclinando la cabeza hacia Hada.

—Debe ser una de esas cosas raras que hacen los hombres —respondió Hada con una sonrisa perezosa, mientras jugaba con una ramita seca—. Aunque admito que me intriga cómo planea dejar toda esa lana limpia.

Suri observaba con atención cómo Erik trabajaba, sus movimientos metódicos y concentrados.

—Parece que sabe lo que hace —murmuró Suri, más para sí misma que para las demás.

Mientras tanto, Erik se sumergía en su tarea. El contacto fresco del agua en sus manos y brazos era un alivio, y su mente estaba enfocada en el resultado final: un colchón que le diera descanso después de tantas noches incómodas sobre pieles y troncos debajo como catre. Había aprendido a lavar lana con su abuela, quien siempre le decía que la paciencia era clave para hacerlo bien.

Poco a poco, las hojas y ramas adheridas se desprendían, dejando la lana más limpia y suave. Sacó una porción y la extendió sobre una roca para que se secara al sol.

Suri, observando de cerca, se levantó y caminó hacia él, tomando un cuenco de agua.

—Aquí tienes, para que no te falte —dijo con una sonrisa mientras le ofrecía el agua. Erik la aceptó con gratitud y bebió, agradeciendo el gesto.

—Gracias, Suri. El calor no me molesta tanto, pero con el sol tan fuerte, siempre viene bien un poco de agua —respondió Erik, antes de continuar con su trabajo.

Las chicas, bajo la sombra, intercambiaron algunas palabras en voz baja.

—¿Es idea mía, o tiene más paciencia que cualquiera de nosotras? —comentó Hada, mirando al hombre que trabajaba sin descanso.

—Debe de haberlo hecho antes —dijo Mika, cruzando los brazos mientras miraba el trabajo de Erik con una mezcla de curiosidad y respeto.

Suri, mientras tanto, se quedó observando en silencio. Cada vez veía más detalles de la técnica de Erik y cómo su forma de trabajar era completamente diferente a lo que ellas conocían.

—Parece que sabe lo que hace —murmuró Suri, sonriendo mientras volvía a tomar agua del cuenco y se acercaba a Erik una vez más.

—Sí, parece que sí —respondió Hada, apoyada en el tronco del árbol.

Erik levantó la vista por un momento, notando las miradas curiosas de las chicas, y les dio una sonrisa satisfecha.

—No tengo prisa, así que puedo hacerlo bien. Tal vez me tarde, pero valdrá la pena.

Las chicas intercambiaron miradas. Para ellas, la lana sucia era algo que siempre habían descartado, pero Erik veía en ella algo más.

—Es curioso —comentó Suri, recostándose de estomago en la suave hierba del suelo—. Nunca pensé que alguien pudiera encontrarle tanto valor a algo que siempre hemos quemado.

—Tal vez lo que es basura para nosotras, para él es una oportunidad —dijo Mika, pensativa.

Bajo la sombra, las tres observaron cómo Erik seguía lavando la lana, sus movimientos constantes y precisos mostrando una experiencia que no esperaban. A medida que el día avanzaba, comenzaron a preguntarse qué más sorpresas guardaba este hombre que parecía transformar lo común en algo útil y especial.

El día comenzaba a dar paso a la noche. El calor del sol ya se había disipado, y el frescor de la tarde llenaba el aire. Erik, después de horas de trabajo con la lana, había logrado lavar la mitad de lo que habían traído, dejando la otra mitad lista para continuar al día siguiente. Aunque cansado, la satisfacción de ver el progreso lo mantenía alerta.

Las chicas, que se habían quedado a la sombra durante gran parte del día, comenzaron a prepararse para la fogata. Habían traído consigo algunas de las frutas frescas que aún quedaban de la cosecha y se disponían a disfrutar de una noche tranquila, como era costumbre en la aldea.

Erik se levantó del arroyo, tomando la última porción de lana que había limpiado y dejándola al sol para que se secara durante la noche. Con la ropa aún algo mojada por el trabajo, se acercó al grupo.

—Creo que es suficiente por hoy —dijo Erik, sacudiéndose las manos para quitar el agua que quedaba.

Hada lo miró desde la distancia, viendo cómo sus músculos se tensaban ligeramente después de tantas horas de trabajo. Aunque se veía cansado, su rostro reflejaba una satisfacción tranquila, como si cada tarea cumplida lo acercara a su objetivo.

—Te agradecemos por la ayuda, Erik —dijo Hada con una sonrisa, acercándose a él mientras tomaba un poco de agua.

—No hay de qué. Me alegra haber podido ayudar —respondió Erik, sonriendo mientras ajustaba su ropa mojada.

—Seguro que mañana la terminas —comentó Mika, mientras se preparaba para caminar hacia la fogata—. Ya me imagino cómo quedará esa lana después de que la termines.

Erik asintió, sus pensamientos ya en el colchón que pensaba hacer con la lana. Las pieles ya no eran lo más cómodo, y una cama de lana bien hecha sería lo justo para tener un buen descanso.

Las chicas lo invitaron a la fogata, y todos comenzaron a caminar hacia el lugar donde se reunían por la noche. Mientras caminaban, el aire fresco del atardecer parecía hacer más ligera la carga del día. La fogata ya estaba encendida, y las mujeres de la aldea, sentadas en el círculo, comenzaron a cantar algunas de las canciones tradicionales que las habían acompañado a lo largo de los años.

Erik se unió al círculo, y las chicas se acomodaron cerca, como siempre lo hacían. La luz de las llamas iluminaba sus rostros mientras la noche comenzaba a instalarse. El sonido crackling de la madera que se quemaba era casi hipnótico, y el olor a tierra, leña y frutas asadas llenaba el aire.

Después de un rato de charla tranquila y algunas risas, las mujeres comenzaron a retirarse una a una, dirigiéndose a sus cabañas para descansar.

—Mañana continuare con la lana que falta —dijo Erik, levantándose de su lugar y mirando a las chicas.

—Sí, pero ahora lo mejor es descansar —respondió Hada, estirándose y preparándose para levantarse también.

Suri asintió y le dio una mirada cómplice a Mika. Ambas, ya cansadas, se dirigieron a sus respectivas cabañas, pero no sin antes mirar a Erik, quien se quedaba un momento más bajo la luz de la fogata.

—Hoy fue un buen día —dijo Suri, caminando junto a Mika.

—Sí, aunque nunca imaginé que la lana nos iba a dar tanto trabajo... —comentó Mika, aunque con una sonrisa—. Pero Erik sabe lo que hace.

Ambas entraron a sus cabañas y se prepararon para dormir. Mientras tanto, Erik quedó observando las llamas por un momento más, pensativo. El trabajo del día lo había agotado, pero no podía evitar sentirse bien al saber que estaba haciendo algo útil para todos. Mañana sería otro día para continuar con lo que había empezado, y quizás un día por fin tendrá una cama mas cómoda.

Al llegar a su cabaña, Erik se dejó caer sobre las pieles de su cama, sintiendo el cansancio del día pesar sobre él. Sin embargo, la idea de dormir en un colchón de lana lo llenaba de ilusión. Si lo lograba, no solo él podría disfrutar de una cama más cómoda, sino que también las chicas tendrían algo mejor para descansar.

Mientras cerraba los ojos, el pensamiento de mejorar la vida en la aldea le arrancó una pequeña sonrisa. Con esa esperanza, se dejó llevar por el sueño, listo para enfrentar un nuevo día de trabajo con la misma dedicación.