Mientras Andrés y Eun-Ji desayunaban en la cueva, un grito los interrumpió.
—¿Escuchaste eso? —preguntó Eun-Ji, con la voz temblando ligeramente.
—Parece que son gritos de personas —respondió Andrés con calma, sin mostrar el más mínimo interés.
—¿Crees que deberíamos ayudarles?
—¿Están pidiendo ayuda? No entiendo lo que dicen.
—Eso parece. ¿Pero qué piensas?
—No lo sé. ¿Por qué me preguntas a mí? Si quieres salvarlos, vamos.
Eun-Ji miraba nerviosa, simpatizando con la situación en la que se encontraban. Sus manos se movían de forma nerviosa mientras sus ojos suplicaban que los ayudaran.
—Mmm... Vamos a ver y decidimos después.
—¡Sí!
Aunque Andrés no tenía intención de ayudar, parecía que Eun-Ji sí quería hacerlo, y eso era suficiente para que él se moviera.
Ambos salieron de la cueva y se movieron ocultándose entre la maleza. No muy lejos, un grupo de varias personas estaba rodeado por una manada de leones azules, y justo al fondo, había un león más grande e imponente que los demás parecía ser el líder.
El león, dos veces más grande que los otros, carecía de un ojo y tenía múltiples cicatrices. En sus patas delanteras, solo tenía un dedo, con los demás cortados.
—¿Es inútil, verdad? —preguntó en voz baja Eun-Ji.
Andrés siguió mirando mientras analizaba y calculaba sus posibilidades de ganar.
—Me temo que sí. Lo siento.
—No importa. Lo importante es mantener nuestras vidas. No tiene caso ponernos en peligro por nada. Regresemos.
—Espera... —Andrés detuvo del brazo a Eun-Ji—. Creo que podemos salvarlos.
Con una sonrisa torcida, Andrés salió de su escondite.
—Cuánto tiempo, señor Bigotes —dijo en voz alta.
El grupo de personas se giró al escucharlo, sin entender sus palabras. Eun-Ji se rió, nerviosa.
—¿Quién es el señor Bigotes? —preguntó Eun-Ji.
—Ese grandote del fondo —señaló al líder de la manada.
El imponente león caminó directo hacia Andrés, con la mirada fija en él. Se movía con cuidado, mostrando sus colmillos mientras analizaba el peligro que podría suponer Andrés.
El león se paró justo frente a Andrés y rugió, demostrando su poder.
Andrés se mantuvo en calma, y su rostro cambió a una expresión de lunático. Sonreía de oreja a oreja mientras susurraba al león.
—¿Acaso me olvidaste? —dijo Andrés mientras movía un cuchillo de hueso en su mano.
El imponente león empezó a temblar, agachó la cola y lentamente bajó la cabeza hasta quedar en el suelo.
—Jajaja, sabía que aún me recordabas, señor Bigotes —dijo Andrés, poniendo su mano sobre la cabeza del león mientras mantenía esa expresión de lunático—. Cómo podrías olvidarme después de nuestro tiempo juntos. Lo siento, pero debo llevármelos. ¿No te importa, verdad? No, eso estaría mal... Euni —se giró hacia Eun-Ji.
—¿Qué ocurre? —preguntó tranquila. Aunque Andrés mantenía esa aterradora mirada, ella estaba acostumbrada a él, así que lo trataba con naturalidad.
—¿Es necesario salvarlos a todos?
Eun-Ji lo pensó por un momento; salvar a uno o dos ya era suficiente para agradecer a Andrés.
—Supongo que no...
—¡Esperad, salvadme por favor! —rogó una mujer. Por su apariencia y acento, era española. Ella, que entendió lo que decían, rogó por ayuda.
—¿Hablas español? —preguntó Andrés.
—¡Sí, sí! ¡Por favor, ayúdame! —se arrodilló mientras lloraba.
Los demás, aunque no entendían las palabras, por la reacción de esta mujer pudieron entender más o menos su situación. En cuanto vieron la desesperación de la mujer, intuyeron que la situación no era buena.
Todos empezaron a gritar por ayuda en sus respectivos idiomas. Aunque Andrés no entendía, era obvio lo que querían. Sin embargo, ellos eran la presa del señor Bigotes y Andrés no planeaba dejarlo sin comida.
—Esto es un problema... Esos dos parecen asiáticos, ¿verdad? —señaló a dos hombres.
—Parece que son un chino y un japonés —respondió Eun-Ji.
