image [https://i.postimg.cc/KcdNvn7N/Cap-tulo-12-Rencores-Arraigados-y-Maldiciones-Pendientes-El-Juicio-de-los-Ascendentes-Mindful-Ma.jpg]
La noche casi había pasado.
Una figura baja y encapuchada irrumpió lentamente en el claro del bosque, caminando con pasos pesados y refunfuñando para sí misma. La capa oscura cubría sus hombros, mientras que su barba blanca y descuidada asomaba entre las sombras de la capucha.
—¿Dónde demonios te has metido, maldito?.. —refunfuñó entre dientes, acariciándose la barba con frustración.
Se detuvo en el centro del claro, y mientras su mirada examinaba el lugar, su mente regresaba a un pensamiento recurrente
"Una cabaña... Debería estar aquí. Pero, claro, se desvaneció, igual que él." Una maldición se deslizó entre sus labios, como si el mero acto de pensar en ello le pesara en el alma.
Miró a su alrededor y su ceño se frunció mientras intentaba deducir qué demonios había ocurrido. Mientras escudriñaba el lugar, una sensación punzante se apoderó de él, una presencia.
Se detuvo en seco, alzó la vista y su boca se torció en una mueca de desprecio.
—Tyr... —gruñó el nombre como si fuera veneno en su lengua, palabras empapadas de un odio contenido.
Al otro lado del claro, una enorme criatura emergió de entre los árboles.
Cuatro patas musculosas y cubiertas de pelo negro la hacían parecer un lobo gigante, pero había algo inusualmente inteligente en su postura. Caminaba con la arrogancia de un ser superior, sus ojos brillaban en la oscuridad, y una sonrisa torcida cruzaba su hocico cerrado.
De su garganta surgía un sonido bajo, una especie de risa sin abrir la boca, como si disfrutara de su propio ingenio.
La figura encapuchada tensó la mandíbula, observando con desdén a la bestia que se acercaba.
El aire en el claro se volvió más pesado con la llegada de la criatura, y el silencio que seguía a su risa parecía cargado de malicia.
La criatura dio varios pasos dentro del claro y se detuvo. Su sonrisa se amplió mientras abría lentamente su enorme boca.
De entre sus colmillos afilados cayeron varias bolsas de monedas, algunas armas toscas y un par de accesorios de plata que tintinearon al tocar el suelo.
Cada objeto caía con un sonido metálico que resonaba como una burla en la quietud del lugar.
—No está mal,—se dijo la bestia a si misma, con un tono casi juguetón—. Un botín modesto, pero aceptable. No esperaba más de esos "cazadores".
El anciano Zharq, observó la escena con su ceño arrugado aún más pronunciado bajo la capucha.
Sus ojos pequeños y penetrantes, apenas visibles entre los pliegues de su rostro verdoso y cubierto de espesa barba blanca, destellaban con una mezcla de desaprobación y asco.
—Miserable criatura —escupió con desprecio—. ¿Robando a un grupo de cazadores muertos de miedo? ¿Eso es lo que haces ahora, Tyr? ¿Así te comportas siendo la "mascota del señor"? Te arrastras como un vulgar ladrón y ensucias su nombre con estos actos patéticos.
Tyr, quien aún llevaba una sonrisa autosuficiente, se detuvo en seco.
La felicidad que había danzado en sus ojos desapareció, dejando solo un destello de furia. Sus fauces se cerraron de golpe, y su mirada, antes juguetona, se tornó en un desprecio mal disimulado.
Un gruñido bajo emergió de lo profundo de su pecho cuando pronunció el nombre del anciano Zharq con veneno.
—Jarvick… —gruñó el nombre como si le quemara la lengua-
—. ¿Te atreves a difamarme? —Los músculos de su mandíbula se tensaron mientras lanzaba una mirada de advertencia a la pequeña figura que se encontraba frente a él—. Esto no es más que agradecimiento de esas nobles almas que he salvado de las garras de una despiadada criatura.
Su tono era burlón, casi inocente, mientras levantaba una de las bolsas de monedas del suelo y la agitaba suavemente, haciendo sonar las monedas dentro.
