La tierra, antes del evento. En algún lugar de México.
—¡Hijo, recuerda volver antes de que anochezca!
La voz de una mujer de 45 años resonaba en el aire cálido del atardecer. Su piel bronceada y sus ojos color café reflejaban años de vida al sol, mientras las arrugas en su rostro contaban historias de días pasados. Desde la puerta de su modesta casa, miraba con cariño a su hijo, quien estaba listo para salir.
—Claro, mamá.
Respondió el joven de 17 años. Su piel tenía el mismo tono bronceado que la de su madre, y sus ojos eran de un café claro, casi dorado bajo la luz del sol. Su cabello castaño caía desordenado sobre su frente mientras esbozaba una sonrisa.
Con un último vistazo hacia su madre, salió de la casa para reunirse con sus amigos, quienes esperaban en la calle. Las burlas no tardaron en llegar.
—¿Ya le diste beso a mami? —se burló uno de ellos.
—¡Ya llámame!
Era un día como cualquier otro. Los vecinos de al lado se preparaban para una fiesta que tendrían al día siguiente, mientras los dos vecinos del frente discutían a gritos. Otros curiosos se asomaban para ver si la pelea llegaría a los golpes. Todo era parte del cotidiano bullicio del barrio.
—Oye, Andy. ¿Sí compraste todo, no es así?
Andrés Reyes, el joven de ojos cafés, avanzando con confianza.
—¿Con quién crees que hablas? Ya lo tengo todo listo.
El grupo de amigos, amantes de lo paranormal, se dirigió a un parque abandonado en las afueras del pueblo. Durante las clases, habían escuchado rumores sobre avistamientos de fantasmas en ese lugar y decidieron investigar por sí mismos.
El cielo se oscurecía, creando el ambiente perfecto para sus exploraciones. El más gordo del grupo sacó su cámara y comenzó a grabar. Narraban lo que sucedía mientras caminaban por el parque, creando contenido para sus seguidores, quienes disfrutaban de sus visitas a lugares tenebrosos.
Caminaron durante varios minutos sin que nada ocurriera. Frustrados, le hicieron una seña a uno de los chicos, quien comenzó a mover cosas desde el lado ciego de la cámara. Con sus celulares reproducían sonidos extraños para hacer a sus seguidores que el lugar estaba encantado. Todo iba bien hasta que, en medio de la oscuridad, perdió de vista a su amigo encargado de mover las cosas. La tensión aumentó cuando vio una figura vestida de blanco a lo lejos.
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—Qué buen disfraz, ¿no crees? —susurró uno de ellos.
—Hazle señas para que se acerque —indicó Andrés.
El más gordo, detrás de la cámara, llamaba a la figura, emocionado por el incremento en su audiencia.
— ¿Quién es ese? —preguntó el más bajo del grupo, encargado de mover las cosas.
—Es el Goliat... ¿Qué haces aquí? —preguntó el más gordo.
—¿Cómo que qué? Pues estaba moviendo cosas por allá, pero me dio miedo y mejor me acerqué.
—Ya, pero si tú estás aquí, ¿quién es ese? —señaló hacia la figura de blanco.
—Yo no sé, es más, desde aquí ni siquiera distingo.
—A-Andy —tartamudeó el más gordo.
—No hagas ruido, estoy narrando.
—E-el Goliat está aquí atrás —empezó a temblar.
— ¿Eh? —Andy se giró hacia sus amigos—. Entonces, ¿quién...?
Los cuatro se miraron por un momento antes de salir corriendo como si su vida dependiera de ello. Corrieron sin mirar atrás hasta llegar a donde había iluminación.
Allí, todos trataban de recuperar el aliento. Sus rostros estaban pálidos y dos de ellos temblaban sin control. Compartieron miradas y comenzaron a reír, burlándose entre ellos de quién había gritado más fuerte, imitando sus propias voces hasta que el miedo se desvaneció.
Durante la noche, intercambiaron mensajes. A pesar del susto, el vídeo se volvió tendencia. Planearon sus siguientes aventuras y hablaron de diferentes temas. Para ellos, la vida seguía siendo normal, hasta cierto punto.
En la madrugada ocurrió "El Evento". Mientras el entorno cambiaba, algunas personas comenzaron a desaparecer. Sus cuerpos se envolvieron en una luz cegadora y desaparecieron al instante. Entre ellas, Andrés.
El desconcierto y el caos hicieron imposible determinar el número exacto de desaparecidos, pero se estima que había alrededor de 10,000 personas en todo el mundo. Para una población tan vasta, ese número parecía pequeño, pero los familiares de los desaparecidos los buscaron desesperadamente, sin éxito.
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En medio de un espeso y oscuro bosque.
— ¿Dónde estoy? —Andrés se preguntó a sí mismo después de despertar desorientado.
Se sentó sobre el suelo y miró su entorno. Un bosque extremadamente denso lo rodeaba y por la luz parecía ser alrededor del mediodía.
Se levantó un poco aturdido y comenzó a caminar entre la maleza. No sabía si se adentraba o salía del bosque, sin importar cómo lo mirara, todo parecía igual.
Caminó sin rumbo hasta llegar a un pequeño lago en medio del bosque. El ambiente era tranquilo y solo se escuchaba el suave sonido del agua.
Al acercarse más, observará una sombra espesa en el fondo del lago. Sus ojos se enfocaron en ese lugar tratando de descubrir qué era esa extraña sombra, pero unos ojos de un rojo profundo le devolvieron la mirada.
— ¿Dónde demonios estoy?...