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9.- Viaje a la Fortaleza

Después del desayuno, Andrés y Eun-Ji pasaron el tiempo cultivando en la cueva. Cada uno tenía sus propios objetivos: Andrés quería volverse más fuerte para cumplir su promesa de sacar a Eun-Ji de allí, mientras que ella deseaba ser lo suficientemente fuerte para no quedarse atrás de nuevo.

Todo estaba tranquilo hasta que Anastasia habló desde fuera de la cueva.

—Andrés, hay personas que te buscan.

Andrés, que mantenía los ojos cerrados, los abrió y se puso de pie. Eun-Ji estaba tan concentrada que no escuchó, y Andrés prefirió no interrumpir la.

Al salir de la cueva, un pensamiento cruzó su mente: ¿Personas? ¿No estábamos en medio del bosque?

Desconociendo las intenciones de estos visitantes, tomó su vieja lanza y salió, manteniéndose cauteloso.

Al pie del lago había 15 personas, todas con uniformes militares. Su piel blanca y el color de su cabello le hicieron suponer que eran estadounidenses. Dos llevaban armas M4 Carbine y el resto portaba lanzas primitivas, aunque no tan elaboradas como la suya.

Andrés, con su experiencia, los observó sin levantar sospechas mientras evaluaba su poder. Su postura y el hecho de que disimulaban tener la guardia baja confirmaban que no eran débiles, especialmente el líder del grupo.

—Andrés, dicen que son militares que están ayudando a los enviados a este lugar —susurró Anastasia.

¿Ayudar? Pensó Andrés con escepticismo.

Descendió de la cueva y se acercó al líder de los soldados. Cuando los soldados de la retaguardia vieron a Andrés, se burlaron de su color de piel, pero el hombre al mando los reprendió de inmediato.

— ¿Tú eres el que está al mando? —preguntó el hombre alto, de cuerpo musculoso y cabello canoso.

—Sí —respondió Andrés sin más preámbulos.

—Soy el Capitán James Parker, comandante de la Compañía B del 3er Batallón en la 7ma Brigada de Infantería del ejército de los Estados Unidos —dijo el Capitán con firmeza, haciendo un saludo militar que reflejaba su experiencia.

Andrés, sin saber exactamente cómo responder, se limitó a decir su nombre.

—Andrés Reyes —respondió, tratando de sonar neutral.

El Capitán Parker le dio una firme presión de manos.

—¿Qué te trae por aquí, Capitán? —preguntó Andrés, buscando entender la situación.

—Como le decía a la señorita, también fuimos transportados aquí, igual que ustedes. Varios de nuestros hombres están en el fuerte, pero enviamos grupos para buscar más sobrevivientes. Tenemos provisiones y algo de armamento, y queremos invitarles a acompañarnos. Les garantizamos seguridad. Pero antes, ¿puedes contarme qué ocurrió aquí? Parece que hubo un enfrentamiento.

—Así es, había alrededor de 100 personas aquí —dijo Andrés, manteniendo un tono neutral—. Pero hace dos días fuimos atacados por un grupo de bestias y solo quedamos cuatro sobrevivientes.

El Capitán Parker miró alrededor, observando a Andrés, Anastasia y Adom.

—¿Cuatro personas? —preguntó con interés, notando que había algo que no cuadraba. Había una presencia adicional que no lograba identificar; supusieron que los vigilaban desde la distancia, preparados para cualquier eventualidad o estaban mintiendo por si tenían malas intenciones. Pero aún no entendía cómo habían sobrevivido esas cuatro personas, pensó que no le responderían aunque preguntaría y omitió esa parte.

Se hizo un pequeño silencio mientras el Capitán analizaba la situación. Andrés, que no estaba acostumbrado a interactuar tanto con otros, se preguntaba sobre la verdadera situación.

— ¿Dónde está su fuerte? —preguntó Andrés para romper el silencio, también interesado.

—Al este de aquí —respondió el Capitán—. Lo construimos en una zona llana para evitar emboscadas.

Andrés comprendió que, si todavía tenían armamento, el terreno llano les permitiría detectar a las bestias desde lejos, lo que les daría ventaja.

—¿Hay más sobrevivientes aparte de los militares? —preguntó de nuevo Andrés.

El Capitán entendió que Andrés era más perceptivo de lo que parecía. Si llevaba tiempo aquí, podría ya haber evaluado el terreno y al preguntar por la ubicación estaba verificando qué tan factible era el fuerte. Aunque eran preguntas casuales, estaba obteniendo bastante información.

