La luna llena bañaba la pradera con una luz pálida mientras Andrés, Eun-Ji, Nefertari, y los nómadas avanzaban hacia el campamento de los soldados. La noche era silenciosa, con apenas el sonido de las pisadas suaves sobre la hierba alta. Los nómadas caminaban en fila, disciplinados, pero había una nueva energía entre ellos: la certeza de que ahora seguían a un líder decidido, alguien capaz de guiarlos a través de las adversidades.
Andrés iba al frente, sus pensamientos enfocados en lo que aún debía hacer. Sabía que, aunque había ganado el apoyo de los nómadas, sus números no serían suficientes para la batalla que se avecinaba. Los soldados de eran disciplinados, pero el enemigo al que se enfrentaban no era como los anteriores. Necesitaba más aliados, aliados fuertes y brutales.
—Esto no será suficiente —murmuró Andrés, deteniéndose en seco.
Eun-Ji, que lo había seguido de cerca, lo observó con preocupación.
—¿Qué sucede? —preguntó.
—No tenemos los números necesarios. Estos nómadas son fuertes, pero no resistirán una embestida de las bestias negras si vienen en manada. —Andrés miró al horizonte, su mente calculando cada movimiento—. Necesitamos más poder.
Eun-Ji asintió, sabiendo a quién se refería Andrés sin necesidad de que él lo dijera.
—¿Vas a buscarlo? —preguntó ella.
—Voy a buscarlo —confirmó Andrés—. El Señor Bigotes, su crecimiento era rápido, ya debe ser de pelaje negro o superior.
Eun-Ji asintió lentamente, sus ojos mostrándole su confianza en él.
—Volveré antes del amanecer —dijo Andrés, mirando al grupo de nómadas que lo seguía—. Sigan adelante, guíen a los nómadas hasta los soldados. Pero yo iré solo.
Nefertari, que había permanecido en silencio hasta ese momento, dio un paso adelante.
—¿Estás seguro de ir solo? —preguntó, su voz suave, pero firme.
Andrés la miró con una sonrisa torcida.
—A veces es mejor moverse sin hacer ruido. Esto es algo que debo hacer yo mismo.
Con eso dicho, Andrés se dio la vuelta y desapareció entre la hierba alta, dejando atrás a su grupo. Sabía exactamente a dónde debía ir: al corazón del bosque, donde las criaturas más salvajes y peligrosas acechaban. Sabía que desde hace un tiempo, era el hogar del Señor Bigotes.
El camino fue largo, pero Andrés se movía con la destreza de un cazador. Cada sonido, cada sombra, era analizada mientras avanzaba. Recordaba la última vez que había visto al Señor Bigotes, cómo el león lo había mirado con esos ojos llenos de miedo, pero estaba seguro que lo seguiría. A pesar de ser mucho más fuerte que Andrés, este le tenia un profundo temor, no sería tan difícil convencerlo.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, Andrés llegó a una enorme cueva rodeada de árboles retorcidos. El aire allí era pesado, cargado con el olor de la sangre y el sudor de las bestias. Dentro de la cueva, el sonido de una respiración profunda y rítmica le indicó que el león aún estaba allí.
Andrés se adentró en la cueva con pasos firmes. La oscuridad lo envolvía, pero no le importaba. Sabía que el león lo sentiría mucho antes de que pudiera verlo.
—Señor Bigotes —llamó, su voz resonando en la cueva—. Sé que estás ahí.
Un rugido bajo sacudió el aire y, de las sombras, emergió el león blanco. Su pelaje era como la nieve sucia y sus ojos, uno de ellos perdido en su tiempo junto a Andrés.
—Demonio… —gruñó el león, su voz profunda y amenazante—. ¿Por qué has vuelto?
—Me metí en problemas y necesito tu ayuda —dijo sin mostrar miedo—. Me debes tu vida. Y ahora necesito que me pagues.
El león gruñó nuevamente, pero no atacó. Sus ojos analizaron a Andrés por un largo momento, como si estuviera evaluando cuánto había cambiado desde su último encuentro.
—¿Por qué debería unirme a ti? —preguntó—. Gracias a ti, ahora me encuentro de esta manera. Sabes que te odio, pero debo admitir tu valor al venir.
Andrés se acercó más, hasta que estuvo a pocos pasos del imponente león.
—Porque juntos podemos aplastar a quienes nos amenazan. Y… no es una pregunta —lo miro con su rostro de lunático y, el león tembló inconscientemente.
