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El Bosque Nyrr'kal parecía un susurro del tiempo mismo, antiguo y misterioso, un testimonio de eras olvidadas.
Sus árboles milenarios, de cortezas grises y retorcidas, parecían seres petrificados en un tormento perpetuo, cada rama se extendía como una garra dispuesta a devorar a quienes osaran internarse en sus dominios.
La oscuridad que lo cubría era más que una simple falta de luz. En Nyrr'kal, las sombras tenían peso y, a veces, se movían por su cuenta, como si los ojos de la misma tierra observaran desde las profundidades.
Un viento frío silbaba entre los árboles, trayendo consigo murmullos ininteligibles. El suelo estaba cubierto de hojas secas y raíces expuestas que retorcían el terreno, dificultando cada paso.
Era un lugar que parecía rechazar la vida humana, un refugio para criaturas que no deberían existir.
En medio de esa noche, un grupo de cazadores se enfrentaba a la muerte misma.
Habían regresado tras un día de caza infructuosa. Sus cuerpos estaban ya exhaustos y su moral baja, cuando el ataque había comenzado.
Eran dos criaturas, similares a gigantescas pitones, pero grotescas en sus rasgos.
Serpenteaban con una rapidez que desafiaba su tamaño. Sus escamas, negras y lustrosas, parecían estar recubiertas por una especie de baba espesa, lo que les daba un brillo enfermizo bajo la luz de las antorchas temblorosas de los cazadores.
Aquellos ojos, carentes de pupilas, brillaban con un malicioso fulgor amarillo, y sus bocas, llenas de hileras de dientes afilados, no pertenecían a nada que un humano hubiera visto antes.
Cada vez que abrían sus fauces, un sonido sibilante, acompañado por un hedor a carne podrida, llenaba el aire.
Uno de los cazadores yacía a pocos metros de distancia, con su cuerpo desgarrado por las mandíbulas de una de esas bestias, mientras otro luchaba por respirar, con una herida profunda en el costado, demasiado grave como para seguir peleando.
Solo dos hombres quedaban en pie, jadeando y tambaleándose. Con rostros manchados de sangre y sudor, y músculos temblando de pura fatiga.
Habían logrado abatir a una de las criaturas, dejando su cadáver retorcido y envuelto en la hojarasca, pero la segunda seguía viva, y furiosa.
—No... no aguantaré más —dijo uno de ellos entre jadeos, mientras apretaba con fuerza el mango de su hacha, pero sus movimientos eran torpes, cada golpe era más lento que el anterior.
—Cálmate, Urven —murmuró el otro cazador, Lhorak, con la mirada fija en la bestia que se cernía sobre ellos—. Solo una queda… si conseguimos herirla en el costado, como la otra…
Pero las palabras se desvanecieron en el aire cuando la criatura se abalanzó con la velocidad de un rayo.
Urven lanzó un grito de desesperación mientras intentaba apartarse, pero sus piernas no le respondían con la rapidez necesaria. Las fauces de la bestia se abrieron, y en ese instante, Lhorak, con un grito que rasgó su garganta, levantó su lanza y la arrojó con todas sus fuerzas.
La punta de la lanza se clavó en el costado de la serpiente grotesca, provocando un chillido agudo y desgarrador.
La bestia se retorció en el aire, y su cola golpeó el suelo con tal fuerza que sacudió los árboles cercanos. A pesar de su herida, seguía avanzando, imparable, su odio palpable en cada movimiento.
—¡Vamos a morir aquí! —gritó Urven, sus ojos llenos de terror.
—¡Urven, corre! —gritó el cazador más veterano, apretando los dientes mientras sus ojos se fijaban en la criatura que avanzaba inexorable.
—No puedo… dejarte… —respondió Urven, con la voz quebrada. Pero la mirada decidida de Lhorak lo obligó a reconsiderar.
El líder de caza, que yacía en el suelo, escuchaba las palabras como si llegaran desde una distancia infinita. Su cuerpo estaba demasiado débil para moverse, pero su mente luchaba contra la desesperación.
"No... no puedo permitir que otro hombre muera por mi culpa", pensó, intentando una vez más levantarse.
