Esa noche, mientras todos estaban en la tienda.
—Puedes contarme la razón por la que nos trajiste aquí —preguntó Eun-ji.
Andrés la miró por un momento antes de sonreír.
—Durante los últimos días que estuve solo, noté algo. Por alguna razón, las bestias negras comenzaron a movilizar a los rojos, y estos a sus subordinados. No sé por qué, pero todas las bestias están en movimiento. Al parecer, algo grande está por ocurrir —mencionó Andrés en un tono muy serio.
—¿Por eso nos trajiste? —preguntó Anastasia.
—Sí, lo he pensado, y será peligroso seguir solos mientras ocurre este cambio —argumentó Andrés.
—Claro, mientras más seamos, más fuertes seremos —mencionó Adom.
Andrés se rió como si fuera algo gracioso. Él no veía a las personas de aquí como aliados. Si algo pasaba, tenía suficiente carne de cañón para proteger a Eun-ji.
—Por ahora, veremos qué tan factible es quedarnos aquí. Si no funciona, siempre podemos irnos —mencionó finalmente Andrés.
Al día siguiente, el capitán llegó temprano con unas hojas de papel. Eran formularios con información personal, en los que se pedía nombre, lugar de origen, ocupación, nombre de algún familiar cercano, entre otras cosas. Según informó el capitán, esto les ayudaría a reunirse con algún posible familiar o conocido, si es que estos estuvieran aquí.
Fueron algo reacios al principio, pero Andrés no detectó malas intenciones en el capitán y les dijo a todos que los completaran. Pero eso no era todo. El capitán, habiendo observado las habilidades de Andrés, lo tenía en alta estima y lo recomendó a su superior, el coronel William H. Sterling.
Una vez llenado el formulario, el capitán pidió a Andrés que lo acompañara a la tienda de su superior. Eun-ji, temiendo que Andrés les hiciera algo, pidió acompañarlos. Durante el trayecto desde el bosque hasta la fortaleza, el capitán había notado el vínculo entre ellos dos y sabía que uno no se movería sin el otro. Aunque le hubiera gustado declinar, terminó aceptando su petición.
Contrario a lo que reflejaba el capitán, el coronel no le dio buena espina a Andrés. Su actuar, y especialmente sus ojos, demostraban que no era una persona de fiar. De aspecto algo viejo, su cuerpo estaba bastante en forma, y tenía cicatrices en el rostro que reflejaban su estilo de vida. Aunque se mostró amable en todo momento, siempre habló con un tono condescendiente y con una pizca de superioridad, especialmente cuando observó el tono de piel de Andrés y los rasgos asiáticos de Eun-ji.
Este coronel no habló de inmediato sobre el asunto importante. No fue hasta que llegaron varios militares más. Andrés ya había notado soldados asiáticos en las puertas, y ahora el oficial al mando de estos había entrado a la tienda. No solo él; soldados de varios ejércitos entraron también junto a los asiáticos.
Fueron presentados como el teniente coronel Kim Joon-hyuk, representante del ejército coreano; el mayor Chen Ming, representante del ejército chino; el teniente coronel Dmitri Ivánovich Volkov, representante del ejército ruso; y el capitán Maximilian Falkenstein, del ejército alemán.
Aunque obviamente no lo dijo, a Andrés le pareció gracioso que todas estas personas estuvieran juntas, especialmente los rusos y estadounidenses. Pero lo fue aún más cuando le dijeron que este lugar estaba a cargo de los estadounidenses.
Aunque cada uno comandaba a sus propios hombres, el mando general, por así decirlo, estaba a cargo del coronel William, supuestamente por tener el rango más alto entre los presentes.
Lentamente, el capitán James le contó a Andrés cómo habían sucedido las cosas hasta el momento. Poco después de que Andrés y Eun-ji fueran transportados aquí, ocurrieron cambios en la Tierra.
Lo que el capitán contaba podría parecer los delirios de alguien si no estuvieran en esta situación.
Según el capitán, monstruos aparecieron de la nada. Bestias de color marrón, parecidas a simios sin rostro, invadieron el norte de Alaska, arrasando todo a su paso.
La ONU pidió a los diferentes países que se unieran para superar este percance, y aunque algunos no estaban del todo conformes, ejércitos de todo el mundo arribaron al norte de Estados Unidos para comenzar la campaña.
Pero antes de poder hacer algo, un buen número de tropas fue envuelto en una luz naranja y transportado aquí.