—¿Puedes distinguirlos? Para mí se ven igual... Lo que sea... —Andrés señaló personas al azar del grupo. Por su apariencia, se estimaba que eran un chino, un japonés, una inglesa, la española, un sudamericano, una australiana y un africano—. Muévanse allí —señaló cerca de Eun-Ji.
La española se movió como Andrés dijo y los demás la imitaron. Pero aún así, había otras 10 personas que se habían quedado, con el rostro reflejando el miedo que sentían. No era muy difícil saber qué estaba pasando y el destino que les esperaba a los que no fueron elegidos.
—Andy, ¿puedes incluirla a ella? —Eun-Ji señaló a una mujer que parecía rusa.
—Seguro —respondió sin el menor interés y le indicó que se moviera también.
Los demás se empezaron a poner de rodillas mientras gritaban y lloraban para que les ayudaran, pero Andrés los ignoró.
—Todos tuyos, señor Bigotes. Vámonos, Euni —dijo mientras se alejaban del lugar con las personas elegidas detrás de ellos.
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Mientras regresaban, Eun-Ji sonreía, feliz.
—Gracias por salvarlos —dijo Eun-Ji mientras apretaba el brazo de Andrés, mostrándole una genuina sonrisa.
—No es la gran cosa. Esta vez la tuvimos fácil, pero no podemos saber cómo será la siguiente. Debes saber que jamás te pondría en peligro por la vida de desconocidos.
—Lo sé —sonrió mientras ponía su cabeza en el hombro de Andrés—. Pero hay algo que no entiendo.
El comportamiento del león con Andrés era muy extraño. Tembló de miedo tan pronto como lo reconoció, así que no debe ser por algo bueno.
—¿De dónde conoces a ese león y por qué parecía tenerte miedo?
—¿Tenías curiosidad? Antes de que llegaras, encontré a un cachorro de león y... —se detuvo—. Creo que es mejor que no lo sepas.
—Dime, no seas así.
—Es parte de mi oscuro pasado. En uno de mis ataques, lo torturé. No recuerdo el tiempo exacto, pero sé que fue por mucho. Las cicatrices que tenía, así como su ojo y los dedos de sus patas, todo fue mi culpa. Pero cuando me aburrí, lo solté en el bosque de nuevo. La verdad, pensé que había muerto hace tiempo, pero parece que se hizo líder de una manada. ¿Quién lo diría?
Eun-Ji, que pensó que conocía bien a Andrés, fue tomada por sorpresa con esta declaración. Tal vez su locura sea más profunda de lo que creí, pensó.
—¿Por qué los elegiste a ellos de entre los demás? —preguntó Eun-Ji.
—Solo señalé personas al azar —respondió como si fuera algo trivial.
Aunque Eun-Ji acepto está respuesta, no le creyó del todo. De entre todos parecían los más fuertes, el resto eran ancianos, un inválido y varios con sobrepeso. Tal vez sea su forma de no llevar una carga con nosotros, pensó.
Ambos llevaron al grupo de personas directo a la cueva. Durante su tiempo aquí, habían cambiado un poco el entorno. En sus viajes habían encontrado frutas de diferentes tipos e intentaron plantarlas aquí. Tras muchos fracasos, lograron sembrar 10 árboles que estaban cargados de fruta. El interior de la cueva también cambió; algunos animales tenían huesos particularmente más duros con los que improvisaron varias herramientas. Con la ayuda de esas herramientas, cavaron un poco dentro de la cueva. Ahora se podían encontrar tres espacios diferentes. En uno guardaban la comida, otro servía como entrada y el otro era donde dormían. También improvisaron una puerta sólida para evitar que los animales entraran.
—¿Debemos alimentarlos? —preguntó Eun-Ji.
Andrés se rió.
—Pareces pensar en ellos como mascotas. Haz lo que gustes, al fin y al cabo, lo que hay lo hicimos entre los dos. Pero asegúrate de no confiar demasiado en ellos, no sabemos sus intenciones.
—De acuerdo —le sonrió mientras le daba un golpecito en el brazo.
Andrés se fue directo al espacio que ocupaban como dormitorio, dejando a los sobrevivientes con Eun-Ji.
—Ahora... —se giró hacia ellos—. ¿Entienden inglés? —preguntó.
Eun-Ji supuso que era difícil que entendieran coreano y del español no estaba segura, pero pensó que tal vez sabían inglés. De no ser así, ella podía comunicarse con el chino y japonés ya que hablaba esos idiomas.
