Unos días antes, mientras Erik descansaba profundamente en la cabaña bajo la atenta vigilancia de Jaia y las demás, la vida en la aldea continuaba con su ritmo habitual. Fue en esa tarde, cuando el sol comenzaba a descender y las sombras de los árboles danzaban suavemente sobre el suelo, que Jaia decidió ocuparse de una tarea pendiente. Tomando las prendas de Erik, aún sucias de sangre y tierra, las envolvió cuidadosamente en unas pieles limpias antes de dirigirse al taller de Lera.
Lera estaba sentada junto a su mesa de trabajo, ocupada retocando unas tiras de cuero para un nuevo atuendo superior que resista para Arlea. Al notar la presencia de Jaia en la entrada, levantó la vista, sorprendida por la seriedad y el bulto que traía entre los brazos.
—Lera, necesitamos que limpies esto y, si puedes, intentes repararlo. Tiene sangre y tierra, y necesitamos mantenerlo limpio mientras sana.
—Esto no es piel… ni lana —murmuró, pasando los dedos por la tela manchada.
Jaia asintió, cruzando los brazos.
—Lo sé. Por eso te lo he traído. Nadie más tiene tus habilidades para entender cómo cuidar algo tan diferente.
Lera levantó la vista hacia Jaia, notando la confianza en sus palabras. Finalmente asintió.
—Lo haré. Aunque no prometo nada —respondió con una ligera sonrisa, aceptando el desafío.
Jaia dio un leve asentimiento, agradecida, y regresó a la cabaña para continuar vigilando con sus hermanas.
Con cuidado, Lera reviso con cuidado los pantalones y al revisar los bolsillos que le parecieron emocionantes encontró dentro tres objetos muy extraños, los miro con algo de indiferencia ese rato, mas concentrada en los pantalones los llevó a un pequeño estanque cercano que utilizaba para lavar. Frotó las manchas con una mezcla de ceniza y agua, observando cómo poco a poco el líquido se tornaba oscuro mientras la sangre y la suciedad se desprendían. La tela, aunque desconocida, parecía soportar bien el tratamiento.
—Bueno al menos es resistente aunque la frote con algo de fuerza —Dijo aliviada pensando que se arruinarían.
Cuando los pantalones estuvieron limpios y colgado para secar, no pudo resistir la tentación de examinarlas más de cerca. Sus dedos recorrieron las costuras con fascinación, notando una precisión y una técnica que ella jamás había visto.
Mientras dejaba secar las prendas toda la noche, se enteró de que una fiebre muy alta había golpeado al extraño, sumiéndolo en un estado crítico. Las demás se encargaban de cuidar de él, pero ella, absorta en su tarea, decidió mantenerse al margen. No era buena lidiando con enfermedades, y además ya estaría muy lleno el lugar, sentía que su lugar estaba aquí, intentando entender las prendas y su posible utilidad.
Esa noche, mientras el extraño seguía luchando contra la fiebre, ella continuó estudiando cada detalle de las prendas y los zapatos, fascinada por lo desconocido del que provenían.
Al día siguiente, cuando la tela estuvo seca, se permitió algo más audaz: probárselas.
Primero deslizó una pierna, luego la otra, y ajustó la prenda a su cintura. Aunque le quedaban algo grandes, podía sentir la flexibilidad y la ligereza del material. Dio un par de pasos, moviéndose con cuidado, y quedó asombrada por la comodidad que ofrecían.
—Es increíble —murmuró para sí misma, palpando los bolsillos y explorando su diseño funcional. Había pequeños compartimentos que parecían hechos para guardar herramientas u objetos pequeños, algo que envidiaba como artesana.
Fue en ese momento cuando Arlea entró al taller, cargando una cesta con hierbas frescas que había recolectado para hacer mas remedios.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, levantando una ceja mientras sonreía divertida.
Lera se detuvo, un poco avergonzada al ser descubierta, y respondió con una sonrisa nerviosa.
—Estaba… probando esto. Quería entender cómo se siente. Es diferente a cualquier cosa que hayamos hecho antes.
Arlea dejó la cesta en el suelo y se acercó, examinando los pantalones con interés.
—¿Esto es lo que traía puesto el extraño? —dijo, tocando la tela con curiosidad—. Es increíble. Es tan suave, pero parece fuerte.
Lera asintió, pasando las manos por los bolsillos.
—Tiene estos sacos pequeños. Son prácticos. Pero no sé cómo podría replicar algo así.
—Tal vez podrías intentarlo con cuero delgado o lana fina —sugirió Arlea, pensativa—. Pero… sería difícil igualar esto.
Lera suspiró, pensando en cómo combinar los materiales que disponía para lograr algo parecido.
—¿Y qué hay de esos objetos rígidos que llegaron con esto? —preguntó Arlea, señalando los zapatos que estaban en la mesa.
—Los limpié también. Son extraños, como pequeños sacos para los pies. Pero no entiendo por qué los necesitaría. Nosotras caminamos descalzas todo el tiempo y estamos bien —respondió Lera, encogiéndose de hombros.
Arlea soltó una risita, pero luego su expresión cambió a una mezcla de interés y preocupación.
—"Es increíble, eso es seguro," —admitió viendo los pantalones —. "Y si puedes descifrarlo, podrías hacer algo para mí y talvez para todas."
Lera levantó la mirada, interesada.
—"¿Qué necesitas?"
Arlea suspiró, señalándose el pecho con ambas manos.
—Hacerme otro top así, Lera —dijo Arlea, aun con los brazos en los pechos, mirándola fijamente—. Se rompe cada vez que me agacho o levanto algo pesado. No puedo andar preocupándome de que todo se salga de su lugar.
—Sí, sí, ya lo sé —respondió Lera con una sonrisa de disculpa, mientras contemplaba los pantalones —. La última vez te dije que sería provisional, pero tú querías usarlo de inmediato.
—Provisional no significa que se rompa a la primera carga de frutas —replicó Arlea con una ceja alzada—. ¿Sabes lo vergonzoso que es tener que sujetarlo con las manos mientras las demás se ríen?
Lera se rió entre dientes, sin dejar de mirarla. —No me lo tienes que decir. La última vez que te vi corriendo detrás de una cabra con tu top en su boca, pensé que te habías metido en una pelea por tu ropa.
Arlea soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—No me hagas recordar eso. Hada no dejaba de molestarme por semanas.
—Hada molesta por todo —dijo Lera con una sonrisa cómplice. Luego miró de reojo a Arlea, observando su figura—. Tienes razón, necesitamos algo más fuerte. Algo que sujete, pero sin apretar demasiado.