Sus manos, ensangrentadas y temblorosas, se aferraron al arco destrozado, pero al tratar de apoyarse, resbaló de nuevo, cayendo de bruces al suelo con un gemido de frustración.
—¡Llévatelo! —urgió Lhorak al joven cazador—. ¡No mires atrás!
Urven dudó un momento más y su rostro se tenso por la impotencia. Finalmente, asintió con amargura.
Se inclinó sobre el líder de caza y comenzó a levantarlo como pudo. El peso del hombre herido era casi insoportable, pero Urven sabía que no podía fallarle.
Antes de marcharse, se giró hacia Lhorak, con ojos aguados que reflejaban el peso de la decisión.
—Te... te esperaré en El Refugio del Cazador Nocturno —murmuró con la voz quebrada, aunque ambos sabían que aquellas palabras eran solo un consuelo vacío. Un susurro de esperanza en un lugar donde ya no quedaba ninguna.
Lhorak sonrió, aunque el cansancio y la resignación opacaban su gesto.
—Dile a Naelyn… —su esposa, siempre preocupada por él, siempre esperándolo con la cena humeante en la mesa— que lamento no haber podido cumplir mi promesa. Que allá a donde vaya la esperare, y que algún día, volveremos a cenar juntos otra vez.
Urven apretó los labios, incapaz de responder, y asintió una última vez, sintiendo cómo sus propias lágrimas comenzaban a quemar sus ojos.
Con un esfuerzo monumental, comenzó a correr, cargando al líder herido. Cada paso era un suplicio, pero los rugidos de la bestia lo impulsaba hacia adelante, hacia la salvación.
Detrás de él, Lhorak se quedó mirando cómo su amigo se alejaba.
Una fría tranquilidad se apoderó de él mientras ajustaba su agarre en el hacha corta que empuñaba. Sabía que su fin estaba cerca, pero si iba a morir, lo haría luchando.
—Vamos, maldita… —susurró con una sonrisa sombría, levantando su arma—. No será tan fácil acabar conmigo.
Y con un último rugido de desafío, corrió hacia la bestia, mientras su hacha brillaba bajo la luz tenue de las antorchas, decidido a enfrentarse a su destino con cada fibra de su ser.
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Pero el cuerpo de Lhorak se estremeció de furia impotente cuando vio que la bestia, herida pero implacable, ignoraba su ataque y se lanzaba directamente tras Urven y el líder de caza.
El sonido de sus mandíbulas chasqueando resonó en el aire, junto con el crujido de ramas al ser aplastadas bajo su inmenso cuerpo. La muerte de su compañera la había vuelto aún más feroz, más insaciable.
Esta criatura no se detendría hasta devorarlos a todos.
—¡No! —rugió Lhorak, desesperado, mientras se lanzaba tras la criatura.
Alzó su hacha corta y las clavó en el costado de la bestia. La hoja perforó las gruesas escamas negras, desgarrando carne y tejido, pero la serpiente apenas lo notó. Continuaba su frenética persecución, arrastrando al cazador, cuyo rostro se torcía en una mueca de agonía mientras la herida que él mismo había abierto se agrandaba.
La sangre brotaba en torrentes, pero la criatura seguía avanzando, impulsada por una furia ciega.
—¡Urven, corre! ¡Corre maldita sea! —gritó Lhorak, con la voz ronca por el esfuerzo.
Pero el joven cazador, que sostenía al líder herido, apenas pudo reaccionar al grito de advertencia. El terror en sus ojos era palpable cuando se giró y vio la bestia acercarse, su boca descomunal abierta de par en par, preparada para engullirlos a ambos.
Urven sintió el hielo de la muerte descender sobre él en ese instante. El aire en sus pulmones se paralizó y sus músculos se volvieron rígidos por el miedo.
Aquella monstruosidad avanzaba como un azote inevitable, y la vasta oscuridad de su boca parecía prometer un final rápido y brutal.
Solo alcanzó a girarse ligeramente, y en su mente, como una ráfaga final de conciencia, los rostros de sus padres y de su hermana pequeña se formaron con claridad.
"Este es el momento", pensó, con una lúgubre serenidad. "Aquí es donde muero."
Cerró los ojos, esperando el impacto final.