—Sí, hay unos 70 civiles además de los militares —respondió el Capitán.

— ¿Quiénes son ellos? —preguntó Eun-Ji bajando de la cueva. Pero tan pronto vio a más personas, agarró una lanza del suelo y se acercó con la guardia alta.

No solo ella; Cuando Andrés salió, Adom también mantenía un cuchillo en su mano, al igual que Anastasia, todos con los músculos tensados, preparados para cualquier eventualidad.

Andrés sabía que no podía hacer mucho contra rifles de asalto, pero la presencia de solo dos armas de fuego sugería que no tenían suficientes para todos o que la munición era limitada.

Explicó la situación a Eun-Ji en español, para que los militares no pudieran entender.

—Suena bastante sospechoso —dijo Eun-Ji, dudando de los militares.

—No creo que el Capitán sea una mala persona, pero eso se aplica solo a él.

—Confío en tu juicio. Nunca te has equivocado antes. Además, dudo que puedan hacernos daño —respondió Eun-Ji con confianza.

—No te confies demasiado. El líder parece un cultivador de 3 o 4 estrellas, mientras que los demás parecen estar en la primera estrella. Además, hay dos más ocultos entre los árboles.

—Aun así, confió en ti —dijo Eun-Ji con una sonrisa.

Para Andrés, la opinión de Eun-Ji era suficiente. Aunque su decisión afectaría a Adom y Anastasia, no los tuvo en cuenta al tomarla.

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—Está bien, iremos con ustedes —dijo Andrés al Capitán.

—Tomen sus cosas y saldremos cuando estén listos —comentó el Capitán, complacido con la decisión.

Todos entraron a la cueva, tomaron algo de carne y reconocieron algunas lanzas y cuchillos antes de reunirse con el grupo de militares.

Aunque Anastasia estaba inconforme, siguió a Andrés. Adom también ayudó sin cuestionar.

Cuando se reunieron con el Capitán, el grupo salió escoltado por los militares, moviéndose en formación con los cuatro en el centro y los dos con armas al frente del grupo.

Caminaron varios metros dentro del bosque en dirección al este. Pero cuando iban a entrar a un prado, Andrés los detuvo.

—Esperen —dijo Andrés en tono bajo, pero no tanto como para que no lo escucharan.

El Capitán hizo una seña y todos se detuvieron sin romper la formación.

—¿Qué pasa? —preguntó el Capitán.

—Hay un nido más adelante. Si entran al prado, los rodearán los tigres —explicó Andrés.

Los soldados lo miraron escépticos, pero el Capitán creyó en sus palabras. No parecía estar mintiendo y ellos desconocían el territorio. Debe conocer más el bosque, pensó el Capitán.

—¿Conoces alguna ruta segura al este? —preguntó el Capitán.

—Síganme —dijo Andrés mientras se posicionaba al frente del grupo.

—Señor, esto es una mala idea —informó un soldado.

—Síganlo —ordenó el Capitán.

A regañadientes, los soldados siguieron los pasos de Andrés.

El camino se desvió un poco al norte hasta una zona espesa de árboles. De ahí siguió al este por la orilla de un río.

—No toquen el agua. Estaremos bien si no lo hacen —explicó Andrés.

Los militares miraban a Andrés desconfiados; ellos no habían pasado por allí cuando venían. Todo era desconocido, pero los soldados ocultos los seguían desde la distancia, dándoles un sentido de seguridad ante las eventualidades.

El Capitán repetía las palabras de Andrés como una orden a sus hombres. Por la forma en que se movía, Andrés parecía estar acostumbrado al ambiente. Si logra llevarnos al fuerte por un camino seguro, habremos encontrado una joya, pensó el Capitán.

Andrés los llevó hasta una parte donde el río era más angosto y menos profundo. Andrés les hizo una seña para que se detuvieran.

—¿Qué pasa, Andrés? —preguntó el Capitán, curioso por su reacción.

—Escuchen bien, pisen exactamente donde pise —advirtió a los soldados—. Eun-Ji, sube a mi espalda —dijo a Eun-Ji, quien obedeció sin preguntar.

Con Eun-Ji en su espalda, Andrés caminó a paso lento para que pudieran seguirlo. Aunque el río era más angosto, aún tenía alrededor de seis metros de ancho y una profundidad de 40 centímetros.

Se formó una línea detrás de Andrés, que iba seguido por el Capitán, siete soldados, Anastasia, Adom y al final otros siete soldados.