Arlea asintió, tocándose el pecho con ambas manos, presionando ligeramente para ilustrar su punto.
—Exacto, algo que no me corte la piel ni me deje marcas. Y que sea resistente.
—Resistente, suave, pero fuerte... —Lera se quedó pensativa, —. Necesitaré una mejor forma de sujetar los lados. Quizá...
Hizo un gesto con los brazos, levantando los suyos como si intentara simular el ajuste de la prenda. Fue entonces que un sonido inconfundible llenó la cabaña:
¡Crack!
El silencio fue inmediato.
Lera parpadeó y bajó la mirada. La parte delantera de su top se había rasgado de golpe, y el cuero, que había estado al límite de su resistencia, cedió en dos mitades. Su torso quedó completamente expuesto, y sus ojos se abrieron como platos.
—¡Por los árboles del valle! —exclamó con sorpresa, llevándose las manos a las caderas con un rostro de frustración.
Arlea, que había sido testigo de todo, se quedó paralizada por un segundo, mirándola fijamente... hasta que no pudo contener la risa. Se llevó la mano a la boca para intentar reprimirla, pero fue inútil.
—¡Lera! ¡Hasta a ti se te rompió! —dijo Arlea entre carcajadas, inclinándose hacia adelante mientras se sostenía el estómago. Su risa era tan fuerte que apenas podía hablar—. ¡Y te quejas de mí!
—¡No te rías! —replicó Lera. Apretó los dientes, agachándose para recoger los pedazos de la prenda rota—. ¡Esto fue un accidente! ¡El cuero ya estaba gastado y este calor seca mas rápido las pieles y hace que se rompan mas rápido!
—¡Sí, sí, "un accidente"! —Arlea seguía riendo, con lágrimas formándose en las comisuras de sus ojos—. Y yo que pensaba que solo yo tenía problemas con estas cosas. Parece que tú también tienes tu propia batalla.
—¡No me hagas reír, que no puedo cubrirme bien! —se quejó Lera, mientras trataba de atarse los pedazos del top sobre su pecho. Pero con cada nudo que intentaba hacer, el cuero volvía a ceder, y las risas de Arlea se hicieron aún más fuertes.
—¡Ya, ya, espera! —dijo Arlea, acercándose para ayudarla—. No te muevas, que si sigues así, terminarás peor.
—¡No te atrevas a decir una palabra más! —advirtió Lera, con los ojos entrecerrados, aunque la sonrisa se asomaba por las comisuras de sus labios.
—No prometo nada —dijo Arlea con una amplia sonrisa, mientras tomaba las tiras rotas y trataba de atarlas con más firmeza—. Pero te diré algo. ¿Por qué no me haces una prenda como la del desconocido? No se ve que se rompa con facilidad.
Lera levantó una ceja, su expresión se tornó seria de inmediato.
—¿De verdad crees que no lo pensé? Pero no sé cómo hacer esta tela todavía.
—Podrías intentarlo —dijo Arlea, con una media sonrisa—. A veces miras tanto el cuero que olvidas que hay otros materiales.
—No es tan fácil, Arlea —replicó Lera, dejando escapar un suspiro—. Esta tela es diferente a todo lo que hemos visto. No es cuero, no es fibra, parece lana pero es mas delgada, no es nada que conozcamos. He tocado cada parte y ni siquiera sé cómo empezar.
—Si alguien puede descubrirlo, eres tú, Lera —respondió Arlea con seguridad—. Tú eres la mejor con las manos.
Lera sonrió un poco, con la mirada fija en el cuero que tenía sobre la mesa.
—Cuando lo descubra, haré una prenda que ni tú podrás romper, Arlea. Y ese día te la haré probar, te guste o no.
—¡Eso quiero ver! —respondió Arlea, cruzando los brazos con firmeza—. Pero cuando lo hagas, quiero que me quede ceñida, fuerte y cómoda.
—¿Ceñida, eh? —Lera sonrió con picardía, echándole una mirada divertida a Arlea—. No sabía que te gustaba presumir tanto.
—No es presumir —dijo Arlea, alzando la barbilla con orgullo—. Es estar preparada. Con una prenda así, ni el viento me haría dudar.
Lera soltó una risa breve, sacudiendo la cabeza.
—Está bien, está bien. Pero no me presiones. Cuando lo descubra, todas tendrán su prenda.
—Lo espero con ansias —dijo Arlea con una sonrisa confiada.
Ambas rieron con tranquilidad, sintiendo que, pese a las dificultades, estaban avanzando en algo más grande. Las ideas seguían fluyendo, y, aunque aún no supieran cómo hacer la extraña tela, sabían que no faltaba mucho para descubrirlo. Las manos de Lera ya se movían con otra energía, llena de inspiración y determinación.
—Esta vez —dijo Lera con firmeza—, no habrá más grietas, ni cueros rotos, ni risas a mi costa.
—Eso ya veremos —replicó Arlea con picardía — Parece que su top ya no da mas se rompió mas y esta difícil atarlo.
Lera se inclinó sobre su mesa de trabajo, todavía sin prenda superior que la cubriera, pero sin ningún rastro de vergüenza.
Ambas rieron, y Arlea la miró con una mezcla de duda y curiosidad.
—Sabes, Lera, puede que tú seas la primera en usar algo así en la aldea —dijo Arlea—, pero me pregunto si todas estarán de acuerdo en cambiar las pieles y lanas por esto.— señalando los pantalones y las únicas prendas que usaba ese instante.
Lera soltó una carcajada, asintiendo con entusiasmo.
— Ya veras que hare unas prendas que todas no dudaran en usarlas hasta Alisha y Jerut quedaran encantadas.
—"Confío en ti," —respondió Arlea antes de salir—. "Pero que sea pronto, ¿eh? No quiero tener que reemplazar más tiras rotas."
—Pero ahora… ¿te importa si sigo explorando esto? —preguntó Lera, señalando los pantalones que aún llevaba puestos, con el torso aun descubierto.
Arlea negó con la cabeza, sonriendo.
—No, adelante. Aunque creo que deberías ponerte otro top, no queras quemarte por el calor si sales así.
Lera asintió dándole un gesto de aceptación.
Lera pasó un buen rato examinando las prendas, tratando de entender cómo podría replicar algo similar con los materiales que tenía a mano. Pensó en combinar cuero fino con lana tejida, pero sabía que no sería lo mismo.
Finalmente, con una mezcla de asombro y respeto, dobló cuidadosamente las pantalones y las dejó a un lado, lista para entregarlas cuando fuera necesario. En su mente, solo quedaba una idea clara: este hombre extraño, este, traía consigo cosas que desafiaban todo lo que conocía.