El estruendo que siguió fue ensordecedor. Un temblor sacudió el suelo bajo sus pies, como si la tierra misma se hubiera rebelado contra la presencia del monstruo. El viento rugió entre los árboles, y luego… silencio.
Urven, con el corazón retumbando en sus oídos, se atrevió a abrir los ojos, aunque no entendía si estaba vivo o si ya había cruzado al otro lado. Su respiración era agitada, pero… seguía respirando.
Frente a él, a unos metros, vio a Lhorak, respirando con dificultad, cubierto de sangre de la criatura. Su hacha corta estaba rota, y uno de sus brazos colgaba de un ángulo extraño, claramente dislocado.
Pero Lhorak no lo miraba a él; sus ojos estaban fijos en un punto más allá, y en su rostro había una expresión de terror absoluto, una desesperación que Urven jamás había visto en su compañero.
—Lhorak… —murmuró con voz entrecortada, pero su compañero no lo escuchaba. Ni siquiera reaccionó.
El corazón de Urven se congeló en su pecho al ver el estado de su amigo. Lentamente, con un nudo en la garganta, giró la cabeza hacia donde dirigía su mirada.
A lo lejos, una nube de polvo y tierra flotaba en el aire, levantada por el caos. Y dentro de esa nube, apenas visible, algo se movía frenéticamente.
Fragmentos de la criatura que casi lo había matado volaban de un lado a otro. Sus escamas, arrancadas de raíz, caían como hojas secas, mientras la bestia retorcía su cuerpo en un último intento desesperado por defenderse.
Urven reconoció los sonidos, los desgarradores chillidos de la serpiente moribunda. Pero lo que más lo impactó fue la silueta que emergía de la nube: una criatura de cuatro patas, salvaje y feroz, desgarrando a la bestia como si fuera un mero juguete.
Sus mandíbulas se cerraban una y otra vez con una precisión brutal, desmembrando a la bestia en trozos que salían disparados hacia todas direcciones. Cada golpe de sus patas delanteras era un acto de violencia pura.
El cazador no podía apartar la vista.
"¿Qué es eso?" Su mente trataba de darle sentido a la escena, pero la respuesta se le escapaba.
Parecía un lobo, aunque mucho más grande y temible. No, más que un lobo… algo más primitivo. Sus ojos se entrecerraron mientras intentaba ver más allá de la nube de polvo.
La criatura despedazaba a la serpiente con tal facilidad, que hacía parecer el esfuerzo de los cazadores insignificante.
Cuando el polvo comenzó a asentarse, Urven finalmente pudo ver con claridad.
Las fauces de la enorme criatura estaban enterradas en el vientre de la bestia que había estado a punto de matarlos a todos.
Un crujido resonó en el aire, y cuando el depredador levantó la cabeza, algo brilló en su boca.
Entonces, lo vio.
Entre sus fauces, algo brillaba con un destello tenue pero hipnótico. Una piedra traslúcida, redondeada, pulsante. El Corazón Primordial.
Urven lo reconoció al instante; sabía bien lo que era. Aquella joya mística era el núcleo de las bestias, su esencia mística, el equivalente al Corazón Etéreo, la fuente de su poder.
Y aquella criatura, aquella cosa, lo devoraba como si fuera una golosina.
Masticó el Corazón Primordial como si fuera un manjar, aplastandolo fácilmente con sus colmillos. Los fragmentos de la piedra traslúcida cayeron de sus mandíbulas mientras devoraba el núcleo con un placer casi grotesco.
—Por los dioses… —susurró para sí mismo, intentó moverse, pero sus piernas no le respondían.
La bestia lamió sus fauces, limpiándose con calma, como si acabara de saciarse en un banquete.
Lhorak emitió un débil gemido, llamando la atención de Urven de vuelta a la realidad.
Su compañero, quien apenas se mantenía consciente, intentó arrastrarse un poco, sus dedos temblorosos arañando la tierra. Su brazo dislocado colgaba inerte a su lado, y su hacha rota yacía a unos metros de distancia.
—Urven… —logró decir con voz débil—. ¿Qué… qué es eso?
Pero Urven no tenía respuestas. Todo su ser estaba gritando que huyera, que corriera tan lejos como pudiera, pero sus piernas aún no se movían.
