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3.- Infierno

Aquella entidad bajo el agua lo observaba fijamente sin realizar ningún movimiento.

Andrés no lo pensó mucho y comenzó a retirarse lentamente hasta volver a entrar al bosque. Se ocultó tras un árbol y observó para verificar que la criatura no lo siguiera.

Al parecer, su presencia era insignificante e indigna de que aquel ser realizara un movimiento.

Suspiró aliviado al ver que no lo seguía, pero al girarse, un animal parecido a un tigre lo miraba fijamente.

Aquel tigre era dos veces más grande que uno normal. Su piel tenía marcas de zarpazos, evidencia de las peleas que había tenido. Al observarlo más de cerca, parecía que le faltaba un ojo.

El tigre se acercaba lentamente hacia Andrés. Su mirada estaba fija en él y sus dientes se asomaban mientras rugía.

Andrés, instintivamente, caminó hacia atrás, paso a paso, mientras el tigre lo seguía de cerca. Sin darse cuenta, estaba nuevamente a la orilla del lago. Pero esta vez, la criatura salió del agua.

Era una especie de serpiente de alrededor de cien metros de largo. Su piel estaba adornada con bellas plumas que mezclaban tonalidades de verde. Alrededor del cuello tenía plumas más largas que parecían formar una especie de collar.

La criatura los observó fijamente a ambos. Tanto Andrés como el tigre temblaban de miedo ante la presión que emanaba.

Sin que Andrés pudiera seguir sus movimientos, la serpiente devoró al tigre y se enroscó alrededor de Andrés mientras lo analizaba.

Andrés temblaba de miedo; estaba tan pálido que su piel estaba a punto de perder su color moreno.

¡Maldición, ahora sí estoy muerto!, pensó mientras sus ojos se cerraban sin saber qué hacer.

Una intensa ansiedad lo invadió; en su mente estaba claro que iba a morir, pero estaba equivocado.

—Puedo oler mi esencia en ti —dijo la serpiente. Su boca no se movía, pero claramente producía sonido.

Andrés estaba mudo por el miedo; no sabía cómo responder y su mente no logró procesar una respuesta para esas palabras.

—Por esa débil esencia que sentí en ti es que aún estás vivo, pero... No te quiero aquí. Debes irte y, si regresas de nuevo, te mataré —dijo firmemente la criatura.

—E-entiendo.

Sin pensarlo dos veces, Andrés salió corriendo del lugar sin mirar atrás.

¿Dónde demonios es este lugar?, pensó mientras corría sin rumbo fijo.

Cuando su resistencia se agotó, cayó al suelo. Su respiración estaba muy agitada y estaba totalmente desorientado. ¿Dónde estaba? ¿Cómo llegó aquí? ¿Qué debía hacer? Muchas preguntas llenaron su mente, pero después de ver a esas dos criaturas, sabía que moriría allí.

Recordó los programas de supervivencia y pensó que tal vez tenía una oportunidad. De un árbol quebró una rama de aproximadamente un metro; esta sería su arma por el momento. Caminó por el bosque con mucha cautela mientras buscaba algún cuerpo de agua.

A lo lejos escuchó el sonido del agua cayendo, caminó hacia esa dirección y se encontró con una cascada no muy grande. Miró desde detrás de un arbusto y, al confirmar que no había nada, pensó en acercarse. Sin embargo, en su mente surgió la imagen de la serpiente gigantesca y, desde la seguridad de estar escondido, arrojó una piedra al agua. Nada salió, lo que reafirmó que era seguro.

Revisó el lugar y encontró una pequeña cueva detrás de la cascada. Agua y refugio; con eso sobreviviría por el momento. Para entonces, comenzaba a oscurecer.

Esa noche no durmió. Aún con el sonido del agua cayendo, se escuchaban los animales matándose entre ellos. Gruñidos, rugidos, ladridos y toda clase de sonidos espeluznantes fueron lo que escuchó durante esa primera noche.

Su miedo era inmenso y solo podía ocultarse en esa pequeña cueva mientras se cubría la boca para que no escucharan su respiración.

Los días siguientes no fueron mejores. Aguantó dos días sin comer, pero ya estaba en su límite. No podía comer cosas al azar ya que podrían ser venenosas. Para colmo, no había nada parecido a una fruta cerca y, con sus escasas habilidades, no podía cazar ningún animal.