—"Esto será un gran cambio," —murmuró para sí misma, ya pensando en diseños y formas de adaptar esta misteriosa prenda a las necesidades de la aldea.
Después de maravillarse con los pantalones, tenía ahora en sus manos algo más extraño: dos prendas duras que había llevado en los pies. Las inspeccionó con detenimiento, pasando sus dedos por la superficie de cuero rígido y desgastado. Pero su estructura era fuerte y sólida.
Mientras observaba el cuero, pensaba ya con mas calma en los problemas que a veces tenían al caminar descalzas por la aldea. En estos días de calor, el suelo se volvía tan ardiente que cada paso les quemaba las plantas de los pies. Para evitarlo, muchas veces tenían que esperar hasta el atardecer para moverse con libertad. Pero estas prendas, aunque desconocidas, parecían estar diseñadas para resistir justo ese tipo de problemas.
Con curiosidad, deslizó un pie en uno de los zapatos, aunque le quedaba algo grande y su pie flotaba un poco dentro. Aun así, se dio cuenta de cómo el cuero aislaba el calor, protegiendo su pie del suelo que había calentado el sol. Se imaginó a las demás caminando sobre las piedras o en la arena caliente sin el dolor habitual, libres de quemaduras y lesiones.
— “Si pudiera hacer algo como esto…” pensó en voz alta. Los materiales que usaban en la aldea, como la piel de animales, no tenían la misma resistencia ni la estructura de esta prenda, pero le fascinaba la idea de crear algo similar. Quizás, con cuero más grueso y algo de ingenio, podría intentar hacer una versión más simple de estos "forros para pies."
Con una última mirada de curiosidad, colocó los zapatos junto a los pantalones y se prometió encontrar la manera de replicarlos algo similar. Aquel desconocido, con sus extrañas prendas, había traído ideas completamente nuevas a su vida, inspirándola a soñar con innovaciones que podrían mejorar la vida de todas en la aldea.
Mientras pensaba en las posibilidades de recrear esas prendas con materiales locales, una idea comenzó a formarse en su mente. Recordó lo que le contaron sobre la bestia que habían derrotado con la ayuda del desconocido: una criatura de piel escamosa, diferente a cualquier animal que conocieran en la aldea.
Con una chispa de emoción en los ojos, se dirigió a Becca, quien estaba ocupada organizando las provisiones para la tarde.
—Becca, Becca...¿crees que podríamos ir al lugar donde derrotaron a la bestia? —preguntó Lera, apenas conteniendo su entusiasmo—. Me encantaría ver si aún podemos sacarle provecho. Podría usar su piel escamosa para experimentar y, de paso, podríamos recolectar carne que nos hace mucha falta en la aldea.
Becca la miró, un poco desconcertada, y luego sonrió al ver el brillo de ilusión en los ojos de su amiga.
—¿Estás segura de que eso es una buena idea, Lera? Esa bestia era enorme, y aunque ya está muerta, no sabemos qué tan seguro sea acercarse —respondió Becca, aunque su tono mostraba que estaba dispuesta a considerar la idea.
Lera asintió, decidida.
—Piensa en la posibilidad de tener un material nuevo, ¡algo diferente a las pieles o la lana de siempre! Además, creo que sería interesante ver si esas escamas se pueden usar en algo muy útil. Imagina tener algo así para la caza… sería como una...
Justo en ese momento, Mika se acercó, escuchando parte de la conversación. Frunció el ceño y cruzó los brazos.
—¿Así que quieres ir a hurgar entre los restos de esa cosa? —preguntó Mika con una ceja levantada—. No me parece la mejor idea, pero si de verdad quieres intentarlo, puedo acompañarte para asegurarme de que no te metas en problemas.
Lera sonrió, agradecida.
—Gracias, Mika. Sé que puedo contar contigo. Podemos ir ahora, sería perfecto —dijo, ya imaginando las cosas que podría crear en su mente—. ¡Ah! Y la carne también nos vendría bien, podríamos aprovechar todo lo que encontremos.
Las tres intercambiaron una mirada cómplice. Antes de ir donde la criatura se acercaron a la cabaña y ver como estaba el desconocido como lo hacían cada vez que estaban cerca. Una vez listas para ir hacia el lugar cargaron sacos para poder guardar y recolectar todo lo que podrían cargar. Lera, llena de emoción, ya podía imaginar las posibilidades que los restos de la bestia podrían ofrecerle, mientras Mika y Becca compartían una mezcla de entusiasmo y cautela. Irían preparadas y cuidadosas, pero el brillo en los ojos de Lera demostraba que valdría la pena.
Las tres amigas avanzaban en silencio hacia el claro donde la bestia había caído. A medida que se acercaban, un olor impregnaba el aire y el suelo estaba marcado con huellas profundas y rasguños. Al llegar, encontraron el enorme cuerpo escamoso de la criatura, ya inerte y parcialmente cubierto de hojas caídas.
Lera, sin perder tiempo, se acerco e inclinó para examinar la piel de la bestia. Las escamas eran gruesas y al mismo tiempo algo flexibles y reflejaban la luz en tonos oscuros y opacos, como una armadura natural. La artesana pasó la mano por las escamas con un asombro evidente en su rostro.
—¡Miren esto! —exclamó, sus ojos brillando de emoción—. Es mucho más resistente de lo que imaginaba. Si logro coser algo con esto, ¡podría crear maravillas para todas!
Becca, a su lado, observaba con una mezcla de admiración y cautela.
—¿Crees que podrás trabajar con algo tan duro? Parece que no será fácil de manipular —comentó, tocando la piel con los dedos con curiosidad.
—Para Lera, nada es imposible —bromeó Mika, mientras observaba a su amiga con una media sonrisa y siempre observando los alrededores en busca de algún peligro.
Lera sonrió, pero su atención se desvió a algo que sobresalía del cuello de la bestia: la lanza del desconocido, aún clavada profundamente en la carne endurecida.
—Ahí está la lanza que usó para matar a la bestia y salvar a Suri —murmuró Lera—. Tal vez podamos sacarla y llevarla de vuelta a la aldea. Podría sernos útil. Intentó tirar de ella, pero la lanza parecía incrustada como si fuera parte de la bestia. Después de varios intentos, Lera miró a sus amigas, frustrada.
—No se mueve ni un poco —dijo con un suspiro—. ¿Me ayudan?
Becca y Mika asintieron, y las tres se colocaron alrededor de la lanza, sujetándola firmemente. A la cuenta de tres, tiraron juntas con todas sus fuerzas. Al principio, no parecía ceder, pero poco a poco, comenzó a soltarse de su atadura en el cuello de la criatura. Con un último tirón, las tres amigas cayeron hacia atrás, cayendo de nalgas en el fango, riéndose entre jadeos cuando la lanza finalmente salió.
