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La espada nunca alcanzó su objetivo.
Antes de que el golpe mortal pudiera descender, una energía enorme surgió de la oscuridad, golpeando al malherido líder con una fuerza brutal, lanzándole contra un árbol cercano.
El impacto hizo crujir sus huesos, y una nube de sangre salió de su boca mientras caía al suelo como un muñeco roto, con ojos abiertos por el shock y el dolor.
La espada cayó de su mano, inerte, rodando hasta detenerse entre las hojas húmedas.
Las bestias que estaban devorando a los hombres se detuvieron de inmediato, sus orejas se irguieron y sus cuerpos se tensaron. Los gruñidos se transformaron en susurros ansiosos, como si incluso ellas pudieran sentir que algo mucho más peligroso había llegado.
Sus ojos, brillantes y llenos de hambre, parpadearon nerviosos, retrocediendo unos pasos mientras sus cuerpos se ponían en alerta máxima, listos para defenderse de lo que fuera que había irrumpido en su festín.
De la penumbra, una cabeza monstruosa voló por el aire, aterrizando con un golpe sordo en el centro de la carnicería. Era la cabeza de una criatura, similar a ellas, pero más grande, con colmillos retorcidos y manchas de sangre aún fresca goteando de su mandíbula.
Las bestias reconocieron inmediatamente a su rey, el alfa de la manada. Su rostro, congelado en una mueca de dolor y rabia, mostraba los últimos vestigios de una feroz lucha antes de su muerte.
El horror se extendió como un veneno por el campo de batalla. Algunas bestias retrocedieron, emitiendo gemidos lastimeros, como si el sufrimiento de su rey resonara en sus almas.
Sin embargo, lo que había comenzado como una retirada no duró mucho. El gemido de una de las bestias se convirtió en un grito de furia, y pronto otras comenzaron a unirse, llenas de una mezcla salvaje de dolor y deseo de venganza. Las garras se clavaron en el suelo, y sus cuerpos, antes temerosos, se llenaron de una energía vengativa.
La niña, aún arrodillada junto al cuerpo de su padre, no comprendía del todo lo que estaba ocurriendo, pero sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo. Levantó la cabeza lentamente y su mirada se encontró con una criatura imponente que emergía de entre los árboles.
"¿Qué... qué es eso?"
Apenas podía creer lo que veía.
Un ser de cuatro patas, similar a un lobo, pero mucho más grande, con un pelaje oscuro como la noche. Su cuerpo estaba cubierto de profundas heridas de garras y mordiscos, algunas tan recientes que la sangre aún caía de ellas en gruesos hilos, empapando su pelaje hasta teñirlo de un rojo intenso.
A pesar de sus heridas, sus ojos brillaban con una fiereza incuestionable, una mirada que no mostraba signos de debilidad ni dolor. Al contrario, parecía alimentarse de la violencia, como si estuviera dispuesto a enfrentarse solo a la manada entera.
El líder, quien apenas respiraba contra el árbol, levantó la cabeza con dificultad. La sangre goteaba de su boca mientras sus ojos se clavaban en la criatura. Trató de levantarse, pero sus piernas no le respondían.
—¡¿Qué demonios...?! —escupió con furia, pero el dolor lo ahogó.
La criatura sangrienta se movió con una rapidez sorprendente, como si el tiempo mismo se hubiera detenido para ella. Con un impulso de poder y ferocidad, su gran pata se estrelló contra el suelo, aplastando a una de las bestias que más bramaba.
Antes de que la criatura pudiera reaccionar, la bestia sintió el impacto brutal, y en un instante, la enorme mandíbula de la criatura se cerró con una fuerza devastadora sobre su nuca, desgarrando un gran trozo de carne y hueso.
Un silencio abrupto cayó sobre el campo de batalla cuando el cuerpo mutilado fue pateado hacia el grupo de bestias, las cuales retrocedieron, aturdidas y temerosas, al ver el miserable final de su compañero.
La criatura, cubierta de heridas que aún sangraban, se enderezó, observando a las demás bestias como si esperara que le dieran una razón para acabar con el resto. Sus ojos reflejaban un desprecio absoluto.
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Los gruñidos de las bestias se tornaron indefensos, su instinto de supervivencia gritando que la única opción era retroceder.
La criatura les dio una última mirada fría, despojada de cualquier compasión, antes de volverse para centrar su atención en la niña.
Observó a la niña mientras se arrastraba hacia el líder con pasos vacilantes, su aliento irregular y sus fuerzas menguando. Aún así, sus ojos no mostraban miedo ni duda, sino una determinación feroz.
El líder, apenas consciente, luchaba por respirar, con su pecho subiendo y bajando con dificultad, manchado de su propia sangre que goteaba de las heridas abiertas.
Sus ojos inyectados en sangre se fijaron en la niña que se acercaba.
—Serás devorada... como tu padre... —murmuró con voz rota y teñida de odio.
Las palabras no parecieron afectarla.
La niña, en lugar de retroceder, se detuvo frente a él, con su rostro cubierto de lágrimas, sangre y barro. Sus dedos temblorosos alcanzaron la flecha que sobresalía de su propio pecho, y con un grito desgarrador de dolor y furia, la arrancó.