Todos caminaron pisando exactamente donde lo hacía el de enfrente. Paso a paso, muy lentamente lograron atravesar el río sin problemas.

Al otro lado del río había una pequeña colina, y Andrés condujo al grupo hasta allí sin que Eun-Ji bajara de su espalda. Todos lo seguían de cerca, pisando exactamente donde él había pisado para evitar el peligro.

Cuando llegaron a la cima, Andrés se detuvo y bajó a Eun-Ji.

—Pronto anochecerá, descansemos aquí —indicó Andrés.

Sus tres acompañantes siguieron sus órdenes sin objeciones. Durante el día, Andrés los había guiado de manera impecable, y, a pesar de haber recorrido una larga distancia, no habían encontrado ninguna bestia. Ellos entendieron que estaban en una ruta segura y que no habría problemas.

—Estamos a plena vista, capitán. Debemos buscar otro lugar —sugirió un soldado.

Era comprensible que pensaran así; estaban en la cima de una colina desde donde podían ser vistos desde lejos en cualquier dirección.

—¿Estás seguro de este lugar? —preguntó el capitán a Andrés.

—Aquí estaremos bien, solo no bajen de este pequeño espacio —explicó Andrés con calma.

El capitán aceptó sus palabras, pues durante el día Andrés había demostrado ser un guía confiable, y no había motivo para dudar de él ahora.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Andrés al ver a los soldados buscando leña para una fogata.

—Estamos buscando leña para encender una fogata —respondió uno con irritación.

—¿Una fogata? —se burló Andrés—. No entiendo cómo han sobrevivido hasta ahora.

—¡Suficiente! —intervino uno de ellos, furioso—. ¿Qué sabes tú de supervivencia? Solo eres un mexicano arrogante.

—¿Tú eres? —preguntó Andrés.

—Sargento Mayor Robert J. Thompson —respondió Robert con orgullo.

—Significa que es el segundo al mando aquí, después del capitán —explicó tranquilamente Anastasia desde donde estaba descansando.

—¿Arrogante? —dijo Andrés con una sonrisa desafiante—. Te reto a que bajes de aquí.

Robert, enojado, aceptó el reto y caminó hacia el borde de la colina. Apenas dio un paso, un chillido ensordecedor resonó y un tentáculo emergió del agua, intentando arrastrarlo.

Andrés reaccionó rápidamente, tirando de Robert hacia atrás y salvándolo de ser atrapado.

—Dices que soy arrogante —dijo Andrés—. Pero tengo las habilidades para respaldarlo, no un simple título vacío que de nada sirve aquí.

Robert, temblando, se dio cuenta de que Andrés sabía exactamente lo que estaba haciendo.

—¿Qué es esa cosa? —preguntó el capitán, conmocionado por lo sucedido.

—No estoy seguro —respondió Andrés—. Pero si pisas fuera de dónde pasamos, algo chilla como si fuera una alarma y esa cosa sale del agua.

Para demostrarlo, Andrés tomó una pequeña piedra y la arrojó; tan pronto la piedra tocó el suelo, se escuchó el chillido de nuevo y salió otro tentáculo.

—Después de mucha investigación encontré que solo ese pequeño sendero no alerta a esa cosa —explicó—. Entiendo que no estén de acuerdo conmigo, pero si no quieren que muramos todos por su culpa, solo acaten órdenes. No creo que sea difícil para un militar.

Después de lo sucedido, el grupo entendió que seguir las indicaciones de Andrés era la mejor opción para garantizar su seguridad. Para ellos, Andrés parecía un experto en el terreno, como un Sargento de Operaciones Especiales o incluso un Operador de Fuerzas Especiales.

—¿Cómo lograste obtener la información? —preguntó el capitán, sabiendo que no había caminado aleatoriamente para encontrar el sendero.

—Sobre eso...

—No tienes que decir más —interrumpió Eun-Ji.

Ella conocía bien los métodos de Andrés. Durante su tiempo juntos, él solía atrapar pequeños animales y utilizarlos como conejillos de indias. Los lanzaba primero, y si morían, buscaba otra ruta. Aunque era un método cruel, era efectivo. No quería que los demás conocieran ese lado suyo, y Andrés, siempre atento a sus deseos, no dijo más.

El capitán malinterpretó la situación, pensando que no confiaban en él y que ocultarían información valiosa. Sin embargo, su percepción del valor de Andrés solo aumentó.

Al día siguiente, continuaron su camino. Al otro lado de la colina estaba la última franja de bosque y, más allá, la pradera.