—¡Lo logramos! —exclamó Lera, levantando la lanza con orgullo—. ¡Y ahora tenemos este tesoro! Tenemos esto de recuerdo de la batalla.
Mika sonrió, limpiándose el sudor de la frente.
Bajo el calor del sol, las tres jóvenes estaban arrodilladas junto al cuerpo de la enorme criatura, examinando su gruesa piel escamosa. Becca intentaba con todas sus fuerzas cortar un trozo con su cuchillo de hueso, pero la hoja apenas lograba cortar muy poco la superficie.
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—"Esto es imposible," —gruñó, sentándose en el suelo con los brazos cruzados—. "¿Cómo vamos a aprovechar algo de este monstruo si ni siquiera podemos cortar bien su piel?"
Mika, quien había estado ayudando, también dejó escapar un suspiro frustrado.
—"Las escamas no dejan cortar la piel con facilidad," —comentó, pasando los dedos sobre la superficie áspera—. "Ni siquiera el cuchillo más afilado que tenemos puede con esto, tardaremos horas en tener algo decente."
Lera, en silencio hasta ahora, observaba detenidamente la bestia. Sabía que sus cuchillos de hueso no serían suficientes. Pero tenía otra opción, una que había guardado para momentos especiales.
—"Tal vez sea hora de usar mi arma secreta," —dijo finalmente, poniéndose de pie.
Becca y Mika la miraron con curiosidad.
—"¿Arma secreta?" —preguntó Becca, arqueando una ceja—. "¿De qué estás hablando?"
Sin responder de inmediato, Lera se fue corriendo hasta la aldea y luego de un tiempo regresó con un envoltorio cuidadosamente atado con tiras de cuero. Lo desató con movimientos delicados, revelando dos cuchillos que brillaban a la luz del sol, con hojas plateadas y un filo impecable.
Becca y Mika quedaron boquiabiertas.
—"¡¿Qué es eso?!" —exclamó Mika, dando un paso hacia adelante para verlos mejor.
Lera sonrió con un toque de orgullo.
—"Son cuchillos de acero," —respondió, sosteniéndolos como si fueran un tesoro—. "Mama Ayla me los dio hace mucho tiempo. Dijo que eran algo especial y que debía cuidarlos bien."
Becca ladeó la cabeza, fascinada.
—"¿acero? ¿Qué es eso? ¿Es… una roca?", tocándolo con la punta de un dedo.
Lera asintió lentamente.
—"Algo así," —dijo—. "Es una roca que puede moldearse con mucho esfuerzo. Mama Ayla dijo que fue hecha hace mucho tiempo por manos expertas. Es resistente, más fuerte que cualquier hueso que hayamos visto."
Mika, todavía incrédula, extendió una mano para tocar uno de los cuchillos, pero Lera la apartó suavemente.
—"Con cuidado," —advirtió—. "Estos cuchillos son mi mayor tesoro. Los he mantenido escondidos para no desgastarlos, pero este parece un buen momento para usarlos."
Sin más preámbulos, Lera se inclinó hacia la bestia y colocó el filo del cuchillo contra la piel entre las escamas. Aplicó presión, y con un movimiento preciso, logró cortar limpiamente una gran linea larga en la piel.
Becca y Mika se quedaron paralizadas por la sorpresa.
—"¡Funcionó!" —gritó Mika, emocionada—. "¡Esos cuchillos son mágicos!"
—"No son mágicos," —corrigió Lera, aunque no pudo evitar sonreír por su reacción—. "Solo están hechos de algo más fuerte que lo que conocemos."
Becca se inclinó para observar el filo del cuchillo con más atención.
—"¿Cómo puede una roca ser tan delgada y filosa?" —preguntó, asombrada—. "Esto no tiene sentido."
Lera guardó el segundo cuchillo y siguió trabajando con el primero.
—"No sé exactamente cómo se hacen," —admitió—. "Solo sé que son muy valiosos. Mama Ayla decía que no cualquiera sabe trabajar con estas rocas y que debemos cuidarlas como si fueran oro."
Mika rió suavemente.
—"¿Qué es oro?"
Lera rodó los ojos, sin perder la concentración mientras separaba otra tira de la gruesa piel escamosa.
—"Otro tipo de roca que supuestamente es muy importante," —respondió—. "Pero ahora, necesitamos enfocarnos en esto. Con suficiente piel, podríamos hacer prendas o quizás incluso proteger nuestras casas."
Becca y Mika asintieron, motivadas por el éxito de Lera. Aunque todavía estaban maravilladas por los cuchillos, decidieron seguir su ejemplo y centrarse en recolectar todo lo que pudieran de la bestia.
A lo largo del trabajo, Lera no dejó que ninguna de las otras usara los cuchillos. Para ellas, esas hojas eran un misterio, un recuerdo lejano de algo que iba más allá de su comprensión. Pero para Lera, eran un legado, un símbolo de lo que podría lograrse si lograban desentrañar los secretos de esas "rocas misteriosas."
—“Si alguien en la aldea puede hacer maravillas con esa piel, eres tú, Lera. Pero vamos, será mejor que tomemos lo que podamos cargar y volvamos antes de que oscurezca.". Dijo Becca mas ansiosa por volver a la aldea.
Mika, Lera y Becca trabajaban en silencio, recolectando todo lo útil: garras, dientes, lograron cortar gran parte de la piel entera y algunos trozos de piel, y algo de carne que, aunque dura, podría ser aprovechada.
—Esto es suficiente —anunció Mika, colocando un último trozo de carne en su saco improvisado—. No necesitamos más.
Lera, sin embargo, observaba con curiosidad el área cercana al lugar donde la bestia había caído. Algo había captado su atención.
—¿Qué es eso? —preguntó, señalando un objeto destrozado entre las hojas y la tierra.
Las tres se acercaron cautelosamente. Becca, siempre dispuesta a investigar, apartó las hojas secas con cuidado, revelando un extraño objeto.
—Es… ¿Cómo un escudo? —murmuró, confundida.
El escudo improvisado no era como nada que hubieran visto antes. Estaba hecho de numerosas ramas gruesas y firmes, unidas entre sí con lianas que las envolvían con fuerza. La estructura era tosca pero ingeniosa, y la superficie mostraba una gran marca de golpe con algunas escamas incrustadas en algunas ramas.
—Esto no es madera del valle —dijo Mika, inspeccionando el material. Tocó las lianas, su textura era distinta a la de las plantas que conocían. Frunció el ceño y añadió—: Estas ramas y estas lianas… deben venir de lo profundo del bosque.
