Después de rescatar a Eun-Ji, Andrés y su grupo se preparaban para marcharse.
—Min-ho, ¿la doctora sigue con vida? —preguntó Andrés.
Min-ho negó con la cabeza.
—No lo sé. Con todo este caos, no he podido buscarla.
—Busquen entre los sobrevivientes. Si la encuentran, también la llevaremos con nosotros.
—Entendido.
Siguiendo las instrucciones de Andrés, Min-ho y Anastasia se pusieron a buscar a Ji-won entre los civiles. Finalmente, la encontraron inconsciente, atada en una esquina. Min-ho la desató y la cargó sobre sus hombros, dirigiéndose de nuevo hacia el grupo.
—¡La encontré! —anunció Min-ho.
Andrés asintió y continuó avanzando, cargando a Adom en sus propios hombros. Aunque Eun-ji seguía molesta, se acercó a Min-ho para revisar el estado de la doctora.
El grupo se alejó del campamento, llevando a tres personas inconscientes: Adom, William y Ji-won. Parecía que todo estaba bajo control, pero pronto se dieron cuenta de que estaban siendo rodeados por las bestias, lideradas por Nefertari.
—¿Qué significa esto? —Andrés clavó su mirada en Nefertari.
—Has roto el acuerdo, Demonio —se burló ella.
—¿De qué estás hablando?
—Tres personas. Ese fue nuestro trato.
Nefertari tenía razón. Al contar, se dieron cuenta de que llevaban cuatro.
—Es solo una más. Puedes hacer la vista gorda mientras nos vamos —sugirió Andrés, evaluando a quién podría dejar atrás.
—Sabes perfectamente que a mi señora no le gusta eso. Debes entender cuán importante es nuestra palabra para mi gente.
Durante su breve tiempo juntos, Andrés había aprendido que Wadjet, la líder de las bestias, valoraba profundamente el cumplimiento de las promesas. Para las criaturas de la pradera, su palabra era más importante que sus propias vidas.
Andrés, en su momento, se aprovechó de esto cuando logró que prometieran no atacar el fuerte, sabiendo con certeza que cumplirían. Sin embargo, así como eran fieles a su palabra, exigían lo mismo de la otra parte. Romper el acuerdo con ellos significaba ser perseguido sin descanso, hasta la muerte.
—¿Hay alguna forma de que pueda llevarme a todos? —preguntó Andrés.
—Ya sabes cómo funciona esto. Vida por vida...
Andrés lo meditó por un instante. Tenía soldados refugiados con él, y bien podría entregar a uno de ellos. Pero no quería hacerlo. Al igual que las bestias, Andrés era leal, y si sacrificaba a uno de los suyos, perdería la confianza del resto. ¿Quién confiaría en alguien capaz de abandonarlos en cualquier momento?
—Hagamos esto —dijo finalmente Andrés—. Te deberé un favor...
Nefertari sonrió con malicia.
—Hay algo que podrías hacer. El gobernante de la montaña está por morir, y ahora todas las bestias se disputan su lugar. Si reclamas su lugar, podrás llevarte a cuantas personas quieras...
—¿Es una broma? —Andrés la miró incrédulo—. Tanto blancos como negros están luchando por ese puesto. ¿Cómo esperas que yo gane?
—Naturalmente, mi señora te dará su apoyo. Solo necesitamos que, cuando seas el nuevo gobernante, mantengas una alianza con ella.
Andrés lo pensó. Era una oferta tentadora. Si lograba convertirse en el gobernante de una región, ya no tendrían que preocuparse por la seguridad de Eun-ji y los demás. El problema era que, incluso con el apoyo de Wadjet, la tarea sería extremadamente difícil.
Eun-ji, por su parte, estaba nerviosa. Aunque su enojo no había desaparecido, no podía apoyar esa idea. Pelear por convertirse en gobernante sería extremadamente peligroso.
—No lo hagas —dijo Eun-ji, tomando el brazo de Andrés.
—¿Por qué no? Es una buena oportunidad.
—Será muy peligroso, y lo sabes mejor que nadie.
—Así es —admitió Andrés—. Pero también los beneficios son enormes.
Andrés sostuvo la mirada de Eun-ji, sabiendo que tenía razón sobre los riesgos, pero también sintiendo el peso de la responsabilidad. Si lograba convertirse en gobernante, podría ofrecerles protección a todos. Aun así, su mente calculaba las posibilidades de éxito. La lucha por el poder en la montaña no sería una simple batalla, sino una guerra de supervivencia entre bestias de gran poder, y los aliados que Wadjet pudiera proporcionarle tal vez no serían suficientes.
