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El Juicio de los Ascendentes - Español / Spanish
Capítulo 14 - Aliados Insólitos

Capítulo 14 - Aliados Insólitos

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Ralkar giró la manija de la puerta con una sonrisa juguetona, pero lo que vio al abrirla le hizo cambiar por completo la expresión.

Frente a él, se encontraba la baja figura de un viejo Zharq, su barba y bigotes espesos colgaban como musgo plateado bajo su rostro arrugado. Su cabello, blanco como la luna, caía en mechones revueltos, sin la capucha habitual que ocultaba a la mayoría de los Zharq-Gûl.

Lo observaba con una mezcla extraña de respeto y mal humor en sus ojos centelleantes.

—¡Jarvick! —exclamó Ralkar, mientras su rostro se iluminába por la alegría.

Sin dudarlo, lo abrazó, levantando al anciano del suelo como si fuera una pluma.

Jarvick gruñó, con sus pies pataleando en el aire mientras intentaba inútilmente liberarse del abrazo.

—¡Por todos los astros marchitos! ¡Suéltame, idiota! —protestó, aunque no pudo evitar que una leve sonrisa asomara en la comisura de sus labios.

A pesar de su tono irritable, había un brillo de alivio en su mirada—. ¿¡Qué te crees que haces, levantándome como si fuera un saco de grano!? ¡Soy tu mayordomo, no tu juguete!

Ralkar lo dejó en el suelo con cuidado, pero la sonrisa amplia no abandonó su rostro.

—Te he echado de menos, viejo cascarrabias —dijo, agitando una mano frente a su rostro—. Y parece que no has cambiado ni un ápice.

—¡Por supuesto que no he cambiado! —resopló Jarvick, sacudiéndose el polvo imaginario de su túnica—. ¡Tú, en cambio, desapareces sin decir una palabra, dejándome a merced de...! —Se interrumpió, y la dureza de su voz se suavizó—. Me has preocupado, Ralkar... Mucho.

Ralkar miró a su envejecido compañero con una expresión que por un instante se volvió solemne. Sabía que Jarvick era duro por fuera, pero debajo de ese exterior gruñón, había un corazón que, aunque anciano, todavía sentía preocupación por aquellos a los que servía.

—Lo siento, amigo —dijo con sinceridad, posando una mano en el hombro del Zharq—. Pero estoy aquí ahora. Y te prometo que todo esto tiene un buen motivo.

Sus ojos chispearon con ese brillo que solía aparecer cada vez que tramaba algo.

Jarvick levantó una ceja, pero antes de que pudiera replicar, una voz infantil, chillona, irrumpió en la cálida escena.

—¡Ah, el gran Ralkar Drakhalir! ¡Qué sabiduría infinita la tuya, mi señor! —La voz resonó a un lado, llena de una exagerada admiración que bordeaba en lo ridículo—. ¡Dejando lo mejor para el final, como siempre! ¡Qué táctico, qué brillante!

Jarvick apretó los labios en una fina línea, lanzando una mirada fulminante hacia la fuente de aquella voz. Refunfuñó en voz baja y sus cejas se fruncieron marcando su creciente mal humor.

—Siempre arruinando el momento... —gruñó para sí mismo, mientras sus dedos tamborileaban nerviosamente sobre su túnica.

Ralkar, en cambio, no pudo evitar sonreír. El sonido familiar lo llenaba de una mezcla de diversión y afecto.

Miró hacia su lado, inclinando la cabeza ligeramente hacia abajo, y allí lo vio: un pequeño perro de pelaje negro, con ojos que destellaban arrogancia.

A pesar de su altiva postura y su evidente intento de parecer imponente, su cola traicionaba la verdad, moviéndose a un ritmo frenético, delatando su alegría.

—¡Tyr! —exclamó Ralkar, con una risa suave y divertida.

Tyr levantó la cabeza aún más, como si intentara mantener una dignidad que su entusiasmo no lograba sostener. Pero en cuanto Ralkar se arrodilló y comenzó a acariciarlo, el perro dejó de lado cualquier pretensión de grandeza.