Becca observó el objeto con fascinación.
—¿Creen que él lo hizo? —preguntó, mirando a Lera.
Lera asintió lentamente, sus dedos rozando las lianas firmemente atadas.
—No tengo dudas. Nadie más podría haber hecho algo como esto. Pero… ¿Cómo consiguió estas cosas?
Mika se quedó callada, recordando el combate.
—Recuerdo cómo protegió a Hada. Usó esto para bloquear el golpe. Sin él, ella no estaría aquí ahora.
—Ni él —agregó Becca en voz baja.
El silencio se hizo pesado mientras las tres contemplaban el escudo casi destrozado. Las ramas estaban astilladas y algunas lianas rotas y sueltas, evidencias claras de la fuerza del ataque que había soportado.
—Es increíble que alguien pudiera crear algo así —dijo Lera, admirada.
—Y aún más que funcionara contra una criatura como esta —añadió Becca, señalando el cuerpo de la bestia.
Mika, con su experiencia de cazadora, miró el escudo con una mezcla de respeto y desconcierto.
—Esto no es solo suerte. Es supervivencia. Y, por lo que veo, mucho más de lo que nosotras conocemos del bosque.
—¿Creen que viene de más allá del valle? —preguntó Lera, insegura.
—No lo sé, pero estas ramas y estas lianas definitivamente no son de aquí —respondió Mika. Luego, con un suspiro, añadió—: Sea lo que sea, habla mucho de su ingenio.
Becca se enderezó, sacudiendo el polvo de sus manos.
—¿Nos lo llevamos? —preguntó, mirando el escudo.
Mika negó con la cabeza.
—No. Este escudo es parte de su historia. Si se despierta, querrá recuperarlo. Además… —hizo una pausa, mirando hacia los árboles más allá—. Esto podría ser una señal de que hay más por descubrir en el bosque.
Con el trabajo terminado, las tres jóvenes comenzaron a recoger sus cosas, listas para regresar al valle antes de que la noche cayera por completo. Pero justo cuando Becca dio un paso hacia el camino de regreso, algo captó su atención entre las sombras.
—¿Eso qué es? —preguntó, señalando un objeto extraño semioculto detrás de un árbol.
Mika se acercó con cautela, usando su arco para apartar las hojas y algunas ramas. Lo que encontraron era algo inesperado: un gran saco improvisado hecho de pieles toscamente unidas.
—Parece una bolsa… o algo parecido —comentó Mika, arrastrándolo por el suelo ligeramente por las correas hechas de las mismas lianas que habían visto en el escudo. La estructura era torpe pero funcional, mostrando signos de uso frecuente.
Lera, siempre curiosa, se acercó rápidamente, pasando sus manos por las costuras del saco.
—¿El haría algo así? —murmuró. Sus dedos rozaron la superficie de las pieles, notando lo ásperas que eran. Frunció el ceño—. Estas pieles están tan mal trabajadas. Con esta calidad no van a durar mucho.
—¿Qué hay adentro? —preguntó Becca, inclinándose para observar mejor.
Mika, siempre precavida, inspeccionó primero el exterior antes de abrirlo. Al desatar el nudo que aseguraba el saco, reveló un interior lleno de objetos que desataron más preguntas que respuestas.
Lo primero que sacaron fue un conjunto de ropa hecha de pieles. A diferencia de las prendas que Lera confeccionaba, estas parecían torpes y toscas, con costuras visibles y bordes irregulares eran mas pesadas de lo que parecían. Lera tomó una de las piezas en sus manos y la inspeccionó con una mezcla de curiosidad y desaprobación.
—¿Quién hizo esto? —preguntó, su tono lleno de incredulidad—. ¡Es un desastre! Si se usan así, no aguantarán más que unos días.
Becca sonrió levemente.
—No todos tienen tu habilidad, Lera. Quizás no sabe hacerla bien y no tenía otra opción.
Lera bufó, aunque no pudo evitar sentir una leve fascinación.
—Tal vez, pero esto es… básico. Muy básico.
Continuaron rebuscando en el saco y, entre las prendas, encontraron más lianas, largas y resistentes. Mika las tomó y las examinó con detenimiento.
—Estas lianas… son iguales a las del escudo —dijo en voz baja—. Definitivamente no son del valle.
Lera asintió, tocándolas con cuidado y al observarlas con cuidado en su interior de cada liana tenían contexturas distintas.
—Son fuertes, más de lo que parecen. Podrían ser útiles si supiéramos cómo trabajar con ellas.
Becca, mientras tanto, rebuscó un poco más y sacó algo que brilló a la tenue luz del atardecer: varios cuchillos de hueso, pulidos y con filo. Mika los tomó y los examinó con atención.
—Estos están bien hechos —comentó, pasando su dedo con cuidado por el borde—. Parece que sabía lo que hacía con estas herramientas.
—¿Y esto? —preguntó Becca, sacando un objeto del saco. Era un hacha de piedra, pesada y sólida, con un mango de madera simple pero funcional.
Mika la tomó en sus manos, admirando la habilidad con la que estaba hecha.
—Esto… no es algo que cualquiera pueda hacer —murmuró—. Incluso en el valle, hacer algo así tomaría tiempo y esfuerzo.
A medida que sacaban más objetos del saco, Becca observó una pieza muy rara en el fondo. La pieza pequeña que brillaba bajo la poca luz del sol. Las tres la miraron sin saber qué pensar.
—¿Qué será esto? —preguntó Becca, tomando la pieza en sus manos.
Lera, aunque intrigada, no pudo evitar al tocarla y darle un mordisco con los dientes empezó a dudar, el color era algo distinto pero el material parecía al de sus cuchillos especiales.
—Es delgada pero al mismo tiempo muy dura… no sabría decir qué es, pero se parece a las rocas de mis cuchillos especiales.
Mika, con una mezcla de desconfianza y curiosidad, miró la pieza brillante.
—No sabemos nada de esto… pero tal vez, si el despierta, podamos averiguar más. Quizá nos explique qué es.
Con todo revisado y devuelto al interior del saco, Mika se inclinó para levantarlo. Se agachó, agarrando las lianas con fuerza, y tiró hacia arriba. Frunció el ceño al notar la resistencia del peso.
—Es algo pesado… mucho más de lo que parece —dijo con un resoplido, dejando el saco en el suelo, mientras se sacudía los brazos para aliviar la tensión en sus músculos.