La criatura, satisfecha con su macabra comida, giró lentamente su cabeza hacia ellos. Los ojos de la bestia se clavaron en los de Urven, y un escalofrío le recorrió la columna vertebral.
El cazador retrocedió un paso, reaccionando por puro instinto. Ni siquiera sintió como desaparecía el peso del líder herido sobre él, cuando lo dejo caer al suelo.
La criatura caminó hacia ellos lentamente, y con cada paso que daba, Urven sentía como si su alma se hundiera más en un pozo de desesperación.
Las piernas de ambos cazadores parecían ancladas al suelo, no solo por el miedo, sino por la certeza de que cualquier intento de huida sería inútil.
El aire alrededor de ellos se sentía pesado, y el sonido de la respiración dificultosa de Lhorak apenas era audible entre el retumbar de sus propios corazones.
De repente, la criatura habló.
—¿Qué les pasa, pequeños cazadores? ¿Acaso no están contentos de seguir vivos?
La voz de la bestia era profunda y gutural, pero lo que los llenó de un horror insondable fue el hecho de que entendieron cada palabra perfectamente. Era la primera vez en todos sus años como cazadores que presenciaban a una bestia capaz de hablar su idioma. Aquello no solo era inusual, era antinatural.
Un escalofrío recorrió la columna de Urven mientras los ojos de la criatura se clavaban en los suyos, brillando con una extraña inteligencia que no correspondía con su aspecto salvaje.
—Ahora bien… —continuó la bestia, con una sonrisa macabra que dejó al descubierto sus colmillos ensangrentados—. Les salvé la vida, ¿no es así? —Sus pasos retumbaban en la tierra mientras se acercaba más—. Es justo que me paguen por mis servicios. Todas sus monedas, sus armas, cualquier cosa de valor. Déjenlo aquí, como agradecimiento, y podrán irse… intactos.
Urven sintió un vacío en el estómago. Era como si la bestia estuviera extorsionándolos, disfrazando su demanda de "agradecimiento" con una voz que, en cualquier otro contexto, habría sido casi educada.
El líder de caza, apenas consciente, emitió un gruñido débil, pero lleno de furia.
—¡Maldito monstruo! —murmuró con un hilo de voz, entre sus labios temblorosos por el dolor—. Nos… nos robas como un vulgar ladrón…
Aunque líder de caza apenas pudo pronunciar las palabras, fueron lo suficientemente claras para llegar hasta los oídos de la criatura.
La bestia giró lentamente su cabeza hacia él y sus ojos se entrecerraron con una mezcla de diversión y desdén.
Urven dio un paso hacia adelante, con el corazón en la garganta. Sabía que las palabras del lider habían sellado su destino.
—¡No! —gritó, con la voz quebrada—. Perdónalo, no sabe lo que dice… ¡Está herido!
La criatura lo ignoró por completo.
Con un solo movimiento lento y deliberado, levantó una de sus patas delanteras y la apoyó sobre la cabeza del líder, con un gesto que parecía casi casual.
Urven sintió un vacío creciente en el pecho, como si el tiempo se hubiera congelado.
—Ingrato… —susurró la bestia con desprecio antes de aplicar presión.
El crujido fue ensordecedor. La cabeza del líder de caza explotó bajo la pata de la criatura, esparciendo sangre y fragmentos de hueso por el suelo.
Urven apenas pudo reaccionar. Su cuerpo temblaba, incapaz de moverse, incapaz de comprender la brutalidad de lo que acababa de suceder.
La criatura retiró su pata con calma y miró hacia los dos cazadores restantes, sus ojos brillando con una oscura satisfacción.
—¿Y ustedes? —preguntó con voz suave, casi burlona—. ¿Serán agradecidos… o ingratos como él?
El silencio que siguió fue abrumador.
Urven, aún paralizado por el miedo, trató de hablar, de decir algo, cualquier cosa que pudiera salvar sus vidas, pero las palabras no salían.
Lhorak estaba igualmente inmóvil, con la mirada fija en el suelo, como si no atreverse a alzar la vista fuera su única forma de supervivencia.
La criatura los observaba detenidamente, esperando su respuesta, disfrutando de cada segundo de su agonía mental.