Pero Jarvick no se dejó intimidar. Dio un paso adelante y escupió al suelo con desprecio.
—¿Agradecimiento? —soltó la palabra como si fuera veneno—. Lo único que veo aquí es extorsión y robo, y lo haces bajo la fachada de un salvador. Tu amo estaría avergonzado de verte así, comportándote como un vulgar saqueador, mientras tu única tarea es guardar su dignidad.
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Tyr resopló, y un brillo oscuro cruzó sus ojos mientras olfateaba el aire. Sus fosas nasales se dilataron y sus orejas se movieron ligeramente, como si captaran algo en el viento.
Su mirada severa se fijó en Jarvick.
—¿Vergüenza, dices? —respondió con un tono peligrosamente bajo, acercándose un poco más al anciano Zharq—. ¿No es irónico que me hables de vergüenza, Jarvick, cuando aún puedo oler en ti el hedor a carne quemada y muerte? —Sus colmillos brillaron cuando esbozó una sonrisa torcida—. ¿No te da vergüenza, como criado del señor, empañar su imagen con tus propios crímenes?
Jarvick apretó los puños con fuerza al escuchar las palabras de Tyr. Su respiración se tornó pesada y su rostro, ya de por sí arrugado, se contorsionó aún más en una mueca de pura ira.
—¡¿Cr-Criado?! —balbuceó al principio, antes de desatar su furia en una oleada de improperios—. ¡Soy el mayordomo del señor, maldito engendro, no una estúpida mascota como tú! ¡No te atrevas a compararme con un perro domesticado!
Mientras lanzaba su rabia, sus dedos temblorosos se cerraron en puños. Comenzó a murmurar en voz baja, antiguas palabras que resonaban con una cadencia oscura y peligrosa.
Al hacerlo, llamas titilantes empezaron a formarse en sus manos arrugadas, el fuego parecía bailar con su furia, reflejando su estado de ánimo.
El calor creciente iluminó su rostro y sus ojos, ahora destellaban con un odio visceral.
Tyr, al ver las llamas en las manos del anciano Zharq, sintió cómo los pelos de su lomo se erizaban, un claro indicio de la furia bestial que se agitaba dentro de él.
Sus colmillos afilados relucieron bajo la tenue luz de la luna y sus ojos brillaron de pura furia. Era un depredador, y estaba listo para devorar a su presa.
—¡¿Mascota?! —rugió, con voz llena de una ira tan profunda que resonaba en los árboles que rodeaban el claro—. ¡Yo no soy la mascota de nadie, maldito enano miserable!
La criatura gigante mostró su furia con una postura de ataque,—. ¡Tú, no eres más que una plaga en la vida del señor! ¡Hace tiempo que quiero despedazarte y liberar al señor de tu patética y humillante existencia!
Su mandíbula se apretó con fuerza, y sus ojos brillaban con una furia asesina. Ambos se lanzaron miradas de puro odio, sin contener ya sus deseos de acabar con el otro.
—¡¿Humillación?! —bufó Jarvick, con las llamas ahora crepitando entre sus dedos—. ¡Eres tú quien arrastra su nombre por el lodo! ¡Un ladrón insignificante, un cobarde que se oculta detrás de la fuerza bruta! —Las llamas en sus manos se hicieron más intensas, y su voz se alzó—. ¡Eres un perro que juega a ser león!
—¡Miserable, anciano podrido! —Tyr lanzó un aullido amenazante y sus músculos se tensaron, listos para atacar—. ¡Voy a arrancarte esa lengua venenosa y comérmela mientras aún sigues gritando!
—¡Te voy a incinerar hasta que no quede más que ceniza de ti, maldito saco de pulgas! —espetó Jarvick, elevando el fuego que danzaba en sus manos.
Las llamas crecieron, proyectando sombras grotescas en el claro.
—¡Voy a destrozarte con mis propias fauces, viejo inútil, arrancarte la piel de tus huesos y alimentar a los cuervos con tus restos! —respondió Tyr, abalanzándose hacia él con sus colmillos listos para desgarrar carne.