Becca, que había estado observando con curiosidad, se acercó con una expresión de desafío. No pensaba quedarse atrás. Se inclinó, agarró las lianas con ambas manos y se preparó para levantarlo. Apretó los dientes mientras aplicaba toda su fuerza, pero solo logró levantarlo un poco antes de soltarlo con un resoplido.
—Definitivamente no está hecho para nosotras —bufó, flexionando los dedos para liberar la tensión en sus manos—. ¿Cómo cargaba esto él solo?
Lera, que estaba de pie a un lado con los brazos cruzados, entrecerró los ojos al verlas. No le gustaba que algo la desafiara, y menos si Becca y Mika habían fallado primero.
—A ver… déjenme intentarlo —dijo con tono decidido. Se acercó, agarró las lianas y tiró con todas sus fuerzas. Su cuerpo se inclinó hacia atrás, sus piernas temblaron bajo la presión, pero apenas logró mover el saco un par de pasos antes de soltarlo. Se llevó las manos a la cadera, respirando con pesadez.
—Ugh… Esto no tiene sentido. —Sacudió las manos y miró el saco con una mezcla de frustración y desafío—. Debe haber alguna forma de cargarlo con más facilidad. No creo que él sea tan fuerte como para hacerlo así nada más.
Becca se dejó caer de cuclillas, mirando el saco con las manos en las rodillas.
—Tal vez no se trata solo de fuerza. —Sus ojos recorrieron las lianas y las costuras del saco—. Quizá hay algún truco.
Mika, aún de pie, miró las lianas con atención. Algo en su mente empezó a encajar. Frunció el ceño, tratando de recordar los detalles de la última vez que vio al desconocido. Fue cuando lo llevaban a la aldea. Ella había estado cargando parte de su peso junto a Becca. Su mirada se desvió a los hombros desnudos, y recordó algo: las marcas rojas en su piel, justo a la altura de los hombros.
—¡Ya sé! —exclamó de repente, sorprendiendo a las demás. Se acercó al saco y jaló las lianas con decisión—. Cuando lo cargamos, él tenía marcas en los hombros. Aquí —se señaló los propios hombros con ambos dedos índices—. Si usó estas lianas como correas, eso explicaría las marcas.
Becca levantó la cabeza, interesada.
—¿Dices que se lo pone como una prenda?
—Exacto —respondió Mika, con una chispa de emoción en su voz—. Es como la forma en que nos colgamos las cestas de frutas. Pero en lugar de una en la frente, usa los hombros.
Lera se rascó la barbilla, observando las lianas con más atención.
—Mmm, tiene sentido. Dos lianas, dos hombros… Se distribuye el peso. No se necesita tanta fuerza si el peso se reparte.
—Vamos a intentarlo —propuso Mika, decidida.
Sin perder tiempo, las tres se prepararon. Mika se agachó y pasó los brazos por las lianas, ajustándolas sobre sus hombros como si fuera una mochila.
—¿Así? —preguntó, acomodándose las lianas para que no se clavaran demasiado en su piel.
Becca la observó con curiosidad, sus ojos brillando con el deseo de probarlo ella misma.
—Sí, parece que va bien. Intenta levantarte.
Mika flexionó las rodillas y, con un leve gruñido de esfuerzo, se impulsó hacia arriba con algo de ayuda de Lera. Su cuerpo se tambaleó un poco, pero luego se estabilizó. Para su sorpresa, el saco ya no se sentía tan pesado. No era ligero, pero el peso se sentía mucho más controlable que antes.
—¡Oh! —exclamó, sus ojos abriéndose con sorpresa—. ¡Sí funciona! ¡No se siente tan pesado!
—¡A ver, déjame probar! —Becca se acercó con impaciencia, casi empujando a Mika a un lado.
—¡Espera, espera! —Mika retrocedió con una sonrisa burlona—. ¿Crees que puedes hacerlo mejor que yo?
—Por supuesto que puedo —respondió Becca, sonriendo con picardía—. ¡Quítate!
Mika se quitó las lianas y le pasó el saco a Becca. Con la emoción a flor de piel, Becca se colocó las lianas de la misma forma que Mika lo había hecho. Flexionó las rodillas, se impulsó hacia arriba y…
—¡Ja! —rió, dando un par de pasos hacia adelante con el saco en la espalda—. ¡Esto es mucho mejor! Podría caminar con esto.
Lera cruzó los brazos y sonrió de medio lado.
—Entonces, esa es la forma. No es fuerza, es ingenio.
Becca dio algunos pasos más, sintiendo la carga moverse con ella.
—Es algo incómodo, pero no es imposible. Me pregunto cuántas cosas podría llevar así… —Se inclinó un poco hacia adelante para comprobar el equilibrio—. Hm, tal vez no tanto como él, pero definitivamente es más fácil que cargarlo con las manos.
Lera observó las lianas con atención, su mente de artesana ya imaginando maneras de mejorar el sistema.
—Si tuviera unas correas de cuero más anchas, no se clavarían tanto en los hombros. Podría hacer algo como… —Se quedó en silencio, moviendo los dedos en el aire como si dibujara la idea en su mente—. Podría coser algo que se ajuste mejor al cuerpo.
—Esa idea me gusta —dijo Mika, mirando de reojo a Lera—. Con eso, podríamos recoger más frutas de una sola vez.
—Y más pieles —agregó Lera con una sonrisa de satisfacción—. Quizá el desconocido no sea tan diferente de nosotras después de todo.
Las tres compartieron una mirada cómplice. Ya no solo miraban al desconocido como un forastero, sino como alguien que poseía conocimientos útiles.
Lera se inclinó sobre el saco, esta vez con una chispa de desafío en los ojos.
—Cuando despierte, le haré hablar. Quiero saber cómo hacer mas cosas como estas.
—Solo espero que no sea tan terco como nosotras —bromeó Becca, cruzando los brazos detrás de la cabeza.
Las tres rieron juntas.
—No podemos cargar solo esto —dijo Lera, señalando el saco del desconocido—. Todavía tenemos los sacos con la carne, las escamas y los colmillos de la bestia.
Las tres miraron los otros dos sacos llenos que habían preparado. Becca suspiró.
—Pues entonces nos turnamos. Una carga cada una y vamos rotando.
—Buena idea —dijo Mika, ya acostumbrada a compartir esfuerzos con las demás.
Becca miró los sacos y sonrió con resignación.
—Yo llevaré el del extraño primero. Así pruebo si puedo con él.
—Perfecto —dijo Lera, tomando el saco de carne—. Pero no te quejes después, Becca.
—¿Yo, quejarme? —respondió Becca con una sonrisa pícara—. No me subestimes, Lera.
—Pues camina y demuéstralo —replicó Lera con una risa ligera.
