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La sala del trono de Uldraxis era un lugar donde las leyes de la física parecían más una sugerencia que una regla estricta. Se extendía en todas direcciones, con proporciones que desafiaban cualquier lógica mortal.
El espacio parecía estar construido en capas, cada una superpuesta a la otra, como si múltiples realidades convivieran en un mismo punto, fluctuando en una danza imperceptible.
Los muros estaban hechos de un material oscuro y denso, algo que no podía definirse como piedra, ni metal, ni sombra, pero que absorbía la luz con una voracidad inquietante. Era como si el propio reino deseara devorar la poca luminosidad que se atreviera a penetrar en ese vacío.
De vez en cuando, las paredes emitían un leve movimiento, como un susurro, recordando a los seres que allí residían que incluso el espacio mismo estaba vivo, consciente de todo lo que ocurría en su interior.
El trono se alzaba en el centro de la sala, flotando sin apoyo visible sobre un podio de sombras compactas. No era un simple asiento, sino una amalgama de formas abstractas que se movían con lentitud, como si estuvieran vivas.
La estructura misma del trono parecía imposible de definir a simple vista, cada mirada revelaba un nuevo detalle; a veces eran garras retorcidas de algún ser olvidado, otras veces parecía ser un conglomerado de huesos y sombras, siempre cambiando, siempre consumiendo el entorno.
Ningún ser mortal podría haber soportado estar en esa sala por mucho tiempo sin perderse en la locura, ya que los pensamientos ajenos parecían filtrarse en la mente de cualquiera que se encontrara en el lugar.
Susurros de voces extintas, promesas incumplidas, gritos apagados por el paso de los milenios, todo se entremezclaba con el presente, erosionando la conciencia como el agua que desgasta la piedra.
Tres de los miembros del Consejo Umbrío permanecían en un silencio tenso, mientras las sombras danzaban perezosamente a su alrededor, creando formas erráticas en las paredes y el suelo de la sala del trono.
Aunque ninguno de ellos se atrevía a decirlo en voz alta, la impaciencia flotaba en el aire, envolviendo sus pensamientos. El monarca había abandonado el trono con una urgencia inusual, y ni siquiera el consejo más cercano a él sabía la razón.
Sorgos el Viejo, inclinado sobre su báculo de Æterpiedra, observaba el vacío que había dejado el Rey Uldraxis al partir. Sus ojos, que brillaban con un conocimiento que trascendía el tiempo, estaban fijos en el trono de sombras, tratando de descifrar algún mensaje oculto en los movimientos sutiles que aquel oscuro asiento emitía.
"¿Por qué ahora?", se preguntaba, mientras sus dedos arrugados trazaban Ciclo lentos sobre su báculo.
La respuesta no estaba clara, pero el Viejo Guardián de las Esencias sentía en sus huesos que el ciclo de las almas estaba en juego. Algo, o alguien, había alterado el equilibrio que tanto había costado mantener.
Ilithrys, la Tejedora de Sombras, permanecía inmóvil a su lado, observando las paredes, cada centímetro de las estructuras que ella misma había ayudado a construir.
En sus manos, un delicado hilo de sombras fluía de sus dedos, extendiéndose y retorciéndose como si fuera una extensión viva de su voluntad. Tejía constantemente, sin parar, añadiendo nuevas capas a la sala, reforzando las realidades superpuestas del reino.
Su mirada era fría, calculadora, y no había lugar para la duda en su mente.
"Si el Rey Uldraxis abandonó el trono, significa que algo ha cambiado en la estructura del reino", pensó, mientras sus dedos ágiles continuaban moviéndose sin esfuerzo.
Ilithrys no necesitaba palabras para expresar su descontento. Sus creaciones hablaban por ella, y en ese momento, las sombras parecían retorcerse con mayor intensidad, como si reflejaran su inquietud interna.
Morgharyn, la Señora del Néctar Sombrío, se mantenía erguida, su figura envuelta en un aura etérea que parecía devorar la luz. Sus ojos, oscuros y vacíos, se deslizaban de uno a otro de los miembros del consejo, midiendo cada reacción, cada silencio.
Ella no estaba allí para especulaciones ni para juegos. Su dominio sobre el Néctar Sombrío y los Fragmentos del Abismo le otorgaban una autoridad temida, y cualquiera que deseara aquel poder debía pasar por ella.
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Morgharyn era paciente, pero su paciencia se agotaba rápidamente.
—El silencio del trono pesa más que antes —dijo finalmente, con una voz suave, pero cargada de veneno.
Su tono era gélido, como si cada palabra fuera una advertencia latente
.
Sorgos alzó la vista hacia ella, con sus ojos apenas resplandeciendo bajo el manto de su capucha.
"Siempre impaciente, siempre directa", pensó. Pero él sabía que no había respuesta que satisfacería a Morgharyn.
No era la primera vez que el Rey se ausentaba sin explicación, pero había algo en el aire ahora, algo que no había sentido en siglos.
Ilithrys, por su parte, no apartó la vista de sus hilos oscuros, pero sus palabras surgieron con la precisión de un filo.
—¿Acaso temes que el Néctar Sombrío se agote, Morgharyn? —preguntó con suavidad, con una sutil burla escondida en el tono.
Morgharyn no se inmutó ante la provocación.
"Esta mujer no entiende lo que está en juego", pensó.
Pero no valía la pena responder. En lugar de palabras, dejó que las sombras a su alrededor se agitaran brevemente, una advertencia sutil de que no debía subestimarla.