—¿Y si no lo logramos? —preguntó Eun-ji, su voz baja, pero cargada de preocupación—. Si fracasas, todo esto habrá sido en vano. No puedo verte arriesgarte así.
Andrés suspiró, apartando la vista. No había una respuesta fácil para eso.
—Lo sé —dijo finalmente—, pero si no hacemos algo, nos van a cazar uno por uno. Es solo cuestión de tiempo antes de que nuestras defensas no sean suficientes. Al menos, esto nos da una oportunidad de ganar algo más que tiempo.
Nefertari, impaciente, intervino.
—Debes decidir pronto, Demonio. El caos en la montaña no durará mucho. Si aceptas, te llevaremos hasta la frontera y recibirás nuestro apoyo en la batalla. Si te niegas... bueno, ya sabes las consecuencias.
Eun-ji apretó el brazo de Andrés con más fuerza.
—Por favor, piénsalo bien. No quiero perderte por una guerra que no nos corresponde.
Andrés la miró a los ojos y vio la mezcla de miedo y confianza que ella aún tenía en él. Sabía que su decisión no solo afectaría su vida, sino la de todos los que lo seguían.
—Está bien —respondió finalmente, dirigiéndose a Nefertari—. Acepto el desafío. Pero recuerda, si cumplo mi parte, espero que Wadjet haga lo mismo.
Nefertari sonrió, complacida.
—Mi señora es fiel a su palabra. Cumple con tu parte y serás recompensado.
Love this novel? Read it on Royal Road to ensure the author gets credit.
Eun-ji soltó un suspiro de frustración, pero no insistió más. Sabía que Andrés ya había tomado una decisión y que, aunque peligrosa, era la única opción que él veía viable. El grupo continuó avanzando, escoltado ahora por las bestias de Nefertari, mientras la tensión en el aire aumentaba. Todos sabían que los próximos días definirían su destino.
El grupo llegó al pequeño lago donde anteriormente se habían reunido con Wadjet. Era momento de planear los próximos movimientos.
—Me sorprende que hayas aceptado —se burló Wadjet.
—A mí también —rió Andrés—. Pero la oferta es tentadora, y con tu apoyo será relativamente fácil.
—¿Eso crees? Si es así, quizá me he equivocado de persona.
—Claro que no. Hay demasiadas bestias interesadas en ese lugar, será un baño de sangre. Pero si estás tan interesada, ¿por qué no pediste a Nefertari o a alguien más que tomara el puesto?
—Lo intenté, pero todos se negaron. Quieren quedarse a mi lado, y no puedo obligarlos por su lealtad.
—Pero está muriendo, ¿no? Sabía que algo grande estaba ocurriendo al ver tanto movimiento de las bestias, pero no imaginé que fuera por eso.
—Es el más antiguo de todos. Podría fácilmente ascender de nivel, pero es testarudo y se niega a escucharnos. Lo peor es que no ha nombrado a un sucesor, es una criatura realmente problemática —suspiró Wadjet.
—Parece que le tienes estima.
—Un poco. Pero dejando eso de lado, hablemos de lo importante. Nefertari te ayudará, y dejaré algunos de mis negros y rojos como refuerzo.
Andrés hizo cálculos mentales antes de responder.
—No será suficiente, ¿verdad? —dijo tras una breve pausa—. Necesitaremos más gente...
—Es cierto. Esta será una batalla a gran escala y necesitaremos aumentar nuestros números.
Andrés miró el lago mientras reflexionaba sobre las palabras de Wadjet. Sabía que el apoyo ofrecido era valioso, pero también entendía que no sería suficiente para asegurar la victoria. La lucha por el control de la montaña sería brutal, y el número de bestias involucradas haría de la pelea un caos descontrolado.
—Tienes razón —admitió finalmente, mirando a Wadjet—. Necesitamos más aliados. Esto no se resolverá solo con fuerza bruta. Necesitamos estrategia y más combatientes para cuando las cosas se pongan difíciles.
Wadjet lo observó con una expresión calculadora.
—¿Tienes a alguien en mente? —preguntó.
Andrés esbozó una leve sonrisa. No le gustaba depender de otros, pero sabía que en este caso era necesario.
—Hay algunos grupos de nómadas en las tierras bajas. Son criaturas que no están alineadas con ningún líder. Si logramos convencerlos de que unirse a nosotros es su mejor opción de sobrevivir, podríamos sumar algunos guerreros más. No serán los más fuertes, pero nos darán ventaja numérica.
Wadjet asintió, evaluando la propuesta.
—Es una idea interesante. Si logras reclutar a esos nómadas, mejorarán tus probabilidades. Pero recuerda, muchos de ellos desconfían de los líderes y las promesas vacías. No será fácil convencerlos.