Mientras Becca y Lera continuaban discutiendo sobre el orden de llevar las sacos, Mika se separó del grupo. Algo había llamado su atención en el suelo donde el extraño había protegido a Hada del golpe del impacto del suelo. El área mostraba las marcas del impacto: hojas aplastadas, tierra removida y algunas manchas de sangre seca sobre una piedra.
Agachándose, movió con cuidado las hojas y la tierra. Entonces lo vio. Era un pequeño objeto brillante, medio enterrado entre las raíces. Lo recogió, limpiándolo con los dedos.
El objeto resultó ser un collar metálico con una fina liana rota. No se parecía a nada que Mika hubiera visto antes. El colgante, pequeño y redondo, tenía un diseño intrincado de una flor en su superficie. Lo examinó con detenimiento, notando una pequeña ranura en un costado que parecía ser un cierre.
—¿Qué es esto? —murmuró, tirando suavemente del broche.
Por más que lo intentó, no logró abrirlo. La precisión del cierre le resultaba extraña, casi como si estuviera hecho con una técnica que desconocía. Lo giró entre sus manos, observando cómo reflejaba la luz. La textura era lisa y fría al tacto, con detalles que parecían contar una historia que no podía entender.
—Tal vez es un amuleto —pensó, recordando que Suri también tiene su amuleto de madera tallada con símbolos de protección. Pero este objeto era completamente distinto.
Mika se levantó, mirando hacia el lugar donde Hada y Erik habían caído. Recordó vívidamente cómo el extraño había usado su cuerpo para proteger a Hada, recibiendo el golpe destinado a ella. Apretó el pequeño collar en su mano, con una mezcla de curiosidad y respeto.
—Quizás esto le pertenece —murmuró, pensativa.
Sin embargo, decidió no decir nada por el momento. Guardarlo parecía la mejor opción, así que se llevó el objeto al interior de su top, colocándolo con cuidado entre la tela y su piel. Lo sintió frío al principio, pero pronto se calentó con el contacto.
Al regresar con las otras, Becca levantó la vista.
—¿Encontraste algo?
Mika negó con la cabeza, evitando mirarlas directamente.
—Nada útil. Solo revisaba por si había algo más que pudiéramos usar.
Lera y Becca volvieron a centrarse en el saco, mientras Mika se tocaba discretamente el pecho, asegurándose de que el collar permaneciera seguro en su lugar. Aunque no entendía qué era ni por qué sentía la necesidad de protegerlo, estaba convencida de que tenía un significado más profundo.
El pequeño collar permaneció oculto, su forma redonda y su diseño intrincado presionando ligeramente contra su piel. Mika decidió que, por ahora, sería su secreto, y quizás el extraño, cuando estuviera mejor, podría revelar el misterio que rodeaba al objeto.
Becca suspiró, levantando la vista hacia el cielo, donde las primeras estrellas comenzaban a brillar.
—Sea como sea, tenemos que llevar todo esto con nosotras.
Las tres amigas compartieron una última mirada, satisfechas con su gran botin y emocionadas por lo que podrían crear. Con los sacos cargados, regresaron a la aldea, ansiosas por transformar sus nuevos materiales en algo único.
Mika se ajustó el saco de escamas, mientras Lera y Becca se preparaban para cargar los suyos. Alternarían cada cierto tiempo, cada una llevando un saco distinto para no agotarse demasiado.
Ya de noche las mujeres se reunieron cerca de la cabaña donde descansaba el desconocido. El ambiente estaba cargado de agotamiento y tensiones resueltas. La fiebre que había atormentado al hombre parecía haber disminuido, y ahora dormía con respiración estable, aunque seguía débil.
Dentro de la cabaña, Suri permanecía sentada cerca del improvisado camastro donde descansaba Erik. Había insistido en quedarse junto a él tras los eventos recientes, mostrando una actitud protectora que mezclaba curiosidad y una devoción casi infantil.
Sin embargo, el cansancio había terminado por vencerla. Con la cabeza apoyada en uno de los bordes de la manta que cubría al hombre, Suri dormía profundamente, ajena al resto de la conversación que transcurría cerca.
—Finalmente parece que está mejor —comentó Jaia, quien había estado observándolo durante buena parte del día junto con sus hermanas.
—Sí, pero aún necesitará descanso —agregó Alisha, estirándose después de tantas horas de vigilancia. Sus manos se rozaron la nuca con un gesto de cansancio.
Becca miró hacia la cabaña, y su ceño se frunció al ver la pequeña figura dormida dentro.
—Creo que todas necesitamos descansar. Han sido días largos, y anoche apenas pudimos dormir por la fiebre que tenía. Pero parece que alguien ya se adelantó.
Las demás siguieron su mirada y vieron a Suri profundamente dormida al lado de Erik. Arlea dejó escapar una risa suave.
—Esa niña no tiene remedio. Siempre encuentra la manera de quedarse donde más le interesa.
—La llevaré a su cama antes de que se despierte aquí y se quede toda la noche —dijo Becca, caminando hacia la cabaña con determinación.
Becca entró con paso firme, cuidando no hacer ruido para no despertar ni a Suri ni al desconocido. Se inclinó con delicadeza, y con un movimiento fluido, levantó a Suri en brazos. La niña apenas murmuró algo entre sueños, acomodándose instintivamente contra el pecho de Becca.
Al salir de la cabaña, Becca dirigió una última mirada al grupo.
—Voy a llevarla. No tarden mucho en decidir quién se queda a vigilar esta noche.
Las demás asintieron, y Becca desapareció en la penumbra con Suri en brazos.
—Entonces, ¿Quién se queda esta noche? —preguntó Lera, cruzándose de brazos mientras sus ojos se posaban en la cabaña.
—Yo lo haré —respondió Hada con decisión, dando un paso adelante.
Todas las miradas se volvieron hacia ella, algunas sorprendidas, otras evaluando.
—¿Estás segura? —preguntó Mika, con un dejo de preocupación.
—Sí, ya descanse en el día y podre estar despierta en la noche. Además, no quiero que ustedes se desgasten más de lo necesario —respondió Hada, firme pero con un leve destello de curiosidad que no podía esconder.
Jaia y Alisha intercambiaron una mirada, y finalmente Jaia habló.
—Está bien. Pero si necesitas algo, despiértanos. No importa la hora.
Hada asintió con una sonrisa confiada.
—No se preocupen. Estaré bien.
—Entonces queda decidido. Todas a sus cabañas —dijo Jerut, tomando la iniciativa de comenzar a alejarse.
Mientras las demás se dispersaban hacia sus propias cabañas, Hada se acomodó en una roca frente a la cabaña del desconocido. Se preparó para la larga noche de vigilia.