Su respiración se volvió más pesada, claramente aun recordaba lo que Andrés le hizo cuando era un cachorro. Esa mirada le traía los recuerdos de Andrés mutilando su cuerpo sin sentir el menor remordimiento.
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Aunque fácilmente podía asesinar a Andrés, su cuerpo le tenia miedo. Sin saber que más hacer, asintió con la cabeza.
—Acepto tu propuesta… por ahora —gruñó—. Pero recuerda, demonio, no soy tu mascota. Soy tu aliado, y solo lucharé esta vez.
Andrés asintió, sabiendo que había logrado lo que buscaba.
—Eso es todo lo que pido.
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De camino de regreso a la pradera, Andrés y el Señor Bigotes se movían con rapidez. Pero antes de llegar a su destino, fueron interceptados por un grupo de bestias. Era evidente que pertenecían a una facción enemiga. Sus ojos brillaban con hostilidad mientras rodeaban a Andrés y su aliado.
—Parece que tienes compañía —gruñó el león.
—Nada que no podamos manejar —dijo sacando su cuchillo.
La batalla fue feroz. Aunque el grupo enemigo era numeroso, Andrés y el Señor Bigotes lucharon con una brutalidad salvaje. El león se lanzó sobre las bestias, despedazando a sus oponentes con garras afiladas y dientes feroces. Andrés, por su parte, se movía con rapidez, apuñalando y esquivando los ataques con una precisión letal.
Sin embargo, la lucha no fue fácil. A pesar de su ferocidad, sus enemigos eran fuertes y estaban bien organizados. En un momento crítico, Andrés recibió un corte profundo en el brazo, pero eso no lo detuvo. Con un último esfuerzo, él y el león lograron derribar a sus oponentes.
Cuando el último enemigo cayó, Andrés se quedó de pie, respirando pesadamente mientras observaba el campo de batalla. El león, aunque herido, se levantó con un rugido triunfante.
—Lo logramos —dijo limpiando la sangre de su cuchillo.
—Apenas —gruñó el Señor Bigotes—. Pero sobrevivimos.
Andrés asintió, sabiendo que la verdadera batalla aún estaba por venir.
El campo de batalla quedó en silencio, apenas interrumpido por el leve susurro del viento que recorría la pradera. Andrés respiraba con dificultad, el dolor del corte en su brazo comenzaba a punzar con más fuerza. A su lado, el Señor Bigotes lamía sus heridas, su pelaje blanco manchado de sangre, pero sus ojos seguían fijos en el horizonte, alertas a cualquier otro posible peligro.
—Debemos regresar antes de que caiga la noche por completo.
El león lo observó, asintiendo apenas. Aunque ambos estaban agotados, sabían que no podían permitirse otro retraso. La batalla que les esperaba en el campamento sería mucho más difícil que cualquier enfrentamiento en el que acababan de participar. Las bestias, la amenaza inminente, no se detendrían por algo tan trivial como la sangre derramada esta noche.
Andrés y el león retomaron su marcha, más lentos esta vez, pero con la misma determinación. La pradera, antes iluminada por la luna llena, parecía teñirse de un tono más oscuro, como si presagiara el peligro que se avecinaba.
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En el campamento, Eun-Ji observaba con ansiedad el horizonte. Sabía que Andrés volvería, lo conocía mejor que nadie. Sin embargo, no podía evitar sentir un nudo en el estómago al pensar en lo que podría haberle sucedido. Nefertari estaba a su lado, su expresión serena pero atenta.
—Volverá —dijo Nefertari suavemente, como si pudiera leer los pensamientos de Eun-Ji—. Él siempre lo hace.
Eun-Ji asintió, aunque su preocupación no disminuyó. Sabía que Andrés había ido en busca de algo más que solo un aliado. Había un brillo en sus ojos antes de irse, una determinación que solo aparecía cuando planeaba algo mucho más grande.
Unos minutos después, la tensión en el campamento se disolvió al ver la figura de Andrés emergiendo de entre la hierba alta, acompañado por el imponente león blanco. El Señor Bigotes caminaba a su lado, su mirada fiera, y a pesar de las heridas, ambos proyectaban una fuerza inquebrantable.
—¿Lo conseguiste? —preguntó Eun-Ji cuando Andrés llegó a su lado.
Él asintió, sonriendo levemente mientras miraba al león.
—El Señor Bigotes ha decidido ayudarnos —dijo con un toque de ironía en su voz—. Solo por esta vez.