La sangre brotó de la herida, pero ella apenas lo notó. Sus ojos, nublados por el sufrimiento, destellaron con una nueva intensidad, casi salvaje.
El líder, aturdido por el dolor y la incredulidad, no pudo reaccionar cuando la niña, con la flecha en mano, comenzó a apuñalarlo.
El primer golpe lo atravesó con facilidad, arrancándole un alarido de dolor. Pero no se detuvo allí. Apuñaló de nuevo, una y otra vez y su pequeña figura temblaba con cada golpe. La flecha penetraba carne y hueso, cada puñalada más desesperada y violenta que la anterior.
—¡Basta...! ¡Basta! —rogó él, pero sus súplicas fueron inútiles. La flecha seguía bajando una y otra vez, atravesando carne, hueso y músculos.
La niña no escuchaba, no veía nada más que la necesidad de venganza que ardía en su pecho.
Los ojos de la criatura, que hasta ese momento habían observado con desinterés frío, se abrieron levemente en una mezcla de asombro y curiosidad. "Esta pequeña humana esta devolviendo el dolor con más furia que cualquier bestia."
El líder gimoteaba, sus gritos se hicieron más débiles, hasta que se convirtieron en un gorgoteo ahogado por la sangre. Sus ojos se volvieron vidriosos, su cuerpo, antes tan temido, quedó inerte y destrozado bajo los golpes de la niña. Finalmente, con un último espasmo, el líder dejó de moverse.
La niña, cubierta de sangre, su propia y la de él, se quedó inmóvil por un instante, respirando con dificultad, mientras su pecho subía y bajaba violentamente.
Lentamente, levantó la mirada hacia el cuerpo de su padre, tumbado en el suelo. Sus piernas tambaleaban, y cada paso que daba hacia él se hacía más pesado, más doloroso. Su visión comenzó a nublarse, y el agotamiento la envolvía como una manta sofocante.
A pocos pasos de él, su cuerpo no pudo más y cayó al suelo, golpeando con un sonido sordo.
Todo se volvió negro, su conciencia se desvanecía, y en ese último momento, lo único que vio fue la silueta de una bestia con ojos encendidos por la oportunidad, abalanzándose sobre ella.
….
A una gran distancia de aquel lugar, el sonido de la lluvia golpeaba suavemente el techo de una cabaña modesta, perdida entre los árboles de un bosque denso. Dentro, el único ruido era el del crepitar de una chimenea que apenas iluminaba la habitación.
En una cama, bajo mantas raídas, reposaba una niña de unos diez años, inmóvil, como si el peso de la vida hubiera sido demasiado para ella.
A un lado de la cama, un hombre dormía profundamente, con una postura desgarbada sobre una vieja silla de madera y con sus pies descansando sobre una pequeña mesa.
Su aspecto era descuidado, pero cada detalle en su vestimenta apuntaba a la funcionalidad.
Llevaba un abrigo de cuero oscuro, gastado por el uso y la intemperie, y unas botas resistentes llenas de barro seco. No había adornos ni lujos en su apariencia, solo lo necesario para sobrevivir. Su cabello plateado, largo y desordenado, caía sobre su rostro, casi cubriendo sus ojos cerrados.
Un quejido bajo, casi imperceptible, emergió de la niña que yacía en la cama. Su cuerpo, antes inmóvil, se agitó apenas, como si luchara contra una pesadilla silenciosa.
El hombre se sobresaltó, limpiándose de manera rápida la baba que se había acumulado en la comisura de su boca, mientras parpadeaba, tratando de volver a la realidad.
Sus ojos, afilados y atentos, se iluminaron al ver el movimiento de la niña.
—Ya es hora —murmuró para sí mismo, con una chispa de emoción en sus ojos.
Se frotó las manos mientras su corazón latía con un renovado propósito. Había esperado tanto ese momento.
De un salto ágil, se levantó de la silla, empujándola con un suave chirrido hacia la mesa. Caminó hacia la ventana cerrada al otro lado de la habitación, ajustando su abrigo mientras lo hacía.
El espacio, aunque pequeño, estaba ordenado, con herramientas colgadas en las paredes y algunas provisiones apiladas en una esquina.
Con un gesto rápido, abrió la ventana, y su rostro fue inmediatamente golpeado por una ráfaga de aire frío y húmedo. Gotas de lluvia comenzaron a caer sobre su piel, pero no parecía inmutarse.
—Siempre llueve en los momentos importantes... —murmuró, casi en tono de broma, mientras sacudía la cabeza para despejarse por completo.
Afuera, el mundo era gris y lúgubre. La tormenta que había comenzado en algún punto de la madrugada seguía con fuerza, haciendo que los árboles se inclinaran bajo la fuerza del viento.
Observó el bosque por un momento y sus ojos recorriendo el horizonte brumoso. El sonido de la lluvia era constante, y en medio de ese estruendo, su mente se mantuvo enfocada.
Cerró los ojos por un segundo, respirando profundamente el aire húmedo, como si estuviera confirmando algo en su interior.
"El mundo sigue igual de cruel allá afuera", pensó mientras pasaba una mano por su cabello plateado para apartarlo de su rostro. "Pero tal vez... tal vez ahora todo cambie".