Descubrieron que todos llegaron con lo que sea que estuviesen tocando en ese momento. Algunos traían armas, quienes estaban en la retaguardia trajeron municiones y comida, e incluso algunos que estaban sobre tanques los trajeron también. Pero quienes estaban descansando no trajeron nada.
Esta teoría ya la habían considerado Andrés y Eun-ji. Al igual que ellos, Eun-ji había traído un pequeño cuchillo de cocina y un encendedor. Pero Andrés, que no sostenía nada en ese momento, llegó con las manos vacías.
La historia del capitán continuó. Las tropas aparecieron en la zona norte de este lugar. Aunque confundidos, se adaptaron rápidamente a su nuevo entorno.
Pero tras avanzar pocas horas, fueron atacados por una horda de bestias. Al principio fue fácil; las bestias tenían una dureza mayor que los animales normales, pero no tanto como para hacer frente a sus armas.
La lucha parecía favorable para su bando cuando un reptil negro, parecido a un dragón de cómodo, apareció. Esa criatura los derrotó sin problemas. A pesar de tener varios tanques, no lograron hacerle ni el más mínimo rasguño.
Lentamente, fueron presionados hasta que se vieron obligados a retirarse. Fueron perseguidos durante varios días, hasta que, una vez en la pradera, la criatura dejó de seguirlos.
Lamentablemente, sus bajas fueron del 50% de sus efectivos, incluyendo los altos mandos de los diferentes ejércitos.
Avanzaron por dos días más, combatiendo diferentes bestias que los atacaban de vez en cuando, hasta llegar a este lugar. Tras analizar el terreno, pensaron que era una buena idea establecer aquí una base.
Pasaron varios días hasta que civiles llegaron corriendo desde el este, perseguidos por una jauría de bestias. Ellos los rescataron y entendieron que no habían llegado solos. El ejército mexicano, que era la mayoría en ese momento, decidió que debían buscar en los alrededores, ya que podría haber más personas en peligro.
Ciertamente, así fue. Enviaron varios grupos de búsqueda y rescataron a muchas personas en diferentes áreas. Lastimosamente, a diferencia de ellos, solo los ejércitos coreano y francés apoyaban estas incursiones.
Lentamente, sus números fueron disminuyendo. El ejército francés fue aniquilado durante una incursión en la zona norte, y más de la mitad del ejército mexicano murió en las montañas. Según el capitán, el resto del ejército mexicano murió durante la última invasión al fuerte. Incluso del ejército coreano solo quedaba una tercera parte de sus efectivos originales.
La caída de los ejércitos mexicano y francés redujo considerablemente su fuerza, y durante las últimas invasiones gran parte del ejército ruso y alemán también había muerto.
Eun-ji entendió que, debido a sus diferencias de opinión, habían sido presa fácil para las bestias, y según el capitán, este lugar debía tener poco menos de la mitad de su fuerza original. Esto no le daba mucha confianza. Se suponía que venían aquí en busca de refugio, pero al parecer no eran capaces de protegerse ni siquiera a sí mismos. Terminada la historia del capitán, este presentó a Andrés a los demás y habló sobre sus amplios conocimientos del lugar y su notable experiencia en reconocimiento.
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Los diferentes líderes veían en Andrés un activo valioso, siempre que sus habilidades fueran tan grandes como presumía el capitán.
Ahora era el turno de Andrés. Comentó sin problema cuánto tiempo llevaba allí. Los militares estaban asombrados; ellos, que llevaban alrededor de un año en este lugar, no podían evitar admirar a Andrés por haber sobrevivido tanto tiempo.
Andrés les contó lo que sabía, evitando revelar la información más valiosa. Aun así, su conocimiento era tan extenso que dejó a los militares sin palabras.
Cuando estaba por revelar algo, siempre lanzaba una mirada a Eun-ji para obtener su aprobación. Esto fue notado por los militares, quienes comprendieron que no les estaban contando todo, aunque era comprensible.
Sin embargo, eso solo sembró discordia. Ahora, todos querían ganarse la confianza de Andrés para obtener acceso a la información restante. Aunque no lo pareciera, cada ejército quería ser superior a los demás, y ahora veían en Andrés la clave que podía inclinar la balanza a favor de alguno de los bandos.
Tras pedirle a Andrés que participara en las próximas expediciones, y con su aceptación, todos se retiraron.