Todos asintieron a su pregunta. Eun-Ji suspiró; la comunicación no sería tan difícil como en su momento lo fue con Andrés.
—Escuchen, los ayudamos ya que estuvimos en su situación antes. Pero deberán ayudarnos con los deberes y, sobre todo, esto lo digo por su propia seguridad, no causen problemas o mi compañero los abandonará. También, traten de no ponerlo de nervios o no podré ayudarlos, ¿entienden? —Después de confirmar que entendían, les mostró una sonrisa amable—. Soy Kang Eun-Ji, antes solía ser una cantante y actriz de Corea. ¿Puedo escuchar sus nombres?
—¿Euni? —dijo el chino, era un hombre joven con el cabello corto, su cuerpo era esbelto y un poco musculoso—. No me reconoces, soy Li Wei.
—¿Eh? ¿Hermano Li? —dijo Eun-Ji sin poder creer que rescató a un conocido. Ante toda esa tensión, ni siquiera lo había notado—. Disculpa, pero no te había reconocido. Bienvenido, y espero que no me causes problemas —dijo con una sonrisa.
—Para nada. ¿Pero cómo fue que conociste a ese hombre? —preguntó Li.
—Al igual que a ustedes, él me salvó —comentó con melancolía—. Es un experto en este ambiente, así que trátalo bien.
—Seguro, para los demás soy Li Wei. Antes de venir aquí era un actor y un practicante de artes marciales.
Los demás lo miraban.
—Mi nombre es Hiroshi Takeda —dijo el japonés. Era un hombre mayor, delgado y usaba anteojos—. Antes era carpintero, estoy a su cuidado —terminó haciendo una reverencia.
—Yo soy Victoria Blackwood —se presentó la mujer inglesa—. Antes era esgrimista, mucho gusto.
—Mi nombre es Isabel Navarro —dijo la española. Era una mujer de cabello muy largo y con pecas en las mejillas. No era muy alta y tenía un cuerpo atlético—. Antes trabajaba como maestra de geografía, así que sé cómo hacer y leer mapas muy bien.
—Un gusto, me llamo Luis Fernández —empezó el colombiano. Era un hombre joven, de piel morena, bajito y con brazos fuertes—. Antes me dediqué al campo, conozco bien cómo cultivar, cosechar y almacenar los alimentos.
—Soy Anastasia Volkov —se presentó la rusa. Era alta, su cuerpo era atlético y no parecía muy mayor, su cabello era corto y tenía una mirada afilada—. Soy parte del ejército ruso, sé cómo pelear mano a mano, con armas de fuego y con armas blancas. También puedo hacer reconocimiento... Quiero agradecerte, señorita, por dejarme venir con ustedes. Algún día le pagaré este favor.
—Ni lo menciones —respondió Eun-Ji—. ¿Y ustedes?
—Me llamo Sophie Mitchell —respondió la australiana. Era de estatura promedio, de piel blanca y ojos verdes, su cuerpo tenía suficientes curvas para llamar la atención, además parecía tímida—. Esto... A—antes era solo una estudiante de ingeniería civil... Pero les prometo que no estorbaré y ayudaré en lo que pueda.
—Mucho gusto, me llamo Kwame Adom —terminó el africano. Era alto, de piel oscura y cabello muy corto. Su cuerpo mostraba músculos muy desarrollados y le faltaba un dedo de la mano izquierda—. Soy un hábil cazador y sé cómo curtir el cuero y hacer herramientas con los huesos de animales. También soy hábil como rastreador y conozco de frutas salvajes.
—Mucho gusto en conocerlos a todos. Ahora estamos en un ambiente muy hostil y debemos apoyarnos mutuamente. Sé que no es necesario decirlo, pero no se alejen de aquí. Por el momento, todos tendrán que dormir aquí —señaló el primer espacio de la cueva, que era el más cercano a la puerta—. Descansen por hoy y mañana nos pondremos al día. Con sus diferentes habilidades será más fácil sobrevivir, espero contar con ustedes —realizó una reverencia característica de su cultura.
Eun-Ji les dio un poco de carne y les contó sus experiencias desde que llegó. También les dijo que su compañero se llamaba Andrés y que ella haría de intérprete porque él no sabía inglés. Les dio algunas recomendaciones y, cuando el sol se ocultó, se fue a dormir al espacio donde estaba Andrés.
En privado, Eun-Ji le contó a Andrés sobre los nombres y habilidades de cada uno. Le dijo que buscaría una manera de hacerlos útiles y que ella los mantendría vigilados.