—No tiene que ser fácil, solo tiene que funcionar —respondió Andrés con determinación.
Nefertari, que había estado en silencio hasta entonces, intervino.
—Puedo acompañarte para hablar con los nómadas. Mi presencia, junto con la de los otros negros y rojos, podría hacer que vean nuestra oferta como algo serio.
Andrés la miró, sorprendido por su disposición. Era raro que Nefertari se ofreciera a acompañarlo personalmente, lo que indicaba que quizás estaba más interesada en el resultado de esta batalla de lo que mostraba.
—De acuerdo —aceptó Andrés—. Pero debemos movernos rápido. Si alguien más se adelanta y consigue el apoyo de los nómadas, estaremos en desventaja antes de que la batalla siquiera comience.
Wadjet dio un paso adelante, mirándolo con una seriedad que no había mostrado antes.
—No te equivoques, Andrés. Esta guerra no será solo cuestión de fuerza o números. Será una prueba de astucia, de quién puede manipular mejor las circunstancias. Si subestimas a tus oponentes, te destruirán antes de que tengas la oportunidad de luchar.
Andrés asintió, consciente del consejo. Sabía que cada movimiento tendría consecuencias, y estaba jugando un juego peligroso. No podía permitirse errores.
—Lo sé —dijo en voz baja—. Y haré lo necesario para ganar.
El grupo comenzó a prepararse para partir. Eun-Ji, que había permanecido en silencio durante la conversación, se acercó a Andrés.
—No me gusta esto —dijo en tono preocupado.
—Lo sé —respondió Andrés, sin mirarla directamente—. Pero es lo que hay que hacer.
—Solo prométeme una cosa —pidió ella, tomando su brazo con firmeza—. Si las cosas se complican demasiado, no arriesgues todo. No quiero que mueras por un título que no necesitas.
Andrés la miró a los ojos, viendo la preocupación en su rostro. Era raro que Eun-Ji pidiera algo así, pero entendía sus miedos.
—Lo prometo —dijo, aunque en el fondo sabía que esa promesa sería difícil de cumplir.
Al día siguiente, al amanecer, Andrés, Eun-Ji, Nefertari y algunas bestias de pelaje negro partieron hacia las tierras bajas en busca de los nómadas. Andrés pidió al resto del grupo que se quedara cerca del lago, sabiendo que con Wadjet allí, nadie se atrevería a acercarse.
El pequeño grupo avanzó rápidamente a través de la pradera. Ahora que Nefertari los acompañaba, no tenían que preocuparse por ataques de bestias locales. Sin embargo, las tierras bajas siempre tenían un aire sombrío. El cielo, constantemente nublado, reflejaba la infertilidad de la tierra. Los nómadas viajaban por la zona, siguiendo a las pocas presas que encontraban.
Después de vagar sin rumbo durante todo el día, al atardecer Andrés descubrió el rastro de unas huellas apenas visibles en el suelo duro. Siguiendo esas pistas, finalmente llegaron al campamento de los nómadas.
Los nómadas eran una unión de diferentes bestias exiliadas o huidas de sus tierras natales. Al ver a Andrés y Eun-Ji, muchos los miraron con hambre, pensando que eran comida. Sin embargo, cuando vieron a Nefertari, todos se pusieron en guardia, listos para el combate.
—¿Qué quieren aquí? —preguntó un hombre mayor que salió del fondo. Tenía la piel oscura y dos pequeños cuernos en la cabeza.
Andrés era el encargado de negociar, así que Nefertari no interfirió.
—¡Venimos en paz! —dijo Andrés, levantando las manos.
Las bestias dudaron, pero decidieron escucharlo.
—Soy Anu, el líder de los nómadas —dijo el anciano, acercándose más.
Andrés supo al instante que debía ser una bestia negra, al menos, para poder tomar forma humana.
—Andrés —respondió en consecuencia.
—¿Qué quieren de exiliados como nosotros? —preguntó Anu, señalándoles que entraran al campamento.
—¿Sabes lo que está ocurriendo en la zona sur?
—Hablas de la lucha por el poder, ¿verdad? —dijo Anu con cautela.
—Exacto —respondió Andrés con seriedad—. Voy a participar en esa lucha, y quiero pedir el apoyo de tu gente. Les aseguro que, si gano, tendrán un lugar seguro donde ya no serán exiliados.
Anu lo miró, pensativo.
—Es una buena oferta, pero no eres el primero en venir. Ya hemos recibido visitas de varias fuerzas que también piden nuestro apoyo. Nadie ha ofrecido lo suficiente como para arriesgarnos en una guerra que no es nuestra. Sin embargo, te daré la misma oportunidad que a ellos. Cena con nosotros esta noche, y si logras entender lo que realmente queremos, nos uniremos a ti.