—¡Te mataré! —gritaron al unísono, con voces llenas de odio y determinación
Justo cuando ambos estaban a punto de colisionar, la realidad misma pareció ondular a su alrededor. Un retorcimiento en el aire, apenas perceptible, pero lo suficiente para hacer que los dos se detuvieran en seco.
Por un breve instante, el odio quedó en suspenso, como si algo más grande estuviera interviniendo.
Ambos voltearon sus cabezas al unísono hacia el espacio vacío del claro, y allí, donde antes no había nada, una cabaña había aparecido.
Estaba vieja, pero imponente, su estructura irradiaba una presencia única.
Sus cuerpos reaccionaron instintivamente, la rabia de hace un momento sofocada por otra emoción que ahora los envolvía.
Un mismo pensamiento cruzó sus mentes al mismo tiempo.
"El señor... ha regresado."
Dentro de la cabaña, el ambiente no podía ser más diferente al del claro. Mientras afuera dos criaturas poderosas estaban a punto de arrancarse las extremidades mutuamente, en el interior, la situación era... menos imponente.
—Por el amor de... —Ralkar sacudió la cabeza mientras mantenía las botas lo más lejos posible de Angyara, que empezaba a jadear—. ¿En serio? ¡Otra vez con esto, mocosa! La primera vez fue graciosa, pero esto ya es un poco excesivo, ¿no crees?
La niña intentaba recuperar el aliento entre arcadas, pero logró levantar una mano temblorosa y señalar hacia él, su voz fue débil pero afilada.
—¡Bueno, tal vez deberías aprender a traerme aquí de una forma... normal! ¡¿Cómo no voy a vomitar si me arrastras de un lado a otro como un saco de patatas?! —le espetó, frunciendo el ceño mientras intentaba estabilizarse—. ¡Es como si me lanzaras de cabeza en un remolino cada vez que lo haces!
Dejó escapar otro quejido antes de caer sobre sus manos nuevamente, mientras su estómago continuaba protestando violentamente.
Ralkar giró sobre sus talones y comenzó a pasearse de un lado a otro, hablando en voz baja con las botas.
—Están bien, están a salvo ahora... Lo siento mucho, mis preciosas. Yo no sabía que este estómago inestable seguiría siendo un problema...
Angyara intentó decir algo entre arcadas, pero todo lo que salió fue un nuevo sonido húmedo que resonó en la madera del suelo.
Luego algo mareada, levantó una ceja al ver cómo Ralkar trataba a sus botas como si fueran criaturas vivas.
—¿De verdad? —dijo con un tono sarcástico—. ¿Tus botas? ¿Eso es lo que te preocupa?
Ralkar se detuvo y la miró como si acabara de decir la cosa más absurda del mundo.
—¡Claro que me preocupan! —respondió—. ¿Tienes alguna idea de lo difícil que es encontrar un par de botas tan cómodas? Ah, pequeña, las botas no traicionan, no vomitan, y nunca se quejan cuando las lanzas a través de los planos. Son los compañeros perfectos.
Angyara se desplomó en el suelo, agotada y sin fuerzas para seguir discutiendo.
—Prefiero quejarme de tu "magia increíble" —soltó con una sonrisa sarcástica mientras señalaba el suelo aún sucio.
Ralkar, sin dejar de abrazar sus botas, hizo un gesto con la mano y una suave brisa barrió el desorden, llevándose consigo cualquier rastro del vómito.
—¿Ves? —dijo con una sonrisa autosuficiente—. Ya está limpio. Ahora, si pudiéramos trabajar en tu... resistencia a los saltos entre Velos, todo sería perfecto.
Angyara lo miró con los ojos entrecerrados, incapaz de decidir si estaba más molesta o divertida por la situación.
—No te preocupes —dijo, tratando de levantarse—. La próxima vez vomitaré sobre algo más valioso... como tu cara.
Ralkar dejó escapar un jadeo horrorizado y abrazó aún más sus botas.
—¡No te atrevas! Mi hermosa cara es intocable.