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Un animal parecido a un venado llegó al pequeño lago que formaba la cascada para tomar agua. Andrés ya estaba en las últimas y observaba, oculto, alguna manera de matarlo para poder comer algo. Pero desde el otro lado del bosque, un pequeño lobo atacó al venado, asesinándolo en el acto.

Aquel lobo empezó a desgarrar la carne del venado. Andrés, casi al borde del desmayo, agarró la rama que cortó al principio y se acercó corriendo para pelear con el lobo por la comida.

El lobo le gruñó y ambos empezaron a caminar en círculos, esperando la menor oportunidad para atacar. Ansioso, Andrés atacó al lobo, pero su ataque no acertó, dándole la oportunidad al lobo de morderle el brazo.

—¡Aaaaaa! —gritó de dolor mientras sentía cómo los colmillos del lobo se clavaban en su cuerpo.

El lobo tiró de Andrés, haciéndolo caer al suelo. Soltó su brazo y se lanzó para morderle el cuello. Andrés apenas pudo reaccionar; logró detener la mordida con la rama, pero el lobo le arrebató esa rama con sus dientes.

Estoy muerto, pensó. Pero del espeso bosque se escuchó un fuerte rugido; el olor de la sangre había atraído a otros animales. El lobo se descuidó por un momento y Andrés aprovechó para escapar, se arrastró por el suelo; la fuerza de sus pies se había ido y solo podía arrastrarse como un gusano.

Del bosque emergió un oso de pelaje negro y ojos rojos como brazas; su altura superaba los tres metros, dándole un aspecto imponente.

El lobo avanzó para atacar al oso; debía de alguna manera defender su presa. Pero el oso lo derribó con facilidad, clavando sus garras en el estómago del lobo. Mostrando una sonrisa arrogante, el oso partió en dos al lobo.

El oso avanzó lentamente hacia el cadáver del venado, ignorando completamente a Andrés. Comenzó a devorar la presa con voracidad, desgarrando la carne y masticando los huesos con facilidad. Andrés, consciente de que cualquier movimiento podría atraer la atención del oso, se mantuvo inmóvil, apenas respirando.

Los minutos pasaron como una eternidad, pero eventualmente el oso pareció saciarse y se alejó del lugar, desapareciendo nuevamente en la espesura del bosque. Andrés, exhausto y adolorido, se arrastró hacia el cuerpo del venado, ahora parcialmente devorado.

Andrés clavó sus dientes en la carne; el sabor metálico y crudo era repulsivo, pero su hambre superaba cualquier asco. Comió lo suficiente para recuperar algo de energía y rasgó lo poco que quedaba de su ropa para improvisar vendas.

Con el agua del lago lavó la sangre; si no lo hacía, por mucho que se ocultara, los animales lo encontrarían. Así sobrevivió el segundo día.

Con el paso de los días, Andrés se adaptó y comenzó a sobrevivir de manera más “fácil”. Le costó mucho adquirir estas habilidades y cada día era una lucha frenética para evitar morir. A medida que pasaba el tiempo, Andrés dejaba atrás su “humanidad” y empezaba a vivir más como un animal. Dejó de importarle el tiempo; al principio contaba los días, pero llegó a la conclusión de que solo se atormentaba mentalmente con esto. Según su último registro, llevaba allí poco más de dos años.

No abandonó el lugar junto a la cascada, ya que anteriormente había viajado un poco más lejos y descubrió, por las malas, que ese lugar era el más pacífico de la zona. Cuanto más se alejaba, criaturas aún más monstruosas llenaban el paisaje.

Una noche, mientras dormía, la serpiente que encontró en su primer día lo visitó en sus sueños.

—Me has decepcionado —dijo la serpiente mientras lo miraba fijamente—. En tu interior tienes el poder para salir adelante, pero tú decidiste vivir como basura. Me arrepiento de no haberte asesinado aquel día…

Al día siguiente, intentó descifrar su sueño. No descartó la posibilidad de que su mente le estuviera jugando una mala pasada, pero decidió aferrarse a ese hilo de esperanza.

En su mente, vagas imágenes de historias que leyó le vinieron de repente. Comenzó a gritar cosas como "Transformación", "Sistema" y toda clase de ridiculeces hasta que sintió vergüenza de sí mismo.