—Confío en ti, pero no en ellos. Si hacen algo estúpido, los dejaré fuera.
—Lo sé —comenzó a masajear los hombros de Andrés—. Pero por favor, ten un poco de paciencia con ellos.
—... Bien, lo intentaré.
Esa noche, el grupo de personas no logró dormir. En sus mentes buscaban una manera de regresar a casa, algunos lloraban por la incertidumbre y otros planeaban sus siguientes movimientos. El tiempo de relativa paz había quedado atrás y ahora tiempos de desarrollo estaban por venir.
Al día siguiente, después de desayunar, empezaron a discutir sus siguientes acciones. Dividieron las tareas y, con la ayuda de Takeda y Sophie, comenzaron a construir pequeñas casas. Andrés, que sabía un poco de agricultura, tenía un pequeño huerto al lado sur de la cascada. Llevó a Luis y juntos compartieron ideas sobre cómo ser autosuficientes. Los demás ayudaban a Takeda con la construcción de viviendas; las herramientas que Adom desarrolló fueron muy útiles para lograr estas tareas.
Lentamente todos se acostumbraron a sus vidas ahí. Andrés se encargó de que no les faltará comida mientras ellos permanecían en la seguridad de su "hogar". De eso ha pasado casi un mes.
Todo iba bien hasta que, un día, Eun-Ji los dejó solos.
A Li se le ocurrió la grandiosa idea de hacer una fogata para cocinar la carne que le sabía desagradable.
Pero, en cuanto el humo empezó a levantarse, Andrés llegó corriendo desesperado.
—¡Imbécil, ¿Qué hiciste?! —le gritó mientras lo pateaba en el rostro, alejándolo de la fogata. Frenéticamente comenzó a tapar el fuego con tierra.
—¡¿Qué te pasa?! —le gritó Li.
No se entendían, pero era claro que ambos estaban molestos.
—¡Todos a la cueva! —les ordenó Andrés.
Como no le entendían, Isabel tradujo lo que dijo y todos corrieron al interior de la cueva.
—¡¿Qué pasó, Andy?! —preguntó Eun-Ji.
—Este idiota hizo una fogata —estaba muy molesto, tomó la lanza más larga que había y se mantuvo vigilante a la puerta.
—¡Cómo es posible que hicieran eso! —se giró a Li—. Pensé que eras más inteligente, ¿por qué lo hiciste?
—¿Cuál es el problema? —dijo nervioso Li.
—¿No lo sabes? Estamos ocultos aquí. ¿De verdad crees que nunca se nos ocurrió hacer una fogata para cocinar los alimentos? Es simple: les has avisado a todos los animales que nos estamos quedando aquí. No es diferente de invitarlos a matarnos —se giró hacia Andrés—. ¿Cómo está la situación?
Andrés, que miraba a través de las ranuras de la puerta, respondió.
—No parece que vengan aún... —sus ojos se abrieron de repente—. No hagan ruido —les indicó.
Eun-Ji les transmitió a los demás las órdenes de Andrés y les contó también su situación.
Todos se aterrorizaron al enterarse de lo que estaba pasando.
No mucho después, la cueva empezó a temblar. Del bosque salió una criatura que parecía la mezcla de un tigre con un ave. El tigre era de color púrpura y tenía dos grandes alas en el lomo. Sus patas delanteras eran las de un ave y sus ojos eran de un color blanco. Su tamaño era ridículo, se podía estimar que medía alrededor de ocho metros de alto.
Aquel tigre caminaba lentamente, rodeando el lago, miraba a los lados y olfateaba constantemente. Llegó hasta el pequeño huerto y lo destruyó a su paso.
—Salgan, débiles criaturas. Sé que están ahí —pronunció el tigre.
—No es posible, ¿esa cosa está hablando? —mencionó Takeda.
—No se sorprendan, la mayoría de los animales más fuertes tienen la misma inteligencia que una persona —respondió Eun-Ji.
—Vengan a jugar —siguió el tigre.
—Este maldito no se irá —pronunció Andrés, luego dio un gran suspiro y tomó un par de cuchillos y la lanza—. Si ves que estoy perdiendo, busca la oportunidad y escapa —le dijo a Eun-Ji.
—Por favor, ten cuidado —dijo Eun-Ji, muy nerviosa. Sus manos temblaban y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Andrés acarició suavemente la mejilla de Eun-Ji, le mostró una amarga sonrisa y salió de la cueva.