Al regresar a la tienda, se encontraron con un grupo de militares rusos y uno coreano. Tal como había dicho el capitán, compañeros de Anastasia habían llegado para verificar si realmente era ella. Tras la llegada de Andrés, Anastasia les dijo que iría unos momentos con su unidad y se marchó.
El militar coreano miraba con lágrimas en los ojos a Eun-ji, quien, tan pronto entró, fue recibida por un fuerte abrazo de este hombre. Ambos se miraban con alegría, y el militar la revisaba para asegurarse de que no tuviera ninguna lesión.
Pasaron unos minutos hasta que Eun-ji finalmente presentó a esta persona a Andrés y Adom.
—Él es Kang Min-ho, mi primo —dijo señalando a ese hombre—. Ellos son Andrés y Adom —terminó señalándolos.
Todos se presentaron y hablaron durante algunas horas. Pero en medio de la conversación, surgió algo que nadie había notado hasta ese momento.
—¿Estás diciendo que llevan 3 años aquí? —preguntó sorprendido Min-ho.
—Yo sí —respondió Eun-ji—. Pero Andy lleva aquí cerca de 7 años, hasta donde recuerda.
Al comprobar los tiempos y el día de sus desapariciones, descubrieron que tanto Andrés, Eun-ji y Adom desaparecieron el mismo día, y que, al parecer, Min-ho desapareció solo un día después.
Entonces surgió una pregunta: ¿por qué llegaron aquí con tanta diferencia de tiempo?
Lo cierto es que hasta ahora nunca habían hablado de esto; inconscientemente, todos pensaron que habían dejado la Tierra en momentos distintos.
Por más teorías que crearon, era difícil saber la verdad.
La reunión fue bastante larga. Todos contaron anécdotas y compartieron conocimientos, pero más que nada, Min-ho parecía feliz de ver a Eun-ji y saber que estaba bien.
La noche llegó y era hora de que Min-ho se retirara. Pero justo antes de irse, recordó algo.
—Lo olvidaba, Ji-won-ssi también está aquí. Deberías ir a verla —dijo Min-ho en tono neutro.
—¿Qué? ¿Unni está aquí? —preguntó alegre Eun-ji.
—Sí, si quieres, vamos a verla —sugirió Min-ho.
—¡Claro! —Eun-ji se giró hacia Andrés—. Vamos, aprovechemos que está aquí para verificar algo.
—¿Verificar? —preguntó Andrés.
—Sí —lo tiró del brazo—. Es importante, vamos.
Andrés siguió de mala gana a Eun-ji hasta la tienda donde estaba esta mujer.
Su tienda estaba en la parte del ejército coreano, al fondo de todas las tiendas, casi junto a la del teniente coronel Kim Joon-hyuk. Min-ho los llevó hasta la tienda, pero no entró con ellos.
Ambos entraron y, al igual que con Min-ho, Eun-ji estuvo un buen rato hablando con esta mujer. Lee Ji-won, una mujer de estatura promedio, tenía el pelo teñido de azul y varias perforaciones en las orejas. Era de complexión algo robusta y vestía con una bata que parecía de doctor.
Después de un largo reencuentro con Ji-won, Eun-ji al fin presentó a Andrés. Sin embargo, la razón por la que lo llevó allí era para que esta persona pudiera diagnosticar el estado de Andrés.
Eun-ji presentó a Ji-won como una psiquiatra bastante popular en Corea. Dentro del país, Ji-won era considerada una de las mejores en el campo de la salud mental.
Andrés no estaba convencido de aceptar ser diagnosticado, ya que no veía nada raro en su comportamiento, pero cedió ante la insistencia de Eun-ji.
Ella los dejó solos para que pudieran hablar, mientras tanto esperó afuera de la tienda, a una distancia donde no pudiera escuchar.
Al principio, Eun-ji pensó que su conversación duraría poco, pero la sesión se extendió durante varias horas, hasta que finalmente Ji-won la llamó.
Ahora, el proceso fue al revés; Ji-won le pidió a Andrés que las esperara afuera mientras hablaban.
—¿Qué tan grave está? —preguntó nerviosa Eun-ji.
Ji-won la miró en silencio por un momento, hasta que finalmente habló.
—Muy mal —dijo en tono serio.
Eun-ji se puso más ansiosa al escuchar esto.
—Andrés tiene una condición llamada comorbilidad —continuó.
—¿Comorbilidad? —preguntó Eun-ji.