Lera una vez en su cabaña se preparo para descansar al estar parada frente a su cama se empezó a desvestir ya que no podía dormir con su ropa puesta, con los movimientos dormida se podrían terminar de romper, las pieles se volvían cada vez mas débiles por el calor, despues de un tiempo echada en cama con la piel descubierta no lograba conciliar el sueño.
Las imágenes de lo que habían encontrado junto al cuerpo de la bestia seguían rondando en su mente: las ramas atadas que formaban un escudo, el extraño saco lleno de herramientas, las pieles toscamente trabajadas y esa hacha de piedra tan rudimentaria.
Se levantó de su camastro, frustrada por no poder despejar su mente. En lugar de seguir dando vueltas, decidió que caminar un poco podría calmarla. Su primer pensamiento fue buscar a Hada, quien estaba de vigilancia esa noche. Quizá charlar un poco con su amiga la ayudaría a aclarar sus ideas.
Caminó en silencio hacia la cabaña donde descansaba el desconocido, esperando encontrar a Hada sentada en la roca donde se acomodo, envuelta en su manta. Pero cuando llegó, no había nadie.
¿Dónde estará? pensó Lera, frunciendo el ceño. Al acercarse un poco más, notó unos ruidos casi murmullos que se filtraban desde el interior de la cabaña. Se movió con cautela, manteniéndose en las sombras mientras observaba lo que sucedía.
Dentro, vio a Hada inclinada junto al camastro del desconocido. Su mano descansaba suavemente en el hombro de él mientras hablaba en voz baja. Lera no podía escuchar las palabras, pero la escena frente a ella la sorprendió.
Hada no parecía estar en peligro. Al contrario, su rostro mostraba una mezcla de curiosidad y calma, casi como si estuviera consolando al hombre. Erik, por su parte, tenía una expresión serena, aunque parecía algo cansado. Había un leve gesto de agradecimiento en sus ojos mientras hablaba con Hada, como si esa conversación le diera cierto alivio.
Lera se quedó inmóvil, observando la interacción. Algo en la cercanía entre ellos la hacía sentir rara, pero no podía definir por qué. No había nada amenazante en la escena, pero aun así, un nudo de inquietud se formaba en su pecho.
—¿De qué estarán hablando? pensó, resistiendo el impulso de acercarse más.
Finalmente, dio un paso atrás, luego otro. No quería interrumpir algo que parecía tan natural, pero tampoco sabía cómo procesar lo que había visto. Sin hacer ruido, se retiró de la cabaña, cuidando que sus movimientos no revelaran su presencia.
Al alejarse, levantó la vista hacia las estrellas, dejando escapar un suspiro.
—¿Qué está pasando aquí? —murmuró para sí misma, llevándose una mano al pecho, donde sentía un extraño nudo de emociones mezcladas.
Aunque sabía que el sueño seguiría siendo esquivo esa noche, decidió regresar a su cama. Quizá el amanecer cercano traería algo de claridad a las preguntas que ahora llenaban su mente. Pero había algo que no podía ignorar: aquel hombre, de alguna forma, estaba cambiando cosas en la aldea, y eso la intrigaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Ya era de mañana y Lera estaba en su cabaña, se preparaba para volver a sus tareas y sin poder dormir bien, fue a su mesa de trabajo sus dedos seguían cada línea de las costuras, sintiendo la textura del material con detenimiento. La suavidad y resistencia de la tela la desconcertaban. Era como si cada puntada ocultara un misterio que ella estaba decidida a resolver.
Sobre la mesa, tenía esparcidos trozos de cuero, fibras secas y un par de herramientas rudimentarias. Miraba de reojo la piel de la bestia que había recolectado con Becca y Mika, preguntándose si serviría para recrear algo tan resistente como esas prendas.
—"Quizá si entrelazo las fibras más delgadas… o uso la piel como base para reforzar los bordes," —murmuró mientras mordía ligeramente su labio inferior. Experimentar con algo tan desconocido la emocionaba, pero también la frustraba.
Tan concentrada estaba que no escuchó los pasos que se acercaban hasta su cabaña ni notó que alguien había asomado la cabeza por la entrada.
—"¡Lera!" —llamó Becca, interrumpiendo su concentración.
Lera levantó la vista con un sobresalto. Becca estaba de pie en la puerta, con una sonrisa amplia y una chispa de entusiasmo en los ojos.
—"La comida pronto estará lista… y Erik también estará ahí. Ya despertó," —anunció con un tono que intentaba ser casual, pero que delataba su propia curiosidad.
Lera parpadeó, como si el nombre hubiera tardado en llegar a ella.
—"¿Erik?" —repitió, probando el sonido extraño y nuevo. Era la primera vez que escuchaba cómo se llamaba el desconocido.
Becca asintió, cruzándose de brazos. —"Sí, así se llama. Va a comer con nosotras, aunque espero que no diga o haga algo raro. Arlea está en uno de esos días en los que quiere 'experimentar con la comida,' y ya sabes lo que eso significa…"
Un ligero suspiro escapó de los labios de Lera. Conocía bien las "innovaciones" de Arlea, y aunque a veces eran un éxito, otras tantas terminaban siendo una aventura para el estómago.
—"Gracias por avisar, Becca. Iré más tarde," —respondió mientras comenzaba a recoger las prendas con cuidado.
—"¿Más tarde? ¿Por qué?"
—"Tengo que alistar unas cosas antes de ir. Además, no quiero que Arlea me atrape con hambre y trate de hacerme probar cualquier… cosa extraña."
Becca soltó una pequeña risa. —"Buena suerte con eso. Si Arlea te quiere como probadora, no tendrás escapatoria."
Lera rodó los ojos y esbozó una sonrisa mientras veía a Becca marcharse. Una vez sola, comenzó a envolver cuidadosamente las prendas de Erik en unas pieles limpias, asegurándose de protegerlas. No podía permitir que se dañaran o que algo las ensuciara en el camino.
Cuando todo estuvo listo, tomó el pequeño bulto y lo sostuvo contra su pecho mientras echaba un último vistazo a su mesa de trabajo para asegurarse de que no dejaba nada fuera de lugar.
Mientras salía de la cabaña, el nombre "Erik" volvía una y otra vez a su mente. No podía evitar sentir una mezcla de curiosidad y nerviosismo ante la idea de conocer al hombre que había traído consigo tantas preguntas… y, quizás, algunas respuestas.
Con paso firme pero medido, se dirigió hacia el lugar donde servirían la comida, llevando consigo no solo las prendas, sino también las preguntas que aún rondaban en su cabeza.