Rodó por el suelo, exponiendo su barriga, mientras Ralkar, con voz juguetona y exageradamente dulce, le decía:

—¿Quién es mi pequeño psicópata de cuatro patas? —Ralkar lo dijo con una sonrisa torcida, frotando las orejas de Tyr—. ¡Tú lo eres! ¡Claro que sí, pequeño monstruo!

Tyr respondió con un movimiento aún más frenético de su cola, y aunque sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y vergüenza, su arrogancia parecía desmoronarse bajo las caricias y las palabras de Ralkar.

—¡Míralo, tan malvado y encantador al mismo tiempo! —continuó, riendo entre dientes mientras el perro soltaba pequeños gruñidos de satisfacción.

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Jarvick, por su parte, cruzó los brazos, observando la escena con el ceño fruncido. Murmuraba entre dientes sobre lo que consideraba una pérdida de tiempo, aunque en el fondo sabía que Tyr, a pesar de su actitud, era un aliado confiable... cuando quería serlo.

Ralkar sintió una leve presencia a sus espaldas.

Giró la cabeza y vio a Angyara asomándose con timidez desde la esquina de la puerta, con grandes ojos curiosos. Había estado escuchando desde el interior y, al oír el tono familiar de Ralkar, su ansiedad se disipó.

Se sentía más tranquila al saber que quienes habían llegado no eran extraños para Ralkar. Asi que decidió sali y ver por sí misma quiénes eran esos visitantes.

Ralkar se volteó despacio, todavía con Tyr en uno de sus brazos, sosteniéndolo como si fuera un bebé malcriado.

A pesar del pequeño tamaño de Tyr, su presencia irradiaba una confianza desmedida, incluso cuando Ralkar lo sujetaba de esa manera poco digna.

—Ven aquí, Angyara —dijo Ralkar, inclinándose hacia ella para que pudiera ver mejor—. Quiero presentarte a dos buenos conocidos.

Los ojos de Angyara brillaban con una mezcla de curiosidad y recelo. Era la primera vez que veía a alguien como Jarvick.

El anciano Zharq, con su barba plateada y su figura bajita, la observaba con una mirada que combinaba impaciencia y una especie de interés distante.

—Este gruñón de aquí —comenzó Ralkar, agitando su mano hacia Jarvick— es Jarvick. Su raza es Zharq, aunque debido a su ciclo vital... bueno, es más correcto llamarlo Zharq-Gûl. ¿Sabes? Han pasado más de cien años, así que ahora le toca ser el anciano cascarrabias que todos conocemos y amamos. Aunque, si me preguntas, ha sido cascarrabias desde que lo conozco.

Jarvick refunfuñó, claramente insatisfecho con la descripción.

—No soy una atracción de feria, Drakhalir... —dijo, antes de mirar a Angyara de arriba abajo, como evaluando su valor con una sola mirada—. En fin, es un placer... supongo.

La niña sintió una curiosidad insaciable crecer en su interior, pero se las arregló para mantener la compostura.

Ralkar, sin perder el ritmo, señaló a Tyr, quien aún reposaba cómodamente en su brazo, aunque su cola no paraba de moverse de un lado a otro.

—Y este pequeño diablillo que parece tan inofensivo... no te dejes engañar por su aspecto mono —añadió Ralkar con un tono juguetón—. Tyr es todo menos un perrito común. Es un pequeño monstruo, ¿verdad, Tyr?

Tyr soltó un leve gruñido, un sonido que parecía más una afirmación de su grandeza que una protesta. Sus ojos destellaban con ese brillo arrogante, pero su cuerpo relajado traicionaba su actitud altiva.

Angyara, algo intimidada por la presencia de Jarvick, pero al mismo tiempo llena de curiosidad, se las arregló para dar un paso adelante y presentarse.

—Yo... yo soy Angyara —comenzó, su voz suave, pero clara, intentando mantener la compostura frente a las miradas intensas de Jarvick y Tyr.

Pero antes de que pudiera decir algo más, Jarvick agitó una mano impaciente.

—Ya lo sé —dijo, interrumpiéndola sin ceremonias mientras se acercaba a ella con pasos rápidos y cortos—. No necesitamos formalidades innecesarias, niña. Vamos a lo importante.