—Sí, esta condición se da cuando una persona sufre de dos o más trastornos mentales al mismo tiempo. —Ji-won tomó un respiro y continuó—. Andrés sufre Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT). Este trastorno se desarrolla después de vivir experiencias traumáticas y puede causar síntomas como recuerdos intrusivos, pesadillas y una constante sensación de peligro. Su constante lucha por sobrevivir y los eventos que casi lo llevaron a la muerte han dejado una huella profunda en su mente, haciéndole revivir constantemente esos momentos de peligro —Ji-won dio vuelta a unas hojas y continuó—. Además, los años que ha estado solo y sin ningún apoyo emocional han hecho que presente un Trastorno Antisocial de la Personalidad (TAP). Esto significa que tiene dificultades para entender o empatizar con los sentimientos de los demás y, en algunos casos, puede actuar de manera cruel o manipuladora sin sentir culpa o remordimiento.
Eun-ji finalmente entendió por qué Andrés siempre parecía distante de las personas. Al principio no le dio importancia, pero después del incidente con Li Wei, se dio cuenta de que Andrés no sentía el más mínimo remordimiento por sus acciones.
Ji-won continuó.
—Estos dos trastornos interactúan de una manera que lo hace más propenso a comportamientos impulsivos y peligrosos, especialmente en situaciones de estrés. Lo que quiero destacar es que, debido a la combinación de estos trastornos, Andrés está en un estado mental muy vulnerable. Si no recibe el cuidado y el apoyo adecuados, existe un riesgo real de que desarrolle un tercer trastorno mental.
—¿Hay alguna forma de ayudarlo? —preguntó Eun-ji.
Ji-won la miró con una mezcla de preocupación e impotencia.
—Siendo sincera, es muy difícil. Si estuviéramos en Corea, podríamos tratar el TEPT con una combinación de terapias como la terapia cognitivo-conductual (TCC), terapia de exposición y, tal vez, medicación. Aunque el proceso es largo y requiere una gran inversión emocional por parte del paciente. En cuanto al TAP, este es notoriamente difícil de tratar.
—¿Y eso por qué? —preguntó Eun-ji.
—Las personas con TAP a menudo no ven nada malo en su comportamiento, lo que hace que sean reacias a buscar o aceptar tratamiento. La terapia se enfoca más en manejar y modificar conductas peligrosas que en "curar" el trastorno.
—¿Entonces no se puede hacer nada?
—El problema es que tener ambos trastornos a la vez puede complicar enormemente el tratamiento. El TEPT puede hacer que la persona sea más propensa a la ira, a reacciones emocionales intensas y a la paranoia, lo que puede agravar los síntomas del TAP, como la impulsividad y la crueldad. En el mejor de los casos, se podría ayudar a reducir los síntomas y mejorar el control de los impulsos, pero es poco probable que se cure por completo.
—¿Cómo podríamos hacer eso?
—Ahí radica el problema: normalmente sería importante que su entorno sea lo más estable posible. Las rutinas regulares, la falta de sorpresas o crisis y un ambiente seguro pueden ayudar a reducir su estrés diario. Algo que es imposible en esta situación. Según mi diagnóstico, tú juegas un papel importante. Tu apoyo y comprensión son fundamentales para su bienestar. Y, por último, es crucial que no se aísle completamente. El aislamiento puede aumentar el riesgo de desarrollar nuevos trastornos. Debemos incentivar conexiones sociales positivas, aunque sean limitadas; pueden ser de gran ayuda.
Eun-ji bajó la cabeza, preocupada. Cuando escuchó que Ji-won estaba allí, pensó que ella podría encontrar una manera de ayudar a Andrés, pero ese no parecía ser el caso.
Eun-ji apretó sus manos, sintiéndose impotente ante la situación. Aunque Andrés parecía estable, era solo cuestión de tiempo antes de que explotara. Él había hecho mucho por ella y pensó que al fin podía devolverle algo, pero no fue así.
Ji-won, al notar la frustración en el rostro de Eun-ji, se levantó y puso su mano en su hombro.
—Euni, quiero que sepas que, aunque su situación es complicada, no es imposible de manejar. Con el enfoque adecuado, podemos ayudarlo a mantener el control sobre su vida y su bienestar mental. No tienes que llevar esta carga sola. Estoy aquí para apoyarlos a ambos en cada paso del camino.
—Gracias, Unni.
Unni tiene razón, pensó Eun-ji. Aunque no podemos curar su condición, al menos ahora sabemos exactamente qué tiene y cómo podemos ayudarlo. No será fácil, y espero que su condición no empeore en el futuro, pero aunque así sea, siempre estaré a su lado.