No avanzaron mucho cuando se escuchó de nuevo el chillido y luego el grito de dos hombres.

El capitán se puso pálido. Los dos hombres que los seguían estaban demasiado lejos para escuchar las instrucciones de Andrés y no conocían el peligro del lugar. Desde la salida del fuerte, el grupo se había reducido significativamente: originalmente eran 30 soldados en el grupo de exploración, pero habían perdido a 10 al cruzar la pradera, a 3 más en el bosque y ahora 2 más. El capitán sabía que, si Andrés no los hubiera guiado, quizás solo habrían regresado entre 5 o 6.

Tristes por perder a más compañeros, el grupo continuó su camino.

Ahora que todos escuchaban a Andrés, avanzaron más rápido. Cruzaron el resto del bosque sin problemas y entraron a la pradera. Andrés preguntó por la ubicación exacta del fuerte al capitán, quien le mostró las coordenadas. Como Andrés no entendía de coordenadas, los militares solo le dieron la dirección.

Ese debía ser todo su conocimiento, pensó el capitán.

Era imposible que una sola persona conociera todo el terreno. El hecho de conocer bien el bosque le daba a Andrés un valor incalculable en esta situación.

Pero, en lugar de seguir la dirección indicada, Andrés los llevó un poco al sur. Allí había un árbol enorme, de tamaño exagerado para ser un simple árbol. No entendían por qué los llevaba allí, pero entre sus raíces había una pequeña cueva.

Andrés les dijo que bajaran. En el espacio bajo las raíces había tres senderos, y él los guió por uno de ellos. Los militares quedaron atónitos al descubrir una pequeña grieta que, según Andrés, cruzaba más de la mitad de la pradera.

Cruzar la pradera era peligroso, ya que las bestias los detectaban desde lejos. Pero siguiendo ese camino podían pasar sin ser notados.

Andrés explicó que las bestias no se acercaban a esa grieta por lo que había debajo. Si hubieran tomado cualquiera de los otros dos caminos, se habrían encontrado con un ciempiés de varios metros de largo, ya que esté era su campo de caza.

Andrés había encontrado este camino por casualidad cuando fue expulsado por Li Wei. Al no saber qué camino tomar, robó crías de una variante de ciervos y las arrojó allí. Descubrió la grieta después de observar durante unos días y descubrió que el ciempiés no atacaba a menos que se entrara en su cueva. Así, si seguían el camino contrario, no tendrían problemas.

Caminaron el resto de ese día y dos más. Durante este tiempo, las provisiones que Andrés había tomado de la cueva fueron suficientes para que el grupo de cuatro no pasara hambre, aunque no compartida con los militares, quienes estaban pasándola mal.

Al final del cuarto día llegaron al final de la grieta y era momento de subir a la superficie.

—Esperan hasta que vuelva —ordenó Andrés.

Los militares no estaban conformes, pero obedecieron. Andrés salió de la grieta y no regresó hasta varias horas después.

—Vamos —dijo desde afuera de la grieta.

Andrés ayudó a subir a Eun-Ji mientras los demás salían. Aunque le preguntaron dónde fue, se abstuvo de responder. Sin embargo, tras regresar, caminó más tranquilo a pesar de estar en campo abierto, y lo más extraño fue que ninguna bestia se acercó a ellos.

Siguiendo las indicaciones del capitán, llegaron sin problemas al fuerte. Tal como habían dicho, era bastante amplio, con paredes de troncos de madera, algo más resistente que lo que ellos tenían. Arriba de la puerta principal había un total de 15 soldados, pero no eran americanos.

Por sus rasgos, parecían asiáticos, aunque no estaba seguro de su origen específico. Todos parecían experimentados y estaban equipados con fusiles K2, pero no mostraban hostilidad. Al contrario, parecían aliviados de que más personas llegaran al refugio.

El interior del fuerte estaba dividido en secciones. La parte más cercana a la puerta estaba libre, al fondo había una zona donde los militares caminaban como si cuidaran algo, ya los laterales había pocas personas, todos con rostros decaídos.

El capitán amablemente los llevó a una pequeña tienda en el ala derecha del interior. La tienda no era muy grande, pero lo suficientemente espaciosa para albergar a seis personas.

Tras explicar algunas cosas, el capitán agradeció la guía de Andrés y se fue.

Una nueva etapa estaba comenzando, y el día en que una de las sectas más poderosas fuera formada no estaba muy lejos.