—Te agradezco la oportunidad —respondió Andrés con respeto, manteniendo una sonrisa.
Al igual que con las fuerzas anteriores, los nómadas organizaron un pequeño festín con lo poco que tenían.
Durante la cena, el ambiente estaba cargado de tensión. Las miradas entre los nómadas y el grupo de Andrés eran cuidadosas, como si cada gesto fuera evaluado meticulosamente. Los nómadas ofrecieron lo poco que tenían: carne dura y verduras marchitas. Aunque la comida era escasa, el acto de compartir su ración, por pequeña que fuera, demostraba la importancia de los lazos entre ellos.
Andrés, Eun-Ji y Nefertari comían en silencio, pero cada uno estaba inmerso en sus propios pensamientos. Sabían que no sería fácil ganar la confianza de estos exiliados.
Mientras la cena avanzaba, la hija de Anu, una pequeña criatura que se asemejaba a un ciervo con pelaje verde, salió corriendo de una de las tiendas. Era apenas una niña, con cuernos aún en crecimiento y ojos curiosos que brillaban con inocencia. Tropezó un poco al correr y se detuvo justo frente a Andrés, quien la observó en silencio por un momento.
—Ven aquí, pequeña —dijo Andrés, con una sonrisa que intentaba parecer amistosa.
La criatura lo miró con desconfianza, pero se acercó lentamente. Andrés alargó la mano hacia ella, como si quisiera jugar o acariciarla, pero, en un arranque impulsivo, su mano se cerró alrededor de su cuello. El ambiente cambió de inmediato. Los nómadas se levantaron bruscamente de sus asientos, sorprendidos por la acción. La pequeña cierva gimió suavemente, y Anu, que había estado observando de lejos, frunció el ceño.
Eun-Ji y Nefertari lo miraron, desconcertadas, pero no intervinieron. Sabían que Andrés rara vez actuaba sin un propósito, aunque esta vez parecía haber ido demasiado lejos.
—No juegues conmigo —dijo Andrés en voz baja, mirando directamente a Anu, mientras apretaba un poco más el cuello de la pequeña criatura—. Si quieres medir mi determinación, aquí la tienes. Haré lo que sea necesario para ganar, incluso si eso significa aplastar a quien se interponga en mi camino. Esta es tu hija, y no dudaría en usarla si es lo que se necesita para que me presten su fuerza.
Los nómadas se quedaron en silencio. Lo que había hecho parecía un sacrilegio. Atacar a uno de los suyos, a una niña, era un acto de traición y brutalidad… o al menos eso pensaría cualquier otro. Pero Anu, observando la escena con ojos calculadores, no mostró miedo ni ira. Su mirada se tornó fría, analizando cada palabra y movimiento de Andrés.
Finalmente, el líder de los nómadas sonrió ligeramente, una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Se levantó despacio, caminando hacia Andrés con una calma inquietante.
—Eso es exactamente lo que quería ver —dijo Anu, con una voz profunda y grave—. No nos interesan las palabras vacías ni las promesas de poder. Nos interesa alguien que haga lo necesario. Alguien que no tenga miedo de ir hasta el límite. Nosotros valoramos los lazos, pero esos lazos son para con los nuestros. Los de afuera… no significan nada.
Andrés aflojó lentamente su agarre sobre el cuello de la pequeña cierva, dejándola ir. La criatura corrió de vuelta a su padre, aparentemente ilesa. Pero la declaración de poder que acababa de hacer resonaba en cada rincón del campamento. Los nómadas miraban a Andrés con una mezcla de respeto y cautela.
Anu se inclinó ligeramente hacia Andrés.
—Has pasado la prueba. Nos uniremos a ti en tu lucha. —Luego, con una voz más baja y peligrosa, añadió—: Pero recuerda, nuestros lazos son fuertes, pero no somos leales a ciegas. Si alguna vez nos traicionas o nos haces daño, no tendrás oportunidad de arrepentirte.
Andrés asintió, comprendiendo la gravedad de esas palabras. Sabía que había jugado con fuego, pero también que era lo que necesitaba para ganarse su lealtad.
—No los traicionaré —respondió con seriedad—. Ustedes serán los primeros en ver lo que significa estar bajo mi mando.
Con eso, la conversación terminó, y la alianza estaba sellada. Los nómadas, bestias y exiliados, habían encontrado en Andrés un líder dispuesto a todo. Y aunque su método había sido brutal e impulsivo, les había demostrado exactamente lo que buscaban: un líder decidido, capaz de sacrificar cualquier cosa por el poder.