Pensó que, si estuviera atrapado en un mundo alternativo como en las historias que leyó, debería encontrarse con algún ser supremo que le enseñara, algún pergamino antiguo, un arma con poderes ridículos, ruinas o algo que le otorgara una habilidad.

—Maldición… creo que ahora sí estoy loco —se burló de sí mismo—. Pensar que soy el protagonista de una historia significa que mi poca cordura me ha abandonado… ja… jajajajajajaja —rió a todo pulmón como un desquiciado.

Pero después comenzó a llorar; quería escapar de aquel infierno, incluso si eso significaba vender su alma a algún ser oscuro.

Sus ruidos atrajeron a una especie de hiena. Aquel animal lo atacó pensando que era una presa fácil. Andrés tomó un cuchillo rudimentario de piedra y se defendió. Durante su tiempo allí, había aprendido a defenderse de varios tipos de animales, y cada pizca de ese conocimiento casi le había costado la vida.

Conociendo los patrones con los que las hienas atacaban, le clavó el cuchillo en el estómago sin mucho problema, y la hiena cayó al suelo.

—¡Maldición! ¡Maldición! ¡Maldición! —gritaba y lloraba mientras apuñalaba una y otra vez a la hiena—. ¡Quiero irme... ¡Maldición! ¡Maldición! ¡Aaaaaaaa! —gritaba desconsolado.

El tiempo que llevaba allí lo estaba llevando cada vez más al borde de la locura.

—Oye... Por qué no solo tomas ese cuchillo y cortas tu garganta —susurraba una voz.

—No —respondio Andrés llorando.

—Hazlo, así todo terminará —seguia susurrando.

—¡Cállate! —grito Andrés.

—Vamos... No es necesario que sufras así. No es tu culpa, solo hazlo —insistia esa voz.

—¡Que te calles! —volvio a gritar.

—Jajaja, eres un cobarde que no puede acabar con su vida ¡Cobarde! —se burlaba la voz.

—¡Dejame! —grito de nuevo.

Una lucha interna empezaba a suceder en la cabeza de Andrés. Era raro al principio pero estos ataques de locura se volvían cada vez más frecuentes.

Se mantuvo peleando consigo mismo durante un buen rato. Cuando al fin se calmo, regreso de nuevo a la cueva.

Con su mente estable de nuevo, pensó en un montón de ideas hasta que recordó las historias de cultivadores.

No tengo nada que perder, pensó.

Imitó burdamente las posiciones que veía en los cómics y empezó a meditar, o algo así, poco a poco su mente se fue aclarando. Al fin sintió, por un momento, una paz que no tenía desde hace tiempo. Por primera vez desde que llegó, logro dormir tranquilo.

Siguió intentando lo mismo durante un tiempo, pero no sabía exactamente que hacer. Imitó cada "forma" de las que había en los cómics, nada funcionó. Al final y después de mucho tiempo logro sentir una pequeña energía en su abdomen inferior.

Pero eso era todo, no sabía que era lo siguiente por hacer. Pero mientras se le ocurría algo, siguió está práctica durante dos años más. En ese tiempo su cuerpo sufrió cambios, de alguna manera era más ágil y fuerte, no mucho pero si un poco más.

Pero al igual que su cuerpo, su mente se rompía con cada día que pasaba. La soledad y la constante amenaza de muerte no lo dejaban tranquilo. Sin saberlo, había desarrollado una práctica cruel cada que mataba a un animal, su mirada era aterradora, sus ojos miraban con locura mientras sus labios se curvavan en una macabra sonrisa.

Su pelo había crecido mucho al igual que el bello de su rostro. La ropa con la que llegó, se había roto hace ya demasiado tiempo. Torpemente hizo prendas con la piel de los animales que evitaban que anduviera desnudo y su cuerpo se había vuelto muy delgado, incluso su rostro mostraba claros signos de desnutrición.

El entorno se mantenía más o menos igual, aunque en los últimos meses, criatura más poderosas habían invadido esa área. Con cada día que pasaba, el peligro solo aumentaba exponencialmente.

Durante esos cuatro años, aproximadamente, Andrés había soportado un infierno en vida, uno que le repercutiría durante todo el resto de su existencia.