Sorgos suspiró, cerrando los ojos por un momento, sopesando si debía intervenir. Sabía que cualquier enfrentamiento entre Ilithrys y Morgharyn sería peligroso, no solo para ellas, sino para el equilibrio frágil que sostenía el reino. Y con el Rey Uldraxis ausente, sería mucho más difícil restaurar el orden.
—El Rey regresará —dijo finalmente con voz llena de una autoridad tranquila—. Y cuando lo haga, las razones de su partida serán claras. Hasta entonces, será mejor que mantengamos nuestras tareas. Los cimientos del reino no pueden tambalearse.
Ilithrys asintió ligeramente, aunque su mirada permanecía fija en los hilos entre sus dedos. Morgharyn, por su parte, solo dejó escapar una sonrisa amarga, pero no dijo nada más.
El silencio de la sala fue interrumpido por la llegada de dos figuras que avanzaban con pasos seguros pero cargados de un peso invisible.
Lord Velkael, el Guardián del Abismo, y Lady Merys, Maestra del Flujo Onírico, se aproximaban inmersos en sus propios pensamientos.
Las sombras parecían apartarse a su paso, como si reconocieran la autoridad de aquellos que llegaban.
Velkael, con su imponente armadura de Æterpiedra, reflejaba la oscuridad del lugar en sus placas indomables. Sus ojos, siempre vigilantes, recorrieron la sala con una mezcla de sospecha y concentración.
Merys, por otro lado, era etérea, casi desdibujada, como una figura de otro plano que sólo podía percibirse a medias, su presencia envolvía a los presentes en una sutil corriente de ilusiones.
Sorgos alzó la vista lentamente, sintiendo el cambio en el ambiente. A su lado, Ilithrys dejó de tejer por un instante, y Morgharyn afiló su mirada oscura, estudiando a los recién llegados.
—Velkael, Merys —comenzó Sorgos, en voz grave que resonaba en el eco de la vasta sala—, ¿traen respuestas a este caos que envuelve el reino?
Velkael y Merys intercambiaron una mirada fugaz antes de que la Maestra del Flujo Onírico tomara la palabra.
Su voz era suave, como el susurro de un sueño, pero cada palabra cargaba un peso innegable.
—Una perturbación ha cruzado las fronteras —declaró Lady Merys, con ojos fijos en algún punto distante—. Alguien, o algo, se ha infiltrado en el reino.
Las palabras cayeron como una piedra en un lago sereno. Ilithrys, Sorgos y Morgharyn la miraron con incredulidad.
El primero en romper el silencio fue Ilithrys, con voz llena de escepticismo.
—¿Infiltrado? —repitió en un tono helado como el filo de una daga—. Nadie en los Reinos Perdidos sería tan estúpido como para intentarlo… o tan capaz.
Morgharyn entrecerró los ojos, aún procesando la información. En su mente, ninguna posibilidad podía ser descartada, pero la idea de una intrusión era... inaudita.
—¿Estás segura de esto, Merys? —preguntó, con una tensión apenas contenida.
Lady Merys asintió lentamente, con una expresión inmutable.
—Lo he visto en el Flujo Onírico. Alguien ha ingresado al Umbral. No puedo decir cómo, pero lo ha hecho.
Sorgos, que había permanecido en silencio, frunció el ceño. La improbabilidad de la situación chocaba con el respeto que tenía por Merys y sus dones. Si lo afirmaba con tal certeza, entonces debía haber una verdad en sus palabras, aunque pareciera inconcebible.
—Si esto es cierto... —comenzó a decir, pero fue interrumpido por el gruñido bajo de Velkael.
El comandante, visiblemente molesto por las implicaciones que las palabras de Merys podían acarrear, se cruzó de brazos, mientras su armadura resonaba con el movimiento.
—¿Me estás diciendo que alguien ha atravesado mis defensas? —preguntó con voz grave y llena de una furia contenida—. ¿Acaso sugieres que soy incompetente o, peor aún, que he permitido tal traición?
Ilithrys dio un paso adelante en postura desafiante.
—Nadie está acusando directamente, Velkael. Pero las implicaciones son claras. Si alguien ha logrado infiltrarse en el reino, entonces fallaste en tu deber.
Velkael dio un paso hacia Ilithrys, cuyas sombras comenzaron a arremolinarse a su alrededor.
—Cuida tus palabras, Tejedora. Mis Cosechadores de Uldraxis no tienen fallos. Si algo ha ocurrido, entonces estamos tratando con una amenaza que ninguno de nosotros había anticipado.
Sorgos intervino antes de que las palabras se convirtieran en un conflicto mayor.
—Calmaos —ordenó en un tono firme pero cansado—. Esto no es el momento para enfrentamientos. Si Merys dice que ha ocurrido una infiltración, entonces debemos actuar en consecuencia. Pero las acusaciones no nos servirán de nada.
Antes de que el conflicto pudiera escalar más, un susurro atravesó la sala, no de palabras, sino del trono mismo.
La estructura cambiante que flotaba en el centro de la sala reaccionaba, como si sintiera una presencia cercana. Las sombras alrededor del trono se agitaron, y un viento antinatural recorrió el lugar.
Sorgos, Ilithrys, Morgharyn, Velkael y Merys se quedaron en silencio, comprendiendo lo que aquello significaba.
—El Rey Uldraxis ha regresado —susurró Sorgos, inclinando su cabeza en señal de respeto mientras las sombras en la sala se agitaban con más intensidad, anticipando la llegada de su señor.