Nefertari observó al león con una mezcla de respeto y cautela. No era común ver a una bestia de tal magnitud someterse a alguien, aunque fuera temporalmente. Al notar el ojo que le faltaba, reconoció de inmediato de quien se trataba, era Ragnar, el segundo más fuerte del bosque.
Era alguien que salió de la nada, bastante conocido por su fiereza y su peculiar resistencia al daño. Era uno de los principales depredadores de los semejantes de Andrés, había quienes especulaban que ellos le hicieron algo cuando era pequeño y por eso los resentía tanto.
Nadie sabia si tenia subordinados, pero seguramente era así. En algún momento se volvió el “gobernante” del bosque, esto a raíz de que el verdadero gobernante rara vez salía.
—Tendremos que prepararnos rápido —dijo Andrés, su tono volviéndose serio—. Las bestias negras no tardarán en atacar la montaña. Y cuando lo hagan, será una masacre si no estamos listos.
Eun-Ji y Nefertari intercambiaron una mirada antes de asentir. Sabían lo que estaba en juego. No había tiempo que perder.
—Vamos —dijo Eun-Ji, tomando las riendas—. Informemos a los soldados y organicemos todo. No podemos permitirnos fallar.
Mientras se movían hacia el campamento, la figura del Señor Bigotes atrajo la atención de los nómadas y soldados, quienes observaban con sorpresa y admiración al imponente león blanco. Algunos susurraban, asombrados por el poder que irradiaba, mientras otros simplemente permanecían en silencio, sabiendo que este nuevo aliado podría marcar la diferencia en la inminente batalla.
Andrés, por su parte, caminaba en silencio, sus pensamientos enfocados en lo que venía. Había logrado obtener un aliado poderoso, pero sabía que eso no sería suficiente. Las bestias eran numerosas, y el enemigo que enfrentaban era despiadado y estratégico. Tendrían que luchar con todo lo que tenían, y aun así, no había garantías de victoria.
Sin embargo, como siempre, Andrés estaba preparado para lo peor. No luchaba por la gloria ni por el reconocimiento. Luchaba por sobrevivir, por aquellos que estaban a su lado, y por mantener a raya la oscuridad que lo acechaba desde su interior.
Y esta vez, no fallaría.
—Que comience la preparación —murmuró para sí mismo, mirando la luna que seguía iluminando la pradera, sabiendo que la batalla final estaba cada vez más cerca.
Los preparativos en el campamento fueron rápidos y meticulosos. Wadjet había proporcionado armas finamente elaboradas sin que Andrés supiera de donde, cada soldado que no tenía un arma de fuego, sintió el peso de las espadas en sus manos. Las hojas de estas armas brillaban con un fulgor casi sobrenatural bajo la luz de la luna, prometiendo poder atravesar la piel de las bestias más feroces.
Eun-Ji coordinaba a los demás los soldados, distribuyendo las armas y dando instrucciones precisas. A su lado, Nefertari aconsejaba a los nómadas. El ambiente estaba cargado de una mezcla de temor y anticipación.
Andrés observaba en silencio desde una distancia, evaluando cada movimiento. Tenía un plan, y aunque no era perfecto, era lo mejor que podían hacer bajo esas circunstancias. Su mirada se desvió hacia el Señor Bigotes, quien descansaba a un lado del campamento, aun lamiéndose las heridas de la batalla reciente. El león blanco era un aliado temible, pero su participación en la batalla aún estaba envuelta en incertidumbre. Andrés sabía que el león lucharía tal como prometió, pero ¿lucharía con toda su fuerza o sólo lo haría a medias?
Andrés se puso de pie.
—Escuchen —se dirigió a todos—. Partiremos mañana al amanecer. Conozco muy bien las montañas y se de un lugar que servirá de campamento provisional. No seremos los primeros en atacar, eso seria estúpido. Dejaremos que peleen entre ellos primero para disminuir sus fuerzas, cuando estén débiles atacaremos.
Todos asintieron, era un plan que podía funcionar, pero sabían que otros podían pensar lo mismo. De forma que tendrían que tener cuidado de que no aplicaran su estrategia en ellos.
Ya caída la noche, todos se fueron a dormir. El día siguiente será duro, y quien sabe cuantos de ellos sobrevivan, la batalla será caótica y un solo paso en falso los llevara a la tumba, pero si lo logran, Andrés y las personas dejarían de preocuparse por su seguridad, y los nómadas al fin tendrían un hogar. Todo dependerá de como se desarrolle la batalla.