Sin prestar atención a las quejas de Angyara, Jarvick comenzó a examinarla de una manera que podía parecer tosca. La empujó ligeramente hacia un lado y hacia el otro, sus manos arrugadas recorriendo su torso como si buscara algún rastro de la herida que una vez la había afligido.

—Veamos si Ralkar ha hecho un buen trabajo o si tendré que remendar más desastres —murmuraba para sí mismo, mientras sus ojos entrecerrados palpaban suavemente el lugar donde la herida había estado antes.

Angyara soltó un leve quejido de protesta, pero el viejo Zharq-Gûl no le prestó atención.

—¡Por las lunas rotas! —exclamó finalmente, retirando sus manos con una expresión de genuina sorpresa en su rostro arrugado—. Ni una marca. Ni una sola cicatriz.

Se volvió hacia Ralkar, lanzando una mirada acusadora.

—¿Qué demonios hiciste para que se curara tan rápido, eh? —gruñó, aunque había una sombra de admiración en su tono.

Ralkar esquivó la mirada inquisitiva de Jarvick, como si la pregunta sobre la curación de Angyara se desvaneciera en el aire.

El Zharq-Gûl, tras una breve pausa, simplemente soltó otro gruñido y no insistió. Conocía demasiado bien a Ralkar como para saber que insistir sería inútil.

—No tiene sentido, lo que sea que hayas hecho —refunfuñó Jarvick, entrecerrando los ojos, pero no dijo nada más.

Mientras tanto, Tyr, con su habitual arrogancia, dio un brinco ágil desde los brazos de Ralkar, aterrizando con elegancia sobre sus cuatro patas.

Se irguió, inflando el pecho y adoptando una postura que pretendía ser majestuosa, como si fuera el amo de todo lo que lo rodeaba.

—Debes saber, niña —dijo Tyr con voz grave, mirando a Angyara con sus ojos brillantes—, que fui yo quien te salvó de esas bestias y te trajo aquí. Lo que significa que, desde hoy, tu vida me pertenece.

Con un aire altanero, levantó su pequeña pata, esperando que la niña se inclinara y la besara en señal de sumisión y devoción.

Angyara lo miró, incrédula y algo divertida.

Recordó con claridad la imponente figura de la bestia que la había salvado: una criatura feroz, grande como un lobo salvaje. Al comparar esa imagen con el diminuto perro que tenía enfrente, una mueca burlona asomó en sus labios.

—¿Tú? —dijo, reprimiendo una risa—. No recuerdo que fueras tan... pequeño.

Sin embargo, decidió seguirle la corriente, y comenzó a inclinarse lentamente.

Tyr, sintiéndose victorioso, alzó su pata aún más, como si estuviera a punto de recibir una ceremonia grandiosa.

Sin embargo, justo cuando Tyr parecía convencido de que Angyara se rendiría a su supuesta grandeza, ella alzó una mano y, sin previo aviso, le dio un ligero golpe en la cabeza., pillandolo completamente desprevenido.

—¡Eres un perrito mentiroso! —exclamó Angyara, cruzándose de brazos, con voz firme y llena de reproche.

Tyr, atónito, parpadeó un par de veces, sin saber cómo reaccionar.

Intentó retomar su dignidad, pero Angyara no le dio tiempo. Le volvió a dar otro golpecito, esta vez más suave, como quien reprende a una mascota traviesa.

—¡No puedes ir por ahí inventando cosas! —dijo con severidad, mirándolo con ojos acusadores—. ¡Deberías aprender a ser sincero!

Ralkar, que había estado observando la escena con una amplia sonrisa en los labios, estalló en carcajadas.

—Me parece que te han enseñado una lección, "gran señor supremo" —se burló, mientras Tyr lo miraba con ojos entrecerrados, claramente molesto por la traición.

Jarvick, por su parte, no pudo evitar rodar los ojos ante el espectáculo. Se giró para mirar a Ralkar con una mezcla de exasperación y resignación.

—¿Por qué siempre tienes que rodearte de estos espectáculos ridículos? —preguntó el viejo Zharq, aunque en el fondo, una ligera sonrisa asomaba en sus labios.

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